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Camila

en Amor filial

Me llamo Braulio, sí, Braulio, como mi bisabuelo, mi abuelo, mi padre.... Lo que se dice un nombre con personalidad. Mi madre debía estar enamoradísima para consentirlo y mi padre siempre fue de tradiciones firmes, eso sí.

Lo bueno es que nadie me confundía de pequeño con otro, fui el único de ese nombre en el colegio y en el pueblo y me atrevería a decir en toda Palencia, de donde somos. Vivo en la casa de la familia, cosas de la tradición. Un enorme caserón de familia venida a menos, con mucha tradición, eso sí y muchas habitaciones. Tres plantas casi desocupadas, un desván enorme, un sótano con bodega, vacía, y caballerizas, también vacías. Y también tiene unas vistas maravillosas al Parque Nacional, a las montañas y a la aldea. No puedo pensar en mejor sitio para vivir.

Con los años he conseguido que todos me llamen Brau, al principìo intenté que fuera Bra a secas pero los recochineos de mi hermana Camila, otra que tal, cuando se enteró del significado en inglés cortaron en seco la abreviatura y le añadí la u para disipar cualquier duda. Nos costó perdonar a nuestros antepasados haber vivido con el lastre de los dichosos nombres. Por honrar la tradición, eso sí.

Por su parte, mi hermana lo tuvo más facil y simplemente optó por abreviar a Cami o cuando nos pilla la vena íntima, Mi.

Es un año menor, mis padres se ve que tenían prisa o les gustaba mucho el tema así que prácticamente hemos crecido como gemelos. La poca diferencia de edad nos permitió descubrir el mundo juntos, tuvimos y tenemos los amigos comunes y juntos nos enamoramos. Incluso el sexo lo descubrimos a la vez cuando ya en la preadolescencia nos escondíamos en cualquiera de las habitaciones vacías de la casa, ávidos de manosear el cuerpo del otro, de explorarlo. Con ella descubrí la forma del cuerpo femenino, su sabor, olor y textura. Aprendí a llevarla al límite sin casi tocarla, la suavidad de sus pechos en crecimiento, su sensibilidad, cómo le crecían los pezones cuando se excitaba y la mirada turbia que se le pone si tiene ganas de sexo, lo que es casi siempre.

Igualmente, ella aprendió a tocarme, cómo era mi cuerpo, el pene, los testículos, cómo hacer para que tuviera un orgasmo. Provocar mi eyaculación, porque desde que la probó le encantó el sabor y no consentía que me corriera fuera de su boca, Aprendió a tocar mi cuerpo para excitarme, a masturbarme con una penetración anal de sus dedos. Fue ella la que me desvirgó el culo con un cepillo de pelo antiguo, enorme y se dedicó semanas enteras a penetrarme con él solo por el placer de verme disfrutar, el brazo cansado de moverlo pero feliz de verme. No perdí la oportunidad de hacerle lo mismo, aunque con mi miembro. Igual que a mí, le gustó y raro fue el día que no la sodomizaba. En compensación, me procuraba un sexo oral de impresión mientras me perforaba con el cepillo.

Otras veces, en cambio, nos dedicábamos a masturbarnos mútuamente o practicar el sesenta y nueve hasta notar calambres en la mandíbula o la lengua o simplemente acariciarnos. Me gustaba y me gusta chupar sus pechos, le pone a cien cuando la mordisqueo suave.

Los inviernos en los pueblos de Palencia son muy frios y largos, aburridos. Las tardes son largas, la casa está algo alejada del pueblo y aunque teníamos amigos en él no siempre podíamos estar con ellos, así que éramos más solitarios que los demás. No nos importaba, nos habíamos criado así y nos parecía lo más natural. Nuestra diversión era el sexo y eso hacíamos, aunque otras muchas veces simplemente explorábamos la casa, el desván o el sótano con la bodega y las antiguas caballerizas. Cuartos desocupados y llenos de chismes antiguos, con innumerables lugares para esconderse mientras nos toqueteábamos.

En esos cuartos aprendí sobre la vida, me fasciné con sus pechos, grandes hasta el exceso y que me encantan, su culo, que para mí siempre ha sido perfecto, su cuerpo y sobre todo, nos enamoramos de una manera que aun perdura. No he conocido a otra mujer, siempre ha estado ella, llenándome en todos los sentidos, espiritual, mental y físicamente.

