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El Abusón

en Dominación

¿No dicen que los que se pelean se desean? En mi caso, lo reconozco: es absolutamente cierto. Desde que vi a la friki de la clase, Laura, mi cerebro sólo ha tenido una ocupación y solo una: encontrar la forma de convertirla en mi putita.

 

Encima es de esas mosquitas muertas que están buenísimas y ni lo saben. La inútil llegó a mitad de este curso. ¿El motivo? Realmente ni lo sé ni me importa, pero he oído algo de que le hacían bullying y tal en otro colegio. Aquí no tiene amigas: las perras de mi clase son unas hijas de puta de cuidado, y le han hecho el vacío desde que llegó. Desde fuera se ve bien claro: les corroe la envidia. Todo ese maquillaje, los sujetadores con relleno y las minifaldas de putilla no pueden competir con el atractivo natural de la friki esta. ¡Y eso que la mongola ni se arregla! Todos los días llega con una camiseta de grupos de esos raros, tipo Iron Maiden o Metallica, con vaqueros descosidos, y el enmarañado pelo rojo anaranjado recogido en una coleta de mierda. Pero aun así la hija de puta está tremenda, mucho más desarrollada que las chonis de mi clase, con una cara preciosa, salpicada de pecas, y unos ojos azules muy claros. Y un culazo y unas tetas de escándalo, a ver si me voy a volver maricón o algo con tanta cursilería.

 

En fin, la cuestión es que al principio intenté ser bueno con ella, ya sabéis. Un don Juan. Educado, simpático... Pero nada de eso funcionó. La muy puta debe ser lista, y me leyó desde el primer momento. "El cabrón este lo que quiere es meterme toda la polla", debió pensar. Además, se empezó a juntar con los panolis de la clase. A mí me hace gracia, porque es super evidente que todos están matándose a pajas pensando en ella y claro, ni media oportunidad tienen. Pero en fin, tampoco nos desviemos.

 

La cuestión es que en un primer momento lo que hice fue lo que suelo hacer siempre que una perra está en plan sieso, que es pasar del tema. Total, será por putas en el mar. Digo... peces, peces en el mar. Lo que sea. Pero es que esta tía está demasiado buena, y me daba coraje y rabia que no quisiera mi rabo, como las chonis de mi clase, que están todas babeándome de una manera que ya da casi vergüenza ajena.

 

Total, que me dio por ningunearla y tratarla en plan cabrón. "¿Qué pasa, culogordo? ¿Hoy tampoco te peinas?" "¿Qué es esa mancha que tienes en la camiseta, lefa de burro?" "¿Todo ese bocadillo te vas a comer? ¿No tienes el culo lo suficientemente gordo ya?" Etc, etc. Al principio la muy sosa pasaba de mis ingeniosos comentarios, poniendo los ojos en blanco y cara de condescendencia. Sus amigos los pardillos me tienen demasiado respeto como para que les entre el complejito de caballeros andantes con la chati, así que no dicen ni mú. Chicos listos, les he enseñado bien.

 

Poco a poco empecé a tocar su fibra sensible, porque cada vez elaboraba un poco más sus respuestas. Al principio me decía cosas estándar, tipo "eso tu madre" o "mira quién fue a hablar", pero al ver que me lo tomaba a coña y escalaba el nivel, ella también lo hacía. "Eres un machista de mierda", "vaya capullo misógino estás hecho", y así. ¿Machista yo? ¡Si lo que más me gustan del mundo son las mujeres! Jaja, esta tía no tiene ni idea de nada.

 

En ese punto estábamos cuando fue la fiesta de la primavera. Yo estaba con unos colegas haciendo botellón cuando la vi pasar con el grupito de frikis.


—¡Anda! ¡Pero si es Laura McPoller y el club de los Pichacortas! —dije a voces. Lo de Laura McPoller es algo que me salió en el momento, pero lo de pichacortas tiene su historia detrás. Tan es así, que los colegas se pusieron rojos como tomates y no dijeron nada, como de costumbre. Laura resopló, molesta.
—¡Anda —dijo—, si es Machiruler Maricomplejitos!

