miprimita.com

Travesuras

en Voyerismo

Vaya navidades. Mi suegro, Javier, se ha venido a pasar con nosotros las vacaciones en casa, en el pueblo hace demasiado frio y el pobre ya no está para mucho ajetreo desde que se quedó viudo este verano pasado.

Yo soy Ana, tengo 37, soy muy bajita, casi no llego a 1.50. De pequeña había hecho gimnasia, incluso había llegado a competir con buenos resultados a nivel nacional, eso me dio mucha elasticidad y amor por el deporte que sigo manteniendo, es la cara de tener un cuerpo de niña que me acomplejó mucho durante mi paso por la universidad. Con los años, los quilitos de más los he ido poniendo, afortunadamente, en el culo y los pechos transformándose en un bonito cuerpo de mujer. Soy morena, pelo corto y cara agradable, eso dicen. Soy bastante tímida y no me gusta ir provocativa, me considero bastante tradicional, la verdad es que nunca me he planteado vestir o actuar de otra forma.

La llegada del nuevo huésped me iba a deparar una sorpresa que no esperaba, y la he vivido de forma intensa y nueva para mi, supongo que ha sido una manera de liberarme de esta carga de conservadurismo que he llevado toda la vida encima por la disciplina del deporte, los estudios, el trabajo y seguramente por la inseguridad con mi cuerpo.

Javier es un hombre de 72 años, muy introvertido, de rasgos duros por el trabajo, suelen ser cualidades de la gente de montaña, mi marido también es un poco introvertido, obsesionado con el trabajo pero muy buena gente.

Mi suegro se ha pasado toda la vida en la granja de vacas hasta que la tuvieron que vender cuando se jubiló, ya que mi marido, Juan, hijo único, no quiso quedarse y continuar con el negocio familiar. Él montó una tienda de juguetes en Barcelona, que le va muy bien, pero en estas fechas lo tiene absorbido.

Yo soy profesora de instituto y me disponía a pasar otras navidades sola en casa con mis cosas, mis lecturas, mi gimnasia, un poco de piano y a ver si acabo por fin una novela que tengo en marcha desde hace años, sin pretensiones de publicarla, sólo me sirve para dar rienda suelta a mi imaginación y me distrae.

Mi suegro es la primera vez que iba a pasar tantos días con nosotros, alguna vez habían venido con mi suegra a pasar un fin de semana o nosotros habíamos ido  un par de días al pueblo, supongo que si tuviéramos niños, por un pequeño problema biológico no he podido tenerlos, hubiéramos ido a pasar los veranos allí. A mí me gusta el pueblo pero, tanto a mi marido como a mí, nos encanta viajar, y solemos aprovechar sus vacaciones para hacer una buena escapada.

El día de la llegada de Javier me sorprendió porque se mostró más amable y simpático de lo normal, me dio un abrazo y dos besos al ir a recogerlo a la estación de autobuses, ya no se atreve a conducir. Dos besos sí que me daba siempre, pero un abrazo tan largo no lo recuerdo, me sorprendió la cariñosidad, debe ser la soledad.

En casa también se mostró más amable y hablador que de costumbre incluso se ofreció a ayudarme en las tareas de casa, supongo que no quería ser una carga, y ahí vino el primer episodio no esperado y que me dejó sin saber como reaccionar.

Javier se ofreció a ayudarme a hacer su cama y mientras estábamos haciéndola, estando yo agachada, vi como fijaba sus ojos en mi escote de una manera casi descarada y continua. Fue tan inesperado que continué agachada, quieta, mostrándole el escote, sin reaccionar viendo como él me miraba. No podía ver mucho, el canalillo del escote, quizás un poco de un bonito sujetador que llevaba, no más, pero estaba completamente ido, ni se fijó en que yo le estaba mirando hasta que al cabo de unos segundos levantó la cabeza mirándome a los ojos y apartando la mirada rápidamente al sentirse descubierto. No pudo ocultar enrojecerse pero seguimos con la tarea como si nada hubiera pasado.

Este inocente suceso, lejos de hacerme sentir ofendida me causó un inesperado placer, incluso me despertó simpatía y un poco de pena por el pobre hombre que no pudo evitar quedarse mirando el escote de su nuera a estas alturas.

