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Un sueño hecho realidad

en Hetero: Infidelidad

Desde hacía algún tiempo soñaba con ver a mi esposa haciendo el amor con otro. Digamos que era esa mi fantasía sexual más recurrente y que, como cualquier sueño imaginaba idílico y sumamente excitante.

No me lo había planteado hasta que un día en el cine un tipo empezó a tocar la pierna de mi mujer de un modo más o menos descarado, sin que ella evitara el contacto. Imaginé en ese momento que debía haber reaccionado enfurecido, pero nada de eso me ocurrió. Al contrario, sentí que me ponía bastante cachondo, imaginando que mi mujer también lo estaba, como luego me confirmaría. No obstante fue un episodio esporádico del que además ella nunca quiso hablar demasiado, seguramente porque sintió que no estábamos actuando correctamente o de acuerdo a la moral sexual convencional.

Compartí esta experiencia con un amigo que me contó que él hacía cosas parecidas con su mujer y que, al contrario de lo que pudiera parecer, esos juegos mejoraban su vida sexual sin dañar su relación. Me contaba que uno de sus juegos favoritos  era ir a algún baile y provocar que la mujer quedara sola un momento. Normalmente algún hombre se acercaba a ella y la invitaba a bailar. Si él era de su agrado ella le permitía avanzar durante el baile con besos y caricias a la vista de su marido, o incluso más tarde, a solas con el hombre, se entregaba a un juego sexual que luego contaba a mi amigo mientras follaban. Cuando yo le decía que envidiaba su relación, él me explicaba con detalle que aquello era especial y en absoluto trasladable a todas las mujeres. Recuerdo muy bien sus inteligentes recomendaciones que incluían la advertencia de que una vez iniciado, el juego podía no ser agradable para mí mismo.

Una tarde de verano, en la playa mientras yo había subido a un chiringuito en busca de un refresco, vi que alguien se había acercado a mi mujer que permanecía tumbada boca abajo en su toalla con la cabeza levantada, mirándole. Se trataba de un tipo bastante normal, un hombre alto y delgado que creí que se habría acercado a pedir fuego, la hora o cualquier tontería. Cuando vio que me aproximaba, se retiró sin decirme nada. Evidentemente pregunté a mi mujer qué es lo quería aquel tipo, a lo que ella me respondió sonriendo que únicamente se había acercado a decirla que tenía el culo más bonito de toda la playa. Me quedé un poco perplejo, pero comprobé que ella estaba encantada.

– ¿Qué le has dicho tú? – pregunté intrigado

– Le he dado las gracias. Qué otra cosa le podía decir – contestó sonriendo

– Podías haberle dicho que te lo tocara – bromeé –. Así comprobaba lo durito que lo tienes

– Pues qué lástima. No se me ha ocurrido y me hubiera encantado que lo hiciera – dijo como para sí misma, girando la cabeza hacia el otro lado para evitar el contacto visual conmigo.

Esa misma noche cenando con mi mujer a solas en un restaurante, después de una botella de vino, la lengua se me soltó lo suficiente para comentar lo ocurrido en la playa y transmitir la idea de que para mí no sería perjudicial, sino satisfactorio, que ella mantuviese otras relaciones siempre que las compartiera conmigo, de modo que nuestra propia relación afectiva o sexual fuera más interesante. Yo mismo estaba perplejo con mi atrevimiento, pero entendí que ese era el momento y no estaba dispuesto a desperdiciarlo.

Ella se limitó a asentir sonriendo, y sólo aquel hecho me pareció un avance importante, ya que esperaba una reacción abiertamente hostil hacia mí y mis pensamientos. El avance se confirmó en nuestra cama esa misma noche, follando como hacía años que no lo hacíamos, seguramente porque ambos teníamos en la mente aquel tipo de la playa, aunque ninguno de los dos lo dijéramos.

Además, después de aquel día de principio de verano, a falta de bailes a los que acudir con mi mujer, pensé que la playa podía ser una buena opción para que ella se relacionara con otros y yo pudiera observarla, de modo que en los siguientes días probé siempre a dejarla un rato sola con la esperanza de que aquel tipo u otro se acercara de nuevo a ella. No hubo suerte. Podía acabar achispado en el chiringuito viendo a mi mujer tendida al sol leyendo sin novedad alguna.

