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Me tiré a las mujeres de unos senderistas

en Hetero: Infidelidad

   Marta se empeñó en que la acompañara a hacer senderismo con su grupo de montaña, y no pude negarme, después de que el otro día me la chupara en su despacho; y es que tener una jefa que te la chupe en su despacho es algo muy especial.

   El grupo de senderismo está formado por tres parejas de cuarenta y tantos años, un hombre de sesenta, Marta y este domingo también yo. Todos ellos practican senderismo juntos desde hace más de tres años como me comentó Marta.

   Me voy a situar en el domingo pasado, para narrarlo en tiempo presente porque es como lo recuerdo, por ser un día difícil de olvidar. He cambiado todos los nombres, menos el mío.

   Estamos subiendo la montaña, mis piernas están fuertes de hacer bicicleta y no me cuesta mucho avanzar. Los senderistas se ven buena gente,  y con mucha camaradería; me han recibido con besos y abrazos, y quieren que siga saliendo con ellos después de hoy. Marta está subiendo más rápido que yo, "que yo y que todos", ¡parece una liebre la tía!, ella está muy fuerte y también está muy buena (su figura es de las que la gente sigue con la mirada), por eso la siguen de cerca los tres senderistas, ¡tras el olor de su coño!, mientras yo voy en retaguardia con sus mujeres y el hombre mayor.

   Ya llevamos dos horas caminando y estamos divididos en dos grupos; a la cabeza, un kilómetro más arriba, continúa Marta y los tres hombres, más atrás estamos Paco las tres mujeres y yo; desde aquí se escucha el eco de sus voces hablando con ella, muy simpáticos los tres. Hace mucho frío, eso que diciembre empezó cálido pero hace días cambió, y ahora aquí arriba se nota más aún el frío. Ya no vemos al grupo de cabeza, ¡los muy capullos ni nos han esperado!, yo podía ir con ellos, pero no he venido a hacerse el gallito, y dejar atrás a las señoras solas.

   Paro para orinar detrás de unos arbustos, y mientras meo, Alba se acerca buscando sitio para lo mismo que yo, me está mirando el pene y me dice:

   — ¡Perdón!, buscaba donde orinar también, ¡Antonio!, ¡pero qué barbaridad de polla tienes! —y se aleja buscando otro "meadero".

   Después de la parada, las tres están cuchicheando entre ellas, con risas y miradas lascivas hacia mí. Ahora en el ascenso a la montaña caminan detrás de mí, y me hablan mientras andamos, como en broma:

   —Qué bueno está el nuevo ¡no te la guardes!, ¡ven para acá!, jajaj —dicen bromeando, Paco el hombre mayor les dice:

   —pero qué bordes sois las tres, que lo vais a poner colorado a Antonio con las bromas.

   Están siendo muy simpáticas conmigo. (Mi físico es normal, aunque las mujeres dicen que estoy bueno, "pero exageran"). Ha comenzado a nevar, y hace un frío de dos pares de cojones, una de las senderistas, Alba (la que está más buena) se ha parado, y nos dice:

   —Bueno amigos, la nieve no es lo peor, la ventisca es lo malo; ¡eso que decía el tiempo que no nevaría!, la ventisca en la montaña te hiela los huesos Antonio (me dijo a mí por ser inexperto) y la sensación de frío es mayor.

¡Iris!, ¿has conseguido hablar con tu marido por teléfono?

   —No, no tengo cobertura Alba.

   Nadie tiene cobertura.

   En el grupo quedamos dos hombres, y tres mujeres. Olga nos ha convencido de que tenemos que buscar refugio, y que lo mejor es darnos la vuelta y buscar alguno bajando, por si arrecia el temporal; que los de cabeza, (que no tienen cabeza) seguro que harán lo mismo más arriba.

   Hemos bajado un buen trecho y el viento y la nieve arrecian, se ve una pequeña cueva de poco más de un metro cuadrado, Alba dice:

   —Aquí no cabemos todos, lo mejor es que Paco y tú Olga os quedéis, que se os ve más cansados, Iris, yo y Antonio buscaremos refugio más abajo, y si empeora el tiempo volveremos con ayuda para vosotros y los que están más arriba, quedaros vosotros con la manta.

   Estamos bajando a buen paso, Alba Iris y yo, en el descenso me estoy quedando helado, tenía que haber traído una cazadora más gruesa, como las de ellas, pero yo no conozco la montaña, ¡tiemblo!, seguimos. ¡Qué alegría!, se ve una cabaña pequeña, de solo dos por dos metros, Iris y Alba abren la puerta y entramos. Es una cabaña de guardas forestales abandonada, con una estufa y un montón de leña apilada en un rincón; Iris me habla:

   — ¿Estas bien Antonio?, ¡el pobre!, con esa chaqueta de verano, te tenías que haber quedado en la cueva, que estamos tontas, perdona hombre —se disculpa Iris.

