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Mi cuñadita (III: Un trío para piba)

en Amor filial

Pues esta chiquilla ya se había entusiasmado con esto del sexo, desde la primera vez que su hermana me la trajo para que la iniciáramos. 

Un día estaba en mi cuarto y mi hermana me gritó desde la sala:

– Oye, te habla la Piba. Dice que es urgente.

Fui casi corriendo a  contestar pensando en que su familia se había enterado de nuestros dos encuentros. Ahora si me encontraba afligido  de sólo pensar los reproches de mi novia (su hermana) al enterarse o de las amenazas de sus padres.

Bueno, ya todo estaba hecho, y no se podía hacer otra cosa que enfrentar las consecuencias. Levanté el auricular y mecánicamente dije:

– Aló.

– Hola, soy Hépziba,

– Hola ¿Qué tal?

– Bien ¿y tú? –dije con cortesía.

– También... sólo llamaba para preguntarte si tienes que hacer algo hoy por la tarde.

– Pues... creo que no, ¿necesitas algo?

– Quiero que nos veamos...

¡Cataplum!. Las palabras de la Pibita me habían dado en la mejilla como si fuera una bofetada... sólo que muy agradable. No habían pasado muchos días desde la ultima vez que nos vimos en la casa de mi hermano, y ya mi cuñadita adolescente me estaba invitando de nuevo para hacer todo lo que se pueda del sexo. Vaya que había salido caliente la bichita.

 – Con gusto –le dije– solamente que no sé dónde podamos ir.

– A cualquier parte –dijo– escoge vos.

– Está bien, ¿A qué horas?

– Yo le dije a mami que iré a hacer unas tareas donde unas compañeras, estaré allá a las 2 de la tarde, ¿está bien?

– Perfecto –dije.

– Bueno yo te hablo para decirte donde me recojas.

– OK. –finalicé.

 Colgué el teléfono, sin salir por completo de mi asombro. Había que ver que la Piba tenía valor de mentirle a su madre y salir tan lejos sólo para tener sexo, a sus catorce años. Bueno, en in que mientras no se enteraran, no íbamos a tener problemas.

La verdad es que a estas alturas, la chiquilla ya se había enviciado de sexo, y eso no se le iba a quitar por el resto de su vida y mejor lo aprovechaba yo y no otro, ahora que estaba su carne fresquecita y su cuerpo era deliciosamente firme y principiante.

 Llamó a la 1:55 y me dijo la recogiera en la terminal de autobuses. Inmediatamente me dirigí allá, y la encontré casi al llegar. Su efigie era inconfundible entre todas las gentes: blanquita, de estatura un poco arriba del promedio de las demás chicas de su edad, cabello casi rubio y ensortijado y una anatomía envidiable. No se parecía en nada al porte latino de todas las chicas que alrededor iban y venían.

Ella, al reconocer el auto, se acercó cuando me detuve a un lado de la calle y sin esperar que me bajara para abrirle la puerta, lo hizo ella misma y en pocos segundos se encontraba dentro.

Me saludó y me dijo que echara a andar el coche, pues cerca podía haber gente de allá de su cantón. Arranqué y en la próxima esquina giré con dirección al norte.

– Bueno –dije– quieres ir a algún lugar en especial.

– Ya sabes lo que quiero y por lo que he venido. –fue la respuesta.

 

Claro que sabía perfectamente por qué estaba ahí, pero no iba a ser grosero de llevarla inmediatamente a un motel sin decírselo.

Sin embargo, ella me había salido más osada de lo que me pude haber imaginado. Y eso me encantaba. Continué la marcha hacia el norte, y crucé sobre un pasaje donde yo sabía había un motelito discreto y, aunque no muy elegante, sí bastante acogedor.

Entramos y metí el carro dentro de uno de los portones interiores. El zaguán fue cerrado por el encargado casi inmediatamente y la Pibita y yo nos bajamos y entramos al cuarto. Al poco tiempo el encargado llegó a pedir el pago por adelantado y nos ofreció unas bebidas.

La Piba encendió el televisor y empezó a pasar canal tras canal sin atinar a dejar detenerse en algún programa que fuese de su interés. En uno de esos, cayó en el canal pornográfico, justo en el momento en que un hombre daba una culeada espectacular a una negrota descomunal y hermosa.