—¿Maricomplejitos, Laurita? ¿Acaso es eso un insulto... Dios no lo quiera, homofóbico?

—Se dice "homófobo", anormal. Y no, no tiene nada que ver... Anda mira, que paso. Ahí te quedas.

—Uh... "anormal"... Creo que eso es un término capacista...

—Es "capacitist..." —En ese momento respiró profundamente, realmente frustrada. Yo sabía que tenía un twitter de esos y que escribía cosas en plan moderno, denunciando las opresiones y todo ese rollo. Llevarla al punto de que soltase esas cosas por la boca quería decir que la estaba desquiciando de verdad. Sin embargo, debió considerar que no merecía la pena continuar con lo que iba a decir, y se fue con sus séquito de pagafantas. Yo continué a lo mío, sin echarle muchas cuentas.

La tarde siguió como suelen seguir los botellones: gente borracha tratando de pillar cacho desesperadamente, alguna que otra pelea, etc. Yo tenía más o menos controlada a mi putilla, que estaba en la periferia más o menos, en un sitio que quedaba medio oculto por una tapia. Sin embargo, cada vez había menos luz e iba a perderla de vista pronto. Parecía que estaba teniendo una especie de discusión con sus amigos los frikis. ¿De qué estarían hablando? No sé por qué, me entró la paranoia de que sería algo que tenía que ver conmigo, así que decidí acercarme por detrás de una tapia y poner el oído. Encima había venido mi club de fans de chonis y estaban venga a decir mongoladas, así que cualquier excusa era buena para pirarme de allí y darme una vuelta.


Sin que me vieran los frikis, bordeé la tapia que delimitaba el espacio destinado al botellón y me coloqué detrás, oculto. Se oía de puta madre.

 

—Es que siempre ha sido así, Laura. Nació gilipollas y morirá gilipollas. Tú no le hagas caso.

—Si tampoco es que le haga caso —respondió ella, con un tono que denotaba que estaba un poco borrachilla—, pero es que es super pesado. No sé cuál es su puto problema, a parte de ser un machista de mierda y tal, claro. Oye y vosotros podríais decir algo de vez en cuando, que os quedáis ahí empantanados...

—Es mejor pasar de él, no hay que añadir leña al fuego —añadió uno con un tonillo de autosuficiencia.

—Ya, eso será... —dijo Laura, irónica. Estaba claro que no compraba esa excusa de mierda. Había calado a sus amiguitos: eran una panda de betas cagados—. En fin, vaya lástima el chaval.
—¿Lástima? —preguntó uno de los frikis, confuso.
—Sí... es que el hijoputa está buenísimo...

Los frikis parecieron ofenderse genuinamente.
—¡Qué va a estar bueno, venga ya! —saltaron— ¡Si es un imbécil de gimnasio!
—Ya, es un imbécil, pero yo qué sé. En fin, no me hagáis caso, he bebido un poco más de la cuenta, no sé ya ni lo que digo...
Este me pareció el momento ideal para intervenir. Estaba claro que hablaban de mí, y estaba claro que a Laurita se le hacía el coño agua conmigo.
—¡Hombre! ¡Si son mis amigos! ¿Qué tal todo por aquí? —dije, haciendo la entrada triunfal.
—Anda, el que faltaba... —dijo Laura. Sin embargo, había algo en su voz que no era como antes. Lo dijo como sorprendida, pero gratamente. Los frikis, sin embargo, se quedaron mudos.
—¿Qué pasa, guarrilla? ¿Te lo pasas bien?
—Me lo estaba pasando bien hasta que llegaste tú.
—Jajaja qué mala eres, culogordo. ¿Te han contado aquí los pichacortas de dónde viene ese mote? ¡Es una historia buenísima!
Los frikis se volvieron a poner rojos como tomates. Laura pareció sonreír durante un segundo. Incluso se inclinó un poco hacia donde yo estaba. Fueron unos centímetros pero yo lo noté. Media polla dentro.
—No, no me han dicho nada. ¿Qué historia? —preguntó medio divertida.
—Da igual, Laura... Ni siquiera es una buena historia, son chorradas... —dijo uno.
—¡Qué coño chorradas, chaval! —le interrumpí—. ¡Es la polla de historia! —realmente era verdad que la historia era una tontería, pero era buena manera de hacerle saber a Laura un par de cositas.
—Fue en la excursión del año pasado. Conseguimos escabullirnos de los profesores para hacer botellón en la playa, con las chicas y tal. Aquí mis amiguitos también estaban presentes... Jajaja
Los frikis no sabían donde meterse. Pero tenía que reafirmar mi dominio para que Laurita no se confundiese.
—El caso es que estábamos borrachos y tal y las chicas dijeron de que los tíos teníamos que competir para ver quién la tenía más grande. ¡Los frikazos estos se achantaron de momento! Y claro, eso está muy mal. No puedes querer estar de fiesta pasándotelo bien con nosotros y luego escabullirte cuando no te interese.
—Hombres... —suspiró Laura, aunque claramente tenía interés en la historia.
—No, no, Laura, no me has entendido. La idea fue de las chicas. ¡Querían ver la mercancía! Hay que ver lo que os gustan las pollas a las tías, ¿eh?
Laura puso los ojos en blanco y decidió no responder a mi comentario, pero noté que durante una milésima de segundo había sonreído, pícara. Claro que sí, nadie es de piedra, cariño. A ti te gustan las pollas tanto como a la que más.

