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Una bella mujer y su tío, Insana admiración Cap II

en Sexo con maduros

UNA BELLA MUJER Y SU TÍO

CAPÍTULO 2

A la mañana siguiente, tío Antonio estaba realmente emocionado. Mientras Cris estaba en la consulta, aprovechó de revisar las fotografías que había tomado. No podía creer que ella estuviera ahí desnuda frente a él; exhibiendo su cuerpazo a menos de un metro de distancia. Analizó muy bien las imágenes y se frotó las manos al confirmar sus sospechas: Cris estaba excitada exponiendo su cuerpo. Se dio cuenta que, si bien ella parecía disfrutar que la fotografiaran, cuando se le acabo la memoria de la cámara no pareció desilusionada; lo que de verdad la provocaba era que él estuviese ahí. ―Le excitó calentarme ―pensó. Su plan iba viento en popa y sabía que solo era cosa de tiempo para que Cristina terminara perdiendo el control de la situación.

Esa tarde, antes que Cris llegara, tío Antonio fue a ver a su amigo Gustavo. Lleno de emoción le contó cómo iba su plan.

―Te dije que solo era cosa de tiempo ―le dijo Gustavo orgulloso―. Solo recuerda nuestro trato, si te la tiras tú, lueguito me la prestas a mí.

Los dos amigos siguieron conversando un rato. Gustavo le aconsejo que se fuera con cuidado, que no cometiera una estupidez. Cristina aún podía arrepentirse de todo y hacer que Miguel lo echará de la casa.

―El paso siguiente ―le dijo Gustavo―, es hacer que ella no sospeche de lo que pretendes. Deja que piense que lo que paso no podría llegar más allá, deja pasar un tiempo antes de pedirle que pose desnuda otra vez. Tienes que ser muy observador ―seguía indicando Gustavo a tío Antonio como un experto estratega―. Si es verdad lo que me cuentas, de que pareció excitarse por exhibirse, ¡significa que el morbo está naciendo en su carne!

Ni Cristina ni tío Antonio tocaron el tema durante la tarde. Cuando estuvieron solos en la casa, ella se puso a hacer ejercicio y él se fue a su cuarto a volver a ver las fotos. A Cris le pareció extraño que su maduro tío político no estuviera por ahí sacando fotos, pero luego se le ocurrió que era normal que estuviese encerrado viendo las fotos que le había sacado el día anterior. Se ruborizó al pensar en eso y sintió cosquillas de excitación al imaginárselo calentándose con sus desnudos. Seguía pensando que eso no era normal, pero pronto se calmó, recordando que tenía todo bajo control y le ahorraría sufrimiento a Miguel al tener tan contento en casa a su querido tío.

Durante los días siguientes, tío Antonio volvió a su rutina normal de sacarle fotos a escondidas a Cristina, para luego mostrárselas. Eso sí, ahora el juego corría por los dos. Por un lado, el viejo voyeur no desaprovechaba ocasión para captar alguna pose erótica de su bella sobrina política, y por otro, Cristina no perdía oportunidad de exponerse bajo el lente de la cámara; para luego, mientras veían las fotos, hacerse la desentendida. ―¿Estabas ahí, tío? ―decía inocentemente, mientras sentía esas exquisitas cosquillas al ver a tío Antonio excitado con su arte en fotos.

Cristina había cambiado, ella misma se daba cuenta. El día de la siguiente consulta del señor Reyes estaba nerviosa y excitada, esperando la hora del viejito atrevido. Cuando por fin llegó, lo atendió como a cualquier paciente, nadie hubiera notado su estado a no ser que hubiese sido capaz de meterse bajo sus bragas. Al momento de la atención, la mano del señor Reyes no tardó en posarse sobre su pierna y una electrizante sacudida invadió el cuerpo de Cris. El estar siendo tocada por un hombre mayor, que obviamente no era su amado marido, le despertaba un morbo especial. El hombre pareció leer su complacencia pues de pronto sintió que la atrevida mano empezó a ejercer una ligera presión sobre su muslo; ya no la estaba tocando simplemente, sino que la estaba acariciando.

Para seguir con el procedimiento, Cris necesitó pararse y apoyarse en el sillón de atención dental para tener mejor visual de su trabajo. Nunca pensó que el señor Reyes entendería eso como una invitación a apoyar su mano en su trasero. Ella entre sorprendida y excitada se volvió a sentar rápidamente y la mano volvió a su pierna. Se había asustado, pero la idea de que ese viejo le manoseara las nalgas no tardo en acrecentar su excitación. ―Solo mi marido me ha tocado en mis partes íntimas, y este viejo solo en sueños podría gozar de ese gusto ―pensó. Pero no podía renegar de lo bien que la estaba pasando con el juego erótico que tenía con el maduro atrevido. Volvió a pararse, esta vez preparada para el avance del señor Reyes. La traviesa mano esta vez subió lentamente hasta su trasero. A ella le excitaba pensar que aquel tipo disfrutara tocando sus bien formadas nalgas, y disfrutó más cuando la mano empezó con delicados apretones, como si estuviese probando la firmeza de sus carnes. Aunque no lo necesitaba, estuvo el resto de la consulta parada, dejando que el señor Reyes disfrutara de sus avances; premiándolo por lo que a ella le hacía sentir. Alargó su trabajo lo más que pudo y luego despidió a su paciente como a cualquier otro. Se sentó en su escritorio entusiasmada por lo que acababa de suceder. Sintió un ligero cargo de conciencia por Miguel, pero se le quito rápidamente al pensar que él sería el principal beneficiado esa misma noche.

Ya había pasado más de una semana de la sesión de fotos que Cristina le había concedido a tío Antonio. A ella le extrañaba que su tío no le hubiese pedido otra sesión. Aunque se había esforzado bastante buscando ropas ajustadas y sexys para hacer que el viejo voyeur se tentara a fotografiarla, este no se había atrevido a pedirle que se desnudara de nuevo. Esto la desconcertaba, pero la hacía sentirse segura, dueña de la situación, pues ella debía marcar el paso del juego y evitar que todo se descontrolara.

 Por su lado, tío Antonio estaba ansioso de repetir lo de aquel glorioso día, pero su paciencia y los consejos de su amigo Gustavo lo mantenían a raya. Sabía que para dar el próximo paso debía buscar el momento justo; y ese momento llegó al fin sin previo aviso, una fresca tarde de mediados de semana.

Cristina llegó temprano del trabajo, pasado el mediodía, y se dispuso a preparar el almuerzo; tío Antonio se ofreció a ayudarla y entre ambos no demoraron en tener la comida lista. Se sentaron a comer en la cocina y charlaron de varias cosas. Cristina ya le tenía cierta confianza a tío Antonio, así que las conversaciones con él se hacían bastante más amenas. De pronto ella no aguanto más.

―Tío Antonio, ¿usted cree que las fotos de la semana pasada salieron bien? ―preguntó Cristina.

El viejo se sorprendió, pero de inmediato reaccionó.

―Pues más que bien diría yo.  Como te dije antes y como tú misma pudiste apreciar, esas fotos son una verdadera obra de arte… ―le aseguró. Él supo de inmediato que ese era el instante preciso, ya que ella había tocado el tema, y le siguió la corriente―. Salieron tan bien que deberíamos repetirlo ―sugirió.

―Pues estaba algo extrañada, tío. Verá…, pensé que me lo pediría antes ―dijo Cris.

―La simple verdad es que apenas puedo contenerme, pero temía que te molestara que insistiera. ―Adoptó el plan al pie de la letra, debía ser cuidadoso y hasta servil con ella para no incomodarla.

―En pedir no hay engaño ―recitó Cris con una sonrisa coqueta.

Tío Antonio se entusiasmó como un niño pequeño ante la insinuación de Cris.

―Entonces ¿lo harías, Cristina?, ¿volverías a posar para mí?

Ella se sintió excitada por la emoción del pobre viejo. Sabía que su tío político ansiaba verla desnuda otra vez, y el solo hecho de pensar en hacerlo le generaba cosquillas muy agradables. Aun así, no estaba segura de querer hacerlo. Si bien ella había tocado el tema, seguía pensando que no era normal exponerse de esa forma ante su “tío-suegro”, ¿qué pasaría si Miguel se enterara de que el tío que es como un padre para él, estaba fotografiando desnuda a su bella esposa?

―Ay, no sé tío. ¿Y si Miguel se entera?... No quiero ni pensar en las consecuencias ―dijo atribulada.

Más sabe el diablo por viejo que por diablo. Gustavo lo había entrenado a conciencia. Sabia los pasos a seguir:

―Primero que nada, quiero que entiendas que me siento el hombre más afortunado del mundo por la confianza que has depositado en mí. Mantener en secreto la admiración que siento por ti es algo que no podre terminar de pagarte en lo que me queda de vida. ―Debía mantenerla tranquila, mostrándose agradecido. ―También quiero que tengas claro que nuestro secreto está y estará para siempre bajo siete llaves. Te prometo que nunca nadie sabrá de nuestra… obra de arte. Anda, Cristina, tú sabes que esas fotos son un tesoro para mí, y que nunca las compartiré con nadie más que tú, y que nunca nadie sabrá de ellas ―Luego tocaba reafirmar su confianza, haciéndole ver que él era el compañero más fiel con que se podía contar. ―Y quiero que tengas claro que, sin importar las extraordinarias ganas que tengo de repetir una sesión de fotos como la que tuvimos, la decisión siempre será tuya y a mí no me quedara más que acatar tus deseos. ―Finalmente debía dejarle claro que ella era la dueña de la situación.

