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Las desventuras de la profesora 4

en No Consentido

Buenos días, tardes, noches. En primer lugar, disculparme. Hace días que no escribo y aunque lo deseaba, por motivos personales me ha sido imposible. Me disculpo porque ustedes no tienen la culpa y la educación es lo primero ante todo. Como siempre, si alguien quiere decir, solicitar, preguntar o corregir, por favor comuniquemelo y yo con la mayor brevedad posible contestare. Aprovecho para también dar los agradecimientos a todos aquellos que me han escrito estos días, en especial a alguien que con sus mensajes e imagenes me han servido de inspiración (lo dejo en anónimo porque no se si quiere una felicitación pública). Solo desear que disfruten del relato tanto como yo lo he hecho escribiéndolo.

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El grito de un hombre despertó a Tomás. Estaba completamente desorientado y confundido ¿No… estaba… muerto?¿Era aquello la muerte? Estaba tumbado, en algo que parecía un sótano. Rápidamente se miró las manos. Estaban ahí, unidas a sus brazos, pero con una cicatriz reciente en las muñecas. Estaban cosidas con varios puntos y apenas podía doblarlas bien, pero las sentía. Una sonrisa de felicidad cruzó su rostro, eufórico por seguir vivo. Luego se fijó que de su brazo salía un tubo unido a dos goteros. Uno tenía sangre y el otro un líquido que no era capaz de adivinar ¿Alguien le había salvado la vida? ¿Cómo? No podía ser su casero y era la única persona que lo visitaba. Un vistazo rápido al sótano le dió toda la información que necesitaba. Había un laboratorio de química clandestino, con varias estanterías repletas de frascos. Un hombre poco más alto que Tomás pero más delgado trabajaba en él, o más bien maldecia en él. Era El Plantas.

El Plantas era lo más parecido a un médico de toda aquella zona. Había sido un estudiante brillantes, la mayor esperanza de Débora, pero pronto descubrió que era más fácil hacer dinero con la droga que con los estudios. Pero el mayor logro de El Plantas era que gracias a un pequeño curso de primeros auxilios y algunos libros de medicina, había conseguido hacerse respetar como curandero, salvando la vida a muchas personas. La gente de la comunidad lo respetaba, a tal punto que era la única persona que podía caminar con seguridad por las calles. Si alguien le hacia algo, el barrio entero se vengaría; pero tampoco se podía sobrepasar.

Con los años no había cambiado nada en apariencia. Llevaba su coleta grasienta que le llegaba hasta media espalda y un intento de bigote compuesto por cuatro pelos. Tenía los ojos saltones, y los dientes como los de una rata. Rata. Si. Puede que esa fuera la mejor palabra para describirlo. Tenía la espalda encorvada y los brazos los tendía a colocar en una posición anti estética, como una rata al ponerse de pie. Incluso sus vestimentas parecían las que se pondría una rata. Iba con una camiseta llena de arañazos y unos slips que mostraban sus flacuchas y peludas piernas. Iba descalzo, pero ni siquiera los cristales del suelo podían hacerle daño. Solía ir demasiado colocado para que el dolor le afectara.

-¿P...Plantas?- Tomás preguntó sin acabar de entenderlo. Siempre le había tratado bien, pero nunca se hubiera esperado que le salvara la vida.

-Tomás. Ya estas despierto.- El hombre le habló sin dejar de mirar lo que estaba haciendo. Tenía un deje en las eses, alargando las más de lo normal.

-¿Q… qué hago en tu sótano?-

-Tenía que ayudar a L y al pasar por tu puerta te oí gritar.- Se dio la vuelta y se acercó con movimientos impredecibles. Ya estaba colocado con algo.- Cuando entré te encontré medio muerto. Te curé, pero necesitas unos días de reposo.-

-Espera… ¿no había una mujer? Y mi móvil ¿dónde está mi móvil?-

-Para, para, para. No había ninguna mujer ¿Fue ella quien te hizo esto?- Un grito de dolor salió de los labios de Tomás cuando le agarró la muñeca.

