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Viviendo con mi hermano III

en Gays

El viernes por la mañana desperté con Francisco junto a mí. Había pasado casi todas las noches de esa semana en mi casa. Cenábamos, follábamos y luego dormíamos hasta que uno de los dos despertaba caliente a mitad de la noche.

Nos alistamos, Alejandro ya no estaba en casa. Llenamos nuestras mochilas con nuestras cosas y luego salimos de ahí rumbo a la universidad. Todo transcurrió normal. El cielo estaba completamente nublado, y el aire era frío. Llevábamos suéter, pero aun así sentía cómo el frío me traspasaba.

Cuando llegó la hora de la práctica, nos encontramos con Marco y su amigo Alejandro. No había interactuado mucho con ellos, menos después de haberlos visto follar en las duchas. Francisco estaba ayudándome con mi tiempo en la piscina y yo lo ayudaba a él. Habíamos hecho un gran equipo, a diferencia de los otros dos.

—¿Irán a la fiesta de esta noche? —preguntó Alejandro. Marco giró la vista hacia nosotros. Francisco asintió contento y yo sólo sonreí.

Nos desnudamos los cuatro sin ningún morbo y entramos a las duchas. Ya me había acostumbrado. Debo admitir que el cuerpo de Marco me causaba cosas que, estaba seguro, no debería. Llamaba mucho mi atención que su piel fuera casi del mismo tono, excepto en sus nalgas.

Por la tarde, me encontraba en mi casa. Solía poner música en mi habitación mientras hacía mis deberes. Alejandro me llevaba algún snack y se quedaba platicando un rato conmigo. Esperaba que mi hermano fuera padre algún día, porque seguramente sería uno excelente.

—¿Puedes prestarme el auto esta noche? —pregunté nervioso.

—Ya lo veía venir —soltó una carcajada. Llevaba un short holgado y una camiseta sin mangas—, está bien, Yago, pero tienes que evitar tomar alcohol. ¿Entendiste?

—Claro, no tengo intención de hacerlo. ¿Sabes lo difícil que es mantenerte en forma?

—Sí —sonrió con obviedad, levantó su camisa y me enseñó su abdomen. Me encantaba verlo sin camisa. Tenía el abdomen ligeramente marcado, pero con una capa de vello que me hacía querer frotarlo toda la noche.

—Cierto, olvidaba que eres el Adonis de la familia.

—No lo creo, ese eres tú. Aparte de tu buen cuerpo, tienes un bonito rostro.

—Voy a aceptarlo, sólo porque me gusta que me hablen bonito —dije en tono burlesco—, pero pienso que eres mucho más guapo que yo.

—Quizás por la edad, seguro te gustan mayores.

Me puse nervioso. Sentí cómo él también lo hacía, sonrió y se marchó de mi habitación. Moví mi laptop hacia un lado de mí y pude ver mi erección. Estaba harto. Me enfoqué en mi tarea. Tenía que buscar ciertos planes alimenticios enfocados en diferentes deportistas. No era complicado, sobre todo con las redes sociales, que todos suelen compartir lo que comen y lo que no.

No quise distraerme. Me dispuse a terminarlo y lo hice en menos de una hora. Imprimí los planes y apagué mi computadora.

Tomé mi teléfono celular y envié un mensaje de texto a Francisco, le sugerí que pasaría por él a eso de las ocho de la noche, pero insistió en llegar a mi casa para irnos juntos. Bloqueé mi celular y salí de mi habitación. No se escuchaba nada, pensé que mi hermano estaría dormido. Bajé con cuidado hasta llegar junto a su habitación, la puerta estaba entre abierta. Podía ver la silueta de mi hermano frente al televisor. No llevaba ningún short, podía ver su culo también cubierto por un vello delgado. Se quitó la camisa y se puso un pantalón y una playera con manga larga. Cuando estuvo a punto de girarse, abrí la puerta antes de que mirara que estaba ahí observándolo.

—¿Saldrás? —pregunté.

—No, hace más frío de lo normal el día de hoy —dijo.

—Lo sé, imagina cómo me siento yo que estoy acostumbrado a morir de calor.

—Ven—dijo saliendo de su habitación. Lo acompañé. Fuimos a la cocina y preparó chocolate caliente. Teníamos una receta de hot cakes de avena, así que podíamos comerlos sin sentirnos tan culpables al respecto. Me senté sobre el desayunador mientras él cocinaba. De algún modo, no dejaba de fantasear con quedarme ahí por siempre. Vivir con Alejandro sería algo increíble.  

—Alejandro, ¿no quieres casarte algún día? —pregunté mirándolo con ternura.

—¿Disculpa? ¿a qué viene esa pregunta? —dijo nervioso, pero sonriendo.

—No lo sé. Eres muy trabajador, responsable, listo, te gusta hacer las cosas de la casa… no lo sé. Eres un todo un partidazo. Eso sin mencionar que eres casi igual de guapo que yo.