Al fin perdí toda esperanza en el verano y estaba ya abandonado a la idea de buscar alguna sala de baile en mi ciudad durante el invierno cuando un día mi mujer abandonó su sitio en la playa y se acercó a un hombre que estaba unos metros más cerca de la orilla, casi en perpendicular al sitio que nosotros ocupábamos. La observé intrigado. Ella en cuclillas hablando con él, tumbado de espaldas en la toalla con un libro en la mano. Por el movimiento de sus manos pude deducir que charlaban sobre algo acerca de aquel libro. El tipo tenía muy buen aspecto y parecía encantado de compartir aquel rato con mi mujer. Yo estaba expectante, no sabía de qué iba aquello, dado que aquel gesto era impropio de mi mujer y me abordó una doble sensación de temor y morbo que me desconcertaba.

Parecía que la conversación se alargaba y yo no sabía bien qué hacer. Dudada entre interesarme por ella, acercándome donde estaba o  fingir desinterés. En eso estaba cuando vi que se acercaba otro hombre a la pareja, al parecer amigo del lector, y se sentaba al lado de mi esposa, sobre la arena, dispuesto a compartir el momento con total naturalidad. Se trataba de un tipo alto, le calculé 1,80 o un poco más, con una barba a medio crecer y una barriga prominente de una redondez perfecta que podía ser la envidia de cualquier gestante de seisosiete meses como mínimo.

El tercero entró en la conversación con buen pie, porque no hacía un minuto que se había sentado cuando observé que mi esposa reía con ganas. Debía de ser gracioso, y sin duda, estaba acalorado porque al poco les convenció para ir al agua. Observé al trío bajar hacia la orilla, mi mujer entre los dos hombres, andando como si fueran amigos de toda la vida. Cuando vi que entraban en el agua, fui hacia ellos para observarles. No lo hice frontalmente, no deseaba que mi mujer me viera, sino que me acerqué dando un rodeo, de modo que si de repente abandonaban el agua, pudiera fingir que era otro de los hombres que dedicaban su tiempo a pasear por la orilla. Pude así verlos reírse y salpicarse, y me turbó un poco comprobar la proximidad  de sus cuerpos. Imaginé por un instante que alguno de ellos, o los dos, tocaban el cuerpo de ella por debajo del agua y noté que mi miembro amagaba una erección, pero deseché la idea. No era propio de mi esposa.

Al fin salieron del mar, sonrientes, y esta vez desde abajo, vi a los tres subir hacia las toallas. Se detuvieron junto al lugar en el que estaban las de los hombres y poco después, mi mujer avanzó hacia nuestro sitio, con la cabeza girada hacia la izquierda escurriéndose la melena, mientras sus nuevos amigos la observaban por detrás, deduje que admirando su hermoso culo.

Cuando me reuní de nuevo con ella me interesé por aquellos hombres y ella únicamente me dijo que eran dos tíos majos, amables y de buena conversación, sin dar mucha más explicación. Aunque a mí me apetecía hablar un poco más, no insistí por no dar importancia a algo que probablemente no la tenía.

Aquella tarde, después de comer, yo me quedé en el hotel durmiendo un poco y mi mujer bajó de nuevo a la playa a dar un paseo. Por un momento dudé en si lo hacía por buscar la compañía de aquellos tipos, pero no le dediqué mucho interés al asunto.

Al día siguiente volvimos a la playa y he de confesar que estuve toda la mañana pendiente a ver si volvía a verlos sin éxito alguno. Mi esposa tuvo la actitud de siempre, leyendo y tomando el sol, sin mostrar ningún interés en nada que no fuera, el sol, el mar o su novela.

Y esa tarde se repitió la escena del día anterior, ella paseo, y yo siesta, salvo que desperté antes de lo normal y decidí salir a su encuentro a la playa y aprovechar para darme un bañito extra. Así lo hice, con la fortuna de que, cuando salía del agua, vi al hombre al que mi mujer había abordado inicialmente el día anterior.  Iba solo, y no sabré nunca explicar por qué, sentí la necesidad de abordarlo para preguntar si por casualidad había visto a una mujer, a quien describí, aclarando que sabía que había estado con él la mañana anterior. Le conté que estaba muy interesado en invitarla a cenar alguna noche del verano. De inmediato pude comprobar que era una persona simpática y amable, y que no sospechaba en absoluto la relación que tenía con ella. Más al contrario, habló cordialmente entendiendo que yo me interesara por una mujer como ella. No obstante, me dijo sonriendo, que creía que alguien se nos había adelantado.