-Si. Si. Fue ella.- Sus ojos se encendieron. Nunca había estado tan cabreado. Antes solo estaba jugando con ella, divirtiéndose. Pero ahora. Ahora solo quería hacerle sufrir. Sufrir como nunca. Quería hacerle sentir el mismo dolor que él sentía. La quería ver a sus pies, postrada como la vulgar zorra que era.- Tengo que ir tras ella.-

-Ja, pues con esas manos no te moverás de aquí. Además, la cura no es gratis, vas a tener que pagarme.-

-Pero..., esa zorra tiene mi dinero. Si me dejas ir te pagare incluso con intereses.- Tomás le mintió, aunque en el fondo él no sentía eso. En su mente interpretaba que el dinero de Débora era suyo, al igual que ella.

-Definitivamente no. Si sales ahora solo morirás desangrado. Cuando te recuperes ya hablaremos de tus “planes de pago” o como quieras llamarlo- Se dio la vuelta y continuó con su trabajo.

-Oye, Plantas.- Tomás se acordó en el último segundo de algo importante.- Me he acabado toda la insulina. Necesitó más-

-Si, si. Ya tengo preparadas, pero te lo añadiré a la cuenta.-

Tomás cerró los ojos y empezó a preguntarse por qué la zorra había dicho que se había estado divirtiendo con la insulina. Aquellas palabras podían contener más significado del aparente, tal vez algo que pudiera utilizar contra ella, cualquier cosa podría ser. Se dejó abrazar por los brazos de morfeo mientras rememoraba los sucesos de aquel día.

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Debora andaba por la calles lentamente. Estaba cansada, exhausta y con la mente en blanco. Con las prisas se había olvidado de conseguir las llaves del auto y ahora no se atrevía a volver. No solo eso. Se había olvidado de todo: su cartera, sus llaves de casa, su collar de perlas… todo. En un primer momento había intentado subir pero sus pensamientos la habían detenido. Había asesinado a alguien. Había dejado un cadáver en aquel edificio. La ira que en un primer momento se había acumulado en ella ahora se tornaba en miedo. Miedo por un muerto. No era capaz de volver a verlo.

Las calles estaban poco transitadas, pero aún así nadie hubiera reconocido a Debora. Con aquella vestimenta, los rastros de semen que le deslizaban por los muslos y el aspecto en trance le daba el aire de una puta drogada más. Alguien tan bajo que nadie repararía en ella. Y en el fondo se sentía así. Había sido violada y drogada tantas veces que seguro no se podría recuperar. Le entraría el mono y comenzaría a buscar desesperadamente droga para satisfacerse. Al saberse la noticia sería despedida y su marido le pediría el divorcio. Nadie la contrataría en una profesión decente y en el mejor de los casos acabaría de stripper en algun club de carretera, donde sería violada por camioneros gordos y peludos. Su mente comenzó a trabajar y lentamente se comenzó a excitar. Su coño empezó a humedecerse.

No. Mierda. Joder. La droga no había dejado de hacer efecto. Aún se excitaba con facilidad. Necesitaba calmarse. Necesitaba pensar de forma calmada la situación. Estaba en una posición dominante ahora. Todos sus miedos eran suposiciones. No había pruebas contra ella. Ni siquiera podía confirmar que fuera a padecer el mono. Tenía que relajarse. Pero ¿a donde iría ahora? No lo tenía claro. Si aparecía en su casa con ese aspecto llamaría demasiado la atención, y tampoco tenía las llaves por lo que no podría entrar. Tenía el móvil que había robado a Tomás, pero ¿a quien llamaría? No había nadie. Solo le quedaba una opción: volver al instituto.

El camino hasta allí fue relativamente tranquilo salvo por algún encontronazo con algún pandillero solitario. Las fuerzas de Debora estaban muy mermadas, pero todavía podía lidiar con una situación así, aunque le producía mucho desgaste. Cuando llegó la noche ya era profunda. No se podía ver casi nada. Las farolas estaban fundidas o rotas y la única luz provenía de una pequeña hoguera que había en el parking. Debora no necesito ver quienes estaban ahí para saber quienes eran. Los yonkis del parking.