 

Los ojos de la niña se abrieron desmesuradamente  y sus pupilas brillaron con intensidad al ver la escena, en la cual la negra gritaba a rompeolas.

La chiquilla dejó el control remoto en paz, dejando  el TV sintonizado en ese canal.

Poco tiempo después, yo la tenía enculada, gimiendo y gritando a más no poder y meneando sus caderitas al compás de las penetraciones de mi verga. Hasta entonces, no había tocado siquiera su vagina, porque desde que empezamos fue culeada tras cuelada, porque así lo había pedido la niña.

Hicimos una pausa a la cuarta.

Haciendo el recuento de cómo y cuantas veces me la había cogido ya, llegué a la conclusión que me la había empalado más veces por el culo  que por la vagina: 2 a 5.

 

Abrazada a mí se descansaba mientras veíamos las escenas de la TV. Por ella desfilaron cuadros de muchas posiciones, y variantes. De repente, sus ojos volvieron a brillar con la misma intensidad, cuando en la pantalla apareció una escena en la cual dos chicos se merendaban violentamente a una chica rubiecita y delgada. Creo que con la imagen a Hépziba se le hizo a agua la boca... y la vagina.

Sus ojitos café claro no se despegaron ni un momento de la imagen hasta que terminó la escena, cuando ambos tipos se derramaron abundantemente en la boquita de la nena. No dio nada, pero sé que en soso momentos era presa de un furor interno que no la estaba dejando en paz. Hasta que al fin reventó y confesó.

 

– ¡Cómo me gustaría hacer eso tan delicioso que acaban de hacer ahí!

– ¿En verdad te gustaría hacerlo?

– Sí, pero no sé si puedo soportarlo... no sé si es doloroso.

– Soportas todo lo que te he hecho hasta ahorita, ¿no?

– Si, pero dos al mismo tiempo... dijo

– ¿Por qué no lo pruebas por ti misma? -dije

– Ay, me gustaría, pero... donde conseguimos el otro.

Pensé rápido. Era una oportunidad de ver aquella preciosura semiadolescente empalada por sus dos orificios al mismo tiempo, viéndola gozar como toda una mujer hecha y derecha, a pesar de tener su corta edad.

– Oye –dije– ¿y no te gusta el tipo que vino a cobrarnos?

– ¿El greñudo ese? –dijo un poco despectiva

– Sí, no hay otro tan disponible en estos momentos.

– Está bien, Pero, ¿cómo lo convencemos a que acceda a esto?

– Escucha bien –dije. Y le di una serie de instrucciones que no podían fallar.

– ¿Crees que resulte? –preguntó indecisa.

– Claro que resultará –dije mientras asesté una suave nalgada y un apretón– Dudo que haya algún hombre en este mudo que se resista a tu culo tan rico.

Ambos nos carcajeamos por mis frases.

 

Y dicho al hecho, ella se dirigió al teléfono, marcó el número del conmutador y aunque no escuché lo que decía el que contestó, me imagino la conversación. Piba dijo entre pausas:

– Aló. Le hablo de la habitación 21... fíjese que el grifo no funciona, quisiera que venga a repararlo... sí, no servía cuando entramos... Sí, ya intenté eso pero no funciona... ¿en cinco minutos?... está bien, esperamos.

La chiquilla colgó y me volvió a ver.

– Ya está –dijo– ahora solo a esperar.

– Sí, -dije– ahora la segunda fase del plan.

 Piba se apresuró  a ponerse la tanguita y solamente se colocó encima la blusita que apenas cubría el triangulo que conformaba el exterior de su sexo, dejando a la vista sus hermosos y blancos muslos.

Yo me apresuré a esconderme en el baño, y cerré con llave desde dentro y con todo, podía escuchar claramente los pasos nerviosos de la piba en el dormitorio. Fue en ese momento que llamaron a la puerta.

– ¿Quién? –dijo Pibita con una vocecita angelical.

– El encargado, ¿mandaron a llamar por un grifo descompuesto?

– Un momento –dijo la chiquilla.

Con un poco de duda, abrió la puerta, encontrándose de frente con aquel chico de unos 18 a 20 años, de estatura media y complexión mas o menos fornida. No sé si fue más grande la sorpresa de Piba o la del chamaco, pues no era el primero que nos había abierto la puerta. Probablemente éste acababa de recibir el turno en esos momentos. De más está decir que la mirada del muchacho voló inconscientemente y se impactó sin disimulo en las piernas blancas y magníficas de la niña.