Ya estaba: agradecimiento, complicidad y servidumbre, los tres puntos que debía reforzar ante cualquier duda de su nuera según las largas charlas con Gustavo. Lo había dicho con toda la convicción que le había significado entrenar todo aquel discurso una y otra vez en su mente.

Cristina aún se mostraba indecisa, como meditando las palabras de tío Antonio.

―Sonara raro, pero tú eres la ama y señora de todo esto ―remató el viejo bribón.

El comentario le arrancó una nerviosa risa a Cristina. Las palabras de tío Antonio la tranquilizaron. Eran muchas cosas que ella se repetía a cada momento pero que necesitaba escuchar de él. Ella mandaba el juego y sabía que quería seguir jugándolo. Una niña no deja de subirse a un columpio por la mera posibilidad de caerse y hacerse daño. Quería balancearse, y decidió que era el momento de hacerlo.

―Esta bien ―dijo al fin―. Confío en usted, tío Antonio.

Cristina le dijo que lo esperaría en su habitación, que estaría lista en media hora. El viejo aprovechó de inmediato, era el momento de dar el siguiente paso. Salió disparado a buscar su cámara, se lavó la cara y trató de concentrarse para no meter la pata. ―Recuerda el objetivo ―se decía a sí mismo―, no la vayas a cagar.

A los treinta minutos clavados estaba tocando la puerta del dormitorio de su sobrina política.

―Pase, tío ―escuchó; Cris últimamente le llamaba “tío” a secas y eso definitivamente despertaba su morbo, y, aunque él no lo sabía, a ella también. El viejo abrió la puerta y se encontró a la esposa de su sobrino recostada sobre la cama. Se había puesto uno de sus delantales, le quedaba bastante ajustado y se notaba que solo traía ropa interior bajo la fina tela blanca. Lo corto del delantal delataba unas ligas a medio muslo también blancas; además, se había puesto esos finos lentes de descanso que le había regalado Miguel la navidad pasada, y unas sandalias de taco alto.

Tío Antonio quedó de una pieza contemplando el espectáculo que le había preparado su sobrina. No atinó a decir nada, pero la mezcla de asombro y excitación que reflejaba su cara lo decía todo.

―¿Cómo me veo, suegro? ―dijo Cristina con una sonrisa. Casi nunca le llamaba suegro, el arranque no le desagrado ni a él ni a ella, muy por el contrario, alimentó de morbo el ya recargado ambiente.

 El viejo se derritió en halagos, rodeando la cama sin dejar de mirarla como si no creyera lo que estaba viendo. Le pidió por favor que se parara para que le modelara y así poder inmortalizarla como toda una doctora. Ella se levantó muy sensual y empezó a caminar por la habitación.

Cristina se liberó, meneó sensualmente las caderas y trató de realzar sus ya exuberantes pechos. El viejo apenas pudo reaccionar y empezó a sacar fotos desesperado.

―Diosa despampanante ―balbuceaba tío Antonio. sabía que debía mantenerse a raya, pero también sabía que al irradiar el deseo morboso que sentía excitaba a Cristina.

Ella desabrochó lentamente los dos primeros botones de su ajustada prenda, descubriendo un increíble escote, donde se destacaba una fascinante raja formada por sus pechos contenidos en un elegante brasier de encaje blanco.

―¡Que maravillosas tetas! ―se le escapó a tío Antonio. De inmediato salió de su ensimismamiento, se asustó y pensó que la había cagado, pero para su dicha, Cristina solo esbozó una sonrisa orgullosa.

A Cris le había excitado escucharlo, no solo por el comentario soez respecto de sus pechos, sino por el descontrol que este mostraba ante la evidente excitación que le provocaba ver a la esposa de su sobrino desnudándose para él.

Estaba perdida en el juego. Dentro de sí pensaba en que solo era eso, un juego, y que ese pequeño secretito nunca saldría de sus dos protagonistas. Si bien en un principio había dejado que tío Antonio siguiera con sus fotos para no perturbar la vida de Miguel, y a la vez complacer el “inocente” e incontrolable deseo por admirarla de un viejo que podía ser su padre, ahora no podía negar que disfrutaba exponiendo su cuerpo a un hombre que no era su marido; y que a la vez era de esos hombres sin posibilidad alguna de optar a una mujer tan bella y exuberante como ella; y que, por lo demás, era su “tío-suegro”. Todo esto generaba un morbo muy fuerte dentro de ella. Esa extraña molestia en su conciencia la apagaba pensando que solo era una travesura y no una infidelidad. Además, Miguel estaba muy contento por el nuevo apetito de su esposa en la cama, sin contar que él mismo le había rogado que recibiera en casa a su padrastro. Entonces, ¿qué más daba ese pequeño libertinaje?, pues no le hacía daño a nadie; muy por el contrario, tío Antonio se veía exultante.

Cristina termino de abrir su delantal y, luego de un par de vueltas más por la habitación, se deshizo de él tirándolo a un rincón. Su conjunto de ropa interior blanco maravilló a tío Antonio, quien no hacía más que sacar fotos y elogiar el cuerpo de su sobrina.

―¡Que piernas! ―dijo el viejo―. Eres toda una diosa. ―De pronto el viejo decidió jugársela, dar un pequeño paso adelante en la misión de despertar el morbo de Cristina. ―¡¡Que culazo el de mi sobrina!! ―Estudió su reacción y se estremeció al darse cuenta que a Cris le había gustado su vulgar arranque de admiración; le pareció verlo en un pequeño gesto en sus ojos y lo constató cuando ella paró su trasero, apenas cubierto por un diminuto tanga, y lo expuso para la cámara, como llamando otro comentario soez referido a su hermosa cola.

Cristina era presa del morbo que le provocaba exhibirse. Aunque aislados, los comentarios vulgares de su tío le provocaban cosquillas muy placenteras que hacían que su entre pierna se humedeciera cada vez más. Dominada por el juego, desabrochó su brasier y dejo libres sus voluminosos y bien formados senos. Tío Antonio saltaba como un niño para no perderse el espectáculo de esos globos que se balanceaban con el vaivén del caminar de su exquisita sobrina. Ella se excitaba sintiendo sus pechos desnudos ante los ojos hambrientos del viejo fotógrafo. Se acercó a la cama y lentamente hizo rodar por sus caderas y luego por sus piernas el húmedo tanga que cubría sus partes más íntimas. Una vez con la prenda en el suelo, se subió a la cama y empezó a gatear lenta y sensualmente.

Al mirar a su fotógrafo, se asustó al verlo tan cerca de su intimidad. Se había atrevido a aproximarse a menos de un metro; incluso se había sentado en el borde del catre para tener mejor visión de la hembra desnuda que tenía en frente. Si bien Cristina se había dejado fotografiar de cerca estando totalmente desnuda, siempre había sido con su permiso expreso, y esta vez no le había permitido a su tío acercarse tanto. Estas ideas no hicieron más que acrecentar la excitación que rugía en su cuerpo, por lo que no dijo nada cuando tío Antonio se acercó aún más para tener un primer plano de su entre pierna totalmente expuesta, al contrario, ahí en cuatro y de espaldas hacia él, abrió un poco más sus piernas, arqueo la espalda y paró sutilmente la cola como regalo a su viejo suegro.

Tío Antonio pudo notar como brillaban los labios vaginales de Cristina; prueba inequívoca de la excitación que sentía. Ella, orgullosa de su cuerpo, seguía paseándose sobre la cama como una gata en celo, mientras el viejo sacaba primeros planos de su trasero en pompas.

Luego de unos minutos a tío Antonio se le acabo la memoria de la cámara.

―¡Que lastima! ―exclamó Cris con sinceridad; pero luego de un momento, siguió modelando su cuerpo frente al viejo sobreexcitado que estaba sentado al borde de la cama.

Ante esto, tío Antonio dejo la cámara en el velador y se quedó contemplando con los ojos vidriosos el cuerpo desnudo que se lucia frente a él. Daba gracias al cielo y no se molestaba en disimular su calentura frente a su hermosa sobrina.

Cris estaba muy excitada. Verse tan libertina frente a su suegro, un hombre que ella sabía que la deseaba, le generaba un morbo desconocido e inexplicablemente intenso. Pero lo mantenía a raya, se limitaba a disfrutar de las miradas morbosas del pobre hombre.

Tío Antonio estaba excitado en demasía; su corazón bombeaba como una locomotora a plena carga y entendió que no podría reprimir las ganas de probar suerte, decidió arriesgarse un poco más. Recurriendo a todo su control invocó todas sus dotes actorales y apartó la vista de Cris para luego volver a mirarla con cara de nervios.

