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Mónica (05: El Juego)

en Grandes Relatos

Hacía las nueve de la tarde llamaron al timbre. Mònica se levantó como un resorte y se dispuso a abrir. Llevaba aún la misma falda y camisa rota de la tarde. Sergi la abrazó, apretándola fuertemente, agarrándole las nalgas, sin más. - Dame las llaves de tu casa - Sin pensarlo, las cogió del bolso y se las entregó. - Ahora vámonos.

- ¿Qué quieres que me ponga? - preguntó Mònica, sin saber dónde iban. Otra vez la mirada de Sergi denotaba indiferencia al responder: - De hecho, da igual.

Temerosa de lo que Sergi hubiera planeado, se puso una falda larga y una camiseta holgada, lo menos sexy posible. Bajaron en el ascensor, sin hablar, y pasearon un rato, en silencio. A Mònica le pareció que él sí sabía dónde iban. Se paró delante de una tienda de ropa. En el escaparate había ropa de todo tipo, todo muy a la moda. La cogió de la mano y entraron. Era un lugar grande, con bastante gente entrando y saliendo. - Siéntate aquí y espérate.

Al poco rato Sergi volvió con una falda corta y una camisa de botones - Pruébatelo. - Mònica cogió las piezas sin mirárselas y se encaminó a uno de los probadores, que estaban al fondo del local. Corrió la cortina y entró. No había casi gente esperando, pero se fijó en un grupo de chicos. Debían tener unos veinticinco años y eran extranjeros, parecía que un poco pasados de copas. Se encerró y cogió su camiseta para quitársela, cuando las cortinas se abrieron y Sergi apareció. - Deja la cortina abierta. - Le miró, implorante: - No, por favor, no me lo hagas hacer. - Él se limitó a mirarla. Mònica bajo la mirada, resignada, oyendo como Sergi le ordenaba: - Y no lo hagas demasiado rápido. - Lo vio sentarse en un banco, un poco apartado, vigilándola.

Sin fijarse siquiera en la ropa que le había entregado, Mònica volvió a mirar hacía el grupo de extranjeros. No parecía que la observasen. Se dió la vuelta y se quitó la camiseta por encima de su cabeza. Se puso la blusa, despacio. Era de gasa, negra, y absolutamente transparente. No podía llevarla sin sujetador y se arrepintió de no haber cogido uno de casa. Seguidamente se quitó la falda y se puso la otra, por los pies. Era exageradamente corta. No se había dado la vuelta, pero intuía que debía insinuar claramente el principio de sus nalgas. Se miró al espejo. Nunca había llevado un conjunto tan extremadamente provocativo. Sin esperar más se giró hacía Sergi. Tenía ganas de que la viese. Él la miró con aprobación y con un gesto le señaló el grupo de chicos. Cuando Mònica los vió enrojeció de golpe. Estaban todos vueltos hacía ella, sonrientes, y alguno más atrevido le hacía señas indicándole que estaba muy buena, asintiendo con la cabeza y haciéndole gestos con la mano.

Vió como Sergi iba a caja, pagaba, y le señalaba que la esperaba fuera, observándola desde la luna del escaparate. Esta vez decidió darle lo que quería. Tenía ganas de que se lo pasara bien, con la esperanza de vivir nuevamente una noche loca. Estaba tan excitada... Siguió con la cortina abierta y, vuelta hacía los chicos, se desnudó, quedándose en braguitas, y se vistió de nuevo con la ropa que traía de casa. En el último momento, dos de ellos se acercaron hacía ella. Se asustó y, además, no sabía si era eso lo que Sergi quería. Cuando los tuvo delante se escurrió entre ellos, sin poder evitar que, al pasar uno de ellos le pusiera la mano en los senos, magreándola, mientras otro se refregaba entre sus nalgas. Sergi la esperó fuera, con una sonrisa, diciéndole: - Veo que empiezas a entenderlo.

Se había hecho tarde y Mònica tenía hambre. Como si lo supera, él la llevó a cenar. Nunca había estado en ese local. El comedor era pequeño, de unas diez mesas. Se sentaron en el rincón y Sergi encargó unos aperitivos y la cena para los dos, sin darle opción a escoger. Al retirarse el camarero, le susurró: - Ve al lavabo a cambiarte. - Mònica no podía creerlo: - No puedo salir con la ropa que me has comprado, Sergi -, protestó. Por única respuesta, él le cogió un pezón, firmemente, mirándola a los ojos. Al sentir la presión de sus dedos, Mònica empezó a notarse de nuevo húmeda. Bajo la mirada, como antes, y se dirigió al lavabo.

El espejo le devolvió la imagen de una putita de lujo. Su piel bronceada destacaba bajo el negro del conjunto. Se distinguían claramente sus pezones duros bajo la tela de la blusa, y la falda, ceñida, no le tapaba lo más mínimo. A cada movimiento temía que las braguitas quedaran al descubierto.

