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Dos maduras muy consentidoras

en Intercambios

Una pareja de amables lectores nos contacta para contarnos su fantasía y me piden que la haga realidad por medio de un relato. Nuestros personajes son totalmente reales solo se han cambiado los nombres para mantener la privacidad de estos. Espero que a parte de nosotros que somos los protagonistas también ustedes los lectores lo disfruten.

Dejar que empiece contando esta inusual historia presentándoos a Teresa (40 años), mi mujer, y a Isabel (43 años). Ambas se conocieron por internet, a través de un foro de moda. Casualmente vivían en la misma ciudad y hace un par de meses decidieron quedar. Su multitud de puntos en común edades similares, son madres de familia, trabajos similares, afición a la moda, el cine romántico y otras afinidades les han hecho hacerse muy buenas amigas, de tal manera que hasta me he llegado a sentir celoso.

Fue un viernes hace quince días cuando tomando café Teresa notó a Isabel un tanto extraña. Sería, apagada, triste.

–      ¿Va todo bien?

–      No lo sé. Veo a mi marido muy huraño, distraído, como ausente.

–      ¿Has hablado con él?

–      Sí, pero no dice nada. Se escuda en el trabajo. Por las noches se sienta ante la computadora y ni se dirige a mí.

–      ¿Crees que pueda haber otra?

–      No lo sé. Esta mañana entre en su computadora y vi que entra en páginas xxx de chicas de tetas grandes, siempre le han encantado y yo nunca he podido dárselo, ya ves con esta media teta que tengo.

–      Pues te pasa al contrario que mí, ahora a mi marido le ha dado por decir que le gustan las delgaditas de poco pecho. No sé si es por fastidiarme, pero ya ni siquiera me las toca. Con lo que me gusta a mí que me las toquen.

–      Son idiotas.

–      ¿Nos vamos de compras?

–      Buena idea. Usaremos sus tarjetas.

Se levantaron riendo a carcajadas, agarraron un taxi y se fueron al centro comercial.

Después de horas de intensas compras, Isabel llamó a su marido para que las recogiera en el centro comercial, este un tanto malhumorado accedió y las llevo a casa.

Serían las 6 de la tarde cuando llegaron a casa de Isabel y Jorge, el marido, todavía molesto, se sentó frente a su ordenador con una cerveza, mientras ellas repasaban la lista de compras.

–      ¡Jorge! Grito su mujer. ¿Puedes venir un momento?

–      Voy. Que pesada mascullo en silencio. Mientras se acudía a la llamada

–      Teresa ha llamado a su marido y se quedan a cenar.

–      Bien así lo conoceré, dijo Jorge

–      Te gusta mi ropa ¿Cómo se me ve?

–      Bien. Es bonito.

–      ¿y a mí? Le pregunto Teresa.

–      También. Muy bien

–      ¿Por qué no te sientas y te hacemos un desfile de modelos? Propuso su mujer.

Jorge impresionado por las trasparencias de la camisa de mi mujer, que albergaban un enorme sujetador aceptó, quito la mesa del centro del salón y se sentó en el sofá a la espera de las maduras modelos, que tras un rato de prepararse comenzaron el desfile.

Jorge se aburría, mientras ellas se contoneaban, fingiendo ser unas top models. Tan solo una de las blusas apretadas de Teresa llamaron su atención, pero el resto era ropa y más ropa. Solo pensaba en el dinero que habrían gastado. Pero lo que no esperaba Jorge era la sorpresa final, cuando su mujer salió luciendo un precioso conjunto de ropa interior con una deliciosa braguita de encaje que dejaba entrever su redondo y fuerte trasero. Y más aún cuando detrás de ella y sobre unos esplendidos tacones Teresa le mostraba un inmenso sujetador rojo y un escueto tanga que separaba dos enormes glúteos.