Posiblemente eran la mayor escoria de todo el lugar. En un principio habían sido cuatro pero la droga se llevó a dos de ellos y uno ya ni se podía mover con facilidad. Habían sido estudiantes de ella, pero de eso hacía tiempo. El último había abandonado la institución hacía unos meses, pero eso era tiempo más que de sobra para que la droga le hiciera efecto: el terrorífico krokodil. Era una droga muy barata, posiblemente la más barata, pero también demasiado peligrosa. Su nombre deriva de las malformaciones del cuerpo que se producían cuando alguien la consumía, formandose una piel similar a la de un cocodrilo. Era muy adictiva y sus consumidores morían apenas un par de años después del inicio de su consumo. Era terrible, pero tampoco se hacía nada para solucionarlo, ¿por qué hacerlo? Nadie se preocupaba por los ciudadanos, menos aún por despojos.

Debora avanzó sin miedo hacia la puerta. Sabía que eran dos y que no estaba en su mejor momento, pero los yonkis no podían competir con ella. Ahora estarían colocados y si se atrevían a hacerla algo no necesitaría mucho esfuerzo. Al enfrentar la puerta les vió. Los dos estaban sentados sobre unas cajas de madera en un estado similar al trance. Tenían los ojos cerrados y una cara de satisfacción. Físicamente distaban mucho uno del otro. El más mayor era tan alto como Débora y mucho más ancho. La droga le había consumido ya casi toda la piel, dándole un aspecto monstruoso. El otro en cambio era más pequeño, más incluso que Tomás y mucho más delgado. Tenía todavía pelo y salvo por las marcas que se habían formado en sus brazos, nadie hubiera dicho que era un yonki. Vestían un chándal y zapatillas, casi como si fuera un uniforme.

 

 

 

Al pasar cerca de ellos salieron de su trance. Debora no se dio cuenta, pero sus furtivos ojos se habían posado en ella, deleitándose ante la visión. La confundieron con una prostituta al instante, con una presa fácil. El mayor de ellos se levantó y avanzó lentamente por su espalda sin hacer ruido. En otra situación habría sido un movimiento audaz y tendrían a una puta para violar como quisieran. Pero Débora no era una mujer cualquiera. Ella leyó el movimiento sin necesidad de girarse. Cuando la mano del yonki tocó su hombro solo necesito un segundo para reaccionar.  El hombre salió volando por encima de ella en un movimiento perfecto que ni en una película de artes mariales. Cayó sobre el asfalto y un sonido como un crujido salió de su cuello. Ella sabía que significaba, pero no tenía tiempo para pensar en ello. Encaró al otro hombre, el cual retrocedía descolocado ante lo que había visto. Unos segundos después desapareció en las sombras.

Debora se apresuró y se retiró dentro del edificio. Una vez allí cayo de rodillas y dio gracias a Dios por que no le hubiera enfrentado. Sus últimas energías las había gastado en aquel hombre y si hubiera intentado algo ahora estaría siendo violada. Respiro profundamente y se levantó. Sabía donde debía ir. Era un plan simple. Fue primero al vestuario. Allí tenía una taquilla con ropa limpia. Primero una ducha caliente y relajante que casi le quitó todo el cansancio. Después sacó su traje de su taquilla. Era un conjunto en una bolsa de plástico para no mancharlo: chaqueta y falda de tubo con una blusa y pantymedias con unas bragas y zapatos de tacón. No tenía sostén ni maquillaje, pero no le importaba. No necesitaba sentirse hermosa, le valía con no parecer una puta. Se peino un poco y se hizo un moño lo mejor que pudo. También tenía unas gafas de repuesto. Eran de cuando era joven, por lo que no estaban bien graduadas, pero le valía en caso de necesidad. Tenía un look de bibliotecaria más que de cualquier otra cosa.

