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¡Ay, Rodrigo!

en Gays

Rodrigo no recordaba haber estado tan caliente en su vida. No recordaba haber tenido ningún sueño picante, ni había tenido ningún encuentro calenturiento recientemente, pero daba igual. Esa mañana le había despertado el dolor de un miembro duro e inflamado levantando la sábana. Tuvo que sentarse a mear para no montar un estropicio y dio gracias a tenerla de un tamaño comedido, porque tuvo que colocarse la erección bajo el pantalón y ocultarla bajo una bolsa estratégicamente colgada.

Fue un infierno.

A ratos se le bajaba, pero no necesitaba demasiada provocación. Si veía un pantalón corto se le ponía dura, si veía un brazo torneado se le ponía dura, si le gustaba el peinado de algún tío se le ponía dura, si veía una cara atractiva se le ponía dura. Pensó en gatitos, en broncas de jefes, en problemas domésticos, en facturas y en cementerios, pero dio igual; no había manera de mantener la erección a raya aquella mañana. Así que cuando tuvo un respiro en el almacén, deslizó el móvil y los cascos en el bolsillo y corrió al cuarto de baño.

No había nadie, así que se metió en un cubículo, echó el pestillo y se bajó los pantalones. En aquel momento la tenía un poco flácida, pero el roce del aire fue suficiente para que empezara a curvarse hacia arriba. Se colocó los cascos y empezó a buscar vídeos mientras se acariciaba el capullo con círculos lentos, estremeciéndose con aquel agradable cosquilleo. Cambió de vídeo varias veces: una pareja de americanos cachas, un cámara checo persiguiendo adolescentes, una orgía… nada terminaba de convencerle. Se agarró el rabo con fuerza y empezó a sacudírselo mientras pensaba en qué le apetecía, pero a pesar de que el calentón lo estaba sacando de sus casillas no lograba alcanzar la suficiente excitación para librarse de aquello.

Se la sacudía con violencia. La fricción molestaba y el brazo se cansaba. Se escupió en la mano y continuó mientras los músculos del torso se le tensaban y las venas del cuello se le marcaban. Su respiración era cada vez más fuerte y ruidosa, bufidos que no le preocupaban que pudieran ser escuchados. Empezó a fantasear con aquello, con que alguien le escuchara y se asomara por encima de la pared del cubículo. Sorprender la cara asombrada de algún compañero que se quedase mirando cómo se sacudía la polla. Pero no tenía ningún compañero especialmente atractivo ni carismático, la mayoría de ellos eran tipos pasados de edad o poco preocupados en su salud. El miembro empezó a ablandarse entre sus dedos, y el poco placer que había logrado producirse empezó a desvanecerse con la falta de inspiración.

Era mejor que nada. Seguía caliente, pero no tendría que disimular la erección.

Mentira. Ni diez minutos después, mientras estaba trabajando en la cadena, empezó a sentir la tensión otra vez en sus pantalones. Fue una jornada lamentable.

En el bus de vuelta a casa se sentó en los asientos del fondo y sacó el teléfono. Estaba cachondo y cabreado, porque necesitaba algo pero no entendía el qué. Se había aburrido de masturbarse, llevaba tiempo sin poder acostarse con nadie y, de todos modos, era nuevo en la ciudad; no conocía a nadie interesante o en quien confiara un mínimo. Pero aquel calentón necesitaba una solución rápida, así que bajó las expectativas, sacó el móvil y se dejó llevar por la necesidad de romper con la monotonía. Abrió la app y empezó a mirar las fotos subidas de tono de diferentes perfiles. Al principio miraba de reojo a su alrededor para asegurarse de que nadie se le acercaba, pero no tardó en ignorar el mundo y concentrarse en las fotos de torsos atléticos; segundos más tarde no dudaba en ampliar las fotos de vergas gordas y tiesas, aunque los perfiles no terminaran de parecerle atractivos. Incluso empezó a sobarse por encima de la ropa aprovechando el traqueteo del autobús y la mochila para disimular, teniendo cuidado sólo con la cámara de seguridad colgada del techo.