Puse cara de fastidio, pero insistí en que me dijera si la había visto aquella tarde, dispuesto a pelear por sus favores. Entonces el hombre se encogió de hombros, como diciendo, tú verás en qué quieres perder tu tiempo, y me indicó que le acompañara hacia uno de los extremos de la playa. Durante el paseo, me contó que la tarde anterior había estado con ella y su amigo dando el mismo paseo que ahora iniciábamos él y yo, que había comprobado que aquella chica era divina. Me contó que terminado el paseo se habían sentado los tres en unas rocas mirando el mar y que no llevaban así ni dos minutos cuando comprobó que su amigo había rodeado su cintura con un brazo y había introducido su mano por debajo del bikini de la mujer, que no hizo nada por evitarlo. Todo lo contrario, me dijo,  “vi su mano moviéndose despacio bajo la fina tela del bikini y casi pude distinguir el sonido de sus dedos mezclando los líquidos generados por la excitación de la señora.” Yo no pude hacer otra cosa que tomar su rostro, acercarlo hacia mi hombro y besarla mientras se corría. Fue muy hermoso, porque se corrió en la mano de mi amigo, pero yo sentí que lo hacía en mi boca, cuando gimió y exhaló todo su aliento en mi garganta. Luego nos dimos un baño y quedamos para hoy. Me siguió contando que estaba muy ilusionado, pero que esta tarde todo había sido diferente.

Yo no sabía qué pensar. Aquello que me contaba me parecía que tenía que ser mentira o que se estaba refiriendo a otra mujer y todo aquello era un malentendido. Seguí caminando por la orilla junto a aquel tipo oyéndole hablar de mi esposa como si fuera otra persona totalmente distinta a la que conocía.

“Cuando nos hemos encontrado – estaba diciendo – he ido a saludarla pero en seguida he visto que ella estaba interesada en mi amigo. He intentado hablar con ella, pero tengo que reconocer que en eso el gordo me supera. Es mucho más gracioso e ingenioso que yo y se sabe camelar a las tías. He visto que no tenía nada que hacer, salvo recoger las sobras como ayer y hoy no estaba de humor, así que los he dejado solos”

Seguimos andando un par de minutos en silencio, mientras yo imaginaba la mano de aquel gordo metida bajo la braguita del bikini de mi mujer, entre molesto y excitado.

A fin llegamos a una zona de rocas y de dunas que habitualmente estaba ocupada por nudistas. Mi acompañante me desvío a la izquierda, y comenzamos a subir por un pequeño sendero de arena entre rocas y hierbajos cogiendo un poco de altura sobre el mar. Al fin nos detuvimos en lo alto de un saliente desde el que se veía el mar y la playa. El tipo se empeñó en señalar el punto en el que se encontraba mi mujer con su amigo.

– Ahí tienes a la mujer – me dijo sonriendo - y no te ofendas pero creo que mi amigo se te ha adelantado.

Miré alucinado a mi esposa que en aquel momento estaba tumbada con la cabeza apoyada en la enorme barriga de aquel hombre, con la boca abierta, riendo con alguna de las gracias que debía estar contando.

Me senté en una roca junto a mi nuevo amigo, observando. No tuvimos que esperar mucho. Cuando acabaron las risas mi mujer giró la cabeza hacia los pies de su nuevo amigo y con la mano derecha empezó a tocar sus genitales por encima del traje de baño. Nosotros no podíamos verlo, pero era evidente que la polla de aquel tipo estaría subiendo de volumen, y que mi mujer disfrutaba con aquello. Lo que no sabía era que aquel fino movimiento de sus dedos estaba provocando que subiera también el volumen de mi polla y supongo que la de mi acompañante.

Un instante después mi mujer subió levemente la cabeza mirando a su alrededor. Cuando creyó comprobar que nadie les miraba empezó a tirar del traje de baño de aquel gordo hacia abajo, hasta que emergió su miembro, tieso como un mástil. Mi esposa liberó también sus testículos que acarició suavemente antes de dedicarse a aquella gran polla a la que agarró con una mano arrastrando su piel muy despacio arriba y abajo. Luego deslizó su cabeza por la barriga del hombre y lamió el glande como si fuese un helado, saboreándolo con deleite. El hombre puso los brazos bajo su cabeza y se dejó hacer, disfrutando el momento. Y mi mujer siguió frotando y chupando durante un buen rato, hasta que separó su cara para contemplar el gran chorro de leche que surgía de aquel bastón. Pude percibir claramente como sonreía, satisfecha de haber extraído toda la virilidad del macho con su arte. Frotó un poco más, escurriendo hasta la última gota y luego giró la cabeza hacia su amante para confirmar su satisfacción. Es evidente lo que él le dijo porque mi mujer se incorporó un poco, agachó la cabeza hacia los genitales de aquel hombre y se esmeró en limpiarlos con su lengua.