—Total, que una de ellas tenía una regla y nos la dio. Nos dijeron que nos fuéramos y nos las midiésemos y que les contáramos. ¡Y recuerdo perfectamente los tamaños de cada uno de estos capullos! Jajaja
En este punto, los panolis no sabían si irse, si protestar, si intentar reírse quitándole hierro al asunto... A mí me es indiferente.
—Fede es el que más chiquitita la tenía, ¿a que sí, colega? 12 cm... ¡Parecía un lapicillo! —Fede se puso colorado como un tomate y se rió, intentando ser cómplice en mi broma. Vaya mierda de mecanismo de defensa. Laura intentaba no reírse del chaval, pero le estaba costando trabajo. Vaya perra más mala, Laurita.
—Antoñito no era mucho más grande, ¿a que no? Aunque en su defensa hay que decir que siendo tan bajito, es normal. De hecho, comparado con Fede, que es un tallo, está bien. Pero siguen siendo solo 14 cm, colega. ¿Es poco, eh? ¡Además tenía un matojo de pelos horroroso! ¡A ver si te lo recortas un poquito, asqueroso! Jajajaja

Antonio sonrió, claramente molesto y avergonzado. No dijo nada. Parecía que iba a llorar, el pobre.
—Y por último está Jose Luis. La verdad es que mira, tu polla no era tan ridícula, tío. 16 cm es algo promedio según la media nacional. El problema es que la tienes doblada y muy finilla, ¿no? Parece un fideo... Una polla muy fea, colega...
Jose Luis pareció ir a decir algo, pero pasé de él. Me importaba más la opinión de Laura.
—¿Tú qué opinas de esto, Laurita?
—Mira tío, no seas tan básico —me dijo ella—. El tamaño no es tan importante. No todo gira en torno a vuestras pollas...
—Ya, ya —dije, cortándola—. Pero que luego veis un trabuco en condiciones y os caéis de rodillas al suelo, ¿o es mentira?
—Eres un flipado, colega... —dijo ella. Sin embargo, su lenguaje corporal relajado era claramente de interés, no a la defensiva como de costumbre.
—¿Quieres saber cuánto me medía a mí, Laurita? —dije, guiñándole el ojo.
—Ni de puta coña, asqueroso.
—Mejor que le eches un vistazo —dije, metiéndome la mano en los pantalones. La tenía un poco morcillona, así que iba a parecer bien lustrosa. Además, en el sitio donde estábamos quedábamos medio ocultos y total, los frikazos ya sabían lo que había.
—¿Qué coño haces, cerdo? —dijo Laura. Sin embargo, quizá porque tenía ya el puntillo del alcohol, no desvió la vista, sino que clavó los ojos en mi paquete.
26 cm de pura carne magra quedaron al descubierto. Los frikazos miraban para otro lado, pero no Laura. De hecho, se le escapó un "joder" de sorpresa.
—¿Te gusta, eh? —dije. Laura no contestó durante unos segundos, sin apartar la mirada de mi polla. Luego volvió en sí y se volvió a hacer la digna.
—Eres un asqueroso, chaval. Guárdate eso, anda...
—Eh frikis, piraos, anda —les dijo a los panolis mientras me la guardaba. Obedecieron inmediatamente. Vaya panda de pringados.
Yo me acerqué a Laura hasta que pude oler su pelo y notar el calor de su cuerpo.
—Dime al oído, anda —le susurré—. ¿Te ha molado, eh?
Laura no dijo nada, pero no se apartó de mí. Se estaba mordiendo el labio inferior.
—Me lo puedes decir, ya no tienes que hacerte la digna delante de tus amiguitos.
—Eres un capullo, ¿lo sabes? —dijo con una voz melosa. Parecía una gata ronroneando.
—No te haces una idea de cuánto. Ven —dije, cogiéndola del brazo—, que te voy a enseñar un truquito que sé hacer.
Para mi sorpresa, Laura se dejó guiar por mí. Me la llevé a un párking subterráneo que había cerca. Estaba oscuro pero las luces de la calle dejaban ver lo suficiente.