―¿Qué pasa, tío Antonio? ―preguntó ella.

Él disimuló incertidumbre y luego se lanzó:

―Bueno, tú misma dijiste que en pedir no hay engaño y…, ah diablos, quiero pedirte algo ―dijo sin necesidad de simular los nervios.

Cris sintió curiosidad; dejo de moverse y se sentó al borde de la cama, muy cerca de su admirador. Notaba los nervios en la voz de aquel hombre maduro. Lamentaba que el juego se interrumpiera, pero algo le decía que debía animarlo a desahogarse.

―¿Qué cosa?, a estas alturas debería tenerme más confianza, ¿no cree?

―Es que no quiero que te enojes, Cris. ―le confesó―. Pero no aguantó, quiero pedirte un gran favor.

―¿Qué favor?, ande que me tiene intrigada, si puedo no habrá problema ―lo alentó divertida.

Tío Antonio tomó aire decidido.

―De verdad me avergüenza pedírtelo, pero sé que si no lo hago no poder dormir en días por la incertidumbre. ―Hizo una mueca con los labios como si tuviera retenidas las palabras que luchaban por salir. Por fin exhaló y continuó―. Quería pedirte si me dejabas… tocar tus pechos.

Como si tío Antonio hubiera gatillado un gran resorte, Cristina se paró sobresaltada, agarró su delantal y se lo puso rápidamente.

―¡¿Cómo se le ocurre, tío?! ¡¿Cómo se le ocurre pedirme algo así?! ―lo increpó Cristina―. Soy la esposa de su sobrino, por Dios, de su hijo. No puedo dejarme tocar por otro hombre.

―Lo siento, lo siento, Cris. ¡Soy un idiota!, ¡un imbécil! ―se recriminó el viejo. Esperaba una reacción diferente dado el evidente estado de excitación de su sobrina, pero estaba preparado: debía volverse servil y devolver la tranquilidad a Cristina. ―Sé que no esta bien, pero no me aguanté, necesitaba pedírtelo, pero ya esta bien, ya lo hice y estas en todo tu derecho de enojarte, pero por favor perdóname, soy un tonto.

Cristina, ya pasada tamaña sorpresa y viendo al pobre viejo tan avergonzado, se sintió más tranquila y la excitación volvió a crecer dentro de ella. Lo observó ahí, atribulado y evidentemente arrepentido, y reparó en el bulto que se notaba todo apretado en los pantalones de tío Antonio. No pudo evitar sentir escalofríos al estar casi desnuda frente a un hombre ávido de coito, se calentó al pensar que ese viejo la deseaba como hembra, que deseaba su cuerpo sin importarle que fuera la mujer de su sobrino.

El viejo ya se disponía a salir de la habitación, simulando una vergüenza enorme. Interiormente estaba arrepentido y enfadado consigo mismo por el descontrol que lo había llevado a realizarle tal petición a Cristina, pero no podía dejar su papel de viejo atormentado por la situación. Se disponía a abrir la puerta para salir del dormitorio cuando su sobrina política lo detuvo.

―Tío Antonio ―dijo Cristina―, espere un momento. ―Cristina se acercó al pobre viejo, impulsada por las ganas de seguir con aquella íntima y prohibida travesura. ―Lamentó haber reaccionado así. A fin de cuentas, soy yo la que lo he llevado a esta situación tan… incomoda. No seria justo que lo deje irse sin más. Creo que debo compensarlo de alguna manera…, tío, voy a dejar que me toque.

El viejo se quedó de piedra por unos segundos interminables para Cristina. De pronto tío Antonio sonrió de una manera en que ella no lo había visto nunca, irradiaba un jubilo que rayaba en la locura.

―¡Por todos los Dioses! ―exclamó―. ¿Hablas enserio? Por favor no juegues conmigo ―continuó, mientras daba bruscas vueltas sobre si mismo, como tratando de convencerse de que todo aquello era real.

―Eso sí, solo hasta que yo diga basta, ¿ok?. Y por supuesto esto será nuestro secreto ―aclaró Cristina, casi arrepentida de lo que iba a permitir.

―Por supuesto, Cris. No te preocupes que nunca saldrá de esta habitación ―aceptó tío Antonio de inmediato.

Cristina estaba muy excitada por el juego que llevaba con su tío, apenas podía disimular lo caliente que la ponía la situación; iba a dejar que aquel viejo verde la tocara y por su propia voluntad, apenas podía creer a lo que había llegado.

Ansiosa y asustada, caminó y se puso de espaldas a la pared. Sobre su cuerpo solo tenía el ajustado delantal blanco, incluso se lo había abrochado cuando toda exaltada se apresuró a vestirse al verse sorprendida por la petición de tío Antonio. Pero todo ese exultante temor había mermado, ahora respiraba agitadamente, anhelante ante lo que sentiría sobre su cuerpo cuando tío Antonio aprovechara su permiso de tocarla. Con un sensual movimiento, le indicó al afortunado maduro que se acercara. Este obedeció al instante sin ser capaz de disimular su entusiasmo, de todas formas, estaba seguro de que a ella le gustaba verlo caliente. Cris tomó las manos del viejo y lentamente las posó sobre sus pechos. Tío Antonio de inmediato sintió los nervios en el cuerpo de su sobrina, solo una delgada tela separaba las preciosas tetas de Cris de sus ásperas manos.

La hermosa mujer sintió los delicados magreos que sus senos empezaron a recibir y una carga de excitación recorrió su cuerpo; una sensación que hermanaba el goce físico al goce morboso de la ansiedad por lo prohibido. Nunca había sentido algo así, no sabia como la suma de aquel inmoral magreo y la vista del rostro descontrolado y caliente de tío Antonio podían generar un placer tan exquisito.

 Las manos del viejo de a poco subieron la intensidad de sus apretones y ella se excitaba cada vez más sintiéndose víctima de sus irrefrenables deseos.

Tío Antonio creía estar soñando. Estaba parado frente a su sobrina política, la mujer más hermosa e inalcanzable que conocía, vestida solo con un ajustado y corto delantal blanco, que apoyada contra la muralla dejaba que él tocara sus voluminosos pechos.

―¡Que buenas tetas! ―no pudo evitar exclamar tío Antonio. Ya no se restringía en lo que decía, se había dado cuenta hace rato que sus palabras y comentarios soeces despertaban el morbo de Cristina―. ¡Que melones los de mi sobrinita!, ¡las mejores tetas que he agarrado!

 Por su parte, Cris disfrutaba viendo como el viejo magreaba sus pechos. Cada vez con mayor libertad, los apretaba y jugaba con ellos por sobre la fina tela del delantal. Excitada, dejaba al viejo de su tío político manosearla, y no dijo nada cuando Tío Antonio empezó a desabrochar los botones del delantal. La prenda se abrió, liberando de su prisión a las monumentales esculturas que Cris tenia por ubres.

 Una corriente de morbo la recorrió cuando se sintió desnuda y expuesta ante las toscas manos del maduro. Tío Antonio terminó de desabrochar todos los botones y miró a los ojos a su sobrina. ―ya cayó ―pensó, y al ver que ella solo cerraba los ojos posó sus manos sobre las fabulosas tetas que había liberado y las masajeó a gusto. Disfrutó apretándolas, logrando que se creara esa raja increíblemente sensual entre ellas. El viejo se acercó lentamente a Cristina y se apoyó en el cuerpo desnudo de la escultural mujer. ella sintió el bulto del viejo entre sus muslos. Dado que ella era más alta y andaba con tacos, cuando abrió los ojos pudo ver como el desencajado rostro de su tío estaba apenas a un par de centímetros de sus desnudos pezones.

El viejo encontró su mirada y ella pudo ver la calentura que había generado, y el morbo la domino. Lentamente, tomó a tío Antonio de la cabeza y hundió su rostro entre sus pechos.

 El viejo, desesperado, lamió los pechos de su sobrina; hambriento como un bebé, succionó los pezones rozados, haciendo que Cristina no pudiera evitar emitir gemidos de placer, que cada vez se hacían más fuertes.

―Aaaaah. No, tío..., por favor, pare..., aaaah ―balbuceó, mientras el descontrolado vejete disfrutaba de sus pechos.

Tío Antonio no le hacía caso y esto la excitaba demasiado. Las manos del viejo ya no se limitaban a sus senos, ahora podía sentir como apretaban su trasero y sus piernas, mientras le paseaba la lengua por su cuello y entre sus pechos.

El maduro hombre se sentía victorioso, sentía que ya nada podría detenerlo. Sin embargo, cuando trató de abrir las piernas de su musa, Cristina reaccionó y se dio cuenta de lo que estaba a punto de suceder. Le dio un fuerte empujón y logró separarlo de ella.

―¡Ya basta, tío Antonio! ―exclamó furiosa y agitada.

El viejo pensó rápido y reprimió toda su calentura para volver a pedir perdón.

―Oh, Cristina, perdóname, no sé qué me pasó ―le dijo.

Ella no dijo nada, solo volvió a cubrirse con su delantal y se encaminó raudamente al baño.

