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La historia de Carlos y su madre. Parte 5

en Grandes Series

Con el desgano visible entre sus dedos, tecleaba a velocidad media las palabras de aquel informe que ya se le había hecho eterno y que debía entregar a media mañana. Frente al monitor, Carlos bebía, de vez en cuando, aquel delicioso café colombiano que degustaba en su taza favorita. De pronto su mirada se perdió y como corceles desbocados, los recuerdos galoparon sobre su memoria.

Era una tarde de verano, acaba de terminar el segundo grado de secundaria y las vacaciones habían comenzado unos días antes. Como todas las tardes de esa calurosa estación, regresaba con el balón en sus manos y con rebosante alegría saludó a su madre, quien saliendo de la casa lo alcanzó en el patio.

-          Voy a bañarme porque voy a ver a Cecilia, dijo, cuando al voltear hacia dentro de la casa grande, su sonrisa y extrema alegría se congelaron al ver sentados en el sofá azul, el favorito de su padre y de él, a su mejor amigo Sabino acompañado de aquel chico odioso, Roberto, a quien todos apodaban “boby”.

-          Hola, lo saludó Sabino, en tanto “boby” solo le dirigió la mirada sumamente seria y hasta amenazante.

-          Hola, dijo, sin mayor entusiasmo Carlitos, y le pidió a su amigo que saliera.

Su madre entró a la casa grande y se sentó frente a “boby”, cruzó las piernas para dejar ver sus finas y torneadas extremidades, quien con golosa mirada no despegaba ni un solo segundo sus ojos de aquella excitante visión.

-          ¿Qué hace ese cabrón acá? Le reclamó Carlitos a su amigo, bien sabes que ni él ni yo nos “tragamos”.

-           No te encabrones, solo me acompañó a saludar a tu mamá. Yo le pedí que me acompañara, mintió, pues él sabía que el papá de Carlitos iba a estar fuera unos días, como acostumbraba, debido a su trabajo, y había convencido a su mamá para que tratara un poco a “boby” pues este se la quería comer. Ya en un rato se va a ir, yo te prometo que me quedó contigo en la noche, insinuándole que pasaría, junto a él, una rica noche.

-          No sé si quiera “eso” todavía, dijo Carlitos. La verdad yo creo que lo mejor es que se vayan los dos, bueno que te lo lleves, no soporto verlo en mi casa.

-          Pero tú dijiste que ibas a salir, que ibas a ver a tu novia.

-          Sí, pero si él se queda acá ni siquiera salgo, soy capaz de no salir con tal de que él no se quede, afirmó con enojo y firmeza a la vez.

-          Está bien, dijo Sabino no deseando contrariar a su amigo, ahorita me lo llevo a otro lado, prosiguió, buscando ganar la tranquilidad de Carlitos y que este siguiera con sus planes de salir a ver a su novia y así quedarse un rato con su mamá.

-          Voy a bañarme y espero que al salir ese cabrón ya no esté aquí.

El repicar del teléfono de su oficina lo sacó de sus recuerdos. Era el jefe, el informe urgía. Tenía que concentrarse en su trabajo, ya habría tiempo para los recuerdos.

Tomó el último sorbo de su café. Colocó la taza con los demás trastos sucios para que la chica del aseo los lavara. Cogió la llave de su auto, dobló su brazo izquierdo y puso en él su saco oscuro, caminó rumbo al estacionamiento. Era invierno y oscurecía temprano. El viento fresco de aquella tarde de diciembre lo despertó de su cansancio, había sido una semana muy pesada. Al agobio del trabajo le seguía lo tormentoso del tráfico, hora y media para llegar a casa, si bien le iba. No tuvo más remedio, puso su música predilecta, se ajustó el cinturón y partió rumbo a casa.

Ese crucero era especialmente enfadoso, a veces tenían que pasar hasta tres cambios de semáforo para poder avanzar en el camino. Carlos, recostó suavemente su cabeza en la cabecera del asiento de su auto, tenía música que no escuchaba, su mente cabalgó nuevamente sobre los recuerdos.

