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Las perversiones de Penélope CAPITULO II

en Hetero: Infidelidad

CAPITULO 2

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Nos fuimos a la boutique en el coche de mi cuñado y compramos un par de medias negras de red con sus respectivos ligueros, así como un sujetador muy sensual en forma de telaraña que cubría únicamente mis pezones; a su vez, el diseño hacía dar la sensación de que el resto de mis senos estuvieran tatuados por los finos tejidos de la tela. Además, nos hicimos de dos diminutas tangas y tres cacheteros con los bordes de encaje, de esos que cubren solamente la mitad de las nalgas.

—Wooow —exclamó Joan Carlo entusiasmado cuando se los mostré asomándome discretamente detrás de la cortina del aparador—. Te verás como toda una puta.

Le hice señas para que bajara la voz (pues un par de dependientas nos habían mirado como si les hubiésemos matado a la madre) y le sonreí.

Como casi se daban las siete, me apresuré a pagar con la tarjeta que mi marido me había dispuesto e hice por salirnos pronto antes de que a Joan Carlo se le ocurriera fornicarme en el interior del probador de la tienda como había pasado tres veces en el último mes. Recibí la bolsa con las prendas y nos fuimos directo a la escuela de natación, donde nuestro hijo de seis años (al que había hecho creer a mi marido que era suyo) ya nos esperaba sentado en una banca de metal en la entrada.

—¡Tíooo! —cantaleó Carlitos saltando sobre Joan Carlo cuando se bajó del auto para recogerlo—. ¡Viniste!

Carlitos tenía una predilección por mi cuñado muy superior a la que sentía por mi marido. Tal vez sea cierto eso de que la sangre llama, o quizá sería que Joan Carlo era muy consentidor y solía estar más cerca de Carlitos de lo que estaba el propio Andrés, quien se la pasaba en la oficina día y noche.

—¡Mira si has crecido, campeón! —le dijo mi cuñado echándoselo en el hombro y luego haciéndolo girar como si fuese un juego mecánico.

—Eso me dijiste ayer, tío Joan Carlo —contestó el niño cuando fue depositado en el suelo de nuevo y mi cuñado lo dirigía al auto en los asientos de atrás.

—Es que cada día creces y creces y creeceees, campeón.

—Quiero crecer muchísimo, tío —soñó Carlitos con ilusión mientras Joan Carlo le colocaba el cinturón—. Mi papá no es tan alto, y yo quiero estar tan alto como tú.

—Oh, sí, campeón, por fortuna no heredaste nada del blandengue de tu “padre” —murmuró Joan Carlo, suponiéndole tremenda incomodidad pronunciar la palabra “padre” al referirse a Andrés. Aunque al principio a mi cuñado le había dado tremendo morbo saberse el padre de un niño que el cornudo de su hermano iba a mantener, a medida que pasaba el tiempo comenzaba a experimentar extraños celos de que Andrés se llevara todo el mérito del niño como supuesto progenitor. Joan Carlo se sentía desplazado, y me pregunté si de pronto le había llegado el instinto paternal y ahora estaba reclamando el cariño de su hijo por encima de lo que públicamente él era para el niño, solamente tu tío—. Andrés parece una vil caricatura. Pero tú serás diferente, Carlitos. Serás alto como yo y tendrás la hombría que le falta a tu papito.

Era verdad que Carlitos se parecía bastante a Joan Carlo; sus facciones eran muy varoniles, para su edad, sus ojos eran tan verdes como los de su verdadero padre, y el tono de su piel tenía mucho más color que la palidez de Andrés. Las pestañas de Carlitos también eran enormes, a diferencia de mi  marido, y sus labios estaban tan bien formados que parecían una réplica en miniatura de los de mi cuñado. Sí, se parecía bastante a Joan Carlo, pero tampoco es que me preocupara demasiado este hecho, pues por todos es bien sabido que los genes se heredan de una generación a otra, y no sería ni la primera ni la última vez que un hijo se parece más a algún otro miembro de la familia antes que al “supuesto progenitor”.

Carlitos sonrió y luego me saludó cuando me giré hacia atrás para besarle la frente. Tuve que acomodarme la blusa con cuidado para que mis grandes tetas no saltaran de la prenda y los pezones le sacaran un ojo a mi hijo cuando me incliné hacia él.

—¡Mamiiii! —exclamó el niño.

—Mira que por poco no me saludas, pequeño saltarín —simulé reprenderlo volviéndome al asiento. Joan Carlo se situó en su lugar y me miró con descaro las tetas medio salidas de mi blusa y sujetador—. Pareciera que quieres más al tío Joan Carlos antes que a mamá.

El niño respondió con una carcajada mientras recibía una paleta de caramelo de mi parte que le había guardado en mi bolso.

