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El primer grupal que me regaló mi marido

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El primer grupal que me regaló mi marido

Un día, durante la cena, mi marido me comenta si me gustaría que experimentáramos con un grupal. Al comienzo la idea me pareció una exageración, sobre todo, por lo que representaba arriesgarnos a tener que ver con gente que por ahí no nos gustase o tuviera gustos muy distintos a los nuestros. Pero, cuando me contó que había estado charlando, personalmente, con la pareja que lo organizaba y que, le habían explicado que los que participarían eran tres matrimonios, además de ellos y nosotros, más un solo y una sola, todos conocidos de ellos, la idea no me pareció tan tremenda, teniendo en cuenta que yo era una novata en estas cuestiones. Inclusive me aportó más tranquilidad que existía una regla de participación. Todo lo que allí ocurra debía ser acordado entre los participantes y, los que no se sintieran cómodos o decididos a hacerlo, podían ser simples testigos de cada acción. Teniendo todo esto más claro, le dije: Probemos. La cita era para el sábado a la noche, a partir de las 10 de la noche en la casa de los organizadores, en el barrio de Villa Urquiza. Llegado el día, hasta allí fuimos.

Al arribar al lugar, los dueños de casa nos recibieron con gran alegría y nos fueron presentando al resto de los participantes, que habían sido más ansiosos en su asistencia que nosotros. Todos alrededor de una mesa grande, en la sala principal, a la vez que disfrutábamos de diferentes bebidas a disposición y algunos bocaditos de recepción, fuimos conociéndonos un poco más, lo que nos ayudó a distendernos e ir dejando de lado el lógico nerviosismo de lo desconocido. La mayoría de ellos, ya habían compartido otras reuniones, salvo Graciela, una amorosa y simpática muchacha de bellos ojos verdes y nutridas carnes, amiga de una de las parejas, lo que nos hacía tener que tomar conocimiento in-situs de las diferentes particularidades de cada una de ellas. Así nos mantuvimos más de una hora, entre comentarios de experiencias vividas y anécdotas, entre calientes y jocosas, que fueron amenizando y creando el ambiente de la noche por vivir.

Poco a poco, a ojos vistos, se fueron perfilando las simpatías, afinidades y gustos en común. El clima de complicidad y el sobrevuelo de las fantasías y deseos, sutilmente expresados, hacían que la noche fuera tomando temperatura y derribando posibles barreras, en este caso, las nuestras. Graciela, por ejemplo, que desde un primer momento se mostró por lo demás expresiva y demostrativa para conmigo, se posicionó a mi lado con una determinación por demás evidente: No dejaba de estar presta a facilitarme lo que se me ocurriera de la poblada mesa de consumos, a la vez que regalaba me alguna caricia o recorriera con la palma de su mano el largo de mi muslo derecho. Todo un preaviso a lo que, aparentemente, pretendía de mí, lo que me hacía sentir más cómoda y predispuesta para el momento del inicio concreto de las actividades. Claudio, en tanto, había empatizado en plenitud con Lily, la dueña de casa, y Susana, una por demás interesante hembra de unos labios mortales de preciosos, abundante cabellera rubia, medianos pechos carnosos que habitaban sin corpiño bajo su blusa beige y, un par de piernas macizas y bien torneadas, que anticipaban a simple vista lo que debían ser sus caderas sostenidas por su pollera negra de cuero. Estaba claro que me perturbaba sin remedio y que ya estaba apuntada como uno de mis objetivos de la noche. Junto a ellas, mi marido desplegaba su relajado perfil de seductor. Tal es así que, en más de una oportunidad, su boca se había deleitado del sabor de los labios de ambas mujeres, lo que me indicaba que estaba a gusto y el anuncio de vía libre para mis movimientos. Si bien Susana, me había hecho “click” desde que la vi, Graciela no cejaba de hacer mérito y despertar mi curiosidad minuto a minuto. En un momento determinado, me dice: “Que ganas de besarte que tengo”. No bien terminó de expresar su deseo, entrelacé mi mano en la suya que reposaba sobre el muslo de mi pierna y con la izquierda le tomé su mejilla derecha y le comí la boca de una. Fue muy rico, lo sentí muy tierno. Su boca se abrió toda húmeda y se filtró entre la mía, a la vez que su lengua toda temblorosa se desplegó saludándose con la mía, y nuestros alientos fueron inevitablemente cómplices. Me encantó tanto que, cerré los ojos. En ese instante o eternidad, no sé por qué, pensé en María José, mi hija. Su forma de besar tenía mucho de parecido al de ella, como así también su entrega tierna y jugosa. Al separarnos, un nutrido y ruidoso aplauso, de todos, dio cuenta de nuestro protagonismo. Eso hizo que mis mejillas sintieran inevitablemente el calor del rubor y que, Graciela, se apoyara sobre mi pecho derecho y se abrazara a mi cintura. Creo que ese momento, fue la señal impensada para que la reunión abriera de par en par sus puertas al deseo. Dos de las parejas se levantaron rumbo a los amplios y mullidos sillones, ubicados en los sectores de las esquinas de la sala, en compañía de Rubén, dueño de casa y su amigo solo, Patricio. Mi marido, la dueña de casa y Susana partieron rumbo al dormitorio de los anfitriones; Graciela, sin pérdida de tiempo, me tomó de la mano y también me arrastró a que siguiéramos a mi marido con las mujeres, a lo que la pareja restante dialogaba, como resolviendo que hacer o no hacer.

