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¿Si, Benito?

en Sexo con maduros

Recién llegaba a la gran ciudad, venía desde un pequeño pueblo en la provincia a estudiar a Buenos Aires. A diferencia de la mayoría de los porteños  estaba embelesada con la ciudad, admiraba sus altos y descuidados edificios, también los más modernos, me asombraba la idea de caminar por la vereda y sentir la vibración del subterráneo en mis pies (lo admito, me asusté la primera vez). Todo era nuevo y asombroso para mí, así que como era de esperar la primera salida a bailar me encantó. Si de día Buenos Aires es hermosa imagínense de noche, la vida nocturna me ofrecía aventuras y yo las aceptaba sin temor.

Si bien para una piba joven no era difícil conseguir descuentos y pases gratis, un poco se dificultaba financiar ese aspecto de mi vida sin descuidar mis estudios. Siendo de una familia humilde mi único ingreso que aseguraba mi estadía en la ciudad era una beca que me permitía comer, pagar fotocopias y alquilar una habitación en una pensión para señoritas. Era necesario otro ingreso que me permitiera darme mis gustos personales sin alterar demasiado mis horas de estudio. Me hallaba en la búsqueda de trabajo activa sin que nadie quisiera contratarme cuando me acerqué al kiosco al lado de mi pensión para ofrecerme como franquera.

-           Señorita, ya la atiendo. – Gritó desde el fondo el dueño – Bueno, Ramiro, que suerte que tu señora consiguió laburo. Me alegro un montón.

-          Si – Un hombre de unos cuarenta años se disponía a pagar sus compras -  El único problema es que salió tan rápido que todavía no conseguimos alguien que cuide a papá.

-          ¡Uh! Don Benito, mándele un saludo. ¿Cómo anda?

-          Bien, bien. Todavía esperamos para la operación, por eso no puede moverse mucho y Clara no quiere que se quede solo porque es capaz de incendiarnos la casa. Estamos pensando en esos días llevarlo a algún centro de jubilados, no sabemos.

Nunca fui lenta para aprovechar la oportunidad y esta no iba a ser la excepción.

-          Hola – Carraspeé para hacerme notar – Perdón que los oía pero ¿Necesita alguien que cuide a su padre? Yo puedo hacerlo, no cobro mucho y necesito trabajo.

-          Mirá, nena, que son solo tres días a la semana.

-          ¡No tengo problema! Le dejo mi curriculum usted puede verificar mis referencias, soy muy responsable.

Debía notarse a la legua mis ganas de trabajar, salimos afuera y sentados en un banco de la vereda Ramiro llamó a mis antiguos empleadores. Me explicó que necesitaba alguien que se encargué de cuidar a su padre, que vivía con él y su esposa, mientras los dos trabajaban. Solo lunes, miércoles y viernes, el trabajo era atenderlo y entretenerlo ya que era un hombre muy activo que de golpe no podía moverse. Una vez hubo confirmado que mi experiencia era veraz y quienes hablaban de mi lo hacían muy bien me indicó que vivía en el edificio de enfrente y que necesitaba que trabaje desde el día siguiente. Concretamos un monto de dinero por hora, intercambiamos números de celular y me volví a mi pensión feliz de poder volver a salir a bailar, con lo que iba a cobrar me permitía salir, con modestia, viernes y sábado.

Ese lunes llegué una hora antes, tal como habíamos arreglado. La esposa de Ramiro me esperaba para enseñarme el departamento. Clara me explicó cosas básicas del hogar: llaves de gas, luz, el funcionamiento de la cocina, me mostró dónde guardaba los utensilios que usualmente usaba, especificó datos de la dieta de su suegro y cronograma de la tarde para estar desde las 12 hasta las 16 ocupados.  Luego nos sentamos con Don Benito a tomar unos mates y charlar, les conté lo que estudiaba, dónde vivía, cómo me enteré del trabajo, todos datos que ellos ya debían conocer por Ramiro pero qué sospeché que preguntaban para confirmar la historia.

Pasó la hora y me tocó estar sola en ese lugar, sola con Don Benito. Un hombre de 80 años muy inquieto que se lo veía saludable pero, como decía él, “la carrocería necesita unos ajustes”. La edad no viene sola y se presentó con inoportuno dolor de rodilla que terminó convirtiéndose en una futura operación de meniscos, la necesidad de un marcapasos y el sobrepeso retrasó la cirugía y lo condenó al sedentarismo y una dieta torturante. Y en eso me convertí yo: la carcelera.

