miprimita.com

Descubriendo nuestra faceta más liberal...

en Trios

Querido lector/a:

De antemano debo advertirte que en este relato no encontrarás las altas dosis de sexo y lujuria que me imagino esperarás de un foro como este. Este relato es algo mucho más especial, algo íntimo y profundo, lleno de erotismo y sensualidad, donde el aspecto psicológico y emocional de los protagonistas tiene mucha más relevacia que la descripción de la escena sexual en sí.

Un juego íntimo y complejo, dentro de un matrimonio convencional, que perfectamente podría ser real; tan real como tu propia vida, como la mía misma, o que perfectamente podría ser tambien no más que una fantasía. ¡Júzgalo tú mismo/a!

Permítidme presentarme. Me llamo Carlos, tengo 35 años, y desde hace casi 15 comparto mi vida con quien hoy es mi esposa, Eva, una mujer maravillosa con la cual disfruto cada día más.

Siempre hemos sido una pareja de lo más convencional, alejada del estereotipo de un protagonista de cualquier relato erótico. Nunca hemos experimentado prácticas sexuales "poco comunes"; no nos hemos sido infieles; no tenemos unos cuerpos esculturales; ni tenemos una líbido desbocada que nos tenga practicando sexo todos los días de la semana, y a todas hora. ¡No!;¡en absoluto!... somos una pareja de lo más típica, que con el paso de los años ha ido encaminando su vida, que ha pasado por sus distintas etapas, que tiene problemas reales, que ha ido cayendo en la dificilmente evitable monotonía del matrimonio, y que se esfuerza cada día por mantener y reforzar los sólidos lazos que nos unen.

Desde hace un par de años aproximadamente, no sé si a raiz del nacimiento de nuestra hija, o simplemente por haber alcanzado un grado superior de madurez, he de reconocer que he empezado a experimentar sensaciones y deseos hasta ahora totalmente desconocidos para mi. Por falta de tiempo en estas lineas no voy a ahora a profundizar en detalle, pero digamos que de un tiempo a esta parte fantaseo con ciertos fetiches, y disfruto de una sexualidad mucho más abierta, compleja y rica en matices de lo que hasta ahora había vivido.

Me asombra reconocer que ya casi no encuentro estímulo alguno en el porno simplista y directo que tanto abunda por la red; no me estimula como antaño el ver una escena explícita de sexo en cualquier web por muy especializada que sea, ni tengo fantasía alguna por poseer a otra mujer que no sea la mia. Todo lo contrario.

Disfruto cada día más de mi matrimonio, y me recreo en los pequeños y aparentemente insignificantes placeres de la cotidianidad. Me esfuerzo por incorporar a nuestra relación pequeños gestos de acercamiento y complicidad, que lenta y sutilmente reavivan la pasión entre ambos. Disfruto enormemente del juego de la seducción, comenzando el acercamiento sexual a principios de la semana, y retándonos a no consumar acto sexual alguno hasta pasado el mayor número de días posibles. Valoro más el camino, que el destino.

En esta "nueva etapa de mi vida", he descubierto el placer -no solo físico- que me aporta el gran nivel de complicidad que tengo con mi mujer, y como decía, desde hace 2 o 3 años, hemos ido incorporando a nuestro tan convencional matrimonio, "ejercicios" encaminados a reforzar estos nexos. Sutiles y tímidos acercamientos a la lluvia dorada; práctica de masturbaciones íntimas y altamente sensitivas; tímidos juegos de caracter exhibicionista... toda una gama de experiencias nuevas para nosotros, que si bien pueden parecer inocentes y puériles para otros, para nosotros tienen muchisimo significado dado el componente mental y emocinal que en ellas depositamos.

Centrándonos un poco en los hechos que dan pie a este relato, deciros que una de esas nuevas prácticas con las cuales hemos comenzado a disfrutar, surgió a raiz de unos días en la playa hace ahora 2 veranos.

Aquellas vacaciones habían supuesto la primera vez que mi mujer se ponía en topless en la playa. Entendámonos... cierto es que hace muchos años, cuando empezabamos como novios, alguna vez habíamos jugueteado a sacarle yo el bikini por un instante, y probablemente ella lo hubiese practicado en su adolescencia, antes de conocernos, pero me refiero a que era la primera vez que de manera consciente, en nuestra etapa ya de relación consolidada, se desprendía totalmente de su sujetador y disfrutábamos plenamente de un día de playa.

Yo que siempre fui un tanto celoso, nunca llegué a imaginarme -no ya que no me importase que mi mujer se mostrase semidesnuda- sino que me encantaría verla así y que me excitaría tantísimo con ello.

Aquel verano fue como decía nuestro primer acercamiento al topless. De una manera un tanto tímida, pues tan solo se desprendía del bikini cuando estábamos en una esquina de la playa poco transitada, volviendo a ponérselo cuando quería ir a darse un baño o a pasear por la orilla, pero fueron unos días maravillosos donde por primera vez volvimos a sentir una enorme complicidad y volvimos para casa con ganas de más.

A raiz de aquellas vacaciones, a lo largo de todo el año, continuamos una etapa de autodescubrimiento en el que fuimos añadiendo otros jueguecietos como salir a cenar vestida ella de una manera más sexy de lo que siempre hubiese sido de esperar; algún cruce de piernas en plan Instinto Básico en alguna terraza; vamos... cosillas muy inocentes, muy lejos del nivel que cualquier buen pornófilo esperaría, pero que para nosotros tenían un grandísimo significado y que nos excitaban sobremanera y contribuían a avivar la pasión entre nosotros.

En aquella vorágine de nuevos sentimientos y pasiones que invadía nuestra vida diaria, no vayáis a pensar que todo fue idílico e intrascendnetal. De por medio tuvimos que vencer muchos tabúes, atrevernos a hablarnos con mucha más franqueza de la que hasta ese momento teníamos; vencer ciertos recelos y sí, tambien tuvimos alguna que otra discusión. No recuerdo muy bien como surgió el tema, pero sé que en algún momento puse encima de la mesa la idea de tener un mínimo acercamiento al mundillo swinger.

Tal vez ciego por la excitación del momento, un buen día se me ocurrió proponerle que entablásemos contacto cibernético con alguna otra pareja, con el ánimo de charlar primeramente, comenzar a juguetear despues, y vamos... fantaseaba con la idea de que mi mujer se masturbase ante la webcam para otro hombre, o ¡sí!, ¡incluso para otra mujer!. Tal vez nunca me hubiese atrevido a pensar en practicar esto en la vida real, pero sí me apetecía que Eva quisiese iniciarse conmigo en estas artes, beneficiándonos del anonimato y la seguridad que nos ofreciá la red. Lamentablemente ella no fue en absoluto receptiva a esta idea, y esa cuestión supuso un pequeño paréntesis en la progresión de esta nueva etapa de autodescubrimiento.

No voy a decir que se enfadase por tener yo estos deseos, aunque sí hubo alguna ligera discusión al respecto, pero sí es cierto que este desencuentro supuso un pequeño jarro de agua fría nos hizo retroceder un par de casillas. Con el paso de los días volvimos a recuperar el ritmo, pero cierto es que esta cuestión quedó ahí enterrada, sin volver a hablar de ello, y como queriendo hacer ambos que nada de esto había sucedido.

Llegado este último verano, volvimos a organizar una pequeña escapada a la playa recordándonos mutuamente lo bien que lo habíamos pasado el año anterior. Aunque Eva se hacía la remolona y me decía que no, que aquello de andar con las tetas al aire no volvería a repetirse, ambos sabíamos que no era cierto y en el fondo deseábamos volver a calentarnos con todos aquellos jueguecitos playeros.

Yo la amenzaba con comprarle uno de esos bikinis diminutos y ella con no volvérme a practicar sexo oral si me atrevía a pedirle que se lo pusiese. Y con esas, fantaseando por aquí y por allá, finalmente llegó el día y nos vimos a las puertas de nuestro bungalow, una preciosa cabañita de madera en un camping idílico, a escasos metros de la playa. Un camping situado en la colina, desde cuya parte trasera se abría un pequeño sendero que conducía rápidamente a una zona algo más apartada, justo en el extremo de la inmensa playa.

Aquella esquina resguardada por las rocas era, por proximidad, habitualmente usada por los alojados en el camping, y ya después el resto del arenal estaba mucho más concurrido.

Todavía estábamos en los primeros días de la temporada estival, alejados de la temporada alta donde el camping, la playa y todo el pueblo se masificaría, de modo que se respiraba un ambiente de lo más tranquilo. Mientras bajábamos las cosas del coche y nos instalábamos en el bungalow, unos amables jubilados ingleses nos saludaron y dieron la bienvenida. Ellos se alojaban en la cabaña contigua a la nuestra.

Nuestra pequeña, comenzó a corretear ya como una descosida por los jardines, y rápidamente hizo migas con otro niño de su misma edad, que estaba instalado junto a sus padres en el bungalow ubicado en frente del nuestro, tan solo separados por el camino de tierra que cruzaba toda la parcela.

-Hola Bienvenidos; si necesitáis cualquier cosa aquí estamos -nos saludó él-

-Muchas gracias, lo tendremos en cuenta; -respondí.

-Veo que los niños ya andan a lo suyo; ¡Mario, ten cuidado! - le gritó.

Y en menos de nada, ya estábamos perfectamente integrados, los niños jugando de un lado para otro, y habiéndonos presentado los unos a los otros.

Alfredo y Marta, que así se llamaban, eran un matrimonio de edad similar a la nuestra. Médicos los dos, con aquel unico hijo -Mario-; habituales de aquel camping -no como nosotros que era nuestra primera vez-; y gente muy maja en definitiva, con los que rápidamente congeniamos, tal vez obligados tambien en parte por la buena amistad que los peques parecían haber hecho, habida cuenta de que no había muchos más niños en aquellos días algo tranquilos de principio de verano.

Terminamos de instalarnos, salimos a dar un pequeño paseo en bici hasta el pueblo, picamos algo y casi sin darnos cuenta nos encontramos ya descansando, esperando la llegada del nuevo día en el cual habíamos organizado bajar a la playa ya a primera hora de la mañana.

-Cariño; ¿Donde has guardado los bikinis?; me preguntó Eva mientras yo terminaba de calzar a nuestra pequeña.

-Está todo ahí; en la bolsa de las toallas.

-Uhm.. pero me falta... uhm... ¿Qué es esto?.. - preguntó con un cierto desaire.

Al ver esa sonrisilla maliciosa en mi cara rápidamente comprendió que algo pasaba. No es que no encontrase su bikini; no.. es que no estaba.

Antes de salir de casa me había tomado la libertad de retirar de aquella bolsa la parte de arriba de los dos bikinis que ella había metido, dejándole tan solo las braguitas, y añadiendo además otro par de partes inferiores que le había comprado en Amazon. Una de esas braguitas brasileñas, que dejan descubierta la mitad de la nalga, con un corte muy sexy y en color rojo; y otra un poquito más atrevida, de tipo tanga, en amarillo. Nada extremadamente descarado como esos tangas tipo hilo, o los famosos microbikinis, sino un tanga muy comedido, lisito, cómodo, y de una ligereza increible.

Estas dos nuevas prendas, dejando de lado la hechura y color, eran de una calidad muy similar a una de las braguitas que ya ella traía de casa. Unas braguitas muy simples, de esas de precio low-cost, que no son más que un trozito de licra sin ningún tipo de forro interior y que se marcan como un guante -sobre todo cuando se mojan- llegando incluso a transparentar sutilmente. La que ella ya traía de casa, ya la habiamos usado en las pasadas vacaciones, en aquel nuestro primer acercamiento al topless playero, y ya en su día fuera una experiencia de lo más morbosa. Hasta aquel entonces, mi mujer siempre había comprado unos bikinis de una cierta calidad, con su relleno y sus forros interiores, acordes a lo que cualquier mujer de mentalidad más convencional utilizaría habitualmente. Ya aquel primer año le supuso todo un ejercicio de liberación aceptar vestirse con aquel bikini tan escueto, y mucho más llegar a desprenderse de aquella parte superior que tan morbosamente insinuaba la forma de sus generosos pechos. Este año, yo había decidido ir un poco más allá y tomándome la libertad de ni tan siquiera consultárselo, había amañado esa triquiñuela para que -ante otra alternativa- no pudiese negarse a bajar a la playa así de sexy.

-¡Pero qué coño has hecho!.. ¡Te has pasado un montón!; empezó a gritarme medio enfadada, medio queriéndose hacer la enfadada.

-Venga mujer, que no es para tanto.. ya verás que guapa estás. Bueno... ponte el que quieras que yo voy saliendo ya.- Y para no darle la posibilidad de iniciar la discusión, fui saliendo con la niña para afuera y encaminándonos hacia la playa.

Durante el corto camino hacia la playa, y viendo que ella parecía estar enojada, hasta el punto de quedarse un poco rezagada para evitar acercarse a mi, comencé a pensar que tal vez me hubiese pasado y hubiese sido una mala decisión. Extendimos las toallas, colocamos la sombrilla y Eva se desprendió del vestidito blanco, de tipo ibicenco, que vestía. La había visto desnuda mil veces, pero no puede resistirme a quedarme embelesado mirándola fijamente, deleitándome en el erotismo de aquella escena. En aquellos pechos generosos y turjentes, coronados por unos pezones carmesí, de considerable aureola; en aquellas caderas prominentes, femeninas, decoradas por las dos lazadas de la delgada braguita de bikini roja que finalmente había decidido ponerse. Sí, amigos.. en ese momento respiré tranquilo. Eva no se había tomado tan a mal mi atrevimiento, pues finalmente había decidido ponerse aquella primera braguita básica que ya el año pasado tanto disfrute nos había proporcinado.