Las mujeres eran de carácter parecido pero no de cuerpo. Teresa era una contundente mama, más bien bajita, con grandes pechos, muslos rollizos y enorme trasero, mientras que Isabel era muy guapa, estilizada con un precioso culo y poco busto.

El hombre se quedó boquiabierto, vaya  sorpresa para acabar la tarde. Las chicas continuaban contoneándose delante de él, sonreían al verlo anonadado.

–      ¿Me queda bien? Dijo con voz de niña Teresa, mientras marcaba el paso con sus inmensos tacones.

–      ¿Y a mí? Dijo su esposa casi poniéndole el culo en la cara.

Evidentemente para Jorge ver a su mujer así era menor reclamo que las estupendas tetazas de mi esposa bajo ese enorme sostén. No las perdía de vista, algo que no pasó inadvertido para su mujer que sonrió a Teresa y ambas se acercaron a la mesa.

–      El tuyo me gusta más le dijo Teresa a Isabel

–      Si pero tú no puedes ponértelo. Deja que pruebe.

Ambas se quitaron los sujetadores, algo que para Jorge fue increíble, los enormes melones de mi mujer al aire. Los ojos se le salían de las orbitas, eran realmente grandes, pensó, me encantan, notaba en sus manos un hormigueo que solo se calmaría manoseándolos.

Teresa intentaba cerrarse el pequeño sujetador de Isabel con esfuerzo y el busto le rebosaba por todas partes. Quítamelo que me asfixio.

–      Creo que este te quedara mejor, le dijo pasándole uno de lunares.

De nuevo los turgentes balones al aire, otro shock para nuestro amigo que mudo, babeaba al verlos.

En ese momento llegue yo, la misma Teresa en ropa interior me abrió la puerta. Me saludo y me dio un beso. Mi reacción ante tal sorpresa fue dura. Aunque alguna vez tonteando con amigos habíamos hecho algo parecido.

–      Pero ¿Qué haces así?

–      Estamos haciendo un desfile de moda, te los has perdido.

–      No pude venir antes.

–      Siéntate.

De pronto vi una cerveza en mi mano y me presentaron a Jorge, me saludo como despistado, como alucinado, centrado en otros menesteres, lógico, las boobies de mi mujer. Así que pasamos unos minutos más viendo como movían provocativas sus panderos delante de nosotros y se cambiaban a pocos metros mostrándonos todos sus encantos al aire. He de reconocer que fue divertido.

Lo que me extraño fue que Teresa se quedara en ropa interior, pues aunque en su época estaba bien ahora lucía un buen Michelin y tenía celulitis en muslos y piernas.

Cuando agotaron las prendas nos pidieron cual nos había gustado más, para Teresa elegimos un sujetador liso de color purpura y a mí me encantaron de Isabel las braguitas de encaje junto con un sujetador que le levantaba el poco pecho que tenía. Se lo pusieron y nos dijeron que seguirían así durante la cena. Sería una velada interesante. Pensé.

–      Voy a preparar algo de pescado. ¿Me ayudas Gabri? Me ha dicho Teresa que eres un buen cocinero.

–      Ok, te ayudo.

–      ustedes vayan  poniendo la mesa, los platos están en  ese mueble

Así que me largue a la cocina dejando a mi mujer con Jorge a solas en el salón Apenas salimos de la habitación Teresa comenzó a insinuarse a Jorge.

–      ¿Qué te gusto más del desfile? Le pregunto al marido de su amiga

–      Todo. Ha sido una sorpresa.

–      Tu mujer tiene un cuerpo muy bonito. No como yo que mira que gorda estoy y que tetazas.

–      No. Tu estas muy bien. Tienes unos pechos muy bonitos decía mientras gotas de sudor corrían por su frente.

–      ¿Tú crees?

Preguntaba en tono obsceno mientras se desprendía del sostén. Una pareja de voluptuosas ubres se descolgaron delante de Jorge. Eran inmensas pensó el hombre, algo descolgadas pero inmensas. Su timidez lo dejo inmóvil.