Mi primer trabajo en la ciudad lo quería hacer bien, y lo quería pasar genial. No quería ser la malvada de la historia por lo que forjamos una amistad muy fuerte. A medida pasaban las semanas nos conocíamos más y perdíamos la vergüenza. Benito no dejó de quejarse de la comida que le preparaba pero el resto de la tarde lo pasábamos muy bien. Todos los días eran iguales: veíamos las noticias, quizás alguna película, pasábamos el rato charlando en el balcón, yo le contaba sobre mis estudios y él alguna anécdota de su vida. Luego hacía una siesta corta en la que yo aprovechaba a leer algún texto para la facultad y cuando se despertaba tomábamos unos mates, en la época de exámenes después de su siesta me hacía preguntas para comprobar si había estudiado. De vez en cuando, con alguna noticia, nos peleábamos porque era un hombre de ideales tradicionales y no terminaba de entender mi postura abierta a ciertos aspectos de la vida.

Pasaron tres meses y yo ya era “la nena”, todos en la casa me llamaban así. Algunos días me  quedaba un rato más pasada la hora laboral para charlar con Ramiro que llegaba de su trabajo. Me sentía cómoda y adoptada, es muy importante para alguien nuevo en la ciudad no solo hacer amigos sino encontrar su nueva familia.

Fue un viernes luego de la siesta que pasamos el tiempo mirando la televisión. Benito estaba acomodado en el sillón y yo sentada en una butaca llenaba medio distraída un crucigrama. No le prestaba mucha atención al televisor, pero lo oía cada tanto carraspear y refunfuñar.

-          ¡Pero! ¡¿Pero mirá cómo  van a salir asi?!

-          ¿Qué le pasa, Benito?

-          Mirá, mirá como andan. ¡Son unas locas!

En el canal un periodista entrevistaba a una vocera, vestida, pero en el fondo se notaba que las demás manifestantes estaban sin remera y corpiño, algunas sin pantalones incluso.

-          Y bueno, Benito, solo así en la tele te dan bola. Si estuvieran vestidas nadie las escucharía.

-          Si a mi mujer se le ocurría hacer algo así… Yo no la dejaba salir.

Silencio.

-          ¿Vos haces éstas cosas, nena?

-          ¿Qué? ¿No quiere que salga en la tele? – Bromeé.

-          ¡Pero es una falta de respeto! ¡A esta hora del día!

-          Ah, cierto, mostrar las tetas de noche está bien – Ya teníamos la confianza para tomarnos el pelo.

-          Decime, ¿vos salís así a la calle?

-          A veces si, cuando hay una protesta – suspiré, una cosa era bromear pero cuando tenía que ponerme a explicarle esas cosas me exigía más paciencia.

-          ¡Aaaaahhhh! Noooo. Pero cómo se te ocurre. ¿No tenés miedo?

-          ¿Miedo de qué, Benito? – Lo miré a los ojos y el bajó la vista.

Hubo otro gran silencio y yo volví a mi crucigrama. Casi podía oírlo pensar, intentando conciliar las dos imágenes: la nena y la loca. Entendía que por una diferencia de edad a él le molestaran ver tetas en la tele, que incluso le costaba entender la finalidad y la segunda lectura que se producía cuando el reaccionaba mal. En silencio esperé a que me consulte lo que guste, a que se indignara pero que, a la vez, me entendiera poco a poco a mí.

-          Nena…

-          ¿Si, Benito?

-          ¿Te gusta mostrar las tetas?

Su pregunta me descolocó. Esperaba un por qué, un desde cuándo, un dónde. No esperaba semejante pregunta. Y respondí como suelo responder cuando me dejan fuera de lugar, con la verdad.

-          Si, Benito. La verdad es que es liberador.

-          ¿En las marchas?

-          Si, por supuesto.

-          ¿Y en la intimidad? ¿Con tu novio?

-          Ay, Benito, no me deprima si sabe que estoy re sola.

-          Vos me entendés.

-          Si, le entiendo. En la intimidad no tengo problemas, me acepto, me gusto, no tengo vergüenza de mi cuerpo y me gusta mostrarlo.

Pensé que quizás la conversación se iba por las ramas e intenté acomodar mis ideas para enderezar la curiosidad de Benito a aguas menos peligrosas. Dejé mi crucigrama y me senté a su lado:

-          Nada de eso significa que soy irresponsable o quilombera. Espero que todo este tiempo haya visto que no soy así y que ese tipo de conductas no me convierte en tal.

-          Pero claro, nena – Sonrió y me palmó la espalda – Nadie me cuida mejor que vos.

