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La caricia del látigo

en Dominación

Bajé tranquilamente las escaleras hasta llegar a la puerta de la mazmorra. Abrí y encendí la luz. Me dirigí entonces hacia la jaula.

Allí estaba ella, dormida y sucia. Había dormido toda la noche así. En una postura incómoda. Pero no se merecía menos después de lo que había hecho.

Cogí una vara de bambú y la golpeé las nalgas a través de los barrotes. Despertó con un grito confundida. Tardó unos instantes en centrarse y darse cuenta de donde estaba. Se agarró a los barrotes con desesperación.

-Amo por favor perdóneme!! – Su voz era una pura súplica – Déjeme salir!!

-Silencio perra. Vas a salir pero solo para ser severamente castigada por tus faltas.

Enganché su collar a la correa y abrí la jaula. Ella inmediatamente salió a cuatro patas. Sabía que si no obedecía sería aun peor. Miraba al suelo gimiendo compungida.

La conduje hacía el cepo. No tenía intención de ser suave ni compasivo. El tiempo de la condescendencia había pasado.

La enganche firmemente y descargué la vara de nuevo en sus nalgas. Golpes rítmicos rompiendo el silencio de la sala. Ella aguantaba como podía pero pronto no resistió mas y los gritos inundaron todo eclipsando el ruido de la vara.

-AHHHHH PIEDAAAD AMOOO!!! POR FAVOOOR!!!

-Basta perra!! – Mi orden bastó para hacerla callar. No te mereces menos por lo que has hecho!!! Pero si no te puedes mantener en silencio entonces yo te haré callar.

Sabía que no podría resistir el gritar. Por lo que ya preparado saqué del bolsillo una mordaza de bola y se la coloqué firmemente.

Su culo estaba rojo y ya marcado con las líneas de la vara. Decidí no continuar con ese castigo y aprovechar la postura para castigar sus pezones.

Recorriendo con la mirada la vitrina en la que guardaba las pinzas escogí unas pinzas de mariposa con un gancho y dos pesas medianas. Volví con la perra y agachándome pincé sus pezones haciendo que soltara un gemido.

-Mmmmm!! MMMMMMHH!!! – Su protesta no era para menos ya que se trataba de unas pinzas que aumentaban la presión a medida que se tiraba de ellas, cuanto más peso tuvieran peor sería su agonía.

Abrí el cepo y la conduje al que sería el principal castigo. La polea. Sujetando sus muñecas a unas argollas del techo la obligué a mantener los brazos en alto, accioné el mecanismo y un motor comenzó a subirla hasta que sus pies dejaron de tocar el suelo.

Era el momento de azotarla de verdad. Primeramente cogí un látigo largo de cuero trenzado blanco y negro. Golpee varias veces el suelo para devolverle la flexibilidad e inicie el castigo de su espalda.

El látigo restallo contra su blanca espalda dejando pequeñas líneas rojas en su superficie. Chillaba y se sacudía agitando las pinzas haciendo que aumentara la tortura de sus pezones. Pero no tuve compasión. La azoté mientras pataleaba intentando fútilmente bloquear con sus piernas la cruel pieza de cuero que la atormentaba. Tras una veintena de latigazos me detuve. Acaricié su piel enrojecida y caliente y pasé al ultimo acto del castigo. El que reservo para sus peores faltas.

De una caja de madera saqué la lengua de acero, un látigo de fibras de acero trenzado de un metro de largo con un pequeño peso en la punta. Es un instrumento de castigo terrible que solo con unos pocos golpes produce un dolor intolerable, pero no se merecía menos.

La agarre de la barbilla y le mostré el instrumento. De inmediato comenzó a sollozar y a emitir gritos de piedad ahogados por la mordaza. Se la retiré de la boca, esta vez quería oírla chillar.

-AMO LA LENGUA NO!!! TENGA PIEDAD!! NO LO RESISTIRE!!!

Ni siquiera la miré. Até sus pies a unas argollas del suelo y la estiré con la polea para que no pudiera resistirse. Estaba completamente inmovilizada con su cuerpo en cruz suspendido del suelo.

Un golpe tras otro atacaron su ya maltrecha espalda mientras los gritos de y las súplicas no cesaban. Cada latigazo dejaba una marca roja fina y profunda provocándola convulsiones de dolor.

-AMOOO PIEDAD!! NO PUEDO MAS!!! PERDONE A ESTA PUTAAA!!

Contaba mentalmente los latigazos complaciéndome cada vez que la lengua mordía su piel. No puedo negar que estaba muy excitado infligiéndola aquel tormento. Deleitándome en su desesperación después de que me faltara al respeto.

-MI SEÑOOR!! SERÉ BUENA PERO POR FAVOR TENGA COMPASIÓN!!

El sudor recorría su cuerpo mientras los gritos se apagaban por el cansancio. Estaba completamente derrotada. Detuve el castigo y acaricié mi obra. Las marcas rojas cruzaban su piel de la que apenas quedaba una parte que conservara su blanco y suave color original.

Solté las ataduras de sus tobillos y bajé la polea. No lograba sostenerse en pie. Permaneció en el suelo jadeante llorando. Pero el castigo no había terminado. Faltaba el punto final para que comprendiera.