Salió de bañarse y solo encontró a su amigo Sabino charlando con su madre. No le pareció normal, no se creyó que Roberto se hubiera ido. Entró sin decir palabra a la casa grande, su madre, doña Rosy, se le quedó mirando en silencio, caminó por donde creía podía estar escondido. Salió bastante enfadado, se sentía engañado, estaba muy molesto. Subió a su recámara, boleó sus zapatos, se vistió y se fue a la calle apenas balbuceando un adiós.

Lo recordaba bien, era el verano de 1979, aunque en esa edad él no le daba importancia de los meses ni estaciones, hoy en sus recuerdos se daba cuenta del tiempo pasado con mucha claridad. Las calles polvosas de su pueblo envolvían sus zapatos recién boleados. Estaba en una encrucijada, deseaba mucho ver a su novia, pero al mismo tiempo deseaba regresar a su casa para ver qué estaba pasando. Se tranquilizó un poco, se sentó en una banqueta, lo había decidido, estaría solo un rato con su novia y se regresaría lo más pronto posible a su casa.

Regresó a casa cerca de las 8 de la noche. El silencio acompañado de la oscuridad que reinaba en su casa era sepulcramente espantoso. Llamó en voz alta a su mamá, un poco para asustar su propio miedo y otro para saber en dónde estaba su madre. Llegó al apagador de la luz y encendió las lámparas del patio de su casa, aparentemente no había nadie. La casa grande estaba cerrada y la habitación de su madre, aquel viejo cuarto de madera construido en el fondo del terreno también estaba a oscuras y con la cerradura puesta. Tomó la llave de la casa que siempre estaba debajo de una maceta para cualquier imprevisto. Abrió la casa y se dispuso a ver un poco la televisión, no había nada y el sueño lo venció.

El inconfundible ruido del motor del viejo carro de su madre lo despertó, vio el reloj era, ligeramente, después de las diez de la noche.

-          Llamó mi papá, fue lo primero que le dijo -mintiendo- cuando tuvo a su madre frente a él.

-          ¿En serio? Preguntó incrédula, yo le hablé antes de salir, le dije que iría a ver doña Tere y que tardaría un poco.

-          Preguntó si ya habías llegado, continuo con su mentira, realmente quería encontrar algo que le indicara que su madre mentía.

-          Está bien ahorita le marco para avisarle que ya estoy acá.

-          No, está bien, dijo, no llamó, solo te lo decía porque no me gusta llegar a la casa y que no estés.

-          ¡Carlitos! -le gritó su madre- no hagas eso, no mientas así, no me gustan los chicos mentirosos, te ves feo, recalcó.

-          Pues es que en primer lugar no me gusta que ese pendejo venga a la casa, y luego regreso y no estás, le increpó Carlitos.

-          ¿A quién te refieres? A Roberto, pero si solo estuvo como dos minutos hijo, vino con tu amigo, pero inmediatamente se fue, y yo tenía que salir a ver a doña Tere, vamos a hacer una kermesse para la iglesia ahora que se acercan las festividades de San Ramón y teníamos que organizar todo. No me digas que te pones celoso que vengan tus amigos a la casa, le dijo en tono burlón.

-          Ese pendejo no es mi amigo, casi grito Sabino.

-          ¡Carlos! Se impuso la madre, no me gusta que digas esas palabras, tranquilízate hijo, te prometo que ya no vendrá a la casa. “Al menos no cuando tú estés” pensó doña Rosy.

-          Está bien mamá, discúlpame, dijo Carlitos.