   Mientras castañeo los dientes como los de un cocodrilo, "con fuerza" y casi mareado le digo que no es su culpa. Afuera el temporal de nieve es terrible y se está haciendo de noche, y el viento sopla como si gritara; entre las dos encienden una vieja estufa de leña, mientras yo sigo tiritando, empapado, helado y casi mareado, entonces Alba se dirige a Iris:

   —Iris, tenemos que hacerlo entrar en calor, vamos a quitarle su ropa mojada y a calentarlo con nuestros cuerpos ya que no tenemos nada con que arroparlo, que tiene los labios morados y no me gusta un pelo su aspecto —dice Alba con voz preocupada.

   Me han desvestido en un santiamén, y después se han desnudado las dos, Iris me está secando un poco con su camiseta interior. Los tres estamos de pie junto a la estufa, que ya va dando algo de calor; a mis espaldas se ha pegado Iris, y aunque algo mareado he sentido mucho alivio y placer cuando ha aplastado sus pechos contra mi espalda, clavándome en los omoplatos sus pezones endurecidos por el frío, mi pene ha revivido y se ha desplegado un poquito, rozando el vello púbico de Alba, que me abraza por delante apretándose intensamente. Los grandes pechos de Alba dan calor a mi pecho helado, Alba ha abierto un poco sus piernas para que sus muslos coincidan con los míos y así darme calor; ¡qué vergüenza!, al abrir ella las piernas mi pene se ha alzado un poco y se ha apoyado en su cálido coño por debajo. El calor de su coño ha despertado del todo mi miembro, y mis veinte centímetros de gruesa polla se apoyan en los labios entreabiertos del coño de Alba, que vergüenza, sin conocernos, ¡cuánta más vergüenza más me empalmo!, Iris pregunta a Alba:

   —Tú que ves su cara, ¿lo notas mejor?

   —Está mejor Iris, lo noto "más animado".

   Alba no le dice nada a Iris de mi "súper" empalme, lo que hace es abrir más las piernas, dejando que mi pene se acople entre sus labios como un perrito caliente en el pan. Mi polla arde, ya estoy más repuesto, pero sobre todo muy excitado con las dos mujeres desnudas apretándose contra mí. Alba baja una mano y agarrar mi miembro, ¡eso no lo esperaba!, la hacía preocupada, lo achucha hacia arriba hasta metérselo en la vagina, al principio solo mi glande (que es cabezón), pero moviendo su culo y con la ayuda de su mano se lo "ha clavado hasta la mitad", ¡coño que placer!, sentir el calor de su vagina abrazar mi polla con el frio que tengo. Iris desde atrás ha bajado una mano y me ha agarrado los huevos, "sopesando" mi bolsita, que se ha dilatado, extendiendo mis huevos sobre su mano, después ha buscado mi polla, y ha encontrado el coño de Alba que había engullido mi miembro como una boa constrictor, Iris soltando mis huevos y asomada a mi hombro le dice a Alba:

   —Alba, ¿Te lo estás follando mientras lo calientas?

   —Si

   Iris no ha dicho nada más, solo ha vuelto a agarrar mis testículos y a magrearlos, después con sus dedos ha formado un anillo ha rodeado mi polla y ha rozando el coño de su amiga. Mi excitación ya es total, agarro a Alba por la cintura y comienzo a "meter y sacar polla con brío", ella jadea mientras mi pene la empala entrándole entero, puestos los dos de. En ese momento Iris, ¡me mete un dedo en el culo!, ¡y lo menea!; yo doy un suspiro y paro, y les digo a las dos:

   —Me habéis calentado, me habéis revivido, y me estáis poniendo a cien, ¡gracias!, me gustaría follaros a las dos, si no queréis seguir solo decírmelo, ¿podríais poneros las dos de rodillas?, ahí, junto a la estufa, con el culo en pompa para follaros a las dos a la vez, "lo deseo tanto", iré alternando entre una y la otra —Iris dice si, y se pone de rodillas y Alba me dice:

   —Antonio, estamos casadas, ¡ni una palabra a nuestros maridos!, ni a Marta ni a Paco tampoco, esto es algo que nunca antes habíamos hecho, ¿vale?

¡Por supuesto! —digo con seguridad.

   El viento es tan fuerte que tiembla la cabaña, por el tubo de gases de la estufa entra a veces el aire avivando el fuego con llamas hacia el interior, la nieve cae tan intensamente que no se ve a dos metros por la ventana, y me pregunto: ¿Cómo estarán los de arriba?, y aunque me preocupan, también es verdad que saber que no asomaran de pronto el resto de senderistas (sobre todo los esposos de Iris y Alba) me da tranquilidad, y me hace sentirme dueño de las dos, ¡ahí delante de mí!, "con sus culos en pompa", pegadas la una a la otra con sus cabezas a un metro de la estufa.

