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Reencarnación 17

en Sexo con maduras

                                                                                            Reencarnación 17

Mi vida es maravillosa. Me gustaría sentirme culpable o tal vez compungida por la situación, pero la realidad es otra, da igual lo mucho que lo quiera negar.  Podría engañarme a mí misma, en este pseudo diario que comencé a escribir hace ya casi un año, aunque no serviría de nada, y dadas las situaciones, cualquiera que lea esto tampoco me iba a creer.  Por lo tanto, no voy a mentir.

Estoy en un restaurante  elegante, cenando con Javier, que con un traje italiano a medida, luce ante mí su media sonrisa cautivadora. Sus ojos pardos se clavan en el azul de mi iris, y no puedo evitar sonrojarme todavía, pese a lo que hayamos pasado, la forma en que me observa me descoloca cualquier orden preestablecido.  Me hace gracia la forma en que tiene que tomar la copa de vino, ladeándola por su nariz torcida, o las minúsculas migas de pan que se afana en limpiarse de su barba de tres días. Quiere mantener las apariencias en una sala de luz tenue, música de orquesta y mesas llenas de pomposos personajes.

Charlamos repasando entre sonrisas y caricias de nuestras manos sobre el mantel. Hablamos de todo, desde lo que nos pasó por la mente la primera vez que nos vinos hasta lo  genial que ha sido prepararnos para celebrar mi cumpleaños hoy con esta cena.  Iba a venir con un finísimo  vestido negro, nuevo y comprado para la ocasión,  escotado con la espalda al aire y una abertura que dejaba mi pierna derecha casi visible en su totalidad. Y digo iba, porque en cuanto Javier me vio así se aferró a mis caderas empotrándome contra una de las paredes de mi cuarto, rasgo la tela de mi pecho a la ingle, echó el minúsculo tanga nuevo a un lado  y sin oponerle ninguna resistencia me folló,  dos voces o puede que  más. Ya no me avergüenza reconocer que me he corrido al menos cinco veces, que he perdido la consciencia al menos una  y que para cuando calmamos nuestro arrebato pasional, limpié el semen de mi interior con los girones de mi atuendo de más de mil euros.

De recordarlo mis mulsos se frotan, pero tras lo sucedido, nos dimos una nueva ducha ambos y me puse la primera prenda elegante que encontré, una blusa blanca dejando un hombro y mi cintura  al aire, con  un pantalón negro elástico y ceñido. No es que fuera lo más adecuado para la categoría del restaurante, pero con unos tacones altos y mi rubia melena lisa cayendo sobre un lado, nadie se atrevería a decir que voy mal.  Y menos Javier, que se ha esmerado en regalarme por mi cumpleaños una noche especial.

Es extraño pensar que ya haya pasado un año desde que le conocí,  que con treinta y ocho años mi vida iba a dar un vuelco de esta manera, en sólo doce meses. Desde mi viudez, pasando por mi nula vida sexual previa o mi subsistencia anodina y protocolaria a manos de mi hijo, todo se ha esfumado. Ahora tengo una pareja que apenas ha dejado la adolescencia, seguida de un sinfín de encuentros amorosos que le han dado sentido a mí existencia.

Lo más triste y cruel es que aún me apene cada vez que pienso en Carlos, pero siendo objetiva, echarle de casa  hace seis meses fue lo mejor para todos. Y el tiempo me ha dado la razón. 

Los primeros días fueran terribles, la verdad, fue muy duro sobrellevar las insistentes suplicas de mi vástago. Pero cuando por fin hablé con sus abuelos paternos y les propuse que se fueras a vivir con ellos, parecieron encetados.  No me extrañó, siempre han querido hacer las cosas a su manera y no pidieron muchas explicaciones, pese a estar dispuesta a contarles todo, incluido lo de Javier.  En menos de una semana la mudanza ya estaba hecha y por fin tenía mi propia casa, sola para mí. Libre tras tanto tiempo siendo cautiva en mi propio hogar.

-JAVIER: ¿En qué piensas?

Su voz, grave y profunda, me saca de mis pensamientos, por lo visto me he quedado ausente unos segundos. Tomo su mano  besándola, repasando luego con mi pulgar la huella de mis labios rojos dibujados sobre su piel. Le sonrío como solo sé hacerlo con él, ilusionada y divertida.

-YO: En nada  mi galán, solo estoy feliz.

Asiente sin más. Sabe que no es únicamente eso, pero nos conocemos  lo suficiente para no presionarnos. Confiamos el uno en el otro y si nos tenemos que decir algo, lo hacemos sin tapujos.

No esperé nada. Al día siguiente de marcharse Carlos, Javier empezó a mudarse a mi casa. Mantuvimos una tenue y corta discusión sobre la moralidad  de vivir juntos e incluso él habló de pagarme un alquiler. Tonterías ya que yo deseaba que viniera, y el venirse.  Fue sencillo llegar a un acuerdo.

Desde ese momento todo ha salido redondo. Seis meses de autentica felicidad.

Mi relación de pareja solo ha ido a más,  pese a sus estudios y ser incapaz de hacer que dejara su trabajo a media jornada o que pague sus propios gastos, el resto del tiempo en que yo no trabajo, lo pasamos juntos. En todo ese margen, no recuerdo un sólo momento de incomodidad o tristeza entre nosotros.  