La verdad es que no encontraba nada de interés en la app y la única razón por la que seguía mirando es que encontraba algo de placer en el riesgo. Las fantasías volvieron a asaltarle. Se imaginó un tipo cachas y joven, con ropa corta y de deporte, tal vez rubito y bronceado, subiendo al bus y sentándose al lado. Se imaginó cómo lo miraba de reojo y, en vez de alarmarse, le sonreía y abría sus piernas. Imaginó lo sexy que sería poder viajar rozando las rodillas y aprovecharse de alguna curva para deslizar la mano sobre el paquete del desconocido con disimulo. Pero el problema de Rodrigo es que era un tipo con bastante poca imaginación, que no lograba aventurarse más allá de lo que hubiera visto en cualquier vídeo porno porque no era capaz de tomárselo en serio. Rodrigo siempre andaba pensando en los pros y los contras, en los riesgos y en las consecuencias, y aquello siempre lo desviaba a la ruta más segura pero también a la más aburrida. Le gustaba pensar que era un tipo precavido y listo, pero a veces se preguntaba si no era demasiado comedido.

Entonces se detuvo en una foto.

Al principio le pareció que era un jovencito, pero según el perfil tenían una edad parecida, aunque era más bajo y esbelto, con un torso definido y unos pantalones de deporte grises ocultando sus piernas y sugiriendo sus atributos. Era sexy, y estaba a cincuenta metros.

Cuando cargó la página de nuevo la distancia aumentó a medida que el autobús se alejaba. Mandó a tomar por culo sus preferencias y prejuicios. Normalmente se hubiera tirado a por alguien con más pelo y rostro más maduro. De hecho, para ser sinceros, se habría limitado a fantasear con alguno de sus amigos del pueblo. Pero necesitaba darse un respiro o se volvería loco.

         Hey. 20:47.

Saludó. El bus continuó traqueteando mientras esperaba la respuesta.

 Hola, guapo

Bonita foto. 20:51.

Aquello le sorprendió y le dio mala espina. Sólo tenía puesta una foto de su paquete abultado en unos calzoncillos rojos. Era una foto vieja de un tiempo en el que comía más y se movía menos, hecha con un móvil barato; se le notaba la curva de la barriguita peluda y era de lo más irrelevante.

         Lo mismo digo. 20:51.

Pero le dio igual. Si podía sacarle un par de fotos picantes y algún video subido de tono, tal vez obtendría la suficiente excitación para poder correrse de una vez y volver a la normalidad.

Qué buscas? 20:51

         Lo que todos, no? 20:52

Para ahora? 20:52

Le pareció muy lanzado. En la foto de perfil no salía especialmente agradecido y sin embargo el chaval iba a por todas, así que empezó a sospechar que estaba un poco desesperado. Tal vez la foto que había visto era robada, así que empezó a revisar las demás. La cuestión es que había varias más desde diferentes ángulos: reflejos en el espejo, de su culo marcándose a través de la tela, desde arriba mostrando sus labios carnosos y el torso cubierto de sutiles pelillos rubios.

         Estoy en un bus. 20:53

Genial me va el morbo. 20:53

         Ah sí? 20:53

 

Le siguió la corriente. Y le respondió con una foto de su cadera. Sujetaba la goma del pantalón a la altura del muslo, mostrando la marca de la uve y la cinturilla de un calzoncillo. Su entrepierna permanecía oculta bajo un pantalón deportivo negro, pero la curva de un glúteo depilado y bien formado resplandeciente al flash era completamente visible, al igual que lo era el fondo oscuro: se veían farolas a lo lejos, bancos en penumbra y setos en los bordes de un camino de tierra. Se le puso dura de inmediato.

