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El camionero

en No Consentido

Por mi profesión de psicóloga y colaboradora en una asociación de mujeres que han sufrido abusos, han llegado hasta mi bastantes casos de chicas y mujeres que ya en alguna otra ocasión he expuesto. Se también por mi especialidad, que aunque estos hechos son condenables, existen muchos hombres y mujeres que aunque nunca realizarían estos actos, si les gusta conocerlos y fantasear con ellos, cosa que no tiene nada de maldad. Por ello y a petición de algunos amigos, me decidí a relatar algunos de esos casos cambiando claro esta, nombres y lugares a fin de mantener el anonimato de la persona. Os relato ahora uno de ellos.

Martina es una chica de 22 años, aunque no aparenta más de 18. No es muy alta, algo regordeta y con cara de niña. Vive en un pequeño pueblo a unos 50 kilometros del núcleo urbano más cercano. Estudió magisterio y tiene dificultades para encontrar empleo como profesora. Por supuesto en su pueblecito era imposible y de momento encontró un trabajo a tiempo parcial en una escuela para adultos en la capital de su provincia, pero el horario era bastante fastidioso ya que las clases eran de 8,30 a 11 de la noche. Ello la obligaba a tener que desplazarse en coche y recorrer cada día esos kilómetros desde su casa a la capital, usando el coche de su padre que, aunque bastante viejo ya, le haría un buen servicio. El suceso que les relato ocurrió el pasado invierno sobre las 12 de la noche en su vuelta a casa tras acabar las clases. Para ser más fiel al testimonio, lo contaré en primera persona, tal y como ella me lo fue contando en varias sesiones de terapia y con los diálogos que ella me relató a fin de hacerlo más ameno, asi como expresando los sentimientos que la embargaban en cada momento tal y como yo le pedía que me lo contara.

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Aquel día, había nevado y seguían cayendo algunos copos de nieve. Al subir el pequeño puerto que había en el recorrido, empecé a oir ruidos extraños en el coche y de pronto se paró y empezó a salir humo. Salí del coche y abrí el capó pero yo no tenía ni idea ni de arreglarlo ni siquiera de que había pasado. La verdad es que me empecé a asustar mucho porque por aquella carretera apenas circulaba nadie y menos a esas horas. Nunca me gustó tener teléfono móvil pero en ese momento hubiera dado mi vida por haberlo tenido. Empecé a sentir frío, estaba mojada y solo llevaba un jersey para abrigarme pero empecé a caminar por la carretera retrocediendo lo andado y buscando un cruce que había dejado atrás y por donde pasaba algo más de tráfico.

Había pasado más de una hora, tenía mucho frío, había comenzado a caer una fuerte nevada y empezaba a estar muy asustada cuando había llegado al cruce. Vi a lo lejos unas luces. Era un camión. Le hice señas y paró. Me preguntó qué me pasaba y que hacía allí sola y accedió a ir hasta donde estaba el coche a echar un ojo. Subimos al camión y cuando llegamos hasta mi coche, abrí el capó y se acercó al motor. Asomados los dos al motor, me pidió que tirara fuerte de un cable que me señaló y se metió dentro del coche a intentar arrancar, luego salió y mientras yo seguía inclinada sujetando aquel cable lo más tirante que podía, se colocó por detrás de mi y casi abrazándome me explicó no se qué cosa que no entendí. Con la mano derecha me señalaba cosas del motor y noté como algo, creo que su mano izquierda, palpaba disimuladamente mi trasero. Pero estaba demasiado asustada como para protestar.

Aquel hombre me dijo que no lo podía arreglar, que si quería me podía acercar a algún pueblo en su ruta. Yo accedí, no me gustaba mucho aquel tipo pero no podía quedarme allí así que subí de nuevo al camión. Nada más arrancar me ofreció una manta y me dijo que me quitara la ropa mojada, a lo que yo amablemente dije que no, que enseguida llegaría a casa y me cambiaría.

Retrocedimos otra vez hasta el cruce y allí el camión siguió su ruta. Yo no conocía muy bien aquella carretera pero me imaginaba cual sería el pueblo más cercano. De pronto, se desvió por otra carretera a la derecha, muy estrecha y que no conocía. Yo pregunté donde iba aquella carretera y me dijo que era un atajo para llegar al pueblo mucho antes. La carretera cada vez se iba haciendo más estrecha y casi era un camino. De pronto, se acabó el camino y nos detuvimos. Yo comencé a asustarme mucho. Ahora si que estaba en medio del monte, en un lugar desconocido y alejado y junto a aquel tipo del que empezaba a pensar muy mal.

Entonces me volvió a pedir que me quitara las ropas mojadas y me tapara con la manta. Yo me volví a negar. Entonces me dijo:

Mira, no quiero hacerte ningún daño. Te he hecho un favor recogiéndote en medio de la carretera y ahora solo te pido que te quites la ropa y te tapes con la manta. Solo eso. Saber que estas sin ropa a mi lado me basta. Si no lo haces, tendré que quitártela yo mismo.

Yo estaba aterrorizada. Nunca me gustó este tipo y ya cuando me palpó el culo debí imaginarme lo peor, pero ahora no tenía escapatoria. Intenté abrir la puerta del camión pero no pude, supongo que la abría bloqueado y se rió, a la vez que me enseñó una navaja.

Haz lo que te pido, sólo eso y no te pasará nada. Recuerda que me debes un favor.

