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Captoras

en Dominación

Abrí perezosamente los ojos, me encontraba aturdido, y con un intenso dolor en la cabeza. Emití un leve chasquido con la lengua en el cielo de la boca, tenía un cierto sabor entre a sangre y a hierro. Las muñecas y tobillos me dolían fuerte, como si estuvieran siendo aprisionados, y pronto me di cuenta de que esa sensación correspondía a la realidad: me encontraba atado de pies y manos a una silla, traté de soltarme, forcejeando para librarme de mis ataduras, pero era imposible, estaba asido fuertemente.

 

Miré alrededor, reconocía el sitio, estaba en el cuarto de Clara, a donde había acudido esa misma tarde. ¿Qué había pasado? Traté de hacer memoria.

En el instituto nos habían mandado a hacer un trabajo en grupo para la clase de filosofía. Cuando el profesor, Andrés, planteó organizar así la tarea, mi expresión fue de fastidio, ya estaba demasiado acostumbrado a esos trabajos en grupo donde una o dos personas aportan y el resto no hace absolutamente nada, llevándose luego, a la hora de evaluar, el mérito de quienes hicieron todo el trabajo. Al menos nos dejarán organizar a nosotros mismos los grupos, digo yo, pensé para mis adentros ese día. Pues no, enseguida al profe, Andrés El Tapir (así lo llamábamos los alumnos por su nariz) no se le ocurre otra cosa que repartirnos en grupos a su propio antojo y sabrá Kant con qué criterio. La cosa es que en determinado momento dice:

 

- Clara, Yéssica y Bartolomé, a vosotros os toca hacer juntos el trabajo, os pasaré una guía con las pautas.

Me quedo petrificado. ¿Con Clara y Yéssica? Lo peor que podía pasar, tocarme con dos poligoneras repetidoras que aún no se sabía que hacían estudiando Bachillerato si pasaban tres kilos y medio de las clases, y la mitad del tiempo se lo pasaban en el patio fumando porros. Ya era bastante casualidad que estuvieran ese día en clase, para que me tocase a mí con ellas. 

Clara, pese a su nombre, era más o menos morenita de piel, y tendría el pelo negro si no fuera porque se lo había teñido de rubio. Solía mascar chicle en clase y traer las pestañas pintadas de grotesco azul. Sus pechos eran bastante voluminosos, y muchas veces acudía a clase con un notorio escote que hacía que, de vez en cuando, se fueran hacia él las miradas de profesores y alumnos, entre estos últimos yo incluido, para qué negarlo, que me cayera profundamente mal no quería decir que mis pupilas tomasen su propio rumbo.

Yéssica si era rubia natural, pero se teñía las uñas de negro porque pensaba que eso era darle un toque "gótico" a su estilo. Ni de coña era gótica. Era más flaquita, con los pechos más pequeños que su íntima amiga Clara, pero en cambio se gastaba un voluminoso culo. En cuanto a su carácter, solía tratar con desprecio a los demás, sobre todo si no formaban parte de su selecto club de amigos, que solía coincidir con lo peor de cada bloque de viviendas.

 

Yo no fui el único que sintió fastidio por esa manera tan particular de distribuir los grupos y por tener que compartir trabajo con compañeras tan peculiares, enseguida escuché a Clara decir:

 

- ¿Con el rarito? ¡Joder! Se nos pondrá a darnos la brasa con sus rollos.

- Ya te digo, tía. Pues yo no pienso hacer nada. Si tan listo se cree, que haga él el trabajo - añade Yéssica con voz estridente.

- Maravilloso - suspiro para mis adentros.

- ¡De eso nada! Tendréis que quedar alguna tarde y organizar vuestra tarea, la semana que viene tendréis todos los grupos que entregarme un esquema diciendo qué persona se encarga de cada parte, así nadie se podrá escabullir - suelta enseguida el Tapir.

Prosiguió la clase, yo continué con ese malestar en el estómago por la tarea que tengo que asumir, más que por el trabajo, por tener que lidiar con esa gente. Al salir de la clase, noté un fuerte empujón.

 

- ¡Eh, matao! ¡Que nos han metido la faena de vernos contigo, mosquita muerta! No tengo ni putas ganas de hacer el trabajo con un friki de mierda como tú, pero algo habrá que disimular - era Yéssica, con su sutil modo de expresar cariño. Su amiga Clara no se quedaba atrás:

 

- ¿Con el gilipollas este? ¡Ni de coña! Pero algo habrá que hacer.

 

Traté de decir algo, pero vi como empiezaron a cuchichear entre ellas y a decirse cosas al oído. Se dibujó una sonrisa maliciosa en la cara de Yéssica. Yo me quedé parado, esperando a ver qué me iban a decir. Es Clara quien se acercó decidida.