Me regaló su virginidad bucal, luego anal y cuando estuvimos preparados, vaginal. Aprendimos a la vez a explorarnos y suya fue mi primera vez en todo. No concibo la vida si no es a su lado, es mi complemento.

Cuando cumplimos la veintena ya sabíamos que no podíamos ni queríamos separarnos. Los pocos amigos que aun quedaban en el pueblo sabían desde siempre que aunque hermanos también éramos pareja. Unos pocos escarceos en la adolescencia con una amiga y también un amigo, por probarlo, en mi caso y un chico en el suyo únicamente nos sirvió para echarnos de menos y volver con más ganas. Desde entonces no ha habido otra.

Cansados de escondernos en nuestra propia casa, nos armamos de valor y como suele decirse, nos echamos al toro: se lo dijimos a nuestros padres.

Esperábamos un escándalo, estábamos preparados para todo, peleas, gritos, amenazas, llantos, hasta que nos repudiaran. Nos habría dolido mucho porque queremos a nuestros padres, como solo unos hijos amados pueden querer, pero lo habríamos asumido; esperando que pasara el tiempo para volver cuando nos hubieran perdonado. Para lo único que no estábamos preparados fue para su respuesta. “Ya lo sabíamos”. Nos quedamos de piedra, incapaces de pensar, de decir. ¿Ya lo sabían, desde cuando, cómo, porqué no habían dicho nada?. Cien preguntas se nos agolparon y ninguna dijimos, mudos de asombro. “Os habéis criado juntos y ahora sois pareja, no es normal pero siempre lo hacéis todo entre los dos, os habéis enamorado. No nos importa si así sois felices, pero lo vais a pasar mal si lo hacéis público”.

Estuvimos hablando hasta bien entrada la noche. Nos contaron las incontables veces que nos habían sorprendido teniendo relaciones. “Estuvisteis una temporada que parecíais monos, todo el día dándole sin parar. Cami, por eso te di la píldora, lo de los desarreglos de la regla era una excusa y no queríamos que terminaras con quince o diecisiete años y un bombo de tu hermano”.

Mi padre terció: “Cuando erais pequeños os dejábamos que descubrieseis todo a vuesro ritmo, hasta que nos dimos cuenta que también estábais descubriendo el sexo”.

Al principio no supimos qué hacer, lo dejamos correr, esperando que fuese una fase pasajera. Pero no pasó y cuando quisimos ponerle algún tipo de límite ya estábais demasiado implicados. - Interrumpió mi madre.

Pensamos que si así érais felices sería lo mejor para vosotros. Si solo era algo más o menos temporal os serviría para uniros más como hermanos y si se convertía en algo más serio, bueno, aquí está el resultado.

 

Ante ese razonamiento solo podíamos agradecer su comprensión. Aliviados, respiramos con tranquilidad, cogidos de la mano. La mirada que nos dirigimos fue suficiente recompensa para ellos: habían obrado bien. Decidimos que en la calle todo seguiría igual, hermanos bien avenidos, sin pareja conocida y por eso precisamente, juntos para todo. Pero de puertas para adentro seríamos pareja; esa misma noche dormimos juntos y el día siguiente corrimos a comprar un dormitorio de matrimonio.

Con la excusa de la intimidad y también por los años que iban cumpliendo, ellos se mudaron a la planta baja. Nos quedó toda una planta para nosotros solos. En pocos meses la adecentamos como vivienda independiente, pero nunca la llegamos a disfrutar como tal. Echábamos de menos los desayunos todos juntos, las tardes de tele o lectura los cuatro en el sofá y la vida a la que estábammos acostumbrados. En apenas unas semanas volvimos a la normalidad y aunque el dormitorio estaba en la primera planta, todo lo demás lo hacíamos abajo con ellos. Al principio nos daba corte darnos un simple beso en su presencia pero poco a poco fuimos relajándonos y finalmente actuamos como lo que éramos: una pareja de enamorados, igual que ellos.

Me pasaba esas tardes con una erección permanente. Ansioso por subir y hacer el amor hasta agotarnos la manoseaba con lo que creíamos que era disimulo hasta que un día mi madre no aguantó más y nos soltó con desparpajo, “al final se te va a gangrenar el pito, todo el día empalmado y mentiendole mano a Cami. Subiros y echáis un polvo, que para eso sois novios”

Entre la vergüenza y las ganas volamos y antes de llegar arriba ya estábamos desnudos, riéndonos bajito por la situación. Excitados hasta la médula en la misma puerta la penetré, subida a horcajadas y sosteniéndola de las nalgas. Por suerte mi hermana solo tiene grandes las tetas y yo soy de complexión fuerte, puedo con ella sin problemas porque botaba sobre mi pene como una posesa, metiéndome la lengua hasta el esófago solo para sacarla y decirme al oído guarradas. Por lo menos eso creíamos, porque cuando bajamos ya más calmados mi madre nos miraba socarrona hasta que no pudo más y casi como sin querer dijo “como te haga todo lo que le pides no vas a poder andar en una semana, con el chichi escocido”.