Al ingresar al amplio y bien dispuesto cuarto matrimonial, Lily ya estaba extendida, perpendicularmente sobre la cabecera del espectacular King Size, despojada de su vestido y trusa, con las piernas abiertas y apoyadas, mientras Susana, en cuclillas, le recorría su vagina de labios abiertos y brillosos por los jugos espontáneos, decoradas de abundantes pelos castaños púbico que alcanzaban a rodearla, haciéndola muy particular para estos tiempos. En tanto Claudio daba cuenta de la entrepierna de Susana que, con su cadera al descubierto, con la pollera arrollada en su cintura, mostraba a pleno sus bellísimas piernas, su culo perfecto y abundante y una concha de maravilla que se habría cada vez más, producto de los lengüetazos y dedos traviesos de mi marido. Graciela, dispuesta desde el primer momento, se sacó su vestido por su cabeza y desplomó su cuerpo sobre la cama, con tan solo su tanga blanca de encaje, que no tardé en despojar. Ahí comprendí el porque me hacía recordar a mi hija. Su cuerpo se le parecía mucho, aunque era mucho más baja que mi María José. Mecánicamente me despojé de mi vestido negro y de mi negra tanga, dejándome sólo mis medias, también negras, como accesorio de toque. Me eché sobre la humanidad de la niña hambrienta y comencé a besarla con toda mi pasión a cuestas, a la vez que mis manos se deslizaban por sus pechos, su cara, su cuello y, alternadamente, hurgaba su vagina latiendo de la calentura obvia del momento. Luego de un rato de jugueteo, bajé lentamente hacia su bajo vientre y me ocupé enteramente de su concha implorante de atención, que se abría complaciente para mis besos y caricias, con un montículo de bellos bien negros que eran toda una tentación de suplicio para mi boca desenfrenada. De pronto, un quejido profundo surgió a mi lado, era Susana que había recibido, en su concha enrojecida, la pija endurecida de Claudio, hundiéndose hasta que las bolas chocaban sin remedio con los laterales superiores de las piernas abiertas de ella. El bombeo de mi marido iba, segundo a segundo, en un aumento progresivo, producto de la calentura que le provocaba tener clavada a semejante hembra, más el inconfundible sonido del miembro transitando la cavidad inundada de tanto placer y los gemidos de Lily que no se privaba de expresar el goce que tenía con la chupada de concha de Susana. Estoy seguro que los orgasmos que tuvo la dueña de casa, fueron unos cuantos. Mientras mi pequeña Graciela no cesaba de hablarme con una ternura mezclada de arrechera contenida: “Así, así, sí, sí, sí, así, chúpame toda mi vida. No sabes cómo te siento. Cojeme, cojeme así tesoro. Que boca preciosa tenés. Me estás haciendo gozar como jamás. Quiero ser tu nena. Cojeme, mordeme el clítoris, meteme los dedos, todos, todos. Quiero sentir tu lengua en mis ovarios. Haceme tu puta, cariño. No sabes lo que me calentás. Si querés, podes meterme toda tu mano tambié. Haceme lo que quieras Gloria. Quiero ser tuya, sentirme tuya. Cojeme como quieras, mordeme toda. Quiero darte toda mi leche. Quiero que tengas mi leche en tu boca, mamita. Quiero que me hagas más puta que nunca.” Cuando pronunció eso, el recuerdo de mi hija se avivó más que nunca y mi calentura se hizo incontrolable. Tal es así que, me convertí en una callejera sin límites: “Siiii mi yegua hermosa, voy a hacerte acabar como nunca te hicieron. Me encanta tu concha, es muy rica, mi amor. Quiero cojerte toda la noche. Te prometo que vas a ser mi puta preferida. Quiero tener tu leche en mi boca y saborearla despacito mi vida. Así, así, movete toda. No dejes de grtiar guacha hermosa. Que rica puta sos, por Dios. Que placer es tenerte toda para mí. Así, así mi amor. Así te estoy cojiendo”. El cuerpo de Graciela se movía de tal forma que, parecía que tenía una convulsión sin solución de continuidad. Mis manos la sostenían de la cintura para que su concha no dejara de estar al alcance de mi boca que se hundía y disfrutaba de ella con gran devoción. En un momento determinado, al alzar mi cabeza, veo que Lily y Graciela tenían sus bocas pegadas, repartiéndose el placer que estaban recibiendo de ambas cojidas. A su vez, Susana, que seguía ensartada por mi marido y moviendo sus caderas al ritmo de la cojida recibida, le dice: “Corazón, por favor, mojame el culo con el jugo de mi concha. Meteme los dedos bien adentro, preparalo todo. Quiero que me la claves en el orto. Por favor, papi, quiero tu pija dentro de mi culo. Quiero que me culies bien. Quiero ser tu perra. Quiero toda esa pija que me apasiona dentro de mi culo. No me hagas esperar más. Haceme tener los orgasmos más chanchos de mi vida. Esperé