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No es bueno trabajar demasiado

en No Consentido

NO ES BUENO TRABAJAR DEMASIADO.

Siguiendo con los relatos publicados sobre casos de los que he tenido conocimiento, les envío el presente, ocurrido hace unos 2 años.

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Esther tiene 26 años, pelo moreno, media melena, ojos negros, de estatura media y delgada. Sin ser una gran belleza, si resulta una mujer atractiva. Trabaja como programadora informática y le encanta su trabajo, al cual dedica muchas más horas de las que debería.

Llevaba ya 4 meses trabajando en un complejo proyecto en una empresa de elaboración de piezas de precisión, ajustando los programas informáticos para la automatización de el proceso de fabricación. Aunque su horario era menor, normalmente venía trabajando hasta las 8 de la tarde, hora en que el encargado también se iba y cerraban la oficina, pero aquel día le pidió continuar un rato más allí dado que estaba acabando unos procesos informáticos que no era conveniente hacerlos durante el día para no perjudicar el trabajo habitual. El encargado le entregó sus llaves y le explico como cerrar y conectar la alarma, proceso que ya conocía pues le había visto hacerlo a él muchas veces.

Aquello duró más de lo que ella pensaba y eran las 11,30 de la noche cuando por fin el ordenador terminó el proceso. Apagó todo y se dispuso a salir, cerrando y conectando las alarmas tal y como le habían dicho. Salió y camino hacia el parking donde había dejado su coche. En realidad, más que un parking era únicamente un lugar asfaltado donde la gente que trabajaba en el polígono industrial dejaba sus coches.

Sintió también algo de frío, la noche había caído ya y ella sólo llevaba una falda negra ajustada y una blusa blanca muy ligerita. Llevaba 5 minutos andando cuando llegó. Se sorprendió al ver solamente su coche en toda aquella explanada poco iluminada y, aunque no era una mujer temerosa, la situación si le imponía un poco. Según se aproximaba al coche, pasó junto a dos individuos que estaban sentados en el suelo y de los que se apercibió sólo cuando pasó a su lado. Se puso algo nerviosa y aceleró el ritmo de sus pasos hacia el coche. Los hombres se levantaron y la siguieron. Cuando Esther oyó pasos, empezó a correr hasta el coche pero cuando estaba intentando abrirlo, aquellos hombres la dieron alcance, amenazándola con una navaja en su cuello y ordenándola que se quedara quieta.

Por favor, no me hagan daño, por favor.

Vamos a ver que llevas por aquí.

Y mientras la mantenían de pie, apoyada contra el coche, con sus manos sobre el techo del mismo, la arrebataron el bolso y lo volcaron en el suelo.

30 Euros, ¿es esto todo lo que llevas?, dijo uno de ellos levantando la voz.

Se acercó a ella y cogiendo una de sus manos la quitó dos anillos y el reloj, fijándose también en un colgante de su cuello que le arrebató de un tirón. Sintió también como con la otra mano, le estaba palpando el culo, lo cual asustó mucho a la chica.

¿Está buena la tía eh?, dijo uno de aquellos tipos al otro, mientras la seguía magreando el trasero por encima de su falda.

Si, está muy buena. Ya que no tiene dinero, que nos pague en carne, jajajajaja.

Esther estaba muy asustada. Lo que parecía un atraco, se estaba convirtiendo en algo que le preocupaba mucho más y empezó a hablarles para que olvidaran sus intenciones.

Por favor, no me hagan daño, podemos ir a sacar más dinero a algún cajero, miren allí, tengo una tarjeta, pero por favor no me hagan daño, por favor.

Las súplicas de la chica hicieron reir a aquellos dos individuos y enseguida uno, mostrándole la tarjeta a Esther le dijo:

De acuerdo monina, nos acompañarás a sacar más dinero, pero...... antes tienes que hacer algo, jajajajajaja

¿Qué quieren que haga?, dijo Esther con voz temblorosa y empezando a llorar.

Queremos que, sin moverte de donde estás, te subas la falda y nos enseñes ese culito tan mono. Luego iremos por dinero y te dejaremos.

¿Qué?, No, no, déjenme por favor, no me hagan nada, les daré el dinero.

