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Las desventuras de la profesora 2

en No Consentido

Buenos días, tardes, noches. Aquí os dejo la segunda entrega. Si tienen alguna sugerencia, deseo o simplemente quieran corregir algo, comuniquemelo atraves de los comentarios y tratare de solucionarlo o dar una respuesta lo mejor que pueda. Este relato lo he escrito un poco más rápido de lo normal, por lo que disculpen si hay algun fallo de ortografía, o si hay alguna contradicción. Si más dilación espero que disfuten de este relato tanto como yo de haberlo escrito.

 

Tomás llegó a casa increíblemente excitado. Se tiró en su cama y se hizo una paja pensando en aquella tarde. Dios. Se había follado a una diosa. Él. Un pringao condenado a morir virgen. Solo el recuerdo era increible. En apenas unos segundos descargó. Sus pensamientos no aminoraron la marcha. Deseaba correrse dentro de ella otra vez. Deseaba follarla por todo sus agujeros. Joder. Lo deseaba. Pero una chispa apareció en su mente. Había violado a la profesora Szuta. La misma que había mandado al Joni al hospital ¿Qué había hecho? El miedo y la angustia invadieron su mente. En cuanto fuera a clase le mataría, le descuartizaria y se haría un bolso con su piel.

 

-Calmate. Calmate Tomás.-Se dijo a si mismo respirando.-Ves demasiado anime relajate.-

 

Pero que iba a hacer. Necesitaba un plan para librarse de las responsabilidades. Lo tenía ¿Y si la chantajeaba? Claro, era fácil. Solo tenía  que usar... Mierda. Ni siquiera le había sacado una misera foto. Jamás podría probar que ella se había follado a un estudiante. Era su palabra contra la de él  y no es que fuera la persona más creíble del instituto. Un momento ¿Ella sabía que no tenía pruebas? Estaba en estado catatónico, era imposible que se diera cuenta de todo. Pero si ella le pedía pruebas estaría en mala situación. Dios ¿Qué hago? Y como escuchado por este se le iluminó una bombilla. Lo tenía. Con una sonrisa perversa entro en su ordenador y empezó a escribir...

 

 

 

 

Cerró la puerta con fuerza. Estaba enfadada. Enfadada con ella. Por ser tan débil ¿Cómo podía dejarse violar? Y lo peor era que había sido uno de esos pringados del instituto. Si se corría la voz, el respeto que había forjado durante estos años se fragmentaria como el cristal. Y ese sería el menor de sus problemas. Su marido pediría el divorcio y como él tenía todas las de ganar podría quitárselo todo. Perdería su casa, su coche, todo, y con lo poco que cobraba no le quedaría dinero. Seguramente la despedirían y tendría buscar empleo pero su campo de investigación le era ya desconocido y en otros institutos le cerrarían las puertas en cuanto buscarán referencias. Y luego…

 

-Basta.- gritó con fuerza provocando un eco que se oyó en todo el instituto. Tenía que mantener la calma. Iría a casa y pensaría en frío lo que había pasado.

 

El bedel había abierto la puerta. Desde el primer momento tenía la llave. La vergüenza la invadió como la marea. Le había mentido. El había planeado todo en unos segundos y no se había dado cuenta. No. No era eso. Estaba cansada y era fácil de manipular. Ella se hubiera percatado de todo ello si no hubiera sido por su estado psicológico. Ella no era tonta. No, ¿lo era? No. Dios ¿Qué le estaba sucediendo? ¿Estaba cansada? Si. Si. Era eso. Solo tenía que llegar a casa y relajarse. Al pasar por el parking dio gracias de que estuviera vacío. No sabía qué hora era ¿Las cuatro de la mañana? Cogió su móvil para ver la hora y comprobó que tenía cincuenta y seis llamadas perdidas ¿Quién llamaría t…? Dios, la niñera. Su hijo estaría solo en casa. Entro en su coche y se fue dirección  a su casa tan rápido como pudo. Tenía que asegurarse de que todo estaba bien.