Si efectivamente tan disgustada estuviese, habría optado por su bikini más tradicional, el que por lo menos no se le hundiría en la rajita de su totalmente depilado sexo.

Al instante supe leer entre líneas. Eva debía hacerse la digna ante mi, evitando por supuesto aceptar el reto de vestirse con cualquiera de esos dos nuevos bikinis que le había comprado, pero no quiso dejar pasar la oportunidad de dejarse arrastar a mi juego.

-¡Pasmao!.. ¡Que se te va a caer la baba!; bromeó al verme tan hipnótico, e inmediatamente se abrazó a mi cuello fundiéndonos en un cálido y reconfortante beso.

Estuvimos un buen rato jugando con la niña en la orilla de la playa, disfrutando de la tranquilidad que a esas horas, y más en aquella esquina de la playa, se respiraba. Correteando detrás de ella, mirando yo absorto las tetas de mi mujer que saltaban y bailaban libremente por el arenal. Haciéndonos insinuaciones, arrumacos y carantoñas varias, metiéndonos mano como dos adolescentes, y disfrutando de todo aquello que tanto añorábamos desde el día que lo descubrimos.

Pasado un buen rato, la niña comenzó a jugar concentrada en su cubo y su pala, sentadita debajo de su sombrilla de Pepa Pig totalmente ajena al resto del mundo. Nosotros, descansábamos tumbados sobre las toallas, continuando con nuestro jueguecito de seducción, susurrándonos indecencias y deslizándonos caricias indecorosas.

Eva estaba tumbada boca abajo a mi lado, siguiendo las instrucciones que yo le daba al amparo de aquella suerte de juego de pareja.

-Métete la mano dentro de la braga; le había ordenado. Acaríciate discretamente.

Ella sumisa me obedecía, deslizando sus dedos por su vulva, y acercándomelos a la boca para que comprobase cuan excitada estaba.

En esas estábamos cuando nuestra niña grita con su escaso vocabulario: "Mario, Mario.. ven a jugar...", y rápidamente se levanta para salir corriendo hacia donde, unos metros más allá, Mario y sus padres -Alfredo y Marta- se acercaban por la playa hacia nuestra posición.

Casi sin tiempo a reaccionar, cuando nos dimos cuenta ya estaban casi junto a nosotros, mientras Eva seguía tumbada boca abajo, mirando hacia otro lado como diciendo "¡Tierra trágame!".

-¡Buenos días familia!..¡Que madrugadores estáis hoy ¿eh?!

-Ya ves, respondí. Cualquiera le dice a esta -señalando a la peque- que todavía es pronto para salir a jugar.

Y ya en esas estaban justo a nuestra altura, habiéndose ya Mario -su niño- sentado junto a nuestra pequeña para ayudarla a construir su castillo de arena.

Inevitablemente Eva tuvo que girar la cabeza hacia ellos para saludar timidamente, cuidándose mucho de incorporarse más de lo debidamente necesario, pero siendo suficientemente obvio que estaba sin la parte superior de su bikini, hecho que desde luego no paso desapercibido para ninguno de los recién llegados.

Tan avergonzados ellos como seguramente lo parecimos nosotros, dificilmente supieron como reaccionar más allá de intentar que su pequeño dejase la pala y continuase caminando hacia una posición más alejada.

-No papi, quedémonos aquí. Yo quiero jugar con Paula

-No cariño, otro día, que seguro que Paula prefiere jugar tranquilamente con sus papás.

Pero claro, ya os podéis imaginar la situación. Era más que obvio por su reacción, y muy probablemente tambien por la nuestra, que lo que menos esperábamos ninguno de los dos matrimonios era ese inoportuno encontronazo. Si ya en cualquier otra circunstancia puede resultar un tanto incómodo, mucho más lo era justo en aquel preciso instante.

-No, no... queremos jugar; alborozaban los peques.

-Sí hombre... sentaos ahí sin problema; me atreví yo a aseverar confiando en que no aceptarían y de ese modo mantener las apariencias.

-No quisiéramos molestar, que nuestro terremoto no es de los de estarse quietos mucho tiempo; entró Marta en conversación intentando justificarse ante el previsible hecho de no quedarse junto a nosotros.

Y en ese lapsus de tan solo unos segundos, que parecieron horas, nadie sabía muy bien que decir ni qué hacer hasta que por motivos que todavía a día de no comprendemos, mi mujer -cuidándose eso sí de no incorporare demasiado- vino a decir algo así como "Que va mujer.. si no es molestia". Y en fin; el hecho de que fuesen las mujeres las que lo acordasen vino a ser algo así como la firma del tratado de paz que dio pie a aquel asentamiento.

Mientras los peques ya se habían acomodado en su zona de juego, Alfredo y Marta comenzaron a instalar sus sillas a nuestro lado, cuidándose de darnos disimuladamente la espalda como queriendo facilitarnos un mínimo de intimidad por si -que se yo- Eva quería ponerse su bikini. Obviamente, el problema era mucho mayor que la pillada en sí, y claro... el rostro de Eva era todo un poema mientras nos mirábamos totalmente desconcertados y sin saber que hacer.

Por un momento miró hacia nuestra bolsa como intentando encontrar algo con lo que poder cubrirse, pero claro... ponerse su vestido, o mi camiseta, hubiese sido un tanto absurdo y darle a aquella situación una importancia que realmete no debería tenerla.

Nos hubiese gustado ser una de esas parejas de mente abierta, mucho más liberal, que ni tan siquiera hubiesen imaginado que este hecho pudiese resultar minimamente vergonzoso para nadie, pero no; en aboluto lo era. Estábamos extremadamente turbados y ruborizados, aderezado todo ello con un enorme grado de excitación sexual, tanto por los preliminares en los que nos encontrábamos ya antes de su llegada, como por el morbo añadido que esta situación producía.

Del comportamiento de la otra pareja deduje que para ellos tampoco era irrelevante aquella situación. La lentitud de sus movimientos para sacar sus cosas de su bolsa; el no mirar demasiado por si Eva necesitaba incorporarse; el recurrir a comentarios típicos acerca de la buena mañana que estaba quedando.. en fin... sin duda alguna era una situación muy embarazosa.

Eva intentaba participar de aquella banal conversación, como intentando desdramatizar, pero obviamente yo me percataba de lo tensa que estaba. Su pecho totalmente aplastado contra la toalla, y sus brazos bien pegados al costado para tapar la voluptuosidad de aquellos senos que se empeñaban en desafiar su aprisionamiento.

Alfredo entretanto, se había desprendido ya de su camiseta e intentaba disimular interesándose por el castillo que estaban haciendo los niños. Marta, totalmente turbada tambien pero sabiendo que no había marcha atrás, había comenzado a desprenderse de su vestido de flores, comportándose como no podía ser de otro modo, como una correcta dama que antes de desvestirse se sienta sobre su toalla para que en la medida de lo posible, el streaptease sea lo menos vistoso posible.

Debajo del vestido Marta lucía un bikini a rayas, blancas y azules, mucho más en la línea de los que mi mujer solía vestir hasta hacía muy poco. Un bikini "para mujeres de bien", compuesto por una braguita de talle más bien alto, y un sujetador con sus aros, con la forma de su copa y su cierto relleno, de los que sujetan como es debido, con sus tirantes y su cierre metálico a la espalda.

Aunque no me atreví a mirar con toda la atención que me hubiese gustado, en esa rapidísimo escaneo visual pude hacerme una imagen bastante nítida de Marta, imagen que obviamente a lo largo del día pude ir perfilando mucho mejor.

Marta era una mujer considerablemente atractiva. De edad similar a la de Eva, tal vez un poquito más alta y algo más corpulenta. Ambas dos eran mujeres de carne y hueso, que habían sido madres, y que como nunca se narra en este tipo de relatos, acumulaban los evidentes signos de la edad y la maternidad. Que si un poquito de barriguita; que si unas ligeras cartucheras; que si unos incipientes hoyuelos de celulitis en el trasero... ¡Vamos!, justo el perfil ideal de mujer que a mi tanto me excita y que, sí, desafortunadamente Eva tambien sabía. Digo desafortunadamente porque en aquel momento recuerdo que pensé lo que Eva podría estar sintiendo. No me refiero tan solo a la vergüenza sentida -que tambien- sino que en aquel instante vinieron a mi cabeza todos aquellos sentimientos que afloraron cuando lo de la propuesta del cibersexo con otras parejas.

En aquel entonces nos costara mucho exteriorizar y reconocernos sentimientos encontrados que aquel deseo mio hubiese podido provocar en Eva.

Temí por un momento que Eva, además de avergonzada, se pudiese llegar a sentir celosa porque sin duda ella sabía que Marta, me podría resultar atractiva.

Sé que si en lugar de una madurita sexy y rellenita como era, hubiese sido un yogurin esbelto de esos que se machacan en el gimnasio y tienen un cuerpazo de revista, no le hubiese importado tanto porque ella sabía que a mi, lo que realmente me ponían, eran las "mujeres reales" como alguna vez las habíamos denominado, y que agradecía más el magreo de un buen trasero, por ejemplo, que unos glúteos firmes, duros y fibrosos.

Recuerdo tambien como en aquel breve pero intensísimo instante, comencé a palpitar pensando "¿Y si Marta tambien se pone con las tetas al aire?". No sabía que pensar; ¿me gustaría que lo hiciese?... ¿temía que Eva se sintiese todavía más intimidada?; ¿lo hará para intentar quitarle hierro al asunto?...¡Buff!.. en cuanto aquellos sudores frios comenzaron a invadirme, y comenzaba a notar como la erección que tenía antes de su llegada volvía a hacer acto de presencia, me levanté corriendo y acudí yo tambien a interesarme por el en aquel momento tan socorrido castillo de arena.

A lo mejor si las dejo a solas ella tambien se lo saca; recuerdo que pensé. Pero no.

Tras unos minutos de conversación banal con Alfredo, y viendo que el castillo ya no podía seguir siendo nuestra tabla de salvación, los dos retornamos a nuestras toallas.

Marta y Eva, quien para ese entonces ya se había tenido que terminar girando, para permanecer tumbada en su toalla, descansando sobre sus codos, estaban charlando distendidamente como si hubiesen conseguido desatascar la situación. Es lo que tienen las madres; que rápidamente encuentran tema de convesación con las capacidades de sus niños, que si el mio dejó el chupete facilmente, que si la mia todavía usa pañal...

Al acercarnos, por primera vez las miradas de Alfredo y Eva se cruzaron. Supongo yo que el debió preferir mirarla a los ojos, antes que desviar la mirada a cualquier otra parte. Rápidamente Alfredo se sentó y dirigió su mirada a mi como intentando averiguar en mi expresión cualquier tipo de reacción por mi parte; como preguntándose para adentro si habría tenido algún desliz visual del que yo me hubiese podido percatar; como queriéndome decir mentalmente... "Lo siento tío, pero no pude evitar vérselas". Extrañamente, yo me sentía muy bien. Ni me sentía celoso, ni amenazado, ni incómodo, ni tan siquiera deseoso de que Marta se hubiese quitado tambien su bikini. No. Estaba simplemente a gusto. Orgulloso de mi familia. Orgulloso de mi mujer; enamoradísimo de ella; deseoso de follármela apasionadamente.

El resto de la mañana discurrió con relativa tranquilidad. Superado aquel primer trance, parece que la situación comenzó a normalizarse. Cierto es que el ambiente estaba un pelín enrarecido, pero una insignificancia en comparación con los primeros compases del día, y se llegaron a producir distintas situaciones para las cuales todos tuvimos que hacer malabares y aprender a manejarnos. Alguna que otra miradita por parte de Alfredo, bien fuese furtiva, fortuita o inevitable; alguna que otra miradita por parte de Marta, tanto a mi, como buscando mi reacción, como a su marido, como quiriendo atarlo en corto; y muchas miradas cómplices entre Eva y yo, que si bien no podíamos hablarnos con franqueza dada la falta de intimidad, era más que obvio que ambos estábamos excitadísimos con todo aquello.

Así discurrieron tranquilamente un par de horas, donde poco a poco nos fuimos adaptando, conociéndonos, y donde los peques se lo pasaron en grande jugando juntos. Una de las ventajas de que los niños jueguen entre ellos, es que los padres quedan mucho más descansados, como para nosotros en aquel caso, poder charlar amenamente y terminar entablando amistad con aquellos dos desconocidos, que le habían visto las tetas a mi mujer, más que ningun otro extraño en toda su vida.

Llegada la hora del almuerzo, recogimos nuestros bártulos, Eva volvió a ponerse su vestido ibicenco, y emprendimos juntos el camino de vuelta al camping.

-Buenos chicos, hasta otro momento. Que os aproveche; se despidieron ellos antes de entrar a su bungalow.

-Ok, nos vemos; asentí yo tambien como dando por hecho que volveríamos a quedar en otro momento.

Ya en nuestro bungalow, tras cerrar la puerta, recurrí a la tan manida treta de los padres cuando queremos que los niños no molesten.