Me parece que no has entendido nada monina. O haces lo que te dije, o me encargo yo ahora mismo de dejarte en pelotas, elige..

Muy asustada se quedó paralizada sin mover ni un solo músculo, pero enseguida tenía de nuevo la navaja amenazando su cuello por lo que empezó, muy indecisa a tocar su falda.

Vamos, enséñanos ese culo. Le dijo aquel hombre, mientras se echaba dos pasos atrás para contemplarla.

Esther seguía allí, de pie frente al lateral de su coche y dando la espalda a aquellos dos hombres. Por un momento pensó en echar a correr pero ¿a dónde?, en unos pocos metros la habrían atrapado y sería peor, así que empezó a hacer lo que le pedían con la esperanza de que aquello no fuera a más.

Lentamente comenzó a subirse su ajustada falda, mientras escuchaba las risas de ellos. Ya empezaba a quedar a la vista el inicio de sus nalgas y también comenzaron a asomar el principio de sus braguitas blancas. Esther se sentía muy humillada, ella misma estaba enseñando a dos desconocidos sus intimidades.

Más arriba, más arriba, más.

Todo el trasero de Esther, cubierto con su braguita blanca, estaba a la vista de ellos, que reían al ver como la chica les obedecía aterrorizada.

Desabróchate la falda y quítatela. Vamos, no me hagas acercarme a ti o lo lamentarás.

Esther no quiso contradecirles. Su falda estaba ya subida a la altura de su ombligo y sus braguitas quedaban ya a la vista, así que de nada le servía ya su falda, por lo que la desabrochó y colocó sobre el techo del coche.

La chica estaba ahora vestida solo con su blusa blanca corta y sus bragas, aún de espaldas a los dos hombres.

Ahora, date la vuelta, míranos. Rápido.

Esther comenzó despacio a girarse y se puso de frente a ellos, apoyándose de espaldas en su coche. Ellos a 2 metros no paraban de mirarla, sobre todo sus piernas ahora totalmente al descubierto. Ella, al darse la vuelta, había colocado sus manos juntas delante de su braguita, tapando su sexo.

Quita esas manos de ahí, le gritó uno de ellos en todo amenazador.

Ella dudo un momento y luego, temblorosa, retiró las manos. Sintió como los ojos de aquellos hombres se clavaban en su sexo, cuyo vello púbico se trasparentaba algo a través de su braguita. Habría pasado un par de minutos cuando dijeron.

Te voy a dejar elegir preciosa. ¿qué prefieres?, ¿bajarte la bragas aquí ahora mismo y luego marcharte a casa? ¿o ir a un cajero y darnos más dinero?.

A la chica, la simple idea de bajarse las bragas allí sola, delante de aquellos hombres la horrorizaba, así que pensó que siempre en un sitio con más gente podría pedir auxilio a alguien, por lo que, con voz temblorosa dijo:

Les daré más dinero, pero por favor no me hagan nada, por favor, por favor.

Está bien, vayamos al coche entonces.

Y rápidamente los dos hombres avanzaron hacia ella y agarrándola, la introdujeron en el coche en el asiento de atrás, colocándose atrás también junto a ella uno de ellos, mientras el otro había cogido las llaves del coche y arrancó el coche, comenzando a andar.

Esther estaba muy asustada y quería llegar cuanto antes a un cajero automático en que sacar dinero y entregárselo a aquellos dos tipos, así que sólo acertó a pronunciar con voz temblorosa:

Hay un cajero a la salida del polígono industrial, allí podemos sacar dinero.

Entonces, el hombre que estaba a su lado se acercó a ella y agarrándola fuertemente de las mandíbulas le dijo con tono amenazador.

Ya elegiremos nosotros el cajero que más nos guste así que cierra esa boquita.

Esther permanecía sentada, vestida con sus braguitas y su blusa y procuraba mantenerse lo más alejada de aquel hombre, a la vez que mantenía sus piernas todo lo juntas que podía. Pero la relativa tranquilidad le duró poco porque enseguida el hombre se le acercó y comenzó a acariciar sus piernas. Primero sus rodillas, luego sus muslos y poco a poco fue subiendo sus manos hasta llegar al comienzo de sus braguitas. Ella aguantaba en silencio mientras sus ojos se le llenaban de lágrimas. Luego, haciendo algo de fuerza, venció la resistencia de sus piernas cerradas y su mano se coló entre sus rodillas, subiendo poco a poco entre ellas, hasta llegar a la braga y allí, con sus dedos, comenzó a acariciar su sexo por encima de la tela.

