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Blancanieves 2 - Ardiendo de deseo

en Sexo Anal

Fui recuperando poco a poco la respiración, todavía sudorosa y agitada.  Mi descanso duró poco, pues la reina se dirigió a mí, altiva y burlona.

 

- Espero que hayas aprendido bien la lección - sonriendo se giró y se alejó. Se detuvo de repente y añadió - necesitas una doncella que te atienda, hasta que encontremos la adecuada Elga se ocupará de ello.

 

Quise protestar pero no acudieron a mis labios las palabras adecuadas. 

 

Elga, con la ropa todavía mojada tras mi baño, asintió con la cabeza en señal de aceptación. 

 

. Puedes retirarte- añadió la reina con gesto de desdén.

 

Inquieta y nerviosa, arreglé mis ropas y me dirigí a la puerta.  Con gesto dócil, Elga me siguió.  Caminamos en silencio hasta mis habitaciones.

 

Al día siguiente desayuné inquieta, temiendo la siguiente lección.  Pero la reina, ocupada en otros asuntos, parecía haber olvidado el asunto.  Suspiré aliviada al ver que pasaba el tiempo y podía volver a mis días tranquilos.

 

Dos días más tarde, empecé a sentir cierto desasosiego.  Estaba nerviosa, alterada,  mi cuerpo se rebelaba contra ese pasar tranquilo de las horas.  En algunos momentos un calor intenso me invadía,  y notaba aún sin verlas que mis mejillas enrojecían y la respiración se agitaba. 

 

Esa noche Elga, con cara de preocupación y sin consultarme,  preparó un baño templado y me indicó que me ayudaría a conciliar el sueño.  En el momento de quitarme la ropa y meterme en el agua me vino a la memoria el baño ante la reina.  Me ruboricé y un escalofrio nervioso me recorrió la espalda.

 

Elga se acercó a retirar la ropa, y me tendió la mano para que me fuese más fácil entrar en la tina.  Permanecí un largo rato en el agua perfumada, con los ojos cerrados y dejando volar mi imaginación.  De repente, entre mis fantasías adolescentes se apareció la polla del lacayo, la vi ante mis ojos, dura, húmeda, reluciente.  El sobresalto me hizo abrir los ojos y precipitarme fuera de la tina.  Elga, solícita, se acercó rápidamente con un paño entre las manos. 

 

Cuidadosamente lo colocó sobre mis hombros, envolviéndome.  Era alta, fuerte, de cabellos claros,  su envergadura me empequeñecía.  Frotó suavemente el paño sobre mi piel, y yo notaba el contacto de sus manos y sus movimientos precisos.  Rozó mis pezones y noté como se endurecían violentamente.  Intenté girarme hacía ella, pero con su cuerpo pegado al mío no me lo permitió.

 

Inmovilizada, vi caer el paño a mis pies.  Una de sus manos sobre mi estómago me mantenía quieta mientras uno de sus dedos dibujaba círculos alrededor de mi ombligo.  La otra mano jugaba con mis pezones, acariciándolos, pellizcándolos ligeramente.

 

Mis piernas empezaron a flaquear y noté oleadas de calor entre mis piernas, notando una humedad viscosa resbalando por mis muslos.  Al darse cuenta, Elga aflojó la presión y me hizo girar.  Con sus manos sobre mi cadera, con un brusco movimiento acercó mi cuerpo al suyo, hasta que quedaron pegados.  Se inclinó ligeramente y comenzó a lamer los lóbulos de las orejas mientras sus manos dejaban atrás mi cintura y manoseaban ansiosamente mis nalgas. 

 

Desbordada de sensaciones, apenas me di cuenta de que había liberado mis orejas y ahora su lengua se desplazaba por mi cuello, buscando mis pechos.  Incapaz de resistirme, arqueé la espalda ofreciéndoselos.

 

Un gruñido sordo escapó de su garganta antes de abalanzarse glotonamente sobre ellos.  Los besaba, los lamía, los succionaba, los mordía suavemente.

 

Totalmente desquiciada, con una mano busqué la suya y la guié a mi coño.  Se dejó llevar y sus dedos hurgaron dentro de mí aumentando mi calor, mi excitación y mi deseo.

 

De repente Elga se detuvo y con gesto brusco se apartó.  La miré sorprendida, y ella se apresuró a buscar mi camisa de dormir.  Me guió hasta la cama y me cubrió con la sábana. 

 

Yo seguía inquieta y la miraba suplicante, pero ella se mantuvo distante.  Me acercó una tisana caliente y la tomé a pequeños sorbos.

 

Cuando se giró la inquietud no disminuyó, pero de repente un sopor me invadió y me rendí al sueño.  Cuando abrí de nuevo los ojos ya había salido el sol.

 

Pasaron así varios días.  Elga buscaba siempre la forma de rozarme casualmente y su mirada lasciva venia acompañada de un calor que recorría mi cuerpo y humedecía mi coño.  En esos momentos venía a mi memoria la imagen de aquella polla y la imaginaba de nuevo dentro de mí.  Lejos de aliviarme, estos pensamientos me turbaban aún más.

