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A partir de una galleta 1

en Gays

Este relato es totalmente ficticio. Los personajes, protagonistas o no, no son reales; así como las situaciones, las cuales no me han ocurrido a mí de manera directa, aunque en algunas de ellas sí haya podido estar influenciado por experiencias propias o de otro tipo. En cualquier caso, espero que disfruten del relato y sean constructivos con las críticas.

A partir de una galleta 1 es un relato introductorio de saga. Aparecen escenas sexuales aunque todavía no demasiado intensas. Se centra en presentar a los personajes de esta historia y el acontecimiento que los marcaría de aquí en adelante.

***

No sabía bien cómo habíamos llegado a esa situación. En el sofá estaban Carlos y Samuel acariciándose el paquete, bastante abultado, por encima del pantalón. Los dos miraban una película porno hetero en la televisión. Diego estaba apoyado en el reposabrazos del sofá, riéndose y con cara de disfrutar del espectáculo que nos habíamos montado y no de la película. Yo, por mi parte, estaba sentado en una silla, junto a Diego, algo nervioso y evitando manosearme la polla, la cual, obviamente, estaba erecta.

Mi nombre es Javier y tengo veintidós años. Estudio Derecho en la universidad y mantengo una vida totalmente heterosexual. Mi familia es bastante católica, de pueblo, por lo que jamás he confesado mi atracción hacia los hombres. Mido 1'74 y voy habitualmente al gimnasio, aunque más por mantenerme que por desarrollar demasiado músculo. Tengo el pelo castaño y los ojos marrones claros. Vivo junto a Diego, mi compañero de piso de estudiantes. Este tiene veinticuatro años y estudia Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. Es más alto que yo, 1'85, y bastante más ancho y musculado. Tiene el pelo también castaño, aunque sus ojos son verdes. Por supuesto, heterosexual. Jamás me ha dado indicios de nada más. Tampoco yo le he dicho nada de lo mío.

Carlos y Samuel son colegas nuestros. Carlos estudia Gestión y Administración Pública, por lo que nos vemos siempre por la Facultad de Derecho. Mide también por los 1'74, como yo, más ancho de espalda aunque menos musculado. Pelo negro y ojos del mismo color. Su novia, Andrea, ha venido bastantes veces a mi piso, aunque no esta vez. Samuel, en cambio, se graduó hace un año en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, aunque ha seguido manteniendo la amistad con Diego y conmigo. Es el más bajito de los cuatro, 1'70, aunque mantiene también una forma física envidiable, como Diego. Es rubio y tiene los ojos azul oscuro casi negro.

Esa noche habíamos quedado en cenar en nuestro piso, empezar a beber en casa y, si hubiera ánimos, salir de fiesta. No me centraré en la cena ni tampoco el inicio del bebercio porque todos sabemos cómo suelen comenzar estas noches. Lo interesante vino cuando Andrea, la novia de Carlos, llamó por teléfono. Íbamos ya un poco borrachos, por lo que la vergüenza no nos impedía nada. Tras hablar unos minutos con ella, Carlos preguntó:

―Oye, chicos, ¿Andrea puede venir? Dice que está por aquí y...

―¡Ni de coña! ―gritó Samuel―. ¡Hoy es noche de tíos!

―¡Eso! Dile que vamos a ver porno y que no puede venirse ―dijo Diego, riéndose. Luego se acercó al teléfono y vociferó―. ¡Andrea, otro día vienes pero hoy te robamos a Carlos!

Carlos se rió de manera nerviosa e intentó explicárselo a Andrea por teléfono. Por la cara de este, no parecía gustarle la idea, pero tuvo que aceptarla. No era su piso y Carlos no es de los que suelen dar su brazo a torcer. Cuando colgó y Diego lo rodeó entre sus brazos.

―No te rayes, que te veo venir ―bromeó, sacudiéndole el pelo―. Luego te ponemos una porno y se te pasa todo; anda, ponedle otro cubata.