Cami se puso del color de la berenjena y yo no me quedé atrás. No sabíamos qué responder, con la boca abierta de par en par como dos pánfilos. Mi madre no pudo resistirse y rompió a reir a carcajadas. “ Pero si es que estábais gritando como locos en la escalera, no habéis esperado ni a subir, en el último escalón y ala, ahí mismo. Me he enterado de todo y os he visto en directo. Qué fogosidad. Claro, lo habéis heredado, papá también me echaba de jóvenes unos polvos de campeonato, que a veces me pasaba el día entero sin poderme sentar con el culo destrozado. Ahora ya no, es más tranquilo, uno o dos diarios y basta. No me miréis así, también nos gusta el sexo, como a todo el mundo y porque seamos vuestros padres no dejamos de tener nuestras necesidades. También me gusta por detrás como a Cami y tu padre siempre ha tenido mucho aguante, como tú”.

Continuamos con la boca abierta, ni en sueños se nos habría ocurrido eso. No los veíamos como personas con necesidades sexuales, claro que lo imaginábamos, pero solo de forma intelectual. Nadie se imagina a sus padres teniendo sexo, aunque sepa que por lógica lo practican. Menos aun con los pormenores que nos contaba mi madre.

No me miréis así. No es nada malo. Siempre hemos sido muy fogosos, a ver si no de dónde os viene, que de mañacos ya os veíamos haciendo vuestras cosas y no parábais en todo el día. Más de una vez me lo hizo mientras estábamos pendientes que no os enteráseis. Menos mal que siempre estoy húmeda y el culo lo tengo más que abierto porque me la metía sin avisar. Por eso me acostumbré a ir sin bragas, es más cómodo y de todas maneras me las rompía o siempre estaban manchadas de leche. Solo me las pongo cuando salgo a la calle, en casa lo primero que hago es quitármelas para estar accesible. Y antes vuestro padre se pasaba el día buscándome y yo dejándome encontrar, que si tardaba en venir iba yo. Ahora no tanto, pero aun así me pega un par de polvos cada día. A veces me quedo con ganas pero lo quiero mucho y sé que con los años se pierde vigor, no le exigo más. Siempre tengo los dedos si no llego y reconozco que el ritmo que llevábamos de jóvenes, como el vuestro, le es imposible de mantener. Con sus años años no puede pasarse el día dándole ni empalmado. Muchas veces lo sustituye con la lengua o sus manos y aunque echo en falta una buena polla cuando me agacho a recoger la ropa, como me hacía antes, sé que los años pasan y me voy acostumbrando.

 

Como pasmarotes, nos fuimos, pero esta vez no hicimos nada; nos quedamos en silencio mirándonos nerviosos. La revelación de mamá nos dejó bastante marcados y esa noche apenas dormimos. No conseguíamos verlos como personas sexuales por mucho que nos dijeran. Sin embargo, pasaron los días y poco a poco fuimos incorporando esa información a nuestras vidas. Nos dimos cuentas de las veces que desaparecían por arte de magia y de las que antes no nos percatábamos, de los arreboles con los que volvían y sobre todo, de la cara de felicidad que traían; después de tantos años de vida en común, seguían enamorados. Nos gustaba pensar que seríamos iguales, que cuando tuviésemos su edad estaríamos igual, enamorados y con las mismas ganas que en esos momentos.

 

Por desgracia, cuando mejor estás la vida va y te da un tortazo bien fuerte. Ese año a mi padre se le declaró una angina de pecho que terminó dejándolo en la cama por una larga temporada. Cada vez estaba más debil y tras varios amagos sucumbió a un ataque al corazón. Nos gusta pensar que porque no le cabía en el pecho de lo grande. Mi madre intentó hacer de tripas corazón y de cara a nosotros aparentaba, pero se la notaba alicaída. Perder a su compañero de vida fue un golpe excesivo y aunque nos quería con locura las noches solitarias eran largas. La vimos consumirse y apenas un año después las complicaciones de una pulmonía se la llevaron. Estamos convencidos que se murió de pena.

