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La mujer de la foto 4

en Voyerismo

Aquel día llegué el primero al trabajo, como tenía que ser y había sido hasta que mi monotonía había cambiado. Nada más entrar advertí que el ascensor estaba estropeado. Respiré profundo y subí por las escaleras. Me puse a hacer mis cosas tranquilamente mientras que todos mis empleados comenzaban a llegar. Cada vez que lo hacía una persona escudriñaba para ver si era mi secretaria, pero no era así. Uno a uno fueron todos llegando y ella no lo hacía. Me empecé a poner nervioso a la vez que excitado. De hecho, ya estaban todos en sus puestos de trabajo menos ella. Miré el reloj y ya debería de llevar aquí media hora. Y pasó el tiempo, otra media hora, y nada. Me levanté, sudando, le dije al encargado que salía un momento y bajé a la calle. Cuando pasé junto al letrero del ascensor lo miré, cabreado, lo arranqué de su sitio y lo tiré a la basura. Justo en el momento que ponía el pie en la calle observé cómo mi secretaria favorita estaba dentro de un coche, de copiloto, junto con un hombre. Estaban callados, aunque se miraban fijamente. Ella abrió la puerta del coche despacio, se dieron un buen beso poniéndome más caliente a mí, seguro, y ella salió. Pude ver cómo el hombre, antes de arrancar e irse, se llevó la mano derecha a la nariz. Sonreí. No era yo el único que estaba disfrutando con esta situación.

Al llegar la mujer a la puerta me vio y me pidió pasar. Yo lo hice y la seguí hasta el ascensor.

Mientras estábamos esperando a que bajara comencé a hablarla con tono firme:

-¿Cómo es que llega a esta hora?

-Yo... lo siento.

-Ya, claro, lo siente. ¿Y sentirá también todo el trabajo que tiene por hacer encima de su escritorio?

-Me pondré a hacerlo cuanto antes. E incluso no iré a comer si es necesario.

-No es así -le dije-. Usted no tiene más derechos que el resto de sus compañeros.

Esta vez se quedó callada.

-Y encima -continué- está perdiendo el tiempo en el coche con alguien que qué se yo...

-¡Es mi marido! -replicó rápidamente. Además se puso a mirar nerviosa a ver si llegaba ya el dichoso ascensor.

-Su marido... Pues parece que no tienen muy buena relación porque no se han dicho ni una sola palabra en el rato que les he estado mirando.

Giró la cabeza de manera veloz y se me quedó mirando, pensativa.

-Además -seguí hablando-, él, antes de irse, se ha olido la mano. ¿Será posible que mi trabajadora llegue una hora tarde a trabajar porque su marido le está metiendo mano en la puerta?

- Yo... yo... yo... No quería que me acompañase, pero como he salido tarde de casa se vio obligado a traerme y en todo el viaje me ha estado poniendo a cien.

-¿Y qué le ha hecho?

-Empezó poniéndome la mano en la rodilla y poco a poco fue subiendo hasta la entrepierna. Y, como no hay nada que le impida jugar, pues se ha puesto a jugar, tocándome al principio, acariciándome, y después yo misma me he masturbado con dos de sus dedos. No podía más.

Sonreía mientras me lo contaba.

-¿Y cómo es que han salido tarde de casa?

-Es la primera vez que le sucede esto en mucho tiempo.

Se volvió a quedar callada, dándose cuenta que quizá estaba hablando más de la cuenta.

-Venga, hable. Si es sincera será mejor. La falta de puntualidad ya la tiene, lo sabe. O puede que no se la ponga si es totalmente sincera conmigo. Debemos tener confianza el uno en el otro ahora que trabajamos juntos.

-Pues es que me levanto pronto para darme una ducha antes de venir aquí. Lo he hecho siempre, no sólo desde que... -y miró hacia su cintura-. Esta vez ha entrado mi marido al baño antes de irse y me ha visto, y se ha quedado sorprendido al verme rasurada. Me ha preguntado que desde cuándo lo llevo así y le he respondido que leí en una revista que era más cómodo y quería probarlo. No paraba de mirar y se me ha acercado tanto que se ha metido en la ducha conmigo. Me ha empezado a besar como hacía mucho tiempo que no lo hacía, e incluso se ha agachado y se ha puesto a hacerme sexo oral, cosa que antes no quería nunca. Me ha excitado mucho. Y allí mismo se ha quitado la ropa y hemos hecho un 69 en la bañera.

