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Blancanieves 4 - Conociendo sus límites

en No Consentido

Mientras Elga colocaba el desayuno sobre la mesa la reina se acercó con paso desganado y me desató. Al darse la vuelta disimuló un bostezo y advertí su cara de cansancio. Me quede de pie, desnuda, junto a la ventana.

-Acércate niña, necesitas coger fuerzas.

Al hacer ademan de sentarme a la pequeña mesa colocada en un rincón de la habitación se levantó indignada.

-¿Crees que vas a sentarte a mi mesa? No, no, yo te diré el lugar que te corresponde.

Sujetó un plato y colocó en él un trozo de pan blanco, sobre el que vertió unas gotas de leche templada. Llenó un bol con el resto de la leche y colocó ambos en el suelo, a la izquierda de su silla, fuera de la alfombra.

-¿A qué esperas? El desayuno te espera. Sin cuchara y ni se te ocurra levantar la vajilla del suelo. Y no quiero ver tu cabeza por encima de la mesa. Vamos!!!

Me senté en el suelo, las piernas estiradas y un brazo apoyado en el suelo. Al verme así se incorporó de nuevo forzándome a arrodillarme.

Noté en las rodillas el frio y duro suelo. Decidí que no tomaría nada en esas condiciones.

-No te vestirás ni saldrás de esta habitación hasta que hayas terminado de comer todo-parecía que leyese mis pensamientos.

Conociendo su terquedad y su mal humor me resigné a desayunar en tan lamentable situación. Incliné la cabeza hasta el bol de leche y traté de beberla girando el cuello. Imposible. Así solo hubiese podido comerme el bol. Probé entonces a lamer directamente el líquido. Sorbía unas pocas gotas cada vez y casi me daba más sed. Decidí probar suerte con el pan. Era mucho más fácil, pero al masticarlo la leche en que estaba empapado caía por las comisuras de la boca y resbalaba por mi piel desnuda dejando un reguero húmedo a su paso. El suplicio del desayuno se alargó un buen rato, hasta conseguir dejar vacíos el bol y la taza.

Sin mediar palabra vi como Elga se acercaba. Era alta y fuerte, de ancha espalda, aire práctico y eficiente y poco coqueta. Su ropa era sobria y oscura y sus ademanes poco refinados. Me puso de pie y lentamente fue recogiendo con su lengua cada gota de leche de mi cuerpo. El contacto me estremeció y endureció mis pezones, involuntariamente separé las piernas.

Ella se mantuvo impasible y al terminar fue la reina quien se acercó a nosotras. Nos dirigió al centro de la habitación y vi en sus manos unas tiras de cuero. Las colocó en mis muñecas y tobillos. Pasó a través de ellas unas cuerdas y las sujetó a una argolla situada en el techo, que pasaba totalmente desapercibida a la vista. Lo ajustó de tal forma que mis pies escasamente permanecían sobre el suelo.

En el más absoluto silencio fue a buscar aquel extraño plumero y se despojó de parte de su ropa, quedando en unas enaguas negras y vaporosas. Se acercó de nuevo. Dio varias vueltas a mi alrededor. Sentí una mezcla de miedo y deseo, y recordé las dos caras de Gonzalo, la de placer y la de dolor. Me removía inquieta esperando y temiendo su próximo movimiento.

Se detuvo a mi espalda. Tan cerca que sentía su respiración sobre mi piel. Lo arrastró sobre mi cuerpo con suavidad, desde los hombros hasta los tobillos, dejando que cada tira se deslizase lentamente. Me estremecí e inmediatamente mi cuerpo se tensó. Y después lo fue dejando caer, volviendo a empezar por los hombros. Eran unos golpes cortos y lentos, apenas una caricia sobre la piel. Me estremecí de nuevo y sentí un escalofrío. No dejó un centímetro de mi cuerpo por recorrer. Al terminar me miró satisfecha y dio unas vueltas más a mi alrededor, observándome. Comenzó de nuevo. Oí un silbido en el aire, y un chasquido sobre mi piel. Di un grito al recibir el golpe. Mi grito no la detuvo. Continuó golpeando una y otra vez, los hombros, la espalda, las nalgas, las piernas…. Me sentí agitada y nerviosa. No grité más pero mi cuerpo entero se encogió. No me atrevía a moverme, y cuando lo intenté me resultó imposible. Los pies apenas rozaban el suelo y mis manos atadas me mantenían en un precario equilibrio. Y ella seguía. Mi nerviosismo fue desapareciendo y me tranquilicé un poco. Traté de no pensar en nada y fue entonces cuando tomé otra conciencia de cada golpe. Seguían un ritmo constante. Caía sobre la piel, notaba el contacto, me producía una mezcla de calor, picor y cosquillas. Y esa sensación se extendía lentamente, perdiendo parte de su intensidad, aunque rápidamente era reforzada por el siguiente golpe.

