miprimita.com

Afrodisiacos del Metro

en Voyerismo

Afridisiacos del Metro

Por A. S. Anaya

El sobrecito es plateado, trae franjas rojas y el dibujo de un gallito. Resultaría inofensivo a ojos de cualquier niño; sin embargo, se dice que el afrodisiaco que contiene podría caer en manos de un galán poco escrupuloso y...

--¡Es efectivo! --comentan los enterados, con esa sonrisa pícara que algunos muchachos festejan, sobre todo cuando se reúnen entre ellos para hablar de las mujeres.

Debajo de las plumas pintadas de aquella ave cantora que parece exhalar un triunfo machista, puede leerse: "devuelve rápidamente el vigor y la energía sexual".

--¿No lo has usado? --preguntaba cierto día un adolescente a uno de sus compañeros, grupito juvenil dentro de un vagón del Metro, en esa línea que va hacia la Universidad.

--No... pero sería bueno dárselos también a ellos --le respondía otro jovencito, en un estilo amanerado que sugería o imitaba determinada preferencia sexual.

Y mientras hablaban de las presuntas maravillas que prometían aquellos sobres, algunos de estos jóvenes dirigían miradas sugerentes a ciertos varones que pasaban frente a ellos, aunque esto lo hacían de manera más obvia cuando se les cruzaba enfrente una chica atractiva. Era una doble manera de divertirse... muy a su manera.

--Y hasta las rucas, ¡qué tal podrían gozarlo! --afirmaba uno de ellos.

Pero la tertulia se deshizo. Primero, porque en la estación Hidalgo ingresó al vagón, hasta abarrotarlo, un grupo numeroso de pasajeros; después, porque todos comenzaron a despedirse y a bajarse en las estaciones subsecuentes.

Uno de ellos, eso sí, cometió un descuido: dejó caer uno de aquellos sobres --vacío, por cierto-- de los que tanto hacían comentarios. Alguien lo recogió y pudo comprobar que se trataba del mismo producto de importación, proveniente de El Salvador, que no hace mucho tiempo fue prohibido por las autoridades de Salud, por considerarlo de alta peligrosidad; pero que, recientemente, también se ha visto en tianguis de la capital.

"Tesitón, tabletas", es el nombre del producto.

Más abajo, se incluye la dosis: "una tableta al día" / "Para resultados más rápidos y energéticos: una tableta por la tarde y una por la noche" / "Duración del tratamiento: 15 a 30 días seguidos" / "Repetir cuando sea necesario".

Vaya a saber el cerebro... y el intestino de quien se arriesgue a ingerir esa tableta. Sin embargo, hay ideas y lugares para todo. Precisamente, en sitios como el Metro, un afrodisiaco como el que promete el gallito de marras, no resultaría demasiado útil, a decir verdad. Es bien sabido que el mundo subterráneo existen otra clase de estímulos que algunos ciudadanos calificarían de "superiores". Veamos:

El primero de ellos, sin lugar a dudas, es el estímulo y placer de la mirada. ¿Lo disfruta usted? Se trata de esa especie de incitamiento que, por ejemplo, experimenta un galán común y corriente cuando al vagón sube una chica --¿chico?-- que de tan linda y/o sugerente de prendas no pueda quitársele la vista de encima, por más que el pudor o el respeto a la individualidad del prójimo le exigieran voltear a otro lado. Qué decir si a este gran estímulo --¡hay miradas que matan, ciertamente!-- pueda ser precedente de otro mayor: que la aludida le corresponda... y cruce la pierna, se agache un poquito, levante el brazo y deje ver...

¿Existe, acaso, mejor estímulo que la mirada?

No coincidirán con esta opinión aquellos ciudadanos que gustan de emociones un poco más fuertes. Digamos, aquellos pasajeros que, más allá de "perder el tiempo" con los ojos o con la imaginación --y sin tratarse propiamente de abusadores de mujeres o delincuentes profesionales, que merecerían una crónica aparte-- se procuran cierta clase de estímulos lúdicos: dejarse ir, sutilmente, con los apretujamientos... ni más ni menos. Sí, porque también el erotismo viaja en Metro, ¿sabía usted?

¿Ha observado el lector a aquellos viajantes que aman los vagones sólo mientras más apretujados vayan? Quizá alguien se preguntará para qué diablos, si lo que está esperando el común de la gente es un poco de desahogo en una tarde en la que los sudores corren por todas partes. La respuesta correcta podría darla un sicólogo; alguien que, por ejemplo, además de hablar del comportamiento humano en las aglomeraciones, supiera lo que es viajar en Metro. El utópico especialista diría quizá: "la piscología del conglomerado nos indica que su finalidad se ve reforzada por el deseo de eros; es decir, verse y sentirse cerca de otros cuerpos"

Pero más allá de aburridoras tesis sicológicas, se sabe que de tales apretujamientos suelen brotar tipos con suerte. Y el ingenuo o el mirón se queda sentado... y los ve salir de entre la bola, en compañía del nuevo "ligue", ya sea varón o señora, y hasta verlos descender, ya de la mano, en alguna estación, quizá en la próxima, donde quede cerca un hotel, unos baños públicos, un registro civil...

Sí --para mayor paz espiritual de las llamadas "buenas conciencias"-- hay también quienes se han casado y tenido hijos gracias a nuestro gentil sistema de transporte colectivo.

Porque cuando la hormona bailotea, decíamos, y en vez arriesgar la salud con substancias desconocidas, lo mismo da meterse al Metro, a condición, claro está, de que no se abuse de nadie. Todo queda a la suerte y al carisma de cada quien. No se diga si, por ejemplo, esta mañana usted, lector, se ha puesto su mejor camisa, se ha acicalado con un poco de perfume varonil y ya trae entre dientes la sonrisa y esa frase hecha: "¡Ya es viernes!"