—Yago—se sonrojó y sonrió—, no me molestaría la idea de casarme o de estar con alguien simplemente, pero no me ha llegado. No me cierro a nada y espero que todo se dé naturalmente, por ello, prefiero dar lo mejor de mí sin esperar nada a cambio.

—Yo sentaría cabeza con un hombre como tú —dije sin pensarlo mucho. Sonrió de oreja a oreja y llevó los hot cakes a la mesita de la sala de estar. Nos sentamos en el sofá, yo llevé las tazas con el chocolate. Encendimos la televisión, estaba saliendo Scream. Una de mis películas favoritas de toda la vida.

Comimos, Alejandro había preparado más de lo que debió, aun así, nos acabamos todo. Dejé la taza a un lado, y me acurruqué junto a él.

—¿Tienes mucho frío? —preguntó. Yo asentí nervioso.

Pasó su brazo por mis hombros y me abrazó. No lo dudé ni tantito. Me acerqué más a él y lo abracé de la cintura también. Sentía su nariz oler mi cabello y sus labios rozarlo también. Me encantaba estar así con él.

—Yago —susurró. Giré mi cabeza para verlo a los ojos—, sé que no es correcto, y tengo mucho miedo de hacerlo, pero prefiero correr el riesgo y saber qué pensabas tú —no dije nada. Lo miré fijamente. Sentí sus manos subir hasta mi rostro. Me tomó de las mejillas y me acercó a él. Sentí sus labios posarse junto a los míos.

—¿Estoy dormido? —le pregunté sonriendo.

—No lo sé, he soñado con esto casi toda la semana. Me encantas, me encanta verte, escucharte, tu cuerpo, todo —decía esto mientras me besaba toda la cara, la boca, las mejillas, la frente, incluso la nariz.

Me recosté sobre el sofá y él se recostó a un lado de mí. No decíamos mucho, y tampoco queríamos arruinarlo. Sentí su mano meterse bajo mi playera y acariciar mi pecho. No lo dudé. Me senté y me saqué la playera rápidamente. Él hizo lo mismo, volvimos a acostarnos y ahora pude sentir los vellos de su pecho sobre mi espalda.

Puso sus labios sobre mi cuello y yo sentí que iba a explotar. Bajó hasta mi espalda. Sus manos no dejaban de tocarme. Ponía sus dedos sobre mi tetilla izquierda, la pellizcaba mientras me besaba el cuello, y luego pasaba a mi otra tetilla. Subió la mano y la puso sobre mi cuello. Me acercó más a él y sentí todo su calor.

Supuse que estaba teniendo cuidado de no hacerlo, pero yo no pude aguantarme mucho. Eché mi cadera hacia atrás haciendo que mi culo chocara con su polla. Estaba durísima.

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —preguntó. Asentí más que seguro.

Acercó su pelvis a mí. Pude sentir cómo su polla chocaba con mis nalgas por encima de nuestros pantalones. Comenzó un ligero vaivén. Giré mi cabeza hacia atrás y él se acercó para besarme. Levanté mi brazo para agarrarle la cabeza. Tocó mi pecho, pasó por mi axila y después bajó hasta mi cintura para girarme hacia él.

Me besó la barbilla y luego bajó hasta mi cuello. Ahora podíamos vernos cara a cara. Llevaba la barba algo larga. Tenía días sin afeitarse. Su nariz tocaba la mía y posaba sus labios encima de mi piel. Puso su mano en mi culo y me acercó más a él. Empecé a sentir cómo nuestras pollas chocaban. Bajó hasta mi pecho y comenzó a lamerlo y morderlo. Me gustaba todo lo que hacía. Me mordió las tetillas. Sus manos seguían en mi culo. Recorrió todo mi pecho. Llegó a mi axila y también la lamió.

—¿Puedo? —dijo sujetando mi pantalón. Le dije que sí. No llevaba ropa interior porque nunca la usaba después del entrenamiento.

Bajó mi pantalón y mi polla saltó. Sonrió al verla y sacó mi pantalón por completo. Bajó lentamente por todo mi cuerpo hasta llegar a mi polla. Era lo suficientemente gruesa. Alejandro estaba a punto de meterla a su boca. Me miró angustiado y se acercó a mi cara otra vez.

—Yago, no sé si esto esté bien. De hecho, estoy seguro de que no está bien. Mejor hay que parar antes de llegar muy lejos —estábamos hablando entre jadeos. Estaba seguro de que mi hermano quería parar sólo por ser correcto no porque en realidad deseara hacerlo.

 Estaba desnudo frente a él, no quería parar. Me levanté para sacarle el pantalón. Me tomó de las muñecas para detenerme. Hice un puchero, sonrió y me soltó arrojando un suspiro. Bajé su pantalón hasta quitárselo. Tampoco llevaba ropa interior. Nuestras pollas eran muy parecidas, salvo que la de él tenía el vello recortado y la mía no tenía vello en absoluto. Ambas eran gruesas, algo largas y rectas.