Solté sus manos y se las até a la espalda. Até la cuerda a la polea de nuevo y la alcé lentamente haciendo que tuviera que levantarse para evitar que se le descoyuntaran los brazos. La estiré lo justo para que la sensación fuera desagradable. Tenía que mantenerse con las piernas estiradas de puntillas luchando contra la tensión de la cuerda.

-Amo… Por favor… - Susurraba entre lágrimas. Agotada pero aun entera.

-Cállate – Contesté secamente mientras traía Un nuevo par de pinzas con pesos.

La obligué a separar las piernas y agachado pincé sus labios vaginales. Esta vez el quejido fue muy leve, acorde con su estado.

-Volveré después perra. Espero que esto te inculque un poco de disciplina.

-Amo… No me deje así… Piedad…

Ni me molesté en mirar atrás. Apagué las luces y subí a descansar al salón.

Me tumbé tranquilamente en el sofá y puse la alarma del móvil para una hora después. No se trataba de tenerla mucho más. Debía sentir la sensación de desesperación, de implacabilidad.

Un suave sopor empezó a apoderarse de mi pero antes siquiera de que me lograra dormir sonó la alarma, me levanté y fui a baño a lavarme la cara. No quería que viera el mas leve rastro de cansancio en mi rostro. Aproveché y llené un cubo con agua. Sabía muy bien lo que me encontraría al abrir la puerta.

Tal como supuse al entrar en la mazmorra y encender la luz pude verla, parecía una marioneta colgada, las piernas empezaban a fallarle, sus gemidos apenas eran audibles.

No reaccionó cuando me acerqué a pesar de que ni me molestaba en enmascarar mis pasos. Tomé el cubo con ambas manos y arrojé el agua contra ella.

-AAAGH!!! – El agua la despejó inmediatamente. Volvió a erguirse.

-Amo por favor, seré buena…

Bajé la polea y la desaté. Quité las pinzas y la dejé en el suelo mientras preparaba un gel especial para tratar sus latigazos. Se lo apliqué con un suave masaje. Gimió, esta vez de alivio. Se recompuso como pudo colocándose a cuatro patas para mostrar su sumisión mientras la curaba.

-Amo, he sido una estúpida irrespetuosa.

-Si perra, lo has sido, espero que este correctivo te meta un poco de sensatez en la cabeza.

-Se lo juro mi amo, no volverá a pasar.

-Eso espero, porque ya sabes que esto no es lo peor que puede ocurrirte.

Tembló sabiendo a lo que me refería. Por dura que hubiera sido la disciplina efectivamente no era de lo peor, lo habíamos hablado muchas veces pero nunca pensó que podía ocurrir. “Bien” pensé, “Ahora que lo ha experimentado en sus carnes se lo pensará dos veces antes de desafiarme”.

La dejé reponerse deleitándome con su piel magullada mientras la masajeaba. El tener una piel tan fina y suave como la suya solo hacía que las marcas del castigo se notaran más. Le durarían unos cuantos días, un recordatorio físico de su insolencia.

-De pie perra.

-Si mi señor.

A pesar del cansancio se levantó rápidamente, colocó sus manos en la nuca y miró hacia el suelo. “Bien enseñada” pensé. Coloqué una pequeña cantidad de gel en la yema de mis dedos y recorrí sus pezones. El tacto frío la sobresaltó.

-Mmmmmm – Se contuvo, no quería arriesgarse a enfurecerme de nuevo.

-Tranquila perra, el momento del correctivo ya pasó, ahora puedes relajarte.

-Si señor – A pesar de su mirada baja la pude ver sonreír.

Cuando sus pezones hubieron absorbido todo el gel la conduje de la mano fuera de la mazmorra por las escaleras. Ella continuaba con la mirada baja evitando deliberadamente hablarme, esta vez mas por vergüenza que por miedo.

Pasamos el salón hasta el dormitorio. Allí cerré la puerta y me encaré con ella.

-Desnúdame perra.

-Si mi señor

Lo hizo con absoluta devoción. Besando mi cuerpo como tantas otras veces lo había hecho ante la misma orden. Cuando me descalzó besó mis pies postrada en el suelo hasta que la ordené levantarse. Me dirigí hacia el baño y ella me siguió a cuatro patas sabiendo lo que tenía que hacer.

Abrió los grifos de la ducha y se metió dentro para comprobar la temperatura y preparar el jabón. Yo la miraba desde la esquina contemplando su precioso cuerpo. Su voz me sacó de mi embelesamiento.

-Mi señor, esta todo preparado para usted.

-Bien hecho perrita – Entré en la ducha con ella – Puedes comenzar

Me enjabonó todo el cuerpo frotándolo con el suyo. Después me aclaró y lavo la cabeza con cuidado y minuciosidad. Volvió a aclararme y saliendo de la ducha con su gracia habitual preparó mi albornoz para secarme ayudándome a ponérmelo.

Salí del baño mientras ella me seguía. Sabe que no puede secarse en mi presencia, que me gusta ver su cuerpo mojado. Me tendí en la cama y ella se tumbó de nuevo a mi lado, besando mi piel.

-Mi señor, le amo. Por favor perdone a esta perra. Usted no se merece lo que hice.

-Ya has sido castigada por ello. Solo espero que no se repita.

-Nunca mas señor. Mi amado amo. Mi adorado amo.

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