—¿Vamos a tu casa, Penny? —me preguntó Joan Carlo en tanto nuestro hijo disfrutaba de la paleta y él continuaba embelesado contemplándome las tetas.

—¡No, no! —intervino Carlitos—. Mejor vamos a la casa de la bisabuela Conchi. Ayer me prometió que me hornearía galletas.

Joan Carlo finalmente encendió el motor y después nos miramos con complicidad. Si el niño supiera.

—Ay, mi pequeño —le dije a Carlitos con una sonrisa frívola—, a la que van a hornear muy pronto pero en el crematorio será a tu bisabuela misma, antes que tus galletas.

El niño no entendió lo que le dije y se limitó a sonreír, entreteniéndose con su paleta.  

Joan Carlo rió mi gracia y arrancó el auto con dirección a mi casa, que estaba a veinte minutos de la escuela de natación. Durante el trayecto los dedos de Joan Carlo estuvieron buscando mi rajita por debajo de mi vestido, y su cinismo provocó que me mojara de inmediato y comenzara a gemir. Mi clítoris había brotado y mis labios vaginales se habían vuelto a hinchar. No importaba que hubiésemos acabado de coger como perros en celo, otra vez estábamos calientes y yo estaba segura de que repetiríamos en cuanto llegáramos a mi casa.

—Oooh. —Se me escapó un gemido que no pude contener, cuando un cosquilleo en mi interior hizo estremecerme.

—¿Qué tienes, mami, por qué te quejas tanto? —me preguntó Carlitos preocupado alargando el cuello hacia donde yo me encontraba. En ese momento me había desabrochado el último botón de mi blusa y comenzaba acariciarme las tetas con el largo de mis uñas.

—Ahh, ahhh, es que… es que me duele un poco la panza —le mentí.

Joan Carlo siguió introduciendo sus dedos, que incluso eran más gordos y largos que la polla de mi marido, y yo proseguí con mis jadeos involuntarios producto de mi cosquilleo.

—Mami, ¿por qué el tío Joan Carlo te mete los dedos ahí abajo?

       Por un momento me asustó el hecho de que mi hijo estuviera mirando aquello, pero al tiempo me puso cachonda saberme masturbada por mi amante mientras el pequeño, por su edad, se figuraba cosas desde la parte de atrás del auto. Si supiera lo puta que era mamita seguro se habría sobresaltado. 

—Es… porque me está sobando, mi amor. ¡Ahhhh! —le dije, prorrumpiendo en otro largo y excitante gemido.

—Pero ahí no es tu pancita —reflexionó Carlitos. Al parecer había sacado mi inteligencia.

—Es que el dolor me bajó entre mis piernas —justifiqué.

—¿Te duele porque comiste muchos caramelos hoy?

—Sí, mi amor, sí —le contesté cuando advertí que líquidos calientes procedentes de mi coño manaban con diabólico afán desde mis entrañas.  

—¿Y mi tío te está sobando para que ya no te duela?

—Sí corazón, sí. El tío Joan Carlo es muy amable conmigo. Ya sabes lo que papi piensa sobre los caramelos.

—Que no debemos de comer muchos caramelos porque luego nos enfermaremos como me pasó a mí la última vez.

—Por eso tienes que guardarle el secreto a mami, mi amor —le hice prometer a mi hijo, que estaba presenciando cómo el hermano de su papi me masturbaba con más pujanza y poderío—. No puedes decirle a papi que el tío Joan Carlo me estuvo sobando aquí abajo porque entonces se enfadará con mami.

—¡No, no, cuando papi se enfada es muy malo! —contestó Carlitos asustado—. No le diremos que comiste caramelos y que el tío te estuvo curando tu dolor.

—¿Me lo prometes?

—Sí, mami, sí.

—¡Ahhhh! —exclamé de nuevo cuando Joan Carlo clavó otro dedo en mi vagina.

Pero entonces tuvimos que parar, porque llegamos a casa.

A esas horas las mujeres del servicio ya no estaban, así que le pedí a Carlitos que se adelantara a su cuarto para que se cambiara de ropa mientras el tío Joan Carlo y yo parqueábamos el auto en el garaje.

—¡Pero tú estás loco, Joan Carlo! —le exclamé a mi cuñado cuando Carlitos desapareció.

En ese momento mi cuñado estaba devorando mis redondas tetas (que había sacado de mi sostén con la rapidez de un ventarrón), mordisqueando mis pezones y ensalivándomelos.

—¿Qué te asusta, cuñadita? —me preguntó mientras me mamaba los pezones—. ¿Qué Carlitos sepa que su mamá es la más zorra y puta del país?