Carlos maldijo y farfulló hasta que se vio en casa de sus abuelos. Por lo que sé, en gran apreté por lo que Celia me cuenta ya que hablamos con regularidad, el primer mes fue como él esperaba, siendo el niño mimado, le pagaban y le concedían todo lo que quería. A partir de ahí, todo se le fue al traste, mis antiguos suegros se  hartaron de tener a un vago aniñado en su hogar,  descuidando nos solo sus estudios, también a su novia embarazaba, para irse de fiesta o de compras con amigos. Le cerraron el grifo de golpe y tuvo que aprender la máxima de ganarse las cosas. Si no iba  a la universidad no le daban dinero, si no salía con su chica, no podía salir de casa y si no hacía determinadas tareas, le quitaban cualquier tipo de tecnología con la que poder distraerse.

En cuanto se puso la cosa fea, me llamó rogando por volver a casa, pero me mantuve firme y claudicó. Me duela o no, en unos pocos meses han logrado reconducir a un hijo al que yo ya di por imposible. Razonándolo un poco, Luis era muchas cosas, bastantes buenas y pocas malas, no es de extrañar que sus padres le educaran bien, y que podrían hacer lo mismo con su nieto.

Por otro lado, está el embarazo de Celia, que avanza sin remedio y, gracias a dios, sin percance alguno. El doctor Pedrerol ha seguido el caso personalmente y hasta los padres de ella han terminado asumiendo la situación con más normalidad, sobre todo a raíz del cambio  actitud forzado de Carlos. Como decía, ella y yo hablamos mucho y hemos ido quedando algún que otro día, aunque el contacto es mucho más limitado que antes. Todos parecen querer alejar a los jóvenes de mí,  la idea al principio me horrorizaba pero según ha pasado el tiempo, no veo nada negativo en ello.

Todo ha derivado en que ahora mismo,  soy responsable únicamente de mí misma. Una sensación olvidada, si es que alguna vez la sentí, pero que he acogido con gusto, acompañada por un joven a quien no puedo negarle nada, porque sé que él no puede negármelo a mí.  Nos amamos sin condiciones ni prejuicios, y por dios bendito ¡Qué bien sienta!

-JAVIER: Bueno, espero que te haya gustado la cena.  – sacudo la cabeza, obligándome a volver a mi realidad actual.

-YO: Claro que sí, estaba todo delicioso.

-JAVIER: Eso espero, la cuenta va a ser  una pasada. – dice alzando la mano, llamando al camarero.

-YO: Ya sabes que no tienes porqué invitarme al algo así.

-JAVIER: Por supuesto que sí, tú me regalaste este traje tan…- caro, quiere decir.

-YO: Bonito. Y Era tu cumpleaños.

-JAVIER: Y hoy es el tuyo, así que me vas a dejar pagar o…- la llegada del metre le interrumpe, dejando una bandejita de plata con la cuenta encima, antes de marcharse.

-YO: ¿…O qué? ¿Me castigarás al llegar a casa?

Su sonrisa se le borra cuando siente mi pie por debajo de la mesa, acariciando su pierna hasta ascender a su entrepierna, presionando con mi tacón su miembro, fácilmente localizable debido a su tamaño. Mi sexo se humedece al escuchar cómo su garganta emite un leve gemido.

-JAVIER:   Voy a pagar la cuenta, y tal vez decida castigarte de todas formas.

Me muerdo el labio  lasciva, sus ojos emiten el brillo del deseo y no encuentro ningún titubeo en sus palabras. Habla totalmente en serio, y le creo. Es por eso que mi rostro se enrojece y noto un calor abrasador entre mis muslos. De alguna forma lo sabe y alarga su mano para posarla sobre mi mejilla, de forma sutil acaricia mi boca con su pulgar, apenas un roce, que me hace cerrar los ojos apoyando mi cabeza.

-YO: Está bien, paga tú, mientras me voy al baño un segundo.

Tengo la sensación de que lo hubiera dicho o no, hubiera pagado él. Pero noto cierto control al darle permiso en cosas así. Me pongo en pie y paso a su lado, le cojo de la mano para agacharme y besarle en los labios fugazmente. Intento echar a andar al alzarme pero no me suelta la muñeca y da un ligero tirón de mi brazo para girarme y toparme con su tremendo tórax. Ni siquiera sé cuando se ha puesto de pie, pero sus manos se enroscan en mi cintura, las mías en su nuca y en apenas un segundo nuestras bocas se unen, probando el carmín de mi pintalabios y saboreando la sensación de nuestras lenguas chocando. Puedo notar cómo el volumen de la sala disminuye, en un ambiente tan sofisticado no están acostumbrados a muestras tan viscerales de afecto.

Doy gracias al cielo porque, antes de dejarme marchar, no me agarre del trasero delante de todos. Mi mirada se clava en el suelo sin  querer hacerlo, ligeramente avergonzada, escondiéndome de  los ojos inquisitivos de todos esos camareros vestidos de pingüinos, del jefe de sala con pinta de director de ceremonias y de todos los clientes acaudalados que giran sus cabezas a mi paso, en sus mesas barrocas y recargadas de flores.

Troto hasta el baño de mujeres por un pasillo lateral, casi agradezco el aumento de la luminosidad, las velas y luces alógenas llegan a  cansar la vista. Llego a la puerta que dice “LADIES” y paso a un increíble excusado con una pila de mármol de tres grifos dorados  ante un espejo con marco de ébano cado uno. Al otro lado tres puertas laqueadas con picaportes de los años cincuenta. Por suerte la estancia está vacía, o se me leería en la cara la idea de que se podría comer en los azulejos  azules  del suelo o las paredes.

