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Mi cuñadita (II:  La primera culeada de piba)

en Amor filial

            Después de tanto esperar la oportunidad al fin se me dio. Aquel día, pude verme a solas con mi cuñadita, después del encuentro que tuvimos ella, su otra hermana y yo. Por fin podría hacer con ella lo que quisiera, pues la primera vez, La Petro se encargó de frenar todos mis deseos sobre Hepzibá.

            El punto de reunión esta vez, fue la casa de mi hermano que andaba visitando a la suegra por la capital. Yo fui en punto a recoger a la chiquilla a la terminal de buses, en el carro de vidrios oscuros de mi papá, y salimos rumbo a la casa de mi hermano. Cuando llegamos abrí el portón y metí el carro, y la Piba salió de él hasta que estaba segura que no la verían los vecinos.

            Había pasado poco menos de un año desde que hiciéramos un trío con ella y La Petro. A estas alturas ya la chica tenía 14 años y sus proporciones habían aumentado exquisitamente, Había ganado muchas libras de peso, sin embargo, en lugar de verse gorda, se veía mas bien rellena, eso sí, todo en las partes más deliciosas de su cuerpo menudito.

            Lo primero que hizo la niña al bajarse fue que le regalara algo de tomar.

            - ¿Gaseosa? -le pregunté

            - Sí, dijo.

            Le regalé soda y nos sentamos en el sillón.

Platicamos un rato, según yo para entrar un poco en calor, mas no sabía que la Piba ya venía más caliente de lo que imaginaba. Me di cuenta de ello cuando sin preámbulos me dijo:

            - ¿Nos vamos a quedar todo el día sentados aquí? -preguntó como retándome ingenuamente.

            - No, claro que no -conteste-, ven conmigo.

            La llevé a una de las habitaciones. Ahí, ella dejó en el suelo la cestita que le había dado su madre para que hiciera las compras, se quitó los zapatos blancos de correas casi infantiles, quedándose en calcetas y se sentó en la cama.

            - ¿Sabés cuántas veces lo he hecho desde que lo hicimos aquella vez con La Petro? -dijo. La hermanita menor estaba resultando más desinhibida de lo que yo me la imaginaba.

            - No. -contesté secamente.

            - Ninguna. Y creeme que me gustó tanto que no sé como me he aguantado las ganas.

            Se acercó a mí y me entregó sus labios menudos, quizás la mitad más pequeños que los míos. Su lengüita buscó turbulentamente la mía y se deslizó cálida y húmeda dentro de mi boca. Del beso pasamos rápidamente a las caricias apasionadas, manos suyas quitándome la camisa y deslizándose por mi torso, las mías, desabotonando su vestido largo y pueblerino, despejando completamente su tórax y acariciando su espalda blanca y salpicada de innumerables lunares pequeños. En término de pocos segundos, quedamos totalmente desnudos, entrelazados en un abrazo sórdido y profano, besándonos palmo a palmo, empapando cada pulgada de nuestros cuerpos de una mezcla de saliva y sudor.

            Como ya la había descrito en otro relato, Piba es una chiquilla rubia, de 14 años, que a pesar de su edad tiene un cuerpecito de diosa: Pechos formidables, cintura estrecha, caderas amplias y piernas hermosas coronadas por un sexo pequeño y rubio. Era un sueño hecho chiquilla... o mujer a estas alturas.

            Poco tiempo resistió ella las caricias (y yo también) porque me dijo:

            - Ya dejate de pajas y cogeme como quieras.

           ¿Qué mas iba a esperar yo?. Claro que tuve que abrirle un poco más sus espléndidas piernas y coloqué la cabeza de mi verga en la entrada de su coño. Gimió tiernamente como un dulce adelanto de lo que en adelante me iba a brindar. Enterré lenta pero constantemente mi pene dentro de su estrecha intimidad, fuerte, hasta el fondo. Ella se estremeció, más por dolor que por otra cosa. Apenas era la segunda vez que tenía relaciones sexuales y ello era lógico. Lo que me sorprendió fue la pasmosa capacidad de su vagina en amoldarse al cilindro carnoso y grueso que estaba taladrando su más íntimo tesoro.

            - Ay, amor, -dijo- siento que me la haces llegar hasta el estómago.