   Meto la cabeza en el culo de Alba, y le doy con la lengua en su bollo salido por detrás, grita, cambio de culo y muerdo los cachetes a Iris, que más que gritar maúlla. Mi polla quiere reventar, agarro el culo de Alba y le meto el pene entero, de una sola estocada, pero lentamente, ella jadea, le doy varias embestidas y su coño ya chorrea como una esponja, saco mi miembro y se lo intento meter a Iris; su coño es más estrecho y mis veinte centímetros de largo, por cinco de ancho, ¡no entran!, la punta, como huevo de gallina, "tampoco". Entonces se lo chupo como un poseso, absorbiendo sus pliegues, mi lengua hace círculos en su ojete, luego en su vagina, "que rica está"; pruebo otra vez y le meto media polla apretada, la muevo despacio y se dilata, y de un último golpe mi polla entera descansa dentro de ella, meto y saco, meto y saco, ¡no paro! Al final su coño es un charco, y ella grita muy seguido, "como si cantara".

   Se la saco a Iris y se la meto en Alba, "solo tres toques", otros tres a Iris, al final solo meto una vez en cada una, rápido; "como comiendo de dos platos a la vez" (mis huevos bailan en el aire, "henchidos de deseo"). Acelero dentro de Alba, y se corre dando gritos y mojándome los huevos, se la saco y penetro a Iris, con rabia, arrastrando la carne de su coño como un filete retorcido, "adentro y afuera", ¡qué gozada! Da un alarido, contrae su coño contra mi polla y se corre, y se relaja; les digo:

   —Por favor daros la vuelta y así de rodillas, ¡chupármela las dos!

Se han girado en redondo, yo me pongo de pie, las venas marcadas de mi grueso pene brillan a la luz de la estufa, mi glande luce como si fuera un espejo carmesí, Alba me dice:

   —Que pedazo de polla mas rica tienes —acto seguido abre la boca como una rana y atrapa mi gordo glande, me guiña y clava sus dientes un poco.

   Iris mete la cabeza por debajo entre Alba y yo, y me apresa un testículo, lo chupa y hace como tragarlo, luego lo suelta y da con la lengua en el tronco de mi polla (como un gato que lamiera el lomo de otro gato), tropezando se cara con la de Alba, la cual succiona mi gordo glande con los labios tan abiertos como un sombrero mexicano. Agarro a Alba por la nuca y le meto medio pene en la boca, ella me mira a los ojos y le digo:

   —Abre más, por favor.

   Alba abre más la boca y le meto mi pene muy despacio, al final mi pene entra entero, y Alba con la boca ensanchada, derrama la saliva por la comisura de sus labios, cayendo sobre mis testículos, aplastados contra su cara. Mi pene se tensa dentro de ella como un garrote; antes de correrme lo saco de su boca, y mientras acaricio el cabello de las dos con una mano, con la otra me meneo la polla frente a sus rostros hasta correrme intensamente (una semana llevaba sin eyacular); mi semen se estampa en la cara de Alba, manchando sus ojos y nariz; su boca abierta caza varios salpicones al vuelo y un último chorro cae en la cara de Iris. Miro sus rostros, y las veo sonrientes y lascivas con chorreones de mi semen, sus cabellos también lucen algún resto de semen; pero lo que más me llama mi atención es un péndulo de semen blanco que cuelga del párpado derecho de iris, el cual se balancea al compás de sus parpadeos sonrientes. Viendo sus rostros salpicados con mi leche me siento obsceno, pero a la vez muy excitado, tanto que me sale del pene un pequeño y último chorreón de semen, Iris lo ve, se me acerca y me da un lengüetazo en la punta, lamiendo el último trazo de mi leche; y mientras se lo traga me mira a los ojos lasciva.

   Después de secar las ropas en la estufa (gastamos toda la leña) nos las pusimos los tres, y a las pocas horas salimos, hacia sol pero había más de medio metro de nieve, al llegar al pueblo encontramos a los demás. Los había rescatado un helicóptero esa mañana (un pastor los vio hacer señales), Me abrazo a Marta contento de que esté a salvo; las esposas se abrazaron a sus maridos, que por ser expertos senderistas se salvaron, enterrándose en la nieve junto a Marta, mientras pasaba la ventisca, Paco y Olga fueron rescatados por el propio pastor que vio las señales del grupo de cabeza.

    Antes de despedirnos Alba me dijo bajito al oído:

   —Antonio, me duele el coño y la boca, eres un animal, ¡canalla!, pero me has hecho tan feliz.

                                                    —Fin—

                                              © Antonio2016