Tío Antonio salió de la habitación. Estaba algo molesto por la calentura sin saciar con la que había quedado, pero sabía que era solo cuestión de tiempo para que Cristina se entregara como él quería. El plan avanzaba más rápido de lo que se había esperado y no hallaba la hora de contarle a Gustavo lo sucedido.

Cristina, por su parte, se sentó en el borde de la tina casi en estado de shock, sabía que lo ocurrido no estaba bien; sin embargo, también era consiente que lo había disfrutado. ―Es un secreto ―se repetía, aliviando la culpa que la invadía ―solo lo hice por tío Antonio, para tranquilizarlo― se mentía a sí misma. Al rato dejo las culpas de lado y salió del baño. Se alegró al no encontrarlo ahí, cerró la puerta del dormitorio con llave y se tendió sobre la cama. No tardó en recobrar el morbo, le dio rienda y no pudo evitar masturbarse, recordando como se había dejado manosear por otro hombre; un hombre que solo podía soñar con una mujer como ella; y se había dejado hacer, como una cualquiera.

Los días pasaron sin muchos cambios, más que un incomodo alejamiento entre los dos.

Lo que había pasado estaba alterando sobremanera a Cristina. No entendía cómo había sido capaz de dejar que otro hombre la tocará, más aún un hombre mayor, un hombre de la absoluta confianza de su marido, su propio tío político. Tío Antonio había criado a Miguel desde los catorce años, cuando sus padres habían fallecido en un lamentable accidente; lo que convertía a aquel hombre en su suegro, en el abuelo de sus hijos.

La atribulada mujer no dejaba de darle vueltas en su mente a los acontecimientos que la habían conducido a estar a punto de cometer infidelidad.

Todo había comenzado cuando permitió que Miguel invitara a vivir a su casa a tío Antonio después de la muerte de su mujer. Después de unos meses, donde aquel hombre se había convertido en un apoyo para la casa y un familiar de confianza para toda la familia, ella descubrió que el viejito en apariencia inofensivo tenía un lado oscuro. Un lado oscuro que la había elegido como inspiración de sus fechorías. Lo había sorprendido espiándola mientras se duchaba. Había descubierto que la admiraba desde hacía muchos años y que mantenía una colección de fotos de ella de distinto calibre, inclusive erótico, colección que se atrevió a llamar su “tesoro”.

En ese instante se había sentido traicionada, indefensa ante los macabros deseos que suponían la admiración de su suegro. Pero él, ante la idea de que ella lo sacara de la casa, se había deshecho en disculpas y suplicado su comprensión. Que entendiera que, ante la belleza de su cuerpo, la elegancia de su figura y la sensualidad de sus movimientos, él no había sabido oponer resistencia a la imperiosa necesidad de admirarla. Le había suplicado que no le contara nada a Miguel, que, así como él había mantenido el secreto durante tantos años, ahora lo podían mantener los dos y no provocarle un gran sufrimiento al sobrino que era como un hijo, el marido de su musa.

Ante semejantes argumentos, y viendo las lágrimas que se aglomeraban en los ojos de aquel pobre viejo, Cristina había cedido, había aceptado darle un tiempo y pensar en las alternativas que tenía. Precisamente en estas sesiones de ensimismamiento, de conversar consigo misma, fue que conoció una parte de ella que hasta ese momento se había mantenido al margen de su vida.

Tío Antonio, un hombre con ninguna posibilidad de estar con una mujer como ella, tuvo esa inmoral necesidad de admirarla, a ella, una mujer prohibida para él, la mujer de su hijo, la inalcanzable mujer de su hijo…. y aun así lo hizo. Le había escupido en la cara a la moral, a lo correcto, para lanzarse a las turbias aguas del taboo, del deseo carnal. Ante semejante idea Cris se sorprendió conmocionada, y no de forma desagradable. Se sintió admirada, el centro de atención del instinto de un ser inferior, la causa del volcamiento de la ética de un hombre respetable, de un padre, de un abuelo…. La causa de un malsano deseo.

Estas extrañas sensaciones habían llevado a Cris a un mundo nuevo, a una realidad donde se había dejado tocar, con un consentimiento implícito en su dejo de protesta, por uno de sus pacientes: el señor Reyes. Apenas había sido una pierna, pero había sido consciente de que había dejado tocarse por un hombre mayor, un hombre que no era su marido, un tímido adulto mayor con un deseo irrefrenable. Ella era la causa, su curvilíneo cuerpo, sus largas piernas, su elegante figura, su precioso rostro. La admiración que provocaba a esos niveles inmorales la hacían sentir extraña. Cualquier individuo podía piropearla, inclusive acosarla, pero era parte de la naturaleza humana; los hombres deseaban a las mujeres, la ley de la vida. Pero que su suegro se atreviera a espiarla a escondidas, que uno de sus pacientes se arriesgara a ponerle las manos encima, le habían provocado sensaciones irracionales, desembocando en un consentimiento apenas consiente para los avances del señor Reyes y en un acuerdo con tío Antonio, débilmente excusado en el bienestar de Miguel.

En ese mundo nuevo, se había vuelto cómplice del extraño hobby de su suegro. La aparente seguridad del secreto que mantenían la había llevado a liberarse a sus nuevas sensaciones y acceder a posar desnuda para su pobre admirador. Se descubrió disfrutando ante la cara de impresión y de impulsos apenas retenidos que tío Antonio ponía mientras la fotografiaba. El taboo y la pincelada de infidelidad que representaban esos impensados actos mellaron en su conciencia, pero no con la fuerza necesaria para dar marcha atrás. Se había convencido de que estas extrañas sensaciones habían terminado beneficiando a Miguel, pues era con él con quien daba rienda suelta a sus nuevas necesidades.

Después de su primera sesión de fotos fue solo cosa de tiempo para que sintiera la necesidad de volver a mostrarse frente a su cómplice. El recato que tío Antonio había mostrado, e inclusive la falta de presión para volver a buscarla, la habían convencido del control que mantenía sobre su pequeño juego y su insensato admirador. Fue así como vivió el segundo avance del señor Reyes quien, valiéndose de las nulas protestas de Cris, se había atrevido a explorar su bien formada cola, masajeándole el trasero mientras ella lo atendía. Las extrañas sensaciones volvieron a raudales, nunca nadie la había tocado en una parte tan íntima como su trasero aparte de su marido, y no le había desagradado. La esencia de lo prohibido, el atrevimiento de aquel señor ya mayor y su evidente consentimiento gatillaron una ansiedad y emociones que no sabía satisfacer.

Ese día había llegado a casa confusa, pero a la vez emocionada. Sintió la necesidad de ser admirada. Todo era seguro: los niños en el colegio, Miguel en el trabajo y la conversación con su tío-suegro. ―Tío Antonio, ¿usted cree que las fotos de la semana pasada salieron bien? ―había preguntado ella. La emoción del pobre viejo, su declaración servil y la renovación de los votos de silencio, terminaron en una segunda sesión de fotos. Pero esta vez las cosas no salieron tan bien como ella esperaba. Las cosas se descontrolaron.

Primero había cometido el error de alterar a su fotógrafo con un atuendo ajustado y provocador ―pero se sentía tan segura― y la cara de ese pobre hombre al admirar sus sensuales prendas e increíbles movimientos. No tardo en mostrar su piel desnuda, su cuerpo indefenso y expuesto. Cuando tío Antonio explotó y le dijo: ―Que maravillosas tetas―, volvió el ansiado descontrol de su admirador. Había identificado en esa vulgar expresión el inequívoco síntoma de las emociones prohibidas de aquel pobre esclavo y ella lo estaba provocando, su cuerpo era un manjar inalcanzable para los deseos más profundos de su suegro, pero ella le serbia un banquete a los ojos desorbitados del anciano.

Lo que siguió, ahora que lo meditaba, había sido consecuencia de todo lo demás, que más se podía esperar con esa clase de juegos, con esa clase de sensaciones. Ella misma lo había empujado a sincerarse, inconscientemente sabía que lo que él quería pedirle no podía apuntar en otra dirección; sin embargo, lo tentó a desahogarse. Él quería tocarla. Ella había disfrazado la corriente de ansiedad con una máscara de indignación. El pobre hombre volvió a deshacerse en disculpas, tanto que ella se había compadecido de él, o eso quería pensar. Ante su propia sorpresa había aceptado ser tocada, aceptó exponer sus pechos, sus redondos e inmaculados senos para complacer el deseo prohibido de su admirador. Solo sería un momento le indico, solo hasta que ella dijera basta. Pero que había pasado, ¿por qué no dijo basta antes?, ¿por qué dejo que las manos de otro hombre se posaran sobre la tela de su pequeño delantal y luego sobre su piel?, incluso contemplo como su suegro estaba a escasos centímetros de sus magreados senos, y dominada por aquellas extrañas e infames sensaciones lo condujo a alimentarse de ellos. Lo observó mamar como un becerro muerto de hambre, chupeteaba, lamía y gozaba los pechos de la mujer de su querido sobrino, de su nuera, una mujer prohibida para él y ahí estaba como un viejo verde abusando de la complicidad de su inocencia y confianza. Las manos de su tío ya no se limitaron a sus pechos, sino que recorrieron todo su cuerpo en un frenesí descontrolado. El taboo, lo morboso y lo bizarro de los actos que aquel viejo perpetró la llevaron a un mundo insano, amoral, de un libertinaje condenado al desastre… Pero no podía decir basta. Nunca se había sentido tan deseada. El mero acto de permitir que profanaran su cuerpo, de compartir lo que ante los ojos de Dios y de la Ley le pertenecían única y exclusivamente a su marido, no la dejaba pensar, solo sentir. Si no hubiera sido por esa mano intrusa que trato de introducirse entre sus muslos, aquella que despertó su sensatez, quién sabe que hubiera pasado. Reaccionó liberando su cuerpo de los deseos de tío Antonio. Lo había empujado y huido de él.