Esther se volvía a sentir muy humillada pero enseguida notó como otra mano de aquel hombre se posaba sobre su pecho, amasándolo por encima de su blusa y sujetador.

Entonces, el que iba conduciendo, habló:

Ehhhh oye, no aproveches mientras yo no puedo estar ahí, déjalo para luego.

Tras oir aquello, el hombre se separó de ella y la dejó pero aquellas palabras sonaron terroríficamente en la cabeza de Esther. Era la confirmación de que no sólo iban a por su dinero sino a algo más. Además, por aquel entonces ya se había dado cuenta de que se alejaban cada vez más de la ciudad, por lo que no iban en busca de un cajero.

Habían pasado unos 20 minutos cuando el coche se desvió por un camino y enseguida entraron en una especie de finca que llevaba a un caserón en no muy buen estado. Pararon el coche y salieron apresuradamente, tirando de ella también hacia fuera.

Rápidamente y a empujones la introdujeron en la casa. Por primera vez estaba ya absolutamente convencida de que la iban a violar y sus piernas le temblaban.

La casa estaba medio abandonada y apenas había unos cuantos muebles muy viejos: unas sillas, una mesa grande de madera y un viejo sillón.

Cerraron bien la puerta con un enorme cerrojo de hierro de los antiguos y enseguida le hablaron:

Como verás, aquí no hay nadie más que nosotros 3 en muchos kilómetros alrededor, así que ni siquiera nos vamos a molestar en taparte la boca. Puedes gritar tan fuerte como quieras. Súbete a esa silla.

Esther estaba aterrorizada, si siquiera le salían las palabras. Aquella tenebrosa casa tenía el aspecto de haber sido el lugar donde muchas otras chicas habían sido violadas antes y ahora le iba a tocar a ella. Sin mucha resistencia se subió de pie a la silla que le habían indicado.

Ahora desabróchate la blusa y quítatela. Rápido.

Aterrorizada obedeció y empezó botón a botón a desabrocharse su blusa. Luego dudó un instante y se la quitó, sosteniéndola en sus manos. Enseguida uno de los hombres se acercó y se la arrebató de la mano, arrojándola al suelo.

Entre risas, los hombres contemplaron a la muchacha que permanecía subida a la silla en ropa interior, cubriendo su pecho con sus brazos cruzados.

Uno de ellos se acercó a ella por detrás y comenzó a acariciarle sus piernas. Poco a poco iba subiendo hasta llegar a sus muslos que Esther mantenía tan apretados como podía. El otro se colocó frente a ella y comenzó también a manosear sus piernas.

El que estaba detrás comenzó entonces a acariciarle la espalda y llegó al broche de sujetador que muy hábilmente desabrochó y con ambas manos deslizó los tirantes de sus hombros dejándolos colgando en sus brazos.

Esther mantenía con sus manos el sujetador en su lugar, cubriendo sus senos de las vista de aquellos hombres.

Ahora los dos secuestradores se divertían manoseándola por encima de la telita de sus bragas. El que estaba detrás la cogía pequeños pellizcos en sus nalgas mientras que el de delante simulaba con su dedo una penetración intentando introducírselo a través de su braguita.

De pronto, el hombre de detrás tomó el elástico de sus braguitas con las dos manos y tiró de ellas hacia abajo a la vez que reía. La reacción inmediata de Esther fue dirigir las manos a sus bragas para intentar sujetarlas e impedir que aquel tipo se las bajara, dejando su sujetador libre, momento en que aprovecho el hombre que tenía frente a ella para arrancárselo de un fuerte tirón.

A pesar de su intento, el hombre tiró con fuerza de sus braguitas, bajándolas hasta sus tobillos.

Aunque hacia tiempo que Esther sentía que la situación era desesperada, ahora por primera vez tenía su cuerpo totalmente desnudo y a merced de aquellos dos tipos. Su reacción fue intentar cubrirse y aunque manteniendo el equilibrio sobre la silla, se inclino y se colocó en cuclillas intentando tapar lo más que podía su pecho y sus partes íntimas y rompió a llorar.

