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Una familia diferente (I)

en Sexo con maduras

Ya sabemos que el verano ofrece muchas distracciones, así que iré poniendo trozos amedida que tega tiempo.

Cualquier comentario será bien recibido.

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El día había sido largo.

Si aunábamos el calor del verano, más el tener que llevar traje. Aunque la oficina tenía aire acondicionado; no sé porque, pero se me había hecho muy largo.

Estaba deseando llegar a casa. Mi segunda casa. Abrí con mis llaves y me llegó un estupendo olor. Hoy llegaba un poco tarde.

 

Avancé por el pasillo, sin mirar hacia la cocina y me encontré a Manuel leyendo el periódico en el salón, sentado en el amplio sillón. Le tendí la mano, para un rápido apretón.

- “Buenas tardes”.

- “Señor. ……. Se le ha hecho un poco tarde hoy.” Me dijo, al tiempo que estrechaba mi mano.

- “Si. Pero ya estoy aquí”.

 

Volví sobre mis pasos, para acercarme a la puerta lateral que daba a la cocina.

 

Ella estaba de espaldas a mí. Me paré en el quicio de la puerta para contemplarla. Ella ya sabía que estaba allí, nada más entrar y me seguía el juego.

María es una madurita que me encanta. No es muy alta. Está gordita, con un poco de barriguita. Pero tiene ese cuerpo lleno de curvas de mujer, que a mí me encanta. Buen culo. Sus pechos son una delicia, grandes, algo caídos por la edad y por el volumen, con unos pezones como un meñique. Que cuando los acaricio me responden y quedan a mi disposición. He de reconocer que siempre he sido carnívoro en cuestión de pechos y me encantan, aunque más desde que la conocí. Más de una vez me pone los dientes largos y me provoca, aún a sabiendas de que acabará con mis dientes marcados.

 

Es un placer contemplarla, con su cuerpo lleno de curvas. No es el típico cuerpo de jovencita exuberante, no es una modelo. Es un el cuerpo de una mujer madura regordeta, una mujer normal, como tantas. Sin embargo, tiene todo lo que a mi me gusta y sobre todo, en lo que se convierte entre mis brazos.

 

En el día a día es una mujer normal, de su casa, con su familia, sus valores y creencias. Toda una señora. Conmigo es mi amante, mi esclava, para que haga con ella lo que yo quiera. Y no sé cual de los dos lo disfruta más. Sé que para muchos es un tópico, una fantasía; pero lo cierto es que la realidad supera con mucho esa fantasía que tienen.

 

Las mujeres maduras muchas veces son dejadas de lado por su edad, su peso, por estar casadas o por mil cosas, cuando son mujeres en toda la extensión de la palabra. Se siguen encontrando bellas, aunque son conscientes de sus limitaciones. Ya tiene un recorrido en la vida que les permite ser más consecuentes consigo mismas y con lo que quieren. Les gusta el sexo, les encanta y ya saben lo que han probado, lo que no y lo que quieren. Están llenas de fantasías y dispuestas a probar muchas cosas. Para mi son una maravilla y cuando consigo sacar todo eso que llevan dentro y las oigo correrse entre mis brazos, es algo difícilmente explicable.

 

María, como muchas, en su momento sabía que buscaba algo más. No sabía exactamente qué, pero que había de haber algo más, que la rutina del día a día. Su marido también estaba inmerso en esa rutina y no sabía cómo romperla, o más bien, era demasiado cómodo dejar que todo siguiera igual.

 

Lo cierto es que se habían acomodado y simplemente se dejaban llevar por el día a día. Alguna salida, alguna cena o viaje, alguna alegría inesperada; pero su vida discurría como un tren por los mismos railes. Las alegrías de la familia y las penas del paso del tiempo. Tienen una cierta seguridad económica y asegurada una cierta jubilación. En fin, una pareja normal y aburrida. “Feliz “ si nos atenemos a los estándares de nuestra sociedad actual, pero…aburrida.

 

María lleva un vestidito de verano que se cierra con botones por delante. La veo por detrás y me encanta verla como se mueve. Tiene una cierta elegancia al moverse. Me encanta su figura, pese a todo. Tiene cinturita y curvas. Lleva media melena que le cae por su cuello, pero deja parte de él descubierto. Aunque sé que es castaña, lo lleva teñido y le queda muy bien, con el corte que ha elegido a la cara. Desde que la conocí una cosa que me encantó es que es de esas personas que cuando se ríen, se le ve la felicidad en sus ojos. Se diría que ríe hasta con los ojos.

 

Cuando la conocí traía cara de miedo. Lo cierto es que le costó relajarse y sacar la sonrisa. Una sonrisa que en su momento era como una máscara, para quedar bien. Ahora su sonrisa es amplia y profunda, ríe desde dentro y con ganas. Es un cambio sutil, que la gente aprecia. Se podría decir que se le nota que disfruta de la vida.

 

Manuel también ha cambiado para mejor. Antes caminaba por la vida con una falsa indiferencia y cuando ocurría algo, por mucho que quisiera ocultarlo, se estresaba y descolocaba. Llevaba una máscara que ocultaba su inseguridad. Ahora camina en paz, relajado. Y esa serenidad se ha traslucido en su carácter y en sus relaciones con otras personas. También disfruta de la vida e incluso sé que se ha vuelto mucho más interesante para otras mujeres. María ha redescubierto a su marido y se quieren mucho más que antes. Se han redescubierto y disfrutan ambos el uno del otro.

 

María me está poniendo malo con su movimiento. Sabe que estoy detrás y está empezando a impacientarse de que la diga algo. Me encanta mirarla y a ella exhibirse para mí. Sé que cuando la miro se siente bella, deseada….mujer. No como antes, que ha veces se sentía como parte de la decoración, del paisaje.

 

De improviso se da la vuelta. Pone los brazos “en jarras” a los lados del cuerpo y mirándome a los ojos, me espeta: -“Bueno. ¿qué?”.

Sonríe, al tiempo que su cara muestra un poco de impaciencia y mosqueo.

 

¡Dios! Ahora mismo, verla en esa postura y con esa expresión….. ¡¡¡la violaba!!! De lo mucho que me pone.

 

Pero sólo la sonrío. Doy el paso que nos separa. Con mi mano, suavemente, la cojo del cuello y tiro de ella para fundirnos en un beso. Sus labios se han abierto mucho antes de que nos toquemos. Su lengua húmeda me recibe. Y siento que estoy en casa. Nuestros labios se juntan y tras ellos va el resto de nuestros cuerpos. Nos pegamos el uno al otro, fundiéndonos en uno.

 

Nuestro beso se volvió más duro. Eterno. Nuestras leguas recorrían la boca del otro con glotonería.

 

No sé cuanto tiempo estuvimos. Ni me importaba tampoco.

Mi otra mano recorría su cuerpo. Al pincipio recorriendo su silueta, hasta llegar a la cintura, para atraerla hacia mí. Fundiendose nuestros cuerpos en uno, pegados literalmente el uno al otro. un aunque tiraba de ella hacia mi, rodendola con mi brazo. Ella pugnaba por pegrase a mi. Que sintiera su cuerpo, sus pechos, su sexo, su entrecortada respiración por ese furioso beso. Que notara como corría la sangre por sus venas, como su entrepierna ardía. En resumen, como se entregaba libremente a mi.

 

¡Hay veces que es un placer llegar a casa!