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Éxtasis

en Orgías

 

            Era sábado por la noche y no tenía planes hasta que me llamó un amigo, con el que había estado liada un par de veces. Me dijo de quedar para ir a tomarnos algo y como me apetecía le dije que si. Al final sabía que acabaríamos en su coche, perdidos por algún sitio. Así que me arreglé como se merecía la ocasión. Minifalda, botas altas de tacón y camiseta escotada. Me maquillé hasta que me vi lo suficientemente sexy, y me fui adonde habíamos quedado.

            Me estaba esperando en su coche, como esperaba. Se bajó del coche para darme un beso y abrirme la puerta mientras me miraba de arriba a abajo descaradamente. Por su gesto supe que le gustaba como venía. Se montó en el coche y le pregunté que adonde íbamos. A un local que tenía un amigo suyo en las afueras. Tardamos un rato en llegar a una desviación y entramos por un camino hasta un aparcamiento lleno de coches. El local era mas bien una casa enorme. Un letrero en la puerta indicaba el nombre: Éxtasis. Cuando abrieron la puerta y entramos todo lo que había imaginado por la fachada cambió. No estaba atestado de gente, como me había imaginado por los coches de fuera; al contrario, apenas había unas cinco parejas más. Había una barra americana a un lado, y lo demás eran mesas que parecían privadas porque se separaban unas de otras. La música era muy íntima y la iluminación del local era escasa. Saludó a su amigo sin acercarse y nos fuimos a una de las mesas, sentándose en el sofá frente al mío. Sobre la mesa había un farolillo con una vela como única iluminación. Le semi veía en la penumbra. Estaba más guapo que la última vez que le había visto. Venía afeitado, como sabía que me gustaba.

            La camarera se acercó a nuestra mesa y pedimos dos copas. Me llamó la atención que tan solo llevara una camiseta que apenas le cubría los pechos y una minifalda, casi más corta que la mía. Pero me extrañó el guiño que le hizo a mi amigo cuando nos trajo las copas. Pensé que o había tenido algo con él o intentaba quitármelo delante de mis narices. Solo eran imaginaciones mías, me dije. Me puse a hablar con él de cómo nos iba, del trabajo, de nuestros proyectos… y acabamos como siempre hablando de sexo. Últimamente ese tema se había vuelto imprescindible cada vez que nos veíamos. Pero ese día sus preguntas iban más allá. Hablamos de tríos, de lesbianismo, de juguetes, de bdsm, de intercambio de parejas y hasta de orgías. Me empecé a sentir un poco incómoda con aquella conversación y le dije que iba al baño. Me señaló por donde estaba y le deje allí. Había algo en su forma de hablar esa noche que no me gustaba. Era como si estuviera maquinando alguna de las suyas.

            Llegué a la puerta que me había indicado pensando en la conversación. Necesitaba recomponerme, echarme un poco de agua en la nuca y ver cómo podía redireccionar la conversación hacia otra cosa. Pero entonces abrí la puerta y me quedé clavada en el sitio. Aquello no podía estar sucediendo, tenía que ser mi imaginación. Cerré de nuevo y miré la puerta; no ponía que fuera el baño ni nada. Volví a abrir y la misma imagen llegó al cerebro. Clavada en la puerta vi una sala enorme, llena de gente desnuda por todas partes. Algunas ya me miraban pero la mayoría seguía centrada en lo que estaba haciendo. Estaba paralizada; aquello era una orgía impresionante. Hombres y mujeres de todas las edades se mezclaban y los gritos y los gemidos se escuchaban por toda la sala. Allá donde mirara veía las más diversas escenas. Dos chicas tocándose, una joven haciéndole una mamada a un hombre mayor, dos chicos haciendo un sesenta y nueve, tres hombres tapándole cada uno de sus agujeros a una mujer, una chica besando a una pareja mientras follaban, un chico dándole nalgadas a otra chica, dos chicas pajeando a un chico que tenía las manos esposadas a la espalda, un chico follándose a dos chicas consecutivamente con pinzas en los pezones, etc.

            Definitivamente aquello no podía estar sucediendo. La conversación me había trastornado. Pensé en cerrar la puerta y volver a la mesa, pero no podía apartar la mirada de ellos y ellos seguían mirándome. De pronto noté unas manos en mi cintura y me sobresalté. Mi amigo me echó hacia atrás y cerró la puerta, sin que yo dejara de ver aquellas imágenes en mi cabeza. Me llevó hasta la mesa agarrándome de la cintura. La camarera nos miraba. Me sentó en el sofá y esta vez se puso a mi lado, arrinconándome. Cuando vio que empezaba a reaccionar y le daba un sorbo a mi copa me preguntó que como estaba. Pues alucinada, como iba a estar después de lo que acababa de ver. Sonrió por mi contestación. “Si sigues queriendo ir al baño te acompaño”. Lo miré con cara de “estas de coña, ¿no? Yo no vuelvo a entrar ahí”. Y de nuevo una sonrisa en los labios. “El baño está al final de la sala”. Así que después de todo allí estaba el baño. Pues no pensaba entrar, ni pensarlo.