 

Al llegar las luces estaban apagadas en la finca. Su marido estaba de viajes todo el mes, pero le extrañaba que no hubiera nadie cuidando a su hijo. Al entrar encontró una nota. La niñera había llamado a los padres de su marido y se habían encargado ellos. Respiró aliviada. Paul era lo único a parte de trabajo que le importaban y haría cualquier cosa por él. Llamó a casa de sus suegros y le informaron de que estaba bien. Al preguntarle porque no estaba en casa ni cogía el móvil dijo que se había quedado dormida corrigiendo exámenes. Sus suegros la odiaban porque, según ellos, se aprovechaba de su marido, cosa que desde cierto punto de vista era verdad, y podían trastocar la verdad en su contra. No podía perder a alguien como Manuel, aunque fuera solo por su dinero. Tras la llamada se pego una ducha y se lavó como si no hubiera mañana. Al limpiarse la vagina dio gracias de haberse hecho la ligadura de trompas. Solo imaginarse tener un hijo de cualquiera de esos dos le producían arcadas ¿Y si le habían pegado una venérea? Tendría que ir al hospital a un chequeo. Al mirarse en el espejo vió sus ojos muy rojos. Había dormido con las lentillas y necesitaba descansar los ojos. Se las quitó y se puso sus gafas. No le gustaba mucho porque parecía una secretaria, pero necesitaba que sus ojos respiraran. Entraba a trabajar en apenas un par de horas y no podía descansar. Tenía que plantearse cómo afrontar el tema. El bedel no hablaría, eso seguro, pero aquel lerdo… ¿De qué le sonaba? Ella sabía de los alumnos más populares y de los que sacaban buenas calificaciones, pero del resto ya se había dado por vencida y los veía más como futura escoria del barrio. Cogió su carpeta y fue mirando foto por foto hasta dar con él. Aquí estaba. Tomás Montoya. Ni siquiera lo había oído antes. No era nadie. Puede que en el instituto fuera incluso el último en el escalafón. La furia se desató dentro de ella. Había sido violada y humillada por nadie. Élla. Ella era quién controlaba el instituto. Y ahora había sido degradada por nadie. Miró el expediente y comprobó que no tenía ni un solo examen por encima del dos. Un paria. Una basura. Un futuro indigente más que no le importaba a nadie. Pero lo que en un primer momento la enfado, después le provocó una sonrisa siniestra. Si no era nadie podía hacer cualquier cosa. No había peligro ninguno. Solo tenía que atraparlo y se acabarían todas sus preocupaciones.

 

Se preparó algo de comer y se puso el televisor. No le gustaba mucho aquella caja tonta, pero no estaba para leer un libro. Se sentó desnuda como estaba y al pasar lo canales encontró una pelicula porno ¿Por qué demonios tenían esto aquí? Ella sabía que su marido no podía ser. El no paraba en casa ni para dormir, mucho menos para ver la tele. La única persona podía ser la niñera. Hija de puta ¿Le estaba pagando para que viera vídeos porno en su salón? Ella se enfadó, pero se quedó prendida del vídeo. Era una joven que parecía gritar de locura al ser empalada por una polla negra mientras le tiraban del pelo ¿Cómo podía gustarle eso? Ser dominada por un hombre ya era patético, pero encima que fuera un negro. El hombre la insultaba, follandola con cada vez más fuerza. De repente le sacó la polla y ella cayó al suelo como un peso muerto.

 

-Aún no hemos terminado, zorra. De pie.-

 

Los ojos de Débora se abrieron como platos. Esas era las mismas palabras que le había dicho el lerdo. Como si despertara de un sueño,  se agitó solo para descubrir que se estaba tocando. Tenía los pezones erectos y dos dedos masajeandole el coño que empezaba a estar mojado ¿Qué le pasaba? Hacía unas horas la habían violado y ahora se estaba pajeando ¿La habrían drogado? Si. Seguro. Ese hijo de puta del bedel. No. Espera. Él no. El le hubiera dado algo más fuerte y ahora estaría todavía en aquel cuartucho lamiendole los huevos. No. Habría sido el niñato aquel. Si. Por eso no pudo resistirse. En algun momento le metería algo. Dios. Eso lo explicaba todo.