            - Y espera que te lo entierre por donde se llega a él -le dije.

            - ¡Ay, Sí, sí! -volvió a gemir- por ahí quiero que me la metas...

            Cada palabra de su boquita me hacía excitarme más y más. De ahí en adelante fue una sucesión rápida, fuerte de embates que le hicieron desternillarse en gritos y gemidos, a veces horribles y a veces deleitosos, por el placer y por el dolor. Aunque ella no me lo había dicho, yo sabía que no quería que tuviera cuidados ni lástimas con ella. Le encantaba el sexo fuerte. Desde la primera vez supe que la Piba estaba hecha para ser una mujer insaciable, ardiente, capaz de probar y disfrutar todo lo que se pueda haber inventado sobre el sexo, de dejarse hacer todo lo que un hombre quisiera. Ya para estos instantes, su vulvita había derramado una gran cantidad de líquido que resbalaba entre nuestras ingles y lubricaba deliciosamente nuestros sexos, acoplados perfectamente. Al cabo tuve que aminorar la marcha porque sentí unos espasmos volcánicos en mis genitales, señal de una inminente eyaculación.

            - No te detengas -dijo- sigue, sigue, dame toda tu leche.

            - Todavía no le dije.

            -Siii. La quiero toda ya!

            Yo me detuve, pero ella se afirmó a mi espalda con sus bracitos y afianzó el cinturón de sus piernas blancas a mis caderas y continuó el forcejeo de sus caderas contra mi verga. No aguanté mucho pues reventé en una furia líquida y caliente que inundó su cavidad vaginal haciéndola estirarse y encogerse mil veces cuando el orgasmo se apoderó de su cuerpecito.

            - Si, amor, así. Así lo quería. ¡uff!

            - Si -dije-, estuvo rico, pero no quería terminar todavía.

            - Y quien te ha dicho que ya terminamos -respondió.

            Dicen que del dicho al hecho hay mucho trecho. Sin embargo, Piba no comulgaba con ese refrán. Había terminado su frasecita cuando su boca pasó de las palabras a las mamadas, chupadas y lamidas. Mi pene fue hecho prisionero entre sus labios y se perdió entre los suaves tejidos de su boca. Su lengua aprisionaba ricamente mi miembro contra su paladar en una succión tan sabrosa que no tardó en llevarme al cielo.

            - Viste qué aprendí rápido -dijo aludiendo a la primera vez que lo hicimos.

            - Sí, le dije. La Petro en una buena maestra.

            - Pero verás que pronto la superaré -hizo una pausa y me dio unas cuantas mamadas más y dijo: -¿o ya lo hice?

            No pude responder. Era obvio que, como La Petro tenía más experiencia, era mucho mejor que Piba en esto. Sin embargo, no iba a herir la susceptibilidad de la chiquilla, así que asentí.

            Una dulce sonrisa se dibujó en el rostro de Piba.

            - Sabes? -dijo-. Me gustaría que me hicieras aquello que La Petro no te dejó hacerme la otra vez.

            - Te refieres a hacértelo por el ano? -dije intrigado.

            - Sí. A eso. Aquella vez yo quería probarlo después de ver como gozó ella, pero tuve miedo de decirle que te dejara hacérmelo.

            No iba a dejar que esperara mucho. En verdad yo también estaba deseando desde hace mucho tiempo perforar aquel culito virgen y apretadito. Para lubricarlo, tomó con sus deditos algo del semen que comenzaba a escapar de su vagina y lo embadurnó dentro de su recto y alrededor del ano.

            - Ahora Amor, culeame ahora.

            - Bueno, pero esto te dolerá mucho, Piba. Si no soportas me avisas.

            - No, hazlo. Aguantaré- dijo.

            Traté por unos segundo me meter mi verga dentro de su culo, pero su esfínter era un anillo muscular muy  poderoso merced a su virginidad. Forcejeé, empujé, embatí, pero al parecer aquellas maniobras iban a ser inútiles y creí que no era aquella la ocasión en que iba a probar su culito. Pero algo pasó de improviso. Como una anémona en busca de su presa, el ano se abrió hacia afuera, absorbiendo a pausas, lenta pero ininterrumpidamente, mi garrote.  Ella se desplomó, pecho al colchón y emitió un chillido agudo y desgarrador. Pensé que le había desgarrado, pero no fue así. No dijo nada, pero sus contorsiones me indicaban que el dolor no dejaba cabida, ni siquiera un centímetro de su cuerpo, para el placer. Yo en cambio, tenía un gran placer y una gran excitación al sentir como su recto -ya no virgen- ceñía por completo mi miembro, aunque limitaba mis movimientos.