-Cariño; ven aquí. Toma, te voy a poner en el móvil los dibujos de Pepa Pig para que los veas tranquilita aquí sentada en el sofá ¿vale?.

-Bien... ¡Dibujos!..; exclamó mi pequeña.

Tras dejarla acomodada, me dirigí tras los pasos de mi mujer, quien se había metido en el baño. La encontré sentada en el váter, haciendo un pis, mientras dejaba correr el agua esperando que llegase caliente.

Sin dejarla ni tan siquiera terminar, me acerqué, me bajé el bañador y acerqué mi polla a su boca.

-Espera, déjame pegarme una ducha primero, estoy toda sudada; me suplicó justo antes de comenzar a lamerme el capullo.

-Es igual.. ya sabes lo mucho que me gusta así.

Ella bien sabía a que me refería. Últimamente tambien le había terminado reconociendo la excitación que me producía el hecho de verla mear. Habíamos jugueteado alguna que otra vez a dejarme toquetearla entre las piernas mientras lo hacía, o sabía lo mucho que me ponía ser yo el que le pasase un trocito de papel higiénico para terminar de limpiarle sus últimas gotitas.

Salados, sudados y sin poder reprimirnos más, terminamos follando apasionadamente, sentandome yo sobre el inodoro donde todavía su pis esperaba a ser evacuado al tirar de la cisterna, y sentada ella a horcajadas sobre mi, clavándose mi polla hasta lo más hondo, cabalgando enérgicamente mientras mis manos agarraban su culo, acompañándolo en sus embestidas, y abriéndoselo bien para deleitarme con la imagen de su reflejo en el espejo.

No más que un par de minutos nos fueron necesarios para explotar en un intensísiimo orgasmo; un orgasmo visceral y de primera necesidad con el que liberar parte de la carga sexual que habíamos venido acumulando.

-Voy a ducharme. Vigila a la niña; me contestó picaronamente mientras se bajaba de mis piernas.

------------

Durante el almuerzo pudimos por fin intercambiar impresiones sobre lo que había sucedido, y aunque Eva seguia intentando aparentar su descontento con la situación, y que si me había pasado muchísimo, que si tendríamos que ir al pueblo a comprar un bikini, que si ella no volvía a bajar así a la playa, bla, bla, bla... lo cierto es que yo bien leía entre líneas que en el fondo, había disfrutado casi tanto como yo con todo aquello.

Mientras Eva se tumbaba un rato con nuestra peque, esperando que así ella se durmiese la siesta, yo me acerqué a tomar un café al pequeño bar que había en el camping. Nada más pedir mi cortado al camarero, Alfredo entró por la puerta, y viéndome en la barra, se acercó directamente hacia mi. Hola qué tal, pidió su café, y ahí estábamos los dos nuevos colegas.

-Oye Carlos, quisiera pedirte disculpas por lo de esta mañana; me soltó de golpe.

-¿Disculpas?.. ¿Por qué?; fingí hacerme el sorprendido.

-Venga hombre.. no jodas.. está claro que fuimos a inoportunaros a más no poder.

-Que va hombre, ¿porqué?.. si los peques lo pasaron en grande.

-Si ya, pero bueno... tal vez preferíais pasar una mañana "tranquila" y os la terminamos estropeando.

-Que no hombre, que no te ralles... si lo pasamos genial.

Ninguno de los dos quería citar textualmente el hecho del topless de mi mujer, y lo embarazoso que para ambos fue, pero Alfredo -al igual que yo- era perfectamente consciente de que en absoluto fue lo que ninguno esperábamos.

Con la excusa de la tranquilidad, el no tener que aguantar a los hijos de otro y tal, intentaba justificar lo comprensible que hubiese podido ser nuestro descontento, pero ambos sabíamos que lo realmente incómodo de aquella situación habia sido lo otro.

Yo por mi parte fui lo más socialmente correcto que supe, intenté desdramatizar sus recelos, y sin tampoco reconocer explícitamente el hecho del topless, le hice ver que no pasaba nada, y que en absoluto le habíamos dado importancia alguna. Mentira.

El resto de la sobremesa discurrió con normalidad, volviendo a la cabaña a descansar un rato, seguir charlando con mi mujer -entre otras cosas- sobre esta cuestión, y yéndonos a dar un paseo en bici hasta el pueblo. Decir como dato reseñable que estando por allí de paseo, Eva no volvió a insistir en querer acercarse a una tienda a comprar un bikini, y eso a pesar que justo pasamos por delante de una tienda que los tenia expuestos en el escaparate.

Sin decirnos nada, ambos nos dimos cuenta de ello al pasar por allí delante, pero continuamos pedaleando estableciendo implícitamente una señal de acuerdo para seguir con nuestros jueguecitos.

Ya a media tarde, de vuelta en el camping, y suponiendo al ver su bungalow cerrado que Marta y Alfredo estarían ya en la playa, le pregunté:

-¿Bajamos un rato?.

-Vale. Fue su única respuesta.

No hizo comentario alguno sobre el bikini, ni sobre el temor a que se repitiese lo ocurrido por la mañana. Simplemente se cambió de ropa, poniéndose su anterior atuendo playero, cogimos las toallas, juguetes de la peque y demás, y bajamos al arenal.

Efectivamente allí estaban ellos, quienes al vernos levantaron una mano, como si fuese necesario para que los viésemos aún teniendo en cuenta lo poco concurrida que estaba aquella zona, y nos acomodamos a su lado.

Marta, al igual que antes, tenía su bikini completamente puesto y en cuanto Eva se sacó su vestido quedando con los pechos al aire, noté una ligera mirada de en ella como extrañándose de que hubiese insistido en venir así, sabiendo de antemano que nos íbamos a encontrar.

Tal vez hubiese terminado aceptando lo de esta mañana, dado que había sido algo fortuito, y aunque ella aún no lo sabía, tampoco había alternativa posible; pero imaginé que ambos habrían considerado aquel hecho algo puntual y albergaban la esperanza de que no se volviese a repetir aquella embarazosa situación.

El hecho de que Eva volviese a estar así de ligera, era la confirmación de que no, que aquello no había sido algo puntual, y que al parecer esa sería la tónica general para el resto de los días. Creo que ambos sufrieron un ligero desconcierto con esto.

Continuando en el aire ese aroma a cierta incomodidad para todos, estuvimos charlando, jugando con los niños, pegándonos nuestro primer chapuzón de la temporada. En fin, un día de playa.

Recuerdo muy intensamente la sensación de estar saliendo del agua por primera vez, juntos agarrados de la mano, y dirigiéndonos hacia las sillas donde Marta y Alfredo habían quedado cuidando de los peques. El quedar allí de pie, delante de ellos, comentando lo buena que estaba el agua, mientras ellos dos, inevitablemente tuvieron que ver a Eva totalmente mojada, con el sol destellando sobre la piel de sus pechos húmedos, y con la braguita empapada marcándole -casi con absoluta seguridad- la rajita de su sexo.

Recuerdo tambien, la imagen de Eva retirando el exceso de agua de su braguita antes de tumbarse sobre la toalla, apretando para ello la tela entre sus dedos, lo que inevitablemente provocaba el tensionado de la tela, acentuando más los detalles de su anatomía, y dejando un poco más al descubierto la blancura de sus glúteos.

2 o 3 horas de playa dan para mucho, y en ese tiempo tuvimos oportunidad de charlar, de observarnos los unos a los otros con mayor o menor sutileza, de intentar interpretar en el comportamiento de los otros cualquier posible reacción o sentimiento de rechazo, de mirarnos Eva y yo diciéndonoslo todo sin decirnos nada, de imaginarme yo -y ahora sí empezaba a tener el deseo- de que Marta decidiese tambien desprenderse de su bikini, para echar más leña al fuego, etc...

Y no era el por hecho en sí de verle las tetas -menuda tontería diréis vosotros- sino por la imagen mental que me proyectaba aquella situación; por lo morboso que me resultaba ver a mi mujer tan próxima a otra mujer ambas en aquel estado de semidesnudez, como queriendo dejar volar la imaginación y fantasear con actos que sabía mi mujer nunca realizaría. Lametablemente, al menos aquella tarde, estaba claro que Marta no tendría tal intención.

No recuerdo muy bien como se llegó a encaminar aquella conversación, tal vez hablando de lo desastrosos que somos los maridos en casa, que si no se nos puede confiar nada, bla, bla,bla, pero en un momento se dió la circunstacia propicia para que viniese a cuento que mi mujer hiciese un comentario del tipo "... todo es por culpa de él", refiriendose a mi.

Ella se refería al hecho de que estuviese con las tetas al aire, pero al no terminar Marta y Alfredo a que se refería exactamente, ví que era la oportunidad perfecta para aportar algo más de información e indirectamente, poner cara arriba otra carta de aquella partida.

-Es que.. veréis.. como decirlo.. ¡Bah!, ¡Venga..!, ¡Que hay confianza!.. ¡y si seguro que tambien vosotros tenéis vuestros secretitos de pareja!; bromeé intentando ponerlos en situación.

Expliqué que de cuando en vez, sobre todo así en las épocas vacacionales, aprovechábamos para nuestros jueguecitos picantones, y que había sido culpa mía el que Eva no tuviese un sujetador que ponerse.

Tras las primeras carcajadas y el por fin comprender muchas cosas, quise que supiesen que en absoluto Eva era tan liberal como pretendía aparentar, y por primera vez les reconocimos abiertamente lo vergonzoso que nos resultó nuestro primer encuentro, sentimiento que tambien ellos reconocieron abiertamiente compartir, y que ahora, una vez aclaradas las cosas, parecían hacernos respirar a todos un poco mejor.

Aunque Marta amablemente se ofreció para prestarle un bikini a Eva, habida cuenta de que probablemnte le sentaría bien pues ambas eran mujeres de busto generoso, hizo ver que -salvo que a ellos le incomodase verla así- por ella no había problema. Que ahora ya que más daba todo, a lo que ambos contestaron que en absoluto les importaba.

Y en fin; esa suerte de confesión supuso una cierta liberación que permitió descongestionar aquel ambiente tan enrarecido.

Un nuevo polvo maravilloso aquella noche y un cunilungus en la ducha a la mañana siguiente permitieron que enfrentásemos nuestro siguiente día de vacacions con los ánimos más que renovados.

Más y más tiempo compartido en la playa, pachangas de palas con Alfredo, paseos por las rocas en su compañía y la de los niños en busca de caracolas, todo ello sirvió para fraguar una cierta amistad con él, en la que ambos hablamos con algo más de intimidad, de cosas de esas que solo los hombres hablan entre sí. Me reconoció que sentía una cierta envidia sana de lo bien que nos entendíamos Eva y yo; yo le hice saber que mi mujer tampoco nunca se había mostrado en absoluto dispuesta a estos jueguecitos de pareja, que era algo más bien nuevo para nosotros y que tan solo nos estábamos iniciando, en fin.. conversaciones de caballeros donde sin entrar en detalles que vulnerasen el derecho al honor de nuestras respectivas, ayudaron a establer un cierto afecto entre ambos.

No tengo la certeza absoluta, y desconozco hasta que grado de profundidad, pero también tuve la impresión a lo largo de aquellos días que Alfredo, de algún modo, terminaba compartiendo parte de estas conversaciones con su mujer. Supongo que comentarían cosas entre ellos, me imaginaba incluso -dentro de mi calenturienta fantasía- como Alfredo intentaría convencer a su mujer para que ella también se mostrase un poco más "abierta de mente", me imagino la negativa actitud de ella, tal vez algun que otro reproche por su parte. No sé, no lo tengo claro del todo pero creo que era obvio que de puertas para adentro, cada uno de los matrimonios experiementaba cosas respecto a todo aquello que estábamos viviendo.

Ya a mediados de semana, disponiéndonos como estábamos a bajar a la playa, Eva cogió de su maleta el bikini tipo tanga que hasta aquel momento ni tan siquiera había querido probarse.

-¿Te gustaría?; me preguntó con una miradilla maliciosa.

-¿Te atreves?; le respondí dando por hecha mi respuesta afirmativa.

Así que sin decir más nada, se quitó la braguita que llevaba puesta, quedando desnuda ante mi, y mirándonos fijamente a los ojos, se puso su nuevo tanga amarillo. Se vistió una camiseta floja, de esas de tirantes, que le llegaba poco más abajo del culo, y así, a punto de mostrar más de lo deseado tanto por abajo como por la sisa de la camiseta, emprendimos camino campo a través del camping, al alcance de cualquiera que quisiera mirar, y dispuestos a encontrarnos nuevamente con nuestros nuevos amigos.

Al desvertirse ante ellos, como queriéndome demostrar hasta que punto llegaba su osadía, lo hizo de pie, a escasos metros de las sillas donde Marta y Alfredo estaban sentados, a escasa distancia de ambos, y perfectamente erguida ante ellos, desafiante, orgullosa de sí misma, tal vez excitada. Agarró su camiseta XL por el borde inferior, y de un tirón la levantó sacándosela por la cabeza, provocando con aquel estiramiento que sus pechos se apareciesen totalmente expuestos y erguidos ante la pareja. Terminó sin muchas prisas de recogerse el pelo; de ajustarse las gafas de sol, y sólo despues de haberse asegurado que ambos la habían visto bien, con el pretexto de hacerle una monería a los niños que jugaban a su espalda, se giró y se alejó, dejándoles ver su trasero en todo su esplendor, aquellos glúteos carnosos totalmente descubiertos, aderezados no más que por el pequeño triangulito de tela que nacía en su espalda y se perdía en su entrepierna.