 

Recogió la comida y se fue a su cuarto a cambiarse. Escogió una blusa fucsia con un traje oscuro de americana y falda de tubo hasta las rodillas. La ropa interior la cogió también negra y se puso unas medias con liguero y unos zapatos de tacón. Dio gracias porque aún tuviera su collar de perlas. Le era muy preciado ya que era la único joya que ella misma se había comprado con su sueldo antes de casarse. Al mirar el reloj se dio cuenta de que no tenía tiempo y se tuvo que maquillar aprisa y corriendo. Aún así nadie hubiera dicho que se habia pasado la noche en vela, no se le notaban las ojeras ni los golpes. Estaba perfecta, como siempre era ella. Se hizo una cola de caballo con el pelo ya que no le daba tiempo a hacerse un moño. No era su favorito. No le gustaba que el pelo le llegara hasta media espalda, pero más odiaba las tijeras y llegar tarde, así que no había otra. Cogió el coche y a las siete menos cuarto estaba ya en el parking.

 

El instituto estaba casi desierto. Solo estaban los profesores y el director, ya que a esa hora se informaba de las novedades del centro. Le comunicaron que el bedel había tenido un accidente, así que durante unos días se quedaría en el hospital. Débora se alegró por ello. No se veía capaz de mantener la calma si veía a aquel viejo senil por ahí otra vez. Le hubiera arrancado la cabeza, pero eso suscitaría preguntas y no era lo recomendado en esa situación. El día transcurrió con normalidad hasta la hora del recreo. La hora anterior la había tenido libre y había buscado a Tomás por el centro. Al encontrarlo vió que ya tenía un moretón en el ojo. Le habría pegado algún compañero. Perfecto, si ahora alguien lo veía en peor estado no se extrañaría. Cuando sonó la campana Tomás salió a toda prisa de la clase, pero al pasar por delante del departamento de ciencias una mano le agarró del cuello y le metió en el aula. El departamento de ciencias era casi como el segundo despacho de Débora. Nadie entraba allí, ni siquiera los demás profesores ciencias debido al odio que la tenían. Era un cuarto grande, con una enorme mesa en el centro con cuatro sillas y varias estanterías a los lados. La persiana estaba bajada y la única luz venía de una lámpara que emitía un zumbido tan alto que habían tenido que insonorizar el aula por ello, o esa era la excusa que había puesto ella. Este era el segundo lugar favorito de Débora. Aquí nadie podía oír lo golpes que le daba a los alumnos que la desafiaban. El castigo físico era la única ley que entendía aquellos pandilleros y esta no sería la excepción. Con fuerza empotro a Tomás contra la primera estantería y comenzó a golpearle en la cara con fuerza. Uno, dos, tres,... le golpeo hasta que perdió la cuenta. La cara del muchacho era un poema. Tenía los ojos hinchados y la nariz rota. La sangre le fluía por diferentes cortes. Al soltarle cayó al suelo, casi muerto.

 

-Tienes suerte de que no tenga pensado matarte, todavía. Pero no te levantes. Después de clase vendre por ti.-

 

Cerró la puerta, trancando con llave y se fue. En el estado en el que le había dejado no se despertaria hasta por la tarde y con el instituto vacío ya jugaría con él. El resto del día transcurrió sin novedad. Nadie se preocupo por la ausencia de Tomás, y Débora estaba por fin tranquila. Habían sido dos pequeñas controversias en su vida, pero ya estaba solucionado. Al finalizar las clases fue a su despacho y llamó a la familia de su marido. Les convenció de que se quedaran a Paul el fin de semana. Llevaban tiempo sin estar con él y ella necesitaba un fin de semana para despejarse de los sucesos del jueves. Más tranquila cogió su bolso y fue al departamento. Sabía que estaba kao, pero no quería correr riesgos. Abrió la puerta y con cuidado entro mientras buscaba la luz. Antes de encenderla noto como una corriente eléctrica le tocaba el cuello y cayó inconsciente.