Cuando se sintió cómoda se dirigió a su despacho. Allí tenía un segundo juego de llaves, que podría utilizar para entrar en su casa. Con paso decidido avanzó hasta la puerta pero al poner la mano en  el pomo de la puerta se quedo petrificada. Los recuerdos se agolparon en ella, reviviendo cada sensación que sintió ayer en su despacho. Un escalofrío recorrió su cuerpo y las lagrimas comenzaron a brotar por sus ojos. Tenía miedo. Miedo a lo que había vivido. Se sentía traumada, incapaz de deshacerse de algo así. Y era normal. Por muy fuerte que quisiera ser, habían abusado de ella. Se había sentido un objeto, un juguete. En más de una ocasión había aceptado un destino peor incluso que la muerte. Aquella marea la perseguiría por el resto de su vida… pero debía continuar. Eran solo fantasmas, ya no le podían hacer nada. Era libre y no tenía que tener miedo. Su coraje se forjó como una armadura y con valentía entró en su despacho.

Lo primero que sintió Debora fue el golpe del aire cargado. La habitación no se había ventilado y un olor a almizcle inundaba el despacho. Estaba todo desordenado. El sofá estaba completamente manchado de sudor y fluidos. Un charco aún húmedo estaba en el centro de la habitación, emanado feromonas. El escritorio tenía un montón de papeles desordenados, como si alguien hubiera estado buscando algo. Se acercó hasta los cajones muy lentamente y al abrir uno sacó las llaves. Al alzar la mirada vió su silla con un pequeño reguero de fluidos vaginales en el suelo. Como si fuera el detonante de un explosivo todo estalló en su mente: como la había llevado hasta allí, como la hizo correrse en su sillón, lo extrañamente cómoda que estaba al comerle la polla. Los pensamientos la inundaron y su coño comenzó a humedecerse. No. No. No. Tenía que salir de allí antes de que perdiera la cabeza. Salió disparada de la habitación y se apoyó contra la puerta al salir.

Estaba cansada y excitada. Su cuerpo desobedecia totalmente a su cerebro. Incluso su mente la traicionaba. No. No. No. Se negaba a ser derrotada. Era todo culpa de la droga. Si, la droga. Y solo se podía combatir la droga de una manera: con otra droga. Casi corriendo, se dirigió a la habitación del bedel y cogió una botella. De un trago se bebió la mitad de una botella, la cual comenzó a hacer efecto al instante. Durante un instante la inundo la felicidad, hasta que razonó lo que le estaba pasando. Dios, si seguía ahogando sus penas en ron acabaría  volviéndose alcohólica. Miró fijamente la botella mientras su mente divagaba. Entonces comenzó a reírse. Era una risa histérica, casi rozando la locura ¿Alcohólica? ¿Ella? Ja, imposible. Ella era Debora Szuta. Unas gotas de alcohol no la harían caer tan bajo. Dio otro trago a la botella y se tiró en la cama.

Allí también había olor a almizcle, no tan cargado como en su despacho, pero lo suficiente como para hacer volar sobre un campo de perversión a la profesora. Su mente le recordó como el bedel la había violado. Como su cuerpo se retorcía y gemía. Su mano se deslizó debajo de sus bragas. Estaban mojadas como si acabaran de salir de debajo del agua. Sus dedos se movieron agilmente, masajeando sus labios y el clitoris. Cerró los ojos mientras con la otra mano se pellizcaba los pezones. Se mordió el labio inferior y aumento el ritmo. Unos segundos después se estaba corriendo. Sus piernas temblaban irrefrenables mientras un gemido ahogado salía de su garganta. Lentamente comenzó a bajar el ritmo. Sabía lo que había hecho, pero no se sentía enfadada ni avergonzada. Se sentía satisfecha. Si aceptar lo que le había pasado le traía orgasmos como ese que así fuera. Eran solo recuerdos, no le podían dañar.

Se lamio los dedos, saboreando el dulce sabor de sus fluidos, limpiandose como si fuera una gata. Se acomodó la ropa y se levantó, no sin antes acabarse la botella. Cogió otra y salió dispuesta a recorrer el camino a casa. Pero le iba a ser complicado. El alcohol le hacía hacer eses y tenía que apoyarse en la pared. Salió del edificio y camino pegada a la pared lentamente mientras daba algun trago esporadico. “En unos minutos estaría en casa” se repetía con una sonrisa burlona. Pero sin darse cuenta algo tiró de su pie de apoyo y cayó sobre el asfalto. Al tratar de ponerse en pie noto un dolor en su brazo que se encontraba en su espalda.