–      Pero mi mujer está ahí. Tapate que como te pille.

–      Están ocupados, ven y tócalas, hombre, no muerden

Sus manos acudieron rápidas, nerviosas a manosear tales cantaros que pedían beber de ellos. Incapaz de acapararlas con ambas manos, las sobaba con la vista fija en ellas mientras Teresa dejándose palpar sonreía.

–      Lo haces muy bien. Me encanta. Comételas. Lo estás deseando, comételas.

Tremenda invitación, no podía aguantarse, lamio y mordisqueo los pezones con rabia mientras las sostenía apretándolas como buscando sacarle todo sus sabor. Teresa continuaba de pie con su tanga y los tacones; erguida y regia le acariciaba el pelo como a un lechoncito que mama de las ubres de su madre.

Yo mientras ponía mi máximo empeño culinario, intentando impresionar a Isabel, aunque era complicado cocinar con una mujer en ropa interior a tu lado, sin poder hacerle nada. Tenía un buen cuerpo para ser una cuarentona, estilizada, de culo pequeño y duro, no creo que pesara más de 50 kg. Me atraía su forma de hablar, fue agradable conversar. Llegue a notar una erección que iba a más.

–      Voy a llevarles un aperitivo dijo ella dejándome solo.

Como observe que tardaba fui a buscarla y la encontré sigilosa asomada a la puerta del salón.

–      ¿Qué haces?

–      Nada, nada.

–      Cuando me asome con cuidado vi como Teresa de pie junto a Jorge, le había bajado los pantalones y lo masturbaba con manotadas frenéticas mientras este le tocaba las tetas con ansia. Disfrutaba de la enérgica manipulación de su pene concentrado únicamente en aquellos dos melones que por un momento eran solo para él, no podía articular palabra, eran tan blandos y jugosos, y sabían tan bien al morderlos. Jugar con la punta de los pezones era gratificante.

Me quede observando sin hacer ruido tras la puerta,

–      Espera. No están haciendo nada grave.  Solo juguetean. Me dijo ella con un tono de arrepentimiento por haber dejado que otra por el simple hecho de ser una tetona se la meneara a su marido.

–      Lo han preparado todo ¿verdad?

–      Dijo Teresa que no te importaría.

–      Mujer, tanto como eso. Le están metiendo mano a mi mujer por todas partes, mucha gracia no me hace.

–      Tampoco a mi hace mucha ilusión que otra pajee a mi marido. Pero es por una buena causa. Dijo entre resignada y rabiosa.

Aunque me puse dramático, me divertía ver cómo le chupaba aquel tipo las tetas, alborotado, confuso, anárquico, con una mano en el pecho izquierdo no sabía cómo manejar esos pedazos de carne colgante. Con una zarpa apretaba un pecho mientras con otra sobaba el redondo y blando glúteo que el tanga dejaba al descubierto. Mi mujer con cara de cachonda lo pajeaba despacio con las dos manos, jugando con su glande y la deleitándose con la punta del cipote.

Me estaba poniendo cachondo. Cuando me di cuenta, le tocaba el culo a Isabel, que volvió la cara, me sonrió y siguió contemplando la escena dejándome sobarla.

Notaba su olor de perfume suave, dulce, le baje las braguitas y metí mis narices entre sus nalgas, lamiéndole coño y ano. Estaba sabroso, hacía tiempo que no se lo hacía a mi mujer y me pareció gratificante.

Mi polla ya no podía más me baje los pantalones y sin más preámbulos se la metí por detrás muy suave, ella ni me miro, apenas suspiro, adopto una postura más cómoda para facilitar la penetración, contoneando su trasero, sin dejar de presenciar la escena de su marido corriéndose de pie junto a la mesa apretando con fuerza los pechos de Mónica que satisfecha le escurría la verga para sacarle toda la leche.