esa pija por mucho tiempo. Culiame mi amor, culiame toda”. Mientras mi cabeza procesaba la calentura de Susana con mi marido y me ponía más puta, de pronto mi concha se estremeció ante los mimos inconfudibles de una boca que se había apoderado de ella. Primero suspiré hondo de placer y, luego, giré mi cabeza para descubrir al benefactor. Era el marido de Susana que, todo desnudo, estaba arrodillado haciendo un fenomenal oral a mi concha abandonada, pero más caliente que todo el sexo del cuarto. Sus labios tomaban los labios de mi vagina con una sensibilidad y maestría que me hicieron estremecer inmediatamente. Sus manos se ocupaban de mis muslos superiores y mis nalgas, a la vez que en el transitar, sus dedos comenzaban a separarlas para incursionar en el hoyo de mi culo que, también palpitaba al ritmo de mi ya florecida concha. Sin que tuviera que hacerle algún pedido determinado, él, cuando ya vio que estaba totalmente abierta y a disposición, apoyó la cabeza de su pija, la recorrió varias veces para embadurnarla con el líquido que vertía sin parar el pozo de mi enfiestada vagina y me penetró con una justeza y precisión incomparable. Un quejido de alivio se despegó de mi boca y sentí esa satisfacción tan especial que solemos  tener las mujeres cuando una pija se introduce en nuestras entrañas. En la mitad de su ingreso, me dí cuenta que el grosor de esa poronga no era algo normal, ello me obligó a sobreponerme rápidamente de la sorpresa, acomodar mis caderas y prepararme a recibirla plenamente. Que la tuviera tan gruesa, no me molestó en absoluto, muy por el contrarrio, me hizo más feliz por saber que iba a gozar a más no poder, cómo me gusta ser cojida, con una buena pija, bien rellenada y un goce sin nada pendiente. Bien la tuve toda adentro, ya que sus bolas golpetearon en el hueco de mis piernas, un suspiro, acompañado de un exclamación de recibimiento, explotaron de mi boca: “¡Aaaahhhh, Uuuuhhh, Siiiiiiii. Uuuuy que lindo, cómo me la enterraste mi amooorrr. Siiii, la siento tooodaaa. Así, así. Eso, eso. Así, tesoro, así, enterrámela bien, serruchame toda, por favor. No pares, abrime toda, toda. Cojeme, cojeme, cojeme, así, así, así. Agarrame bien de las caderas y empujala toda, mirá como estoy de mojada para vos. Cojeme, cojeme papi, no pares”. Mientras el marido de Susana me cojía a gusto y paladar y yo, estaba en las nubes de Eros, Graciela no dejaba de tener orgasmos con mi mano introducida, casi en totalidad en su concha, a la vez que su mano derecha se aferraba al brazo izquierdo de Lily, a quien le ocurría exactamente lo mismo por la boca de Susana que no dejaba de atenderla a pesar de que Claudio ya la había ensartado en el culo. El placer de esa mujer era algo fuera de lo común. El placer que sentía por el hecho de tener la pija de mi marido, enterrada totalmente en su culo, hacían el verdadero espectáculo de ese dormitorio: “Ayyyy mi amor, que rico me estás culiando. Sos único. Tengo toda esa pija como garrote abriéndome el culo a más no poder. Que rico, que rico. Cómo me estás haciendo gozar mi macho. ¡Aaah, aah, aaah, siiii, mi culo quiere esa pija a morir. Así, así mi vida, no pares, no pares. Culiame toda, mi culo es tuyo. Quiero ser tu puta, tu perra, tu hembra más caliente. Quiero acabar hasta quedarme sin aliento. Partime el culo a pijazos amor. Dale, dale, no pares, enterrámela toda, toda. Así, así, así, aaaah, uuuh, siiií. Estoy empezando a acabar, te voy a empapar todo, no te asustes mi amor, es la leche que me vas a sacar. Dale, dale, culiame, culiame toda papitooooo. ¡Aaaaah, siiiiiiiiiiiiii, ahhhhhh, guacho me estás haciendo feliz. ¡Uuuuuuh, aaaaah, ayyyyy”. Sus chillidos y gemidos eran terribles, incomparables. Creo que se deben haber escuchado en toda la cuadra. Y era verdad, sus orgasmos comenzaron a ser imparables y no dejaban de producirse. Si en algo se parecía a mí, era que teníamos la misma debilidad para con la pija dentro del culo y nuestras acabadas parecían calcadas, el torrente que brotaban de su concha mojaban todo lo que encontraban a su paso, como si se abriera una canilla. Tal cual acaba yo por el culo. El cuadro duró unos minutos, lo que tardó mi marido en deslecharse dentro del culo precioso de Susana. El goce de él tiene que habrá sido tal que, en el momento de su explisión su alarido inundó todo el cuarto. Tal fue mi curiosidad que, a pesar de tener la pija del marido de Susana serruchándome vivamente el interior de mi concha, no pude abstraerme de mirar el momento cumbre. Susana, al recibir el chorro de leche de Claudio, dio un grito de placer, propio de las hembras bien cogidas