miprimita.com

Mamadas con mi mejor amigo: la tienda de campaña

en Bisexuales

En este relato voy a contar otra aventura que viví en la adolescencia con mi amigo José, el periodo en el que descubrí mi bisexualidad.

Después de nuestro primer encuentro comenzamos a quedar muy a menudo, lo que resultaba fácil porque compartíamos muchas actividades. En realidad seguíamos siendo amigos, ninguno teníamos sentimientos por el otro más allá del morbo, lo que hacía que, aunque muchas de nuestras quedadas acabaran con su polla en mi boca, no era necesario tener sexo cada vez que quedábamos, lo que permitió que conserváramos nuestra amistad intacta.

Una de las mejores experiencias que recuerdo de esa época data de un festival al que fuimos con un grupo de amigos. Entre ellos había sólo dos chicas, y por supuesto la mitad del grupo estábamos como locos detrás de ellas.

Marta era una chica morena, bajita y con unos ojos preciosos, mientras que Sandra era más alta, más “despampanante” en cuanto a curvas, aunque a mí no me atraía tanto por su carácter.

Marta y yo teníamos muy buena relación; era una chica tímida, de risa fácil y cariñosa. Había bastante tensión entre nosotros, un par de veces llegamos a enrollarnos, pero en aquella época yo no gestionaba muy bien mi relación con las chicas y no fui capaz de dar el siguiente paso. El festival me parecía una oportunidad perfecta para pasar unos días con ella, propiciar una situación para lanzarme y, quizá, establecer una relación por fin.

La oportunidad llegó en uno de los últimos conciertos del último día. De todo mi grupo de amigos sólo quedábamos en pie José, Sandra, Marta y yo. El resto estaban demasiado borrachos o resacosos, o directamente preferían reservar fuerzas para la última actuación de todas, un grupo internacional, el de más nombre del cartel.

—Tío —me confesó José mientras dejábamos la acampada para ir al escenario. —Si todo va bien hoy no dormimos juntos.

—¿Vas a saco a por Sandra no?

—Sí, joder creo que me lleva calentando todo el día.

Era la situación idónea para mí; si José se lo montaba con Sandra, yo tendría vía libre con Marta.

Durante el concierto, José y Sandra estuvieron bailando como locos, mientras Marta y yo permanecíamos más tranquilos; alguna vez la cogía de la cintura, rozaba una de sus tetas o me pegaba a su culo, todo esto sin dejar de beber cerveza. Ella me sonreía, con la chispa juguetona que da el alcohol a una persona tímida en sus ojos. Y yo cada vez tenía más claro que esa noche follaba, y me venía más arriba, sobándola con menos discreción.

Cuando acabó la música, José y Sandra habían desaparecido. Me alegré por mi amigo: llevaba todo el festival detrás de esa chica y ahora iba a culminar sus esfuerzos.

Marta y yo llegamos a su tienda de campaña. La verdad es que habría tenido muchas oportunidades de lanzarme en el camino de vuelta, pero con la mente embotada por el alcohol no pensaba con claridad. Ella me miró interrogativamente cuando nos paramos, y yo no me lo pensé más y me lancé a comerle la boca. Mientras nos devorábamos torpemente a causa de la borrachera, mis manos revolvían su pelo, bajaron hasta sus tetas donde acaricié sus pezones y por último fueron a su culo, pegando su cuerpo contra el mío. Pero Marta se separó para meterme la mano por la bragueta y, cogiéndome la polla, empezar a masturbarme con habilidad.

En ese momento, sentí la necesidad imperiosa de ir a mear.

“Maldito alcohol” pensé. Le di un largo beso y con un “ahora vengo” me escondí detrás de un árbol para aliviarme. Ah, eso estaba mucho mejor: quería tirarme a Marta sin preocupaciones incómodas.

La sorpresa me la encontré cuando volví. Marta se había sentado con el grupo de amigos que no habían ido al concierto y que se habían quedado bebiendo. En ese momento, mi amigo Saúl estaba contando alguna anécdota y ella se desternillaba de risa en el regazo de Carlos, un tipo con el que yo tenía cierta rivalidad, precisamente a causa de Marta. ¿Pero cuánto tiempo había tardado en mear? Me senté cautelosamente con ellos y empecé a mirar a mi amiga, pero ella no me devolvía las miradas: era como si la tensión del momento se hubiera esfumado. Lo peor de todo fue cuando Carlos giró a Marta para ponerse frente a frente con ella y empezaron a besarse como locos.

Derrotado, con el humor por los suelos y casi sufriendo los efectos de la resaca regresé a mi tienda de campaña. Me sorprendí al encontrar allí a José, envuelto en su saco de dormir. Me consoló un poco que no hubiera sido el único que la había cagado, al menos nos echaríamos unas risas recordando esa noche en el futuro.

—¿Estás despierto? —dije en voz alta cuando me acosté a su lado.

—Ya te digo —contestó inmediatamente sin volverse. —Tal y como me ha dejado Sandra no hay forma de que pueda dormir. ¿Y a ti qué te ha pasado?

—El cabrón de Carlos, que me he tenido que ir a mear y ha aprovechado.