—A partir de ahora eres mi puta personal, ¿lo sabes? —dije, metiéndole un puñado en la entrepierna. Desprendía un calorcillo agradable. Laura no respondió.

—¿Me has oído? —pregunté, pellizcando ahora uno de sus pezones debajo de la camiseta. El sujetador que llevaba era fino y lo llenaba por completo, no como las chonis del relleno. Ella gimió y asintió con la cabeza. En ese momento me metió mano al paquete, notando mi herramienta, que cada vez se ponía más lustrosa. Llevaba semanas muriéndome por ver esas tetas, así que le saqué la camiseta y desabroché su sujetador. Un buen par de tetas, el mejor que había visto en mi vida, bien puestas en su sitio, redondas y grandes, se expandieron libres. Los pezones, rositas, estaban erectos. Yo los pellizqué con más saña todavía, arrancando un gemido de la putita de Laura.
—Venga perra, de rodillas —la agarré del pelo y la guié hacia el suelo. Luego la hice gatear, tirándole del pelo, hasta que quedamos totalmente ocultos en un recoveco.
Se quedó de rodillas, con las piernas bien abiertas, como una perra esperando órdenes. Yo me saqué la polla, semi erecta, y la puse a escasos centímetros de su cara. Laura se quedó bizca mirándola. Yo la agarré del cuello.
—Venga, puta, abre la boca —dije, restregándole la punta de mi cipote por su mejilla. Hilos de líquido preseminal se adhirieron a su piel.
Laura abrió la boca de par en par, obediente. Sin esperar demasiado, le introduje todo mi falo hasta la garganta. Al principio le dio un poco de arcada, pero eso no es mi problema. Sin piedad, empecé a taladrarle la boca, metiéndole casi todo el rabo en su agujero de la cara. Unos lagrimones se le desprendieron de las mejillas, y su piel estaba adquiriendo un tono rojo intenso.
Cuando me pareció que ya no podía más, por cómo se retorcía, se la saqué. Gruesos hilos de baba y líquido preseminal conectaban su boca con mi polla. Laura tosió un poco, respirando con dificultad, pero en lugar de echarse atrás, se relamió. Un par de embestidas en su preciosa carita y ya estaba hecha un cristo: el poco rímel que usaba se había corrido por sus mejillas, y el contorno de la boca estaba glaseado por su saliva y mis fluidos. Los ojos azules estaban enrojecidos y húmedos y su cara en general estaba más colorada.
—Ahora sí que estás guapa, Laurita...
Ella me miró a los ojos con una actitud sumisa y complaciente, y se relamió como una auténtica puta.
—Gracias... —dijo, de nuevo como ronroneando.
—Qué buena eres —dije, justo antes de volver a introducirle la polla hasta la campanilla y proceder a follarle la cara sin piedad.
El ruido de glupglup de la mamada empezó a hacerse cada vez más intenso, y se prolongó durante unos buenos minutos de puro placer. Yo la tenía fuertemente agarrada de los pelos y el cuello y me limitaba a follarla como si fuera una muñeca hinchable, un ser inerte. Mi prepucio se abría camino por su faringe, y gruesos chorros se le deslizaban por la comisura de los labios, cayendo sobre sus preciosas tetas y el suelo. Ella se dejaba hacer como la putita sumisa que era.
—Ven Laurita, que tengo que catar los demás agujeros —dije, sacándole la polla de la boca y poniéndola de pie. La zorra aprovechó para coger un poco de aire. Si antes estaba hecha un desastre, ahora ni te cuento. Con brusquedad le bajé los pantalones y las braguitas, dejando al descubierto un culo grande y terso, suave y blanquito, y un coño con el felpudo bien cuidado y cortito. Vaya mujer...
Con decisión, la puse de cara a la pared y le abrí las piernas, como si fuera a realizar un cacheo o algo así. Ella sacó culo, complaciente. Inmediatamente pude comprobar que su coño estaba chorreando, y parecía tragarse mis dedos.
—Sí que estás mojada, cacho perra. ¿Te gusta que te ponga en tu sitio, eh? Tanto feminismo y tanta mierda y al final mírate, derritiéndote por una buena polla en un párking de mierda.
Laura asintió.
—Es que tienes muy buena polla, cabrón...
—¿Ya no soy machista, cariñito?
Laura se mordió el labio antes de contestar. Yo la tenía sujeta por el culo, pegando su cara contra el frío muro de hormigón.
—Sí que lo eres... —dijo, ronroneando. Un espasmo de placer recorrió su cuerpo.
—¿Es que te pone que sea machista, puta?
—Joder —dijo ella—. ¡Claro que me pone, hostia! ¡Fóllame de una vez y cállate ya!