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Roberto estaba buscando entre la ropa de su hermano para ver que tenía. El muy hijo de puta siempre se quedaba con más dosis para él, y como era más fuerte no se lo podía impedir. Pero ahora era distinto. Gracias a aquella zorra se había librado de su hermano y podía disfrutar de la droga el solo. Es verdad que hubiera deseado violarla, hacía ya tres meses que no había catado a una hembra y aquella mujer era ideal para todas las perversiones que había pensado en esos meses. Pero no hay mal que por bien no venga. Al menos ya se había librado de aquel lastre.

Roberto siguió buscando pero no dio con nada. Seguro que se lo había gastado todo. Joder ¿Y ahora que hacia? No le quedaba dinero y tampoco tenía nada de valor. No tenía el mono, pero era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que si llegaba a esa situación cometería alguna estupidez ¿Que hacer? ¿Qué hacer? Justo en el momento de más desesperación la puerta se abrió detrás de él. Una mujer bien vestida salía del centro. Parecía estar borracha y se movía pesadamente. Roberto no se dio cuenta de que era la misma mujer que había matado a su hermano, cosa que si le hubiera hechado atras si se hubiera percatado. Pero no era el caso. El solo veía a una mujer pudiente que actuaba como una cebra ante un león camuflado, y este león tenía hambre.

Furtivamente, avanzó por detrás de ella con los mismos movimientos que había hecho apenas unos minutos antes su hermano, pero esta vez con mayor éxito. Debora no se había enterado de donde se encontraba, y cuando estuvo a un metro lanzo su ataque. Primero le enganchó del tobillo y la hizo tropezar. En cuanto toco el suelo ya tenía su mano en su muñeca y le colocó el brazo tras la espalda. Sus movimientos habían sido muy torpes, se notaba que era la primera vez que lo hacía, pero lo había conseguido. Ya era suya… o eso pensaba.

Debora tardo un segundo en darse cuenta de la situación. Una ola de ira la inundo ¿Cómo se había dejado atrapar tan fácil? El alcohol y su soberbia natural le ayudaron a envalentonarse, sacando fuerzas de donde no había. Su brazo venció la resistencia de su agresor y en unos segundos ya se había deshecho de él. El hombre, al notar la oposición se percató de que era incapaz de competir con su fuerza y la soltó, alejándose de ella. Mientras planeaba su estrategia, ella de levanto. Lo hizo muy lentamente y de forma que parecía un pato mareado, pero Roberto estaba tan absorto pensando que no se percato hasta que ella estuvo de pie.

Debora se fijó por fin en el. Era el mismo muchacho que la había atacado antes. Tenía los mismos ojos perdidos y aquella dentadura deteriorada con dientes amarillentos. Su brazo izquierdo estaba oculto en su espalda ¿Escondería un arma? ¿Una navaja? Si se hubiera detenido a pensar sabría que si tuviera un arma ya la habría utilizado cuando estaba en el suelo, pero la mente de Debora estaba volando. Roberto por si parte solo esperaba el final. Su brazo tenía el típico tic nervioso que trataba de ocultar detrás de su espalda. Sabía que en cuanto ella se moviera lo atraparía. No podía oponerse a ella. Pero necesitaba dinero. Lo necesitaba más incluso que su propia vida. Ambos querían huir. Ambos sabían que si se peleaban saldrían mal parados. Ella era más fuerte que él pero estaba exhausta por aquellos días, cosa que Roberto desconocía. Pero ninguno podía huir. Esta era su única oportunidad de Roberto para obtener algo que intercambiar por droga y ella estaba demasiado cansada para poder correr. Los segundos comenzaron a detenerse. El primero que se moviera podía salir con la victoria como perder estrepitosamente. El miedo comenzó a invadirles ¿Que hacer?

