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Mónica (08: El Dinero)

en Grandes Relatos

Mònica aprovechaba los últimos rayos de sol de la mañana. Tendida en la playa como un lagarto las horas pasaron rápidas. Había aprovechado el momento en que Sergi se adentró en el agua para hablar con Ester por primera vez. Las palabras salían a borbotones de su cabeza. Lo que sentía, cómo se encontraba. Quería saber, entender... Todo lo que Ester le dijo fue – No tengas miedo. – con una voz suave, sonriéndola con la mirada. Fue como un bálsamo para Mònica. Se limitó a tenderse, con la cabeza sobre el vientre de Ester, mientras ésta le hablaba, hasta que se quedó dormida.

Comieron en un bar de la playa y se dirigieron al apartamento,  completamente relajados. Estaban solos, ya que Ester había dejado a los niños con sus padres, en la ciudad. A media tarde se acostaron a dormir una siesta y, con la primera oscuridad, Sergi se fue hasta la hora de cenar. Llegó con unos paquetes. El ambiente de la cena era relajado, incluso Sergi parecía otro, pero lo que más admiraba a Mònica era la naturalidad de Ester. Seguro que su aprendizaje había sido duro.

Después de cenar, Sergi le pidió que se arreglaran. Se ducharon las dos y, ya en la habitación, Ester la advirtió:

- Cuando Sergi dice arreglaos y maquillaos quiere decir que debes parecer una puta. – alcanzándole un estuche bien provisto.

Se presentaron juntas en la sala, desnudas, para encontrarse sobre la mesa dos vestidos iguales. Mónica observó como se lo ponía Ester. Era blanco, con unas tiras en los hombros y un escote impensable, como si solo bajara de la espalda la tela justa para taparle los senos. En cuanto se moviera le saldrían por los costados o por el centro. No tenía espalda, llegándole al principio de las nalgas, y el vuelo de la falda era corto hasta no dejar nada a la imaginación, ya que Sergi no le había dado braguitas. Tenía claro que esta noche tampoco llevaría. Cuando lo tuvieron puesto las dos él las llevó al espejo. Se veían las dos espectaculares. Ester, morena, con los senos un tanto más pequeños que los de ella, y con unas piernas que parecían moldeadas para hacer perder la razón. A su lado ella, rubia, un poco más baja pero con las curvas más pronunciadas. Eran la imagen del morbo hecho carne.

Mònica ya no se planteaba como podrían salir a la calle de esa guisa, colgada en la seguridad que desprendía Ester. Paseaban por la calle los tres, y parecía que nadie, nadie, dejaba de darse la vuelta para volver a verlas. Miraba a Ester, con aquella pose de triunfo, aquella plenitud de saber que estaba haciendo la voluntad de Sergi, sin hacerse preguntas, y esa naturalidad se le contagiaba.

Las calles se estrechaban cada vez más. No había estado nunca en esa parte del pueblo, menos turística. Sin luces de neón, ni tiendas de escaparates luminosos. Se detuvieron ante un portal que anunciaba la entrada de un nigth club. Sergi pasó delante, bajando los escalones hasta llegar a una puerta. Al abrirla, Mònica apareció ante ellos una decoración absolutamente "retro". El local era mas bien pequeño, con una barra al fondo y una pequeña pista de baile central, con la típica bola de cristal centelleando en el techo. La clientela estaba compuesta por grupos de hombres, la mayoría mayores, alguna mujer sola y algún grupito. Las mujeres parecían salir de una película de los años setenta, tanto por su vestuario como por su edad. Ellas dos eran las más jóvenes, sin duda. Al verlas, todas las cabezas se volvieron hacía ellas. A Mònica le pareció adivinar, entre la oscuridad, algunas sonrisas de aprobación.

Siguió a Ester, que caminaba con paso seguro, sin fijarse en nadie, hasta la barra. Sergi las sentó una a cada lado. De nuevo la incomodidad de la falda, pero en este caso, al no ser ceñida, consiguió adoptar una postura medianamente decorosa, si con aquel vestido eso era posible.