Cuando nos pusimos a ordenar los papeles, el testamento, guardar recuerdos... aparecieron escondidos en una carpeta unos papeles que nos dejaron de piedra. En ellos aparecían reflejados la adopción de un niño de un año y medio y su hermana de seis meses: éramos nosotros. Ignoramos porqué decidieron no contarlo, lo respetamos pero no lo entendemos. Los habríamos querido igual.

 

Seguimos buscando papeles por si aparecía algo más y vaya si apareció. En periódicos viejos, de la época de la guerra civil, se referían a la desaparición de la hija pequeña de una familia notable en la zona, conocida por su republicanismo y cada vez más asediada por las fuerzas falangistas de la zona. Quedó el hermano, seis años mayor. Durante la guerra los padres fueron asesinados y se perdió la pista de este.

Cuando todo acabó, una parte de la familia ocupó de nuevo la casa familiar, tras muchas pesquisas localizaron al mayor en un orfanato de Burgos y lo trajeron de vuelta a la casa. Oficialmente, de la hermana nunca más se supo.

Seguimos rebuscando y finalmente dimos con un pequeño diario, apenas unas anotaciones en una libretilla. En pocas palabras, detallaban la localización de una casa en las afueras de un pueblo cercano de una niña. A la familia de esta se le mandaba semanalmente una paga, ¿en concepto de qué?. Con la muerte de los dueños de la casa se detuvieron los pagos, pero se reanudaban tras la vuelta de la familia. Poco antes de encontrar al hermano mayor cesaron completamente y una última trasquipción decía: “ya puede volver”.

Fuimos a la biblioteca del pueblo, rebuscamos y finalmente en los fondos de la Diputación, hallamos la hemeroteca con los periódicos de la época. En las páginas de sociedad de la época se contaba cómo la familia, ahora bien avenida con el régimen, había acogido a una pobre huérfana en la casa como una más.

Atamos cabos y claro, eran los hermanos. Los abuelos los habían intentado proteger sacándolos de la casa pero si con la pequeña pudieron con el mayor no tuvieron tiempo.

No acababa ahí la historia. Apenas unos años más tarde y con estos ya casi adultos quedaron de nuevo solos al fallecer en un accidente los pocos familiares que aun vivían. Pudieron vivir gracias a la pequeña fábrica que heredaron, quebraron en pocos años pero ya estaban bien posicionados en la esferas influyentes. Se casaron y casi enseguida tuvieron hijos, un niño y al año una niña, los llamaron Braulio y Camila.

Por eso se lo habían tomado tan bien, su relación no había sido tan clara como la nuestra pero no podían dejar de saber que eran hermanos de sangre. Solo una guerra y una serie de casualidades y desgracias permitieron que pudieran casarse y fomar una familia sin problemas. Nunca nos habían hablado de esa parte de su vida, sabíamos que en la posguerra lo habían pasado mal, que papá había estado perdido en un orfanato y la versión de mamá era haberse criado en otro pueblo, sin hermanos ni familiares directos, sus padres murieron y se quedó sola. Tuvo suerte y la familia de papá la adoptó antes de dejarla en la calle. Salvo el detalle de los pagos a la otra familia todo lo demás coincidía, pero ese detalle nos gritaba la verdad a la cara: Hijos incestuosos de un matrimonio incestuoso.

Fueron unos momentos duros para nosotros, tuvimos que afrontar que nos habían mentido, sin motivo o quizá por la costumbre de una historia que de tanto repetir habían acabado por creer, prisioneros de sus propias mentiras. Juramos que jamás haríamos lo mismo.

Decidimos no tener hijos por los peligros de la endogamia, éramos la segunda generación y había demasiado riesgo. De repente nos encontramos solos; la convalecencia de mi padre y la posterior de mi madre había consumido los ahorros que nos quedaban. No queríamos irnos de la casa, era nuestro hogar, pero no sabíamos cómo encarar el futuro. De casualidad, un conocido nos comentó las posibilidades que tenía como hotel rural. Sin querer hacernos demasiadas ilusiones, nos entusiasmamos con la idea. Teníamos la casa, el enclave y nosotros lo regentaríamos, pero nos faltaba el dinero. Con mi trabajo podíamos vivir pero ni soñar con meternos en ese tipo de empresa. Buscamos en bancos, fondos, en todos los lugares donde se nos ocurrió. La administración ayudaba pero tardaba mucho y el capital privado quería demasiado a cambio. Removimos cielo y tierra, al final el dinero vino de donde siempre lo hizo. Sin decirnos nada, mi padre había invertido en un fondo internacional y cuando nos llamaron los gestores no nos lo podíamos creer. Pasamos de verlo todo negro a vislumbrar la luz al final del tunel. Con el dinero conseguido no podríamos terminar el proyecto pero se quedaría bastante avanzado. Ahí si consentimos la entrada de un socio, ya nos había ofertado cuando buscábamos financiación, pero en la nueva situación pudimos negociar y finalmente formamos sociedad. Quedando Cami y yo como socios mayoritarios y gestión del negocio y él como socio inversor. En un año el hotel abrió, pese a los inicios duros nos fuimos haciendo un nombre y ya somos una referencia en la zona.