Giro uno de los pomos y me adentro en un inodoro algo más moderno y convencional que el resto de la decoración. Me aseo un poco y al salir me repaso el maquillaje ante mi reflejo. Me veo brutalmente sexy, pero no de la forma en que se suelen ver las mujeres, buscando más lo fallos que los puntos fuertes. Me observo y me tono la piel brillando, el azul de mis ojos tintinea de emoción y mi cabello se mueve como sólo parece que pasa en los anuncios de champú. No me siento guapa, me siento deseada de una forma animal y contundente. Con la firme idea de ir a casa y follar como locos, abro la puerta del baño para salir disparada, y chocarme de golpe con un cuerpo masculino.

-YO: Dios, perdone.

-JAVIER: No tienes nada que disculpar. – alzo la mirada asombrada, está rodeándome con sus brazos,  de la misma forma que la primera vez que tropecé ante él.

-YO: Que susto me has dado Javier. ¿Qué haces aquí?

-JAVIER: Ya he pagado la cuenta…- se acerca hasta rozar mis oído con sus labios –…y he decidió no esperar a casa para castigarte.

Un escalofrío me recorre la espalda y antes de que termine nos estamos besando y entrando de nuevo al baño. Sus manos bajan directas a mi trasero, el cual amasa y palmea al ritmo de nuestros giros de cabeza, conducidos por nuestras lenguas que bailan un compás diabólico. Si quisiera, podría decirle que parara, me reiría y le diría que se espera a llegar a casa, que no deseo hacerlo allí. Pero he dicho que no iba a mentir.

Me agarro a su cadera y la pego a mi vientre, donde noto su miembro duro presionándome. Giro la pelvis para friccionarlo y al minuto  se separa de mí para coger aire.

-JAVIER: Te amo y no voy a parar hasta follarte aquí y ahora.  – maldita sea, como si fuera a dejar que parase. El traje le queda como un guante y está para devorarlo allí mismo.  

Retrocede un paso, dejándome extasiada apoyada en la pared de azulejos, cierra la puerta del baño con pestillo y avanza en mi dirección con paso felino. Toma mis manos y las alza por encima de mi cabeza, para aplastarme con el peso de su cuerpo hundiendo su boca en  mi cuello, el placer que me produce la situación multiplica por mil lo que ya de por sí me vuelve loca. Doblo mi pierna derecha para presionar su sexo, buscando la mejor manera de empezar ya a masturbarlo con la ropa puesta.

Sus manos descienden hasta mi cadera, ascendiendo de nuevo, pero ya por dentro de mi blusa aferrándose a mis senos libres de sujetador. Tampoco es que fuera una novedad, ya que los pezones duros se marcan  través de la tela. La forma en que los retuerce me hace jadear, sujetándome a su cabeza cuando la baja un poco, chupando uno de ellos con la misma pasión con la que luego tira de él con los labios.

JAVIER: Date la vuelta.

Diría que me lo ordena, pero ni siquiera es eso, es un aviso antes de cogerme  la cintura y girarme de cara a los azulejos. Una de sus manos va directa a mi pecho, cogiendo uno de ellos y torturándome mientras lo acaricia. La otra desciende por mi vientre, como una serpiente, introduciéndose en mis pantalones y llegando al minúsculo tanga, que ya mojado, marca la silueta de mis labios mayores en la yema de sus dedos.

-YO: Dios….no pares.

Jadeo, por no implorarle. El frote de su dedo corazón en mi vulva me hace arquear la espalda, apoyando la cabeza en su hombro, dejando mi cuello a su alcance, el cual ataca, sorbiéndome la vida al coser su boca a mi yugular.  Trato de sacar la cadera y con mi trasero presiono su miembro, logrando que quede encajado entre mis glúteos y hacerle gruñir de placer. Es un mero intento devolverle algo, empieza a mastúrbame aún con la ropa puesta y lo hace de forma magistral, llevándome al éxtasis.

Cuando mis aullidos se vuelven rítmicos, mis manos se lazan en busca de su cadera, no es hasta unos segundos después que tira de mi blusa sacándome la por la cabeza. Doy gracias porque mis pantalones son elásticos, ya que tira de ellos, y del tanga, hasta los tobillos, con tanta fuerza que si fueran unos vaqueros me los hubiera roto. Los tres azotes poderosos  me sacan sendos gemidos,  para  a continuación sujetarme de un glúteo.

-JAVIER: Ábrete.

Es un susurro que para mí es la única verdad. Separo un poco los pies al sentir su glande rozar mi espalda, está cálido y húmedo, listo para penetrarme. Retuerzo la cabeza deleitándome con la visión de Javier, con el traje italiano a  media y su miembro enorme y ancho sobresaliendo en dirección a mi sexo.

Cuando toma de la base de su erección, me ayudo de los tacones para alzarme y ayudarle a que encuentre el ángulo perfecto. Es ya una rutina y la punta se desliza en mi interior con una facilidad pasmosa para la diferencia de tamaño. Uno de sus brazos me rodea el vientre por completo, su otra mano me fija del hombro, dejándome sin aire al sentir la suavidad de la tela de su traje en la piel de mi trasero.

-YO: Ummmmmmm. –gimo sin remedio.

-JAVIER: Nunca me cansaré de tomarte por detrás.

No puedo rebatírselo, la forma en que me penetra cuando le doy la espalda es de locos. Y eso que cuando estamos cara a cara es una barbaridad. Como siempre, comienza suave, sacando y metiendo todo el largo de su miembro, mojándose todo el tronco, hasta que mis paredes vaginales se expanden ante su invasión, y es cuando la locura llega.