 

- Mira, te digo, mañana a la tarde te vienes a mi casa, y allí veremos cómo salir al paso. Pero nada de rollos raros te advierto - y se marcharon por el pasillo.

Me extrañó bastante que fuésemos a hacer el trabajo a su casa, cuando lo normal hubiese sido quedar en la biblioteca, pero la verdad, tampoco es que la biblioteca fuese un lugar donde parase mucho esa gente. Al día siguiente me dió con cierta desgana una nota con la dirección, sabía más o menos la zona donde vivía, pero nunca había estado en su casa. A la tarde del día siguiente me acerqué a la dirección convenida, y toqué el timbre del portero automático; por primera vez sentí alegría al escuchar la voz de Clara, pues sabiendo cómo era ya me estaba temiendo que me hubiese dado una dirección falsa.

 

- Soy yo, Bartolo - me anuncié.

 

- ¡El que toca la flauta con un agujero solo! - me suelta y escucho la voz de Clara y de Yéssica riéndose grotescamente. Después de tantos años ya estaba casi acostumbrado a la bromita con mi nombre, pero hay gente que durante toda su vida seguirá riéndose con este tipo de chascarrillos tan manidos, como "¡Dijo cinco! ¡Por el culo te la jinco!". Humor inteligente, lo llaman.

Me abrieron la puerta desde el portero y subí las estrechas escaleras. Toqué el timbre, y Clara me abrió enseguida.

 

- ¡Pasa, pringao! - me dice. Llevaba esta vez no sólo un escote, sino que asomaba el ombligo por debajo de su camisa, mostrando su piercing. Igualmente, lucía un piercing en el ombligo Yéssica.

- ¿Ya llegó el niñatillo? - suelta Yéssica y me enseña la lengua.

Avancé hacia el salón de la casa con paso tímido, miro alrededor, un tanto temeroso.

- ¿No están tus padres, Clara? - pregunté inquieto.

- ¡Será mi madre y su ligue! No, no están, se habrán ido a follar a alguna parte en la otra punta de la ciudad. - me suelta. Ya estaba acostumbrado a ese modo de hablar.

 

- ¿Dónde... dónde vemos lo del trabajo? - pregunté.

 

- Ven, iremos a mi cuarto, allí estaremos más cómodos.

 

Nos dirigimos por un estrecho pasillo y Clara abrió la puerta de su habitación, invitándome a entrar. Eché una vista alrededor, nada fuera de lo normal, un dormitorio normal y corriente, aunque me llamó la atención su sobriedad. Un póster de un futbolista que no logré reconocer enseñando tableta de chocolate era el único ornamento, y sobre la cama reposaba un oso de peluche de evidentemente muchos años atrás. Un escritorio con productos de cosmética encima, el armario, una mesa de noche y un par de sillas. Descolgué ligeramente de mis hombros la mochila y me disponía ya a abrirla.

 

- Puedes dejarla en el suelo, no la vas a necesitar - escuché la voz de Clara.

 

- ¿Eh? ¿Qué...? - levanté ligeramente la cabeza y, de repente, sentí un fuerte golpe en la misma. Debí perder el conocimiento inmediatamente, pues la siguiente imagen que recuerdo era de estar ya maniatado a la silla.

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Traté de zafarme de mi aprisionamiento, pero era inútil, no lo lograba.

 

- ¡Clara! ¡Yéssica! - un temor invadió mi mente - ¿Estáis bien?

Vi abrirse la puerta ante mí, y entraron Clara y Yéssica con toda la tranquilidad del mundo.

- ¡Pues claro que estamos bien, gilipollas! ¡Si fuimos nosotras quienes te atamos! - me soltó Yéssica, riendo ambas.

- Pero... pero - traté de decir algo, y se me acercó Clara, que empezó a acariciarme suavemente la cara con los nudillos.

- Tu solo disfruta - me dice y, acto seguido, me dio un tortazo que me dejó la cara enrojecida.

Me quedé pasmado y observé como Clara y Yéssica se situaban delante de mí, frente a frente, echándome una leve mirada, volviendo a mirarse mutuamente a la cara, acercando sus rostros y, de repente empiezaron a morrearse apasionadamente.

Abrí la boca asombrado mientras veía como mis dos captoras se besaban, yendo las manos de Clara al voluminoso culo de Yéssica, apretándolo con las manos bien extendidas, mientras Yéssica acariciaba la espalda de Clara. De vez en cuando separaban sus bocas, dejándome ver sus lenguas entre las que escurría un hilo de saliva.

Volvieron a mirarme, y prosigueron con su beso apasionado, hasta que echan otra miradita.

- ¡Uy! ¡El niñato se está poniendo cachondo! - dijo Yéssica modulando la voz como si hablase a un niño pequeño.