Si bien Cristina había dejado que el acuerdo con tío Antonio continuara, la culpa y el miedo a las consecuencias de sucumbir ante estas nuevas sensaciones que se habían desencadenado en ella, la llevaron a evitar cualquier posibilidad de una tercera sesión fotográfica. El placer que Miguel le daba en la cama, acrecentado por los recuerdos de aquella escena, donde se entregaba a los insanos deseos de su tío-suegro, mantenían su “ansiedad” controlada. Aparte, había aprendido que tocándose ella misma, imaginándose entregada a la admiración de tío Antonio o el señor Reyes, podía poner a raya esas extrañas sensaciones que la atormentaban cada cierto tiempo.

Este dominio sobre las nuevas necesidades de su cuerpo, dieron cabida a sentimientos de culpa en el corazón de Cris. Si bien antes amaba a su marido; ahora, con los apuros que tenía en la cama, los que Miguel gustosamente saciaba, cada noche sentía un apasionado refresco en su amor. Por esto, al ver las fotos que tío Antonio le mostraba, aunque seguían provocándole estas extrañas sensaciones, también le propinaban implacables estocadas de culpa.

Después de todo lo pasado y tras darle muchas vueltas al asunto, Cristina decidió hablar con Tío Antonio. Una mañana, después de que su marido y los niños hubieron salido a sus labores diarias, se sentó junto a su suegro en la cocina.

―Tengo unas fotos preciosas Cris, te ves increíble, como un ángel caído del cielo ―dijo el viejo mientras encendía su notebook.

―Necesito hablar con usted, tío. ―Antonio la miró, ella bajó la pantalla del equipo frente a él―. No podemos seguir haciendo esto.

―¿A qué te refieres…?

―No le quitaré sus fotos, siempre que usted me diga donde están todas las copias que tenga y las guardé en un lugar seguro y con clave en su equipo. Creo que esto no debió haber pasado nunca. No le mentiré, fue agradable este juego que compartimos y le agradezco mucho su “admiración” hacia mí, pero no está bien. Ambos amamos a Miguel y esto, aunque él no lo sepa, le hace daño.

―Pe…pe…pero… si es nuestro secreto…, él nunca lo sabrá por mi boca y mis archivos están muy seguros, los tengo bajo cuatro claves, conseguí un programa exclusivamente para proteger tus fotografías. ―La voz de tío Antonio denotaba su desesperación.

―De verdad lo siento, tío, pero he tomado una decisión. Esto termina ahora. No quiero que me saqué más fotos y no volveremos a hablar de esto. ―Dicho esto Cristina se puso de pie y sacó su escultural cuerpo de la cocina.

El viejo quedo solo y lentamente su rostro paso de la aflicción a la ira. Dio un fuerte golpe en la mesa de la cocina. Sentía que casi lloraba de la impotencia. Tenía ganas de seguir a su nuera y violarla en el acto, pero retuvo sus impulsos. ¿Qué estaba pensando?, era la mujer de su sobrino querido, la mujer que admiraba con ese deseo que nace de las ansias más oscuras del hombre. Había avanzado tan bien: había logrado mamarle las fabulosas tetas con su propio consentimiento, le había manoseado ese culo precioso, sentido esa piel tan suave y tersa. Había estado tan cerca de empapar sus dedos en los gloriosos jugos de su zorra. Ya se había convencido de que iba a ser suya y todo se fue al carajo en un segundo. El viejo Antonio se tomaba la cabeza; en su desesperación no podía pensar, no podía renunciar a toda su ambición así como así, necesitaba adueñarse de su musa. Nunca había tenido en su vida una mujer así y no podía olvidar esas fabulosas tetas, ese culo redondo y firme, y esas piernas sedosas, largas y poderosas. ―Al diablo lo que está bien o mal ―se dijo para sí. ¿Cómo ella podía desecharlo tan fácil?, se cuestionaba. Lo había visto en sus ojos, él había sabido despertar la lujuria en ella. ¿Qué estaba pasando por la cabeza de su nuera? No encontraba respuestas a nada, pero se tranquilizó pensando que sabía dónde encontrarlas.

Esa misma tarde fue a ver a su amigo Gustavo.

―¿Pero si no es el suegro del año? ―lo recibió Gustavo ni bien abrió la puerta.

Tío Antonio pasó sin esperar invitación.

―Necesito contarte algo, creo que metí las patas hasta el fondo ―dijo Antonio ya instalado en el living.

―Bueno hace tiempo que no vienes, supuse que estarías revolcándote con tu nuera, preso o por lo menos en la calle tratando de encontrar algún asilo para viejos verdes ―se burló Gustavo viendo la cara de compungido de su sorpresivo visitante―. A ver, cuéntame que pasa.

―El otro día Cris accedió a otra sesión de fotos.

―Supongo que las traes ―lo interrumpió con malicia Gustavo.

―No se me ocurrió…

―Pues nunca se te ocurre. Ni siquiera he visto las otras. Tu nuera está más buena que la cresta. De solo pensar en que yo también me la voy a culiar me saca de quicio.

―No hables así, Gustavo. Recuerda que Cristina es la esposa de Miguel, la madre de mis nietos, un poco de respeto.

―Jajajaja…bonita la cosa, el muy bastardo se la quiere encamar y para hacerlo hace un trato con el diablo, ósea yo. ¿Y ahora quiere respeto?, corta el hueveo y dime en que anda la putona esa.

Tío Antonio lo miró con cara de disgusto, pero al cabo ambos se largaron a reír.

―El otro día en la sesión que te cuento, le pedí que me dejara tocarla ― retomó tío Antonio ante la expectante mirada de Gustavo.

―¿Y?, ¿te dejó?.

―Sí.

―¡¡¡Eso!!! Lo sabía, sabía que la muy zorra no podía ser tan decentita con ese cuerpazo. ―El entusiasmo de Gustavo solo se comparaba al desgano que sentía tío Antonio al compartir su tesoro―. ¿Y?, ¿y?, anda viejo de mierda, cuéntamelo todo.

Tío Antonio, si bien había acordado entregarle a Cristina a su malsano amigo, en realidad nunca había pensado en hacerlo. No solo porque fuera la mujer de su sobrino, sino porque la quería sola para él, la admiraba y la deseaba, pero quería gozarla él, no entregarla a cualquier malviviente que se calentara con ella. Había accedido porque todo había empezado como un juego, el desahogo de un par de viejos. Ni siquiera se había permitido mostrarle las fotos más comprometedoras, solo una que otra en algún ángulo interesante. Pero ahora las cosas cambiaban, estaba confesando un avance mucho más comprometedor y dispuesto a pedir consejo para llegar hasta el final. Si es que se podía, confiaba en que Gustavo sabría cómo hacerlo. Como lo veía, tenía dos alternativas: dejar las cosas como estaban y confiar en que Cris se arrepintiera y volviera a él; o ser honesto con Gustavo, traicionar a su musa, planear la caída de esa extraordinaria hembra y compartirla con su compañero de cacería. En su cabeza resonó ―De verdad lo siento tío, pero he tomado una decisión. Esto termina ahora ―y supo que si no hacía algo al respecto nunca volvería a ver el rostro de sumisa entrega que su hermosa sobrina le había regalado mientras devoraba sus increíbles tetas.

―Le pedí que me dejara tocar sus pechos.

―¿Y te dejo así como así?

―No. Al principio se mostró molesta y yo reaccione disculpándome como un niño que sabe que se avecina una paliza.

―¿Estaba en pelotas? ―preguntó Gustavo con relamida malicia―. Anda, dime como es en pelotas. ¿Cómo tiene esas tetazas?, ¿las tiene tan firmes y redondas como parece?

―Sí, lo estaba, sin nada encima, con esas tremendas tetas apuntando al cielo. Se había puesto un diminuto delantal, pero ya se lo había quitado. Se veía exquisita con taco y ese ajustado delantalsito que apenas le cubría el culo. ―De solo recordarla el pobre viejo maldecía su mala suerte. Además, exponiéndola a Gustavo, sentía que de cierta manera se desquitaba de la indiferencia con que su nuera lo había desechado―. Cuando se hizo la indignada se lo volvió a poner. Se cruzó de brazos mientras me deshacía en disculpas. Pensé que la había cagado y me maldecía para mis adentros, me acordé de ti y seguí en mi papel, siempre de hueón. Ya me había resignado y me disponía a irme cuando ella me detuvo.