Dónde estás? 20:54

Quieres venir? 20:54

Por ver el resto, digo. 20:54

 

Lo siguiente que se cargó era un vídeo. La cámara se balanceaba con el brazo que la sujetaba, pasando desde la pelvis cubierta por el pantalón deportivo junto al costado, alumbrando un culo bien puesto y al aire, mientras el dueño caminaba tranquilamente por un parque en penumbra. Se dio un azote y se subió el pantalón.

A ti te va el morbo? 20:55

Ahora mismo me va todo. 20:55

Pues te toca. 20:55

El calentón empezó a aflojar. Miró a su alrededor y los nervios se volvieron a apoderar de él. El bus iba lleno a esas horas y había una cámara de seguridad en el techo, no era el momento ni el lugar pero no quería desaprovechar la oportunidad.

Te rajas? XD. 20:56

Espera. 20:56

 

Bajó del bus en cuanto pudo y echó un vistazo rápido a su alrededor. Se desvió por una de las calles estrechas y buscó un recoveco.

Estoy esperando :P 20:58

Apoyó la espalda en una pared y miró a un lado y a otro, revisó las ventanas y los balcones mientras se bajaba la bragueta, abrió la cámara del móvil y tragó saliva. Estaba temblando y sudando. Pero no sólo de miedo. Estiró la goma del bóxer y sacó la foto, luego se apresuró a colocarse todo en su sitio.

Oscura, pero me vale. 21:04

Era verdad. En la foto apenas se distinguía su miembro corto y grueso, con las venas bien marcadas y el glande brillante al flash de la cámara.

Tienes fetiches? 21:04

A parte de fotos en público?

Es la primera vez que hago algo así. 21:04

Y te mola? 21:04

Sonrió.

         Estoy cachondísimo xD 21:04

Jajajaja

Te ponen los secuestros? 21:04

El calentón volvió a flaquear.

A qué te refieres? 21:04

Nada raro

Te gustaría cogerme? 21:04

No sé si te entiendo xd 21:04

Me pone que me empotren

Y llevo condones

Siempre, por si acaso ;)

Y ahora mismo me pondría mucho que vinieras

a buscarme y fingieras que me asaltas. 21:05

En un parque? 21:05

No hombre

Eso sólo lo hago en fiestas

Que es más fácil disimular xD

Hay un baño público. 21:05

Y quieres que vaya y te agarre por

la espalda o cómo? 21:05

Pues sí

Que si quieres lo hacemos normal 21:05

Mejor

Que si me equivoco de tío se puede liar. 21:05

Cuántos tíos con el culo al aire crees que

hay en el parque ahora? 21:06

Buen punto xD 21:06

Mira, tu vente a los baños que hay cerca de la

pérgola y te lo piensas por el camino

No me dejes tirado

A ver si me va  a secuestrar otro. 21:06

Respiró hondo y se lo pensó. Aquello era estúpido e irresponsable, y si no hacía algo pronto le estallaría el botón del pantalón.

Dónde? 21:06

 

El chaval le indicó la dirección y puso rumbo al parque. Tenía la boca reseca, sudaba, ocultaba las manos temblorosas en los bolsillos y se preguntaba qué cojones estaba haciendo. Apenas se había enrollado con cinco o seis desconocidos, y sólo dos de ellos habían llegado o le habían llevado hasta la cama para tener una noche de pasión tradicional. Por otra parte, sí que recordaba algún magreo aventurado en el instituto, cuando las hormonas mandaban más que el sentido común, pero nunca había siquiera pensado en acudir a unos baños públicos para acostarse con un desconocido. No acostarse, asaltarlo. Fingir… ¿el qué? ¿un secuestro, una violación? Que no era quien para juzgar los fetiches de cada uno pero, ¿qué decía eso de aquel tío? Se arriesgaba a llevarse un susto, a buscarse problemas, y si no tenía cabeza para cuidar de sí mismo no iba a tener cabeza para evitarle los problemas a otro.