En pocos minutos ya se oye el chapoteo de mi sexo lubricando por la excitación, el chasquido de mi culo chocando con su pelvis y los bramidos de ambos, tramando de mantener  los sonidos por debajo de un límite establecido, que a cada instante debemos aumentar. Del martilleo constante, mi torso se pega  a la pared, el contacto de los azulejos fríos con mis senos me excita hasta sentir el hormigueo que nace en mi vulva. Un azote en mi culo me recuerda lo bien que me conoce ya, y  aumenta las embestidas para hacer explotar mi cuerpo en un orgasmo sideral.

-YO: ¡Dios, me corro!- repito entre jadeos.

Para él apenas hay cambios,  sonríe mientras le da igual que me retuerza contra la cerámica, continua metiéndomela al mismo ritmo, manteniéndome todo lo quieta que puede, resoplando como un búfalo en carrera. Al sentir los fluidos recorriéndome al cara interna de los muslos abro la boca del todo, soltando un aullido de lamento, no porque no quiera nada de esto, es más una ruego  a que no acabe.

La mano en mi cadera desciende a mi clítoris,  sobresaliente e hinchado, lo acaricia en círculos mientras  continua taladrándome cambiando a una velocidad más pausada sus envites. Se va a correr y lo hará dentro de mí, como sabe que me encanta. Jala de mi cabello antes de sentir los chorros de semen bañándome por dentro, bombeándome  de tal manera que me sobreviene un segundo orgasmo más tenue pero igual de delicioso, dejando mis piernas temblando con la absoluta certeza de que me iría al suelo si no me tuviera empalada.

“TOC, TOC” al principio es sólo un ruido lejano, pero tras recuperar el aliento, se repite el sonido más nítido de alguien llamando a la puerta.

-JAVIER: Mierda.

En un instante estoy contra la pared y al siguiente mis piernas vuelan por el aire en dirección a uno de los cubículos, cogiendo mi blusa del suelo por el camino. Javier consigue meternos en uno y cerrar antes de escuchar cómo una llave hace girar el pestillo y un par de voces entran en la instancia.

Nos reímos pese  que aún tengo su miembro dentro de mí. Por lo que escuchamos, una mujer se queja a un hombre de tener que ir a buscarle para que le abran el baño. Unos segundos después, tras una disculpa displicente,  solo se oyen unos tacones resonando. Nos tranquilizamos y por fin Javier sale de mí, lo que provoca una oleada de fluidos que apenas puedo limpiarme con el papel higiénico que hay allí. 

-JAVIER: Quieta, no querrás privarme de mi postre.

Me lo dice sentándome sobre el inodoro, separando mis rodillas y hundiendo su boca en mi sexo, hipersensible y rezumando. Su lengua recorre cada rincón de mi interior y lame hasta la última gota de mis muslos para dejarme limpia.  Cuando se pone de pie le devuelvo el favor tomando su miembro ya casi en reposo, lo que ayuda a que pueda metérmelo en la boca con más facilidad y chupársela hasta un punto en el que si continuo, volverá a excitarse.

Ahora sí, al no escuchar ya a nadie tras oír la puerta del baño, salimos y nos aseamos. Nos dedicamos sonrisas y miradas lascivas, pero al terminar de vestirnos me lanzo a sus brazos, rodeo su nuca con mis manos y nos besamos como locos. Ha sido fantástico, como todo lo que tiene que ver con nosotros.

Me toma de la mano y salimos al pasillo, donde el metre nos estaba esperando, sabe lo que hemos hecho y clava su mirada en mí. Temo que nos diga algo pero Javier pasa a su lado con cabeza alta y gesto orgulloso. No puedo quererle más por eso. Salimos a la calle y agradezco el aire fresco en la cara. Caminamos un rato en silencio hasta el coche, donde antes de entrar, nos abrazamos y besamos más tranquilos.

Una vez nos mentemos en el vehículo y conduzco por la avenida en dirección a mi casa, noto su mirada, está a mi lado sin decir ni hacer nada. Parece fascinado, sin  otra palabra que lo defina. Me ruborizo de nuevo y poso mi mano en su muslo, apretándole con cariño. Él la toma y la besa, soltándola solo cuando debo cambiar de marchas o tomar una curva.

-JAVIER: ¿Entonces lo has pasado bien?

-YO: Claro, por dios, ha sido genial.

-JAVIER: Quería algo especial, ya sabes, por tu cumpleaños.

-YO: Pues has acertado de pleno… – su media sonrisa es hipnótica- …lo de antes, la cena y el final… ¿Y a ti que te ha gustado más?

-JAVIER: El postre.

Cuando se relame, observando un segundo mi entrepierna, me saca una carcajada que termina en excitación. Es increíble  que a estas alturas con sus tonterías consiga encenderme de esta forma.

-YO: Eres un liante.

-JAVIER: Quería tachar una más de la lista de sitios en los que quiero hacerlo contigo.

-YO: Pues ya van unos cuantos…- de primeras me acuerdo de cada habitación de mi casa, de su piso de estudiante, de una casa rural a la que fuimos un fin de semana y un concierto de rock en navidades.

Por imposible que parezca, es a todo esto lo que no puedo renunciar, no tanto al sexo, si no a la complicidad con él. Echaba tanto de menos esto, y pese a que Luis fue el amor de mi vida, no recuerdo tener una conexión tan poderosa con él como la que tengo con Javier día a día. Tras casi un año, me sigo diciendo que es la magia del inicio, que ya pasará, pero tras lo de hoy  empiezo  a creer que no, que la idea de vivir para siempre en una burbuja de alegría y felicidad no es una utopía.