Mientras estaba diciendo todo esto yo me estaba empalmando tanto que me dolía. Además, ella estaba moviendo los muslos, buscando quizá algo de roce.

-Ya veo -dije-, ya veo. ¿Y qué le dijo acerca de salir sin ropa interior?

-Para cuendo los dos terminamos con el sexo oral le dije que teníamos que irnos, que llegábamos los dos tarde a trabajar. Él se dio cuenta que me había puesto directamente la camisa y la falda, nada de sujetador y braguitas, me preguntó con cara rara, y le dije que no había tiempo, que me iban a despedir si llegaba muy tarde. Mi marido asintió, dándome la razón, diciéndome que me llevaría él mismo a la oficina. Y claro, entre el calentón mañanero y saberme sin ropa bajo la falda, pues no pudimos más que utilizar sus dedos para acabar lo que habíamos empezado en el baño.

-¿Y solo eso le ha valido? ¿Un par de dedos?

-No. De hecho, estoy peor que antes.

-Pues mire yo -y le señalé a mi paquete-. La historia me ha puesto como una piedra. Ahora tendré que ir al baño a hacer que esto baje. Y deberá saber que usted es la que lo ha provocado y será la protagonista de mi fantasía. Y para cuando llegue al despacho espero verla trabajar, aunque puede aliviar su calentón, si quiere. No diré nada.

-¿Puedo?

-claro. Y comience a subir por las escaleras. Parece que el ascensor está estropeado.

Y comenzamos a subir las escaleras, dejándola pasar como buen caballero y deleitándme con la vista de su culo y parte de su sexo, brillante por toda la excitación del coche y de la historia.

Cuando llegamos a la oficina yo me metí directamente en el baño. La masturbación duró poco, casi fue la más rápida de mi vida. Me limpié, lavé las manos y salí, dispuesto a sentearme en el despacho. Y allí estaba ella, sentada, con la falda arremangada a la cintura, con una mano en el ordenador y otra en su sexo, acariciando su clítoris con un dedo y otro dentro de ella. Yo me quedé mirándola, aunque parecía que no se había enterado de mi presencia. Cada vez se tocaba más rápido e incluso dejó la mano que tenía en el ratón del ordenador para abrir un botón de su camisa y pellizcarse el pezón. De nuevo me empecé a empalmar. Cerró los ojos, la mano que tenía en el pecho lo pasó al clítoris, moviéndola tanto como podía, y la otra con los dos dedos entrando y saliendo hasta que hizo fuerza con los dedos, dejándolos apretados en su interior, respirando profundamente y, en unos segundos, abriendo los ojos. Respiraba muy rápido, aunque la respiración estaba volviendo a relajarse. Y en ese momento me miró, dándose cuenta que había sido consciente de todo. Sacó los dedos de su sexo y se puso a buscar algo en su escritorio y en el bolso. Después me pidió un pañuelo y le contesté que no tenía. Me dijo que se iba a ir al baño a limpiar, pero le dije que antes tendría que acabar el trabajo atrasado. Esta vez me miró con ojos amenazantes. Y fue a coger el ratón del ordenador cuando le volví a decir que no sería capaz de ensuciar el material de la oficina. Sonreí. Me seguía mirando con odio y se llevó las manos a la boca, saboreándose. Casi me mata. Cuando terminó le dije que había cambiado de opinión y que podría irse a limpiar al baño. Me dio las gracias, se levantó y se fue. Y antes de que dejara el despacho le dije que no se enfadara tanto, que en otros trabajos si se llega tarde se despide en lugar de dejar masturbarse, y en éste no pasa nada. Me volvió a dar las gracias y salió. Yo esperé a que la gente se fueron a comer, incluida ella, y me masturbé tranquilamente en el despacho.