Dio media vuelta e intentó olvidar el tema. Era lo mejor. Aunque la situación le excitaba. No es que llevara todo el día con el calentón encima, se había pasado largas horas con el miembro duro bajo el calzoncillo pero no tenía nada que ver con aquel deseo que hormigueaba en su vientre. La polla le palpitaba bajo el pantalón y cada vez que cerraba los ojos sentía que se desvanecía mientras empezaba a imaginar la situación.

Volvió a dar media vuelta y aceleró el ritmo. No quería volver a joderla. No era un tipo especialmente atractivo pero tampoco había tenido pocas oportunidades en el pasado, las había desaprovechado por tímido, por rallarse más de la cuenta calculando unas consecuencias absurdamente exageradas mientras intentaba reafirmarse con pretextos morales sobre cómo debía funcionar el sexo según lo que la gente hablaba de cara a la galería. Pero ahí estaba la app. Docenas de esos tíos eran cuarentones casados que no eran maricas pero querían comer rabos, eran la misma gente que por la mañana vestía formal y hablaba de lo mal que estaba la sociedad, lo peligrosas que son las redes sociales y lo descarriada que estaba la juventud. Por el amor de Dios, ya no tenía diecisiete años. Malvivía solo, estaba soltero y tenía al día todas sus responsabilidades.

Un polvo era lo que necesitaba.

Bajó las escaleras que daban acceso al baño, pero se detuvo. Esta vez no estaba dudando, estaba replanteándose cómo afrontar la situación. El chaval le había pedido que lo asaltara y, por una vez, quería dejarse llevar, así que se preguntó cómo hacerlo. Se echó la capucha de la sudadera y bajó paso a paso pegado a la pared, procurando no hacer ruido; se asomó a la sala y vio a dos personas. Uno era un hombre de mediana edad apoyado junto a la puerta de un cubículo del que salía una voz infantil, el otro estaba de espaldas en la pared del fondo, utilizando uno de los urinarios. Los pantalones de deporte se parecían a los de la foto.

Entró en un cubículo, cerró la puerta y sacó el móvil esperando a que el niño y su padre se fueran. Revisó la foto. El pantalón era del mismo tipo, eso era seguro, y la dirección era la correcta. Sería muy mala pata que habiendo sólo una persona allí se fuera a equivocar. La puerta de al lado se abrió, escuchó el agua de un grifo corriendo y al padre apremiando al niño.

Tardas? 21:17

El mensaje iba acompañado de una foto que despejó todas sus dudas. La tenía delgada y larga, con pelos rubios y rizados en la base, enmarcada en un urinario. Empezó a escribir una respuesta, pero la borró.

Sí lo siento

Dame 5 min. 21:18

 

Sonrió. Tomó aire. Abrió la puerta y se dirigió a los lavabos mirando de reojo hacia los urinarios. El tipo se giró a mirarle, pero fingió que se refrescaba la cara para taparse el rostro. Lo mismo daba, porque todo lo que ese tío conocía de Rodrigo era una foto de su paquete hace tres años y una foto de su miembro hacía un cuarto de hora.

El chaval volvió la mirada al frente y se percató de que tenía un brazo doblado a la altura del torso y el otro describía movimientos lentos y repetitivos. Estaba mirando el móvil. Rodrigo echó un vistazo hacia la puerta de los baños y agudizó el oído, no escuchaba a nadie y no podía arriesgarse a que el chico cambiara de idea. Comenzó a caminar con lentitud hacia él, apoyando todo el peso en el borde de los pies para amortiguar todo el ruido posible. Su cinturón era de clip, así que no le costó aflojarlo sin llamar la atención; soltó el botón y bajó la cremallera mientras se le acercaba. Y cuando al fin lo tuvo a su alcance, pasó el brazo por encima de su hombro y tiró de él hacia detrás mientras le empujaba con la cadera.

–Me han dicho que quieres un secuestro –le susurró al oído.

El chaval no se resistió. Rió y empujó sus nalgas contra el bulto apretado bajo los bóxer. Rodrigo deslizó la mano alrededor de su cintura y le agarró el miembro con fuerza.