Debora rompió el momento. En un acto de valor se lanzó contra él, pero si hubiera prestado atención a su entorno todo habría salido perfecto. Ella piso justo en el borde de la acera, que junto al efecto del alcohol le hizo resbalar y caer lateralmente. Se golpeo con la sien en el borde, de forma brusca, haciendo que ella perdiera en parte el conocimiento. El golpe fue tan violento que incluso Roberto se acercó a ella preocupado. Durante unos instantes la examinó. Su cara parecía ida pero parecía responder a los movimientos. El yonki sonrió al ver que no había sido algo grave, pero su sonrisa de alegría se convirtió en otra mucho más oscura y perversa al darse cuenta del cambio de situación. Se quito la parte de arriba del chándal ató con fuerza las manos de Debora a la espalda. Cuando estuvo seguro de que no se podía zafar la puso de rodillas y le dio dos bofetadas para espabilarla. Debora despertó algo, no lo suficiente como para ser ella misma, pero si para darse cuenta de lo acorralada que se encontraba. Trato de huir, pero Roberto la agarró del cuello y la empotró contra la pared. Ella se dio cuenta de que no podía hacer nada, quedándose mirando a su captor con una expresión estoica y sería, tratando en vano que las lágrimas no le cayeran por sus mejillas. Ella sabía lo que iba a suceder.

Roberto empezó a manosear su cuerpo, acto que Debora interpreto como un mal intento de meterle mano, pero no era así. El lo que buscaba era una cartera, un reloj, algo. Lo que fuera que pudiera vender. Pero no tenía nada. Ella ya había sido desvalijada, y no poseía nada valioso para su agresor. Con frustración, maldijo mientras apretaba aún  más el cuello de la mujer. Su respiración se corto, haciendo que instintivamente forcejeaba buscando aire. El no paro de apretar hasta que la cara de la mujer estuvo completamente roja. En ese instante soltó, permitiendola dar una bocanada de aire. Acercó su rostro hasta estar a unos pocos centímetros:

-¿Donde tienes tu cartera?- su voz sonaba como la sonrisa de una hiena y el putrefacto aliento provocó nauseas en Debora.

Ella le sostuvo la mirada, hasta que miró hacía abajo y murmuró algo. Roberto acercó más su rostro y le ordenó que repitiera lo que había dicho. En ese instante, ella se abalanzó sobre él, abriendo sus fauces y cerrando con fuerza. Si hubiera atrapado con su boca algo lo habría desgarrado, pero la fortuna sonrió al yonki, perdiendo el equilibrio y cayendo hacia atrás justo antes del ataque. Sus ojos se abrieron de par en par al ver a aquella mujer. Era como un animal salvaje. No iba a dejarse atrapar. No sin antes domarla.

Roberto retrocedió y se puso de pie. Con paso decidido avanzó hacia ella y le dio una patada en la cara. Ella noto como el dolor dormía su mandíbula, dejandola sin su mejor arma contra él. Trato de levantarse, pero en vano, ya que la agarro del pelo y le apretó la cabeza contra el suelo. Su pie pisaba su mejilla y con las manos forzaba la cadera de Debora para que su culo se alzara. Le levantó la falda y al pasar su mano por las bragas noto la humedad de estas.

-¿Te estas poniendo cachonda? ¿Enserio?- su boca marcaba una sonrisa que le cubría de oreja a oreja. -¿Es que eras una de esas zorras que le gustan el sexo duro? ¿O una pervertida que quiere que la violen?- mientras lo decía le rompió las bragas y las medias, exponiendo su coño al frío aire de la noche. al notarlo un escalofrío recorrió el cuerpo de Débora, pero lejos de enfriarla la estimuló más. Su cuerpo estaba disfrutando del trato. Roberto se bajó el pantalón.- Bueno, que clase hombre sería si no cumplo los deseos de una dama.- Y sin más penetró en su vagina. La humedad permitió a su polla deslizarse sin dificultad, como el aceite de una bomba de agua. Y eso es lo que comenzó a hacer: bombear. Sus movimientos eran frenéticos. Eran enérgicos y fuertes, más fuertes que los que había notado ella nunca. Lo que ella no sabía es que la droga que Roberto se había metido le permitía estar en ese estado de extasis durante tiempo indefinido. La velocidad no aminoro, y el placer comenzó a inundar a la profesora. Comenzó a gemir, primero de forma suave, pero en poco tiempo comenzó a gritar como una puta. La lujuria se apoderó de ella y trato en vano de moverse al mismo ritmo que él, pero no podía. No podía ni siquiera rivalizar en velocidad con él. Era demasiado superior. Superior. Si. Esa era la palabra. Aquel yonki era superior a ella. Ella no era nada, solo una puta que disfrutaba de ser violada. Un orgasmo le inundo haciéndola gritar con fuerza. Prácticamente todo el vecindario se enteró de sus gritos, pero nadie reparó en ello. Era sólo otra puta que follaba en la calle. Nada fuera de lo común. Por la euforia del momento, Roberto le azotó con fuerza mientras repetía las mismas frases: “¿Estas disfrutando, puta? ¿Te gusta ser violada como una puta? Dime que te gusta, perra”. Ella le hubiera contestado a todas sus preguntas, pero su mente hacía tiempo que había volado. No era capaz de razonar ni siquiera la situación en la que se encontraba.