Seguimos con normalidad el resto del día, vino por fin mi marido y nos sentamos a cenar, ellos dos estaban uno al lado del otro, yo enfrente, y hablábamos distendidamente, Javier no podía evitar mirarme fugazmente los pechos, era un poco violento hacerlo tan descaradamente delante de mi marido, pero nada podía hacer, sentía como me desnudaba con la mirada, al levantarme para cambiar los platos me seguía con los ojos y podía ver a través del espejo de la sala como al girarme me miraba el culo. No podía sacármelo de la cabeza, pero lo más preocupante es que mi cabecita pedía seguirle el juego, hacer como si nada pasara y dejarle mirar y que me desnudara con la imaginación a placer, incluso me sorprendí moviéndome más coqueta. Sí, aquel juego me estaba gustando.

Esa noche casi forcé a mi marido a hacerme el amor, hacia un par de semanas que no hacíamos nada, y me arrancó un par de orgasmos intensos, yo no paraba de pensar en los ojos de su padre clavados en mi escote y el juego de miradas de la cena.

Por la mañana mi marido se fue temprano, ese día salí a desayunar en camisón. Es una pieza muy bonita que me llega hasta las rodillas, con escote generoso pero sin peligro de que me salga nada, no tiene mangas y el agujero para los brazos baja bastante por lo que según la posición que adoptes puede dejar ver bastante. Normalmente me pongo un batín encima pero esa mañana me levanté guerrera y quería continuar el juego.

Javier se levantó y vino a la cocina donde yo estaba desayunando tranquilamente. No pudo evitar sorprenderse de verme así y con mucha timidez se sentó frente a mí, hablamos un buen rato de cosas sin importancia, de la granja, del frio del invierno en los Pirineos, del turismo... yo le escuchaba con atención y le dejaba mirar, como si no lo notara. Él intentaba disimular pero no podía evitar que se le fueran los ojos.

Yo -  Quiere que le toque algo?

Javier - Como?

Yo - Sí, en el piano, quiere que le toque algo?

Javier - Por supuesto, ya sabes que me encanta como tocas el piano

Se sentó en el sofá delante del piano y yo empecé a tocar unas piezas clásicas que estoy ensayando últimamente.

Yo sabía que al alzar los brazos para tocar el camisón dejaría ver lateralmente mis pechos, él se dio cuenta pero desde donde estaba no podía ver nada, así que al cabo de un rato, se levantó y empezó a pasear por dentro de la sala disimulando. Yo notaba como pasaba el aire a través de las mangas abiertas del camisón y como mis pechos bailaban expuestos al ritmo de mis brazos. Hacerme la ingenua en esa situación era muy forzado, él se tenía que dar cuenta por fuerza de que me estaba exhibiendo descaradamente y que yo sabía que se estaba colocando para disfrutar de las vistas. Aún así seguí tocando como si nada pasara, si no fuera por la música que llenaba la sala el silencio de la exhibición se hubiera hecho insostenible.

Javier se sentó a mi lado, a cierta distancia, en una posición perfecta, a una altura perfecta, notaba sus ojos acariciándome los pechos, los pezones se erizaron casi dolorosamente, seguro que podía verlos lateralmente culminando el pecho blanco, era tan fácil simplemente alargar la mano y coger ese pecho que hasta me daba miedo que se atreviera a hacerlo.

Al finalizar la pieza me giré hacia él que me miraba con la cara descompuesta no sabía que decir después del espectáculo que le había acabado de dar.

Yo - Le ha gustado

Javier - Sí tocas muy bien, me encanta ver lo rápido que van tus dedos por todo el teclado - intentando justificar que estuviera situado allí en vez de cómodamente sentado en el sofá como estaba en un principio.

Yo - Estoy contenta que le haya gustado, mañana otra pieza

Javier - Por supuesto , me encantará oírte

Pasamos un par de días con este jueguecito, Javier se sentaba directamente en su silla, a mi lado, un poco distanciado para ver a través de las mangas, sin disimular, ni él ni yo.

