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Mamadas con mi mejor amigo: otro comienzo

en Sexo Oral

Sentía su cuerpo pegado junto a mí, la forma de su polla completamente dura encajándose en mi culo por encima del calzón. Los dos rígidos, temerosos de hacer cualquier movimiento. Me tumbé boca arriba, y el contacto desapareció brevemente. José se retiró, avergonzado, hasta que yo dejé caer mi brazo entre nosotros y mis dedos rozaban su miembro. Respiramos agitados, en la oscuridad, envueltos en tensión. ¿Me atrevería a hacerlo?

Varias horas antes, habíamos vivido otra de esas situaciones típicas de nuestra adolescencia: una película porno, un paquete de kleenex y un par de cojines para taparnos, cada uno en un extremo del sofá. Cuándo cambió la situación de ser graciosa, otra forma más de pasar el rato entre colegas –o más bien entre amigos íntimos- y se convirtió en una situación excitante, no lo recuerdo.

Pero de pronto, me encontraba sentado al lado de mi mejor amigo, y aunque no era capaz de mirarle a la cara, sí que sentía el movimiento del sofá mientras nos masturbábamos al compás. Ambos mirábamos la película que hubiéramos puesto, siempre las mismas pues sólo teníamos dos o tres, pero yo no me enteraba de nada: mi único impulso era lanzarme a lo largo del sillón para meterme su polla en la boca. Deseaba lamer su tronco y succionar su glande, sentir el sabor de su miembro cachondo y hacerlo explotar en mi boca, tragándome hasta la última gota de leche y dejando el pene limpio y reluciente de saliva.

Y al final siempre sacudía la cabeza y me decía que no podía hacerlo: no podía arriesgarme a perder a mi amigo, sobre todo porque sabía que luego me arrepentiría de lo que había hecho. Terminaba la paja, quitábamos la peli y todo volvía a la normalidad.

Hasta ese día, ese día había ocurrido algo diferente. José se masturbaba viendo a una belleza rubia chupando la polla de un tipazo negro, y yo a su lado hacía lo propio imaginándome que yo era la rubia y el pollón el de mi amigo. De repente, sonó la puerta de su casa donde nos íbamos a quedar a dormir.

-¡Es mi hermana! –musitó José- No debería haber venido tan pronto…

Nos subimos el pantalón a toda prisa. Por suerte, la goma del pijama es elástica, o si no habría sido muy incómodo guardar semejantes erecciones. Por un fugaz momento alcancé a ver la polla de José a escasos centímetros de mí, grande y gorda, antes de que desapareciese debajo de la ropa.

Fingimos que dormíamos cuando la hermana mayor de José entró a la habitación a comprobar si estábamos ahí. ¿Por qué la gente adulta siempre se interponía en nuestros juegos de adolescentes?

Con las respiraciones agitadas, y una vez pasó el momento de que nos pudieran pillar, ambos empezamos a reírnos por lo bajo.

-Joder, qué cerca.

-Menudo momento malo para venir, estaba a punto.

-¿Te imaginas que nos hubiera pillado?

-Habría pensado que estamos hechos un par de maricones –dijo José riendo.

Ese comentario hizo que se me apagase un poco el calentón y me entrara la sensación de culpabilidad. Era evidente que no íbamos a terminar ni la película ni la paja, así que nos dispusimos a dormir.

No sé si fue la tensión del momento, el calentón que no se había apagado del todo, la noche tan calurosa de Julio, o más bien un poco de todo, pero decidimos en silencio tirar los colchones al suelo y acostarnos ahí, aunque no lo habíamos hecho nunca. Con un movimiento despreocupado me quité el pantalón para quedarme en calzones, y José me imitó. Nos reímos al ver su polla, aún erecta, sobresalir como una tienda de campaña, y nos reímos con más nervios cuando a la mía le ocurrió lo mismo.

-¿Te has puesto cachondo, eh? –dijo bromeando, aunque su tono expresaba cierta cautela ansiosa.

No pude evitarlo, me puse nervioso y me giré hacia el otro lado. Noté una ligera decepción en el ambiente, y sólo eso me impulsó a poner mi culo en pompa para rozarme con José. Él tomó el mando en el siguiente movimiento y se giró hacia mí, colocando la polla sobre mi agujero.

Y hasta ahí había llegado. Estaba ahora rozándole con la punta de los dedos. Los moví suavemente para acariciar la punta y José no pudo reprimir un suave resoplido. Poco a poco, mi mano se cerró sobre su polla, y con cada vez más confianza debido al extremo calentón que nublaba mi mente, me deslicé entre la goma del calzoncillo y agarré el palpitante y caliente bulto.

José cerró los ojos mientras le hacía una lenta paja, y eso me facilitó la tarea de bajar poco a poco por el colchón y admirar de cerca su enorme polla. Abrí la boca y saqué la lengua, a apenas unos milímetros de su glande empapado, y al levantar la vista crucé la mirada con mi mejor amigo, y vi que sobraban las palabras. Introduje su húmedo miembro en mi boca, embriagándome con su sabor, tal y como yo lo imaginaba, y José gimió sin poder contenerse al notar mis labios cerrarse sobre su polla y mi lengua recorrer toda su superficie. Pajeé y mamé al mismo ritmo, produciendo un chup chup que resonaba en el silencio de la habitación. Pronto me sentí cómodo agarrando esa polla que no era mía y empecé a jugar con ella, sacándomela de la boca para darle lametazos y para volver a introducírmela después. Como vi que José disfrutaba, me animé y le chupé los huevos mientras le seguía pajeando. Tenía sus huevos llenando mi boca por completo cuando sus manos acariciaron mi cabeza, primero suavemente, luego más firme, y entendí lo que mi amigo quería de mí.

Me saqué los huevos de la boca y se los masajeé con mi otra mano, mientras aceleraba la paja y le miraba relamiéndome. Él gemía cada vez más descontrolado, y entre suspiros pude entender un entrecortado “chúpamela”.

Tan pronto como mis labios se cerraron sobre su polla, recibí una descarga de leche en el paladar. Me pilló por sorpresa, y la siguiente me dio de lleno en los labios cerrados, salpicándome las mejillas. Entonces abrí la boca para tragarme el resto, pero había más de lo que podía engullir. Me rebasó las comisuras de los labios y se deslizó por mi barbilla, dejándome completamente manchado, y entonces mi propia polla empezó a correrse sin ni siquiera tocarla.

No recuerdo mucho más de aquella noche. La incomodidad desapareció para dar paso a las risas y las bromas por la cantidad de semen que ambos habíamos echado, lo que nos había dejado tremendamente aliviados.

Pero sí recuerdo la mañana siguiente. Con la habitación en penumbra por la persiana bajada, un trozo de carne que se convertiría en mi juguete favorito durante mucho tiempo me despertó abriéndose paso entre mis labios cerrados y todavía oliendo con fuerza a semen.

-Hora del desayuno- me dijo la voz de José. Sonreí y abrí la boca para recibir su polla.