–Creo que no has pillado lo del secuestro –un gemido le interrumpió–, pero me gusta.

–Es mi primera vez –se disculpó riendo.

–Si quieres te enseño –respondió mientras apretaba su trasero y deslizaba las manos en busca de los brazos de Rodrigo.

–¿Y cómo se secuestra, listillo?

–¿Estás seguro que no te va a molestar? –replicó mientras le acariciaba los brazos.

Rodrigo tardó un instante en decidirse, pero la situación le parecía graciosa y excitante. El tipo era menudo, y el trabajo de Rodrigo no era precisamente suave.

–Tú me dirás cómo se…

No le dio a terminar la frase. De hecho, no tuvo tiempo ni de entender qué estaba pasando hasta que su mentón se torció contra la pared de azulejos y su brazo se retorcía por detrás de su espalda. Le dolió un poco.

–Así –contestó el chaval poniéndose de puntillas para alcanzar su oído y morderle el lóbulo.

Se olvidó del dolor. Intentó zafarse, pero aunque no le estaba luxando el brazo comprobó que lo tenía bastante bien sujeto. Sintió sus labios apoyándose en la nuca y un lametón recorriendo la base del cuello.

–¿Sigo? –le preguntó.

Rodrigo ni respondió. Sólo gimió y agitó el mentón.

El chaval tiró de su brazo para apartarle de la pared y luego le empujó hacia el cubículo de minusválidos, empotrándole contra la pared otra vez. Mientras una de sus manos mantenía la presa, la otra se deslizó hasta su cadera.

–Qué bien que te has desabrochado tú solito –susurró amenazante.

Tiró del cinturón para quitárselo y luego buscó su otro brazo para retorcérselo detrás de la espalda. Deslizó el cinturón alrededor de las muñecas y se lo apretó. ¿Podría haberse resistido? Sí, pero nunca había probado aquel juego de dominado, así que se dejó llevar. Sintió cómo le agarraba del pelo y tiraba de su cabeza hacia atrás, sintió cómo su lengua se deslizaba por el cuello y jugueteaba alrededor de la oreja.

–No te gires.

Empujó la cabeza de vuelta contra la pared y sintió cómo se apartaba. Permaneció unos segundos detrás de él antes de bajarle los pantalones hasta los tobillos. Le agarró del hombro y lo giró con brusquedad, y por fin le pudo ver con detalle. Parecía un chico joven, con los ojos verdes y el cabello castaño claro o rubio oscuro, tenía la piel bronceada y sonrisa de depredador. Llevaba la camiseta puesta pero el pantalón reposaba en el suelo detrás de él, dejando a la vista sus piernas pálidas con cabellos rubios y un slip que apenas cubría sus atributos con una redecilla negra bastante tensa. De un empellón lo obligó a sentarse en el retrete y de otro tirón le obligó a hundir la cara en la red.

Abrió la boca y hundió aquel tronco delgado que recorrió ávido con la lengua, sin importarle la poca tela que se le interponía. El chaval le apoyó la mano en la frente y lo empujó hacia atrás para apartarlo. Permaneció algunos segundos de pie frente a él, con las piernas separadas y el rabo duro a la altura de su cabeza, mirándole en silencio con una sonrisa de superioridad. Le soltó un bofetón.

Rodrigo frunció el gesto y se tensó de golpe, pero luego se relajó. Sus huevos reposaban sobre la fría tapa de cerámica del retrete y su miembro seguía duro como una piedra. Era la primera vez que alguien le abofeteaba en aquella situación y sintió una mezcla de rencor y excitación. Alzó la mirada al tío y sonrió.

–Disfruta cabrón, que me las vas a pagar.

El chaval se agachó frente a él y le quitó las botas de trabajo para poder quitarle los pantalones y los bóxer, que arrojó a una esquina. Mientras lo hacía, Rodrigo se fijó en que la puerta del cubículo seguía abierta y cualquier persona que entrara hacia los urinarios podría sorprenderlos en pelotas. La preocupación remitió en parte cuando el otro tío volvió a ponerse de pie frente a él.