La charla amena prosigue unos minutos antes  de llegar a mi piso. Giramos en dirección a mi casa y bajo la cuesta del parking aparcando. No nos bajamos, nos ladeamos y nos quedamos unos minutos haciendo manitas y comentando lo que haremos la semana que viene. El embarazo está a punto de salir de cuentas, faltan un par de semanas y nos tenemos que ir preparando, aunque ya tenemos un listado, casi militar de José, el padre de Celia, en el cual todos tenemos roles y participamos de una u otra forma.

De forma deliberada, mis manos ha ido acariciado el traje de Javier, hasta que llevo unos instantes repasando su inmenso torso, mientras él me peina con sus dedos. El ritmo de carantoñas y besitos ha ido aumentando y cuando mi lengua busca la suya, su gesto cambia, su cuerpo tramite un poderoso mensaje, “No me provoques”, y eso me atrae más aún.

-YO: ¿Y dime….alguna vez lo has hecho en un coche?

-JAVIER: No. –el chispazo de su mirada es evidente.

Tomo su rostro y alargo un beso hasta que sus manos atrapan mi cadera, alzo la pierna izquierda sobre su regazo, rozando con mi rodilla su paquete, que empieza a crecer de inmediato. Tras tirar de su labio inferior con mis dientes, su mano se concentra en agarrarme del trasero y acompasar su cuerpo al mío.

-JAVIER: Ven aquí.

Mientras él fija sus grandes manos en mi cintura, elevándome a la vez que me gira, para montarme a horcajadas sobre el asiento de copiloto que ocupa, aparto un mechón de cabello travieso de mi rostro, acomodándolo tras la oreja. Presiono con mi pelvis su erección y antes de darme cuenta tiene las manos metidas dentro de mi suéter, pellizcándome los pezones para hacerme delirar.

Ya estoy pensando en cómo voy a quitarme los pantalones para que me penetre, cuando mi móvil suena dentro del bolso, que descansa en la parte de atrás del coche. Por el sonido insistente, pese a querer ignorarlo, es una llamada y no se detiene. Cuando cesa, nos reímos antes de proseguir con el festín, pero de nuevo, el condenado aparto suena.

-JAVIER: Joder, será mejor que lo cojas o no nos van a dejar en paz.

-YO: Lo siento.  – le doy un suave beso antes de rodearle el torso y alcanzar el bolso.

Noto que  Javier besuquea mi  cintura a aire y  me mantiene fija por el culo, quien sabe el porcentaje de deseo y de mantenerme segura en la posición.  Abro la cremallera apresurada y saco el teléfono, en cuya pantalla se lee el nombre de Carlos. Me maldigo por dentro retomando mi postura, de rodillas sobre mi galán. Hasta distanciados mi hijo es capaz de estropearme instantes de mi nueva vida.

-JAVIER: ¿No lo vas a coger?

-YO: Es mi hijo. – acaricia mi rostro al notar mis morritos de disconformidad.

-JAVIER: No pasa nada, habla con él.

Se recuesta sobre el asiento dejando de manosearme, pese a que me encantaría proseguir donde estábamos. Sigo siendo una madre y si te llama  tu hijo tienes que contestar. Así que deslizo el dedo por la pantalla y me preparo para lo que sea, tal vez quiera volver a rogarme regresar a casa, o que hable con sus abuelos para que sean menos escritos, en realidad me da igual. No pienso interceder más por él en ese asunto.

-YO: Dime Carlos.

CARLOS: Hola ¿Dónde estás? – me inquita su tono acelerado.

-YO: Pues llegando a casa, después de celebrar mi cumpleaños…del cual no te has acordado, por cierto.

-CARLOS: No tengo tiempo para tus lloriqueos, Celia acaba de romper aguas.  – pierdo el color rosado de mi rostro por un tono mucho más pálido.

-YO: ¡¿Qué?! – Javier se alza intrigado.

-CARLOS: ¡Que se ha puesto de parto, joder!

-YO: Pero si aún faltan un par de semanas.

-CARLOS: Eso díselo al charco del suelo que ha dejado en el suelo.

-YO: ¿Dónde estáis?

-CARLOS: En la calle, cerca de la estación de autobuses del norte, íbamos de camino a casa, pero…-mientras me lo detalla, salto al asiento del conductor, poniendo el motor en marcha.

YO: Vale, voy a recogeros en cinco minutos.

-CARLOS: No, déjalo, ya he llamado a un taxi, vamos directos a la consulta del doctor Pedrerol.

-YO: Está bien, ya le llamo y le pongo en preaviso. Tú cuida de Celia…– la pobre se la oye respirar agitada de fondo- …tal como lo tenemos planeado.

-CARLOS: Vale, ahora nos vemos.

Al colgar, ni me doy cuenta de que ya estamos en la calle, a la máxima velocidad permitida hacia  la clínica. Al recuperarme del shock inicial, deduzco que Javier no es idiota y se intuye lo que pasa, permanece a mi lado en silencio dándome la sensación de  que me acompañaría al infierno sin molestarse en preguntar. Eso me reconforta.

-YO: Era Carlos, Celia está de parto.

-JAVIER: Aún faltaba ¿Eso es malo?

-YO: Tal vez, no lo sé, a veces pasa.

-JAVIER: Tranquila, todo irá bien. – apena soy consciente del roce de su mano en mi hombro.

-YO: Toma –le tiro el móvil al regazo- llama a Pedrerol y luego a los demás, avísales y dales la dirección de la clínica otra vez,  por si no la recuerdan.