y, luego de un rato de sellar la obra, su pija fue saliendo de ese culo que me encantaba y abierto de par en par, a la vez que el resto de la leche derramada, comenzaba a asomarse por la entrada de la cueva sagrada y correrse por la huella sublime de su raja. Lo que me puso más puta y hambrienta: “Amor, sacámela de la conchita, no quiero que acabes ahí, por favor, la quiero en el culo. Sí, sí, dale, la quiero toda en mi culo, por favor. Quiero que me culies bien culiada, como la culiaron a tu mujer. Dale mi vida”. Mientras seguía enterrándomela en mi concha totalmente entregada, sus dedos iniciaron su preparativo con mi orto. Entraron una y otra vez. Me anticipaban todo lo que se venía y, una vez que ya estuvo todo listo, me la sacó toda empapada de mi complacida concha, apoyó su cabeza en la entrada de mi orto y empujó con gran decisión para penetrar la totalidad de su cabeza en mi ansioso culo. Ese momento fue el más difícil, a pesar de que estaba acostumbrada a ser culiada y era lo que más placer me producía. “Aaaaaahh, uuuuuffff, hijo de puta, que gruesa que la tienes. Esperá, esperá un momentito, dejá que se acostumbre…¡Uuuuuhhh, aaaah. Ahora sí, dale, enterrala despacito, metémela toda. Dale mi amor. Así, asíiiiiiiiii. Aaaaahh, guacho, que pijón grueso tenés. Así, ahora sí, eso, empujala toda, así, así. Aaaah, ya está toda adentro. ¡Uuaaau, que pedazo me metiste. Ahora culiame, dale, haceme gritar como una puta. Quiero ser tu puta, papi. Dale, dale, culiame. Mi culo quiere tu pija. Quiero que vea mi marido cómo un buen pedazo de pija me hace delirar como la más grande de las putonas. Quiero ser tu puta delante de mi marido. Mirá mi amor como me culian. Mirá papi como soy la puta de otro. ¿Te gusta…te calienta cómo la están cogiendo a tu mujercita. Te gusta que sea la puta de otro y me reviente el culo?. Aaay papi, no sabés como estoy gozando esta poronga. Es maravilloso cómo la siento. Mirá mi amor cómo me está culiando. Quiero que veas cómo me entierra toda la pija y me pone toda lo puta que soy. ¿Te gusta mi amor? Mirá bien, mirá cómo me voy a deslechar para él”. Y luego de un buen rato de entrar y salir ese tronco precioso del interior de mi culo mi anunciada deslechada fue imparable. Mi concha comenzó a expulsar toda la leche acumulada y mis convulsiones características se encadenaron a más no poder. A medida que los chorros escapaban cómo si fueran un surgente, Susana, que había sido complacida en toda su expresión, no pudo resistirse a su idéntico espectáculo y, sin dudar un instante, arremetió con su cabeza debajo de las bolas endurecidas de su marido y su boca se ocupó de beber, lo que podía, del río de mi leche desbocada. Fue tan maravilloso el roce de su boca en mi concha agradecida que, mi espíritu se limpió a pleno: “Aaaah, mi chiquitaaa, siiiiiiii, tomá toda mi leche, guacha. Disfrutame toda, soy la puta de tu marido. Así, así mi amor, tomá mi leche rica, es toda para vos. Así, así mi vida, comeme tooodaaaaa. ¡Aaaahhh, siiiiiiiiiiiii!”. En el medio de mis orgasmos, el señor descargó sus litros de leche, casi hirviendo, en el interior de mi culo, más puto que nunca. El hoyo de mi culo, ya no tenía medida. Su pija iba y venía como si corriera libremente por un amplio pasillo. Su leche entraban en mis intestinos cómo la savia más preciada, hasta que comenzó a distenderse, producto de la acabada. No bien la sacó, quise darme el gusto de paladear los restos de la crema más rica que las mujeres solemos recibir. Me incorporé y me puse de rodillas, cual si fuera a rezar por el deseo más profundo, tomé en mis manos la gruesa polla que acababa de excitarme a más no poder y procedí a agradecer tanta felicidad. La introduje en mi boca sedienta de sabores lujuriosos y, con toda la paciencia del mundo, comencé a liberarla de los restos de la blanquecina láctea que decoraban su gruesa y más linda, que nunca, verga. En eso, Susana, la mujer de mi benefactor,  que realizaba el mismo ritual con la pija de mi marido quien, con los ojos cerrados, seguía sumido en el trance propio del placer, lanza una sugestiva pregunta al aire: “¿Viste mi amor que preciosa pija se comió tu mujercita? No me digas que no está buena, Marcelito. Acababa de enterarme cómo se llamaba el dueño de semejante tronco que me había deleitado inesperadamente. Y, cómo si se abriera definitivamente el cofre de las sorpresas, Marcelo, lejos de inmutarse, refuerza el gusto de su mujer con una revalidación sobre el pedazo de mi marido, que continuaba siendo lustrado por la boca de su mujer: “Ya lo creo cariño, es una hermosa pija para comerla con los ojos cerrados”.