Ningún comentario al respecto, ningún chascarrillo jocoso con el que intentar sacar hierro al asunto, tan solo una actidud de normalidad, como queriendo aparentar que nadie se había dado cuenta de nada, cuando yo sabía perfectamente que en sus cabezas estarían pensando algo muy distinto. No sé el que exactamente, pero sabían perfectamente que aquel tanga para nosotros tendría algún tipo de significado. Temí por un momento que ambos, ella más especialmente, pudiesen sentirse, digamos, "utilizados". En cierto modo era así.

Nos caían bien y en ningún momento queríamos que se sintiesen ofendidos por hacerlos partícipes, casi de modo obligatorio, de nuestros juegos y fetiches.

Ahora que ya conocían "nuestro secreto", que les habíamos reconocido que el primer día de topless era debido a un juegecito de pareja, era más que lógico que pensaran que esto tambien formaba parte de aquel rol. Intentábamos fingir todos una naturalidad inexistente, como no queriendo reconocer lo que era más que cierto, todo con el propósito de no tener que reconocer abiertamente las cosas. Fuere como fuere, continuamos comportándonos del modo más natural posible, y ahora ya de manera algo más fácil que los primeros días, rápidamente se fue normalizando la situación.

Aquel día, lo recurdo Bien, Marta llevaba un bikini distinto al de días pasados. Era un bikini verde normalito, nada que me pudiese hacer pensar que ella tambien estaba entablando algún tipo de juego con su marido, pero el sujetador, era de esos que se atan con una lazada tras el cuello. A diferencia de los que se abrochan como un sujetador, este modelo le resaltaba el pecho de un modo más natural, dejando que sus tetas descansasen más cómodamente.

Me gustaba verlas a ambas jugando con los peques en el agua, lanzándose la pelota los unos a los otros, ayudando a los niños a mantenerse a flote, conversando ambas como dos buenas amigas, embelesado yo como un tonto mirando lo extremadamente sexy que estaba mi mujer, así casi desnuda, delante de aquella otra mujer.

Alfredo, a mi lado, participaba del espectáculo, seguramente sintiendo en el fondo aquella envidia sana que me había confesado en nuestro primer día, probablemente sintiendo tambien algún tipo de deseo sexual hacia mi esposa.

-¿Niños?, ¿Queréis ir dando un paseo hasta aquellas rocas a ver si vemos algún cangrejo?; preguntó Alfredo cuando ambas mujeres salieron del agua.

-Sí, sí.. ¿Puedo ir papá?; preguntó nuestra pequeña.

Eran no más 100 metros, pero nuestra Paula tenía muy claro que no debía alejarse lo más mínimo de nuestro lado sin pedirnos permiso.

-Por supuesto cariño; traeme un cangrejo muy grande ¿vale?

De modo que Marga y Alfredo se fueron a dar un pequeño paseo por la playa, dejándonos allí en la orilla, permitiéndonos un momento a solas en el que pudimos hablar, e intercambiar impresiones sobre como estábamos pasando aquel día.

-Estoy cachondísima; me susurró Eva al oido mientras se abrazaba a mi cuello.

-Lo sé mi amor, y me encanta; fueron mis únicas palabras al respecto.

-¿Me vas a follar duro hoy?

-¿Te gustaría?.

-Si, me encantaría. Es más... lo necesito.

-¿Y no te gustaría más follar con Alfredo?; le pregunté burlonamente.

-¡Idiota!; me contestó bromeando y haciéndose la ofendida.

Yo sabía que no; sabía que ella no deseaba a otro. Y ella sabía que yo tampoco deseaba a Marta. Disfrutábamos juntos de todo aquello, pero era algo para nosotros, para nuestro placer, para nuestro disfrute mútuo. Nunca pensaríamos en nada que no fuese nuestro matrimonio.

Empezamos a andar cogidos de la mano en dirección contraria a la que habían tomado ellos, hacia unas pequeñas rocas que había un poco más adelante. A nuestro paso, mientras disfrutábamos de aquellos agradables rayos de sol, y de la brisa acariciandonos la piel, nos cruzamos con algún que otro veraneante. Tal vez alguno de ellos hubiese alegrado la vista con mi mujer, tal vez alguno se hubiese girado a nuestro paso para aprovechar y verle el culo, o tal vez nadie le diese importancia alguna. Nos daba exactamente igual; era nuestro momento y tan sólo éramos conscientes de nuestra complicidad.

Jugueteábamos con las olas que rompian a nuestros pies, que nos salpicaban un poco más fuerte cuando venían algo desbocadas, y nos deleitamos mirando hacia el horizonte de aquel idílico mar. Me abrazaba a Eva por su espalda, entrelazando mis manos contra su abdomen, rozando con mis manos sus pechos, y sitiendo su culo aprisionado contra mi miembro.

Asegurándome de que no había nadie demasiado cerca, abracé sus pechos con mi brazo, deslicé la otra mano dentro de su tanga y ¡sí!; efectivamente Eva estaba extremadamente cachonda.

-Te quiero amor, le susurré mientras dedicaba una última caricia a sus pechos.

-Yo a ti tambien.

Viendo a lo lejos que Marga y Alfredo ya tomaban el camino de vuelta hacia nuestra posición, íbamos a dirigirnos nuevamente hacia las toallas, pero Eva me retuvo.

-Espera un segundo. Siéntante aquí en esta roca. Y yo me senté.

Se sentó a horcajadas sobre mi regazo, abrazada a mi cuello, mirándome a la cara.

-Llevo un buen rato aguantándome, esperándote.

Y sí, lo supe. No hizo falta decirme más nada. La erección que ya tenía en aquel momento se volvió todavía más incontrolable. Mi corazón parecía que iba a estallar.

Ya el año pasado habíamos hecho algun juegecito parecido, pero nunca hasta el extremo de lo que ahora intuía iba a pasar. Me había provocado anteriormente, poniéndose a mear en algun sitio al aire libre, cuidándose de que yo la viese; me había dejado acariciarle el sexo justo despues de hacer pis, para sentir los últimos restos de su cálidad humedad, pero ahora parecía decidida a ir un poco más allá.

-¿En serio?; le pregunté un tanto sorprendido.

-¿No quieres?; contestó ella un tanto extrañada por mis reticencias. Pensé que te gustaría -añadió-.

-Si claro que me gustaría, continué para que tuviese claro que no eran escrúpulos ni vergüenza lo que sentía, pero fíjate; ya vienen ahí.

-Tranquilo, me da tiempo.

Y sin dejarme oponer objección alguna más, me miró fijamente, tornó su rostro en con un leve gesto de placer, y tímidamente se dejo ir. Dejó fluir su pis sobre mi regazo, acariciándome la nuca con sus manos, mirándome fijamente, empapándome el bañador, los muslos y mis genitales.

Locos de deseo comenzamos a besarnos apasionadamente, a intercambiar nuestras lenguas en un interminable beso, mientras mis manos acariciaban la desnudez de sus gluteos, sus tetas se apretaban contra mi pecho, y mis dedos se deslizaban entre sus nalgas impregnándose de aquel caluroso fluido.

Los niños venían un poco más avanzandos gritandonos desde escasa distancia acerca de los cangrejos encontrados. Marta y Alfredo un poco más atrás, viendonos allí sentados desde la distancia pero totalmente ajenos a lo que nosotros estábamos haciendo.

Tras unos ultimos segundos de deliciosa complicidad, cuando Eva por fin se quedó a gusto, aún pudiendo parecer que nuestros bañadores mojados estaban así por el agua, por si acaso quedaban restos evidentes, la agarré por el culo, me incorporé, y así haciendo ver que estábamos jugando, la llevé a horcajadas, enganchada a mi cintura, unos cuantos pasos más mar adentro para terminar tirándonos juntos en una zambullida. Fue el tiempo justo y necesario para que nada más levantarnos del agua, recién bañados, nuestros amigos hubiesen llegado ya hasta nosotros, y aunque estábamos seguros de que no se habían enterado de todos los detalles, estaba más que claro que nos habían estado viendo disfrutando de esa complicidad, jugando, abrazados, besándonos, agarrando yo con mis manos aquellas turgentes nalgas que Eva había estado luciendo toda la mañana.

Nos volvimos a las toallas, seguimos a lo nuestro, y yo sé que al menos Alfredo -tal vez Eva tambien- intuyesen que nos habíamos estado calentando de modo alguno, y que aquella había sido la ocasión en la que más apasionados nos habían podido llegar a ver.

Una hora más tarde, o quizas algo más, tras muchos otros guiños de complicidad, aprovechando cualquier momento para insinuarme algo, abriendo sutilmente las piernas mientras tomaba el sol, asumiendo el riesgo de que la telilla del bikini mostrase más de lo esperado, intercambiándonos un sinfin de miradas complices, y todo en la compañía de aquel otro matrimonio; cuando los rayos del mediodía empezaban a pegar con algo más de fuerza, Eva llamó a nuestra pequeña.

-Paula, ven aquí que hay que volver a echar crema protectora.

-Si Mario, tú tambien. Vente -continuó Marta.

Cada una de las madres comenzó a embadurnar a los pequeños de protector solar, mientras yo estaba sentado leyendo el periódico y Alfredo se había adentrado en el mar a nadar un rato.

La primera en terminar fue Eva, y mientras Marta continuaba aplicándole la crema a su niño, mi mujer aprovechó para ponerse tambien ella un poco de protección.

Se aplicó generosamente una capa en las piernas, en el abdomen, y mirándome como en busca de mi complicidad, comenzó a extenderse otra buena cantidad sobre las tetas. Se las sobaba, haciendo círculos, juntándoselas para acentuar el canallillo... uhm... verla así, tan provocativa, tan cerca de aquella otra mujer era demasiado para mi, de modo que inevitablemente tuve que tapar un poco mi excitación con el periódico que estaba leyendo. Eva se dió cuenta.

Marta por su parte aprovechó tambien para ponerse protección, pero de una manera mucho más sútil. Tan solo un poquito en los hombros y en el generoso escote.

-¿Me pones un poco por atrás cari?; me preguntó.

-Bahh!.. ¡Paso de pringarme!.. ¡Que te la aplique Marta!.

No sé porqué dije eso. Os aseguro que no lo hice con nincuna oscura intención; tal vez fue el subsconciente que me traicionó, o tal vez fue el instintivo reflejo para evitar algo tan pringoso que en absoluto me apetecía.

-Si mujer, deja que ya te la hecho yo; se ofreció voluntariosamente Marta.

Imagino que en su ofrecimiento tampoco hubo el más mínimo doble sentido, pero lo cierto, es que sin comerlo ni beberlo, ambos los dos nos vimos otra vez en una situación para nosotros un tanto peliaguda, que tal vez en otras circunstancias no tuviese significado alguno, pero obviamente para nosotros sí suponía una cierta picardía.

Agradeciéndoselo, Eva se tumbó en su toalla boca abajo y Marga aplicó una generosa cantidad de crema en sus manos para inmediatamente comenzar a extendérsela por la espalda.

Eva, con la cabeza ladeada sobra la toalla, me miraba fijamente por encima de sus gafas de sol intuyendo lo que era más que obvio que yo estaba pensando. Ella tambien se estaba haciendo esa pregunta. ¿Hasta donde se atreverá a bajar?

En aquellos breves segundos que duró aquel mágico instante no sois capaces de imaginaros cuantas cosas se me pasaron por la cabeza, ni cuantas imagino habrían pasado por la de Eva.

Marta extendió cautelosamente toda la crema por su espalda y sin aparentar ninguna objección volvió a echar otra poca en sus manos, como dando por descontado que también debía aplicársela en las piernas.

Arrodillada a su lado, sobre su misma toalla, bajó un poco su posición para quedar alineada a la mitad de sus piernas. Eva seguía mirándome con atención mientras el rubor aparecía en sus mejillas.

Las manos de Marta se deslizaban velozmente sobre las piernas de mi mujer. Primero sobre una, despues sobre la otra. Comenzando por los gemelos, insistiendo en el pliegue de la pierna, y deteniéndose un poco más en la más extensa zona de los muslos. Por un instante, por un dubitativo segundo de Marta, deduje que ella misma no sabía que hacer ante aquellos gluteos que se mostraban sin pudor ante ella. ¿Si no le aplico crema justo ahí será entendido como que le doy la importancia que ellos tal vez no le den?; ¿Si se la aplico lo interpretarán como un exceso por mi parte?. No sé lo que pudo pensar Marta en aquel momento, pero sin tiempo a que nadie reaccionase en modo alguno, cogió otra pequeña cantidad del bote y con la mayor naturalidad posible, tras extenderla sobre sus propias manos, superpuso sus palmas sobre las nalgas de Eva y comenzó a extendérsela con pequeños movimientos circulares.