Piba trató de recobrar el aplomo y dijo:

– E... el grifo es el del baño...

– B... bueno –titubeó también el chamaco.

Como lo habíamos previsto, él se acercó a la puerta del baño y trató de abrirla inútilmente.

– No abre –dijo– debe estar cerrada por dentro.

Así es mi amor –dijo Piba en el preciso momento que rodeó su cuerpo con sus bracitos, pegando todo su plexo a la espalda masculina y una de sus manos se dirigía hacía la entrepierna del muchacho, tal como lo habíamos planeado. El juego era seducir al chamaco para que ya excitado no se negara a completar el trío con nosotros. Y la Pibita lo estaba  logrando.

Cuando yo supuse que ya el muchacho no tenía sus manos en la puerta, pues debía tenerlas sobre el cuerpo de mi cuñadita, entreabrí la puerta y pude ver lo que aconteció de ahí en adelante. En esos instantes, la Piba se encontraba ceñida de brazos al cuello del hombre, mientras se besaban apasionadamente en la boca y éste acariciaba frenéticamente el cuerpecito reluciente, desde su espalda hasta las nalgas redondas y hermosas, y aplicaba esporádicos apretones. Prácticamente, en pocos segundos, la chiquilla había conseguido llevar al máximo de excitación al muchacho, de tal forma que la erección era visible por encima de su ropa. Poco a poco, lentamente, se fueron acercando a la cama, mientras la escasa ropa que Piba tenia encima, junto a la ropa del chico, fueron cayendo desperdigadas por el suelo, la mesa y la cama.

A través de la puerta entreabierta, yo veía como la Piba había logrado subyugar al hombre, quien se encontraba boca arriba, con la verga completamente erecta embutida en la boquita de mi cuñadita, mientras ésta se la embutía una y otra vez dentro de esa boquita tan deliciosa.

El chamaco al fin se dio la vuelta y puso con poca precaución a la chiquilla debajo de él y sin preámbulos hundió su enorme garrote dentro de la humanidad de mi cuñadita, quien despidió un gemido doloroso y desbordado de placer al sentir de nuevo una verga dentro de su hendidura vaginal.

El muchacho entonces comenzó a cañonearla sin piedad, rápida y violentamente, sin detenerse ni un segundo, mientras con sus manos la sujetaba por las abundantes esferas de carne que engalanaban su pecho.

Era evidente que la Piba, aparte de estar disfrutando aquello, también lo estaba sufriendo, pues los gestos de su cara pasaban en fracciones de segundo desde una semisonrisa de satisfacción a una mueca de agonía. El tipo se la estaba cogiendo como si no hubiese hecho el amor desde hace años, y en ese momento se estaba desfogando inclemente dentro del cuerpecito de la niña.

La Piba se revolvía como una oruga ensartada en el anzuelo, hacia los lados, adelante y atrás, como queriendo zafarse de la sanguinaria cogida que el muchacho le estaba propinando, pero éste la había aferrado de tal manera que por muchos esfuerzos de la chica, el garrote continuaba destrozándole las tripas.

– Ahora yo encima –le dijo en medio de sus gemiditos– dejame hacértelo, papi.

El chico aflojó un poco la atroz presión que ejercía sobre mi cuñada, y se acostó en la cama. La Piba se montó sobre él, acoplando el enorme tronco de éste dentro de su vagina. Al instante, como movida por un resorte dentro de su pelvis, empezó a menearse de una forma tan espectacular como no lo había hecho conmigo.

Este era el momento que habíamos acordado en que yo saldría del baño y cumpliríamos el cometido.

Así lo hice. El muchacho se dio cuenta y volteó sorprendido hacia mí, pero la Piba le volvió la cara hacia ella y le besó en los labios, como queriendo darle a entender que ella así quería aquello.  Aunque un poco receloso, el chamaco dejó que la situación siguiera su curso, además, poco podía hacer ya que el placer que le estaba proporcionando a la chiquilla con su contoneo frenético de caderas, lo había sometido a un semi-letargo.