De nuevo silencio. Tomó el control y empezó con un rápido zapping hasta llegar a las películas, miraba unos segundos de una y cambiaba a la siguiente. Me quedé a su lado todavía con su mano en la espalda. Pensé en lo bien que se lo había tomado y en lo feliz que me hacía no ocultar cada aspecto de mí.

-          Nena…

-          ¿Si, Benito?

-          Vos sabés que hace años que soy viudo.

-          Si, Benito.

-          Nunca te dije cuánto extraño a mi mujer.

-          No, lo lamento mucho.

-          Si… - Sentí el peso de su mano sobre mi hombro – Me gustaría pedirte un favor… - El aire estaba lleno de tensión y yo ya podía imaginar lo que me iba a pedir, no sabía cómo reaccionar – Me gustaría vértelas.

-          Ay, Benito – Quise hacerme la tonta y no darme cuenta de lo que me pedía pero sentía que era peor. - ¿Se da cuenta de lo que me pide?

-          Si, perdón. Perdoname, por favor – Me miró con unos ojos llenos de vergüenza y miedo, quizás incluso un poco de asco de sí mismo, quitó su mano de mi cuerpo y se removió en su lugar. – Perdón, no le cuentes a mi hijo.

-          No, Benito, yo no digo nada. Pero… ¿Por qué quiere que se las muestre?

-          Es que… Hace tanto que no veo nada en vivo, mi mujer no se dejaba tocar y la verdad es que ninguna otra mujer quiso estar conmigo. Y a vos te gusta mostrarlas.

-          Si, pero no siempre me gusta andar mostrándolas – bajó su mirada con vergüenza y me sentí mal por él, no quería que se sintiera mal. – Bueno, se las muestro, sólo porque tuvo el coraje de preguntarme en la cara y porque lo conozco y sé que usted es un buen hombre.

Me levanté de mi lugar con nervios, jamás me había comportado en un trabajo de esa forma. Tampoco sentía que Benito fuera mi trabajo, lo sentía un amigo, un amigo que me cuadriplicaba la edad pero que se exponía frente a mí con una necesidad honesta. Me quité la remera ante su mirada fija. Detrás de mí pasaban una película de acción y el ruido de los disparos era lo único que se oía en la sala. Me quité el corpiño y liberé mi torso, mi pecho se agitó por los nervios y la piel de mis senos se endureció un poco por el contacto con el aire.

No supe que hacer, jamás me había desnudado para alguien sin fines sexuales, jamás me había desnudado para un hombre tan grande. A mí me encanta estar desnuda, me obligaba a ponerme corpiño peor lo detestaba, no quería volver a vestirme. Tampoco habíamos discutido sobre cuánto tiempo tenía que estar mostrándole mi cuerpo así que no sabía cuándo era suficiente. Quizás fue el morbo de la situación pero me acerqué lentamente a él  “¿así ve mejor?” un quejido escapó de sus labios y sin pestañar repasó cada pliegue de mi cuerpo. Lentamente levantó una mano como intentando alcanzarme, me acerqué y se la sostuve.

-          Puede ver pero no tocar – Susurré.  Yo ya estaba en mi papel, era imparable – Este cuerpo es demasiado para usted.

-          Quiero…

-          Soy invaluable – Le susurré acercándome a su oído dejando mi cuerpo a centímetros del  suyo.

-          ¿Cuánto? – Dijo en voz alta y sacándome del trance. - ¿Cuánto por tocarlas?

Ese era el momento decisivo, mi respuesta definía el futuro de todo. Si decía que no arriesgaba con perder mi trabajo, si decía que si desencadenaba una serie de eventos que no sabía hasta donde iba a llegar. ¿Cuál era el punto sin retorno? En retrospectiva, podría haberme negado y confiar en que si me echaban algún otro trabajo iba a conseguir. Por otro lado, el morbo y las ganas de que me toque me nublaban la cabeza, además podía hacer dinero extra sin mucho esfuerzo.

-          Cien – respondí.

-          ¿Por chuparlas también?

-          Atrevido -  me reí – Trecientos. Me las toca y me las chupa hasta que llegue su hijo.