 

Había pasado unos minutos cuando despertó. Al levantarse se dio cuenta de que estaba en el suelo. Se levantó desorientada, no sabía que había pasado. Miró a su alrededor, pero lo único antinatural de la escena era Tomás, que estaba sentado en la mesa comiéndose un sándwich. Débora se percató de la situación pero antes de que pudiera dar un paso para arremeter contra él noto una descarga en el cuello y se cayó otra vez.

 

-Tienes un collar eléctrico en el cuello.-Hablaba mientras tenía la boca llena sin dejar de mirar el bocata.- Ese era el nivel tres de seis.-

 

¿Un collar? Débora se llevó la mano al cuello y noto una correa de cuero con un aparato de plástico muy ajustada donde había estado su collar de perlas.

 

-¿Dónde está mi collar de perlas?- Otra descarga salió del aparato haciéndola gritar en el suelo.

 

-No estas en posición de preguntar nada.- Se acabó el bocata y se puso a rebuscar en su bolso.- Pero voy a ser bueno y contestare. Me lo voy a quedar como compensación por lo de esta mañana.-Sacó su billetera y la abrió.- Y estos doscientos euros también, ¿doscientos euros? ¿Quién trae doscientos euros al instituto? Nada, perra. Gracias por el pago. Luego me dices tu código de la tarjeta de crédito.-

 

-No te voy a decir una mierda, puta basura.- Otro calambrazo azotó su cuerpo, más fuerte que el anterior.

 

-Ese era un cuatro. La próxima vez que hables o digas algo que no debes subiré al cinco.- Una sonrisa se dibujó en su cara mientras se acercó a ella.- Y ahora a cobrar mis honorarios.-

 

Cuando se acercó la agarró de la coleta y la forzó a levantarse. Débora vió el mando en su mano. Si era capaz de zafarse de él y quitarselo todo acabaría. El vio la intención en sus ojos y pulso un botón. Una sacudida mucho más suave que las anteriores le recorrió el cuerpo. Podía soportarlo, pero no podía pensar ni actuar con claridad.

 

-Ese es el uno, para que no me des guerra, porque no quieres¿Verdad que no, zorra?- Ella solo le sostuvo la mirada, pero al darle un bofetón que le hizo volar sus gafas empezó a afirmar con la cabeza.- Buena chica.-

 

El la arrastro por el centro hasta su despacho. Era muy pequeño, la mitad de una habitación. Había un escritorio con papeles y un ordenador, una silla de ejecutivo y un pequeño sofa. Nada más llegar la tiró al sofa y se comenzó a desnudar. Débora estaba en pánico. Con la tensión del collar y sin sus gafas sus probabilidades se reducían mucho. Las gafas no le eran vitales para vivir, se podía desenvolver pero no era capaz de hacer algo que requiriera precisión. Tomás detuvo la tensión. Estaba desnudo frente a ella, que en otra situación se hubiera partido de risa. Era literalmente esquelético, casi como si no comiera bien. Su cuerpo era muy blanco, casi como un fantasma. Solo se libraba su virilidad. Era grande, muy grande y gruesa. Tenía una enorme bolsa escrotal cubierta de una mata de pelo grueso. La cabeza estaba apuntando directamente a ella.

 

-Bueno, zorra. Esto es muy fácil. Si te portas bien no sufrirás, demasiado.- Una sonrisa cínica se dibujó en su rostro. Débora trago saliva. Esta era su última oportunidad.