Poco a poco, Carlos comenzó a olvidarse del asunto y beber cada vez más, mientras Diego seguía bromeando con animarle con la película porno. Finalmente, Carlos le respondió:

―Tío, si sé que no vas a poner ninguna, cállate ―rió, increpándole.

―¿Que no? ¿Cuáles te molan?, venga ―preguntó Diego, envalentonándose.

―¡Cualquiera en la que se follen a la tía unos cuantos! ―respondió Samuel, que todo este tiempo era quien más bebía y menos hablaba.

―Mola, ¿todos de acuerdo? ―preguntó Diego, mirándonos a todos. Samuel asintió encantado y Carlos comenzó a reírse, casi sin creerlo, pero afirmando. Diego me miró a mí―. ¿Tú qué? ¿Te molan así?

―Bueno, sí, claro ―reí, algo nervioso. El alcohol me nublaba los pensamientos así que no podía fingir tanto como quisiera.

―Venga, entonces busco alguna, que tengo guardadas bastantes.

Diego salió del salón y fue a su habitación. Mientras tanto, Carlos y Samuel se acomodaron en el sofá, sirviéndose otro cubata. Yo, por mi parte, tomé un chupito de vodka, intentando tranquilizarme un poco por la situación. Nunca habíamos visto juntos una porno y me asustaba no dar una correcta impresión, una... correcta excitación de cara al resto. Cuando Diego volvió, colocó un pendrive en la televisión y comenzó a reproducirse la porno.

―¡Oooh, esta la he visto! Menuda follada le meten a la rubia, ¡jajaja! ―rió Samuel―. Vas a flipar, Carlitos.

En la televisión se veía a una rubia comiéndose un par de pollas negras, enormes. Los dos tiarrones iban trajeados mientras ella estaba totalmente desnuda, arrodillada y aceitosa. Gemía como una buena guarra. Carlos y Samuel comenzaron rápidamente a sobarse el paquete mientras Diego se colocaba en el resposabrazos, riéndose de todo aquello y orgulleciéndose de su elección.

Fue Samuel el primero en iniciarlo todo, pasados unos cinco minutos de película entre erecciones y risas.

Sin consultarlo con nadie, se sacó la polla, dura, y comenzó a pajearse delante de todos. Sorprendido, le miré el rabo. No era especialmente grande, pero sí muy gordo. Casi parecía una lata de Coca-Cola.

―Joder con el Samu, ¡jajaja! ―exclamó Diego―. Que te aproveche la paja, pero no me manches el sofá, cabrón.

―Es que menudas tetas, colega, ufff...

Yo casi que no podía parar de mirarle el rabo a Samuel. Nunca me había visto en esa situación y no sabía bien cómo reaccionar. En general no suelo ser el charlatán del grupo, aunque en esta ocasión tenía la lengua casi paralizada y la garganta totalmente seca. Me daba miedo emitir cualquier sonido, como si no estuviera allí, como si fuera solo un espectador ajeno a todo, y al hablar se dieran cuenta de mi presencia. Pero no era así. Una mano me agarro del hombro. Era Diego.

―Venga, Javi, ¿una paja los cuatro? ―me propuso mi compañero, al tiempo que me lanzaba una espectacular sonrisa―. Venga, no te cortes.

Cuando volví la mirada al sofá, Carlos ya se había sacado la polla y estaba pajeándose, siguiendo el ritmo de Samuel. Su polla era más larga, aunque algo más fina. Unos 17 centímetros, frente a los... ¿15? de Samuel. Diego se acomodó como pudo en el resposabrazos del sofá y empezó a manosearse el paquete. Llevaba vaqueros pero se intuía un buen rabo, quizá el más grande de los cuatro. Lo había visto en calzoncillos de manera habitual en la casa y no pintaba mal la cosa, pero dura parecía crecer exponencialmente.

―Venga, Javi, no seas marica, ¡jajaja! ―dijo Samuel.