-----Yo sabía que te iba a encantar. ¿Te la vas a perder? (Lo incita su mujer con los ojos saltones, llenos de picardía y provocación. A la vez que la saca de la boca y la agita vivamente, cual se tratara de una bandera conquistada)

Mientras yo seguí ocupada engullando su gruesa vara enriquecida por los sabores de su esperma, Marcelo se inclinó hacia la pija de Claudio y, con total decisión, como si se tratara de un cuervo hambriento la deglutó sin miramientos. Su acción me dejó perpleja. De tal manera que opté por sacarme su pija de la boca, para darle más comodidad a su tarea. Su cabeza subía y bajaba sin pausa. El jugo salibal que le producía tener la pija de Marcelo incrustada por el increíble oral, producía el inconfundible sonido de un chupapija goloso. Yo, lejos de enfadarme la situación, me produjo una calentura repentina que jamás imaginé que iba a experimentar al ver cómo un hombre le come la verga a otro, y más en esta ocasión, ya que se trataba ni más ni menos que de mí marido. Claudio estaba en pleno goce por la atención que le brindaba Marcelo y, Susana, indudablemente ya acostumbrada en estas cuestiones, parecía ponerse más cachonda con la deshinibición de su marido: “Dale mi amor, comésela toda. ¿Viste que rica es la pija que se cogió a tu mujercita? Así, mi vida. Disfrutá de los jugos de mi concha y de su leche”. Mientras comenzaba a pajear la verga de mi marido, Lily, la dueña de casa, se arrodilló frente de mí, cómo pidiéndome perdón por lo que iba a hacer, y comenzó a comerme la concha recalentada por el momento que estaba experimentando. Cerré los ojos y me sumí en el deleite sin igual que estaba viviendo. Graciela, la niña a la cual le había comido todo su deseo por mí, se tiró a lo largo sobre el piso y se deslizó por debajo de la entrepierna de Lily para ocuparse de la solitaria vagina de la dueña de casa, entretenida con mi sexo. El círculo estaba completo. Todos atendíamos a todos y, cada uno disfrutaba del otro. En eso, Susana deja de atender a su marido, me hace sentar sobre la cama, lo que facilitó la chupada que me estaba dando Lily, se paró sobre la cama, abrió las piernas y, poníendose en cuclillas, posó su todavia peluda concha sobre mi boca para que me ocupara sin límites. A decir verdad, sentí un placer indescriptible. No creo recordar haber tenido una concha tan rica y tan especial, por sus labios y contextura, a mi disposición. Inclusive, la de mi hija, una de las cosas que más amo. Era, verdaderamente un manjar de aquellos. Y, si le adicionamos los gemidos, exclamaciones y  la verborragia sin escrúpulos de la señora de Avellaneda, es un sexo que no tiene comparación.

