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Mónica (09: El Espectáculo)

en Grandes Relatos

No vio a Ester ni a Sergi durante todo el día. A pesar de que se había levantado tarde, tras el episodio de la discoteca, se le hizo largo estar tanto rato sin ellos. Deambulaba nerviosa por el apartamento, sin apartar la vista del balcón por si los veía aparecer. Ese tiempo le sirvió para confirmar su nueva dependencia. Necesitaba a Sergi, sus órdenes... Ansiaba sentir nuevamente la excitación que le producía la humillación constante a que la sometía. Pasó la tarde desnuda en el piso, esperando... Quería que la hallasen así, caliente y a punto para lo que fuera. No había desaparecido la sombra de miedo que la hacía temblar imaginando qué sería lo próximo, pero esta sensación era la que de verdad la encendía. Y ahora estaba segura de que nunca le discutiría ninguna orden. Se sabía completamente sometida a su voluntad. Vivía esperando que la usase a su voluntad.

Al atardecer oyó la llave abriendo la puerta. Sólo podía ser él, y por un momento se avergonzó de su desnudez cuando, detrás de Sergi, Ester apareció vestida correctamente, con una falda azul por encima de la rodilla y un discreto top que descubría su ombligo. Sergi se sentó.

– Ponte un vestido, Mónica.- Le obedeció con presteza.

Uno de ligero, abrochado de arriba a abajo. Volvió al comedor, donde la esperaba la sonrisa tranquilizadora de Ester. ¿Cómo habría sido todo si ella no hubiera participado en el juego?. No estaba segura de haberlo podido soportar... Su amiga, a una indicación de Sergi, la cogió de la mano para llevarla hasta el balcón del comedor, que daba al paseo.

Así que éste era el juego... No necesitó más explicaciones. Salió al balcón. Le parecía que nunca había visto tanta gente en el paseo. Se acercó a la barandilla, hasta casi tocarla. Sergi, detrás de ella, parecía esperar el momento propicio. Entonces vio, al principio de la calle, un  grupo de seis o siete jóvenes, con sus toallas, que vendrían de la playa.

– Ahora.- le dijo Sergi susurrándole al oído.

Los pocos segundos de que disponía antes de que se acercaran los utilizó para convencerse de que podía hacerlo disfrutando de la situación. Estaba muy excitada. Esperó que estuvieran a pocos metros y entonces, sin dejar de mirarles fijamente como le había ordenado Sergi en silencio, empezó a desabrocharse le vestido, justo en el momento en que se dio cuenta de que uno de los chicos empezaba a mirarla.

Cuando llegó a los botones que abrochaban la pieza a la altura del vientre ya había captado su atención y no dejaban de mirarla e intercambiaban comentarios al oído, sin dejar de caminar. Si hubieran estado más cerca, se habrían dado cuenta de como le brillaban los ojos. Siguió desabrochando todos los botones, con el vestido aún puesto, hasta que los chicos se detuvieron ante su balcón. Un hormigueo le ascendía por las piernas buscando la humedad de su sexo. Les contempló, uno a uno, y, sin dudar, dejó caer el vestido por detrás de sus hombros hasta que cayó al suelo, dejándola absolutamente desnuda, con la brisa acariciándole los senos, las piernas, muestra de vergüenza, a merced de las impertinencias y los silbidos de los chicos, que no se cortaban para nada ya. Los segundos eran eternos, pero aguantaba sus miradas, cada vez más firme, hasta que oyó la voz de Sergi llamándola.

Se sintió feliz por un momento al adivinar la satisfacción en su cara, junto con la sonrisa cálida de Ester, que había seguido todos sus movimientos como si fuesen propios, mientras salía ahora ella al balcón a recoger el vestido de Mónica. Sergi le ordenó que se lo pusiera. Ester se colocó a su espalda, y con movimientos suaves le ayudó a entrar los brazos en las mangas y se situó frente a ella para empezar a abrochárselo, sin tocarla, sólo rozando ligeramente su piel con el dorso de la mano. Se le notaba en los dedos nerviosos que el numerito del balcón la había excitado.

– Vámonos.- se limitó a decir Sergi.

Hoy paseaba más tranquila que el día anterior. Sus vestidos no eran provocativos, pero el aura de deseo que desprendían no pasaba inadvertida a los ojos de muchos hombres que, a pesar de todo, las miraban con ansia. El trayecto fue mucho más corto, hasta la entrada de un cine. Mónica se extrañó por no sentirse más violenta, aunque la sordidez de la entrada conjuntaba con las películas que se exhibían en él. Era el típico cine porno de barrio, absolutamente rancio. Tanto como los dos hombres que esperaban en la entrada, hartos seguramente de la película, y como la mujer mayor de los tickets, rubia de bote y con la estética de las putas de los años setenta.

Le costó acostumbrarse a la oscuridad, a pesar de la linterna del acomodador, a quien adivinaba una sonrisa sardónica tras el haz de luz. Sergi decidió sentarse en mitad de una de las filas, con una de ellas sentada a cada lado. La hilera de butacas quedaba abierta a cada lado, donde nadie se había sentado...aún. Al rato, no parecía que pasara nada. Mónica intentó concentrarse en la película, sin conseguir que le despertara ningún interés. Hasta que percibió un leve movimiento. De repente, sin saber como, se encontró rodeada de hombres que, disimuladamente, se colocaban tras ella. Sentía su respiración, acelerada, mientras estaba segura de que se dedicaban a mirarla a ella y no a la pantalla. Los que se encontraban sentados delante en ocasiones se iban volviendo hacía ella, cada vez más descarados, esperando ver algo. Y a su lado un hombre joven, con barba y bastante gordo, se había sentado como si la cosa no fuera con él. Junto a él dos ancianos, envalentonados por la osadía del gordo, también la estaban espiando por turnos. Ahora era ella quien respiraba más rápido. Ester, al otro lado de Sergi, no parecía tener mejor suerte, y también era asediada por un montón de ojos viciosos, que parecían no creerlo. Y Sergi, entre ellas, no era lo que se podía considerar una presencia tranquilizadora precisamente...