―Coño, que ya voy, joder ―respondí intentando destensar la situación, entre risas.

Con timidez, comencé a sobarme por encima del pantalón mi polla, la cual ya estaba durísima viendo la de mis colegas. 17 centímetros, como Carlos. De perdidos al río, me saqué el rabo sentado en la silla y comencé a masturbarme, intentando fijarme en la película aunque mirando de reojo a mis compañeros de paja. Diego, no obstante, no se sacaba la polla. Parecía pensativo.

―¿Vas a darle o no? ―le preguntó Carlos a Diego. Le agradecí por dentro, pues estaba ansioso por verle el rabazo. Diego sonrió.

―Ahora vuelvo, seguid dándole.

Se largó a la cocina y le seguí con la mirada, mientras me pajeaba. Cada vez perdía más la vergüenza al ver a Samuel y Carlos darle al tema sin pudor alguno. Al minuto, Diego volvió con un paquete de galletas y un plato pequeño.

―Todos en pie que vamos a jugar, cabrones, ¡jajaja!

―Ni de coña, Diego ―respondió Carlos―, no pienso ponerme a pajearme en una galleta.

―Pues a mí me mola la idea ―dijo Samuel―. Es lo típico que se ve por Internet pero nunca se hace. Qué cojones, ¿vamos, Javi?

―No sé si me gusta la idea ―mentí. Me encantaba la idea de imaginarlos frente a mí, en círculo, masturbándose, y la posibilidad de probar su lefa. No obstante, quizá fuera demasiado para mí―. ¿No os parece muy marica?

―Joder, que estamos en el siglo XXI. A la mierda esas cosas ―exclamó Samuel, levantándose con el rabo fuera.

―¡Ese Samu! ―gritó Diego, sacando una galleta―. Estas cosas hay que hacerlas una vez en la vida, ¡jajaja!

Carlos, al principio reticente, terminó por decidirse y levantarse. Todos me miraron, riéndose y algo mareados por el alcohol. Finalmente, me levanté de la silla.

Diego colocó la galleta en el centro de la mesita, sobre el plato. Todos nos pusimos en círculo, uno en cada lado de la mesita. Iban de valientes pero se les notaba nerviosos, aunque no más que a mí. Samuel, siempre tan suyo, comenzó a pajearse.

―U os dais prisa u os merendáis mi lefote, cabrones ―dijo entre risas. Esa frase, tan en su línea, rompió el hielo e hizo que Carlos y yo empezáramos a masturbarnos. Fue entonces cuando Diego se sacó el rabo.

―Hostia puta, cabronazo ―dijo Carlos.

Y como para no decirlo. Era casi tan gorda como la lata de Samuel, pero bastante más larga. Seguramente llegaría a los veintiún centímetros. Sin poder evitarlo, me embobé mirando ese rabo que tenía tan cerca, que casi podía tocarlo. La sala olía cada vez más a macho, a polla, a precum. Y ahí estábamos los cuatro, riéndonos pero pajeándonos mientras alternábamos las miradas entre nuestras pollas y la película donde ahora le hacían una doble penetración a la rubia. Sabía que no podía perder mi oportunidad así que intentaba masturbarme algo más lento que el resto, retrasando mi eyaculación. Tenía miedo de que me "pillaran", pero al mismo tiempo sabía que era ahora o nunca.

No habían pasado diez minutos cuando Carlos comenzó a correrse en la galleta. Inició su orgasmo con unos gemidos y soltó cuatro buenos trallazos de lefa que llenaron el plato y la galleta. Su semen era líquido pero bastante cuantioso y salía con fuerza de su rabo. La imagen me excitó mil pero me ordené a mí mismo serenarme y seguir con mi lenta paja.

―Ale, yo me salvo ―dijo desplomándose en el sofá, todavía con el rabo fuera―. Ahora dejadme ver el espectáculo de quién se relame con mi lefa.