Todo esto me tenía la libido muy subida, a mi marido le reclamaba cada noche, el pobre, que estaba agotado de trabajar, no dio más de sí, así que, sin calmar mis ganas, ayer, le dije a Javier que no habría piano ese día, él no disimulo su cara de decepción, que cambió de inmediato cuando le pedí que me ayudara a ordenar una habitación que teníamos de trastero.

Yo estaba nerviosa por lo que iba a hacer, pero mi cuerpo me lo pedía a gritos. Yo vestida tan solo con el camisón y unas braguitas, y él con el pijama y el batín nos pusimos a remover cajas.

Cuando me agachaba el camisón se separaba de mi cuerpo tanto que dejaba completamente a la vista mis dos pechos, la barriga, las bragas blancas de encaje fino transparente que me había puesto y hasta las rodillas. Javier seguía mis movimientos con atención, no perdía detalle, no disimulaba en absoluto, sus ojos se clavaban en mi cuerpo escaneando cada centímetro. Yo le iba contando lo que había en las cajas, el tiempo que hacía que no las habría, lo desordenado que estaba todo... él no decía nada.

Cuando dejábamos una caja en el suelo yo me ponía de cuclillas, cerraba y abría mis piernas como si no me diera cuenta de que le estaba dando una vista perfecta de mis braguitas transparentando a través del encaje el vello de mi sexo. A Javier se le iban los ojos, mientras yo le explicaba anécdotas de los objetos que sacábamos de las cajas, él ni los miraba, estaba completamente absorto en el espectáculo que le estaba dando.

Yo estaba excitadísima y confusa por mi comportamiento, pero no podía evitarlo, me sentía bella y sexi como nunca, pero mi descaro llegó a tal punto que pasó algo que rompería toda la magia, maldita sea, estaba disfrutando ¿por qué tuvo que pasar?

Javier alzó la mirada, nos miramos un instante y dijo:

Javier - Ana, ¿por qué haces esto?

A mí me dio un bajón brusco de la excitación que estaba experimentando con mi exhibición. Fue un duro golpe de realidad, era mi suegro, me había pasado, no supe que decir, se me cayó el alma a los pies, me levanté y salí corriendo de allí, todo se derrumbaba, ¿como había podido llegar a esto? La ansiedad pasó a transformarse en lágrimas, me encerré en la habitación y los ruidosos sollozos, que no podía contener ni aplastando mi cara contra el cojín de la cama, sólo se silenciaron cuando Javier llamó a la puerta pidiendo permiso para entrar, se sentó a mi lado, cariñosamente me acarició la espalda encima del camisón.

Javier - Cálmate mi niña, no pasó nada

Yo - Lo siento Javier, lo siento mucho

Javier - Ana, de verdad que no pasa nada, eres una mujer preciosa, estar contigo estos días es lo mejor que me ha pasado, no puedo evitar mirarte, me gustas mucho, eres un ángel

Yo - Lo siento de verdad, no sé que me ha pasado, yo no quiero hacerle daño a Juan, es una buena persona y le quiero

Javier - Ya lo sé mi niña, yo quiero lo mejor para mi hijo, y contigo lo tiene, es muy afortunado de tenerte, esto que ha pasado es una travesurilla, no sólo tuya, también mía, la gente necesita hacer travesuras, es sano

Yo - Si Javier, eso es, una bonita travesura, ya pasó, lo siento Javier, no volverá a ocurrir

Se hizo un silencio, me giré y le miré a los ojos. Su cara era de decepción, tenía ante mí a un niño que se había quedado sin juguete, no vi otra cosa

Yo - Javier, gracias por todo, es usted adorable. Espéreme por favor aquí, voy a ducharme.

Él me miro con cara de no comprender nada, me levanté, le di un beso en la mejilla, abrí el armario, cogí la ropa y mientras cerraba la puerta del baño de la habitación le miré con una sonrisa. No la acabé de cerrar, la dejé un par de centímetros abierta.

Mientras me quitaba el camisón vi a través del espejo como la sombra de Javier se acercó a la ranura de la puerta entreabierta, Ahora que ya sabíamos los dos a qué jugábamos estaba más tranquila. Uno de los momentos más excitantes de mi vida fue cuando me bajé esas braguitas.

Eso pasó ayer, mi suegro todavía se va a quedar una semana más, si queréis, ya os contaré como sigue.