Se colocó después frente a mi. La vi también agitada, y un poco sudorosa. Agitó levemente el plumero sobre mis pezones y comenzó a torturarlos con él. No tardaron nada en endurecerse y cada golpe hacía que se volviesen de piedra. Notaba su dureza y su sensibilidad y como la humedad empezaba a correr entre mis piernas.

Cuando al fin se detuvo yo estaba agotada y excitada Hizo un gesto a Elga para que acercase unos pesados taburetes. Elga, diligente siempre, los colocó a poca distancia de mis pies, uno a la izquierda y otro a la derecha. Y al igual que hiciese con mis muñecas, utilizó unas cuerdas para sujetar mis pies a los taburetes, dejando mis piernas abiertas y mi coño expuesto. Terminada su tarea Elga se quedó algo apartada, aunque no dejaba de observar cada detalle de la escena.

Sin apenas adivinar el movimiento, oigo el chasquido que cruza el aire y cae sobre mi coño un golpe. Fuerte. Seco. Directo. Noto a flor de piel cada nervio. Me estremezco mordiendo mis labios para no gritar de dolor. Observa complacida el resultado. Se detiene apenas un instante y luego continúa. Uno tras otro. Al igual que me ocurrió antes, cuando dejo de prestar atención a lo que ocurre es cuando empiezo a disfrutarlo. De vez en cuando golpea también el interior de mis muslos, arrancándome gemidos de placer. Noto mi coño mojado y palpitante.

Se oyen unos golpes en la puerta. A un movimiento de su cabeza la eficiente Elga se acerca y abre. Un mozo de cuadra viene a informar a la reina sobre el estado de su caballo preferido. La reina, sin inmutarse, le hace pasar. El mozo, en verdad un hombre de ya mediana edad, tosco y maloliente, entra nervioso y retorciéndose las manos. Espera en silencio a que la reina se dirija a él, sin levantar la vista del suelo. Sigo desnuda y la reina apenas cubierta por su enagua. A ella no parece importarle. Al cabo de unos minutos el hombre se atreve a levantar la vista y observar la habitación. Al contemplar la escena abre unos ojos como platos y de nuevo clava la vista en el suelo.

Conseguido el efecto que buscaba, la reina se interesa por el estado de su caballo y en tono amable le ofrece acercarse a la mesa y comer algo. Acostumbrado a la básica dieta de cada día, el mozo es incapaz de rechazar tan generoso ofrecimiento. Se acerca y toma un par de cosas de los platos, devorándolas con avidez.

-Quizá te apetezca alguna cosa más de lo que ves aquí-le ofrece sugerentemente.

Se acerca a él y con gesto de asco, por el olor a cuadra que desprende, le guía hasta mi lado. Hipnotizado por mi piel blanca y desnuda, marcada por los golpes y enrojecida en algunos puntos, el mozo no deja de mirar, aunque su mirada transmite miedo.

-No puede moverse de donde está, debe permanecer así-explica la reina-pero si te apetece puedes pasar un rato con ella.

No puedo creerme que la reina vaya a permitírselo, no va a dejar que me toque. Sería la comidilla de palacio. La princesa en manos de un vulgar y apestoso mozo de cuadra.

Permanece ante mí indeciso entre el deseo y el miedo. Elga se acerca por detrás y pasa sus manos bajo mis brazos, buscando mis pechos. Los soba y estruja, en un intento de llamar su atención. Lo consigue rápidamente. Se acerca y extiende una mano primero y luego la otra. Elga las coge y las guía sobre mi cuerpo. Al estar tan pegado a mi me llega todo el olor de las cuadras que se acumula tanto en su cuerpo como en sus ropas sucias. Siento asco y me viene una arcada. Sus manos están ya sobre mi, sin necesitar a Elga para que le guie. Explora mi cuerpo como si se tratase de un caballo. Sus manos son fuertes y ásperas y no dejan nada por descubrir. Viene una arcada tras otra, su hedor es insoportable. Noto un bulto en sus calzas, grande y duro. Imagino su polla dura, queriendo salir. Mientras me acaricia y me lame, usa su mano para abrir sus ropas. Veo aparecer su polla tiesa. Empieza a acariciarla y pronto los movimientos se vuelven más fuertes y rápidos, desde abajo hacia arriba. Ha dejado de tocarme y ahora se toca él con las dos manos, alternándolas. No deja de jadear mientras me observa. Cuando ya no puede más da un paso atrás y expulsa un chorro de leche que hace caer sobre mi cuerpo. Noto el líquido caliente cayendo sobre mis pechos y resbalando hasta el estómago. Se acerca de nuevo y restriega toda su leche por mis pechos. Y finalmente se limpia las manos en mi culo.