Estaba viendo cómo mi mujer le estaba subiendo el traje de baño, cuando mi acompañante, de quien me había olvidado completamente, me habló de nuevo.

– Menuda paja le ha hecho al cabrón, ¿eh? –

Asentí mientras veía cómo la pareja se levantaba, recogían las toallas y se dirigían a la orilla para empezar el paseo de vuelta.

Esperamos un momento a que se distanciaran y luego iniciamos nuestra marcha tras ellos.

Aquella noche, mientras cenábamos en el restaurante del hotel pregunté a mi mujer si había disfrutado de su paseo. Quería que ella compartiera conmigo su experiencia. Me parecía a mí que ese era el trato, pero ella se limitó a decir que el paseo había estado bien, antes de cambiar la conversación.

Pero esa noche se hizo realidad todo lo que mi amigo me había contado, porque follamos con una intensidad desconocida hasta entonces. No me importó en absoluto que el hombre gordo estuviera entre nosotros. Estaba seguro que mientras la embestía por detrás ella estaba pensando en él, pero no me importaba nada. Le metí la polla hasta dentro con saña, disfrutando de sus gemidos, controlando mi eyaculación lo más posible. Cuando al fin no pude soportar más y me corrí, hice que me limpiara con la lengua hasta sacar brillo, sabiendo que era la segunda vez que hacía aquello ese día. Después volví a penetrarla con mis dedos hasta provocar su segundo orgasmo. Gritó. Empapó la sábana. Después nos tumbamos uno junto al otro, callados y satisfechos.

Al día siguiente no hubo paseo. Imaginé que ella había decidido detener aquello. Seguramente estaba un poco agobiada.

Así estaban las cosas hasta que el día anterior a la vuelta de vacaciones volví a encontrarme con mi amigo el lector. Nos saludamos como si nos conociéramos de toda la vida, y hasta le conté que era mi último día de vacaciones. Me dijo que era una lástima y cuando ya nos despedíamos se volvió para decirme en voz baja que tenía muy buen ojo, que seguro que el año que viene tendría más suerte. Supe a lo que se refería, pero algo me dijo que de nuevo él tenía más información que yo sobre mi esposa.

–¿Qué pasa? – pregunté intentando mostrarme poco interesado –¿Tienes novedades?

Se acercó y me susurró al oído

–Yo no tengo novedades, por desgracia, pero mi amigo dice que la tía esa que vimos es una máquina de follar. –Una pasada – añadió

El corazón me dio un vuelco, pero encontré el modo de aparentar una tranquilidad que estaba lejos de tener. De algún modo, saqué el aliento suficiente para preguntarle:

–¿Se siguen viendo? – Estaba loco por preguntar cuándo y dónde pero me daba miedo mostrarme demasiado ansioso.

El amigo lector se rio, antes de decirme que follaban todos los días desde que los vimos en la playa. Afortunadamente era un bocazas y me evitó preguntar por los detalles.

Resultó que se habían intercambiado los móviles y acordaban distintas horas. El sitio siempre era el mismo. El gordo era el jefe de cocina de un conocido restaurante y disponía de un espacio para esas ocasiones. El lector sonreía maliciosamente mientras me contaba todo esto y acabó comentándome que su amigo le había dicho que sospechaba que se trataba de una mujer casada. Yo me encogí de hombros como si aquel dato no me aportara nada y él se despidió posando una mano en mi hombro, en señal de complicidad y lástima por habernos quedado sin premio.

Así que volví corriendo al hotel, con la esperanza de que mi mujer no hubiera salido todavía, pensando en todos aquellos ratos de días anteriores en los que ella había salido a ver alguna tienda o a la farmacia sin que yo sospechara nada.

Cuando llegué a mi habitación mi mujer no estaba, así que sin dudar un segundo volví a salir rumbo al restaurante en el que cocinaba su nuevo amigo. Intenté ir despacio, pero no era posible. Fui tan rápido como pude, sin llegar a correr, con el corazón en un puño. Nada estaba saliendo como había planeado. Llegué casi sudando, y ya en la puerta, no supe bien que debía hacer, así que me detuve antes de entrar y decidí dar un rodeo al edificio, en busca de algo que me revelara donde podía estar la pareja si es que de verdad estaba allí.