―Grande Toñito, así que la niña bonita se compadeció.

―Me dijo que solo un poquito, solo hasta que ella dijera basta. Dios, en esos segundos que se demoró en caminar hacia el costado de la pieza, con ese caminar tan sensual… Se apoyó de espaldas a la muralla, y yo la seguí con el corazón a punto de estallar… Tú sabes que ella es más alta que yo, y con esos tacos sus tetas me quedaron justo en frente. No sé si fue el nerviosismo o el miedo a que fuera un sueño, pero apenas pude levantar las manos y apoyarlas sobre sus pechos… No dijo nada mientras le manoseaba las tetas cada vez más fuerte, tan firmes y grandes. ―Tío Antonio se había ensimismado en su relato mientras el viejo Gustavo escuchaba con la boca abierta. ―Tampoco dijo nada cuando le desabroché el delantal y liberé sus hermosos senos… Estaban a escasos centímetros de mi rostro, los tomé en mis manos y sentí una suavidad increíble. ¡Qué tetas las de mi sobrina! tersas, firmes, suaves, con esos pezones rosaditos, duritos, no podía quitarles los ojos de encima. Temí que estuviera a punto de detenerme, de decirme basta, la miré a los ojos, pero no dijo nada, solo contemplaba mis manos sobre sus hermosos pechos. Y de repente…

 ―¡¿Qué, qué?! ―preguntó Gustavo al borde del infarto ante la pausa de Tío Antonio.

―Tomó mi cabeza y me guío a comerle las tetas ―dijo tío Antonio mirando al vacío, como si no creyera en su propia historia―. Que sabor más increíble, sabia a duraznos, deliciosas, que piel más sabrosa… Y esos pezones, los relamí como un bebé. La miré y estaba entregada. Esa cara de placer, la muy golfa lo estaba gozando y pensé que ya estaba hecho, iba a ser mía. Me atreví a meter las manos por su espalda y bajar hasta ese culazo que tiene. No podía creer la suavidad y dureza de esas nalgas, se las apretaba con fuerza y la manoseaba a placer desde su espalda a sus generosos muslos… Estaba en el cielo comiéndole las tetas y estrujándole el culo. Hace décadas que no tenía la tranca tan dura y la apoyé en su pierna, la apreté contra su pierna para que la sintiera. ―Antonio quedó en silencio, detuvo su relato como quien en medio de una broma se acuerda de una pena muy grande.

―¿Y?, no te quedes callado a estas alturas. ¿Qué paso? ―lo instó Gustavo.

―Pues, no sé. Quise probar que tan mojada estaba, pero cuando traté de meter mi mano entre sus piernas me apartó de un empujón y se escondió en el baño de la habitación. ―El tono de Antonio denotaba su disgusto. ―Estaba tan cerca… tan cerca…

Por unos instantes el silencio se hizo patente, hasta que Gustavo explotó en una carcajada que a Antonio se le antojó un tanto malévola.

―¿De qué te ríes?. La cosa no acaba ahí, hoy Cristina me dijo que ya no la fotografiara más. Que nuestro acuerdo se cancelaba.

―¿Y por eso estas tan triste? ―preguntó Gustavo divertido―. Que no te das cuenta que estas a un paso de conseguir lo que quieres… lo que queremos.

Antonio lo miro incrédulo. Acaso Gustavo estaba jugando con él o de verdad tenía la solución, la llave para poseer a Cristina.

―No lo ves ¿verdad? Por eso estas aquí. No sabes que hacer y te está volviendo loco ―lo increpó Gustavo aún entre risas―. Pues que te vuelva el alma al cuerpo viejo idiota pues yo tengo la solución. Sé exactamente lo que debes hacer para que Cristina habrá esas increíblemente bien formadas piernas para ti y luego para mí.

La sola mención de que Gustavo disfrutara del cuerpo de su nuera le irritaba en lo más profundo. Sin embargo, Antonio recordó el desprecio de Cristina y se descubrió admitiendo que entregarla a Gustavo podría ser un buen castigo para ella.

―Entonces dímelo. ¿Qué hago?

Gustavo pasó de la burla a adoptar el semblante de un oportunista hombre de negocios que sabe que lleva las de ganar.

―Quiero las fotos de la última sesión. Y no unas cuantas vistas rápidas en tu portátil. Las quiero todas en CD para poder disfrutarlas en la privacidad de mi habitación. Quiero ver en pelota a Cristina, quiero ver clarito sus tetas, su culo y lo húmeda que se le ponía la zorra de puro mostrarla.

La expresión de Gustavo al imponer su precio era implacable. Antonio supo que esta vez no podría conseguir nada sin compartir su tesoro. Por su mente paso fugazmente la promesa de mantener las fotografías solo para él, pero apenas pensó en las consecuencias de mantenerla optó por la traición.

―Está bien, te las traeré. Tienes mi palabra.

―Nada de palabras. Quiero las fotos, luego hablamos.

Eso sorprendió a tío Antonio. Se dio cuenta que realmente pensaba hacer lo mismo de siempre, prometer, pero no cumplir. Ahora Gustavo no lo toleraría, le estaba pidiendo el pago antes de sus valiosos consejos. Trató de persuadirlo, realmente necesitaba calmarse, necesitaba tener la certeza que Cristina aún estaba a su alcance y mientras antes mejor. Sin embargo, no hubo manera, Gustavo estaba cerrado en sus exigencias, quería las fotos antes de cualquier consejo o sugerencia.

De camino a casa, Antonio no dejaba de debatir en su cabeza acerca de que debía hacer. Se le ocurrió que quizás esta exigencia de su amigo por tener las fotos de Cristina era porque en realidad no tenía esperanzas de que se pudiera recuperar lo perdido, por lo que quería las fotos antes de darle algún consejo descabellado o meramente lo mismo de siempre ―paciencia, espérala y verás―, pero él estaba seguro de que ya no resultaría, esta vez Cristina tenía la seguridad y el convencimiento de que lo que estaban haciendo estaba mal. Y ¿para qué se iba a mentir él mismo?, él quería poseerla y eso no era bueno, por lo menos no para ella y su marido.

Maldición, la conciencia combatía a brazo partido con los deseos de poseer a su nuera. Pensaba en lo bajo que sería compartir su tesoro con Gustavo, dejarlo disfrutar a Cristina desnuda, exponiendo su hermoso cuerpo a la cámara, en esas posturas que él sabía eran muestra suficiente de lo ardiente que se ponía al exhibirse. Imaginaba a su amigo agarrándose el paquete mientras veía esas fotos que solo debían ser para él, su tesoro, y la rabia lo inundaba, el asco lo consumía. Y luego pensaba en cómo podría vivir sin volver a tocar a Cristina, en cómo podría morir sin haber hecho suya a una mujer como ella. Por más que forzaba su cabeza, no se le ocurría ninguna solución, dependía de la infame astucia de Gustavo.

Se sentó frente a su computador, en la mano tenía un cd virgen y aún no tomaba una decisión. Vio las fotos de la última sesión. Recordó la suavidad de la piel de su nuera, el sabor de sus pezones y su rostro excitado al entregarse a sus magreos. Puso el cd e hizo un respaldo de las fotos.

Gustavo no pareció asombrarse de verlo de vuelta tan pronto. Sin mediar palabra tío Antonio le entrego el cd.

―¡Dios santo, parece una chica playboy!… Nada que envidiarles a esas perras ―exclamó Gustavo admirando las fotos―. Tenías razón, la muy zorra lo disfruta, mira como arquea la espalda como una gata, se nota que gozó calentándote, viejo afortunado.

Tío Antonio se sorprendió, la rabia que sentía al compartir su tesoro se disipaba al mezclarse con el morbo de usar a Cristina como moneda de cambio. De alguna manera sentía que la utilizaba, pero ¡¿qué más daba?!, ella lo había traicionado primero, no era justo que se alejara de su juego secreto, no así, imponiéndoselo como si solo dependiera de ella.

―Bueno, ya está. Ya tienes lo que pediste, ahora habla.

―Jajaja, mi buen socio. Debo admitir que me has sorprendido. Si me hubieran obligado a apostar, me la hubiera jugado por que todas tus historias no eran más que delirios salidos de la mente resquebrajada por los deseos macabros de un viejo verde. ―Gustavo no apartaba la vista de la pantalla donde el culo en pompas de Cristina se alzaba como la octava maravilla del mundo.

―Pero ya ves que no es así. ―Antonio se paró y apagó la pantalla―. La incertidumbre me tiene loco, dime como puedo volver a tenerla para mí.

―¿De verdad no se te ocurre?, la calentura te nubla la razón imbécil. ¿Qué viste en las fotos? ―Gustavo se regocijaba en la desesperación de Antonio―. ¡Vamos!, tú mismo me lo has dicho varias veces.

―Ella lo disfruta, se nota que lo disfruta.