—No me jodas que la tenías y te has pirado a mear. ¡Jajajaja! — Se giró hacía mí, partiéndose de risa.

Al final me hizo reír a mí también. Tener un buen amigo es oro. Nos quedamos mirándonos a escasos centímetros el uno del otro.

—Se me ocurre una idea —me dijo.

—¿Ah sí? —contesté haciéndome el loco. Mi polla empezó a levantarse de nuevo, después de haberse quedado mustia con lo de Marta.

—¿Qué te parece si jugamos a algo divertido? —continuó mientras salía de su saco y pasaba una pierna por encima de mi cuerpo tumbado. Se me escapó un gemido al verle de rodillas en mi cara. —Tú cierras los ojos y tienes que adivinar qué te voy a meter en la boca.

Si tener un buen amigo vale oro, un amigo y amante no tiene precio. Cerré los ojos, abrí la boca y al instante me encontré chupándole un dedo a José. Sólo con eso tuve que empezar a gemir, mientras el pantalón me hacía hasta daño de la erección que tenía. Aunque tenía los ojos cerrados, cuando sacó mi dedo ya sabía lo que me iba a meter a continuación.

Abrí mi boca para recibir su polla y empecé a comérmela con ansia.

—¿Ya sabes qué es? —me dijo, juguetón.

—Mmmm —gemí yo, con la boca llena de polla.

—No lo has dicho bien. Tendrás que chupar un poco más a ver si lo adivinas. —Me agarró la cabeza y empezó a moverse suavemente, metiéndomela tan dentro que la saliva se me escapaba por los labios.

—Pgonte de pgie —le dije con dificultad. Su cabeza casi daba contra el techo de la tienda, pero me apetecía chupársela de rodillas. Él se rio pero me hizo caso. Me comía su polla mientras le pajeaba lentamente, pasando mi lengua por el glande, atento a sus gemidos, lubricando su enorme rabo. Me la saqué de la boca para chuparle los huevos mientras seguía masturbándole.

Eso le encantaba, y yo sabía lo que venía a continuación. Me apartó y me puso a cuatro patas, mirando hacia el fondo de la tienda. Me bajó el pantalón hasta la mitad y me empezó a comer el culo. Yo intentaba permanecer en silencio, pero entre su lengua húmeda y el tacto de mis pantalones a medio bajar, era una tarea imposible.

—Vas a tener que callarte o nos van a pillar —avisó José, separándose de mi culo con un ruido de succión. Eso y la saliva que me empapaba el agujero me hizo gemir aún más fuerte.

—Con que esas tenemos… —me dijo José. —Me parece que voy a tener que hacer algo.

Cogió sus calzones y me amordazó con ellos. Empecé a lamerlos desesperadamente, deleitándome con el sabor a polla, mientras José volvía a chuparme el culo y me introducía lentamente un dedo.

—Eso es, putita. ¿Quieres seguir adivinando ahora con el culo?

—Mmmmmm —grité, cachondo perdido. Noté su polla, todavía húmeda de mi saliva, abriéndose paso; José me agarró de las caderas y comenzó a follarme mientras yo me rendía al placer, casi desmayado de gusto. No tuvo ni que tocarme, y cuando noté su eyaculación empecé a correrme también.

—Buf —dijo unos minutos más tarde. —Casi me alegro de que Sandra me hiciera la cobra.

“¿Casi?” pensé, mientras los dos nos reíamos. Me llevé la mano a mi culo, todavía manchado de su leche, excitándome de nuevo. Silenciosamente, me acerqué a él cuando su respiración se acompasó, indicándome que estaba dormido o a punto, y volví a sacarle la polla del pantalón. Empecé a mamársela lenta y profundamente, metiéndome todo el tronco en la boca, mientras le masajeaba los huevos. Su respiración se aceleró. Una vez me la saqué para mirarle, a ver si estaba despierto, pero él me volvió a colocar la cabeza sobre su polla con la mano. Sonreí, rodeé el glande con mis labios y empecé a pajearle con velocidad hasta que, con una convulsión, sentí su semen en mi garganta.

Ambos nos dormimos satisfechos. A la mañana siguiente, me encontré con una resacosa Marta.

—¿Qué tal anoche? —le pregunté con sorna. Al verla de nuevo me había vuelto a poner un poco de mal humor. No olvidaba que se había ido con Carlos en cuanto tuvo ocasión.

—No tan bien como tú —me dijo en voz baja.

Me quedé de piedra. No podía creer que me hubiera oído gemir, pero, ¿Marta la tímida me estaba diciendo eso sin estar borracha? Me sentí avergonzado.

—Me parece que todos nos transformamos en la cama —me dijo al oído. —De haber sabido la clase de zorra que tú eres… te habría esperado más tiempo anoche. Pero tranquilo, todavía tenemos tiempo.

Me dio un húmedo beso con lengua. Comencé a excitarme y llevé mis manos a su culo, pero ella me las apartó, y metió la suya en la parte de atrás de mi pantalón. Pegué un respingo cuando noté su dedo en mi entrada trasera. Marta sonrió.

—Tendremos que hablar cuando volvamos al pueblo —me dijo. Y se marchó, dejándome excitado y confundido.