Fue una búsqueda infructuosa. Miré el reloj y vi que eran las doce. Un poco pronto para entrar a un restaurante, pero era lo único que podía hacer. En eso estaba cuando la vi. Fue como un fogonazo. Llevaba un vestido blanco playero y andaba con paso decidido hacia lo que debía ser la parte trasera del establecimiento. La seguí maldiciendo lo gilipollas que era, ya que debía haber intuido que mi mujer se dirigiría a la cocina y no a la entrada principal. Cuando dio vuelta a la esquina, me asomé con cautela, para ver como entraba sin llamar. Esperé un minuto y seguí sus pasos. Cogí el pomo de la puerta, con la respiración contenida rogando que no la hubieran cerrado. Y por una vez tuve suerte. La puerta cedió suavemente y pude ver en penumbra todos los fogones y utensilios de una cocina bastante grande. Allí no había nadie. Esperé un poco junto a la puerta para acostumbrarme a la oscuridad. No hizo falta mucho tiempo. Pronto oí ruidos. Susurros y roces de ropa, fácilmente identificables. Me moví un poco hacia ellos. Y entonces los vi. Estaban en un espacio separado de la cocina por unas mamparas. Era el sitio que debían usar los trabajadores para cambiarse, porque había unos cuantos colgadores con delantales y uniformes de color gris. Me acomodé tras los paneles y vi perfectamente a mi mujer y su amante. El de pie y ella de rodillas frente a él, preparando el arma, en una perfecta combinación de boca y manos, en perfecto compás. La barriga del hombre reposaba levemente sobre la cabeza de mi mujer.

Cuando estuvo a punto, ella se incorporó, y se besaron largamente hasta que él la empujó levemente para que quedara de espalda ante él. Me excité mucho viendo como levantaba su falda y magreaba todo el culo de ella por encima de la braga, hasta centrarse en su sexo, que acarició con la palma de la mano durante un buen rato, en devolución del aperitivo sexual que antes le había proporcionado ella. Una vez el hombre hubo comprobado que aquello estaba listo, la acelerada respiración de ella ofrecía pocas dudas, tiró de la braga hacia abajo y se puso tras ella en clara posición de penetración. Un instante después los dos se movían acompasadamente y gemían en espera del orgasmo.

Ella lo tuvo primero. Lo supe en cuanto oí un suspiro largo que me era familiar. Casi sin darme cuenta yo me había sacado la polla por la bragueta y la cubría con la mano, cuidando de no correrme hasta que aquello terminase. En esas estaba cuando oí al hombre que le decía a mi esposa que iba a ofrecerle una degustación muy especial. Tuve que meterme debajo de una mesa como pude para evitar que me viera cuando se acercó a un estante para coger una botella pequeña.

– El mejor aceite de oliva de Jaén para esta chica del norte – gritó con la polla tiesa como un mástil.

Mi mujer se giró hacia él, pero rectificó en cuanto vio que le hacía un gesto indicando que no se moviese y volvió a ofrecerse entera. Desde mi posición pude ver aquel culo tan conocido en toda su perfección y ardí en deseos de acercarme a él y tomarlo como dueño. Pero no lo era, y no lo hice. En su lugar observé como el gordo vertía un chorrito finísimo del denso líquido exactamente en el ojete evitando con su mano izquierda que se deslizarla por la piel de ella. Una vez conseguido el objetivo, introdujo el índice suavemente en el ano mientras ella gemía de placer. Luego extrajo el dedo y se lo puso en los labios para que degustara la mezcla. Y ella se lo agradeció introduciéndose todo el dedo en la boca, chupando con ansiedad.

Repitió él la operación con dos dedos, y luego con tres. Ya no había agujeros en los que aquellos dedos no hubieran hurgado

Tras aquella estimulante cata, era obvio que solo quedaba una cosa. Algo que yo nunca había podido hacer con mi mujer iba a hacerlo aquel tipo en ese instante. Se levantó la tripa con una mano y con la otra dirigió su polla al oscuro y grasiento objetivo. Y el aullido de gozo de mi esposa me dejó sin habla.  Luego solo vi el culo de él yendo y viniendo. Y todo se redujo a sonidos animales de placer.

No tardamos nada en corrernos los tres. Casi a la vez. Lo último que vi fue a aquel hombre enorme caer rendido encima de la espalda de mi mujer, saciado en sus entrañas. Aproveché ese momento  para subirme la bragueta y abandonar la cocina.