 

Tomás se acercó lentamente, como un lobo contra una presa acorralada. Pero esta presa tenía garras. En un segundo, Débora se abalanzó sobre él con todas sus energías. El golpe hubiera sido fatal, pero sin sus gafas no medía bien las distancias y se quedó a medio camino. Tomás, que perplejo había visto la escena, se rió mientras agarraba del cuello a la mujer y la empotraba con fuerza contra el sofa. Ella trató de luchar pero una corriente en la cintura la detuvo. Se sentía muy aturdida por el chispazo, pero ¿que lo había provocado? Tomás le enseño un objeto en la mano: un taser. Estaba aturdida, y mareada de los constantes descargas y el último chispazo, más fuerte que los anteriores la detuvo por completo. Tomás la miraba con ojos hambrientos. Hambrientos por lo que escondian sus ropas. Rompió la blusa en dos y le arranco el sujetador. Ahí estaban. Dos suaves y deliciosos pechos para su entera disposición. El hundió su cara en ellos. Chupaba, mordía, pinzaba. Jugaba con ellos como si fueran juguetes. Y así era como Débora se sentía. Era un juguete en sus manos. Un objeto. No podía oponerse a él. Los constantes estímulos le empezaron a pasar factura. La excitación le recorrió su cuerpo. Las manos de Tomás descendieron debajo de su falda. Una risa apareció en su rostro al comprobar que su ropa interior estaba humeda. Ella se estaba poniendo cachonda. Le levantó la falda y le quitó el tanga, metiendoselo en la boca. Le dijo que como se le ocurriera soltarlo le dejaba todo el fin de semana con el collar en el seis. Ella asintió, medio aterrada medio cachonda. Le odiaba. Le odiaba con toda su alma. Y aún así le deseaba. Quería sentirle dentro. Pero no lo diría. Su orgullo se lo impedía. No se doblegaría. Metió sus dedos en su coño y empezó a masajearlo. Poco a poco aumento el ritmo hasta que ella no pudo soportarlo más. Y ahí paro. Se detuvo en seco. El rostro de Débora era un poema. Necesitaba correrse. Lo necesitaba. Llevó sus manos a su coño pero el las atrapo y las sujetó.  Luchó, pateó, pero no pudo hacer nada. Entonces se le quedó mirando con los ojos de pena más tristes que había visto Tomás en su vida.

 

-¿Pasa algo?- La perversa sonrisa de él acompañó las palabras mientras le quitaba la prenda de la boca.

 

-P… por favor…-

 

-¿Si?-

 

-Por favor. Dejame correrme.-

 

-Por favor. Dejeme correrme…-

 

- Por favor. Dejeme correrme, Señor.-

 

-Buena chica.- Y sin decir más le ensarto la polla directamente en el coño y comenzó a bombear.

 

Dos segundos duro ella. Un orgasmo le cortó el aire de la garganta. Era lo mejor que había sentido en toda su vida. El no paró ni un segundo. La siguió follando sin cesar un segundo. Ella gritaba, disfrutaba y gemía como una puta. El aprovecho para seguir mordiendo sus pechos. Era glorioso. Aquella puta era toda de él, para usarla como quisiera. Siguió follando y follando hasta que no pudo y decargo en dentro. Débora llegó a otro orgasmo radical cuando sintió como la llenaba. Placer, placer carnal absoluto. Le sacó la polla y le roció un poco más. Ella apenas podía respirar. Estaba extasiada, aturdida, en un trance de lujuria. Tomás cogió el móvil y sacó unas fotos. Era una visión hermosa. Su cara estaba jadeando con los ojos cerrados. Su pechos al aire con marcas de mordeduras. Del coño le salía un pequeño reguero de semen y en el vientre había algo de corrida. Giró su cabeza y al revisar el despacho una idea se le pasó por la cabeza. Se acercó a ella y le dio un bofetón que la despertó de su trance. Al volver en sí, se dio cuenta de lo que había hecho. Unas lágrimas corrieron por su rostro. Estaba cansada y aturdida. No podía pelear contra él. Pero no estaba rota. No lo estaba. Se negaba a estarlo. Una mirada de odio cruzó su cara, solo para recivir otro bofetón. Tomás le agarró del pelo y la arrastró hasta la silla del despacho. El se sentó y abrió las piernas.