Bien sabe Dios que el corazón casi se me sale del sitio en aquel preciso instante. Mi más que evidente errección, por suerte oculta sobre el periódico, estaba a punto de hacerme estallar alli mismo, sin ni tan siquiera tocarme, mientras que en los ojos de Eva noté una mirada totalmente desconocida hasta la fecha. Lejos de la mirada pícara y traviesa que me hubiese gustado encontrar, reconocí en ella algo muy distinto. Una mezcla como de profunda vergüenza, de inconfesable excitación tal vez; de disgusto en parte... no lo sé con claridad. Fueron no mas de 10 segundos, mientras otra mujer le acariciaba el culo delante mía, en las que por un momento temí que algo hubiese estropeado nuestra química. Temí que Eva se hubiese sentido arrastrada hasta aquella situación en la que tal vez empezaba a no sentirse cómoda; temí que aquello que se nos hubiese descontrolado un poco y que Eva lo estuviese estado aguantando por el simple hecho de darme placer a mi; pensé lo vergonzoso que podría estarle resultando en el supuesto de que aquello no le aportase el más mínimo placer o excitación. Había que darse cuenta de que en ningún momento, a lo largo de toda nuestra vida juntos, Eva me había dado a entener en modo alguno que pudiese llegar a sentir la más mínima atracción hacia alguien de su mismo sexo. Tal vez si el que le estuviese poniendo la crema fuese Alfredo la cosa fuese distinta, pero en aquel momento, por un momento, temí que hubiésemos caído en otro de esos pozos como el sucedido tiempo atrás, que nos hicieron retroceder un par de casillas, y supusieron tener algo aparcado de lo que era mejor no volver a hablar nunca. Nunca habíamos tenido el coraje de hablarnos acerca de estas cuestiones tan íntimas, y creo que en parte había sido un error llegar a esa situación sin haberlo hecho. Lamentablemente, ahora ya estaba hecho.

-Lista chica!; exclamó Marta justo cuando Alfredo se acercaba tras su chapuzón.

Aunque se lo había perdido todo, aunque no había podido disfrutar al igual que yo de aquel espectáculo, era obvio que desde la distancia había podido observar claramente como su mujer le había estado poniendo crema a la mia. Al ver a Eva tumbada, con el culo todavía pringoso de la crema, claramente pudo deducir que sus pieles habían entrado en contacto. La verdad es que me hubiese podido comprobar su reacción, o que hubiésemos podido hablarnos directamente de ello.

Disfrutamos todavía de un buen rato de playa, y ya cerca de la hora del almuerzo Eva reclamó a nuestra pequeña que fuese recogiéndo, que debíamos ir marchándonos. La pequeña insistía en que "porfa mami, un poquito más"; la madre explicándole que había que ir yendo para preparar la comida; en fin, la típica escena familiar.

En vista de que yo tambien estaba recogiendo mis cosas, Marga se ofreció para cuidarnos de la peque el ratito más que ellos todavía se quedarían. Que fuésemos subiendo tranquilos a preparar el almuerzo que ya un poco más tarde nos subían ellos a la niña y nos la entregaban en la puerta del bungalow.

Ante la insistencia de la peque por quedarse, aceptamos y adelentamos nuestro regreso al camping. Aquel breve trecho fue aprovechado ya para comentar entre nosotros lo sucedido, y comencé a sentirme más aliviado al comprobar que en absoluto Eva se había sentido disgustada. Tampoco pude deducir de sus palabras que le hubiese gustado, ni mucho menos, pero sí estaba claro que ella sabía que a mi, aquella escena, me había puesto a mil. Y simplemente eso, ya le gustaba.

Nada más entrar en nuestro bungalow, cerré la puerta, tiré las toallas al suelo, y acercándome por detrás le saqué la camiseta.

Sin tiempo que perder nos dirigimos a nuestro cuarto, y de un leve empujón tiré a mi esposa sobre la cama, culo hacia arriba, en idéntica posición a como estaba haciá escasos minutos en la playa.

Desprendiéndome de mi bañador, me eché encima suya, susurrándole al oido, confesándole lo muchísimo que la deseaba.

Haciéndole ademán de que no se moviese, sentado sobre sus piernas, comencé a acariciarle la espalda, a recorrer con mis manos la misma superficie que Marta había estado acariciando.

Cada vez que me adelantaba para besarla en el cuello, o para susurrarle algo al oido, sutilmente dejaba que mi capullo se rozase contra su piel, dejando un fluido resto de mi excitación sobre ella, como intentando hacerla recordar aquellas caricias furtivas recién experimentadas. Entretanto ella, se acariciaba el sexo.

Fui bajando con mis caricias, retrocediendo en mi posición para poder acceder a la parte trasera de sus muslos. Los acariciaba sutilmente, mientras entre sus piernas y bajo la diminuta telilla del tanga, sus dedos se procuraban placer. Observé detenidamente sus glúteos, aquellos mismos gluteos en los que todavía imaginaba ver las manos de Marta, los acaricié yo tambien, los rozaba con mi polla, acercando peligrosamente mi capullo hacia su interior.

Invadida de placer, Eva intentaba separar un poco más sus piernas como queriéndome facilitar el acceso, un ligero movimiento de cadera me hizo entender que quería más.

Acompañé su movimiento para permitirla incorporarse, quedando entonces a cuatro patas sobre la cama. Arrodillándome en el suelo, acerqué mi rostro a escasos centímetros de su magnífico culo, disfrutando de aquel aroma, mezcla de lujuria, salitre y crema protectora.

Comencé a besar su piel, tomando plena consciencia de besar lo que otra mujer había estado acariciando. Como si indirectamente la estuviésemos compartiendo.

Decidido a ir a por todas, agarré la tirilla de tela hundida entre sus nalgas, la aparté hacia un lado dejándosela cruzada sobre el gluteo derecho, y abriéndole el culo con mis dos manos hundí mi lengua en su ano mientras ella continuaba masturbándose.

Disfruté lamiendola, chupándola, recorriendo con mi lengua toda la longitud de su entrepierna. Adelantándome con mi lengua hasta tropezarme con sus dedos y recoger en ella sus fluidos, y volviendo hacia atrás para extenderle la humedad por todo su perineo.

Recorriendo con mi lengua y mis labios sus nalgas, y volviendo con las huellas de Marta hasta depositarlas en el agujerillo que tanto me hubiese gustado que tambien le acariciase.

Expuesta, pringosa y casi derrotada ante su venidero orgasmo, me pidió que la penetrase.

Recreándome en aquella imagen, de mi adorada mujer ofreciéndose ante mi, enfilé mi miembro contra su vulva, y de una certera estocada se la hundi hasta el fondo. Un gemido seco y profundo inundó la habitación.

Nuestros movimientos comenzaron a acompasarse rítmicamente. Eva arqueba su espalda presa del placer mientras mis manos agarraban sus balanceantes pechos. Mi pubis tropezaba contra su culo con cada embestida, mientras el húmedo chof, chof de nuestro coito avisaba de la pronta llegada al climax.

Desde mi elevada posición disfrutaba viendo como mi polla entraba y salía de su cuerpo, como cada retirada de mi falo traía consigo más de sus flujos, viscosidades que mis dedos continuaban deslizando por su perineo, por su ano, por sus glúteos, manchándole el tanga, cubriendo lo que antes habían cubierto las manos de Marta.

Intuyendo que Eva estaba a punto de correrse, centré la yema de mi dedo índice contra su rosado ano. En cualquier otra ocasión, casi de manera instintiva, sé que Eva hubiese apretado el culo como acto reflejo. Aunque de cuando en vez intentaba permitirme disfrutar de su puerta trasera, no era algo que le hiciese especial gracia y nuestros acercamientos al sexo anal era más bien sutiles y poco intrusivos. Tal vez debido a lo exhausta que estaba, o que la inminencia de su orgamos le impedía controlar su esfinter, no pudo impedir que mi dedo, ayudado de toda aquella viscosidad, entrase directamente hasta la última falange.

-Ahhhhggg!!.. gimió descarnizada.

Aún sintiéndose profanada en su más honda intimidad, no encontró fuerzas para oponerme resistencia alguna. Vencida y entregada a mi su única opción era dejarse explotar en aquel orgasmo del cual ya no tenía escapatoria. Su cadera continuaba marcando el ritmo, mientras yo desde atrás, aceleraba mis embestidas, alternando los compases de mi dedo y mi polla en el interior de sus grutas. ¿Estaría acaso imaginándose lo que sería ser penetrada por dos hombres a la vez?

Inundada de placer, totalmente desbordada y sin fuerzas, sus brazos se doblegaron cayendo su pecho sobre la cama, sujetándola yo por las caderas para que conservase su culo bien erguido; dejándomelo accesible para terminar de follármela a gusto.

Yo tampoco podía aguantar más. Iba a explotar.

Intenté aminorar el ritmo, contrayendo mi polla en su interior como queriendo parar la inminente eyaculación. Mi dedo índice percibía nítidamente los espasmos musculares de su esfinter durante sus últimos segundos de agonía. Habia traspasado ya al punto de no retorno; iba a correrme.

Retiré mi dedo de su culo y deslicé mi polla hacia afuera, dejándola recaer entre sus nalgas. Eva respiró relajada al sentirse nuevamente vacía.

Fueron no más de 2 o 3 sutilies caricias, deslizando mi capullo entre sus nalgas, recorriendo con mi falo el canalillo de su culo, amezando mi punta de lanza con entrar sin resistencia en su preciada puerta trasera, lo que provocó mi brutal eyaculación. Un contundente latiguazo de lefa salió disparado para terminar decorando la espalda de mi mujer; un segundo chorretón, todavía más potente, terminó alcanzándole los hombros y la nuca; otro que se quedó un poco más corto, acabó trazando un sinuoso rastro desde su nalga derecha hasta la parte baja de su espalda. Unos últimos coletazos de mi climax, terminaron de mancharle de semen el culo, deleitándome yo en restregarselo con mi polla y mi mano, cuidándome de cubrir con mi esperma aquello que otra había acariciado antes, fantaseando con que Eva recordase en aquel preciso instante las caricias de su amiga, fantaseando yo con que era su amiga la que la pringaba con mis fluidos.

Nos regalamos unos breves segundos de silencio, deleitándome yo con la imagen de su su cuerpo desnudo, sucio y exhausto tirado sobre la cama con el pringoso tanga mal encajado, y jadeando de agotamiento ella, intentando recuperar el aliento, tal vez pensando en aquellas mismas caricias, tal vez avergonzada por pensarlo. Una ducha y un no saber muy bien como explicar lo que había pasado despues, Marga y Alfredo llamaban a nuestra puerta para traernos a la niña de vuelta.

El resto del aquel día fue un tanto dificil de explicar. Estábamos maravillosamente bien el uno con el otro, había sido un polvo increible, de esos que costaba recordar otro igual, pero fuese como fuese, ambos sabíamos que aquello había sido un tanto raro. Como avergonzándonos el uno ante el otro y no queriendo reconocerlo, en el fondo, ese mismo pudor mutuo era la señal inequívoca de que ambos habíamos tenido muy presente a nuestra pareja de amigos durante aquel acto. Poco a poco, mientras paséabamos por el pueblo, mientras tomamos un aperitivo en una terraza junto al puerto, mientras disfrutábamos sin más de aquellos días, fuimos comenzando a asimilar lo sucedido, y mútuamente nos fuimos dando alguna suerte de apoyo, que nos permitió comenzar a hablar algo más abiertamente de aquello, hasta el punto de bromear entre nosotros y terminar aceptando que todo estaba bien; que no pasaba nada; que ambos lo habíamos disfrutado y punto.

Terminar reconociéndonos que ambos habíamos interpretado aquello del mismo modo, el terminar reconociéndonos que efectivamente hubo un significado oculto en aquel maravilloso polvo, fue una suerte de liberación para ambos y nos permitió enraizar todavía más aquel vínculo tan fuerte que últimamente nos esforzábamos en construir. Nos hizo confiarnos más y vencer temores infundados sobre lo que el otro podría pensar o dejar de pensar; nos ayudó a ser capaces de bromear más distendidamente sobre las situaciones vividas en aquellos días; nos ayudó a atrevernos a hacer comentarios sobre nuestros nuevos amigos, sin temor a que fuesen mal interpretados por el otro. El sentirnos un poco más relajados ante esta excitante situación, nos hizo descubrir un nuevo nivel de complicidad en el cual ambos bromeábamos intentando imaginarnos como sería la rutina sexual del otro matrimonio; como de depiladas gustarían llevar sus partes íntimas; sobre lo más o menos atractivos que nos resultaban Marta o Alfredo; una sintonía -en definitiva- que nunca habiamos sentido tan cercana y que nos parecía simplemente maravillosa.

La semana discurrió dentro de lo que ya comenzaba a ser tónica general. Bajadas constantes a la playa en distintos momentos del día, a solas en ocasiones, acompañados muchas otras. Liberación absoluta por parte de mi mujer a la hora de estar en la playa sin más atuendo que cualquiera de sus excitantes bikinis. Miraditas complices entre ambos, cada vez que nos parecía pillar a Alfredo mirando de reojo algún detalle revelado indiscretamente. Fotos para el recuerdo posando "de aquella manera" en distintos rincones del pueblo. Todo un repertorio de increibles momentos que nos hacían estar con la libido por los aires, y nos tenían follando cada vez que teníamos oportunidad.

Comenzamos tambien, muy sutilmente, a propiciar momentos donde forzar que se quedasen a solas uno de los cónyuges de cada matrimonio. Por ejemplo, proponía a Alfredo que me acompañase a dar un paseo por la playa con los peques para que ellas pudiesen tomar el sol tranquilas, fantaseando con que se produjese alguno de esos momentos especiales con el que encontrarnos a nuestro regreso.