De inmediato obedece, diligente y sin distraerme  de la carretera. Para cuando llegamos  al centro ya están todos alertados y de camino. Es un alivio porque al dejar el coche mal aparcado, noto que los nervios me van a destrozar, y no soy la única, mi acompañante tiene un tic en la pierna.  Antes de bajarnos, Javier me abraza con fuerza, unos segundos que se me hacen eternos, pero de no aguardar a tomar un respiro no voy a poder con todo esto.

-JAVIER: Estamos preparados, y estoy contigo.

-YO: Si entras…todos te verán, sabrán que somos pareja.

-JAVIER: ¿Tengo pinta de que me importe? Me necesitas y  voy a estar contigo.

-YO: Dios…Javier, te quiero. – nos besamos fugazmente.

-JAVIER: Y yo a ti.

Al bajar del coche, me siento más serena, rodeo el vehículo y nos cogemos de la mano, para entrar a la carrera por las escaleras principales. El edificio es pequeño en sí comparado con los grandes hospitales, apenas una luz encendida en la calle hace ver la entrada de ambulancias, pero a lo largo de estos meses hemos comprobado que está equipada con lo último en tecnología y avances médicos, así como con profesionales de primera, con equipos de guardia todo el día.

Al llegar a la zona de paritorios, se escucha mucho bullicio para ser casi las doce de la noche. Doblamos un esquinazo para llegar a los quirófanos, donde observamos a Carlos de pie, ayudado por una enfermera a ponerse una bata, guantes y gorro quirúrgicos, preparándole para entre con Celia, a la que ya se la oye gritar tras las puertas de color verde.

-YO: ¡Carlos, ya estamos aquí!

Se gira al instante y sus ojos azules se clavan en Javier, que muy sutil, ha preferido retrasarse unos metros para darnos espacio. Abrazo a mi hijo, que me devuelve el gesto en automático, su aspecto es desorientado y hace lo que le dicen. 

-CARLOS: Me alegro de que este aquí.

-YO: Y yo. ¿Qué ha pasado?

-CARLOS: Nada, estábamos en casa tranquilos y hemos decidido salir a dar una vuelta, así que hemos venido al centro a tomar algo. Ya de vuelta a casa ha sentido algo cayendo entre su piernas y luego….mierda, había un montón de líquido.

-YO: No pasa nada, eso es normal.

-CARLOS: Pero es pronto, tú lo has dicho.

-YO: No  es un reloj suizo, Carlos, a veces se adelante o se atrasa.- quiero normalizar para que no se asuste más.

-ENFERMERA.: Ya estás listo. Debemos empezar ya.

Mi hijo asiente absorto y con un miedo evidente en sus ojos, se adentra en las puertas, en dirección a los gritos y sonidos de equipos médicos. Javier me rodea con sus brazos, no soy consciente de que estoy temblando hasta que me pega a su pecho y siento su tranquilidad.

Permanecemos unos  minutos así, sin poder hacer otra cosa más que ver el trasiego de médicos y enfermeros. Se convierte en una pequeña tortura estar sin hacer nada, arranco el móvil de las manos de mi galán y me vuelvo loca llamando a todos otra vez, gritándoles cuando contestan, por no estar allí todavía.

-JAVIER: Cálmate, preciosa mía, apenas han pasado veinte minutos.

-YO: Me estoy poniendo de los nervios.

Angustiada, trato de serenarme sentándome en la pequeña sala de espera de tonos azules que hay frente al quirófano, con varios sofás y un par de maquinas de refrescos. De fondo veo la alta y espigada figura del doctor Pedrerol, que con una enfermera a su lado, asiente repetidamente  mientras recibe información  médica. Se va desvistiendo de un traje oscuro elegante, y para cuando llega a mi altura ya casi está listo para entrar en el quirófano.

-YO: Doctor. – le asalto antes de perderle de vista.

-PEDREROL: Hola Laura, tranquila. – es extraño pero su tono neutro me serena al instante.

-YO: ¿Como está Celia? – el hombre, ya maduro, se toma un segundo para coger aire.

-PEDREROL: He venido en cuanto me han dado la alerta, no esperaba que se adelantara pero me han ido informando de todo por el camino. Ella está bien y el bebé también, constantes estables y ha dilatado mucho, pero aún le falta.

-YO: Maldita sea, no habrá pasado nada malo ¿No?

-PEDREROL: No lo sé, pero tú ya sabes que hay problemas, esto es habitual. - me lee en los ojos el pánico que siento, sabe que hace casi veinte años tuvo que hacer maravillas para salvar a mi hijo, y recordar aquello me está matando – Te doy mi palabra de que haré todo lo que esté en mi mano, pero tienes que ser fuerte y cuidar de los demás. – asiento como un cría- Ahora debo entrar, no puedo perder más tiempo.

Casi le empujo para que no se moleste más en mi y se dedique a cuidar a mi nieto, o nieta, no quise saberlo. Me siento  de nuevo al lado de Javier, que me coge de la mano y no se queja cuando la aprieto hasta el punto de calvarle las uñas. Cada vez que la puerta se abre, parece que vaya a salir disparada del asiento, pero tras un largo rato, me doy cuenta de que va para largo.

Pasada media hora, al fondo se oyen unos pasos acelerados, tras los cuales hacen su aparición los padres de Luis, precedidos de un asistente personal que va siempre con ellos fuera de casa. Sería casi irrisorio el atuendo del sirviente, con traje de esmoquin, si no fuera porque la abuela de Carlos viene con un abrigo de visón y parece que recién salida de la peluquería, y el abuelo viste un traje sobrio, apoyándose en un bastón con cabeza de marfil. Normal que hayan tardado tanto, están para hacerles un reportaje gráfico.