Roberto se aburrió de la posición. Sin dejar de empalarla, la levanto y la hizo apoyarse contra el muro. Una mano comenzó a masajear su clítoris mientras con la otra le agarraba de los brazos y tiraba hacia arriba. El dolor que notaba en los hombros se junto con el placer, dándole una nueva experiencia. Estaba disfrutando. Disfrutaba de cada roce, de cada movimiento. Disfrutaba de los golpes que recibía sus nalgas de la pelvis del yonki, de la estimulación de su coño, de la penetración en sí. Sus ojos estaban en blanco, con la boca abierta y la lengua fuera. Su expresión,una expresión de trance, era la definición perfecta de ruptura. Su mente se estaba resquebrajando, poco a poco con cada golpe, provocando heridas irreparables en su personalidad. A este paso, se convertiría en una adicta. Una puta que suplicaría por una polla. Y no podía evitarlo. Solo la parte más profunda de su subconsciente luchaba por evitar esto, y lentamente cedía terreno.

Roberto siguió hasta que se percató de cómo se encontraba. Ya la tenía domada. Dejó de penetrarla y ella cayó sobre sus rodillas. Sus piernas no eran capaces de soportar su peso. La arrastró hasta las cajas de madera y se sentó en ellas. La colocó entre sus piernas y le sujeto cara para que sus ojos conectaran con los suyos.

-Bien, puta ¿Donde tienes tu cartera?-

-Y… yo… no tengo.- Su voz era entrecortada, no por temor, su cabeza no era capaz de tener sentimientos. Estaba exhausta, al borde del desmayo.

Al oir la noticia Roberto supo que decía la verdad. Sus ojos mostraban una falta de brillo, de vida, por lo que no podía ocultarle nada. La ira atravesó su mente, a punto casi de dominarlo, pero consiguió controlarse antes de cometer alguna estupidez. El esfuerzo por dominar a aquella mujer había sido demasiado para dejarse llevar ahora y echarlo todo a perder. Lentamente razonó las siguientes preguntas, haciéndolas de forma lenta y pausada, asegurándose de que aquella zorra le entendiera.

-¿Como te llamas, perra?-

-D...Debora.-

-¡Debora!... no. Ese es un nombre de persona. Devora-pollas te pega más ¿Te gusta el nombre?-

Devora sonrió ante aquella degradación. Devora-pollas, jejeje. Que nombre tan original pensó. Sus ojos mostraban una clara ausencia de inteligencia. Su cerebro había colapsado.

-S… si. Me gusta el nombre.-

-Bien, pues yo te bautizo con el nombre de Devora-pollas.- escupió en su frente he hizo una cruz sobre la saliva. - Ahora dime Devora-pollas ¿Por qué no tienes cartera?-

-M… me la… quitaron.-

-¿Te la quitaron? ¿Quien te la quitó?-

-El muchacho que me violo.-

-Así que te han violado ya, ¿eh, zorra? Y seguro que te gusto, ¿no es así?-

-S… si. M… me gusto que me violaran.-

-¿Sabes por qué?-

-N… no.-

-¿Quieres saberlo?-

-S… si, por favor. Dime por qué me gusta que me violen.-

Roberto le puso la cabeza de su polla en la barbilla y Debora instintivamente saco la lengua y comenzó a lamerla. No movía la cabeza, ni los ojos, solo su lengua. Como si su cuerpo actuara de forma autónoma.