Pero tenía toda la razón, verlas a ellas dos besándose de ese modo hizo que la sangre fluyera hacia mi pene, provocándome una erección que ya abultaba en mi pantalón.

- Pues más se pondrá con lo que viene ahora - dijó Clara, que empezó a desvestirse, poco a poco a Yéssica, correspondiéndole su compañera de igual modo.

 

Se abrazan las dos, en sujetador, y me miran.

- Creo que el matao este no ha visto nunca una tetas de verdad - dijo Yéssica.

- Pero se matará a pajas con el porno - contestó Clara.

Se desabrocharon mutuamente los sujetadores, cayendo al suelo a la vez y mostrándome, era cierto, por primera vez, unos pechos desnudos. Pese a ser de quienes eran, deseé realmente esos pechos, tocarlos, estrujarlos, babearlos, pero enseguida me advirtieron:

- Ni lo sueñes, jamás los tocarás.

Yéssica empiezó a besar el cuello de Clara y descender hacia sus voluminosos pechos, besando su busto lentamente, y ascendiendo el espiral por uno de los pechos hasta llegar a su aureola y sus pezones.

 

Emití un leve bufido de la excitación por el espectáculo al que estaba asistiendo. Yéssica se giró y se acercó a mí.

 

- ¿Qué miras, gilipollas? - y me lanzó un tortazo aún más fuerte que el que me había propinado  Clara poco antes.

Ahora era Clara quien lamía y besaba los pechos de Yéssica, a lo que esta respondía acariciándole el pelo mientras emitía breves suspiros de placer.

- A nuestro niñato le gusta ¿eh? - dijo Yéssica mientras sus pechos recibían las lamidas de su compañera. Los llena de tanta saliva que quedaron brillando.

- ¿Por qué no le correspondemos un poco? - añadió Clara mientras acercaba a mí - A ver, abre la boca.

Hice caso, sin disimular mi alegría, mientras Clara se situaba con la cabeza arriba de la mía... y, mientras yo esperaba un beso, lo que hizo ella fue escupirme en la boca.

Se echaron las dos a reír a carcajadas.

-  ¡Quiero que Yéssica me haga lo mismo! - grité inconscientemente.

- Vaya, al niñatillo le gusta - sonrió Yéssica y se acercó también, situándose de pie al lado mío, y dejando escurrir saliva de su boca hacia la mía. La probé, saboreé y atiné a decir:

- La de Yéssica sabe más rica.

 

- Vaya, jaja, el niñito es un "vemólogo", pero de saliva - se rió enseñando los dientes.

 

- ¡Se dice enólogo! - corregí.

- ¡Cállate sabelotodo! - me dió un tortazo aún más fuerte.

- A ver qué tenemos por aquí - Clara se agachó y me desabrochó los pantalones. Con dificultad, empezó a bajármelos, junto con mis calzoncillos, pues seguía sentado y bien asido a la silla - ¡Levanta el culo para quitarte los calzoncillos! - me dijo, hasta que me logró llevarme los pantalones hasta los tobillos.

 

- Vaya ¿qué te parece? - dijo Clara mirando mi polla erecta.

- No es muy grande, pero tampoco era la pollita minúscula que me esperaba - le contestó Yéssica.

- ¡Esto merece ser inmortalizado! - Clara sacó el móvil no recuerdo de dónde, y me hizo una foto en ese estado, pese a que mi reacción fuese gritar "¡No!".

Empiezaron ellas también a quitarse los pantalones, quedando completamente desnudas frente a mí. Yéssica estaba completamente depilada en el pubis, pero Clara se había dejado una pequeña tira de pelos que le daba un toque más que curioso. Yo respiraba ansioso al verlas. Yéssica se agachó y empezó a pasar su lengua por encima de la rajita de Clara, que permanecía de pie, suspirando al sentirla.  

- Espera, espera... - dijp Clara, y se acercó de nuevo a mí. Se situó enfrente mío y se colocó sobre mí, pero sin entrar en contacto, con los pies en el suelo y el culo levantado, con su coño a pocos centímetros de mi polla, con sus manos sobre mis hombros. Yo me sentía ansioso ¡Me va a follar! pensé.  

 

Mi gozo en un pozo, después de unos largos segundos así sin hacer nada, se reincorporó y volvió a alejarse.

 

Atrás la esperaba Yéssica echada en la cama, Clara se colocó encima de ella, con el coño a la altura de su cabeza y su cabeza a la altura de su coño, y empezaron a lamerse en un tremendo 69, primero suavemente, luego con más ansias y acompañándose de sus dedos, con los que se penetraban mutuamente.