—Ven, vamos adentro —lo insté cuando noté el abultamiento de su pantalón—. Quiero que me cojas como la puta que soy antes de que tu verga te explote en el pantalón. Lamentaría ya no tener un falo qué comerme.

Me acomodé las tetas dentro de mi blusa, cogí el bolso con mi ropa interior y me interné a mi casa, dirigiéndome a mi habitación donde mi marido y yo dormíamos.

Nada más llegar, le eché cerrojo a la puerta, me arranqué la blusa, la falda y el sujetador, y me tiré sobre la cama abriendo mis piernas como compás, sujetando mis piernas con mis manos a fin de que mi cuñado tuviera una visión directa de mi coño mojado.

—¡Estás buenísima, cabrona! —exclamó Joan Carlo quitándose la camisa, el bóxer y el pantalón. Su cuerpo atlético no pasó desapercibido ante mis ojos—. ¡Mira cómo estás de dilatada! ¡Me encanta tu cara de zorra traga pollas!

—¡Anda, pues Cabrón, mete tu lengua en mi coño, y luego clávame tu verga hasta que tus huevos reboten en mi culo!

—¡Eres una puta, cuñadita, una vil puta! —dijo gruñendo, sacudiendo su enorme falo caliente frente a mí.

—Y no soy cualquier puta, cuñadito; soy tu puta.

—¡Me encantan tus enormes tetas, desde que te las operaste pareces actriz porno; y esas grandes aureolas oscuras, ufff, Penny, parecen galletas!

—¿Te gustan? —le pregunté, mordiéndome pezón por pezón con una mirada morbosa y pervertida.

—¡Mira cómo me la has puesto de dura, maldita mama pollas, como pata de palo! 

—¿Y qué esperas para metérmela en la boca?

Y dicho esto me incorporé, me puse de rodillas en el borde de la cama matrimonial donde había dormido con Andrés desde que nos casamos y me llevé la polla de su hermano menor a la boca. Recorrí cada trozo de su carne primero con los labios y luego con la lengua. Al llegar al glande la mordí suavemente con los dientes y luego me la tragué hasta que su cabeza tocó la campanilla de mi garganta. Un mar de babaza se formó en mi boca y comencé a empapar el falo de mi macho con ella. Ante cada tragada, Joan Carlo jadeaba. Nuestras miradas estaban fijas, una con la otra. Sus ojos miraban a la mujer de su hermano tragándose su polla, como una gatita en celo, con el labial corrido y con saliva y babaza emergiendo por las comisuras.

De pronto me incorporó con violencia y me dijo;

—Anda, puta, ponte a cuatro patas en el borde de tu cama matrimonial. Levanta el culo, con tus manos abre bien esas dos enormes masas de carne que tienes en el culo para que yo pueda ver tu rajita mojada abierta, y asegúrate de que tu cara quede junto al buró de al lado de la cama, mirando el retrato del día de tu boda, donde sales tú y mi hermanito con esa hermosa felicidad.  

Sin dilación hice lo que mi macho me ordenó; me puse en cuatro patas, levanté el culo lo más que pude, abrí mis dos nalgas con el propósito de que mi jugosa vagina brillara ante sus ojos y miré fijamente el retrato del día de mi boda con su hermano. De pronto, sin decir agua va, sentí como un gran trozo duro de carne invadía mis entrañas tocando todas mi fibras nerviosas, estremeciéndome de pies a cabeza y arrancándome un alarido de placer.

Cuando empezaron las duras envestidas, la ancha cabecera de la cama comenzó a golpearse contra la pared con reiterados “Pam, pam, pam, pam”, y el golpeteo se unió acompasadamente al vulgar sonido del choque de sus enormes huevos contra mi pelvis, que se escuchaban así “Plash, plash, plash, plash”

—¡Así, así, así papi, así! ¡Dame duro, mi amor, reviéntame la concha! —“Pam, pam, pam, pam”.

—¡Ahhh, que caliente y mojada estás, zorrita mía, y mira cómo de rico te mueves, como una locomotora! ¡Sigue así, cuñadita, sigue moviéndote así de delicioso! —“Plash, plash, plash, plash”

Entonces, cuando me cogió de los pelos para elevar un poco más la cabeza hacia el retrato de mi boda, la voz de nuestro hijo apareció el otro lado de la puerta.

—¡Mami, mami, ¿por qué gritas tanto?, ¿estás bien?

Al escuchar su aguda voz estuve tentada de aventar a Joan Carlo de la cama y salir corriendo con mi hijo y explicarle de mil formas una excusa que respondiera a su pregunta; pero un morbo tremendo de saberlo cerca, con la ignorancia de infante que lo hacía incapaz de imaginar que su mami estuviera follando con su tío en la cama donde sus padres dormían, y a veces él mismo, me prendió más y me puso más cachonda.