–      Vamos a limpiar esto antes de que vengan dijo Jorge preocupado.

En ese momento tras la puerta Isabel se volvió y me beso inesperadamente. La levante y la empotre contra la pared metiéndosela hasta el fondo. Mientras la penetraba con la pasión, que su mirada lujuriosa me provocaba, se abrazada a mí, sumida en una escapatoria vital emitía tibios gemidos de placer evitando los sonidos que produce la fornicación.

Desafortunadamente no pude descargarme pues sonó la alarma del horno y nos desenganchamos.

Fue un momento de confusión para todos, recomponiéndonos, mental y físicamente, ropa, cabellos, fluidos. Con la hipocresía de volver a la normalidad y olvidar lo ocurrido, pero con ese desazón que deja el deseo corporal del sexo inacabado.

La cena nos sirvió de intermedio, en un principio en silencio pero enseguida llegaron forzadas conversaciones, vánales y vacías, cruzadas con las miradas de complicidad entre Isabel y yo, la de ferviente de deseo de Jorge por los abultados melones de mi mujer y la de sutil dominación y control de ella, como la de una dueña con su perro.

Cuando terminamos, ellas insistieron en recoger la mesa y Jorge y yo nos sentamos en el sofá. La verdad que no tenía nada de qué hablar con un tipo que hacia menos de media hora estaba metiéndole mano a mi mujer, aunque yo me había cogido a la suya.  Así que tuvimos poca y vana conversación.

Mientras en la cocina ellas aprovechaban para dar su siguiente paso.

–      He visto como masturbabas a mi marido. Eres una guarra. Al principio te juro que me molesto y estuve punto de arrancarte los pelos, pero luego me puse cachonda.

–      Ha estado bien. Hacía tiempo que no tocaba una polla distinta de la de Horacio. Pero por dios que obsesión con las tetas, no me las dejaba en paz.

–      Te lo dije, no sabes en bien que le has hecho.

–      Y mi marido ¿lo vio también?

–      Si, al principio se enojo, pero luego le deje que me tocara el culo y se calmó. Nada más.

–      ¿Seguimos con el plan o lo dejamos?

–      Por mi sí.

–      Si nos quitamos las bragas a estos no vamos a poder pararlos.

–      Nos arriesgamos. Tú hazlo como hemos hablado. Es su ilusión y para que lo haga por ahí mejor que lo haga contigo. Espero que a tu marido no le moleste.

–      Tu tenlo entretenido y no dirá nada. Lo veras. Ya sabes tú marcas los tiempos.  El momento para pedirle que te pague unas tetas nuevas.

–      Ok. Así  lo haremos

Note en sus caras unas sonrisas inusuales cuando trajeron el café y los licores, algo me mosqueo.

–      Bueno ¿Qué les ha parecido la sorpresa? Dijo mi mujer mientras doblaba la espalda para dejar la bandeja sobre la mesa, mostrándome su enorme culazo de mama.

Lo palmeé y añadí: – Muy bien, una sorpresa muy agradable. No me esperaba estar en una situación así sin planearlo ¿Lo habías hecho alguna vez?

–      No, dijo Jorge algo avergonzado. Es la primera vez.

–      ¿y que les parece?

–      Está bien. Es divertido.

–      Nosotros lo hicimos cuando éramos novios en una fiesta con amigos. Los cuerpos no eran los de ahora.

–      Ya lo creo, entonces no tenía las tetas caídas. Todo el mundo estaba loco con ellas.

–      Las tetas no lo son todo dijo Isabel provocativa.

–      Pero gustan. Tu como no tienes.

Me pareció muy agresiva la respuesta de Teresa a Isabel, su tono lo hizo parecer un insulto.

–      Pero pronto tendré y no serán esos colgajos que tienes tú.

La situación se caldeaba. Jorge y yo nos sentimos violentos.

–      Te va a pagar este unas de plástico. Qué bonito.