Yo le di una fuerte cachetada.
—¿Cómo se piden las cosas, mujer?
—P-por favor... —susurró.
—No me convence —dije. Estaba disfrutando de la tortura.
—Por favor, ¿puedes follarme de una vez?
—Qué impertinente, Laura. Te voy a follar, pero como castigo, primero te voy a dar un rato por el culo.
Laura abrió los ojos como platos. Parecía haberse asustado.
—¿Por el culo...?
—Sí, ¿algún problema?
—Nunca... Nunca me han dado por el culo.
—Bueno, para todo hay una primera vez, ¿no? —dije, apretando la punta de mi polla contra su ojete. Parecía muy pequeño para mi rabo, pero no soy el tipo de persona que se echa para atrás ante un desafío.
—Sí... —respondió esa, sacando más el culo—. Pártemelo, cabrón...
Antes de empezar, me agaché un segundo y le escupí en el culo, metiéndole los dedos y lubricándolo bien. Luego, me escupí en la mano y me froté la polla, que de todas formas ya estaba babeada lo suficiente por Laura. Luego, poco a poco, fui aplicando presión con mi ariete, abriendo con cuidado pero con decisión la puerta trasera de la friki de la clase. Antes de darnos cuenta, tenía el falo enterrado hasta los huevos, y comenzaba a dar embestidas cada vez más fuertes.
—¡H-hostia...! —exclamó Laura, con la cara todavía pegada a la pared— Uff... ¡más despacio, cabronazo...!
—¿No decías que querías que te lo partiera? ¡Ahora te vas a enterar, cacho perra! —dije, sin levantar el pie del acelerador.
—¡Hijo de puta! ¡Dame cabrón, dame! —gritó la muy imbécil, como olvidándose de que estábamos en un sitio público. Yo le tapé la boca para que no llamase la atención, sin dejar de castigar su ano.
Tras unos minutos de duras estocadas, Laura empezó a espasmar con intensidad y las piernas le fallaron y casi cae al suelo. Sujetándola con fuerza, seguí dándole caña hasta que pareció correrse del todo, ahogando chilliditos de placer. En ese momento se la saqué y la solté, y ella se desplomó al suelo, quedando sentada, aun con espasmos.
—J-joder... jo-d-der... ¡v-vaya cabrón...! —dijo, con dificultad para hablar y masajeándose el clítoris. Yo estaba divertido por cómo de reventada la estaba dejando. Se iba a acordar de este polvo cada vez que fuese a sentarse durante el próximo mes. Y aun no había empezado con el premio gordo... Con un culo siempre hay que tener un poco de cuidado, ¿pero un coño bien empapado? A un coño se le puede dar toda la caña que uno quiera.
—Venga puta, que aun no hemos acabado —dije, tras dejar que se recuperase un poco—. Ahora viene lo mejor.
La agarré de los pelos y tiré de ella, haciéndola gatear un par de metros.
—Ahí —dije, apretando su cabeza contra el suelo—. Con el culo bien en pompa. Ni se te ocurra incorporarte. Saca coño.