-Porque eres una puta. Esa es tu misión en la vida. Hay gente que solo ha nacido para servir sexualmente a los hombres y ese es tu caso.- cuando termino de hablar la empujo hacia atrás, cayendo de espaldas contra el suelo. Se tiró encima y rompió su ropa, buscando aquellas tetas con aquella forma perfecta.

Al tenerlas en la mano las comenzó a morder, chupar, besar. Eran perfectas. Firmes pero no duras, un poco grandes para que cupieran en sus manos,  pero aquello era mejor. Estaba en extasis. Cuando no pudo soportarlo más se sentó sobre su vientre y colocó su polla entre sus pechos. Cogió una botella que Débora reconoció al instante. Era la botella de ron que había estado bebiendo antes. Durante el ataque se le había caído y ahora solo quedaba un poco de ron dentro. Roberto vertió un poco del líquido en el canalillo y apretó con fuerza las dos tetas. Comenzó a bombear con fuerza mientras lentamente subía su rostro, invadido por el placer. Debora por su parte notaba como la cabeza le rozaba la barbilla y luchaba por poder lamer la punta. Sus manos forzaron hasta que rompieron el amarre. Sus manos estaban libres y durante unos instantes Roberto se asustó, deteniendo el acto. Pero su preocupación duro poco. En cuanto Debora apretó sus propios pechos sobre su polla y comenzó a masajearla, comprendió que su mente estaba completamente rota. Mientras volvía a moverse sus manos comenzaron a jugar con ella. Una fue directa a su coño y comenzó a masajearlo con fuerza y violencia. La otra le agarró del cuello, no muy fuerte, pero haciéndola respirar con dificultad. Debora mientras tanto repetía las mismas frases una y otra vez, suplicante por el semen de aquel yonki. El hombre no pudo más ante tal espectaculo de lujuria y explotó, corriendose sobre el rostro de Debora. Ella trato de cazar al vuelo algo de semen, pero la mayoría cayó sobre sus mejillas, nariz, barbilla y frente. Roberto sonrió al ver a aquella puta con su mucosidad amarillenta sobre su rostro. Estaba hermosa. Le quedaba natural.

Su polla había descargado, pero estaba lejos de haber terminado. En ningún momento dejó de estar erecta y ahora le tocaba volver al trabajo. Descendio hasta colocarse entre sus piernas y se metió de golpe. Debora comenzó a gemir al instante. Sus manos comenzaron a pellizcar sus pezones. Sus piernas envolvieron su cintura y apretaron con fuerza. Poco a poco, la mente de Roberto se perdió junto a la de ella, dejándose llevar por la excitación. Su polla comenzó a palpitar y tras un último empujón libero una segunda carga. El vientre de Débora se hincho ligeramente ante la corrida que inundo su útero. Roberto se dejó caer y fusiono sus labios con los de ella. Al separarse, ella le soltó de su amarre, quedando despatarrada sobre la calle. El líquido discurría por su vagina, formando un pequeño reguero de semen. Roberto sonrió. Deseaba seguir follandola, pero el efecto de la droga estaba desapareciendo y el cansancio le invadió. Pero no iba a dejarla escapar. La agarro por una pierna y la arrastró hasta un colchón viejo con cartones. Allí la tiró, acostándose a su lado. Con una mano la agarró por la cintura y con la otra uno de sus senos. En poco tiempo empezó a roncar, soñando con las perversiones que haría con ella.

Debora estaba exhausta, cansada por aquellos días. Hace unos días estaba en una posición social alta, rica y respetada. Ahora, solo era una puta barata que suplicaba por ser violada. Su mente se inundó de imágenes de ella trabajando en la calle, dejandose follar por unas miseras monedas. Ella las interpretó como una predicción de su futuro sellado. Cerró los ojos y dejó que el sueño la cubriera con una sonrisa en su boca, esperando con ansias que le deparaba el mañana.