Yo trataba de zafarme de mis amarras, quería unirme a su fiesta, pero no lo lograba. Me movía inquieto en la silla, mientras ellas seguían a lo suyo, cada vez gimiendo más fuerte y más cachondas. Desde mi perspectiva podía ver bien cómo los dedos entraban y salían de sus coños mojados, mezcla de sus propios flujos y de sus salivas. A mi nariz llegaba el olor a sexo, cada vez estaban más mojadas, y yo con deseo de follar con ellas.

- ¡Espera!  ¡Vamos a desatarlo! - dijo Yéssica, y yo hubiese saltado de la alegría si no fuese porque estaba atado. Se levantan de la cama y me desatan los tobillos de la silla, lo que aprovecharon para sacar del todo mis pantalones y calzoncillos.  Mientras yo esperaba a que siguieran desatándome, ellas cogieron en sus manos mi ropa y la lanzaron por la ventana hacia la calle.

 

Yo completamente asustado les grité "¿Qué hacen? ¡Están locas!", y ellas riéndose a carcajadas.

 

Traté de levantarme atado a la silla, pero ya con los tobillos liberados, llevando la silla conmigo a rastras, pero al tratar de hacerlo me di de bruces contra el suelo, causándome gran dolor el golpe.

Ellas volvieron a reírse de un modo más cruel si cabe. Hasta que tras largo tiempo allí en suelo, dolorido, atendieron a mis súplicas de que me desataran, haciéndolo más lentamente de lo que hubiera deseado. Al quedar completamente liberado, ellas comenzaron a empujarme fuertemente, abriendo la puerta del cuarto y echándome fuera, de nada sirvieron mis intentos de resistir a algo que no lograba siquiera entender. Una vez me echaron completamente al pasillo, ellas se metieron de nuevo en el cuarto y cerraron con un fuerte portazo, y enseguida oí como corrían la llave, cerrándolo completamente.

 

Golpeé la puerta.

 

- ¡Clara! ¡Yéssica! ¡Abrid!

- ¿Qué te crees tú que vamos a hacer eso? ¡Ya sabes donde tienes la puerta. ¡Vete! - me gritó Clara.

 

Yo seguía desnudo de cintura para abajo, pero mi ropa no estaba siquiera en su cuarto. Toqué de nuevo su puerta, traté de abrir con la manecilla, pero estaba cerrado con llave, y dentro escuchaba.

- ¡Oh, sí! ¡Por fin podremos comernos el coño nosotras solas, cuando ese niñato de mierda se vaya! - era Yéssica.

- ¡Sí! ¡El muy imbécil se creía que tenía posibilidad de follarnos. ¡A mí sólo me folla Carlos! ... - era Clara, quien al rato añadió  - ¡Y Felipe! ¡Y Toni! ... ¡Y papá! - se ríe a carcajas.

 

- ¡Jo! ¡Tía, no hagas chistes con eso! - le recriminó Yéssica.

- ¿Por qué no? ¡Seguro que a Bartolo el de la flauta con un agujero solo le pone cachondo el pensar eso! Jajajaja ¡Sí, Bartolo! ¡Mi papá me folla y tú no! - grita con un tono realmente molesto.

- ¡Tía, no hagas esas bromas! - el tono de Yéssica era de sentir realmente molestia por eso. Curioso partiendo de quien había participado en tirarme la ropa por la ventana. - ¡Mira, Bartolomé! - se dirigió a mí desde dentro del cuarto - Tu ropa sigue ahí en la calle, ya nada haces aquí dentro, lo mejor es que te marches y la recojas antes de que alguien se la lleve.

 

Al principio dudé, pero ya me decidí a salir de aquella casa donde estaba recibiendo tanta humillación. Abrí la puerta de la casa y tras comprobar que no había nadie en las escaleras, salí, las bajé rápidamente (hay que recordar que estaba desnudo de cintura para abajo) y, con las manos en mi entrepierna, tras ver que aparentemente no había nadie pasando por la calle, salí rápidamente hasta la calle, sin fijarme si había o no gente mirando, no quería ni darme cuenta de ello. Vi la ropa bajo la ventana, sólo estaban mis pantalones. Sin pensar mucho me puse directamente los pantalones, lo importante era no estar desnudo, escuché la bocina de un coche que pasaba por ahí, pero ni miré hacia él, y arriba escuché las voces de Yéssica y Clara, que me miraban desde la ventana riéndose. Una vez con los pantalones puestos miré hacia arriba.

 

- ¡Te olvidas de esto! ¿Quieres venir a buscarlos?

 

Yéssica mostraba en sus manos mis calzoncillos, y luego se los llevaba a la nariz oliéndolos.

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¿Cómo quereis que prosiga la historia?

 

¿Debe subir a buscar los calzoncillos (y hacerle algo a ellas) o debe proseguir camino de su casa huyendo de las dos chicas?