Recuerdo muy bien como ya en el último día de nuestras vacaciones, a primera hora de la mañana, viendo salir a Alfredo de camino a la playa , mientras su mujer y su niño quedaban todavía en el bungalow atendiendo los quehacers típicos, animé a Eva a bajar ella sola tambien, adelantándoseme.

Mientras esperaba en el cámping, con la pequeña Paula todavía dormida en su cuarto, sentado en mi sofá ante el televisor apagado, sin ningún otro motivo que el dejarlos estar a solas, fantaseaba imaginándomelos a ellos dos tomando el sól, como dos buenos amigos, ella con los pechos desnudos como no podía ser de otro modo, con aquel tanga amarillo que precisamente había elegido cuando le propuse ir sola, con la confianza absoluta de que no pasaba nada malo por lo que me tuviese que sentir mal. Me la imaginaba excitada al saberse expuesta a aquel otro hombre; húmeda de deseo al imaginarme a mi lejos de ella, disfrutando de su ausencia, masturbándome en solitario pero tan estrechamente unido a mi esposa.

Quiso el azar que tras procurarme aquel alivio momentáneo, cuando me disponia a salir a su encuentro, justo mientras cerraba la puerta de nuestra cabaña saliese tambien de la suya Marga y su hijo.

-¿Bajais?; me preguntó como extrañada de vernos solos.

¿Eva no viene?; apostilló.

-Sí, pero ella ya se nos adelantó. A la peque hoy se le pegaron las sábanas y Eva no quiso perderse el chapuzón de primera hora.

-Ah vale. Alfredo también ha salido un poco antes que nosotros; me aclaró mientras yo apreciaba, o tal vez quise apreciar, fruto de mi imaginacion, un extraño gesto de incertidumbre al tomar consciencia de que quizás ambos estuviesen juntos en aquel preciso momento.

Desde los primeros pasos de la escalera de acceso al arenal, a lo lejos, pudimos ya divisar como efectivamente estaban juntos. Tuve que contener la maliciosa sonrillisa que se me despertó cuando intuí la figura de ambos, al tiempo que intentaba descubrir alguna inequívoca señal en el rostro de Marga. Tal vez porque no le hubiese dado importancia alguna, o tal vez porque al igual que yo supo disimularlo muy bien, el caso es que continuamos el camino como si nada pasase.

Nada más vernos acercanos por la arena, y dado que Paula arrancó a correr hacia su madre, ella pegó otro pequeño acelerón para ir a abrazar a su pequeña. Esos no más 5 o 6 pasos corriendo sobre la arena, fueron suficientes para que sus generosos pechos saltasen libremente, con un rítmico bamboleo, movimiento que rapidamente captó la atención tanto de Marga, como de Alfredo, gesto que fue enfatizado por el instintivo reflejo de Eva al agarrárselas con un antebrazo.

-Hola cariño... ¿Qué tal dormiste esta noche?.

-Muy bien mami; le contestó la pequeña justo antes de continuar con los saludos tanto a Marga como a mi

Nos instalamos junto a ellos, saludándose tambien con un beso ellos dos, y con una gesto de cabeza Alfredo hacia a mi, gesto que yo correspondí como haciéndole saber que todo estaba bien; que no pasaba nada; que no me sentía amenazado; que no me había importado en absoluto lo que pudiese haber estado mirando o imaginando en aquel rato a solas con mi Eva.

A la mínima oportunidad, aprovechando el revuelo inicial provocado por los niños en sus primeros momentos de juego, Eva quiso hacerme saber lo tan excitada que estaba.

-¡Estoy cachondísima!; me susurró al oido.

-Lo sé; yo me he masturbado imaginándome lo mojada que estabas. Le contesté tímidamente despertando en ella un gesto de envidia.

Los niños querían comenzar con su habitual construcción de castillos, con lo que los viajes de ida y venida a la orilla, en busca de cubos de agua, nos obligaban a prestarles algo más de atención. Alfredo y Marga estaban ya de pie correteando con su pequeño de un lado a otro; y yo, queriendo acompañar a nuestra peque a llenar su cubo, dejé a Eva sola en la toalla, disfrutando de aquello que no serían más que un par de minutos de soledad.

Nuestro cruce de miradas al levantarme yo de mi toalla, le hizo entender perfectamente lo que le proponía. Mientras todos nosotros nos afanábamos en la orilla en coger agua; en juguetear con los niños a saltar las olas, Eva se había colocado boca abajo. Verla así, desde la distancia, me hizo saber que efectivamente había captado el mensaje. La conocía y sabía que esa posición era señal inequívoca de que se estaba acariciando; como si el hecho de que ella no viese a nadie cerca, le aportase una mayor intimidad y fuese garantía suficiente para que nadie la viese a ella.

Intentando disimular mi erección con la pala y rastrillo de juguete, partimos de vuelta hacia nuestras toallas. A medida nos acercábamos la imagen de Eva tumbada boca abajo, totalmente ajena al resto del mundo comenzaba a hacerse más nítida. Aúnque se mantenía muy comedida, comencé a temer que no se enterase de nuestra proximidad, y por un instante llegué a fantasear -podríamos decir temer- con que alguno de los dos se diese cuenta de aquellos dedos que hurgaban sutilmente en su entrepierna.

Estábamos cada vez más cerca y me negaba a creer que Eva no fuese capaz de oir la algarabía que los peques formaban ya a escasos metros de nuestras sombrillas.

¿O acaso ya era tarde para parar e inevitablemente tendría que terminar de correrse aún suponiendo ello que nuestros amigos se percatasen de ello?

Justo en ese instante de tensión máxima, disimuladamente sacó su mano derecha de dentro de la braguita y como quien no quiere la cosa se giró hacia arriba. No más de 5 segundos después, estábamos justo delante de ella.

¿Se habrían percatado de donde tenía la mano metida?. Yo sí lo había visto de refilón; tal vez ellos ni tan siquiera siendo capaces de imaginarlo, no.

 

Los peques se habían centrado en su construcción; Marga y Alfredo habián tomado asiento en sus respectivas sillas, y yo sabía que Eva necesitaba terminar con su orgasmo. La húmeda mancha en aquella delicada porción de tela la delataba.

-¿Me acompañas a darnos un chapuzón? cariño; le pregunté.

Mirándome con evidente complicidad ella asintió.

-¿Nos vigiláis a la peque, verdad?; le preguntó a Marta mientras nos incorporábamos.

-Por supuesto, id tranquilos; respondió él, seguramente del modo más inocente del mundo, pero queriendo yo ver en sus palabras un guiño de aceptación y conformidad con lo que me hubiese gustado pudiese conocer.

Cogidos de la mano comenzamos a andar hacia la orilla del mar, suponiendo que ambos nos estarían viendo alejarnos de espaldas, viendo como el culo en tanga de Eva se alejaba, sintiéndome yo en aquel momento, el hombre más afortunado del mundo por tener una mujer con la que disfrutaba tan intensamente de la vida que teníamos.

Nos adentramos unos cuantos metros en el mar. La marea estaba bastante alta a aquellas horas de la mañana, de modo que sin necesidad de adentrarnos demasiado ya estábamos con el agua al cuello Eva; a mitad de pecho para mi dada mi mayor estatura. Aún a pesar del shock inicial que supuso la sensación del agua fría, o precisamente acentuado por ello, la calentura en absoluto había desaparecido.

Unos primeros besos como única toma de acercamiento fueron suficientes para que Eva se mostrase totalmente entregada. En contacto con el agua fría, sus pezones se habían puesto duros, desafiantes y jugaba a arañarme el pecho con ellos. Abrazado a ella comencé a buscar acceso con mi mano a su coño.

Disimulando lo mejor posible, sin importarnos demasiado otro bañista que de cuando en vez pasaba a nuestras espaldas haciendo sus largos matutinos, confiados en que desde las toallas Eva y Marga no alcanzase a divisar más que nuestras cabezas flotando en mitad del mar, comencé a masturbarla rítmicamente.

Eva separaba sus piernas para facilitarme mejor acceso, mientras las yemas de mis dedos índice y corazón se aplicaban en estimular su clítoris.

Sin darle tiempo a rechistar, de un tirón bajé su tanga hasta la mitad de sus muslos, y viendose obligada, ella levantó una pierna para que pudiese terminar de desnudarla por completo. Sujeté la prenda en mi mano izquierda, encerrada en mi puño, mientras que con la derecha seguí alternando mis caricias con alguna puntual inserción hasta lo más hondo de su sexo.

En esas estábamos, yo mirando hacia la costa y Eva perdiendo su mirada contra el horizonte, abrazados en mitad del mar, totalmente desnuda ella, cuando observo que Alfredo se levanta de su toalla y comienza a dirigirse hacia nosotros.

-Date la vuelta despacio; le indiqué sin dejar de estimularla. Mira quien viene ahí.

Al girarse, ella también se percató de la presencia de Alfredo.

-Rapido; no me dejes a medias. Me suplicó

Por un instante temí tener que culminar de un modo precipitado, temiendo que Alfredo se acercase en exceso a nosotros, pero afortunadamente se limitó a quedarse en la orilla, con los pies a remojo, observando el horizonte, saludándonos con la mano alzada, mientras yo, abrazando a Eva desde atrás, terminaba de hacerle aquella paja.

-¿Le pedimos que se acerqué?; le pregunté socarronamente.

Turbada al principio, pensando que lo decía en serio, burlona después, cuando se dió cuenta de que iba de farol, me continuó el juego.

-¿Te atreverías?.

-¿Lo dudas a caso?. ¿Te gustaría?; continué azuzándola.

-Y a ti, ¿te gustaría verlo?; repreguntó sin querer responderme.

-Sí; me gustaría verlo. Me atreví a contestar.

Viendo que su orgamos estaba cerca, relajé la intensidad de mis caricias intentando alargar aquel juego el máximo tiempo posible.

-¿Te gustaría que Alfredo te follase?; le pregunté así duramente, cuidándome de pronunciar su nombre para darle más trascendencia a la pregunta.

-Tú sabes que no, pero me gusta imaginármelo.

-Lo sé cielo. Confiésamelo; ¿Qué te gustaría que te hiciese?

-Uhm.. no sé.. estoy muy confusa.

-Venga, relájate; es solo un juego. Deja volar tu imaginación.

-Me gustaría que me acariciase las tetas. Le dejaría tocar aquello que sé que tanto ha mirado.

-¡Ah sí!; ¿te las ha estado mirando indecorosamente?; pregunté irónicamente.

-Sí. Antes, cuando estábamos solos. Mientras yo fingía tomar el sol con los ojos cerrados podía notar sus ojos mirándome sin disimulo alguno.

-Y eso te ha gustado ¿verdad?; pregunté de nuevo mientras aceleraba ligeramente el ritmo de mis dedos.

-Si; mucho. Confesó entre gemidos.

-¿Te gustaría que te follase?; volvía a preguntar susurrando en su oido.

-Uhmmm -otro sordo gemido- No, creo que no. No me atrevería a tanto.

Preferiría que me follases tú, estando él cerca tal vez.

En parte sorprendido por su respuesta, comencé aumentando el ritmo de mis caricias.

-Fíjate bien en él. Míralo mientras te hundo los dedos. Piensa que él nos está mirando.

-Me gustaría verlo desnudo; eso sí te lo reconozco. Confesó ruborizada.

-¿Te gustaria acariciarle la polla?. ¿Le harías una paja mientras yo os miro?

-Sí. Eso sí. Fue su única respuesta.

-¿Ah sí?... ¿En serio?. ¿De verdad serías capaz de hacerle una paja?; volví a inquerir de una manera un poco más contundente.

Desconcertada por lo que había acabado de decir, como temiendo haberse excedido en su confesión, intentó quitar hierro al asunto.

-Bueno, no; no sé.. ¿es una fantasía, no?; balbuceó comenzando a ponerse nerviosa.

-Tranquila cariño; está bien. Intenté tranquilizarla mientras mis dedos continuaban dándole placer.

-Voy a correrme; me advirtió.

-Está bien amor. No dejes de mirarlo. Mis dedos comenzaba a acariciar con más ímpetu.

-Observalo bien, imagínatelo que lo tienes aquí delante, imagínatelo que son sus manos las que desde tu espalda te agarran las tetas, imagínate que es él el que te besa los pezones, como a ti tanto te gusta, mientras soy yo el que te folla profundamente.

Imagínante ahora que él tambien arde en deseos de masturbase junto a ti. Hoy no podrás tocarlo, todavía no tengo claro que fuese capaz de soportarlo, pero sí quiero que disfrutes siendo conocedora de la excitación que le produces.

Pídeselo -le ordené- dile que quieres verlo.

-Alfredo, pajéate para mi -susurró ella muy bajito, como avergonzándose de pronunciar aquellas palabras en voz alta.

-Ahí lo tienes; imagínatelo. Fíjate en lo dura que tiene la polla por tu culpa.

Ahh, ahh... comenzó a gemir profundamente advirtiéndome e la inminencia de su climax.