-----Así, así mi chiquita, así así putita hermosa, mordeme toda la concha. Que cosa más rica, haceme tuya. Me estás poniendo loca con esa lengua que me recorre por todos lados. Besame así, así mi amor. Son los besos más ricos que quiere mi concha toda mojadita para vos. Cogeme guacha. Mirá como me entierro tu cara en mi concha. Haceme acabar toda. Toda, toda, toda. Asssi, así, así. Me encanta estar con vos. Quiero ser tu puta y que vos seas míaaaa”.

No sé los minutos que habrán pasado, pero, de repente, los chorros de leche que comenzaron a salir de la concha de Susana casi me ahogan sin remedio. A pesar de la dificultad que tenía para respirar, la calentura que tenía encima eran más fuerte a cualquier valla de por medio. El ambiente estaba contagiado por nuestros estados incontrolables. Yo, también me vine en chorros en la cara de Lily, que había hecho una faena sin igual conmigo y ella, también contorneaba sin parar su cuerpo, producto del orgasmo que estaba teniendo por la boca de Graciela. Pero, lo más sobresaliente, creo, e impensado, fue escuchar los alaridos de Marcelo, de quién nos habíamos olvidado las mujeres, entregadas a nuestros propios disfrutes. Al girar la cabeza, mi sorpresa fue mayor. Ver algo que, verdaderamente, nunca, ni siquiera imaginé presencia algún día. La gruesa pija de Marcelo estaba estaba presa de la boca de Claudio que, arrodillado, le hacía el sexo oral más impensado para mis ojos. En ese preciso instante, el estremecimiento del marido de Susana fueron consecutivos e imparables, ello anunciaba que nuevamente llegaba con todo su bagaje de esperma. La recepción se producía en la boca, ni más ni menos que en la boca de mi marido. Algo que no podía creer ni siquiera sospechaba. Sin lugar a dudas, el grosor de la pija de Marcelo lo había tentado horrores, y bueno, ahí estaba la consecuencia. La descarga de leche, por lo visto, fue mayor a las posibilidades de albergue que tenía la boca de Claudio. Sin dejar de chupársela, lo ví tragarse el primer derrame seminal, mientras que el resto de él se deslizaba por las comisuras de sus labios para correrse por los costados de su barbilla. La escena fue muy fuerte, en todo sentido, pero me encantó ser testigo directo del arrojo que mi marido acababa de tener. Luego de que éste le terminara de limpiar el grueso tronco a Marcelo, todos nos incorporamos con la satisfacción de la labor cumplida, nos miramos, nos besamos en señal de agradecimiento. Los dos hombres, también se comieron la boca, cómo sellando un pacto de amistad futura, volvimos a tocarnos un poco, cómo si qusiéramos comprobar que todo estaba en su lugar. Algunos nos pusimos algo encima, otros prefierieron continuar con sus cuerpos desnudos y, sin dudarlo, nos fuimos, dirigidos por Susana, hacia la cocina de la casa. Allí, había una mesa con algunos platillos con reparadores bocados para ayudarnos a recuperar fuerzas que el sexo había derrochado con gran placer y, lógicamente, las bebidas a disposición nos esperaban también en la moderna heladera provisionada para la ocasión. Mientras, desde la sala principal, llegaban los sonidos extentóreos de la culminación del sexo que estaban teniendo las otras parejas, incluída la que al comienzo se mostraba renuente a entregarse a la apertuda de la fiesta. En el medio de nuestro reaprovisionamiento, me acerco a mi marido y tuvimos el siguiente diálogo:

-------¿Estás bien mi amor?

……Sí cariño, cansado, pero expléndido.

------La verdad, me sorprendiste lo que hiciste con Marcelo. Nunca imaginé verte con una pija en la boca, que gozaras tanto y que además, te acabara en la boca y disfrutaras así con la leche de otro hombre.

……¿Sabés lo que pasó? Me calentó tanto ver cómo te cogía y disfrutabas con esa pija que se me vinieron a la cabeza esas fantasías que toda mujer debe tener al ver una gruesa poronga a disposición. Además, cuando él me la chupó me puso tal al palo que, las ganas de probársela no me las pude contener.

-------- Si gozaste, está bien. No sabía que te gustaba saborear una pija. Nunca me comentaste nada. ¿Ya lo hiciste antes?.

…..Una sola vez. ¿Estás molesta?

---------Para nada, mi amor. Si vos lo disfrutaste, está bien. Eso es lo importante. De eso se trata el sexo. Por lo menos eso me enseñaste, Además, para eso vinimos ¿no?