Me quedé callada, pensativa, hasta que note que alguien se acercaba y me puse tensa. La camarera vino hasta nuestra mesa y me preguntó si estaba bien. Mire a mi amigo y me di cuenta de que tenía la mirada fija en mí y que no pensaba contestar. Le dije que sí, que estaba bien, tan solo un poco… sorprendida. Esa no era precisamente la palabra, pero era la que encontré. Con una sonrisa se fue y trajo tres chupitos. “Invita la casa”, nos dijo mientras se sentaba en el sofá de enfrente al nuestro. Mi amigo no dijo nada, todo lo dijo ella. Su nombre era Ana y trabajaba allí desde que lo habían abierto, me explicó el tipo de local que era aquel a la vez que le echaba una mirada recriminatoria a mi amigo por no habérmelo contado antes de llevarme. Se fue cuando la llamaron desde la barra.

Fue entonces cuando empezamos a hablar. Me había llevado a un local liberal sin consultarme. Eso me había mosqueado, pero igualmente me había excitado. Las imágenes de lo que había visto allí aún rondaban mi cabeza. Si me hubiera dicho donde pensaba llevarme seguramente me había negado, pero ya estaba allí y había visto lo que hacían. De repente un hombre se acercó a nuestra mesa. La idea de que venía a por mí me rondó la cabeza hasta que saludó a mi amigo, y éste nos presentó. Alex era un hombre de unos cuarenta años, bien parecido, y con un buen cuerpo. Solo por verle mereció la pena haber ido. La camarera estaba parada detrás de él mirándole el culo. Seguro que aquella no había sido la primera vez que lo hacía, ni iba a ser la última. Se sentó con nosotros y estuvimos hablando del local un poco, preguntándome mi opinión. Le conté mi sorpresa al ver la sala que él había denominado la sala del amor libre, pero mi voz no denotó disgusto. Eso hizo a mi amigo sonreír y en parte yo también sonreí por dentro. Sin cambiar la expresión de mi rostro, le dije que parecía un buen local, que me gustaba.

Ellos siguieron hablando un rato, dejándome un poco excluida de la conversación, y después tal y como vino se fue. Mi amigo me miró sin decir nada. Aunque yo me imaginaba lo que le rondaba la cabeza. Aquella sonrisa que había tenido cuando hablábamos de la sala del amor libre le gustaba. Entonces me lo imaginé a él en la sala, sin ropa, rodeado de los demás cuerpos desnudos y llamándome para que me uniera a ellos, mientras que yo, aún vestida, miraba desde la puerta. Y me imaginé a su alrededor al dueño del local bajándole la camiseta a la camarera para comerle los pechos, mientras ella encantada le sobaba el culo con frenesí.

Parpadeé un par de veces para volver a la realidad. Fue entonces cuando me di cuenta de que mi amigo me miraba extrañado. Sonreí forzadamente, avergonzada de que me hubiera pillado ensimismada en mis pensamientos, como si pudiera habérmelos leído. Cogí el vaso para beber y me di cuenta de que me había terminado la copa. Mi amigo me preguntó si quería otra, pero yo ya empezaba a notar el efecto de las anteriores y me negué. Aun así el llamó a la camarera y pidió otras dos copas. La camarera las trajo y se sentó allí con nosotros. La última pareja que quedaba en el local, aparte de nosotros, estaba entrando en la sala del amor libre. Los demás o estaban allí o simplemente se me habían ido, no me había fijado. Así que allí estaba la camarera de nuevo, pero esta vez no se dé que hablaba. Mi mirada estaba fija en la puerta. Sabía que pronto tendría que decidirme por una de las dos puertas. Una parte de mi quería salir huyendo de allí, mientras que la otra quería quedarse a mirar, incluso a participar. De pronto sentí una mano en el muslo y al girarme hacía él me di cuenta de que no era su mano la que se había posado sobre mí, sino la de la camarera. Sin darme tiempo a pensar se había abalanzado hacia mí, por encima de mi amigo, y me estaba besando. Y me descubrí devolviéndole el beso. Mi amigo le cedió el sitio en el pequeño sofá y se puso en el de enfrente, a mirar cómo me besaban. Sin duda aquello debería de estar excitándolo mucho, pero a mí me estaba excitando aún más. Era mi primer beso con una chica. Recorrimos nuestras bocas con nuestras lenguas, y nuestras manos empezaron a jugar con nuestros cuerpos. No paramos hasta quedarnos saciadas la una de la otra. Levanté la vista y vi a mi amigo con la polla en la mano. Pero no era nuestro único público. Detrás de la barra estaba el dueño del local, y por la posición de sus brazos se podía intuir donde estaban sus manos, ocultas tras la barra. La camarera se fue al sofá de enfrente con mi amigo, y el otro salió de la barra hasta acercarse al sofá donde yo estaba. Así empezó nuestra pequeña fiesta privada.