Apoyé una rodilla a cada lado de sus piernas y repartiendo mi peso con las manos en el respaldo del sillón le serví mi cuerpo. Sus manos sostuvieron mis senos y acercaron un pezón a su boca. Contrario a todo lo que imaginé el tacto fue satisfactorio, tenía las manos suaves y la boca muy lubricada. Sentía su lengua recorrerme y mojar mi piel. Con delicadeza besó mis pezones, se repartía entre uno y otro, si su boca se encargaba del derecho sus mano presionaba con firmeza el izquierdo. Comenzó a succionar como si fuera un bebe, al menos así me imagino que se siente. Como si el pezón fuera más y más adentro de su boca para luego volver a mí, era un masaje increíble. Lo veía prendido a mi cuerpo, con los ojos abiertos gozando del contacto de las pieles. Como si fuera un bebe pero gigantesco, su bigote me hacía cosquillas de las ricas y el aspecto en conjunto me excitaba. Encontraba satisfactorio no solo la succión sino que también la sensación de estar alimentando a un señor tan adulto, tan maduro y, a la vez, tan dependiente de mí. Me sentí poderosa.

Alternaba de pezón a pezón succionando mientras yo suspiraba de placer, si bien yo tenía los ojos cerrados solo pensaba en Benito. De un momento a otro cambió su succión por pequeñas lamidas dirigidas solo a la puntita de mi pezón, no pude evitar gemir y lo oí también a él. Presionaba mis senos hasta juntarlos intentando tragarlos a la vez, su lengua parecía debatirse entre uno y otro pezón mientras que su boca no sabía si succionar o morderme. Arrebatado intentaba hacer todo, prendido a un pezón me tomo de la cintura acercándome aún más a él mientras que con desesperación recorría mi espalda como intentando absorberme de alguna manera. No lo dejé tocarme la cola, quería que entendiera que un trato era un trato y solo iba a disfrutar por lo que  pagaba. Me rendí sobre su barriga, dejando que continúe con su dedicada atención a mis pezones y me sentí estremecer de placer.

Abrí los ojos para descubrir que faltaban poco menos de 5 minutos para que Ramiro llegara. Lo separé de mis senos y me alejé de él. En silencio me vestí notando lo sensibles que estaban mis pezones, me acerqué a Benito y le acomodé la chomba, y lo peiné un poco. Fui a su habitación a buscar su billetera y me senté al lado suyo.

-          Esto no lo puede saber nadie. – Dije mientras sacaba $300 de su billetera y se la devolvía.

En ese mismo momento entró Ramiro que saludo risueño y comenzó a contar el día delirante que había tenido. Me excusé y me fui del departamento lo más rápido posible. Con la sangre en la cabeza me di cuenta en que lío me había metido, intente aclarar las imágenes pensando que todo había sido un sueño, una fantasía loca, pero 300 pesos en mi bolsillo decían lo contrario. Llegué a mi habitación y agradecí que mi compañera de cuarto no estuviera. Me quité los pantalones con prisa y me tiré en mi casa acomodando la almohada en mi entrepierna. Con las sensaciones frescas y los pezones adoloridos por semejante pasión me froté contra la almohada pudiendo por fin arrancar de lo profundo de mí esa sensación de deseo. No tardé mucho hasta sentir el alivio brotando entre mis piernas y con un aullido apagado contra el colchón me relajé.

Estuve mucho tiempo así, acostada, pensando en todo lo que había pasado. Todavía sin entender  porqué me había expuesto de esa forma me duché limpiando de mi cuerpo toda la saliva que pudiera quedar. ¿Me gustaba Benito? ¿Estaba enamorada de Benito? Sin duda por él sentía un afecto muy grande, no me excitaba físicamente. No era el tipo de hombre con el que yo solía salir, pero por alguna razón me dejé llevar hasta semejante punto. Luego de lo sucedido sentía más cosas por él pero no era amor, era un interés sexual irracional. Tengo problemas para evitar hacer cosas que me gustan y lo de esa tarde me había gustado mucho.

Todo el fin de semana intenté superar esa experiencia con alcohol, intenté emborracharme lo suficiente para irme con cualquiera pero solo lo deseaba a Benito. En mi cabeza estaba ese hombre y me frustraba cada intento que daba con otro chico, ninguna lengua se sentía como la de Benito. Estaba ansiosa por que el lunes lo iba a ver y no sabía qué iba a pasar, por un lado quería que sea como antes para poder olvidar, por el otro quería más de su cuerpo pero no me animaba ni siquiera a pensar en avanzar más allá.

Se hizo lunes y al mediodía me encontré despidiéndome de Clara, comencé a preparar el almuerzo mientras Benito miraba las noticias. Comimos en silencio, en el sillón. Me sentía totalmente incomoda pero no me animaba a hablar. Recogí los platos y lavé todo. Preparé un té para los dos y cuando por fin se lo serví corté el silencio.

-          Tome, Benito, esto es suyo – le alcancé la plata que el viernes anterior le saqué – Perdón.