…..Es verdad. Ya vamos a hablar más de lo mío cuando estemos solos. ¿Y vos, la estás pasando bien?

---------De maravillas, mi vida

……¿Qué es lo que más te gustó?

--------Todo. Absolutamente todo. Me apasionó coger con las chicas. Son muy predispuestas, calientes y preciosas. Me atraen sobremanera sus cuerpos, sobre todo Susana. Me enloquece esa mina. Es toda una señora bien puta. Parece que da todo en la cama. Vos te la cogiste toda y parecé que la colmaste a más no poder.

…… Sí, es increíble. Tiene un cuerpo delicioso y es muy puta para coger. Como me gustan. ¿Viste el orto que tiene? Precioso.

--------Sí mi amor. A mí también me puso de la cabeza. Me encanta para que la tengamos siempre.

…… Creo que no va a haber problema. Por lo que ví, al marido lo calentaste a pleno.

--------- Siiii. Me encantó cómo me cogió. Y tener su pija en el culo fue lo máximo. Es hermosa. Gruesa como me gusta. No sabés lo que es tenerla enterrada en el culo. Un placer único. Y ahora que vos se la comiste, creo que tenemos asegurada próximas noches con ellos.

……. No tengas dudas. Estamos haciendo una muy buena inversión.

La charla fue interrumpida por Rubén, el dueño de casa, que me traía una copa de frío champagña, junto a Patricio, su amigo soltero. El único solo invitado a la fiesta.

Entre charla y charla, iniciaron un entremés seductivo a mi alrededor. Patricio deslizaba, muy sutilmente la palma derecha de su manos a lo largo de mi espalda y pasando a mis caderas, nalgas incluídas, mientras Rubén, lo hacía por adelante, hasta depositarla sobre mi entrepierna, dónde sus dedos palpaban, desde el monte belloso hasta mis labios reposados. Al ver el cuadro evidente. Claudio, con total habilidad, le habló a otra de las parejas, paradas en el otro extremo de la mesa, y se dirigió hacia ellas. Lo que hizo que Rubén y Patricio continuaran con más tranquilidad lo que habían iniciado –ponerme nuevamente en situación- e incrementaran su asedio.

Rubén, mientras inauguraba su primera comida de boca, ya había logrado levantar la falda de mi vestido para poner en contacto su mano en el centro mismo de mi concha, que se ofrecía a sus caricias al entreabrir un poco mis piernas para facilitarle la tarea. A su vez, Patricio, repetía la acción por la retaguardia, recorriendo mis nalgas y entreabriéndolas con sus largos dedos y, en delicados movimientos haciéndoles saber a la entrada de mi orto que tenía serías intenciones para con él. El incremento de ambos me fue sacando el poco sosiego que había tenido y, sin más vueltas, me tomaron de la mano y cintura, respectivamente, para arrastrarme fuera de los ojos de la concurrencia presente hacia el dormitorio principal. El mismo en el que había inaugurado mi presente aventura.

