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Me encuentro de nuevo con la esposa infiel

en Sexo con maduras

 

Habían pasado unas semanas desde nuestro primer encuentro. Fue breve, pero no podía quitármelo de la cabeza. Recordaba una y otra vez a María encima de mi, sin sujetador, apretando sus caderas contra las mías. Desde entonces casi no habíamos vuelto a tener contacto, la había visto por la calle paseando con sus hijos, pero ni siquiera nos paramos a saludarnos. Los días posteriores a nuestra cita no dejé de pensar en que era una mujer casada, con un marido al que engañaba por disfrutar con mi polla en la boca. Y eso me ponía aún más.

Una noche, estando en el sofá viendo la tele, vibró el teléfono móvil. Era ella preguntando que tal estaba. Estuvimos hablando un rato, la conversación fue derivando a otros temas que, a juzgar por lo que pasó luego, nos pusieron cachondos. Al final no pude por menos y no sin insistir durante un buen rato ella accedió a acercarse a mi casa. Tardaría quince minutos, estaba en una chalet a las afueras y tenía que inventarse una excusa.

Poco más tarde de las diez de la noche llamaron a la puerta, era ella. Había dicho que iba a su casa del centro a por unos libros. Nada más abrir la puerta y sin mediar palabra se abalanzó sobre mi. Tiró los libros sobre la mesa y empezó a besarme. Se notaba que tenía ganas. Estaba cachonda. Metió la mano por mi pantalón y empezó a pajearme. Yo le besaba el cuello y le amasaba las tetas.

Sacó mi polla del pantalón y se puso de rodillas en el suelo. Soltó un "me encanta esta polla" mientras la miraba y se la metió de golpe en la boca ¡Como la mamaba! Agarraba el trozo de carne dura con fuerza y se lo metía una y otra vez en la boca, entero. Notaba como hacía esfuerzos por no atragantarse y eso me ponía aún más. Le hice un gesto para que parara y empecé a moverme yo. Quería follarle la boca. Estuvo un buen rato tragándosela.

Cuando estaba a punto de correrme ella se levantó y se puso a cuatro patas sobre el sofá. Agarré cada nalga con una mano y la embestí. Una y otra vez, se oían mis huevos chocar contra su culo. Ella gemía y pedía más. Jadeaba y hundía mi polla en su coño sin parar. Yo no podía dejar de mirar su culo retumbando una y otra vez. Me encantaba ese culo y se lo decía una y otra. La cogí en brazos y la puse sobre la mesita del salón, ella estaba cada vez más excitada. La empecé a perforar con fuerza, ella se agarraba a los bordes y gemía una vez, y otra, y otra más. Cuando noté que me iba a correr le di la vuelta, la abrí de patas y se la metí a cuatro patas otra vez. Dios, que culo tenía, redondo, gordito, bien arriba. Le pegaba azotes y ella respondía diciéndome "Fóllame, soy tu puta". Eso aceleró mis ganas de correrme en su coño, agarré con más fuerza sus nalgas y la embestí con violencia tres veces más hasta que, por fin, descargué un chorro de leche dentro de ella. No lo decía, pero le encantaba, se notaba en sus jadeos que lo que estaba viviendo conmigo no lo había vivido antes. Yo tampoco, jamás pensé en estar en esa situación, con una mujer que dejaba de lado a su marido para venir a que la follara.

Después, con una sonrisa, se vistió, se despidió con un beso en la mejilla y se fue.

Unos días más tarde volvimos a encontrarnos por la calle. Ella llevaba un vestido primaveral, yo estaba trabajando y paré para saludarla y pedirle un favor de curro. María accedió encantada y me dijo que me mandaría un mensaje.

Una hora después me sonó el movil. Era ella que me invitaba a su casa para darme unos papeles que me servirían de ayuda para mis labores.

En principio iba por trabajo, pero no me podía sacar de la cabeza la opción de follármela en su casa, en la cama donde duerme con su marido.

Llamé al portal. Era una casa antigua, pero elegante, se notaba que había dinero. Subí en el ascensor y, al llegar a su piso, allí estaba ella con el mismo vestido esperándome en la puerta.

Entré en la casa, era enorme. Estuvo enseñándome las estancias mientras hablábamos de trabajo. Dejó para el final la habitación. Entramos. Tenía unas vistas maravillosas, diferentes. Se dio la vuelta para coger los papeles que me había dicho y no pude por menos que mirarla de arriba abajo. De imaginarla follando en la cama, de pensar en lo muy cachonda que la tenía que poner para ponerle los cuernos a su marido. No pude por menos y la agarré por las caderas. María no se resistió, giro la cara y me empezó a besar. Los dos queríamos que sucediera. Sin dejarme casi actuar me sentó sobre la cama y se arrodilló, sacó mi polla del pantalón y se la metió en la boca. Cada día la chupaba mejor. Veía como la saboreaba y la disfrutaba en cada lamida, cada vez que se la metía hasta la garganta.

Cuando se cansó se dio la vuelta y, de espaldas a mi, se subió el vestido y se sentó sobre mi introduciendo mi pene entero, ella suspiró y empezó a cabalgarme. María tenía el mando, yo solo podía seguir el ritmo y ver su culo botando sobre mi. La abracé, agarré sus tetas y, mientras le comía las orejas le susurraba lo puta que era y que me estaba follando en la cama de su marido. Ella parecía encantada, saltaba sobre mi cada vez más rápido, era un puto sueño follármela así. Ni siquiera se había desnudado, solo hizo falta quitarse las bragas y levantarse el vestido, esa improvisación me ponía a mil. Estábmos ahí, sentados uno sobre el otro en la esquina de su cama, ella cabalgaba sin parar, se le notaba excitada por la situación, luego me confesó que nunca lo había hecho ahí con otro hombre que no fuera su marido. Yo quería poseerla aún más, por momentos creía que podría hasta amarla, pero todo era producto de la excitación y mis ganas por acapararla. Empezó a moverse más rápido, a decirme que me corriera, a decirme que era suya y que quería hacer eso para siempre, escondidos, sin gente que supiera nada de lo que pasaba ni que juzgara. Yo le prometí que así sería, si me follaba así no podría resistirme. Ella aceleró aún más y empezó a caer sobre mi polla con aún más fuerza, podía notar como la perforaba por completo. No pude más, sentí como mi pene se ponía aún más tenso, como el semen recorría el tronco y exploté en su coño. Ella sonrió entre jadeos, se veía poderosa. Nos quedamos un minuto relajados y después, como las anteriores veces, me levanté, nos despedimos y me marché. No he podido quitarme del pensamiento ese polvo. Pensar que esa noche durmió con su marido en esa misma cama mientras ella aún chorreaba mi semen entre sus piernas.