Le dio un beso en la mejilla a su hijo, colocó la pequeña bolsa de mano en la mesa lateral de la sala y le dijo “vamos a cenar algo”. Hasta ese momento Carlitos se dio cuenta del entallado y corto vestido que traía puesto su madre. El color verde pistache hacia perfecto juego con los largos pendientes color esmeralda que colgaban de las orejas de su madre y que casi rozaban parte de su hombro. El maquillaje ligero en los párpados de sus ojos, un poco de rubor en las mejillas daban ese perfecto toque al bello rostro de su madre. Curiosamente, reparó en ello, sus labios parecían un poco despintados, como si hubiera comido algo y ello le hubiera despintado sus carnosos y lindos labios. Su cabello recogido en parte y en parte revuelto le daban un aire sumamente sensual, parecía una hembra en celo. El cierre de su vestido que iniciaba en la parte trasera de su cuello y caía hasta la exquisita y fina cintura de su madre estaba recorrida un poco hacia abajo, mostrando algo más de piel de su delicada espalda, era como si no hubiera tenido cuidado, al ponerse el vestido, de que el cierre quedara perfectamente cerrado. Su vestimenta era un poco, como decirlo, tal vez muy coqueta, atrevida, sensual y con aire de descuido al ponerse, como si lo hubiera hecho a la carrera. Había cosas que no encajaban perfectamente. Los pendientes, el maquillaje, lo entallado y corto del vestido y hasta las zapatillas eran perfectas; pero había indicios de que algo no era congruente con ello: el pelo semirrevuelto, el cierre de su vestido algo abierto, sus labios un poco despintados. Su mente voló, se imaginó muchas cosas, no estaba seguro de ello y tampoco se atrevía a preguntarle más a su madre. Quiso preguntarle: “¿dime la verdad, de dónde vienes?” pero mejor se quedó callado y espero la cena.

El día siguiente lo saludó con el calor propio de la zona y del verano. Estaba de vacaciones, no había preocupaciones, su padre regresaría en unos dos o tres días más. Bajó y su madre ya estaba preparando el desayuno. Desayunaron juntos y así pasaron el día, en casa, ayudándose uno al otro y disfrutando, cada uno, de la compañía del otro. Su madre se veía feliz, muy contenta. No quiso arruinar esa felicidad con preguntas o celos tontos.

Con precisión bajó el balón, se quitó, en un exacto quiebre de cintura al último defensa y disparó raso, fuerte y bien colocado que dejó sin la mínima posibilidad al portero del equipo contrario. Era el gol del triunfo y Carlitos lo había anotado. Corrió por el balón y cuando pasó junto al lado del portero del equipo contrario, escuchó salir de la boca de su acérrimo enemigo, el famoso “boby”, decirle:

-          No hay pedo, al rato me desquito.

Él no dijo nada ni quiso ver empañada su felicidad con ese comentario, festejó su gol como nunca.

“Boby” era alto, a pesar de ser un jovencito de su misma edad, era alto y algo fornido; él, por lo contrario, era bajo y delgado, decía que lo había heredado de su madre, quien apenas pasaba del metro y medio de estatura, y él apenas llegaba a los 1.60.

El bochornoso calor lo despertó, era casi medianoche. Estaba semidesnudo, dormía solo con su trusa puesta, le subió un nivel más al ventilador y se quedó sentado unos instantes sobre el filo de su cama. Se refrescó un poco, sintió algo de sed, estaba indeciso si bajar a tomar agua o dormirse, aún era muy temprano. Su sed pudo más.

Más por costumbre que por otra cosa, se acercó a aquella pared de madera del cuarto de su madre. La tenue luz del interior de la alcoba de sus padres era suficiente para observar lo que ocurría dentro de ella. Hacía casi dos años que había descubierto aquel agujero que permitía observar lo que ocurría exactamente sobre la cama de sus padres, se había convertido en su más hondo y predilecto secreto. Solo su amigo Sabino y él sabían de ese escondite que le brindaba los más deliciosos placeres de observar lo que su madre hacía en la intimidad. Esta vez no esperaba ver nada. Solo era la costumbre.

Sus ojos casi se desorbitaron cuando pudo verla en su posición favorita. Con los ojos cerrados, completamente desnuda, volteando hacia la pared desde donde observaba su hijo, doña Rosy estaba recostada sobre su costado izquierdo, la pierna derecha en todo lo alto que le daba y ligeramente doblada hacia atrás recibía los duros embates de su amante que con dureza penetraba su cuerpo. Sus pequeños pero firmes senos bailoteaban ante los ojos de Carlitos, subiendo y bajando con ritmo frenético y desordenado.