 

-De rodillas, zorra.- Débora se dejó  caer de rodillas entre sus piernas con resignación. Sabía que era lo que venía y no se veía capaz de - Ahora límpiame la polla mientras te explico que vamos a hacer.- Una ligera duda le surgió en su mente, pero al recibir otro bofetón se lanzó con desesperación a su polla. La lamio y chupo lo mejor que pudo sin dejar de mirar a Tomás. Tenía un olor muy fuerte a sudor y el sabor era muy amargo, pero por alguna razón que ella no entendía no le desagradaba.- Vas a mirar a la cámara y vas a responder a todas mis preguntas.- le señalaba el móvil y pausaba en cada palabra como si ella fuera tonta.- No te sacaras la polla de la boca si no es para contestar. Si no respondes como yo quiero volvemos a empezar ¿Entendido?- Débora dejó la polla y le pregunto que hacia si se corría antes. Segundos después deseó no haberlo hecho. Un bofetón que casi le saca un diente le cruzó  la cara.- No preguntes mierdas. Tu boca solo esta para darme placer. Ahora mira la camara.-

 

Débora miro al objetivo mientras seguía mamando. Tomás le ordeno que pusiera las manos tras la espalda y comenzó.

 

-¿Cual es tu nombre?- Debora se quedó dudando un segundo. Cuándo vió el control en la mano de muchacho se apresuró a contestar.

 

-Débora Szuta.- Sin darse cuenta había puesto una voz sexy, lo que hizo sonreír a Tomás.

 

-¿Qué estás haciendo?-

 

-Mamando una polla.-

 

-¿Y por qué?-

 

-P...porque me gusta hacerlo.-

 

-Pero antes me has llamado basura.-

 

-S...sí.-

 

- Y se la estas mamando a una basura.-

 

-Sí. -

 

-Si, ¿qué?-

 

-Si, se la estoy mamando a una basura.-

 

-Entonces eres peor que la basura.-

 

-Si, soy peor que la basura.-

 

-Buena chica.- Le dió unas palmadas en la mejilla mientras se guardaba el móvil. Ella estaba completamente decepcionada consigo misma. Ahora ya estaba completamente pillada por él. No tenía escapatoria. Unos segundos después su polla palpito y empezó a correrse en su boca y su cara. Ella tragó instintivamente y limpió los restos de semén con la lengua. Cuando acabó se quedó mirandole. Sus ojos habían perdido su brillo natural que junto al semen de sus mejillas, nariz y labios le daban un aspecto de absoluta derrota. El muchacho se le ocurrió una idea y sacó de nuevo el móvil. Apoyo su polla en la mejilla de ella y le sacó una foto. Una sonrisa sádica se formo en su rostro que aterrorizó a la profesora.

 

Tomás se levantó y agarrando del pelo a Débora la arrastró fuera de la habitación. Era como llevar un saco de patatas. No la trató con cuidado y ella entendía porque ¿Por qué iba a tener cuidado de un pedazo de carne? Eso era para él. No era nada, nadie. Un pañuelo que usar y tirar. Y por desgracia así se sentía ella. Nunca se había sentido tan hundida. Minutos después supo de su destino: la habitación  del bedel. De un tirón la puso de pie.

 

-Quitate la ropa.- Ella obedeció como una autómata.- El collar también.- Ella obedeció, pero tras quitárselo no opuso resistencia. No le quedaba. Después de un empujón la metió dentro del cuarto.- Buenas noches, zorra.- Cerró la puerta y la atranco por fuera. Estaba atrapada en aquella asquerosa habitación. Estaba igual que el otro día. La cama sucia y desecha, cajas de comida en el suelo y botellas vacías, un frigorifico pequeño, un lavabo y un retrete amarillentos y una mesa con los cajones vacios. No había ventanas por las que escapar ni pedir ayuda y nadie la esperaba en casa. Resignada, abrió el frigorífico y vió que estaba lleno de botellas de ron barato. Sacó una y empezó a beberla mientras se acurrucaba en la cama, llorando por los sucesos de aquel día. Su vida no volvería a ser como antes, y no se podía imaginar que le deparaba el futuro.