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Wonder Woman I

en Parodias

Una vez más el mundo se había salvado, la siempre efímera paz arropaba de nuevo a la humanidad. Wonder Woman se alzaba victoriosa junto al cuerpo  inerte del malvado Atlas. El joven titán tras años de castigo cargando sobre sus hombres el peso del cielo, al verse al fin liberado de su tarea había enfurecido, planeando lanzar la luna sobre el planeta. Por suerte Diana lo había enfrentado a tiempo y tras una feroz batalla había dado muerte a aquel villano.

No se sabía mucho de los titanes, tal vez no se les pudiera matar y acabarían volviendo con el paso del tiempo, pero eso no pasaría en un futuro cercano. Tocaba volver a la realidad.

Los días pasaron y el recuerdo de la terrible amenaza se desvaneció entre ecos de normalidad. Los medios de comunicación engrandecían la victoria de la heroína y  trataban de pasar página. Mientras tanto Diana descansaba trabajando en el museo. Su confianza había aumentado tras superar a un antiguo rival de su padre. Se sentía  capaz incluso de  ganar a Flash en una carrera.

Una reunión sobre la restauración de unas ruinas griegas recién descubiertas prendió la mecha de un nuevo capítulo en su vida. Se había citado con un arqueólogo para visitar el lugar y discutir la estrategia de excavación a seguir.

Al llegar al lugar acordado, Diana se sorprendió al encontrarse con él arqueólogo. No era como ella esperaba. Era  joven, medía dos metros de alto y lucía una media melena rubia. Parecía más un surfero australiano que alguien interesado en desenterrar el pasado con una brocha. Después de un cruce de miradas más largo de lo normal, y con la profesionalidad que los predecía, se saludaron y comenzaron a debatir sobre él trabajó que los ocupaba. Tras una agradable tarde  donde acordaron el orden en el que comenzar las tareas de restauración y limpieza, el joven, en un acto de valentía, consiguió mascullar una invitación para cenar. Puede que Diana estuviese hecha de barro pero no era de piedra así que  aceptó de buen grado. Una vez el lugar y la hora fueron detallados se despidieron fugazmente como si tuvieran miedo de que el otro pudiese cambiar de opinión.

Diana nerviosa ante la perspectiva de aquella cita, no pudo sino comenzar a rememorar pasadas experiencias. Ningún aspecto de su vida había sido normal. Con la sexualidad y el romanticismo era más de lo mismo. Cuando vivía con las amazonas había estudiado y aprendido toda la teoría sobre el placer carnal. Al ser una especia compuesta solo por un sexo, la mayoría elegía una compañera para compartir el resto de su vida y saciar la poca curiosidad sexual  que esas seres tenían. La propia Diana había tenido propuestas y había disfrutado algún que otro encuentro con alguna amiga amazona. Sin embargo, al salir al mundo humano los hombres habían despertado una picara curiosidad en ella.

Su primer gran amor, Steve, había fallecido heroicamente en combate antes de haber llegado  a compartir un momento de intimidad. Embriagada de tristeza, Diana había apartado durante un tiempo el interés en las relaciones. Con el paso de los años superó la perdida y volvió a abrir la puerta a la posibilidad de tener pareja. Para entonces el deber autoimpuesto de heroína copaba casi todo su tiempo. Villanos de todo tipo habían aparecido para intentar derrotarla, si bien había salido victoriosa contra todos ellos, ese estilo de vida no era compatible con intentar mantener una relación. Tras su último combate, parecía que se habían calmado los ánimos y nadie se atrevía de momento a enfrentarse a ella. Eso  o se estaban preparando para tener más oportunidades de ganar en el futuro.

El día de la cita llegó, intentando dejar de darle vueltas a la cabeza, empezó a arreglarse. A pesar de los siglos, Diana no aparentaba más de treinta. Era lo normal entre las amazonas, pero podía ser un problema entre los humanos. Se cepillo su larga melena lisa color azabache, y se puso un conjunto de ropa interior negro. El reflejo en el espejo la mostro una mujer diferente a la manera en la que ella se veía. Era delgada como una modelo, pero a diferencia de estas estaba mucho más tonificada. Se la notaban los músculos en el abdomen, brazos y piernas. Tenía que estar en forma ante posibles amenazas. Sus redondos pechos destacaban al contraste con las líneas de sus abdominales. Se giró para ver su culo en el espejo, todo el entrenamiento la había dejado con un trasero perfecto. Redondo y duro. Se dio una cachetada en una nalga y se dispuso a elegir vestido.

Eligió un vestido azul oscuro, con escote estilo palabra de honor y con el  largo hasta las rodillas. Era distinto a la armadura batalla, pero a Diana la pareció que dejaba menos piel al descubierto. Se puso unos tacones y cogió un bolso de fiesta. Llamaron a la puerta, ya era la hora.

Cogió el móvil y se dispuso a abrir la puerta. Con la mano en el picaporte se detuvo. Aún le faltaba algo, corrió a la mesilla y saco un viejo collar. Había sido un regalo de Steve.