–Cierra el pico –le espetó.

–O si no qué.

El tío se sacó el miembro por un lado de la redecilla y agarró la cabeza de Rodrigo por el pelo. Le azotó un par de veces y le hundió el rabo entre los labios. Rodrigo empezó a relajarse y a disfrutar porque se percató de que ni siquiera había intentado meterle de golpe la mitad del miembro, ni tampoco tiraba del pelo, sólo enredaba los dedos. Deslizó las manos a sus orejas, le agarró la cabeza por los lados y comenzó a bombear con la cadera contra su boca, pero aunque los movimientos eran rápidos sólo le metía el capullo húmedo y ardiente en la boca. Lo cierto es que tenía una polla preciosa y la situación le perdía por completo, así que empezó a deslizar su cabeza cada vez más hacia adelante. El chico no tardó en comprender lo que quería y deslizó más centímetros hacia su garganta.

Cuando llevaba dos tercios le empezaron las arcadas. El chico se retiró un poco pero no le sacó el miembro de la boca, y a Rodrigo tampoco le apetecía que lo hiciera.

El chaval se inclinó y le agarró la polla corta y gruesa con fuerza, y no sabía si el dolor se lo causaba la fuerza con la que los dedos apretaban el tronco o la presión de la sangre en las venas. Empezó a menear el miembro arriba y abajo.

Pero un ruido les interrumpió.

Unos pasos bajaron por las escaleras y Rodrigo se apartó en un acto reflejo con los ojos abiertos como platos, buscando la cara del chaval. El otro, en cambio, miraba en dirección al ruido, que había entrado en un cubículo al otro lado de los baños, con gesto tranquilo. Cuando devolvió la vista a Rodrigo y vio el terror en su cara, sonrió y se posó el dedo sobre los labios. Caminó hacia la puerta y la cerró, pero no echó el pestillo. Luego regresó hasta él y se inclinó ligeramente, extendiendo la mano de vuelta a su miembro. La carne se había vuelto flácida, pero para sorpresa de Rodrigo se endureció casi al roce de aquellos dedos, y tuvo que apretar los labios para ahogar un gemido de placer.

El tipo agarró con fuerza el tronco del rabo de Rodrigo y apoyó los dedos de la otra mano en sus labios fruncidos. Mientras tanto, alguien al otro extremo del baño comenzó a silbar. Abrió la boca y empezó a lamer aquellos labios con la misma pasión que le había dedicado a aquella polla larga y delgada de capullo púrpura. El chico usó el pie para arrastrar el pantalón frente al retrete y se arrodilló apoyándose encima, deslizó los labios lentamente fuera de la boca de Rodrigo y apoyó el índice en el glande. Lo presionó con lentitud, cada vez más fuerte, y empezó a describir círculos alrededor del capullo.

Rodrigo tragó saliva y se enderezó mientras dedicaba toda su fuerza de voluntad en no emitir ningún ruido sospechoso. El chico se dio un lametón en la palma de la mano y subió la dificultad de su jueguecito. El desconocido del urinario de al lado continuaba silbando y Rodrigo levantaba la cabeza mientras los ojos se le ponían en blanco. Ni siquiera le importaba lo frío que estaba el retrete o el hormigueo de sus brazos dormidos. Sólo quería que aquel capullo al otro lado del baño se largase ya. El rabo comenzó a estremecerse y los huevos a contraerse.

El chico apartó las manos y negó lentamente con la cabeza. Se incorporó, se puso de espaldas a él y le hundió el culo en la cara.