Le separé un poco más la piernas, doblándola ligeramente hacia adelante, como para favorecer una postura de total exposición y sumisión, mientras mis dedos entraban por entre sus piernas, y con pequeños empujones contra su culo provocaba que se acercase unos pasitos más hacia la playa, todo para estar más cerca de él, todo para aumentar el riesgo de que Alfredo nos viese más claramente. Llevábamos ya unos minutos allí parados, y si no fuese porque él estaba abosorto mirando el paisaje, bien posible hubiese sido que sospechase algo.

Eva intentaba agacharse lo máximo posible, para evitar quedar más expuesta de lo necesario, intentando mantener sumergida la mayor parte de su cuerpo, pero al borde del orgasmo no podía pensar con claridad. Simplemente quería dejarse ir.

-Seguro que le encantaría que se la chupases. Afirmé para elevar el desafío.

-Seguro que sí. Cortó secante como temiendo decir algo que no debía.

-¿Lo harías?... ¿Te gustaria chupársela?.

-No. No lo creo, no creo que.... ah.. me corro... y justo su orgasmo llegó en mitad de aquella dificil confesión.

Pegué el último acelerón al ritmo de mis estímulos, mientras mi brazo la rodeaba sin disimulo por debajo de los pechos, para evitar que se separase de mi, y susurrándole al oido continué recreándole aquella imaginaria situación.

-Imagínate lo que sería tener la polla de Alfredo en la boca mientras yo te follo duro desde atrás. ¡Dos hombres entregados totalmente a ti!. Y mis dedos seguían alargando su dulce agonía.

-Ahhh.. así cariño.. así... era lo único que ella podía decirme.

Y justo en aquel trance, en pleno apogeo de aquel intenso orgasmo, Alfredo giró su cabeza hacia nosotros, mirándonos desde la distancia, y haciéndonos un gesto con la mano nos indicó que se volvía a la toalla. Fueron tan solo un par de segundos, pero tiempo suficiente para que Eva y yo pudiésemos sentir que había estado presente, no como un mero espectador, sino como parte más o menos activa de aquella increible fantasía.

-Te has quedado a gusto ¿verdad?; ironicé mientras la colmaba de besos.

-Si, ha sido fabuloso; me reconoció.

Abrazados nos dejamos caer hacia atrás, nadando de espaldas el uno con el otro, terminando de relajarnos flotando en mitad del mar, Eva todavía desnuda, yo deleitándome con la silueta de su cuerpo sobre el agua, grabando a fuego en mi retina aquella deliciosa imagen, formando el sol miles de preciosos destellos sobre la piel mojada de mi mujer, destacando su prominente pubis por encima de la línea de flotación, húmedo, palpitante, deseoso de más. El bañista matutino volvió a pasar nadando a escasos metros de ella; probablemente se habría percatado de su absoluta desnudez.

Volvió a vestirse la escueta braguita del bikini, e intentando aparentar una inexistente normalidad, cómplices el uno del otro, volvimos hacia las toallas.

 

Disfrutamos del resto de aquella que sería, nuestra última jornada playera. Desafortunadamente aquellos días libres llegaban a su fin y al día siguiente tocaba emprender viaje de vuelta a la cotidiana rutina diaria. Fuese como fuese, por muy estresante que resultase la vuelta, por mucho trabajo y quehaceres varios que volviesen a invadir nuestras vidas, lo que allí habíamos vivido esos días ya nadie nos lo arrebataría. Lo unidos que nos habíamos sentido aquella semana, serviría para reforzar nuestro vínculo y hacer más llevadera la vida cotidiana. Sin dudarlo, habíamos avanzado un par de casillas más en el dificil juego del matrimonio.

Acordamos ambos matrimonios que el nacimiento de aquella amistad bien merecía una celebración algo más especial, así que convenimos en salir a cenar ambas familias juntas, aquella última noche, a un restaurante muy acogedor que había en mitad del paseo marítimo. Seria nuestra cena de despedida.

El resto del día pasó con la normalidad habitual, un poco apesadumbrados porque aquello llegase a su fin, pero reviviendo los mejores momentos de aquellos días. Eva y yo continuábamos charlando sobre todo aquello que habíamos sentido, paseando con nuestra peque mientras intercambiábamos pareceres sobre aquel súbito nivel de complicidad, intentando reafirmarnos en la creencia mútua de que todo aquello no era en absoluto negativo ni perjudicial para nuestro matrimonio, asombrados en cierto modo de lo gratificante que nos habían resultado aquellos juegos hasta hacía bien poco impensables para ninguno de los dos.

Ya de retirada a nuestro bungalow, un par de horas antes de la hora acordada para la cena, comenzamos con la rutina del acicalamiento para aquella que esperábamos fuese una agradable velada. Aunque era muy habitual en nosotros que compartísemos la ducha, y que aprovechásemos cualquier oportunidad para hacernos cualquier arrumaco, algo especial e intangible había entre nosotros aquel día, por lo que cualquier insignificante gesto resultaba de lo más morboso. Una caricia furtiva, un mira como me abro de piernas para que me veas mear, un enjabóname la espalda y ya de paso... Era más que obvio que la tensión sexual imperaba en el ambiente.

Aún pudiendo hacerlo ella misma, sabía lo mucho que me excitaba hacerlo yo personalmente así que me pidió que le rasurase a la perfección el depilado sexo que tras aquellos 3 o 4 últimos días, comenzaba ya a dar signos de ensombrecimiento.

Sentada sobre el borde de la bañera, con las piernas bien abiertas y la entrepierna jabonosa, se ofrecía a mi mientras yo cumplía con complacencia el encargo. Deslizaba cuidadosamente la maquinilla sobre sus carnosos labios, comprobando con una caricia si habían alcazado ya la suavidad requerida.

A medida iba retirando los excesos de espuma, su vulva se mostraba más nítida y resplandeciente. Mientras alcanzaba con exquisita precisión los más íntimos recoquevos de su entrepierna, despejando de cualquier vello no deseado su perineo, su ano, sus labios, su monte de venus, mientras su propio flujo ayudaba a lubricar la piel, Eva comenzó a acariciarse delicadamente los pechos.

Se estaba poniendo a mil, y yo sabía lo que deseaba.

-Vigila a la niña anda, que a saber lo que está haciendo ella sola en la sala. Dame tan solo dos minutos porfa. Me pidió con una sonrisilla maliciosa.

Me encantaba saber que disfrutaba en la intimidad. Ella sabía lo mucho que me excitaba cuando por ejemplo llegaba a casa tras un duro día de trabajo, y nada más saludarme al entrar por la puerta, me confesaba al oido que se había masturbado en tal o cual sitio, de tal o cual manera.

Me disponía a dejarla sola cerrando la puerta del baño tras de mí, pero me pidió que no lo hiciese.

-No, no cierres. Puedes mirarme si quieres.

Así que desde la puerta, cuidando de que la peque no rompiese nada mientras jugaba en la sala, continué observando como mi mujer se propiciaba placer.

En cuclillas dentro de la bañera, mirando hacia mi, tras unas primeras caricias sobre su sexo y tras ajustar la correcta temperatura del agua, dirigió el grifo de la ducha hacia su entrepierna. Retiró primeramente los últimos restos de espuma que quedaban tras el rasurado, y separándose los labios con una mano, apuntó el chorro directamente contra su clítoris.

El chorro de agua impactaba directamente contra su punto de placer, mientras ella me miraba, y yo ardía en deseos de sumarme a la fiesta. Obediente, permanecí inmovil bajo el marco de la puerta, limitándome a observarla, permitiéndole disfrutar a gusto de su momento. Efectivamente no necesitó más que uno o dos minutos para que su rostro terminase reflejando una expresión de dulce angustia, justo mientras otro potente orgasmo la invadía.

Al terminar, se puso en pie, se pegó un último aclarado y me pidió que le acercase la toalla, mientras yo, desde la puerta, no podía dejar de mirar embelesado aquella excitante anatomía, totalmente desnuda ante mi, cuerpo de la mujer a la que tan profundamente amaba y deseaba.

-¿Quieres que te haga una mamada?; me preguntó mientras se dejaba envolver en la toalla.

-Ahora no que se hace tarde; ya tendremos tiempo en otro momento.

-¿Y vamos a salir estando tú así con esa calentura?; insistió siendo más que evidente la erección bajo mi boxer.

-Sí. Sabes que me gustan los orgamos trabajados a fuego lento. Y otra miradilla complice se cruzó en nuestros ojos.

Terminamos de arreglarnos, de vestirnos, de vestir a la peque, de recoger un poco el cuarto. Lo habitual.

El fondo de armario era más bien escaso, ya que tan solo habíamos traído ropa sport para pasar unos días de playa, así que yo terminé vistiendo un vaquero con un polo; y Eva un vestido de piqué en color rojo, muy recatado para lo que cabría esperar, sin escote alguno, con cuello camisero y manga de sisa, con un largo más bien justito como única concesión al erotismo y a la seducción.

Debajo del vestido, un sujetador y una braguita de licra, con unos ligeros toques de encaje, en color blanco.

Un look muy recatado que hasta a nosotros nos pareció poco en vista del cariz que habían ido tomando nuestros últimos encuentros. Pensó por un momento en ponerse otro vestido mucho más "casual", con un escote mucho más generoso, apropiado incluso para ir sin sujetador, pero convenimos que era una ropa muy poco apropiada para ir a un restaurante medianamente fino, y habida cuenta de que tanto Marga como Alfredo estarían ya cansados de verle las tetas, pensamos que tambien podia estar bien presentarles nuestra faceta más convencional; que nos conocieran en distintos ámbitos de nuestras vidas.

Tras un corto paseo en aquella calurosa noche, llegamos por fin al restaurante justo a la hora convenida. Marta, Alfredo y Mario estaban ya sentados a la mesa esperándonos.

La velada discurrió con absoluta normalidad, en un clima totalmente distendido, con una buena comida, y charlando animosamente sobre muchísimas cuestiones. Recordamos entre risas lo avergonzados que nos sintimos todos en aquel nuestro primer encontronazo playero; charlamos dejando entrever muy veladamente el reconocimiento de que ambos sabíamos que para el otro tambien todo tenía un doble significado, bromeamos incluso sobre lo divertido que hubiese vernos a Alfredo o a mi ataviados tambien con un tanga... en fin.. una charla distendida, respetuosa y -sin muy a mi pesar- ningún indicio claro y evidente de que ellos tambien hubiesen estado disfrutando por su parte de este doble juego.

La noche corrió casi sin darnos cuenta, y en vista de que los niños ya no aguantaban más trote por aquel día, decidimos retirarnos ya acordando tomarnos el último café, el de alargar la sobremesa, en la terraza de uno de los bungalows; en el de ellos más concretamente.

Llegamos al cámping. Ellos fueron a acostar a Mario y a preparar la terraza mientras nosotros hacíamos lo propio con nuestra niña. Minutos despues, a punto de salir por la puerta para cruzar hasta la cabaña de enfrente, justo antes de abrir la puerta, retuve a Eva entre mis brazos, y le di un cálido y sentido beso. Correspondiéndome, nos miramos a los ojos como reconociéndonos un absurdo nerviosismo ante una más que imaginaria situación, que perfectamente sabíamos nunca iba a suceder. Una situación totalmente fantasiosa, que tampoco ninguno de los dos quería reconocer abiertamente de boca para afuera, para la que en ningún momento ni Marta ni Alfredo habían hecho ni la más mínima insinuación.

Como queriendo ver en aquello algún doble significado, que en absoluto se asemejaba a la realidad, disfrutábamos con la simple e hipotética ilusión de que aquello fuese muy distinto a lo que realmente era, como si nos encaminásemos a algún tipo de aventura prohibida, que ninguno se atrevía a aceptar, pero que al amparo de aquel juego de rol implícitamente aceptado nos provocaba una profunda excitación.

Me agaché ante Eva, deslicé mis manos por debajo de su vestido, y agarrando sus braguitas por ambos lados se las bajé hasta las rodillas. Intentando aparentar sorpresa, pero contribuyendo a la vez levantándose el vestido hasta la cintura, me ofreció su sexo para que lo recorriese con mi lengua, comprobando en su humedad como una vez más, era presa del deseo y la excitación.

Apoyada con la espalda sobre la puerta, con el vestido remangado sobre la cintura, agarrándome la cabeza mientras yo disfrutaba besándola en su intimidad, comenzó a subir el ritmo deseosa de ir a más. Intenté frenarla, como haciéndole ver que ahora no era el momento, pero ella no cejó en su empeño.

Sujetándome firmemente la cabeza, abriéndo bien las piernas mientras sus pies se ponían de puntillas para favorecerme un poco el acceso, me pidió que no la dejase con las ganas. Sin querer contrariarla, continué chupándole el sexo, penetrándola con mi lengua, succionándole el clítoris, hasta que rápidamente explotó aprisionándome entre sus piernas. Me extrañaba la increible facilidad con la que en aquellos días era capaz de correrse. Nunca la había visto tan desfogada.

Nos recompusimos como malamente pudimos. Yo limpié con mi mano los restos que su feminidad había dejado sobre mis labios, sobre mi nariz, sobre mi barbilla. Eva hizo ademán de querer subirse las bragas, pero yo se lo impedí, bajándoselas mas todavía hasta que al verlas caida sobre sus tobillos comprendió mi intención y sin oponer resistencia se las dejó sacar. No era la primera vez que jugábamos de ese modo, y aquella era una ocasión que bien merecía ese nivel de entrega.