―Me parece que yo no voy a ser ―respondió Samuel, al tiempo que su cuerpo se contraía y de su polla salía lefa sobre la galleta. Había agarrado el plato y lo había acercado a su rabo. No salía con fuerza, pero sí salía más cantidad que Carlos. Su leche era espesa, blanquísima. Había llenado por completo la galleta―. Seguís vosotros, maricas.

Riéndose, se alejó de la mesa y se colocó junto a Carlos. Diego se puso frente a mí, dándole la espaldas a estos y me miró fijamente a los ojos.

―Solo quedamos tú y yo, Javi. ¿Tienes ganas de correrte? ―dijo, en actitud chulesca, pajeando su enorme rabo frente a mí.

No sabía exactamente si había intuido algo de mi lentitud o es que estando cachondo le molaba sacar esa actitud de superioridad, pero algo dentro de mí supo que él sabía que a mí me molaba esto. Lo confirmé cuando me guiñó un ojo al tiempo que me sonreía, sin que Carlos ni Samuel pudieran verle la cara.

―Vas a tragarte mi lefa, chaval ―dije, intentando disimular mi nerviosismo, aunque estoy seguro de que no se lo creyó. Me notaba el rostro rojo de vergüenza pero tampoco podía dejar de mirarle el rabo. Quería ver cómo se corría. Quería imaginar cómo se corría en mí.

―Ahí va, joder ―proclamó mientras acercaba el plato.

Su pollón se hinchó como nunca y de su capullo salieron siete u ocho trallazos de lefa. Era el más pollón y el más lechero, sin lugar a dudas. Apuntó bien al plato y embadurnó toda la galleta y dejo un buen poso de leche en el plato. Siguió soltando pequeñas gotas mientras gemía, sonriendo y mirándome de cuando en cuando.

―¡Eh, deja de pajearte! ―gritó Samuel―. ¡Te toca tragar, Javi! Podrás pajearte mientras lo haces, si te mola, ¡jajaja!

―No seas cabrón, tío, no pienso pajearme así...

―Eh, cada uno que haga lo que quiera, ¡pero tragar vas a tragar! ―rió, dictando la sentencia.

Carlos se levantó y se colocó a mi espalda, agarrándome los hombros y obligándome a agacharme. Yo me dejé hacer. Mi polla estaba durísima y la situación me excitaba millones. De perdidos al río, me dije. Era obvio que Diego sabía que me ponían esas cosas, así que tampoco iba a desaprovechar la oportunidad de disfrutarlo teatralizando mi disgusto de manera incesante. Me limité a poner mala cara y me coloqué sobre mis rodillas, con la polla fuera.

Fue Diego el que me acercó el plato a la cara, mostrándome la galleta. Ya se había guardado la polla pero yo la tenía guardada en mi memoria con completa nitidez. Me sonrió. Con algo de timidez, agarré la galleta. Estaba mojada, empapada en lefa de mis tres colegas. Se había puesto blanda por lo que se doblaba con facilidad. Morder no era una opción, tendría que metérmela de una en la boca.

―Con la boca abierta, eh, que se vea ―dijo Carlos. Nunca me hubiera imaginado que fuera él quien quisiera ver el espectáculo. Los demás, no obstante, asintieron. Yo hice lo mismo, sumiso frente a ellos, que me miraban de pie.

Tuve que agarrar mejor la galleta para evitar que se rompiera. La acerqué a mi boca y antes de probarla la olí disimuladamente. Quise disimular poniendo mala cara pero me fue imposible. El olor era increíble. Sonreí y abrí bien la boca, sacando un poco la lengua. Samuel resopló. De una, me metí la galleta en la boca. Algo de lefa se quedó en mis comisuras de los labios. Comencé a medio masticarla, con la boca abierta, mirándolos. Samuel y Carlos tenían cara de flipar con la situación. Pero el que más me ponía era Diego, que me miraba directamente a los ojos, sonriendo con los brazos cruzados, justo frente a mí, todavía con el plato de lefa en la mano.