-          No, nena, esto es tuyo. Te lo ganaste.

Permanecí en silencio.

-          Traje un aceite que me dijeron que alivia el dolor – Le dije un día mientras me arrodillaba a sus pies y levantaba sus pantalones, comencé a masajear su rodilla con el aceite – Mi mamá dice que es una medicina casera.

-          Mmm. No creo, no sé si sirve – Refunfuñó.

-          Dejemé ocuparme de usted.

-          Ya te ocupás de mi – se sonrió – Nena..

-          ¿Si, Benito?

Sus ojos claros me miraban fijo, como indagando, pensando el siguiente paso.

-          Estaba pensando… Quisiera hacer más cosas con vos.

-          Mmmm… ¿De qué tipo, Benito?

-          De todo tipo – Me tomó del mentón y me miró a los ojos transmitiendo seguridad en cada una de sus palabras – Poné un precio y cada vez que hacemos algo te lo pago.

Me quedé muda. Pensé todo tipo de cifras en un segundo, quería ganar dinero y era ambiciosa pero además quería algo accesible para él, tenía ganas de que pueda pagarme porque tenía ganas de él. Me levanté lentamente y me incliné sobre su cuerpo, susurré a su oído el valor que creí apropiado para vender mi cuerpo y esperé. Benito resopló y mientras me tomaba de la mano dijo:

-          Aprovechemos hoy, que desde el viernes me tenés así – dirigió mi mano a su entrepierna y sentí su pene endurecido – Ni te digo hace cuanto no me pasa esto.

Lo ayudé a caminar hasta su habitación, lo recosté en su cama y con calma lo fui desvistiendo. Mientras desabotonaba su camisa le besaba el cuello y el pecho, suavemente respiraba en cada centímetro de su piel, me encontré con su vello canoso y me sentí encender por la idea. Besé sus labios, nuestro primer beso, mientras lo ayudaba a quitarse la camisa. Sin que pudiera tocarme me desvestí meneando lentamente mi cadera, me quedé por completo sin ropa y entonces le permití tocarme los senos mientras yo le quitaba el pantalón y el calzoncillo.

Me senté sobre su cara y gemí al sentir su poderosa lengua escarbar en mí, se aferró a mis nalgas para no dejarme huir de ese feroz torbellino de placer y temblando caí sobre su gran vientre. Los vellos púbicos estaban recortados y prolijos, el pene erecto esperaba por mis besos y no lo quise impacientar. Bajé y subí por ese tronco disfrutando de los gemidos de Benito. Comí y ensalivé hasta que me soltó y me dejó sentarme sobre su entrepierna, lo besé con pasión compartiendo nuestros fluidos.  

Estirándose, Benito sacó de la mesa de luz un preservativo “Se lo robé a Ramiro”, susurro entre risitas. Se lo coloqué y en ese mismo momento me senté sobre su pene, con cuidado me lo introduje todo. Apoyando mis manos en su panza moví mi cadera de forma enérgica subiendo y bajando, recorriendo todo el pedazo de carne que se hundía en mí ser. Sus ojos se abrían grandes en cada enterrada y de su boca salían palabras y gemidos que se mezclaban y yo no entendía nada, no me interesaba entender. Estaba fascinada con su cuerpo viejo, con la piel arrugada y que le sobraba de distintos lados, con su cabello y su bello blanquecino, estaba asombrada de estar montando a un señor, a una persona que podría ser mi abuelo. A cada segundo que lo miraba quería más, hice que me sujetara de los senos que jugara con mis pezones a la vez que me movía de adelante para atrás, mi clítoris se frotaba contra los pliegues de su panza y ser consciente de eso me ponía aún más caliente.

-          Ay, Benito, ¡cómo me calienta su pija!

Eran una necesidad, su pene, su cuerpo, sus besos ahora eran lo único que me interesaba y estaba dispuesta a hacer lo que fuera por obtenerlos. No dejé de moverme hasta sentir dentro de mí un fuego encenderse, corriendo desde mi interior quemando todo a su paso el fuego llegó a mi entrepierna y como loca me agité gritando. Cuando los espasmos se volvieron más suaves lo sentí a Benito tensionarse entre mis piernas y con un suave “siii” su pene se sacudió acabando dentro mío.

Me recosté a su lado, asimilando lo que había sucedido, con cuidado le quité el preservativo y le limpié la zona con las sabanas de su cama. Lo miré a los ojos y sonriendo nos besamos.

-          Nena.

-          ¿Si, Benito?

-          Vas a tener que comprar condondes.

-          Si, Benito.