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La Espada de Aviondore (1)

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La Espada de Aviondore (I)

original en Inglés por Colleen Thomas

[Nota de El Traductor X: Creo que es necesario advertirles que en esta entrega no hay ni una sola escena de sexo, por lo cual, si lo que buscan es algo súper caliente, no lo van a encontrar (además no es un relato que se lea en 5 minutos, creo). Si, por otra parte, disfrutan de leer, y del erotismo y la ciencia ficción (en este caso, si les gusta el Señor de los Anillos), y sobre todo, son pacientes, creo que les puede gustar. Por favor, no se queden callad@s respecto a este relato: si les gusta o si les pareció aburridor al extremo, háganmelo saber. Por cierto, ¿por qué no hay una categoría de ciencia ficción? Si a alguien más le gusta este tipo de relatos lo invito a que escriba y a que abramos la iniciativa para tal sección]

 

Este filo llevará muerte y dolor a sus enemigos Mi Reina. En tanto la porte uno de sus descendientes nunca conocerá la derrota. Empero, presagio que un día, lejos incluso para la mente de los Elfos, llevará a cabo el final de la línea de Aviondore.

DonAu Tu’vervain, vidente de la corte durante

la presentación de Angrost a la reina Shalima

Aviondore, en la primera edad.

La tenue luz grisácea del amanecer aún no podía atravesar la pared de ramas. Una figura se desplazaba por el camino que recorría el bosque obscurecido con una gracia y soltura tal que incluso los animales del bosque no la notaban pasar. Ella era alta y esbelta y se movía con paso decidido, al parecer sin temor de caer ni perderse. Al empezar a filtrarse lentamente la luz entre el muro de hojas su forma se hizo más nítida, pero aún así parecía tan parte del mundo natural que sólo un observador atento habría podido saberlo.

T’larin se detuvo al borde de un pequeño valle y cuidadosamente estudió el área abierta. Conocía este bosque como sólo un elfo podría conocerlo. La raza Elfo era la que más tiempo vivía ante el rostro de Talor y T’larin ya no era joven incluso para sus estándares. Sólo la muerte por enfermedad o la desgracia evitaban que fueran inmortales. Lentos a la ira y a experimentar otras emociones eran considerados por los hombres alejados y fríos. Aún así, la tentadora elfo de sangre caliente era popular en sus mitos y canciones, puesto que los elfos eran un pueblo encantadadoramente hermoso. T’larin era típica de su pueblo; alta y ligera con rasgos delicados y largo cabello claro. Su piel era suave y llevaba el tono azul de las tribus del norte más que el verde amarillo de las gentes de Sylvan. Poco dispuesta a la cólera y a la amistad, era considerada fría y orgullosa incluso por los suyos. Era lo que se esperaba de la hija de una reina. La sociedad Elfo era dicótoma en que los hombres tenían el poder, pero el linaje se transmitía por el lado de la madre.

Esta área había sido alguna vez la zona de pastura entre el Nero’ Larta o Río que Canta en el lenguaje común de los hombres, y el ágil Se’ Larta o Río que Cae. Los hombres consideraban que este bosque era viejo y le decían bosque encantado. La mayoría de ellos no se atrevería a cruzarlo a menos que tuvieran una absoluta necesidad. Para los Elfos ningún bosque representaba algún temor y los árboles de éste eran jóvenes para aquellos de la raza imperecedera. Ahora era denominado el Westermark y era reclamado por el rey de Silverwood.

El movimiento era prematura en opinión de muchos elfos puesto que ninguno de los grandes árboles Talthas de hojas plateadas había alcanzado la madurez en esta área. El rey había hecho tal jugada por razones distintas a la naturaleza, aunque reconocía esto sólo ante un puñado de sus consejeros más cercanos. T’larin había sido electa para ser la exploradora de las nuevas tierras por parte del rey, en parte por su íntimo conocimiento del área, pero más por su mejor comprensión de la situación fuera de los reinos elfo. Aquí en esta mañana brillante en los pacíficos bosques se permitió a sí misma tener oscuros pensamientos en relación con esa situación.