―¡Exacto!, ella te pidió la última sesión de fotos, ¿no es así? Pues claro que lo disfruta, y lo disfruta porque lograste que floreciera su morbo. Ya nunca será la misma, tiene que satisfacer ese morbo, esos deseos los debe alimentar. Tan seguro estoy como que tiene que beber agua para no morir de sed.

―Eso suponía yo, pero si hubieras visto la seguridad con que terminó con nuestro acuerdo… ―Antonio se mostraba reticente al convencimiento de Gustavo, pero olía algo, intuyó que su amigo veía algo que él no había pensado―. ¿A dónde quieres llegar?

―Es lo que te digo hombre. Ya tiene el morbo adentro, eso no se saca así como así. Si no lo alimenta contigo, la pregunta es: ¿Con quién lo hace?

Antonio se quedó pensando un momento. De pronto su rostro mostró la indignación que empezaba a sentir.

―¡¿Quieres decir que le está poniendo los cuernos a Miguel?!

Gustavo no pudo aguantar la risa ante la incongruencia que significaba la irritación de su amigo.

―Pedazo de payaso, pero si tú te la quieres encamar. Pero no te preocupes, no es así, está muy fresca en su morbo para andar buscando otras vergas. Seguramente encontró consuelo en el propio Miguel.

―¿En Miguel?, pero si él no es nada nuevo para ella.

―Pero lo que recuerda mientras lo tiene dentro sí. Imaginarse que se muestra en pelota y se deja tocar por otro hombre mientras su marido se la folla, además de algunas sesiones personales cada tanto, ―Gustavo hizo un movimiento con el dedo imitando la masturbación de una mujer―, la mantendrán satisfecha por un buen rato.

―Y entonces, ¿Qué hago?

―Pues, esperar. Lo que tiene le bastara por algún tiempo, quizá años, pero los mismos recuerdos la van a terminar cabreando y su morbo volverá a necesitar experiencias nuevas. Por lo que me has contado, seguramente no le bastará con ponerle los cuernos a nuestro querido Miguel, sino que tendrá que ser bastante morboso, jejeje.

―¿Años? Pero…

―Sí, años ―interrumpió Gustavo―, a menos que forcemos un poco la situación. ―El silencio de Antonio lo invito a continuar―. Cortémosle el agua, amigo mío. Dejemos que la sed la consuma hasta que vuelva suplicando por todo el “liquido” que tienes reservado para ella.

―¿Y cómo propones hacer eso? ―Tío Antonio se había acostumbrado a esperar, a negar, a ser complaciente y paciente. Intuía que esta vez tendría que desempeñar un papel más activo; tendría que llevar a cabo acciones, y todo apuntaba a que tendrían que ser en contra de su sobrino, lo que lo mantenía tenso y desconfiado. Sin embargo, quería escuchar lo que su consejero tenía que decir.

―Verás, hace mucho tiempo me vi obligado, como la mayoría de los jóvenes de mi edad, a hacer el servicio militar. De solo imaginarme encerrado en un galpón con decenas de tipos me tenía enfermo; no por la cantidad de hombres, sino por la ausencia de mujeres. Siempre he sido un macho caliente, amante de putas. No sabía cómo iba a aguantar meses de entrenamiento sin tener una perra que me complaciera. Ya me veía deseando el culo de alguno de mis compañeros, jejeje. ―Gustavo hizo una pausa y se sentó―. Pero nada paso. Por extraño que parezca no tuve necesidad ni de correrme una paja.

―“Piedra Alumbre”―susurro Antonio.

―Eso dice el mito urbano, pero en realidad terminé averiguando que en realidad era una droga especial que los muy canallas nos mezclaban en la comida. Como sea, yo puedo suministrarte esos polvos mágicos. Y siendo tú un extraordinario cocinero, estoy seguro de que te resultara muy fácil suministrarlo a la persona indicada.

Era fácil, nadie tendría que darse cuenta, no había consecuencias permanentes ni síntomas secundarios. No le haría daño a Miguel, sería solo hasta obtener lo que necesitaba, lo que deseaba con su lado más oscuro: la mujer más bella que hubiera conocido, la mujer de su sobrino. En el rostro de Tío Antonio se dibujó una malévola sonrisa.

Cristina estaba desesperada. Miguel ya no era el mismo de antes, su pasión se había acabado. Hace dos semanas que él no le hacía el amor, ni siquiera la tocaba. Pese a todos sus esfuerzos por seducirlo no había logrado nada, hasta que se decidió a pedírselo directamente. Para su pesar, él se excusó reclamando que estaba muy cansado.

Las dudas amenazaban su cordura. ¿Tendría una amante?, ¿estaría cabreado de ella?, ¿la pasión que últimamente la dominaba le repugnaba?, ¿sospecharía algo de sus sesiones fotográficas con tío Antonio? Todas esas preguntas sin respuesta martillaban su cabeza sin piedad. Por si fuera poco, las sensaciones nuevas que había aprendido a disfrutar y dominar en la cama con su marido le estaban pasando la cuenta. Sus “sesiones privadas” calmaban esas extrañas inquietudes cada vez con menor resultado. Hasta se había cuestionado el haber terminado tan tajantemente el juego prohibido que había mantenido con tío Antonio; pero no podía dar marcha atrás, pues, aunque no lo había dicho, ella estaba convencida que el pobre tío había sufrido las penas del infierno cuando ella terminó con todo eso. No era justo que ahora, como si nada, ella volviera a aceptar que la acechara. Además, si ella buscaba seguir con el juego, perdería el dominio que siempre había tenido sobre su pobre admirador.

A ojos de tío Antonio, ella había participado apenas convencida y solo por un extraño sentimiento de caridad, como si él no fuera más que un pobre enfermo aquejado por una maldita obsesión. Si ella volvía con el rabo entre las piernas, él tendría el control de la situación, ya no estaría en ella terminarlo todo otra vez tan fácilmente. ―No y no, debo ser fuerte ―se volvía a decir cada vez que estas ideas pasaban por su mente. Sin embargo, debía encontrar una solución pronto o quién sabe dónde la llevarían esas extrañas necesidades. ―Si tan solo dependieran de cualquier hombre ―se sorprendió pensando. Si tan solo la mirada de cualquiera la pudiera ayudar; pero no, esas extrañas sensaciones nacían de la admiración extraordinaria que impulsaban a un hombre a romper las barreras de lo moral y lo correcto. Por si fuera poco, el señor Reyes había dejado de asistir a su tratamiento dental sin explicación alguna.

Desde hacía unos días que al salir de la clínica prefería caminar un rato por el centro antes de volver a casa. Estar sola con tío Antonio la asustaba y entusiasmaba en partes iguales. Estar bajo el mismo techo con un hombre que la admiraba de esa manera despertaban esas malditas sensaciones, provocando una ansiedad que apenas podía controlar y le asustaba perder la cordura y pedirle otra sesión fotográfica a su tío. Por eso deambulaba por el centro tratando de encontrar una solución, algo que calmara esa ansiedad morbosa e insana que la agobiaba.

Los hombres la miraban. Ya estaba acostumbrada, ahora que le gustaba vestirse más provocativa, con prendas apretadas, las miradas la seguían a todas partes. Incluso estas miradas habían servido para condimentar sus “masajes privados” por algún tiempo. Pero nadie se atrevía a llegar más allá. Nadie le hablaba, nadie la rozaba, todos esos cobardes la miraban de lejos, temerosos del poder que su belleza provocaba en ellos, temerosos de cruzar la línea que los pudiese convertir en infieles o de cómplices de adulterio. ¿Qué querían?, que se vistiera como una cualquiera; Pues no, claro que no. Ella estaba dispuesta a provocar, pero su anillo no se lo sacaría. Si alguien se atrevía a propasarse, que supiera que era una mujer casada, decente y comprometida. ―¡Solo para mirar! ―se imaginaba gritándoles, pero en su interior la sola posibilidad de que alguno se pasara de la raya, provocaba estragos en su ropa interior.

En una de esas largas caminatas de “exposición” dio con algo que podría calmar sus nuevas necesidades. Pasaba frente a un escaparate de una tienda para adultos, a un par de cuadras de la consulta donde atendía, cuando pudo ver de reojo algo que inmediatamente captó su atención. Pese a ser una mujer decente que nunca se habría atrevido a mirar algo así, ni siquiera dejarse ver parada delante de una tienda de ese tipo, lo que vio retuvo su mirada y su atención lo suficiente para hacer que su nuevo instinto la detuviera. Obvio que apenas entró en razón quitó la vista de la vitrina y fingió estar esperando a alguien. Miró para ambos lados, asegurándose que nadie la había visto antes de volver a posar sus ojos en la tienda.