Rodrigo nunca había probado aquello y apartó la cabeza, pero olía bien. Era evidente que aquel chico era bastante higiénico. Y lo cierto es que su ropa interior no era la que alguien llevaría para ir a trabajar. No, aquel tío había salido a cazar y Rodrigo estaba demasiado cachondo para seguir esforzándose en razonar. Hundió la cara entre las nalgas y deslizó la lengua por la raja sin tener muy claro qué debía hacer. Concentró los esfuerzos en el agujero sorprendiéndose de con qué facilidad se dilataba. Seguía sintiendo recelo hacia aquello, pero notaba cómo el chico daba respingos de vez en cuando y se animaba a comerle el culo con más ganas.

Sonó una cisterna, seguida de una puerta y un grifo.

El tío se apartó rápidamente y se volvió a arrodillar, hundiendo la nariz en la pelvis de Rodrigo mientras sus manos tanteaban en el suelo. Comenzó a subir y bajar la cabeza, rozando con el mentón los testículos y empapando el tronco entero de saliva, ahogando arcadas que ponían a Rodrigo de los nervios. Y aquello hacia que su miembro palpitase aún con más fuerza. Se escucharon pasos alejarse escaleras arriba.

–Ahora te vas a enterar –dijo el chico abriendo un condón.

En una rápida maniobra le puso el condón y derramó el contenido de otra bolsita sobre su miembro para acto seguido sentarse sobre sus piernas. Rodrigo enmudeció asombrado. Sintió sus nalgas contra las piernas y sus entrañas ardientes apretando su rabo. No se conformó con clavársela de un golpe, empezó a hacer sentadillas a buen ritmo, haciendo que su miembro largo y delgado se balancease de un lado para otro y golpeara de forma rítmica la camiseta de Rodrigo, que se moría de ganas por agarrarle la polla y meneársela hasta estallar.

–No te cortes, campeón, o nos pillarán –masculló gimiendo.

Y no aguantó mucho más. Estaba demasiado caliente para reprimirse. Exhaló un gemido fuerte y sonoro que reverberó en todo el baño mientras sentía su miembro estremecerse dentro de aquel tío. Empezó a temblar y contraer los huevos mientras se le iba la vista y se le desvanecía el sentido.

Respiró hondo y cabeceó. Se sintió ligero, aturdido y un poco avergonzado. Pero sonrió. Estaba en paz.

–No tan rápido, chaval.

Le soltó otro bofetón antes de agarrarle la cabeza y hundirle el rabo en la boca. Esta vez sí fue salvaje. Los huevos del chico le golpeaban en la barbilla mientras el glande le provocaba arcadas al golpearle en la garganta y las lágrimas se le saltaban en los ojos, pero ignoró el dolor de mandíbula y la molestia del cuello. Empujó su cara contra el vientre de aquel tío ayudándole a que se la clavara entera.

­–Más… te vale… que te…

Rodrigo se apartó a un lado mientras el tío seguía meneándose. El primer trallazo golpeó directamente contra la pared sobre el inodoro, el segundo empapó la cisterna, el tercero y el cuarto cayeron sobre la tapa del retrete. El chico apoyó las manos en la pared y comenzó a respirar hondo y relajado mientras su polla comenzaba a flaquear. Rodrigo se puso de rodillas en el suelo y le mordió una nalga.

–¡Auh!

–Te dije que me las pagarías –le espetó con una sonrisa.

El chico rió.

–Soy Juan –dijo–. Hubiera estado bien decírtelo hace quince minutos.

–Hubiera estado bien, sí, pero no me quejo. ¿Me sueltas?

–Ah, sí, espera que me recupero.

Juan le aflojó el cinturón y Rodrigo se frotó las muñecas. Sin un calentón obnubilando su mente, le molestaban mucho más.

–La verdad es que me gusta mucho verte en pelotas, pero deberíamos vestirnos –murmuró Juan.

Rodrigo asintió y se agachó para recoger su ropa.

–La verdad es que deberíamos vestirnos –respondió girándose hacia el chaval–, pero deberíamos volver a vernos en pelotas.

Juan le tiró su pantalón deportivo a la cara con una sonrisa de oreja a oreja.