 

Me encontraba en un estado de tensión que se volvió insoportable.  Una tarde los nervios me traicionaron y por una nimiedad me alteré y empecé a gritar a los guardias y las doncellas. La reina se acercó al oír el escándalo y miró la escena divertida.  Me sujetó por un brazo, y con su otra mano me abofeteó.

 Me arrastró hasta su habitación y cerró la puerta.  Estábamos solas.  Me abofeteó de nuevo, ahora con semblante adusto. 

 -Tenía otros planes para hoy, pero me obligas a cambiarlos – suspiró.

 Tiró de un cordón junto a su cama, y un instante después apareció Elga.  Le ordenó que fuese a buscar a su escudero.

 Esperamos en silencio y unos momentos más tarde reapareció Elga acompañada por un joven escudero de palacio.  El muchacho me miró sorprendido, al parecer no esperaba encontrarme allí.  Se dirigió a la reina y se arrodillo a sus pies.  Ella acarició sus cabellos y le hizo incorporar.

 -Hoy nos ocuparemos de la princesa, quiero que te esmeres, como si estuvieses conmigo- le indicó.

 El joven, azorado,  no sabía cómo empezar.  Para animarle, la reina le abofeteó con fuerzas, y el gesto pareció despertar en él una fuerza oculta.

 Se apresuró a desnudarse.  Y una vez más, mis ojos quedaron fijos en su polla.  Rosada y erecta, parecía apuntar directamente a mi cara.  El siguió mi mirada y sonrió.  Me indicó que me acercase y abrió ligeramente las piernas.  Cogió mis manos y las llevó hasta ella.  Me hizo acariciarla y yo sentí ese calor irrefrenable llegar a mi rostro y también algo de vergüenza. 

 Colocó sus manos sobre mis hombros y me hizo inclinarme lentamente.  Cuando ya estuve arrodillada, sujetó la polla ante mi boca y me forzó a abrir los labios.  Noté como entraba en mi boca.  Noté su sabor salado.  Estaba húmeda, un poco pegajosa.  La empujó un poco más.  Empezó a mover sus caderas sujetando con sus manos mi cabeza.  Al cabo de un minuto los movimientos se habían acompasado y la notaba deslizándose hasta mi garganta.  A ratos me faltaba el aire y notaba los ojos llorosos.  Pero no importaba.  Sentir mi boca tan llena, notar esa polla cada vez más dura… pronto noté mis muslos mojados.

 Empecé a notar sus espasmos y cada vez eran más frecuentes.  Me esforcé en chuparla con más fuerza y pronto le oí gruñir de satisfacción. 

 Y de repente se detuvo y se apartó.  Me hizo seguirle hasta la enorme cama.  Subida sobre ella, me colocó a cuatro patas, casi al borde.  Levantó mis faldas y dejó mi culo descubierto.  Arrodillado detrás de mí sujetó mis caderas con sus manos hasta dejarme pegada a él. 

Notaba su polla pegada a mi cuerpo y la deseaba dentro de mi  coño. 

 Sus manos sobre mis nalgas, separándolas.  Y algo viscoso cayó sobre mi culo.  Lo extendió con un dedo.  Sus manos de nuevo separando mis nalgas.  Tiraba tanto que me molestaba.  Y sin esperarlo clavó su polla en mi culo.  El dolor fue insoportable.  Y él seguía presionando y empujando.  Gritaba de dolor.  Era como si me estuviese rompiendo, desgarrando lentamente.  No hizo caso de mis gritos ni de mis súplicas.  Se detuvo un momento, pero no retrocedió.  Y siguió de nuevo.  Pasados unos minutos el dolor desapareció.

 Noté entonces como se deslizaba dentro de mí.  Y mis muslos y mi coño volvieron a mojarse.  Poco a poco mi cuerpo siguió sus movimientos.  Me follaba frenéticamente, embistiendo con más fuerza cada vez. 

 Toda la tensión acumulada en los días pasados quedó liberada.  Algo dentro de mí quería estallar.  Jadeábamos los dos, y se inclinaba sobre mi espalda empujando como si quisiera atravesarme.  Y mi coño explotó de placer y me abandoné.  Mi cuerpo entero temblaba y en unos minutos no pude aguantar más y me corrí entre jadeos  y suspiros. 

 Se dio cuenta, y sólo entonces se dejó llevar él.  Con una última embestida brutal se corrió dentro de mí.  Sentí su leche dentro de mí, caliente, y como resbalaba entre mis piernas, mezclándose con mis fluidos. 

 Se dejó caer sobre la cama, agotado y sudoroso.  Yo me tumbé también, mirándole.  Pero él sólo tenía ojos para la reina que miraba la escena complacida.

 Le hizo un gesto y él se levantó y fue a su lado.  Se arrodilló a sus pies y de nuevo le acarició sus cabellos.  Se dirigió a él entre susurros, con una suavidad que nunca había visto en ella.

 -Lo has hecho muy bien, estoy feliz de que me sirvas con tanta dedicación-sin dejar de mirarle a los ojos con dulzura.

 Agotada, no entendí ese trato tan dulce.  Cerré los ojos y me dormí.