No se si aquella actitud fue adecuada porque al verla así, temerosa y avergonzada, aquellos dos hombres se envalentonaron más y comenzaron a desnudarse completamente. Esther, aunque procuraba no mirar, inevitablemente había visto sus dos penes en completa erección, lo cual le hacía suponer con desesperación por lo que iba a tener que pasar.

Ya desnudos, se acercaron de nuevo a ella y volvieron a manosearla todo su cuerpo, aunque sin forzarla a quitar sus manos de sus pechos tal y como se había colocado. Pero en la posición en cuclillas en que estaba, enseguida noto como una mano se colaba por debajo y comenzaba a acariciar su ano y el comienzo de su sexo. Era la primera vez que sus manos tocaban directamente aquellas partes y eso la estremeció y todo su cuerpo dio un respingo que hizo reir a sus dos violadores.

En estos momentos comenzó de nuevo a suplicarles:

Por favor, déjenme, por favor. No diré nada a nadie y les daré todo el dinero que quieran.

Pero los dos tipos, como si nada hubieran oído, seguían su labor de manoseo por las partes íntimas de la chica. Uno de ellos, había introducido su mano entre las de la muchacha y manoseaba también sus pezones.

De pronto, entre los dos la agarraron fuertemente de sus brazos y, haciéndola caer de la silla la llevaron junto a la mesa grande de enfrente, tirándola sobre la misma bocabajo.

Esther intentó revolverse pero una fuerte mano puesta sobre su nuca y apretándola contra la mesa, a la vez que otra mano le tiraba fuertemente del pelo levantándola la cabeza a punto de estrangularla, le hicieron desistir.

Enseguida volvió a notar como separaban sus piernas y unas manos se colaban por su entrepierna. Sentía como los dedos recorrían todo su canalillo vaginal y se detenían en su ano una y otra vez. Aquellos dedos cada vez ejercían mayor presión y notaba como intentaban abrirse pasó por su cerrado ano. Uno de aquellos dedos comenzó a penetrar por él cuando volvió a empezar a suplicarles. Estaba muy asustada, todo le asustaba mucho, pero una penetración anal la aterrorizaba.

Por favor, no me hagan daño, por favor, por favor, no por favor,

A penas un dedo había empezado a abrirse paso por su ano cuando de repente sintió como salía de su interior y agarrándola de nuevo con fuerza, la voltearon colocándola boca arriba sobre la mesa.

Inmediatamente y como reacción defensiva, Esther tapó sus pechos con su manos, a la vez que doblaba sus rodillas y juntaba sus piernas.

Pero los hombres, sin dejarla ni un respiro, se colocaron cada uno a un lado de la mesa y cogiendo cada uno una de sus manos, la obligaron a retirarlas de sus pechos. Aquellos tipos, con una mano mantenía agarradas las muñecas de Esther, mientras con la otra manoseaban los bonitos pechos y pezones de la chica, acariciándolos y pellizcándolos, a veces con tanta fuerza que se oían pequeños lamentos entre los sollozos de la muchacha.

Cuando se cansaron de manosearla sus tetitas, y manteniendo sujetas sus manos, le llevaron las mismas hasta los penes erectos de los dos hombres, obligándola a agarrárlos.

Haznos una buena paja, putita

Torpemente Esther comenzó a menearles sus penes, muy avergonzada y a la vez con miedo de hacerles daño y que ello trajera consecuencias peores para ella. Siguiendo las indicaciones que le daban, aceleraba y frenaba según le decían, cuando de repente una mano la agarró su cabeza por los pelos y la obligó a acercar su cara a aquella polla.

Mámala zorra.

Aquello le producía enormes arcadas y sentimientos de asco. Aquella situación le parecía ya de por si asquerosa pero el fuerte olor de su pene le producía aun mayor rechazo y humillación. Se sentía más humillada que nunca.

A la vez que mantenía aquella polla dentro de su boca y su cabeza era empujada fuertemente hacia ella, el otro hombre se había subido sobre la mesa y, abriendola sus piernas, se situó entre ellas.