—¡Mami, ¿estás bien?! —volvió a preguntar, golpeando la puerta.

—Ahhhh, sí, síiii amor, mami está bien —respondí agitada.

Joan Carlo se puso como un terremoto; lo noté porque tras este bochornoso episodio (y morboso también) arreció las envestidas con más vehemencia, haciendo incluso que el colchón lograra golpear el buró y que el retrato de mi boda con Andrés comenzara a saltar sobre el mueblecito, de tal forma que se me figuró ver que Andrés reía, feliz de que su hermano menor se estuviera cogiendo a su amada esposa.   

—¡Estás gritando muy fuerte, mami! ¿Te duele mucho? —quiso saber Carlitos todavía mortificado.

—¡Mucho, mucho, pero el tío Joan Carlo me está curando!

“Plash, plash, plash, plash”

—¡Tío, cúrala bien, por favor, no quiero que mami sufra!

—Sí, campeón, tus ordenes son ley —gritó Joan Carlo con demoniaca tonada, y al instante me propinó un par de nalgadas.

“Pam, pam, pam, pam”.

—¡Métela, métemela más duro, Joan Carlo, duro!

—¿Qué te está metiendo el tío, mami?

—Una… inyección, mi niño, para curar a mami. Pero está muy gruesa y duele. ¡Ahhh!

—Tío, no la lastimes.

“Plash, plash, plash, plash”

—Eso intento, campeón, pero mi jeringa es demasiado gruesa, larga y carnosa. Es inevitable.

—¡Pero me voy a curar, mi amor! —intervine yo—. Dile al tío Carlo que me la meta duro, para que mami se cure pronto.

Ríos de fluidos vaginales escapaban de mi rajita, mojando la verga y huevos de mi amante, aumentando el sonido de los chasquidos de los vaivenes.

—Tío, métesela duro, por favor, mami quiere que se la metas duro —le pidió el inocente de Carlitos.

—¡Si, campeón, eso hago, eso hago, si vieras cómo está tu mami seguro te mueres!

—¿Cómo? —preguntó el niño.

—¡Se le salen los ojos, campeón, a tu mami se le salen los ojos con cada penetrada!

—¿Se le saldrán los ojos a mami?

—¡Y también un orgasmo enorme, está explotando, me está mojando, campeón!

—¿Eso qué significa, tío?

—¡Que se está curando, por eso grita tanto, ¿la oyes?! Está feliz, mami está muy feliz, por eso grita como gata.

—Ahhhh… sí, así… que ricoooo. Ahhhh, que ricoooo —gritaba yo, mientras tanto. Sentía un cosquilleo en todo el cuerpo, y una sensación de escalofríos que me curtían el cuero.

—¿Estás mejor, mami?

—Muuuucho mejor. ¡Ya me estoy curando! Dile al tío que no pare, que me la siga metiendo.

—Tío, no pares, sigue metiéndosela a mami, que se está curando.

El respaldo siguió chocando contra la pared, y el cornudo de mi amado esposo continuó sonriendo, mientras el retrato saltaba y saltaba… y saltaba sobre el buró, hasta que Joan Carlo y yo nos vinimos y el retrato se precipitó sobre el piso y se rompió el cristal en cientos de pedazos.

Del orgasmo que tuve casi sufrí una arritmia cardiaca.

 —¡AHHHHHHHHH! —exclamé eufórica—. ¡Estoy curada, Carlitos, mami está curada!

—¡Urra, mami, urra! —exclamó feliz—. ¡Y todo gracias al tío Joan Carlo!

—¡Pero recuerda que papi no debe de saber que el tío me curó!

—¡Prometido mami!

Joan Carlo cayó rendido junto a mí, y apenas me estaba limpiando el semen que salía de mi conchita, junto a mis fluidos vaginales, cuando recibí un whassap de mi marido que decía:

—“Mi Penny hermosa, la abuela Conchi ha recuperado el sentido”.

En ese momento sentí que toda la sangre descendía hasta los talones, mirando a mi amante con un terror indescriptible. Le enseñé el mensaje y él me observó con el mismo horror que yo debí de tener pintado en el semblante.

—¡Esto no puede ser! —le dije con los labios temblorosos—. ¡La vieja está viva, y nos descubrirá ante Andrés y el resto de la familia!

—¿Y qué vamos a hacer ahora, Penny? —dijo Andrés, acariciándose los testículos por los nervios.

—Ir a ese maldito hospital y callarle la boca a la vieja para siempre, antes de que destruya nuestro futuro —respondí con frialdad.

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Continuará.

La historia es ficción y solo pretende entretener. Recibo sus comentarios aquí en todorelatos, en mi facebook de autora https://www.facebook.com/jos.lira.16 o en mi correo electrónico. Besos para todos.