            A través del espejo del respaldo de la cama vi como el rostro de la Piba se descomponía en un rictus horroroso, al ser abatida por mi verga. Aquello parecía estar destrozándole el recto, mas nunca me pidió que cesara. Mientras ella no me dijera que parara yo iba a seguir dándole por el culo, así le reventara las tripas.

            Su recto no aflojó ni por un segundo la soberbia presión que ejercía en el contorno de mi falo, y después de tantas entradas y salidas, por fin me corrí dentro de su caverna anal.

            - ¡Ay, siento algo caliente! -dijo Piba.

-         Sí -contesté-. Acabo de terminar dentro de tu culo.

-         ¡Ay, qué rico se siente!, Dame más, dame más...

            Ya con el líquido adentro, los movimientos se hicieron más suaves debido a la mayor lubricación que le proporcionaba el líquido, y aquello me encendió más. Ahora la tenaz resistencia de su ano se había convertido en un exquisito desliz de dentro a afuera y viceversa de su culo. Ahora, el dolor que Piba había experimentado durante toda la primera parte de su penetración anal, se transformó en un gran placer. Comenzó a agitar su cabeza alocadamente, revolviendo sus cabellos entre las almohadas y a gemir desenfrenadamente. Debido a la constante penetración, un poco de mi semen logró escapar de su ano y se deslizó hacia abajo, empapando sus muslos.

            -¡Ay, sí!, ¡Qué rico!, ¡Ya viene, ya viene!....

            Fue evidente que en ese momento, Piba había tenido el primer orgasmo anal de su vida.

            Piba en ese momento pensó en librarse de mi verga, al recostarse sobre la cama, pero yo ya me encontraba a punto de nuevo y la agarré por las caderas nuevamente y continué imbatiéndola por detrás. Unos pocos movimientos más dentro de su orificio posterior y sentí de nuevo el inminente fuego del orgasmo.

            Saqué mi pene de dentro de su ano y volteándola frente a mí, la tomé por los cabellos fuertemente y empecé a ordeñarlo sobre su rostro. Pero la Piba no estaba dispuesta a dejar escapar ni siquiera una gota y acercando un poco más su carita a mi miembro, lo prendió con su boquita ejerciendo una deliciosa libación sobre él. Hasta que un torrente de semen salió de mi verga, irrigando su lengua y su paladar. Luego chupó, chupó y chupó hasta casi dejar vacías mis reservas.

Pensé que iba a beberlo inmediatamente, pero sacando la lengua, me mostró todo el líquido que había eyaculado en ella y poco a poco dejó que escurriera por entre las comisuras de sus labios, atrapándolo en su mano derecha ahuecada. Observándome, como para cerciorarse de que la estaba viendo, alzó la mano y derramó todo el semen mezclado con su saliva, sobre su rostro. El líquido se deslizó lentamente empapando su frente, su nariz, sus mejillas, sus labios y barbilla. Mientras, con sus manecitas esparcía todo lo que podía a modo que cubriera la mayor superficie corporal posible. Luego, extenuada cayó de espaldas sobre la cama, jadeando rápida y excitantemente. 

No sé quién le había enseñado aquello, pero quizás no le advirtió que debía lavarse poco después, porque el semen coagula dando a la piel un tono blancuzco y acartonado. Cuando se dio cuenta, sentía el rostro como si tuviera una mascarilla en ella. Le produjo tanta sorpresa aquello que corrió al baño a verse en el espejo y se lavó despacio, riendo casi a carcajadas, ingenuamente, casi sin morbo.

Luego volvió y se vistió rápidamente alegando que ya era muy tarde, que quería que nos viéramos de nuevo, bla, bla, bla.

            Tuve que echar andar el carro e ir a dejarla a la estación de autobús.

Ni modo, ya estaba aprendiendo a mi otra cuñada, a La Petro, a ser una mujer de pocas palabras...