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Campeón del bar

en Voyerismo

Campeón del bar

por A. S. Anaya

Lalo --como se supo que le llamaban sus amigos--, dejó de tocar el órgano el pasado 6 de septiembre, exactamente a las 23:58 horas.

--¡Váyanse mucho a..! --dijo.

Pero este joven organista --de ojos saltones, tez blanca y cabello lacio, que vestía todo de negro, calzaba botas vaqueras, lucía anteojos obscuros y un sombrero de piel de vaca pinta--, sólo anunciaba al respetable que, a partir de esa misma noche, dejaba de prestar sus servicios en cierto bar donde "nada tiene qué hacer alguien como yo", dijo.

Ciertamente, el hombre no era como para este bar: un negocio --mullido y confortable, eso sí-- de avenida Presidente Mazarik. El que tiene un búho como logotipo, se multiplica por la ciudad casi por el número de sus sucursales, las meseras visten de chinas poblanas, las garroteras llevan blusa holgada y hombres o mujeres que atienden el bar visten pantalón negro, saquito rojo, y...

Pero hablábamos de Lalo --organista a oídos de quien quisiera oírlo, cantante roquero ante quien supiera darle cuerda--, quien aquella noche casi vomitó fuego... Así constó a los pocos que no perdieron detalle.

--¡Hijos de su...! --dijo a la clientela.

Pero lo más penoso para un artista, también le ocurrió: apenas algunos clientes se percataron de su estallido colérico. La mayoría ni siquiera lo oyó. O algo peor: voltearon a verlo y después lo ignoraron.

--¿Me escuchan, bola de...? --insistió el artista, antes de proceder a dar una explicación no solicitada por nadie:

"Ayer mismo estuve montado en este mismo sillón y frente a este mismo órgano, ¿saben? Me despedí correctamente y les dije: ya me voy, muchas gracias, acaban de correrme; pero quiero despedirme de todos ustedes. ¿Creerán qué nadie me oyó siquiera? Se quedaron así, como idiotas; como ahorita están éstos... véanlos. ¿Creen que así pueda uno hacer arte?

Luego gritó, quizá buscando hacerse oír... pero ni así. Golpeó la mesa, al estilo de un popular periodista radiofónico, y descargó su ira:

--¡Pues ni madres que me importan, y ahorita mismo me largo; quédense sin su organista y sin su pendejo!

No logrando aún distraer de lo suyo... a muchos, golpeó el teclado, luego el micrófono, no necesariamente para crear música, y hasta fingió echarse a llorar, irónico:

--Ay... carajo; esto sí es una falta de respeto; una indiferencia total.

Antes de amenazar con pararse en ese momento... advirtió a capitanes, meseros y otros empleados de la empresa que jamás volvería a pisar alguna sucursal de aquél "cochino lugar", ni para comprar cigarrillos. Sólo excluyó de sus maldiciones al cantinero, a quien visitó en un par de ocasiones para llevarse consigo respectivos pares de vasos.

--¡Lo juro por ésta...!

Casi rompió la gran copa de cristal que tenía enfrente --la del llamado "bolo"--, y en la cual nadie le había obsequiado una propina.

--Hasta pichicatos salieron...

De entre el escaso público, sólo un joven pareció maravillarse ante lo que llamó: "catarsis del organista". Era alguien muy alegre, de cabello rizado, anteojos, piel de apariencia quemada, como de playa, y que se hacía acompañar de dos muchachas muy guapas y con escotes impresionantes.

--¿Qué te pasa, hombre? Anímate. Ya es viernes. Échate una de Queen. ¿Te sabes: We are the champions? --lo retó a grito pelado, mientras palmeaba sendos muslos de sus amigas.

--¡Claro que me la sé! --contestó el músico, reanimándose un poco.

--Pues reviéntatela... ¿no? Para que te despidas como los grandes.

Y Lalo se animó. Quizá lo hizo porque "alguien" lo había tomado en cuenta. Y es que... sí, la indiferencia de la clientela parecía ser su gran pesar. Entonces, hasta mostró sus dotes roqueras. Remojó la garganta y soltó fuerte, sin tropiezo alguno, aquella rola que hizo famoso al gran Fredy Mercury:

We are the champions, my friends.

And we'll keep on fighting, till the end.

We are the champions.

No time for losers.

Cause we are the champions of the world.

Lalo se despidió "como los grandes", dijo el del cabello rizado cuando lo vio apagar la luz que pendía arriba del órgano. Quizá el músico se despidió un tanto reconfortado o, al menos, esa impresión dejó en algunos que lo observaban. El caso es que, en punto de la medianoche, el intérprete canceló la última pieza que había prometido y procedió a arreglar sus cosas. Se entendía que, hasta ese día concluía su contrato con la empresa y no quería regalar un segundo más.

Alguien quiso acercarse a él, ya en confianza, pero lo hicieron desistir sus acompañantes.

--¡Ya déjalo al güey, está loco y borracho! Si le haces la plática, viene y se sienta aquí. Luego, ¿qué hacemos?

--Es que nadie lo pela....

--Si quiere público, ¿por qué no va el Foro Sol?

Pocos vieron a Lalo cuando, finalmente, se marchó. Se supo a través de un mesero que a partir de octubre iniciaría en el bar de un hotel de la colonia Roma, eso fue todo. Se fue por donde llegó y ya. Porque en esta clase de bares --en los del búho, ya sabe usted-- ese es el gran problema: además de que no hay bailarinas o desnudistas, la gente anda en lo suyo y rara vez se percata de que, sin mediar el cobro de algún cover, existen músicos... que tocan música.

Escúchelos usted, si es solidario. Finalmente, la "hora del amigo" se extiende hasta las 22:00 horas. No se diga si no tiene otro lugar a dónde ir y ¡ya es viernes!