Me acerqué por detrás de la niña, que se encontraba sobre el muchacho, con las caderas descubiertas, totalmente vulnerables a un ataque por la retaguardia. Con claridad se podía ver cono el sendo garrote del hico se metía una y otra vez con violencia dentro de la oquedad vaginal de la Piba, deslizándose fácilmente por las abundantes secreciones que desparramaba la chiquilla sobre el instrumento viril de su agresor.

Tomé mi verga con la mano derecha, en dirección hacia el pequeño agujero del culo de Hepziba, mientras con la otra separaba de cuajo sus nalgas para despejar el terreno para la invasión carnal a la que iba a someter a la niña. Aproximé mi pene hasta su culo y empujé despacio, lenta y delicadamente. Ya habría tiempo después para hacerlo como yo quisiera. Mi miembro fue entrando con algo de dificultad, no tanto porque la chiquilla lo hubiese practicado pocas veces, sino más bien porque la otra verga embutida en su vagina hacia un efecto de masa que comprimía sus estructuras pélvicas internas. Sin embargo, entró todo, por completo, hasta la raíz.

No sabía exactamente que era lo que sentía la niña,  imagino que una intensa sensación de dolor, pero ni modo, ella se lo había buscado. Lanzó un chillido agudo y se desplomó sobre el chamaco que tenía debajo, suplicando que se lo hiciéramos despacio y con cuidado. Ya en esta posición, Piba penetrada por delante y por detrás simultáneamente, el chico de abajo no podía moverse mucho, así que la mayor parte de la acción quedó en nosotros.

Demás está decir lo que siguió luego. Movimientos míos de adelante hacia atrás, enterrando mi falo dentro de su recto y revolviéndole su intestino, sacudidas suyas, espasmódicas, cataclísmicas, sufriendo y disfrutando la doble penetración, meneando sus caderas a fin de que nuestras arremetidas le produjeran el mínimo de dolor y el máximo placer, gemidos incitantes, gritos de vez en cuando, frasecitas desordenadas invitando a darle más fuerte, más rápido y más profundo, en fin...

El otro chamaco eyaculó en poco tiempo dentro de la niña, los gemidos roncos y las crispaciones de sus manos en las nalgas de la chiquilla así me lo indicaron, pero como se encontraba debajo de nosotros, no pudo levantarse hasta minutos después que yo inundara el recto femenino con mi leche de nuevo. A ese momento la Piba había alcanzado un rosario de orgasmos incontables y parecía haber quedado satisfecha con la nueva experiencia.

Al final yo saqué mi verga del culo de la chica, quien inmediatamente se levantó de la cama, sacando el pene del chamaco de dentro de su canal vaginal, e iba a dirigirse al baño, cuando el chamaco la agarró por una muñeca y obligándola a ponerse en cuatro, dijo:

– Ah, no, no tan rápido, mi amor. Yo también te quiero coger por el culo.

Y acto seguido, se la empalmó por el ano de una manera tan salvaje como cuando había comenzado a cogerla por delante. De suerte que para esos momentos, su esfínter anal estaba laxo y su recto aún no se recomponía de la culeada que acababa de darle yo, que si no, es posible la hubiese desgarrado. Aquel tipo era un salvaje y un desconsiderado para cogerse a la Piba, pero parecía que ella, en lugar de dolerle, lo gozaba como nunca, pues sus gemidos no eran una queja sorda, sino más bien un escandaloso concierto de placer. Hasta que pocos segundos después un torrente de semen volvió a bañar el recto de la chiquilla, quien entonces ya no tenía fuerzas  ni para levantarse y se desmoronó sobre el colchón, exhausta, adolorida y satisfecha.

Pocos minutos después, despedí al chamaco, dándole las gracias por haberme ayudado a llevar aquella niña-puta hasta el cielo, y me dirigí al cuartito de nuevo. La Piba seguía tirada en la cama, inconsciente. De dos tirones la desperté y le dije que se vistiera porque era tarde.

Ya de camino a la terminal de buses íbamos platicando sobre lo acontecido.

– ¿Sabes una cosa? –me dijo– no me dolió tanto.

– Pero te gustó –le dije.

– Sí, tienes razón...

– Ahora sólo me falta hacerlo con una mujer, así como en la película que veíamos en el motel... –dijo muy seriamente.

En ese momento estas últimas palabras me sacaron de mis cabales, tanto que casi choco con el carro que iba delante de nosotros...