–      Si, ¿qué pasa? Te crees que eres tú la única que vas a poder lucir tetazas.

–      Pero si tu marido no sabe cómo manejarlas, ni tu como darle gustito con ellas.

–      Basta chicas, no discutan por eso.

–      Isa, te dije que después de navidades iríamos al cirujano.

Teresa se levantó y se sentó sobre Jorge ante la atenta mirada de su mujer que se encontraba sentada al lado suyo en el sofá.

Comenzó a restregarse sobre su entrepierna mientras se sacaba el sostén, las dos inmensas tetas quedaron ante las narices del marido que no se podía creer lo que pasaba, ella lo apretó contra su busto, metiéndole la cara entre las dos masas de carne.

–      Esto son tetas de verdad.

Enseguida Isabel ocupo un sitio a mi lado, se sacó el sostén dejando mostrando su pequeños pechos y puso cara de molesta

–      Cómo se pasan. ¿No? Estamos aquí delante y mira lo que hacen.

Eso es lo que yo hacía, mirar a la golfa de mi mujer restregándose con aquel hombre. Otro espectáculo de sobada de tetas memorable, como disfrutaba el elemento, los enormes senos rebosaban entre sus manos que apenas alcanzaban a cubrirlos, los tocaba como si se fuera a acabar el mundo, presionaba cada uno con los dedos, mantenía la vista fija en ellos sin mirar a la cara a mi mujer que era en ese momento un mero objeto con dos enormes melones.

–      Chúpamelas le decía. Chúpamelas. Lame mis pezones mi pequeño becerro.

Eso nunca me lo había dicho a mí. Lo estaba dominando, el marido era su esclava.

–      Agárrame el culo fuerte mientras las chupas. ¿Te gusta cómo se mueven?

El obedeció de nuevo, e intentaba cazar con la boca los pezones en el balanceo rítmico de las ubres frente a él, mientras ocupa con sus manazas las voluminosas y celulíticas nalgas de la madre de mis hijos que pellizcaba sin rubor. No le importaba en absoluto el prominente Michelin que bajo las tetas se desplazaba en un sube baja al mismo ritmo. Puede que no fuese la mujer ideal pero esos melones lo tenían sumiso.

–      Voy a hacerte una cosa que no vas a olvidar en la vida.

Él continuaba sentado cómodamente en el sofá cuando ella mojo con los restos de un vaso de licor su canalillo, se arrodillo y atrapo la polla entre sus tetas. Sin preámbulos comenzó un movimiento lento apretando con sus manos los senos subiendo y bajando las ubres, envolviendo la verga de Jorge que suavemente resbalaba entre ellos, para él era algo inaudito, fijaba su vista en el movimiento de los melones y se excitaba cada vez más viendo a esa voluptuosa mujer de rodillas dándole placer.

Yo estaba muy cachondo al ver la escena junto a Isabel, no perdíamos de vista a nuestras parejas en su periplo sexual.

–      Chúpamela le dije a Isabel.

–      No, quiero ver lo que hacen.

Ella estaba anonada, con la vista fija puesta en él, como si no hubiera otra cosa en la habitación. Aunque lo toleraba no estaba especialmente contenta de presenciar la actividad frenética de su marido, dedicado en exclusividad a dar placer a otra, ausente de la presencia de ella.

Jorge se volvió a mirar a su mujer que en ese momento me bajo la cremallera y comenzó a masturbarme. Yo hice lo propio acariciando su coño con suavidad. Pero sin darle importancia disfrutaba del placentero roce de los grandes pechos de Mónica que concentrada continuaba agitándolos a ritmo frenético. La excitación le hizo a él mover sus caderas buscando follar las tetas como un descosido. Estaba repleto de deseo, y no supo acompasar los movimientos de ella con los de su pelvis.