Al salir le pareció que todo el comedor, ahora medio lleno, la miraba mientras lo cruzaba para reunirse con Sergi en la mesa. - Desabróchate un par de botones más. - Mònica, absolutamente avergonzada, le obedeció, disimuladamente. El camarero aprovechaba cada ocasión para espiar dentro de su escote, que descubría casi todos sus senos, con los pezones duros de la excitación de sentirse observada.

Los postres se fueron alargando, hasta que el comedor se fue vaciando de comensales. Mònica estaba distraída mirando su plato cuando oyó que él le decía: - Ahora quítate las braguitas y déjalas sobre la mesa. - Sabía que no obtendría ninguna compasión quejándose. Mirando de reojo que no la viera nadie, las hizo deslizar por sus piernas hasta el suelo. Las depositó, plegadas, junto al plato, justo a tiempo para ver la cara del camarero, que no se había perdido detalle de toda la operación. Pero Sergi no había acabado: - Separa las piernas. - La falda era lo suficientemente corta para que, con las piernas ligeramente abiertas, no pudiera tapar nada. La sombra rubia de su pubis era evidente para cualquiera que mirara en la dirección correcta. De repente, notó la mano de Sergi sobre la parte interna de sus muslos: - Ahora pide dos cafés. - Mònica bajo la cabeza mientras Sergi llamaba al camarero, que se acercó sin quitar la vista de su vientre, ahora que los dedos de Sergi la estaban masturbando a la vista de quien se acercase. Casi no tenía voz, pero soportó la mirada irónica del maître: - Dos cafés, por favor. - Éste sonrió sardónicamente. - Enseguida, señora.

En mucho rato, era la primera ocasión en que se quedaban solos en el comedor. Entonces Sergi la miró a los ojos, se desabrochó despacio la cremallera del pantalón y liberó su pene, absolutamente enhiesto. Era la primera vez que Mònica veía su erección y la miró, hipnotizada. Estaban en un establecimiento público y él, tras el mantel, acababa de sacársela. ¡No era posible! - ¿Sabes qué sigue ahora, verdad? - Ella, alarmada, imaginó que le estaba pidiendo que lo masturbase.- Eso no, Sergi, no me lo pidas... - Era sincera. Estaba muerta de vergüenza temiendo que alguien la atrapase. Pero él continuó: - No debías haberte quejado. Como penitencia, quiero que te la pongas en la boca. - Mònica no pudo ahogar un grito: - ¿¿¿Aquí??? - La voz de Sergi era una orden: - Y hazlo bien o, créeme, no será la única que pruebes esta noche.

Sin pensarlo, Mònica bajó la cabeza rápidamente, con la esperanza de hacerle correr antes de que entrara nadie. Estaba completamente mojada y los dedos de Sergi en su clítoris le hacían perder el mundo de vista. Sin entretenerse, se la introdujo en la boca y, con la lengua, se la iba lamiendo. Movía la cabeza arriba y abajo, lentamente, al tiempo que la giraba para darle más placer. Notaba que, si Sergi seguía masturbándola de esa forma, se correría con su polla en la boca. Era como si la estuviese penetrando, y sentía en cada centímetro de su boca aquel punto de placer enloquecido.

Estaba a punto cuando Sergi la agarró por el pelo y, de un tirón, le echó la cabeza hacía atrás, justo a tiempo para encontrarse de caras con el camarero, que llevaba rato observando. Quiso morirse. Estaba paralizada, con la cabeza gacha, sintiéndose como una puta y, lo peor, a punto de correrse por la situación. La sonrisa del camarero era casi luminosa al decir: - El café de la señora. - Y añadió, mirándola fijamente: - ¿Quiere leche? - Mònica respondió: - Sí, por favor. - cómo podía haber contestado cualquier otra cosa. Ahora fué Sergi quien tomó la iniciativa: - Pues venga, nena, hazme una paja para tu cortado. - Le miró suplicante, pero no se atrevió a llevarle la contraria. Sergi se levantó, sentándose sobre la mesa. Ella, obediente, comenzó a masturbarlo. Primero lentamente, luego acelerándose cuando vió que él echaba la cabeza hacia atrás, bajo la atenta mirada del camarero, que se quedó allí, de pie. Mònica también le miraba, de tanto en tanto, hasta que notó que se acercaba el final. Con toda naturalidad, cogió la taza con una mano mientras con la otra aumentaba un poco el ritmo, y, con mucho cuidado, procuró que el semen de Sergi fuera a parar dentro.

Estaba en estado de choc por la excitación. Respiraba agitadamente, anhelando que la situación no acabara, con las piernas juntas, rozando muslo con muslo, a punto de correrse. Se recostó en el respaldo de la silla, sin dejar de mirarles a los dos y, despacio, acercó la taza a sus labios y, finalmente, sintiendo cómo explotaba su orgasmo, con los ojos muy abiertos, mirándoselos, se lo terminó de un sorbo.

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