Mónica tenía la sensación de que la mesa estaba puesta y ellas eran los postres. Curiosamente, a pesar de que estaba asustada, esta vez la excitación era superior. Pero no pudo dejar de estremecerse cuando Sergi, sin previo aviso, bajó la mano hacía sus faldas, la suya con la izquierda y la de Ester con la derecha, y, de un tirón, se las subió hasta la cintura. Mónica imitó a su amiga y clavó la vista en la pantalla, como si estuviera ausente de lo que pasaba. Oía los comentarios en voz baja de sus vecinos de butaca, absolutamente pendientes de cada uno de sus movimientos, ahora inexistentes. Estaba paralizada, con las manos aferrados a los brazos de la butaca, esperando. Notaba el peso casi físico de sus miradas en sus piernas, en sus muslos, juntos, en el pubis recortado que ahora, a la luz de la pantalla, eran evidentes. Entonces la orden temida y esperada a la vez:

- Desabróchate los botones.-

Los espectadores de delante hacía rato que no estaban por la película, decididamente vueltos hacía ella, sin ningún disimulo. Los de detrás, con la cabeza asomada a su butaca, respirándole su deseo baboso en el oído. De reojo espiaba, como si fuera ella la que estuviera en la película, como el hombre gordo y al menos uno de los dos ancianos se desabrochaban los pantalones y empezaban a masturbarse tranquilamente mientras le observaban como si nada.
 

No se hizo de rogar y, sin dejar ni por un instante de mirar al frente, por encima de las cabezas de los hombres que se la comían con los ojos, desabrochó lentamente los botones del vestido. Se encontraba en un cine, rodeada de hombres sedientos de sexo, con el vestido abierto, sin saber hasta donde quería llegar Sergi. Entre la vorágine que le estallaba en la cabeza se preguntaba quien sería el primero en dar el paso. Casi temblaba de temor y de ganas, absolutamente rendida, intentando abrir un resquicio entre el miedo que diera paso al sexo en estado puro, sin culpa. Una mano en su rodilla, la del gordo en su primer intento, la sacó de sus pensamientos y le provocó una corriente eléctrica que llegaba hasta su sexo. Una mano dando vueltas en su rodilla, lentamente, subiendo atrevida entre sus muslos juntos, ante la pasividad de Sergi, que miraba con expresión tranquila. Eso envalentonó a uno de los que se sentaban detrás, que pasando su mano sobre la butaca le retiró el vestido deslizándolo por la espalda. Mónica se inclinó hacia delante para facilitar su maniobra, hasta que la pieza cayó tras ella, descubriendo la erección de sus pezones a la luz de la escena que se desarrollaba en la pantalla. Los gemidos de los actores acentuaban morbosamente aquella situación denigrante. Desde el otro lado, otra mano le acariciaban los pechos, suavemente, como temerosa de que en cualquier momento terminara. Cuando las maniobras del hombre de su lado casi llegaban al pubis, la mano de Sergi le separó las piernas, lo que aprovechó el gordo para poner la suya entre ellas, mientras sus dedos se enredaban en el pelo sedoso y recortado, hasta su clítoris, con movimientos ansiosos, enfebrecidos, rápidos, en círculos cada vez más desordenados. La estaba masturbando mientras él mismo no paraba de tocarse. Ahora ya eran muchas la manos que la buscaban, entre las piernas, en sus pechos, mientras lo único que ella movía era su cabellera rubia al ritmo que le marcaban silenciosos orgasmos. Se sentía satisfecha y sucia a la vez, húmeda y culpable de correrse al tocarla dedos ajenos, desconocidos, manos ansiosas que hacía mucho tiempo que no tenían un cuerpo tan atractivo para desahogarse, bocas que aprovechaban el anonimato, la oscuridad, para lamerla sin buscar más que el placer propio.

Entre espasmo y espasmo, volvió la cabeza para ver como Ester estaba igualmente ofrecida a quien quisiera tocarla. Las piernas abiertas, el top en el suelo, con mil manos sobre ella que, inmóvil, disfrutaba en silencio, con la mirada al frente. Entonces Sergi le tomó la mano y la colocó sobre su pene erecto. Sin dudar, Mónica empezó a masturbarlo, tomándole el miembro con fuerza, sintiendo como crecía progresivamente en el interior de su mano. Lo masturbaba con movimientos vigorosos, decidida, sin mirarle, intentando devolverle el placer que le estaban dando aquel montón de manos que la sobaban..

Continuó hasta que Sergi cogió la cabeza de Ester con la mano y la bajó hasta su pene. Así, Mónica le masturbaba y Ester le hacía una felación perfecta, las dos bajo los dedos de tantos hombres... En un momento, Sergi inclinó la cabeza hacia atrás mientras los dedos de Mónica se llenaban del semen que manaba abundantemente de la boca entreabierta de Ester, que no dejó de mover la cabeza hasta que él dejó de correrse.

Después, sin esperar nada más, Sergi se levantó y se dirigió a la salida, con ellas detrás, librándose como podían de las magreadas de todos, con la ropa en la mano y la cabeza gacha.