Puso las manos  presionado sus tetas atrapando la verga que dejaba solo sobresalir el prepucio. Teresa comenzó a lamerlo despacio. Jorge nunca había experimentado ese sublime placer, notaba su húmeda lengua desplazarse por la punta de su pene mientras ese maravilloso busto se lo atrapaba, y ella tan decidida y atenta tan solo en proporcionarle placer. Le hubiera gustado darle la vuelta en ese momento y penetrarla sin contemplaciones pero se dejó hacer.

Mi mujer alzo la cara, le sonrió y le dijo

–      Quiero tu leche.

–      ¿No quieres que te folle?

–      Dame a probar tu leche. Báñame entera

Isabel al oír esas palabras, también desato su libido, se bajó las bragas, me beso, me quito los pantalones casi arrancándomelos, se subió sobre mi rabo de espaldas a mí para no perderse ni un segundo de la actuación de su marido. Hábilmente y con suavidad acoplo mi verga en su vagina y con suaves movimientos comenzó su cabalgada, maravilloso.

En una mezcla de venganza y placer, la situación la embriagaba, la superaba, quizá ya no importaba la fornicación. Ver al marido hacer algo que ella nunca había podido proporcionarle, excusaba su infidelidad y cuando vio que se corría, sintió una liberación que la hizo aumentar la velocidad de sus movimientos sobre mí.

Pero seguía siendo inusual el comportamiento de mi esposa ante los espasmos de la polla de Jorge que derramo un abundante chorro de semen sobre ella, había llenado el canal que separa sus abundantes pechos, y le había salpicado cara y pelo.

–      Que rica cuanta leche para mí sola.

La muy guarra sacaba la lengua para saborearla, nunca me lo había hecho a mí.

–      Ahora me vas a comer el coño. Arrodíllate. Le dijo mientras se sentaba con las piernas abiertas en el sofá

Jorge no lo dudo, sumiso se arrodillo delante de ella y le devoró la entrepierna con su verga a punto de reventar.

Mi mujer gemía desconsolada ante los dibujados círculos de la lengua en su clítoris.

–      Que cachonda estoy méteme el dedo, le ordeno Teresa.

Le introdujo dos dedos en la vagina, mientras seguía fallándole las tetas. La presencia de los fluidos facilitó la penetración en la cavidad, estaba abierta, jugosa, brillante. Se sentó como espectadora, esperando la actuación de Isabel y mía.

Ahora éramos nosotros los protagonistas, hice ponerse a Isabel a cuatro patas sobre el sofá, tenía un magnifico culo que penetrar y ahí estaba yo llenándolo de carne mientras Teresa con la vista puesta en mi agarraba la mano de Jorge para que continuara masturbándola, seguía cachonda, incompleta, necesitaba correrse viendo la escena.

–      Hacía tiempo que no tenía una vergatan dura dentro de mí.  Dijo Isabel al notar la penetración. Dame caña.

Mi mujer me miraba fijamente fornicar el dulce culo de su amiga que rugía de placer, se resarcía del grotesco espectáculo de placer de su marido loco por los esplendidos melones de teresa que en ese momento se corría apretando la cabeza del hombre contra su coño.

Todos felices acabamos agotados por la pasión derramada, ya no éramos unos chiquillos. Yo, porque me había vaciado bien y no se habían follado a mi mujer, Jorge había disfrutado como nunca de unos pechos que solo imaginaba en sus sueños, Teresa como protagonista y dominadora de Jorge y la celosa de Isabel se había encontrado con una buena verga.

Después de todo aquello no volvimos a juntarnos los cuatro, pero cada miércoles, Jorge viene a casa de cuatro a cinco y yo me masturbo mientras el soba las tetazas de Teresa, chupa los pezones y se hace una cubana que acaba con borbotones de semen sobre ellas. El hombre no pide más y a mi esposa le gusta. Y los martes por la mañana pasó a follar el magnífico culo de Isabel. Creo que ninguno de los dos se lo cuentan al otro pero así parece que son ambos felices.