Jugamos con ellos, entre nosotras, intercambiamos las parejas… y a mi ya no había quien me parara. Todos los prejuicios que pudiera tener antes de entrar allí, se habían esfumado. Acabamos las dos sobre la mesa besándonos, con ellos follándonos cada uno desde un sofá. Paramos un poco y nos sentamos mi amigo y yo en un sofá y ellos dos en el otro. Aquella había sido sin duda alguna una de las mejores experiencias de mi vida. Mi amigo follaba muy bien pero el dueño del local se movía de forma excepcional. Y la camarera le daba el punto que le faltaba cuando de pronto se acercaba a lamerme un pezón o me recorría el pecho con la lengua. Sin duda cuando mejor lo pase fue cuando me tumbaron sobre la mesa y uno me metió la polla en el coño y el otro en la boca, mientras ella jugaba con mis pezones a su antojo y yo le cogía sus pechos y retorcía sus pezones.

Hablamos y decidimos entrar a la sala del amor libre. Dejamos la ropa y nuestras cosas allí y nos fuimos hacia la puerta. El dueño se pasó antes por la puerta de entrada y echó la llave. Mi amigo abrió la puerta y volví a ver una escena parecida a la que había visto cuando yo la abrí. Una escena muy parecida a la que habíamos montado nosotros pero a lo grande, con mucha más gente. Pero esta vez me fijé en algo más que en las personas que estaban allí. Miré más allá y vi las puertas de los baños al fondo, las bancas y perchas que había pegadas a las paredes donde la gente dejaba la ropa, el espejo gigante que había en la pared de la derecha donde me reflejaba la misma escena que allí estaba ocurriendo y daba la sensación de ampliarla más y más. Aquella sala parecía un gimnasio, excepto por un detalle, la barra de bar que había a la izquierda donde la camarera era una chica morena de grandes pechos que iba desnuda. Casi tuvieron que empujarme para que entrara porque había vuelto a quedarme clavada en la puerta.

Lo primero que hice fue acercarme hasta la barra del bar y desde allí crucé entre la gente como pude hasta llegar al baño. Me miré al espejo y fue cuando realmente me percate de que estaba allí, desnuda, y sobre todo me vi la cara. Tenía los ojos brillosos y muy buen color de cara, hacía tiempo que me hacía falta una buena ración de sexo como aquella, y aún me quedaba mucho por disfrutar. Cuando salí los tres ya habían empezado la fiesta sin mí. La camarera se lo estaba pasando muy bien jugando con los dos. Pero pronto yo me uní a ellos. A nuestra izquierda dos chicos se estaban masturbando mirando a los demás, y sin pensármelo mucho me acerqué a ellos y los ayudé con lo que tenían entre las manos. En una de mis miradas a mi amigo supe que su vista no se apartaba de nosotros y su sonrisa iba cargada de una sincera aprobación por su parte. Tanto la camarera como yo estábamos en la misma situación hasta que otra chica se unió a ellos. Entonces yo empecé a cansarme de los chicos y me fui a dar una vuelta por la sala. Me paré a observar a dos chicas que se daban placer, le hice una mamada a otro hombre, me metí en un trío con una pareja, masturbé a un par de chicas, dejé que un tío se corriera en mis pechos y cuando ya había experimentado todas esas cosas volví.

Mi amigo estaba sentado con las piernas cruzadas, solo, y me senté a su lado. La camarera estaba en un grupo de varias personas follando frenéticamente. Y el dueño del local, estaba en la barra follándose a la camarera morena. Apoyé mi cabeza en el hombro de mi amigo y seguí observando. ¿Estás cansada?, me susurró al oído, y negué con la cabeza. Me besó el pelo y empezó a tocarme los pechos. Me incorporé y me senté sobre él cara a cara, penetrándome con su polla tras ponerle un condón. Nos tocaba jugar un poco los dos solos; aunque la sala estaba llena de gente. Subí y bajé sobre él, primero despacio y luego cada vez más rápido. Cuando la intensidad se hizo agotadora para mí me dejé caer hacia atrás y él se montó sobre mí para seguir follándome. Un pezón se colocó en mi boca y lo chupé. Después el pezón pasó a ser un coño e igualmente hice lo mismo. Pero de cintura para abajo era mi amigo el que seguía dándome placer. Empezó a cambiar de un agujero a otro y eso me hacía sentirme aún más excitada.

Así estuvimos hasta que quitándose el preservativo me derramó todo su semen en mis pechos. Después nos tumbamos uno al lado del otro, abrazados, y cerrando los ojos nos concentramos en escuchar aquel concierto de sonidos placenteros. A los pocos minutos la camarera rubia se unió a nosotros, abrazándose a mi lado. Y a ella le fueron siguiendo todos los demás que había en el local conforme iban terminando. Y nos quedamos todos echados, como si estuviéramos dormidos.

Estaba amaneciendo cuando salimos todos del local. Nosotros fuimos los últimos en salir. Nos despedimos del dueño y de las dos camareras, que se iban a quedar a recoger. Nos besamos y mi amigo me llevó a casa. Por el camino apenas hablamos, estábamos cansados. Pero al despedirme le di un beso en los labios y le dije que el próximo día repetíamos. Aún con el cansancio, una sonrisa apareció en sus labios.