Protegida solamente por la tela roja del vestido cruzamos a la terraza del bungalow de enfrente, en donde Marta y Alfredo ya nos esperaban con la mesa preparada. Nos recreamos en aquella sobremesa, continuamos charlando sobre nuestras cosas, mirándonos Eva y yo como queriendo recrearnos en nuestro pícaro secreto. No hubo nada especialmente reseñable de aquel encuentro, más allá de un provocativo cruce de piernas que Eva hizo ante mi aprovechando que los otros dos habían ido a la cocina a buscar el café recién hecho. Mientras la conversación discurría sin más, mi imaginación se perdía en lejanas fantasías, donde pensaba que tan distintas son estas cosas en las películas, o en la literatura erótica. En la práctica, nada era como nuestro lado más oscuro hubiese querido, y lo único realmente morboso y excitante de todo aquello era el nivel de complicidad que Eva y yo habíamos alcanzado. Habían sido unos días de lujuriosa fantasía, de algo totalmente imaginario y que justamente así debía ser. Racionalmente hablando esa era la única realidad posible, y todo lo demás debía quedarse en el ámbito privado de nuestro matrimonio, en nuestra cómplice fantasía, en nuestros juegos de pareja.

La noche llegaba a su fin, y aunque convenimos en que a la mañana siguiente, justo antes de marcharnos, nos despediríamos definitiva y formalmente de ellos, cerramos el encuentro con un abrazo y un par de besos que certificaban la nueva amistad recién forjada. Nunca hasta aquel entonces se había dado entre nosotros el más mínimo contacto físico, y aunque fué no más que un afectuoso saludo, el ver a Eva abrazada a Marta primeramente y a Alfredo después, el ver como sus mejillas se acariciaban y como los brazos de aquel otro hombre rodeaban a mi mujer, no hizo sino más que elevar mi nivel de excitacion.

Nos retiramos a nuestra cabaña, y nada más cerrar la puerta Eva se desprendió de su vestido dejándolo tirado encima del sofá, y quedando vestida tan solo con su blanco sostén. Desvistiéndome yo tambien, en parte para irnos a la cama, en parte esperando algún tipo de acercamiento sexual, me dijo:

-¿Sabes?; tengo un regalito para ti.

Intuyendo ya a que clase de regalo se refería, me predispuse a entregarme al placer.

Como queriéndome pagar con mi misma moneda, apagó la luz de la sala y descubrió las cortinas, como intetando impedir que desde fuera se pudiese ver nada de lo que dentro sucedía, en la más absoluta penumbra, pero que procurando que yo sí pudiese observar a través de la ventana lo que justo en frente pudiese acontecer.

Alfredo y Marta, se habían quedado todavía unos minutos sentados en su terraza, tal vez hablando de nosotros, tal vez hablando de cualquier otra cosa, y podía verlos perfectamente con la casi absoluta certeza de que ellos no me veían a mi.

Eva se encargó de desnudarme completamente, y acomodándome de pie en frente a la ventana, se sentó en el suelo, entre mis piernas, con su espalda apoyada en el trozo de pared ubicado justo debajo del cristal. Con mi polla a escasos centímetros de su boca, comenzó a jugar sus cartas.

Mientras retiraba mi prepucio, adelante y atrás, lenta y pausadamente, y con su otra mano acariciaba mis huevos, preguntó:

-¿Recuerdas antes, en el restaurente, cuando los pequeños quisieron ir a hacer pis y los acompañamos Marta y yo?.

Un escalofrío recorrió mi espalda al imaginarme lo que fuese que Eva podría confesarme.

Interrumpió brevemente su relato para introducirse mi falo en la boca, hecho que sin duda me producía un enorme placer, pero que por otra parte impedía que me continuase contando lo que fuese que me quería contar.

Chupó mi polla durante unos segundos, mientras yo permanecía impávido alli de pie, mirando por la ventana, acompañando su mamada con un lento movimiento de cadera mientras enfrente, Marta y Alfredo comenzaban a recoger la mesa y entraban y salían de su casa con los enseres en una bandeja.

-Pues verás; continuó interrumpiendo la mamada y continuando estimulandome con sus manos, cuando llevamos a los peques al baño Marta quiso aprovechar para hacer ella tambien un pis.

Otra pequeña interrupción para dar otro par de chupadas a mi miembro y continuó narrándome.

-Y sí, justo lo que te estás imaginando.

-¿Os enrollásteis allí mismo?; pregunté yo descaradamente.

-No tonto, como iba a ser eso. Déjame continuar.

Te decía, que tuve la ocasión para descubrir la respuesta a aquello que tu y yo nos preguntábamos el otro día ¿recuerdas?.

Sí, lo recordaba. Sin duda se estaba refiriendo a las bromas que nos habíamos estado haciendo apostando sobre como de depilados gustarían de ir nuestros nuevos amigos.

-¿Y bien?; pregunté ansioso queriendo saber más.

-Tranquilo, impaciente... déjame que te lo cuente con detalle.

Relájate, e intenta imaginarte la escena.

Y mientras me masturbaba, sentada ante mi, comenzó a narrarme lo vivido de un modo morboso, enfatizando los pequeños detalles, tal vez permitiéndose alguna que otra licencia literaria, y dándole la mayor carga de erotismo posible para que yo me recrease en la situación.

-Pues verás; entramos con los niños al habitáculo del inodoro, y cuando ellos acabaron Marta me dijo: "Espera, agúantalos un segundo ahí y aprovecho yo tambien".

Y casi sin darme tiempo a reaccionar, que vamos, tampoco es que me importase la verdad, se levantó el vestido dejando ver una braguita de color... ¿Lo adivinas?.

-Negra, respondí yo.

-Si, justo. ¡Premio para el caballero!; y volvió a engullirse mi polla como recompensa. Continuó.

-Acordándome de ti, imaginándome que te gustaría poder estar allí, quise prestar atención a ese detalle para después poder darte esta sorpresa, pero justamente en el instante que se iba a sentar, tuve que girarme para sujetar a Mario quien estuvo a punto de abrir la puerta y marcharse a correr.

No podía resultar demasiado descarada, así que mientras ella meaba me mantuve medio dándole la espalda, sujetando a los niños para que se estuviesen quietos.

Mientras me imaginaba la situación, observaba a Marta justo enfrente, terminando de recoger el azucarero de la mesa, imaginándomela de aquel modo que mi mujer se recreaba en relatarme, fantaseando con que hubiese compartido un momento tan intimo con ella.

-Cuando deduje que había terminado, así como quien no quiere la cosa, me giré hacia ella y en el preciso instante que se ponia en pie, mientras se subía las braguitas, pude vérselo con total nitidez. ¿Cómo dirías tú que lo lleva?; me preguntó.

La veía entrando y saliendo de su bungalow, a escasos metros de distancia, resguardado por el anonimato que me ofrecía aquella oscuridad. Quería imaginarme su pubis, quería imaginarme a mi mujer mirándoselo, fotografiándolo mentalmente para despues compartir esa imagen conmigo.

-¿Totalmente rasurado, igual que tú?; pregunté apretando los músculos intentando retrasar mi orgasmo.

-Nooo, se lamentó Eva mientras paralizaba la paja en el momento justo que me había retirado totalmente el prepucio, manteniendo por un instante esa tensión en mi frenillo, como queriéndome castigar por haber errado. Alentándome lentamente sobre mi glande descubierto, a escasos centímetros de su boca, a punto de explotar contra ella.

-Lo lleva rapadito, pero conservando un generoso triángulo de vello, obviamente moreno.

Supongo yo -continuó pajeándome mientras seguía relatando- que se lo rebajará con una maquinilla cortapelos como esa que tú usas. Tal vez tambien jueguen como nosotros, a abrirse ella de piernas ante él para dejarle ocuparse de arreglárselo.

-Ahh.. me voy a correr cariño; no pude aguantarme más.

Y mientras Eva me animaba a correrme pensando en el chochito de su amiga, diciéndome obscenidades como que me iba a sacar toda la leche; que le gustaría que me estuviese corriendo sobre la entrepierna de Marta; que se había excitado en aquella íntima y morbosa situación, sin poder reprimirme más, estallé en una increible eyaculación que terminó impactando contra el rostro de mi mujer.

Sin apenas inmutarse, continuó exprimiéndome la polla, alargando los movimientos de su mano sobre mi polla, dejando que mi lefa le empapase el rostro, le escurriese por el pecho aún manchando su sujetador.

Ya en los últimos borbotones de placer, mientras yo procuraba que las piernas no me flojeasen, mientras me los imaginaba ya dentro de su cabaña, dispuestos a meterse en cama, tal vez dispuestos a practicar sexo igual que nosotros, Eva terminó chupando ávidamente la polla, saboreando las últimas gotas de mi esperma, mostrándose sucia, viciosa, justo como sabía que a mi me gustaba.

Aquella noche, dormimos exhaustos, satisfechos, a gusto el uno con el otro.

-------

El día de la partida por fin había llegado. Tras meter todas nuestras cosas en el coche, nos acercamos a despedirnos definitivamente. Nuevos besos y abrazos, todavía más sentidos si cabe que la noche anterior, intercambio de teléfonos, promesas de futuros encuentros, y unas cuantas horas de carretera hasta que por fin llegamos de nuevo a nuestra casa.

Instalados de nuevo en la rutina, pasaron un par de días en los que nos costaba hacernos conscientes de la nueva situación. Hablamos sobre lo divertido que había sido, dejamos claro que ambos estábamos bien, sin sentimientos encontrados, reconociéndonos que todo aquello había sido no más que una fantasía que no tenía mayor significado que eso. Una fantasía de pareja en la que no había que intentar buscar un doble significado.

A mediados de esa semana, un Miércoles creo recordar, cuando ya habiamos terminado de cenar, mientras la peque ya dormía en su cuarto y nosotros veíamos algo en la tele sentados en el salón, el móvil de Eva vibró encima de la mesa. Era un mensaje de whatsapp.

-¡Es de Marta!; me dijo sorprendida mientras me mostraba tambien a mi la pantalla.

Junto al texto del mensaje, venía tambien una foto que esperaba para ser descargada.

Nerviosísimos imaginándonos lo que podía ser aquella foto, justo tras leer lo enigmático del mensaje, yo mismo pulsé el botoncito de descargar.

-"Para quedar en igualdad de condiciones"; era lo único que decía junto a un emoticono sonriente.

Y nada más terminar de girar el circulito indicador de la descarga, la foto se abrió mostrándonos un primer plano de Marta, en el cuarto de baño de lo que suponíamos era su casa, supongo que recién salida de la ducha, con sus tetas totalmente desnudas, sonriendo directamente a la cámara que imaginamos estaba sujentando Alfredo.

Un foto preciosa, perfectamente estudiada y encuadrada, bien iluminada, donde se la podía ver de cintura para arriba, donde Alfredo había tomado la precaución de cortar el encuadre algunos centímetros más abajo de su ombligo, cuidándose de no mostrar más que aquello que nos quería mostrar, pero permitiéndonos saber que no llevaba nada más vestido. En el reflejo del espejo que habia tras ella, la imagen de su espalda se alargaba unos centímetros más, dejando intuir el comienzo de la rajita de su trasero, simplemente para dejarnos saber que estaba totalmente desnuda para nosotros.

Sus pechos generosos lucían ahora totalmente desnudos en la pequeña pantalla. Con un pellizco de dedos, Eva hizo zoom centrando la imagen sobre ellos como permitiéndome recrearme en aquello que durante toda la semana nos había negado.

Unos pezones algo más pequeñitos de lo que me habria imaginado, tal vez contraidos por la excitación del momento, nos desafiaban y nos invitaban a fantasear.

-Déjame el móvil; le pedí a Eva. Menú, compartir con..., seleccionar dispositivo y televisor.

Compartí la imagen con la pantalla del televisor, beneficios de las nuevas tecnologias, y la foto de Marta se apareció en un tamaño casi, casi real.

Eva y yo nos miramos sin decirnos nada, como sabiendo lo que ambos estábamos pensando. Rápidamente se sacó el pantalón del pijama que llevaba puesto, las braguitas, y haciendo yo lo propio la recibí sentada sobre mis piernas.

Sentados uno encima del otro, mirando ambos hacia la televisión, introduciéndose Eva mi polla en su interior, comenzamos a follar delante de aquel retrato.

Un par de movimientos no más, y entró otro mensaje.

Otra foto, con otro escueto comentario añadido.

-Para que también vosotros tengáis un buen recuerdo de esos fantásticos días. Cuidaos. Un beso.

Y otra foto similar, en la que ahora tambien aparecía Alfredo, abrazando por la espalda a Marta, desnudo al menos de cintura para arriba, probablemente tambien de cintura para abajo, rozando tal vez su miembro contra el culo de su mujer, deseosos de follar el uno con el otro sabiendo como nos terminarían provocando, envolviendo el torso de Eva con su brazo izquierdo, hasta terminar sujetándole una teta en su mano, mientras con la otra, apuntaba el móvil hacia el espejo donde se percibía el retrato enviado.

Las dos fotos comenzaron a alternarse secuencialmente en nuestro televisor, mientras Eva cabalgaba enérgicamente sobre mi polla, sin darnos ni tan siquiera tiempo a terminar de desvestirnos, alcanzando rápidamente un orgasmo conjunto, orgasmo que nos hizo temblar ante la mirada de aquellos dos lejanos y cómplices amigos.

FIN.