Obediente, arqueó la espalda y dejó al descubierto su precioso y húmedo coño rosa. Yo me coloqué detrás, contemplando las vistas. Me iba a poner las botas.
—Oye... —dijo ella, tímidamente.
—¿Qué quieres?
—¿Sabes? Puedes correrte dentro... Estoy con la píldora.
Yo me reí.
—Claro que me voy a correr dentro, perra. ¿Dónde si no?
Y, tras decir esto, le hundí mi sable hasta el fondo, golpeando la cervix con violencia. Laura ahogó un grito, que quedó interrumpido por mis sucesivas acometidas.
—¡Oooh...! —gimió— ¡C-cuidado...!
"¿Cuidado? ¿Pero qué se ha pensado la tía esta?" pensé, antes de redoblar la violencia de mis pollazos. La muy puta estaba sudando, y el coño hacía un sonido de humedad con cada golpe. Lo tenía encharcado, la muy puta. Era gracioso verla intentar ahogar los gritos, que cada vez le costaba más apagar. Hasta se tapó ella misma la boca.
Finalmente, se puso tiesa como una vela, espasmando de nuevo. Durante unos segundos fue incapaz de respirar, y tenía la boca y los ojos abiertos como platos. Su coño empezó a chorrear líquido como una fuente. pringando todo el suelo e impregnando el ambiente de el característico olor a jugo de coño. Yo la saqué y la dejé retorciéndose en el suelo, contemplando mi creación: Sudada, con mugre del suelo del párking y el pelo revuelto y apelmazado por la humedad de la saliva y los jugos sexuales.
—Estás muy guapa, Laurita —volví a decirle. Ella parecía no escuchar, su cerebro estaba en otra dimensión.
Yo no había acabado, y se me había ocurrido una idea mejor a correrme en su coño. Total, ya habría tiempo para eso.
—Ven, Laurita —dije, sosteniendo su cabeza y acercándola a mi polla, recubierta de sus fluidos vaginales—. En tu coño no me voy a correr hoy, pero te voy a marcar como mía.
En ese momento empecé a pajearme a pocos centímetros de su cara. Ella miraba de reojo, pero no hizo ningún movimiento de protesta; de hecho, pareció ladear la cara un poco para facilitar el aterrizaje de mi lefa. Tras unos segundos, mi corrida salió a presión, golpeando con violencia primero en su mejilla, luego en el entrecejo y luego en la frente. Tres gruesos hilos de lefa blanca y caliente se depositaron en su linda y pecosa cara. Ya era de mi propiedad. Cuando terminé, ella abrió su boca y lamió la punta, dejándola limpia de restos de semen.
—¿Has visto, Laurita? Si al final todas las tías estáis deseosas de que os pille un buen macho con un buen pollón y os ponga en vuestro sitio, ¿a que sí?
Laura sonrió, todavía obnubilada, cubierta de mi semen, mi sudor y sus propios jugos sexuales.
—Sí, señor... —reconoció, sin poder abrir todavía los ojos, y relamiéndose la corrida que empezaba a deslizarse hasta sus labios—. Tienes toda la razón.