Ella seguía estando obligada a chupar, mientras sentía como unas menos urgaban en su sexo. El hombre cuyo pene estaba chupando aguantaba sin correrse y seguía embistiendo con fuerza contra su garganta, cuando el otro tipo apuntó su polla en la entrada de su cueva y de un fuerte golpe se la introdujo hasta la mitad, provocándola un alarido de dolor ahogado por el pedazo de carne que mantenía en su boca. Enseguida de otra fuerte embestida se la introdujo entera, provocándola un profundo dolor y otro chillido aún más fuerte, pero el otro hombre no permitió en ningún momento que su polla saliera de su boca.

Durante unos minutos que se le hicieron interminables, estaba siendo embestida con fuerza por su boca y por su vagina. De pronto sintió como algo caliente le llegaba a su garganta. Aquel hombre se estaba corriendo en su boca y eyaculaba tan dentro de ella sin quererlo estaba tragando su semen. En cuanto hubo terminado, se retiró con satisfacción y quedó solo con el otro tipo que tenía sobre ella y que seguía penetrándola cada vez con más fuerza.

En cada acometida, Esther sentía como aquella polla llegaba hasta lo más profundo de su agujero y el dolor no cesaba en cada penetración. Ahora que su boca había quedado libre, aquel hombre aprovechó para besarla mientras seguía entrando y saliendo de ella.

Esther seguía emitiendo lastimosos quejidos cada vez que era penetrada una y otra vez, hasta que sintió como aquel hombre estaba descargando dentro de ella. Cuando terminó, permaneció inmóvil unos segundo sobre ella, manteniendo aún su pene dentro.

Pero muy pronto el otro hombre dijo:

Vamos, es muy tarde.

Apresuradamente se vistieron mientras ellas seguía llorando sobre la mesa y agarrándola de nuevo por los pelos, salieron de la casa , metiéndola de nuevo en la parte de atrás del coche totalmente desnuda.

Sin mediar palabra y mientras ella lloraba todo el camino, tras unos 30 minutos llegaron al parking donde la habían encontrado. Allí pararon el coche y la ordenaron:

Venga, hemos llegado, fuera del coche.

Esther se dio cuenta de que se iban a llevar su coche, pero eso es lo que menos le importaba en esos momentos. Por fin aquellos abusos habían acabado y, aunque sola y desnuda allí, nada peor podía ocurrirle.

Los hombres se fueron con su coche y ella comenzó a caminar en dirección a su empresa. Allí llamaría por teléfono a alguien. Andaba con dificultad ya que, además de ir descalza sobre el asfalto, sentía un enorme dolor en sus piernas por la brutal penetración de que había sido objeto.

Apenas habían pasado dos minutos y pocos metros había avanzado cuando sintió de nuevo el motor de un coche. Miró atrás pero las luces le cegaron y no pudo ver de quien se trataba. Dudaba si correr o pedir ayuda.

Muy pronto el coche llegó a su altura y se detuvo. En eso momento pudo ver que se trataba de su coche y aquellos hombres volvieron a salir del mismo. Intentó correr pero en pocos metros la dieron caza de nuevo.

El hombre que se había corrido dentro de su boca se abalanzó sobre ella y dijo:

oye putita, que con estas prisas, me olvidé de follarte como te mereces.

Con la ayuda del otro hombre la tumbaron sobre el asfalto y sacando su pene se echó sobre ella.

Con enorme facilidad dada la debilidad de Esther y que estaba completamente desnuda, y mientras el otro tipo la sujetaba los brazos, colocó su polla erecta en su agujero y la penetró violentamente. Durante varios minutos entró y salió de su sexo con fuerza mientras el asfalto le estaba haciendo sangrar por los roces que sobre su espalda le producían aquellas terribles embestidas. Aquel hombre no paró hasta que de nuevo dejó en lo más profundo de su cueva todo su semen.

Rápidamente, metiéndose de nuevo en el coche, los dos hombres se fueron.

Esther quedó tumbada sobre el asfalto. Por un tiempo llegó a perder el conocimiento y así, en ese lamentable estado, desnuda y sin fuerzas la encontró al día siguiente muy temprano un guardia de seguridad que se incorporaba al trabajo y que la traslado al hospital, donde tras un par de días le dieron el alta.

Las heridas físicas apenas duraron 15 días, pero las psicológicas perdurarán en ella toda la vida.

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