No alcanzaba a distinguir quién era, pero no era Sabino, de eso estaba seguro. Su amigo era chaparro y este estaba un poco más alto. Poco a poco el amante de su madre fue moviendo sus piernas para acercarlas al rosto de su madre, como formando unas tijeras. Doña Rosy bajó su pierna y la descansó sobre la escurrida cadera de su hombre. Éste quedaba de espaldas, recostado sobre su costado izquierdo, a Carlitos. No podía verle el rostro. Sus pies casi chocaban con el rostro de su madre. Movía frenéticamente sus caderas y su madre halaba aire y gemía fuertemente a cada instante que sentía ser penetrada por aquella verga que la hacía feliz.

Siguieron cogiendo en esa misma posición durante un buen rato. Algo dijo su madre que no alcanzó a entender, pero él se salió de ella, siguió dándole la espalda a Carlitos, doña Rosy solo se escurrió por la cama y levantó sus nalgas en tanto sus senos y rostro quedaron embarrados en el colchón. Así en cuatro como estaba, empinada, su amante volvió a ensartarla y metérsela hasta el fondo; los gemidos que su madre emitía eran solo la confirmación que lo estaba disfrutando como loca. Él se tocó, estaba más duro que una roca, se sacó su pequeña verga y comenzó a masturbarse suavemente, no quería terminar antes que ellos. Estaba demasiado excitado.

Duraron unos minutos más, el hombre se separó, doña Rosy se sentó frente a él, este en cuclillas se empezó a masturbar frente al rostro de su madre, no alcanzaba a distinguir quién era, aunque la silueta de su cuerpo se le hacía conocida y sin duda alguna también era muy joven. Siguieron en su tarea, él masturbándose fuertemente y ella esperando, con el rostro ligeramente hacia atrás, recibir el baño de la leche calientita que le pedía a su amante.

Carlitos también estaba a punto de terminar, pero quería aguantarse un poco más, quería ver completamente el final, no quería perderse ni un solo detalle.

Los fuertes gemidos que hizo el hombre de su madre le indicaron que estaba terminando, no podía ver exactamente lo que pasaba, pero se imaginaba a su madre bañada en rostro, senos y pelo por el semen ardiente de su amante en turno. Se imaginaba que ella pasaba los labios para saborear el exquisito sabor de la leche ardiente que se vaciaba en ella y que no deseaba desperdiciar sin probar el sabor de su delicioso y joven amante.

Su rostro se desencajó y una mezcla de coraje y odio invadieron su ser cuando al voltearse para tomar papel de la mesa de noche y limpiar su verga aún chorreante y dura, pudo ver que aquel chico que estaba cogiéndose a su madre y que la había hecho disfrutar momentos antes, que la había poseído como nunca lo había visto y que, al parecer, su madre lo había disfrutado enormemente, era ni más ni menos su archienemigo y odiado rival, el desgraciado y pendejo de “boby”.

Sintió una terrible punzada en su estómago, quiso entrar en la recámara de sus padres, lo contuvo el no querer hacerle un escándalo a su madre. Estaba en estado de “shock”, no sabía como reaccionar, estaba muy contrariado. Cierto era que seguía excitado, su verga no podía mentir porque no se había bajado ni un solo milímetro y conservaba la misma dureza de momentos antes. Pero no era posible, no podía ser ese desgraciado quien se estuviera cogiendo a su mamá. Se quedó quieto, se volvió a tocar, recordó nuevamente lo que minutos antes había observado, su cuerpo fue invadido nuevamente por el calor de la excitación, sintió que su leche también hervía y amenazaba con escaparse; continuo masturbándose más fuertemente, volvió a pegar el ojo en la pared de madera, ella sentada en el filo de la cama besaba frenéticamente el abdomen de “boby”, lo tenía pegado a ella, de vez en cuando se besaban ardientemente en la boca, no se separaban ni un instante. Se excitó aún más, continúo con su feliz tarea hasta que sintió que su semilla brotaba, caliente, de su verga y caía, como cada que lo hacía ahí, cerca de sus pies que estaban hundidos en la arena del patio de su casa.

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