Yo traté de pactar lo que podía:

¿Si me quito la ropa y me tapo con la manta me dejarás en paz?

Si, solo te he pedido eso.

Comprendí que lo mejor era obedecerle y empecé a quitarme la ropa mientras el me miraba y encendió la luz de la cabina. Me quité el jersey, luego las botas y el pantalón y por ultimo la blusa, lo más rápido que pude y me cubrí con la manta.

Ahh no, el sujetador y la braguita también estarán mojados, quítatelos.

Con mucho miedo, me quité el sujetador y me bajé la braga, sacándomela por los tobillos, pero me había tapado bien con la manta y no había podido ver mi cuerpo desnudo.

Entonces, empezó a quitarse la ropa él, quedándose totalmente desnudo. Yo aparté la vista de él, pero había visto su pene muy excitado. Entonces me dijo:

Has incumplido el trato. Deberías de haberte desnudado a la vista antes de taparte. Ahora tendrás que hacer más.

Se acercó a mi y agarrándome por los pelos, llevó mi cabeza hasta su pene, introduciéndolo en mi boca. Yo no puse mucha resistencia en ello, preocupándome más de que mi cuerpo siguiera tapado con la manta a la vez que comencé a llorar.

Aquello me daba mucho asco y era él quien movía mi cabeza metiendo y sacando su pene de mi boca. A veces, llegaba hasta el fondo de mi garganta y me producía arcadas.

La situación siguió así un buen rato, hasta que empecé a notar como levantaba la manta y dejaba mis piernas y mi culete al descubierto. Intenté moverme y protestar, saqué su pene de mi boca pero sin mediar palabra me puso la navaja abierta delante de mis ojos, entonces me derrumbé. Comencé a llorar desconsoladamente y comprendí que nada podía hacer. Supongo que aquel tipo se dio cuenta y comenzó a manosearme el culo con todo descaro a la vez que volvió a meter su pene en mi boca. Muy pronto sentí su mano entre mis piernas que yo cerraba con todas mis fuerzas pero enseguida noté como intentaba meter un dedo por mi ano. A la vez de dolorosa, fue muy humillante sentir como un dedo entraba y salía de tu ano.

Cuando se cansó, sacó su pene de mi boca y amenazándome con la navaja me volteó poniéndome cara arriba. Tiró con fuerza de la manta y me dejó allí tumbada desnuda, con mi cabeza apoyada en sus piernas y mientras yo, con una mano intentaba tapar mis pechos y con la otra mi sexo.

Con la navaja empezó a pincharme, cada vez más fuerte en la mano que tapaba mis pechos, hasta que tuve que retirarla. Entonces, con sus dos manos comenzó a tocarme los pechos y luego fue bajando hasta llegar a mi sexo, aun cubierto con mis manos. Volvió a pincharme con la navaja en las manos, llegando a hacerme sangre y desesperada las retiré.

Comenzó a meter su mano entre mis piernas y pronto encontró el camino con su dedo para introducirse dentro de mi. A estas alturas yo ya estaba rendida a todo. Humillada totalmente, continuaba llorando y aún tenía la esperanza de que no me penetrara con su pene.

Pero la esperanza duró poco. Forcejeando se colocó sobre mi y en poco segundos su pene apuntaba la entrada de mi sexo, que de un fuerte empujón perforó y de una segunda embestida, llegó hasta el fondo.

Durante unos minutos que me parecieron horas, estuvo entrando y saliendo de mi, al ritmo de sus jadeos de placer y mis lamentos de dolor en cada penetración. Finalmente sentí el calor de su semen dentro de mi, lo que me produjo una terrible sensación de humillación.

Cuando aquel pene salió de mi sexo, pensé que al menos todo aquello había terminado pero durante un larguísimo rato permaneció sobre mi, mientras me besaba y seguía manoseando todo mi cuerpo, mientras yo suplicaba que me dejara que ya había conseguido todo de mi. Llevaríamos así 20 minutos cuando se levantó y muy violentamente me volteó. Enseguida noté como su pene, de nuevo erecto, buscaba mi ano. Con las pocas fuerzas que me quedaban me resistí todo lo que pude, pero me dio un fuerte puñetazo en un costado que me dejó sin respiración.

Aprovechando esos momentos que yo luchaba por respirar, comenzó a meter su pene en mi ano. El dolor era insoportable pero no podia gritar, me faltaba aire. Creí que me moriría, pero al cabo de unos minutos, mi respiración se recuperó y ya solo sentía el dolor de la penetración anal. Era como un hierro candente que entraba dentro de mi y yo gritaba con todas las fuerzas que me quedaban y suplicaba que parara, pero aquel hombre, mas violentamente que nunca, entraba y salía de mi. Fueron unos minutos, muchos, horribles, hasta que por fin eyaculó otra vez, esta vez dentro de mi ano.

Luego, se vistió, arrancó el camión y volvió a la carretera. Me ordenó que me vistiera y a duras penas conseguí ponerme las braguitas y la blusa y el pantalón a medias.

Paró el camión, salío fuera, abrió por fuera mi puerta y tiró de mi hacia fuera. Mis piernas no me sostenían, me caí al suelo y allí me quedé a un lado de la carretera hasta que amaneció y un coche me recogió.

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Esta es la historia de esta chica, Martina de nombre ficticio. Me gustaría vuestros comentarios. Si alguien quiere hacerlos, mi e-mail es Alidog@biwemail.com

Gracias.