Un vaso de vodka para cada una, mientras Mònica reflexionaba sobre su creciente facilidad para el alcohol. Sergi hizo un gesto con la mirada y, como un resorte, Ester se levantó del taburete y se dirigió a la pista, a bailar. Lo hacía de la forma más sensual que Mònica hubiera vista jamás. Moviendo las caderas al ritmo de la música, dejaba que la falda volase ligeramente, dejando a la vista parte de sus nalgas, pero nunca en exceso. El vestido se movía junto con su cuerpo y a cada movimiento amenazaba con dejar salir un seno al aire. Todo el mundo estaba ya pendiente de ella, mirándola bailar con su cabellera , moviendo la cabeza de lado a lado, distraídamente, como ajena a su alrededor. Mònica advirtió que el tiempo que Ester llevaba con Sergi la había enseñado a provocar de esa forma. Le miró a él y éste asintió con la cabeza. Lo entendió, claro, y, sin entretenerse, fue a reunirse con Ester en la pista.

Pero ella no tenía tanta práctica y, irremediablemente, de tanto en tanto el vestido se movía demasiado y dejaba al descubierto sus pechos, aunque la situación cada vez la incomodaba menos. Bailaron y jugaron las dos, agarrándose ocasionalmente, entre risas, divirtiendo a los clientes del club hasta que la mayoría se fueron marchando. Ya solamente quedaban Sergi, el barman, y un grupo de tres hombres mayores que no paraban de repasarlas con la vista, riendo y haciendo comentarios entre ellos. Aparentaban sesenta años, gordos, groseros. Parecían los típicos oficinistas después de una cena de empresa, pasados de copas. Por más que quisiera encontrarles algún atractivo, no lo conseguía. Cuando el barman fue a pasar el pestillo a la puerta de entrada, Sergi las llamó con un gesto para que se reunieran con él en la barra.

Siguió a Ester, que parecía saber que es lo que veía a continuación, mientras Sergi hablaba con el barman. La vió apoyarse en la barra, de caras a la pista, dejando que su cabellera morena reposase sobre la barra.

De repente, Mònica se alarmó al ver al barman sujetar los brazos de ester por detrás de la barra. A Ester no parecía importarle, pero no pudio evitar un cierto enrojecimiento en sus mejillas. Sergi fue rápido. Miró de frente a los tres hombres que, desde el extremo de la barra no se perdían detalle y, con decisión, levantó el vestido a Ester hasta la cintura. Mònica empalideció. Allí estaba Ester, de cara, inmovilizada a la barra y con su sexo rasurado a la vista.

- ¿Os gusta?. – les preguntó Sergi.

Los tres individuos no se hicieron de rogar. Con cara de incredulidad mezclada con deseo se acercaron. Miraron a Sergi, que no hizo gesto alguno para detenerlos y, primero uno y después todos, empezaron a magrear a Ester, que continuaba sin moverse. Sin contemplaciones, uno deslizaba sus manos entre sus muslos, pellizcándole el clítoris, introduciendo uno, ahora dos, dedos en su sexo, moviéndolos desesperadamente. Los demás habían bajado las tiras del vestido para acceder con la boca, con los labios y finalmente con los dientes a los senos perfectos de Ester, que solamente reaccionaba cuando los pequeños mordiscos le hacían efecto. Se hacían comentarios en voz alta, notando como los pezones de Ester se iban endureciendo por momentos. Era un espectáculo ver como soportaba la humillación, como se excitaba cada vez que les decían:

- Va putita. ¿Ves com te gusta?.

La escena terminó de golpe cuando Sergi apartó violentamente a Ester de su alcance. Quedaron mudos, temerosos de haberse quedado sin su juguete. Iban completamente salidos y mónica advirtió la erección que se adivinaba bajo sus pantalones.

– Eso no es gratis.- les advirtió.

Sólo esas palabras, que retumbaron en el silencia del local. Los viejos se relajaron. Así que sólo era eso. Y Sergi añadió:

- Cinco mil cada uno y podeis escoger cual de ellas os la chupa. – Uno de ellos, el que parecía más viejo y desagradable sacó tres billetes de cinco mil y los entregío a Sergi. Se volvió hacia sus compañeros:

- La rubita para mí.