Ahí estaba, una caratula de una película para adultos con una particularidad que la extasió. Un hombre mayor, muy poco agraciado por lo demás, manoseaba a una bella joven desnuda. Esta quitaba la vista del insano acto del que era víctima, lo que insinuaba su falta de consentimiento. Fue tanta su emoción que se sintió expuesta a la mirada del mundo. Una mujer mayor se cruzó entre la tienda y ella, y dedicándole una evidente mirada de desaprobación siguió su camino. Cris casi se muere de la vergüenza, ¡¿qué hubiera pasado si hubiera sido una persona conocida?! Le dio la espalda en el acto a la vitrina. Sin embargo, fue incapaz de irse, necesitaba conseguir ese DVD. Trató de pensar la forma de hacerse de él, pero le resultaba inimaginable entrar en aquel local, y no se le ocurrió a quién poder pedirle que se la comprara, y menos una excusa razonable para exculparla de querer ver tan morbosa película.

De nuevo esperó a que no viniera nadie para volver a mirar la vitrina. Sin embargo, esta vez se llevó una sorpresa al encontrarse con el dependiente de la tienda apoyado en el marco de la puerta de entrada, fumando un cigarro y mirándole con descaro su bien formado trasero. Instintivamente lo ignoró, pese a que sabía que el tipo no le sacaba los ojos de encima, buscó la caratula nuevamente y memorizo el título: “Tutta una Vita”, dirigida por Mario Salieri. Una vez segura que no lo olvidaría se marchó rápidamente, no sin dejar de percatarse de la burlona sonrisa del locatario. Sentía su rostro como un tomate. La vergüenza, la emoción que le provocaba esa caratula y esas traicioneras sensaciones que despertaron atronadoramente al verse sorprendida por aquel hombre, la habían dejado con la temperatura por las nubes.

Nunca había sentido tal ansiedad. Se dirigió como un rayo de vuelta a su consulta. Se le había ocurrido como conseguir esa película sin que nadie tuviera que enterarse: ¡la bajaría de internet! A esa hora ya no había nadie; su secretaria ya había cumplido la media jornada por la que la tenía contratada y ya había cerrado. Abrió con sus llaves y se fue como un rayo a prender su ordenador. No le costó encontrarla. Como dedujo por el título, era una película italiana. Encontró una página donde podría descargarla. Nunca había descargado una película de internet y menos de esa calaña; sin embargo, después de quince minutos de búsqueda y media hora de espera ya la tenía guardada y lista para verla.

Le extrañó que una producción de esas características estuviera tan bien realizada. La banda sonora, la ambientación y la caracterización de la cinta acrecentaban el morbo de la historia. Pese a estar en italiano, a Cristina no le costó interpretar los acontecimientos que se relataban. Ambientada en la Italia de la segunda guerra mundial, la trama seguía los pasos de una hermosa pueblerina, quien da cobijo a un soldado americano que huye del ejército de Mussolini. Lamentablemente, sin que ella se dé cuenta, es descubierta por una especie de Nazi, viejo y malévolo. Una noche, cuando la protagonista se queda a dormir en casa de su amiga, tan bella como ella, es visitada por el inescrupuloso oficial. Este, al encontrarla durmiendo junto a su angelical compañera, aparta lentamente la ropa de cama y su camisa de dormir para empezar a acariciar delicadamente los preciosos senos de la inocente muchacha. Ella no tarda en despertar, pero antes de que pueda protestar, el pervertido la obliga a callar advirtiéndole que, si no consiente sus avances, la encarcelara por esconder fugitivos buscados por el régimen.

El éxtasis que sintió Cristina al presenciar estas imágenes le produjo temblores de excitación. Aquel insano hombre, sin importarle lo correcto, lo ético o lo moral, estaba chantajeando a aquella hermosa muchacha para que se entregara a sus más bajos deseos; y ella, temerosa de las consecuencias de defenderse, se dejaba recorrer por esas rugosas tocaciones. Inclusive, ante los deseos de su martirizador, alargó su mano para acariciar a su bella amiga, que aún dormía plácidamente, ignorante de los macabros acontecimientos que estaban sucediendo a su lado. Cris, angustiada a más no poder, no pudo contener sus propias manos que empezaron a recorrer su cuerpo, imaginándose a merced de un sinvergüenza como ese. Desabrochó su blusa y liberó sus sedosos y grandes senos, mucho más bellos que los de la chica de la película. No demoró en despojarse de su falda y sentir su escaso vello púbico asaltado por sus cuidadosos magreos. Continúo imitando los delicados vaivenes de cadera que la muchacha de la película parecía no poder evitar al ser manoseada de esa manera. Mientras, ante la creciente excitación de su audiencia, la obediente chica desnudaba y acariciaba a su compañera de alcoba para el deleite del vil chantajista. Las manos del viejo se volvieron más agresivas y mientras con una apretaba los inocentes pechos de su víctima, con la otra invadía violentamente la entrepierna de la hermosa joven.

Cris no pudo evitar recordar los avances de Tío Antonio en su última sesión fotográfica. Él quería irrumpir en su sexo como aquel villano hacía con descaro, y cuando en la pantalla este se lanzó a lamer los pezones de su presa, sintió los copiosos deseos de tener a tío Antonio mamando de sus ubres. ¡Gracias a Dios estoy en la consulta!, razonó en un breve arrebato de lucidez.

De pronto quedo paralizada por lo que vio en la pantalla. Era morbosamente increíble. La chica mantenía su rítmico y elegante vaivén de caderas, que según leía Cris, era fruto del frenesí provocado por esas deliciosas sensaciones tan familiares para ella. Sin embargo, era la propia muchacha quien apretaba sus pechos, mientras con su boca le daba placer al miembro de aquel viejo chantajista. En su juventud, más como broma entre amigas que por deseo, vio una que otra peli porno, y nunca entera por lo demás, donde las chicas se dedicaban a practicarle sexo oral a sus parejas. Pero a ella nunca le había parecido atractivo, pues parecían actos demasiado artificiales. Por eso nunca le llamó la atención, y dado que nunca tuvo las ganas y Miguel jamás se lo había pedido, nunca lo había hecho. Pese a ello, ahí estaba esa preciosa mujer alimentándose golosamente del garrote erecto que le ofrecían. Su lengua parecía danzar en conjunto con sus labios para besar y lamer al unisonó aquel pedazo de carne ofrecido por el veterano. Su rostro reflejaba el placer de estar disfrutando del más delicioso de los manjares, saboreando y mordisqueando cariñosamente el húmedo glande del bien gozado falo que ponían a su alcance.

La pasión con que desempeñaba su labor hizo que a Cris se le hiciera agua la boca. El miembro de aquel hombre no era nada del otro mundo, no era ni largo ni grueso, pero estaba firme y jugoso a causa del cuerpo a su merced y del cariño con que lo trataba aquella dulce muchacha. La angustiada esposa y madre vio cuestionada su decencia al darse cuenta de que se echaría a la boca cualquier miembro que le ofrecieran en ese momento. Y lo haría con la misma hambre con que esa mujer degustaba los líquidos que le entregaba su carnoso biberón. El impulso fue más fuerte que ella, llevándose los dedos con los que acariciaba su empapada entrepierna a la boca, degusto sus propios jugos imaginándose que sentiría el bandido que consiguiera tentarla a alimentarse de él.

Mientras, en la película, el veterano le quitaba su miembro a la complaciente mujer para volver a manosearla y aprovechar de besarla, entrelazando su vieja lengua con la de la anhelante muchacha. El intercambio de saliva se generaba morbosamente por parte de él, que chupeteaba y lamia como un animal; ella, por su lado, continuaba con la delicada y elegante maniobra bucal con la que respondía a los violentos magreos en su entrepierna. Por fin el vil militar se irguió y admirando la danza de aquel cuerpo excitado procedió a apresurar su eyaculación y descargar sendos chorros de semen sobre la delicada piel de su presa. Ante cada brote de esperma, la excitada muchacha se sacudía como si de ardientes estocadas estuviera siendo víctima.

Cristina, descontrolada, lamio la pantalla, angustiada por aquella leche perdida que gustosa hubiera recibido en sus labios. Imaginó las palpitaciones del éxtasis de un hombre en su boca y el tibio sabor a macho en su garganta. Mientras lamia desesperada ahí donde brillaban los restos de semen en la imagen, tuvo un orgasmo como hacía tiempo no tenía. Sabiéndose sola, gimió como si nunca fuera a tener una oportunidad así; por largos minutos sintió como su entrepierna se inundaba. Por su mente pasó el magreo que su tío le había propinado y se imaginó entregándose a él, lo imaginó pidiéndole que le besara su miembro, ante lo que ella aceptaba con la condición de que no se lo dijera nunca a nadie, se imaginó que el descargaba sin tapujos primero su liquido pre seminal para luego, mientras le pedía perdón a Cris, descargarle copiosas cantidades de esperma que ella tragaba. Su imaginación voló por los avances del señor Reyes, se imaginó desnudándose para él, exponiéndose para él, tocándose para él, cayendo al orgasmo frente a él…

Quedó casi inconsciente, semi desnuda frente a su ordenador. La silla estaba mojada por su excitación y orgasmo. Sentía en la boca el sabor de su entrepierna, la pantalla del monitor estaba toda ensalivada y era bastante tarde. Pero estaba satisfecha, por lo menos por ahora estaba tranquila. Con esa película tendría para unos días más. La pregunta era, que diablos haría después.

FIN CAPÍTULO 2.