Ernesto notó cómo la polla que estaba tragando se hinchaba un poco más entre sus labios y varios chorros de leche caliente le llenaron la boca y los fue tragando con delectación.
La polla de Benedé, no era ni larga ni gruesa, era... normalita. Yo me había tragado otras vergas grandes, que apenas me cabían en la boca. Pero ésta era especial. La de un chico inexperto en el sexo que estaba siendo taladrado por una polla larga
Desnudos como estábamos no dejábamos de restregarnos nuestros cuerpos, aumentando así el deseo de tenernos el uno al otro. Era tal el grado de excitación en que estaba que, al besar a mi chico, nuestros dientes chocaron entre ellos. No obstante, Antonio abrió su boca para responder con igual pasión
Fui bajando deslizando hacia abajo y lentamente mis dedos por ambas espaldas, serpenteando por ellas. Los dos soldados parecían uno mismo pues tenían las mismas reacciones, se movían cual si tuvieran tics nerviosos aunque permanecían como clavados al pavimento. Notaba cómo los vellos de sus antebrazos se erizaban. Me recreé en acariciar sus cinturas. - ¡Ufff, mi sargento! , - . ¡Hummm, mi sargento! escuché susurrar a Laguna y Ramírez casi al unísono.
- Tiene buen cuerpo, mi sargento, muy buen cuerpo. - ¿Te gustaría probarlo, soldado?. Contesta sin trabas, estamos solos. El soldado hizo algo que me pilló desprevenido. Tomó mi cara entre sus manos y me besó en la boca. Fue un beso rápido, robado. Pero me gustó. Rápidamente me soltó. - Lo siento, mi sargento- replicó y se puso en posición de firmes.
El contemplar los juegos amatorios dentro y fuera de los vehículos era motivo más que suficiente para que la polla del soldado de turno se pusiera dura como el mango de un martillo y propiciara que su dueño se aliviara haciéndose una paja monumental.
El sonido de correr agua por una tubería de desagüe me despertó ligeramente. Tardé unos segundos en recordar dónde estaba: durmiendo en la colchoneta del palomar, donde hacía un tiempo (no sé cuánto) Antonio y yo habíamos estado follando
Eso me gustó, contemplar a mi compañero sin ropa y a pocos centímetros míos, cómo se enjabonaba, pasando la esponja por todo su cuerpo, su pecho, sus brazos, axilas casi lampiñas, muslos y, sobre todo, cuando sus manos llenas de jabón lavaran sus huevos y polla. Se detuvo un rato en ella, masajeándola
Cuando terminó de correrse el sargento abrió los ojos. Fue entonces cuando se dio cuenta de mi presencia y, lejos de sentirse molesto, me ordenó: - ¡Cabo, firme!. ¿Cómo irrumpe así en mis habitaciones sin pedir permiso?
Capítulo donde el sargento pone firme al cabo
Nadie sabía mi inclinación homosexual. La verdad es que lo pasaba bastante mal disimulando cada vez que algún compañero se paseaba desnudo por la compañía camino de las duchas.
Si grande era la excitación que sentí viendo su cuerpo desnudo desde mi cama, mayor si cabe fue la que experimenté cuando el mío se pegó a él.