―Muestra más ―ordenó Diego. Yo obedecí y abrí más la boca al tiempo que tragaba la galleta pero dejaba algo de lefa en mi boca. Ojalá pudiera tomar galleta y lefa a diario. Me olvidé del sabor del dulce y me centré en sentir la leche. Se distinguía muy bien la lefa líquida de Carlos, que resbalaba de la galleta y me llenaba la boca, de la lefa espesa de Samuel, que se mantenía pegada y te dejaba los dientes pastosos. Y luego, sobre todas, la leche de Diego. Se notaba el dulzor de la misma, con una textura distinta a las otras dos. Quizá estuviera condicionado por mi excitación hacia mi compañero de piso, pero ojalá tomar únicamente su lefa.

Cuando tragué por completo, abrí la boca y saqué por completo la lengua, mostrando mi hazaña a mis amigos. Ni siquiera me di cuenta de que con una mano me estaba pajeando.

―Quédate así, que todavía queda en el plato... ―dijo con suavidad Diego.

―¡Hostias, qué cabrón! ¡Jajaja! Le vas a obligar a tomarla toda.

―Hombre, claro, esto solo pasa una vez en la vida, ¿no? ―respondió mi compañero, sabedor de que ojalá no me pasara solo una vez.

Le miré, sometido, y seguí con la lengua fuera. Acercó el plato de lefa a mi boca y derramó la leche en mi lengua. Conforme iba cayendo notaba cómo mi polla estaba a punto de explotar de excitación. Samuel seguía resoplando mientras Carlos se reía a carcajadas. Diego, por el contrario, se mantenía sereno pero sonriente.

Cuando no cayó más lefa, comenzó a rebañar con el dedo todo el plato, intentando que la probara toda. Finalmente, me metió el dedo en la boca. Con algunos nervios, lo lamí, saboreando toda la leche (que en su gran mayoría era suya). Cuando limpié su dedo, me dio una pequeña bofetada, muy suave y hasta cariñosa en la mejilla, antes de alejar la mano. Finalmente, tragué por completo de nuevo y volví a mostrar mi boca vacía.

―Con dos cojones, Javi, ¡menudo crack! ―rió Samuel―. Anda, ahora a limpiarte que estás muy cerdo con lefa todavía.

Samuel y Carlos se descojonaron y yo aproveché para levantarme e ir al aseo. Los escuchaba reírse y sentía la mirada de Diego en mí mientras me alejaba. Aproveché la puerta cerrada del baño para pajearme frente al espejo mientras miraba la lefa que todavía quedaba en mis labios y la lamía con ansia. Me corrí a los treinta segundos, llenando el lavabo lleno de lefa, que, por supuesto, recogí y lamí. No era tan deliciosa como la de Diego, pero a esas alturas no me importaba.

Cuando me serené, limpié un poco mi cara, boca y el propio lavabo. Me tranquilicé y me convencí de que seguramente no volvería a pasar.

―¡Javi, nos vamos, tío! ¡Limpíate bien! ―escuché cómo gritaba Samuel. Al momento, la puerta de la entrada se abría y se cerraba.

Salí del baño y me encontré con Diego, que me miraba con cara de chulería.

―Te ha molado, ¿no?

―¿Qué? Bueno, ha estado guay pero no vamos a repetir, que eso sería muy gay, ¡jajaja! ―dije, disimulando, con algo de nervios.

―A mí no me engañas, que te veía cara de guarra mientras tragabas ―respondió al tiempo que me guiñaba un ojo. Me quedé paralizado―. Ya te iré dando leche, marica, ¡jajaja!

Dijo antes de irse a su cuarto y cerrar la puerta. Sin dudarlo, fui a mi cuarto y volví a masturbarme imaginando su leche de nuevo en mi boca. Diego había descubierto la guarra que había en mí y estaba seguro de que iba a aprovecharla de aquí en adelante.