La reina le hace apartarse, le ordena que se adecente un poco y que se vaya. El hombre azorado, sale de la habitación.

Ahora es la reina quien se viste, después de refrescarse un poco. Sin mirarme le da instrucciones a Elga.

-Nuestra invitada se quedará aquí un poco más, tal como está, no puede ser desatada bajo ningún concepto-su voz no admite réplicas-Cada cierto tiempo comprobarás que se encuentra bien, y nada más.

Elga asiente en silencio.

Sin dirigirse a mi, las dos abandonan la habitación.

Va pasando el tiempo y solo me acompaña el silencio, interrumpido de tanto en tanto por algunos pasos perdidos en el corredor. Cansada y agotada, a duras penas mantengo mi cuerpo derecho. Si la postura no fuese tan incómoda podría dormirme fácilmente.

Otros pasos, que se detienen un segundo ante la puerta y sin llamar la abren. Veo aparecer al capitán de la guardia real. Es joven, apuesto, atractivo. De niña fantaseaba con él. Montados a caballo, paseando por los jardines cogidos de la mano. Durante un tiempo su sola presencia me ruborizaba. Y ahora me ruborizo de nuevo, siento calor y adivino el color rojo que cubre mis mejillas. Siento vergüenza de estar desnuda y atada ante su vista. Él me mira con aire despreocupado y una media sonrisa. No parece sorprendido de verme. Parlotea con naturalidad, buscaba a la reina para organizar la cacería anual. Se acerca y me observa complacido. Murmura algo sobre lo incómodo que debe ser estar así y sobre las curiosas aficiones de la reina. A pesar de la vergüenza su presencia me tranquiliza.

Sin pensárselo dos veces empieza a desatarme. Yo, asustada, intento detenerle al recordar las precisas instrucciones de la reina. No hace caso y continúa. Me cubre con una gruesa manta y se sienta a mi lado. Noto sus brazos a mi alrededor, que casi me proporcionan más calor que la manta. O al menos más humano. Ha conseguido calmarme. Intento explicarle lo ocurrido, pero un dedo sobre mis labios me lo impide. Y después unos labios ávidos.

Recordando mis antiguas fantasías me dejo llevar por su beso. Mientras no separa su boca de la mia sus manos exploran mi cuerpo, dejando caer la manta. Sus manos se mueven sobre mi piel con cierta brusquedad. Repasa con sus dedos cada marca roja y su respiración se vuelve lenta y agitada. Le abrazo y me rechaza. Cuando separa su boca de mis labios murmura en mi oído aunque no acierto a entender sus palabras sordas.

Estoy tan cansada que sólo deseo dormir entre sus brazos. Apoyo la cabeza en su hombro, notando su respiración y los latidos de su corazón. Me aparta con brusquedad. Me siento incómoda y trato de levantarme. Quiero volver a mi habitación y dormir. Me impide moverme. Le observo. Noto un bulto en sus calzas. Adivino su polla, dura y firme. Sigo queriendo dormir. Trato de levantarme de nuevo. Vuelve a retenerme.

Con gesto de fastidio se levanta. Me hace levantar y me acerca a la cama. Nos sentamos en el borde, uno junto a otro. Deja a un lado la espada que cuelga de su cintura. Abre sus ropas y con un rápido movimiento me hace inclinar hasta meter su polla en mi boca. Quiero apartarme pero su mano sobre mi nuca ejerce una presión que me mantiene inmóvil. Voy a ahogarme. Me falta el aire. Noto esa polla clavada en el fondo de la garganta. Empuja con tal fuerza que mi nariz se clava en su cuerpo y me deja sin aire. Me ahogo.

Al fin me suelta. Trato de huir y me detiene una vez más. Me tumba sobre la cama. Mi cara se hunde entre las sábanas. Abre mis piernas. Adivino lo que vendrá ahora. Le oigo moverse y miro de reojo. De pie, me mira fijamente y una de sus manos acaricia convulsivamente su polla. Al darse cuenta que le miro se inclina y me abofetea con fuerza. Me gira la cara y comienza a golpear mi culo. Con fuertes palmadas. Cada vez más rápido y cada vez con más fuerza. El calor y el picor resultan insoportables. Y el cosquilleo que yo deseaba sentir no aparece. Me duele el cuerpo entero. Trato de resistirme. Otras dos bofetadas. Veo en su cara furiosa y enrojecida. Una vez más me golpea con fuerza.

Abre un poco más mis piernas y me arrastra hasta el borde la cama, dejándolas colgando. Levanta mi culo, haciendo que arquee la espalda. Solo quiero que termine de una vez y se marche. Y marcharme yo. Noto mi cuerpo tenso, adivinando el dolor que se avecina. Escupe en una mano y humedece mi culo. Me quedo quieta, en tensión, esperando que clave su polla dentro de mí.