No bien ingresamos, sin dejar de tocarme por todo el cuerpo, se alternaron para adueñarse de mi boca, hacerme saber de sus lengua empapadas de deseo y halagarme cómo prolegómeno a todo lo que ocurriría después. Sin notarlo, me despejaron del vestido y comenzaron la tarea conjunta. Mis pechos, endurecidos a más no poder, con los pezones florecidos, eran presa de sus manos y sus bocas. Mi vagina, con sus puertas entreabiertas, daban albergue a los dedos presurosos y exploradores de vocación. Mis nalgas, entre mimos, chirlos y apretujones manuales se entregaban sin ninguna resistencia al traqueteo. De pronto, Rubén, ya desnudo, igual que su amigo, comenzó a comerme mi empapada concha, a la vez que Patricio, subió la cama de un solo movimiento para ofrecerme su blanca, larga y torcida verga hacia arriba, la cual la tomé con mi boca para iniciar un delicioso chupetéo, al cual le agregué algunos escupitajos lujuriosos, para darle más alevosía a la escena. Bastó tan sólo unos minutos para que esa nueva pija, en mi historial, estuviera lista a cualquier enfrentamiento. De repente, el dueño de casa interrumpió su labor vaginal, imitó a Patricio y, subido al mullido colchón escénico, me dio su pedazo para ser alistado con mi boca. Era una pija, digamos trigueña, pero con la particularidad de una cabeza muy torneada y robusta que, se destacaba sobremanera del resto de su normalidad a simple vista. Engullí ambas pijas, de manera tal que, casi me ahogaban sin ninguna solución. Pero el disfrute era el poder que sentía ejercer en ese momento. El procedimiento no se extendió por mucho tiempo, ya que Patricio se acostó de espaldas, lo que me indicaba que me invitaba a sentarme sobre él y enterrarme su miembro que era toda una tentación aojos vistas. Cuando iba a hacerlo, Rubén me indicó que lo hiciera al revés, para quedar de espaldas a su amigo, Así lo hice y, el heco que la parte superior de esa pija estaba torcida hacia arriba, la sensación que sentí al penetrarme fue algo muy especial. Nunca había tenido adentro una pija torcida así. Me encantó. Como será que me quedé por un instante largo, sentada a pleno, con todo el peso de mi cuerpo, para hacer descansar mi concha feliz, sobre sus huevos brillosos y altaneros. Sin perdida de tiempo, Rubén me subió las piernas con ambas manos por sobre sus hombros y, dirigiendo su morocha y cabezona verga, hacia el extremo superior de mi concha abierta de par en par, la penetró con fuerza, para incrustarla sin previo aviso. Un fuerte quejido brotó de mis labios. El impacto no fue menos y mucho menos la osadía de ambos hombres. Era la primera vez que tenía dos pijas enterradas en mi concha al mismo tiempo. Iba a ser protagonista de una experiencia nueva. Estuvieron cuidadosos unos segundos, los suficientes para que me adaptara sin problemas y comenzaron a cogerme de forma tan coordinada, como si ya lo estuvieran largamente practicada. El placer recibido me fue sacando la poca racionalidad que me quedaba. Mis aullidos eran inevitables y librados sin complejo alguno. Sus manos hacían del resto de mi cuerpo su pasamanos complementario. Me dijeron de todo, de que era una mujer increíble hasta que se estaban cogiendo a la puta más calentona que habían conocido. Desde preguntarme ¿Te gusta mamita cómo te estamos cogiendo? Hasta “Cómo serás de puta que te estás tragando dos vergas juntas y gozas como una verdadera perra” “Me vuelves loco que seas tan puta”; “esta noche te vas a tragar todas las pijas que jamás imaginaste” hasta “te vamos a llenar de leche mamita, así se la das después a tu marido para que sepa que lo que te dejaron tus machos”. No se ahorraron en promesas, comentarios, y afirmaciones. Yo, estaba en el paraíso. Antes que comenzaran a desprenderse mis orgasmos, les pedí que cambiáramos de posición. Me senté enfrentando a Patricio. Enterré nuevamente su pija dentro de mi concha y, alzando bien mis caderas y abriendo mis nalgas con mis manos, le pedí a Rubén que me la clavará en el culo. Mi orden no se hizo esperar. Con la humedad que tenía su tronco, su cabeza no tuvo mucha dificultad en abrir el conducto de mi orto y, con una simple presión, desde lo alto, introdujo su pedazo dentro, lo que me provocó otro gemido de dolor y placer a la vez, Ya, ambas pijas introducidas, comenzaron a serrucharme de menos a mayor. Mientras Rubén me tomaba de las caderars y chirleaba mis nalgas enrojecidas, Patrico comía mis pechos y mi boca con una desesperación de sediento en el desierto. Me sentí hembra plenamente. Tenía dos machos que me daban lo que yo más quería, calentura, pija y promesa de acabadas geniales. Mi vocabulario se puso a tono con el de mis machos y le fui devolviendo uno a uno sus bocadillos. El mundo era mío. Estaba siendo cogida y culiada al mismo tiempo, por dos pijas vigorosas y jóvenes. Me sentía una reina. Así me estuvieron gozando largo rato, hasta que llegó el momento. Como si nos pusiéramos de acuerdo, comencé a venirme con total desparpajo y liberación. Los chorros de mi leche, brotaron sin control y por el ir y venir de la pija de Patricio, fueron esparciendo desordenadamente el torrente que buscaba el exterior, cómo si un caño se hubiera roto. En tanto, Patricio como Rubén, no resistieron mucho el bombeo y también, en medio de gemidos y casi gritos de guerra, explotaron el fruto de sus ofrendas, los golpeteos de sus pijas y las escupidas de leche explotaron en el interior de mi vientre y en las paredes de mi culo deseado, pero menos respetado que nunca. El climax duró lo que duró la existencia de la cadena de mis orgasmos y las exprimidas de sus pijas. Poco a poco nos fuimos calmando, producto de la entrega y el desagote de tanto deseo, hasta que quedamos los tres cuerpos apretados y sin reacción, como agradeciendo habernos tenido.

Más tarde, los intentos y concreciones se fueron dando como parte del programa. Hasta que las primeras luces del nuevo día, nos anunciaba que la tarea estaba cumplida. Esa noche, fue uno de los regalos más lindos que me hizo mi esposo. Lo que me hace amarlo como nadie.

                                                                                                                             Gloria