Al llegar, Javier se aparta cediéndoles uno de los sofás, los cuales ocupan con solemnidad. No es hasta que se sienten cómodos que preguntan por la situación. Les informo apresurada, ansiosa por si se produce alguna noticia. Gracias a dios a los pocos minutos hacen acto de presencia los padres de Celia, menos llamativos pero si bien arreglados, ya que se levan mucho mejor entre ellos, y el ambiente empezaba a enrarecerse.

Permanecemos en silencio sepulcral mucho tiempo. La verdad es que necesito un trago de whisky, o ya puestos una botella. Mientras  que seguimos sin noticias del interior, no podemos hacer otra cosa que hablar entre nosotros, tratando de parecer distraídos, pese a que todos, a su manera, mostramos preocupación por la situación.

A ratos, me levanto y doy paseos por el largo pasillo, sin alejarme nunca demasiado. La tercera vez que lo hago, al girarme me encuentro con Javier, que apoyando una mano en la pared, me mira con cierta condescendencia. No hará nada para no levantar suspicacias por si no ven los demás.  Soy yo la que me acerco a él y me acurruco sobre su pecho, dejando que me envuelva con sus grandes brazos y me de cierta tranquilidad que no soy capaz de encontrar por mí misma.

-YO: ¿Y si no sale bien?

-JAVIER: Está en las mejores manos, has hecho todo lo posible, ya solo queda esperar.

-YO: ¿Y si aún así, le pasa algo al bebé?

-JAVIER: Pues lo afrontaremos juntos.

-YO: Dios, no sé si podré alejar a mi hijo tras esta perder al bebé.

-JAVIER: Lo entiendo. – aguarda unos segundos sin decir nada, aunque puedo apostar a que en realidad cree que Carlos está deseando que eso ocurra, por duro que suene.

-YO: Es una bobada, pero ruego al cielo para que todo vaya bien. Me importa mucho y no entiendo el motivo, era algo mucho más lejano y ahora…es parte de mi familia.

Como respuesta me abraza aún más fuerte, dejando claro que no tiene palabras que añadir. Su energía es todo cuanto necesito para alentarme y poder tener fuerzas en caso de que haya un problema.

José, el padre de Celia, sale al pasillo con un café de maquina en la mano, su ligera cojera apenas se nota, parece más alto que nunca y por su mirada diría que es el más entero y seguro de los presentes. Al observarnos, casi puedo oír como barrunta por dentro de mala gana. Decide no hacer nada, da un sorbo a su vaso humeante y se gira de regreso a la sala.

Justo cuando creía que todo iría a peor, escucho mi nombre al fondo y veo a mis padres aparecer a la carrera. Llegan muy tarde al vivir a las afueras y por como visten parece que acabaran de salir corriendo de su casa por un incendio. Me da igual absolutamente todo y me lanzo a los brazos de mi padre, que me serena acariciándome la cabeza. Mi madre saluda a Javier, a quien ya conoció un día de estos meses en que cenamos todos juntos para presentarles a mi pareja. Le acogieron con buena predisposición y no dijeron nada de la diferencia de edad.

Al cruzarse con  los otros presentes, saltan chispas, y pese a los apretones de manos y besos de protocolo, obvia decir que nunca se llevaron bien los abuelos maternos y pártenos de Carlos. Demasiados escalones  de diferencia de la sociedad. Al menos su llegada renueva un poco las conversaciones y nos distrae a todos, que ya sentados en los sofás, hacemos pasar el tiempo como podemos.

Tres  horas más tarde, Pedrerol sale por la puerta, y de nuevo, le asalto antes de si quiera saca el cuerpo entero al pasillo. Al verme tan directa, el resto se pone en pie y me siguen. Para cuando llegamos a su altura el doctor pide calma con las manos, con el vientre ligeramente manchado de líquidos con restos de sangre.

-PEDREROL: ¿Son todos familiares del bebé? – asienten la mayoría, otros  nombran su condición de bisabuelos.

-YO: ¡Por dios, Pedrerol, no me tengas más en vilo! ¿Va todo bien?

-PEDREROL: Ha ido todo como esperábamos, ha costado que dilatara y le hemos puesto la epidural, se ha notado mucho que era su primer  hijo, y nos hemos visto con alguna leve complicación. Por suerte no ha habido ningún incidente grave. La madre está genial, aún sedada y con los dolores muy recientes aún, pero se recuperará dentro del margen normal. El bebé ha nacido sano, ha pesado algo más de tres kilos, pero es normal ya que se ha adelantado unos diez días. He pedido pruebas adicionales a las que se suelen hacer a los neonatos, pero por ahora, está en perfecto estado.

Me  lanzo a abrazar al doctor, que por fin rompe su mampara de profesionalidad para sonreír un segundo. Los demás estallan en una muestra dispar de alegría. Tras darle las gracias mil veces al médico, me giro y busca a Javier, que permanece a mi lado. Sin pensarlo sujeto su rostro y el beso con tanta energía que consigo desplazarlo un poco, dando un paso atrás. Ni me interesa aprestar atención a las seguras miradas desaprobatorias que nos dedican, pero a estas alturas no me importa que sepan que ese galán tan joven, es mi pareja.

-YO: ¡Dios, que feliz soy!

-JAVIER: Me alegro mucho…abuela.  – le pego en el pecho, antes de volver a besarle.

-PEDREROL: Bien, voy a entrar y asegurarme que todo está bien, lavaremos al bebé y si no hacen falta más cuidados, podrán pasar en orden a verlos.