Noto frio. Y presión. Algo duro, rígido. Sigue empujando. Está muy frio y sumamente duro. Giro la cabeza aunque vaya a costarme alguna bofetada más, necesito saber que está pasando.

Continúa de pie, medio inclinado sobre mi cuerpo. Sus manos sujetan cuidadosamente la espada que conserva puesta la funda, tratando de no cortarse. La larga empuñadura de metal está sobre mi culo. Sigue presionando tratando de introducirla dentro de mí. Me recorre un escalofrío de miedo y grito. Quiero moverme pero no me atrevo. Temo el dolor que me pueda causar mi movimiento. Ha entrado ya un poco dentro de mí y ahora la mueve más rápidamente. El dolor se acrecienta. Noto como se abre paso dentro de mí, como si rompiese mi carne. El vaivén que le da el movimiento al acero hace que se vaya introduciendo cada vez más. El frio acero se abre paso en mi cuerpo. Pronto cada embestida de acero se vuelve más brusca y torpe, parecen no tener control. Girando cuidadosamente la cabeza observo que se ocupa de la espada con una sola mano mientras con la otra frota vigorosamente su polla. Las dos manos siguen el mismo ritmo, marcado por su pene. Siento que va a romperme a cada acometida y oigo su respiración volverse un jadeo ronco y persistente. Cuando creo que ya no voy a soportarlo más le oigo gritar y una última embestida me traspasa. Entre gemidos noto su leche cayendo y salpicando mi cuerpo. Al fin todo se detiene.

Me siento destrozada. Y no puedo dejar de llorar. Humillada, dolorida, sedienta, cansada. Me quedo inmóvil, mi único deseo es desaparecer. Casi no me queda ni respiración. Él se sienta a mi lado sin mirarme. Va recuperando lentamente tanto la respiración como la compostura. Con una esquina de la sábana limpia el pomo de la espada y la coloca de nuevo en su cintura. Murmura algo sobre dejarme como estaba, no sea que la reina vaya a enfadarse con él. Camina por la habitación y se sirve una copa de vino que apura de un solo trago. Me hace un gesto para que me acerque, pero no me quedan fuerzas para levantarme. Viene a por mí. Tira de mi brazo con brusquedad. Cada paso es una tortura. El dolor se intensifica en cada movimiento. Llena de nuevo la copa y me la ofrece. Niego con la cabeza. Se encoge de hombros y se la bebe sin apenas respirar. Observo la mesa donde está la ánfora de vino. Es de cerámica y está ricamente adornada, unas asas doradas facilitan su uso.

Mientras continua bebiendo una idea de viene a la mente. Intento forzar una media sonrisa y le quito la copa vacía de las manos. La coloco sobre la mesa y con movimientos lentos le sirvo de nuevo. Se la ofrezco. La recibe complacido. Mientras bebe hago un movimiento para volver a colocar la ánfora sobre la mesa y cuando me parece más despistado la levanto y con toda la fuerza que soy capaz de obtener de mi dolorido cuerpo la lanzo sobre su cabeza. El golpe le pilla desprevenido y parece que no le afecta demasiado. Hace el ademan de quitármela pero se tambalea ligeramente. Más decidida y envalentonada, le golpeo de nuevo. Ahora si parece que fue más efectivo. Se tambalea de nuevo, y se apoya en la mesa para no caer. Todavía está así cuando recibe el tercer golpe. Cae al suelo bruscamente y permanece inmóvil.

Con toda la rapidez que puedo busco algo de ropa. Veo mi vestido tirado sobre la alfombra, al lado de la cama. Me lo paso por la cabeza y sin apenas terminar de cerrarlo me dirijo a la puerta. Voy descalza todavía. No importa ahora. Abro la puerta y salgo al pasillo. Atravieso el corredor y bajo las escaleras hasta llegar al jardín. Me cruzo con algunos jardineros y alguna dama que pasea lánguidamente. Me observan con extrañeza pero ninguno de ellos se dirige a mí. Veo una pequeña puerta que usan los labriegos de la comarca para entrar al palacio. Me dirijo a ella y salgo Un camino estrecho y mal cuidado rodea la muralla de piedra. No puedo arriesgarme a que alguien me vea. Sin dudarlo un momento cruzo el camino y me adentro en el bosque.

En un viejo tronco medio cubierto de raíces y hojas me siento y recupero la respiración, apoyando la cabeza en el tronco del gigantesco árbol que hay a mi espalda. El calor del sol me reconforta y ni siquiera noto los arañazos de las ramas en mis pies. Poco a poco me siento más tranquila. Y me quedo dormida.