La noche fue genial. Diana disfrutó de una exquisita cena en un restaurante del centro de la ciudad. Su compañero se había arreglado y ahora parecía más un espía que un surfero. Además era amable y gracioso aunque sin forzar la conversación, todo fluía. Después de cenar fueron a bailar a un local cercano. Las danzas humanas eran extrañas para Diana, así que imitaba a los demás y se dejaba guiar por su joven amigo. Tomaran algunas bebidas. El joven le extrañó que Diana pidiese bebidas muy fuertes y muy cargadas, el pobre no sabía que los cocteles habituales no la afectaban. Ambos tenían ganas de pasarlo bien, siguieron bailando y bebiendo hasta altas horas de la noche. Cuando el club cerró, el joven se ofreció para acompañarla a su casa.

Cuando llegaron a la puerta un incómodo silencio se estableció. Diana no sabía que decir, el alcohol la había afectado más de lo normal, se sentía mal por haber bajado la guardia pero no se arrepentía de haberlo hecho. Intento articular una palabra de despedida pero su acompañante se la adelantó y la besó. Tal vez por el alcohol o por la curiosidad, Diana le devolvió el beso. Sus lenguas se entrelazaban movida por la pasión. Las manos de Diana se aferraban a los hombros de su amante. Se sentía muy parecido a sus experiencias anteriores con amazonas. Las manos del arqueólogo recorrieron su figura, palparon sus pechos, se deslizaron por su cintura y se posaran firmemente en sus nalgas. Diana se sentía excitada pero un poco decepcionada. En sus anteriores encuentros, sus amigas también habían dedicado especial atención a su trasero.

Intento maniobrar para palpar también el cuerpo de su amante. En ese momento el joven se movió para ayudarla y la apoyó contra el marco de la puerta. Se acercó a ella y apoyo su cuerpo contra ella.

Diana lo notó, un bulto duro y caliente presionaba sus abdominales. Era distinto a como lo había leído en los libros. Su excitación creció cada vez más, sus cuerpos se restregaban y sus labios apenas se separaban para tomar aire. Aquel contacto entre su vientre y la entrepierna  del joven había despertado una lujuria extraña en ella. En un acto reflejo intento tomar una posición ventajosa sobre aquel hombre. Mala decisión

No fue intencionadamente, la pasión la dominaba y se olvidó por un momento de su fuerza superior. Empujo al arqueólogo contra la puerta, que cedió como si fuera de papel. El joven perdió el equilibrio y cayó hacia atrás separándose de ella. Tras la caída no se levantó del suelo. Estaba inconsciente y tenía una astilla enorme clavada en el brazo. Como si  hubiese despertado de un trance, Diana se quedó paralizada. Había sido su culpa. Sin embargo al ver que el chico aun respiraba consiguió reaccionar y llamó a emergencias.

Poco después llegó una ambulancia y se lo llevó. Por suerte solo había sufrido una fuerte contusión y la herida del brazo no había sido muy profunda. La policía les interrogo, Diana les mintió diciendo que la puerta era vieja y los oficiales le atribuyeron a eso el accidente.

Los días pasaron, el joven se recuperó y recibió el alta. No se acordaba de mucho y no culpaba a Diana de lo sucedido. Intentó varias veces volver acercarse a ella, pero Diana se había cerrado en banda.

La culpa la estaba matando por dentro. ¿Y si le hubiera hecho algo peor? ¿Y si se descubría su identidad secreta? No podía arriesgarse a hacer daño a alguien más. La actitud reconciliadora del arqueólogo no ayudaba, y Diana tuvo que renunciar a su puesto en la excavación para poder alejarse de él.

Aunque la culpa no era el único motivo. Aquel momento de pasión delante de la puerta había encendido un fuego dentro de ella imposible de apagar. No quería arriesgarse a sucumbir de nuevo ante su compañero de trabajo y volver a perder el control. Debía resistir la tentación.

Intento volver a su día a día. Por la mañana iba al museo y durante las tardes se dedicaba a entrenar. Pero había algo nuevo en su rutina, se masturbaba. Al principio fue un intento de calmar el fuego. Lo hacía al ducharse por la mañana para poder concentrarse en el trabajo. Pronto no fue suficiente y lo empezó a hacer también después de entrenar. Se pellizcaba los pezones mientras se imaginaba de nuevo en la puerta con aquel miembro apretando contra su vientre, deseoso de entrar en ella. Deseaba tener esa experiencia, pero no había un hombre sobre la tierra que resistiese su apetito sexual.

Los días se sucedieron y sus sesiones de masturbación siguieron. No conseguía calmarse del todo y su rendimiento en el trabajo menguo. Tales fueron la consecuencias que su superior la dedico unas tensas palabras y la insinuó que tomara unos días libres.

Diana sabía que tenía que hacer algo, su vida se iba al traste por una libido imparable, pero que podía hacer ella. No podía, no, no debía acostarse con un humano. Estaba a punto de rendirse y dejarlo todo cuando una bombilla se encendió sobre su cabeza.

Había sido una tonta, había alguien capaz de ayudarla. No formaba parte de su vida, pero había sido un gran amigo en el pasado. Se puso una chaqueta y salió con el móvil en la mano. Rápidamente tecleo en google: “Clark Kent”.

Espero que les haya gustado.

Un saludo.