El médico desparece por al puerta, retomando su actitud profesional. La situación en el pasillo recuerda a un pasamanos, en al que todos nos felicitamos y nos damos la enhorabuena. Es una liberación haberme mostrando tan alegre con Javier, ya que ahora estamos cogidos de la mano, y no puedo soltarle. Me da besos todo el rato para compartir la alegría y pese  que a él no debería gustarle mucho la idea de que su ex tenga un hijo al engañarle con el que era su mejor amigo, que a su vez es la pareja de su madre, le brillan los ojos. Supongo que es al verme a mí, tan radiante por la buena noticia.

A los pocos minutos Pedrerol reaparece,  por orden nos invita a pasar en parejas. Ni un ejército podría haber impedido que entrara yo primero, y en consecuencia Javier me sigue. Al pasar a la antesala, el lio de papales, gasas y médicos o enfermeros es un caos, pero al ponernos los gorros y batas, pasamos un segundo juego de puertas y entramos al quirófano, que más bien parece  una habitación  de hotel con cama regulable. En ella, Celia permanece cubierta con una sábana blanca y una bata azul de hospital, con la pulsera medica en la muñeca donde tiene una vía. Alza la mirada para descubrirnos un rostro demacrado, sudando y el pelo revuelto, pero la mirada llena de ilusión.

En sus manos, tiene un bebé y da igual que esté envuelto en un sinfín de mantitas, por la forma en que lo acuna en su pecho no puede ser otra cosa. De pie, a su lado, Carlos, tiene la misma cara de susto que cuando entró. Tal vez más tras ver lo que es un parto primerizo. Acaricia el hombro de Celia como si fuera un robot y cuando deja de mirar al bebé, que gorgojea junto a su madre, asiente como para darnos permiso y acercarnos.

Rodeo la cama y abrazo a  mi hijo, no sé si es por la situación o porque llevara meses sin hacerlo. Tengo esa necesidad de sentirlo y felicitarlo, pese a que conociéndole, tiene que estar lamentando el día que se empezó a acostar con ella.

-YO: Todo irá bien, hijo.

.CARLOS: Ya…

-CELIA: Verás que sí. – me giro hacia ella.

-YO: ¿Tú cómo estás?

-CELIA: Es como dijiste, como si me pasara un tren por encima. – y pese a ello, sonríe.

-CARLOS: Bueno, pues aquí lo tienes.

Celia alza un poco el paquete diminuto  en sus manos,  con una suavidad imperial, aparta un pliegue de la cara de un bebé. De inmediato me tapo la boca, por no chillar de la emoción. Con un gorrito azul, y pese a tener los ojos cerrados, arrugas por todas partes y restos blanquecinos en la frente, es la cosa más hermosa que haya visto jamás.

De forma sutil, miro a la madre reciente, que entrecierra los parpados y me da consentimiento. Mis manos retoman la fuerza y forma necesaria que antaño tuvieran, para coger esa maravilla. Al apretarlo contra mi pecho, la tibieza de su cuerpo me trasmite tal fragilidad que siento la necesidad de protegerlo de inmediato ante todo mal.

-YO. Hola bebé. - digo con el tono más cursi que podáis imaginar.

De golpe, el pequeñín se revuelve  por el cambio de postura y se acomoda para abrir sus ojitos, mirándome asombrado. Sus iris, de un azul intenso, me producen una ternura inigualable. Al mirar a Javier, que permanece lo más lejos  que puede del bebe, como si temiera romperlo si se acerca, descubro que me observa con asombro, seguro que tengo un pinta patética poniéndole morritos y balanceando a esa criatura. Sé que lo entiende y por ello no dice ni palabra, para no estropear el momento.

-CARLOS: Mamá, te presento a…- fijando su vista en Celia, esta asiente - …Luis, es un niño y le vamos a llamar Luis.

Da igual que fuera la rockera más loca de la historia, o el mismísimo diablo, en ese momento rompo a llorar, desconsolada y me atrevo a  decir que es la primera vez en mi vida que lo hago de pura alegría. No esperaba tal gesto de mi hijo, y aunque seguramente sea condicionado por sus abuelos paternos, es un detalle que me conmueve por dentro.

Después de tanto tiempo, de la tristeza de la perdida de mi marido, la agonía sufrida durante años, el deterioro de mi relación con Carlos y luego la llegada de Javier, que le dio una vuelta y media a mi mundo. Y ahora, en mis manos tengo a mi nieto, mi hijo me rodea con un brazo con cariño, y mi pareja, que por fin se acerca cuando le insto con la cabeza, me besa con la ternura de un amor de los de película.

-YO: Te quiero, mi galán

-JAVIER: Te quiero, preciosa mía.

Quien iba a pensar, que tras las mil penurias que han acontecido, mi vida al fin volvería a ser alegre y feliz. Plena y sin derecho a quejarme por nada, he trabajado y soportado mucho tiempo para lograr tener esto. No conozco el futuro ni sé cómo será, pero si tengo seguro que voy a  luchar por mantenerlo, por volver a tener una familia.

Al fin y al cabo, los acontecimientos han derivado en esto,  lo he terminado comprendiendo. Pese a pelear contra ello, todo lo ocurrido era un proceso natural, algo que era más elevado que yo misma. Unos lo llamaran designios divinos, otros destino y algunos sólo creerán que es la vida misma en toda su crudeza. Sólo yo he recorrido mi camino,   y tengo claro lo que me ha pasado, pues estaba muerta pese a estar viva, y sin embargo en mis manos sostengo una nueva esperanza de futuro, de tener una existencia completa de nuevo.

Lo que me ha ocurrido, se llama reencarnación.

Fin.

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Y todo por una apuesta.

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