Nos acercamos más, ahora podíamos sentir nuestros cuerpos completamente desnudos.

No quería arriesgarme a que Alejandro se arrepintiera. Me bajé del sofá, me arrodillé y metí su polla en mi boca. Sentí cómo mi hermano se contorsionaba. Puso su mano sobre mi cabeza y me pidió que no parara. Apenas alcanzaba a meterla toda. Sentía arcadas y él me empujaba aún más.

Escupí sobre su polla y comencé a masturbarlo. Los gemidos de Alejandro se escuchaban por toda la casa. Esperaba que no fuera otro de esos sueños que había estado teniendo los últimos días, como al parecer, él también los había tenido.

Se sentó, puso sus dos manos sobre mi cabeza, metió su polla a mi boca y comenzó a follármela. Yo estaba atragantándome, pero me gustaba. Me tomó de las manos y entrelazó los dedos. Sentía cómo se movía y sólo podía pensar en lo mucho que quería que me follara.

—Acuéstate —me dijo susurrando. Se recostó y yo me recosté junto a él —. No quiero llegar tan lejos —dijo en mi oído, sentí cómo me besaba el cuello. Solté un quejido de desagrado—, no quiero llegar tan lejos hoy, Yago. Quiero que estemos seguros y quiero hacerte sentir bonito. Te amo, y no quiero hacerte ningún daño.

—Está bien —dije todavía quejándome.

Puso su mano sobre mi cuello, acercó su polla a mi culo y comenzó un vaivén. Esta vez un poco más rápido. Escupió en su mano y se la llevó a su polla para lubricarla. Sentía cómo se movía entre mis nalgas. Puso su mano sobre mi polla y comenzó a masturbarme. Estábamos gimiendo a más no poder los dos. Me mordía la espalda y yo movía mi culo hacia atrás para poder sentir más su polla.

Pasé mi mano para atrás y comencé a masturbarlo. Sentía cómo su glande chocaba con mis nalgas y su boca en mi cuello mordiéndome. Nuestras respiraciones estaban muy agitadas.

—Creo que me voy a venir —le dije.

—Está bien. También me vendré —dijo jadeando.

Comenzamos a movernos más rápido. Estaba muy excitado, toda la situación me llenaba de morbo y de lujuria. Sentía que iba a venirme. Estiré mi brazo hacia arriba. Me abrazó con el brazo que tenía libre, me aferró a él y entonces lo sentí. Mi polla comenzó a soltar chorros de líquido blanco sobre el suelo y la mesita del medio. Alejandro comenzó a venirse en mis nalgas mientras soltaba gritos ahogados. Seguimos jadeando unos segundos. Me besó la espalda a pesar de que estaba sudando. Era evidente que el frío había desaparecido.

Se levantó y me pidió que me quedara acostado. Fue por unas toallas, me limpió todo, limpió el suelo y la mesita. Se recostó de nuevo y me abrazó. Me aferré a él. Por fin había ocurrido, aún no por completo, pero había ocurrido.

El clima, su calor, sus brazos, no necesitaba más. Cerré los ojos y me quedé dormido.

—Te quiero, Yago. Gracias —alcancé a escuchar.

Después de un rato, escuché un ruido. Alejandro me dijo que no era nada. Seguíamos acostados. De nuevo volví a escucharlo, abrí los ojos y recordé, tenía que ver a Francisco en la noche. Miré la hora en el reloj de la sala, eran las 9 pm. Me levanté rápido y le pedí a Alejandro que se levantara. Nos vestimos rápido, mi hermano se marchó a su habitación. Abrí la puerta y miré a Francisco esperándome empapado. Le pedí que pasara.

—¿Qué pasó? —pregunté preocupado.

—Empezó a llover cuando estuve a punto de llegar aquí. Te he estado marcando, pero no respondes. Pensé que te había pasado algo.

—Quítate esa ropa, iré a buscarte otra.

Subí a mi habitación. Tomé una camiseta parecida a la que Fran llevaba puesta, unos jeans y unos calzoncillos. Bajé y estaba Fran en la sala de estar, completamente desnudo, tecleando en su celular. Sonreí. Le di la ropa y le pedí que se vistiera, no quería que se enfermara.

—Creo que no iremos a ninguna fiesta —dijo apenado—, se está cayendo el cielo, prefiero quedarme aquí contigo —Alejandro salió de la habitación, miró que Fran se estaba vistiendo y sonrió pícaramente. Mi hermano sólo llevaba unos slips negros —, confirmo, prefiero quedarme aquí con ustedes —agregó Fran entre risas.

Disculpen la tardanza, pero he estado teniendo mucho trabajo. Quiero que sepan hasta dónde llevó la situación. Gracias a los que han dejado sus comentarios aquí y gracias a aquellos que me han enviado e-mails, saben que pueden seguir haciéndolo: yagocaceres16@gmail.com 

Un beso,

Yago