Mònica no pudo evitar un escalofrio en la espalda. Los otros dos se sentaron en un sofá, con Ester arrodillada ante ellos. Les cogió el pene, uno en cada mano, y se dispuso a complecerles. El tercero subió a la barra y se sentó en ella. Mònica miraba a Sergi, que no se había movido del sitio. Por un instante, pudo leer en sus ojos los que esperaba de ella. Luego se encaró al hombre que tenía delante y, con decisión, deslizó las tiras de su vestido por los hombros y hasta que cayó al suelo, quedando completamente desnuda. Tanto el hombre como el barman abrían los ojos como platos, y incluso los dos que estaban con Ester hicieron sentir sus comentarios de admiración.

El individuo se desabrochó los pantalones y se los bajó, junto con los calzoncillos. Con las piernas colgando, los pantalones en las rodillas, se apreciaba la curva prominente de su estómago y su miembro semierecto. Sin tener en cuenta el asco que sentía, Mònica empezó su trabajo. Se acercó el pene a la boca y lo lamió como si fuera un helado, besándolo desde la raíz a la punta, sucesivamente. De tanto en tanto se alejaba, para introducírselo entero en la boca, cerrando sus labios carmesí alrededor, humedeciéndolo, notando como crecía a cada movimiento de lengua. Siguió moviendo la cabeza hacia delante y hacia atrás, y a cada movimiento la polla del anciano se introducía más y más en su boca.

En aquel momento su pulso se disparó. Una corriente eléctrica la recorrió de pies a cabeza. Las pupilas se dilataban. Estaba en choc. La sensación no era sinó placer. Un placer que galopaba sobre la vergüenza. Una enorme conmoción la invadió, tomando por asalto la sensibilidad de su piel. Aquello le era grato. Respiraba por la boca, con miedo, pero, por encima de todo, sentía el placer en lo que estaba haciendo. Los pezones se le endurecían por momentos. "Me gusta", reconoció al fin, como una liberación.

Continuó con la felación, succionando ahora el miembro del hombre, que tocaba el fondo de su garganta, mientras él movía las caderas hacía ella.

- Sigue así, preciosa. Trágatela toda, puta.- murmuró acercándole las manos para acariciarle el contorno de los senos, apresando sus pezones suaves. Respondiendo al estímulo de sus palabras, Mònica le succionó con más fuerza el pene, sujetándolo con los labios con firmeza. Cuando el hombre intensificó sus gemidos, Mònica empezó a mordisquearle levemente la polla, apresando el glande con los labios.

Lo sentía crecer y agitarse. El hombre no quitaba la vista de la cara de Mònica, que devoraba su pene y que ahora buscaba atentamente una señal de que estaba haciendo lo correcto. El placer aumentaba cada vez que la polla penetraba en su boca, dejando un rastro carmesí mezclado con líquido preseminal.

- Mirad que guapa está esta fulana con mi polla en la boca. – bramaba a sus amigos. Estos se fijaron otra vez en la escena y, como si se hubieren puesto de acuerdo, eyacularon abundantemente sobre los pechos de Ester, que volvía la cabeza hacía Sergi esperando una seña de aprobación.

Al verlo, el hombre agarró la cabeza de Mònica entre sus manos y empujó con toda la fuerza el pene dentro de su boca. Se retiró un momento para mirar a Sergi, que le indicó con la cabeza que acabara. Entonces tomó la polla con las dos manos, y empezó a masturbarlo con furia. Con sólo dos o tres movimientos se le hizo presente el interminable chorro de semen que la golpeó en la cara. En ese momento ella también se corrió, gimiendo y gritando como no la había hecho antes. Eso excitó aún más a su cliente, que terminó de verter todo su esperma, como si no se hubiera corrido en meses. Mònica lamía la leche y la polla, y disfrutaba con un placer brutal, enloquecida, extendiendo y frotándose todo el cuerpo con el esperma del hombre.

Se acercaron las dos a Sergi quien, con un cachete en las nalgas, las envió a lavarse al baño.