Aunque no de sangre, nos apetecía tener descendencia. Lo pensamos bastante al tiempo que poníamos la empresa en marcha, la burocracia era terrible y el formar, de forma oficial, dos familias monoparentales no nos lo facilitó pero perseveramos y el mismo mes que abrimos nos concedieron el acogimiento de una pareja de hermanos. No eran dos bebés, tenían cinco y siete años y eran inmigrantes indocumentados, una niña y un niño preciosos con los ojos enormes. De origen árabe, su madre había fallecido en la travesía y el estado se había echo cargo. Cuando los vimos nos enamoramos sin remedio. Solo se tenían a ellos y no daban un paso sin que el otro estuviera al lado. Después de varias entrevistas se vinieron con nosotros. Acogidos por dos hermanos que vivían juntos y tenían un negocio familiar. Pudimos engañar a la administración y cuando cesaron los controles nos convertimos en lo que éramos: un matrimonio con dos hijos. Tres años más tarde nos concedieron la adopción. Ese día hubo fiesta en el hotel y me atrevo a decir que en el pueblo.

 

El otro gran día en nuestra vida fue el que simplemente nos llamaron papá y mamá. Ojalá los míos sean felices y nos vean allá donde estén.

 

De esto hace ya más de diez años y seguimos igual. Amo a Camila más que a mi vida, es mi pareja, mi otra mitad y mis hijos son ya un hombre hecho y derecho a punto de ir a la universidad y una preciosa morena, inteligente y vivaracha que se desvive por nosotros.

 

Cuando crecieron les contamos la verdad, fue para ellos un shock, pero finalmente y tras unos días angustiosos vinieron y se sentaron muy serios.

 

Nos da igual que seais hermanos, para nosotros sois papá y mamá y Brau y Cami. No nos importa lo que diga la gente, os queremos igual.

 

Nos abrazamos llorando, aliviados, respirando tras la zozobra que habíamos soportado. Al fin libres ante nuestros hijos, nuestro mundo. Se unía de esta manera la aceptación de nuestro amor ante las únicas personas de las que nos importaba la opinión: nuestros hijos y antes, nuestros padres. Este fue el siguiente gran día para todos y si no públicamente, lo celebramos como si un aniversario de boda se tratara, incluso nos cogimos unos días de vacaciones por primera vez en años,. “para que veáis que estamos orgullosos de vosotros. No nos importa cómo hayais nacido, sois las personas más enamoradas que conocemos, ojalá algún día estemos igual”.

No nos perdimos la mirada que se dirigieron cuando lo dijeron. El hotel tiene ahora muchos menos rincones para esconderse que cuando éramos pequeños pero más de una vez los vimos salir de una habitación vacía, despeinados y colocándose bien la ropa o escuchamos sus gemidos en la habitación de al lado. En temporada baja el hotel es bastante silencioso y se oye todo, además, mi hija es bastante escandalosa cuando tiene un orgasmo y su hermano le provoca varios al día.. Sinceramente, si quieren seguir nuestro camino no se lo vamos a impedir. Serían la tercera generación de hermanos-pareja y las dos primeras han resultado bastante bien, esperamos que la tercera sea aun mejor.

Como mamá, mi hermana siempre está dispuesta y accesible, nunca me ha dicho un no al sexo en la situación que sea y también ha optado por no llevar bragas, total, siempre terminan rotas o manchadas de semen y si no la busco es ella la que viene, los pezones rompiendo la camisa y esa mirada turbia que me provoca una erección instantanea. Subiéndose la falda al tiempo que caen mis pantalones. Tampoco veo casi nunca bragas de mi hija en la cesta de la ropa, habrá tomado nota de su madre porque pone la misma mirada cuando ve a su hermano.