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Playa Nudista

en Fantasías Eróticas

Siempre he sentido curiosidad por cómo sería ir a una playa nudista, así que un verano que estaba en Málaga con un amigo le comenté si podíamos ir a una. Al día siguiente me llevó a una que había cerca. Era una cala de difícil acceso, apartada de las playas a las que iba todo el mundo. Desde lejos ya empecé a ver un grupo de gente, todos desnudos, y un cosquilleo me surgió de la boca del estómago. Bajamos y pusimos la toalla cerca de unas rocas. Solo la imagen de toda esa gente desnuda me hizo excitarme. Y eso que no era que hubiera tíos esculturales ni nada de eso, todos eran gente normal y corriente, con sus defectos y sus virtudes. Me quité el vestido y me di cuenta de que me había puesto el biquini debajo. Supongo que era la costumbre.

Pensé que mi amigo se cortaría un poco pero cuando lo miré ya se había quitado los pantalones cortos y se disponía a tumbarse en la toalla. Así que me quité el biquini. Tenía la impresión de que todo el mundo me miraba y estaba empezando a ponerme colorada, pero la verdad es que no me miraba nadie, ni siquiera mi amigo, que estaba buscando algo dentro de la mochila.

Me tumbé bocabajo en la toalla nada más quitarme el biquini. Desde allí podía observar a la gente de la playa y a mí apenas me verían. En ello estaba cuando noto algo frío por la espalda. Me giro un poco y veo a mi amigo con la crema protectora en la mano. Con su argumento de que me voy a quemar, sobre todo por las zonas más blancas de mi cuerpo. Le dejo que me de la crema en la espalda. Pero el sigue bajando y me la pone en el culo con un suave masaje que más que gustarme, me excita. Y sigo observando a la gente de aquella playa con toda naturalidad. Descubro a un chico que la verdad es que no está nada mal y me pongo a observar sus movimientos y los músculos de su cuerpo tan definidos. Me doy cuenta que prefiero fijarme en el trasero a la parte delantera, que para mí eso no tiene mucha importancia. Al igual que me doy cuenta de que no me fijo tanto en los pechos de las chicas para no compararlos con los míos, tan escasos a mi gusto. Mi amigo sigue con el masaje sin que yo diga nada al respecto. Termina con mi culo y sigue por mis piernas.

Cuando termina me dice que me dé la vuelta. Sin apenas recordar ya que estoy desnuda eso es lo que hago. Me doy la vuelta y dejo que mi amigo me haga un masaje por todo el cuerpo, acariciándolo con las manos llenas de crema. Incluso me masajea por zonas que pocos han tocado. Pero lo hace con naturalidad, y aunque su excitación es notable ya que nada cubre esa parte del cuerpo, él no se sobrepasa ni acelera los acontecimientos. Y yo me dejo llevar con ese suave masaje, que me hace cerrar los ojos. Sus manos recorren mis hombros, mis pechos, mi barriga, el ombligo y sigues bajando por mi sexo hasta mis piernas.

Termina y decido que seré yo ahora quien le haga el masaje a él, poniéndole la crema por todo el cuerpo. Hago que se tumbe en la toalla y empiezo con la espalda. He de decir que me recreo bastante en su trasero, donde la piel blanca tiene más posibilidad de quemarse y ponerse roja. Sigo por sus piernas y le hago darse la vuelta. Me despisto cuando el chico al que antes había estado observando se mete en el agua y le veo jugar con las olas. Mi amigo se da la vuelta y sigo dándole el masaje desde el pecho hasta la barriga. Su excitación es más que evidente cuanto más me acerco a su miembro, pero yo hago como si no lo notara. Él cierra los ojos y deja que mis manos le recorran. Y cuando paso por esa parte de su cuerpo la masajeo como a cualquier otra. Termino en sus piernas y se levanta para guardar el bote de crema.

Nos quedamos tumbados, tomando el sol un rato, mientras hablamos. Me pregunta que me ha parecido la playa y si estaba a gusto allí. Pasada la hora dejo de notar la ausencia del biquini y empiezo a ver de lo más natural el que ninguno tengamos ropa. Deja de hacerme cosquillas el estómago y mi amigo deja de estar erecto. Entonces es cuando decidimos que vamos a ir a dar una vuelta. Paseamos por la orilla de aquella cala, dejando que de vez en cuando el agua nos llegue hasta los tobillos o las rodillas. Algunos atrevidos se están bañando, pero la mayoría solo toma el sol. Me doy cuenta que mis pechos se están enrojeciendo un poco y le pido a mi amigo que me eche un poco más de crema. Volvemos a la toalla y nos quedamos tumbados, dándonos la vuelta de vez en cuando.

            Cuando empieza a atardecer la gente empieza a irse y nosotros decidimos hacerlo también. Vuelvo a su casa con la sensación de que había aprendido una gran lección de la vida, y me gusta la sensación de estar desnuda y sin pudor. Esa noche mi amigo tiene que darme otro masaje, esta vez con crema hidratante, ya que muchas zonas de mi cuerpo se han quemado. Y a él también le ha pasado lo mismo.

Al día siguiente volvimos a ir a la misma cala a tomar el sol, y esta vez nos bañamos. No hay nada como sentir el agua salada por todo tu cuerpo. El estar sumergido en el agua como Dios nos trajo al mundo. Incluso cuando voy me quito los pendientes, la tobillera y lo que lleve, para sentirme totalmente en conexión con la naturaleza.

Desde ese día siempre que vamos los dos juntos vamos a esa cala, todos los veranos. Incluso nos llegamos a hacer amigos de aquel chico que me llamó tanto la atención. Y he de decir que ya no hay partes blancas en mi cuerpo, y que no tiene ni punto de comparación la libertad que siento a cuando estoy en una playa atestada de gente y en las que aunque lleves el biquini, todo el mundo te mira.