Los Orcos de las Montañas del Polvo de Hierro se agolpaban para la guerra contra los jóvenes reinos humanos dispersos a lo largo de la costa. Las batallas ya habían empezado en el norte, de donde T’larin y su gente provenían. Aquí en el sur se habían vuelto más comunes las incursiones por parte de orcos y otras criaturas malévolas en apenas unos meses. La adición de esta área pretendía crear una barrera para Silverwood. También permitiría a los Elfos cortar la línea directa de retirada de los grupos de incursión orcos sin tener que declararse directamente aliados de los humanos. Mientras que el odio entre elfos y orcos era tan antiguo como el tiempo mismo, especialmente los elfos plateados eran aún muy precavidos en relación a los hombres. Habían combatido en numerosas guerras limítrofes con los hombres que vivían en el valle del Nero’Larta en los años anteriores. Eso constituía una antigua historia para los hombres que vivían ahora allí, pero apenas un parpadeo había pasado en las largas memorias de los elfos.

T’larin no era de los elfos plateados; su gente eran los altos elfos del norte y ya habían creado tales avances para proteger Aslaheim, su hogar. Fue por esta razón que había sido escogida como exploradora suprema por encima de otros con mejores contactos con el trono. Aladar, rey de los elfos plateados, confiaba que llevara a cabo su misión sin implicar a los elfos en la guerra que se acercaba. T’larin sospechaba que había una fuerza mucho mayor del mal dirigiendo a los orcos y que pronto todas las razas estarían involucradas. Se guardaba para sí este miedo, sin embargo, sabiendo que sería estúpido proclamarlo sin pruebas.

Muchos de sus hermanos del norte sentían que Kalouth, el gran impostor se levantaba una vez más. T’larin era apenas una niña cuando su padre había conducido el ejército de Aslaheim para ayudar a los aliados hombres y enanos de la costa norte. Las fuerzas de Kalouth habían sido aplastadas y derrumbada su gran torre, pero incluso los magos más poderosos habían sido incapaces de destruir la piedra angular. Con respecto a Kalouth, no había habido rastro ni rumor por eras y eras, hasta que los hombres lo olvidaron y los enanos lo incorporaron a sus leyendas. Sólo los elfos lo recordaban como la amenaza que fue. Ahora llegaban rumores de que la torre oscura se había levantado de nuevo, pero eran rumores, nada más, puesto que ninguna buena criatura había puesto un pie en el Valle Prohibido en todas las eras desde que la torre fue destruida.

Ella consideraba estas cosas mientras el sol lentamente entibiaba su rostro y tembló al sentir que la atravesaba un escalofrío desconocido. Un conejo se acercó con cuidado a la pequeña ribera y tomó un trago mientras los pájaros revoloteaban entre los árboles. No se daban cuenta de ella, en parte por que estaba tan armonizada con la naturaleza, pero también debido a su apariencia. Vestía una camisa blanca de arquero, que estaba abierta en el cuello mostrando una casi irreverente cantidad de su busto. Sus mallas verdes estaban dentro de sus gastadas botas café. Estas botas habían sido elaboradas en Silverwood y poseían un hechizo menor que permitía a quien las usara moverse silenciosamente sobre cualquier terreno. Su capa era también de elaboración elfo y tenía un hechizo que le permitía confundirse con cualquier lugar. Alrededor de su cintura tenía un amplio cinturón de cuero del que colgaban varias bolsas y su espada. Una simple banda de cuero con runas elfas de protección cuidadosamente labradas mantenía atrás su cabello rubio.

T’larin suspiró y se apoyó en su arco. No tenía cuerda ahora y lo usaba para caminar, pero podía encordar el poderoso arco en un instante y lanzar una flecha del carcaj que colgaba en su hombro a un enemigo. No esperaba ningún peligro aquí, pero algo le molestaba, una sensación casi tangible de amenaza estaba en el aire. Se movió hacia el arroyo y tomó un gran trago de la fresca agua antes de partir una vez más. Faltaban muchas millas para llegar al pequeño enclave donde sus exploradores debían encontrarse con ella esta noche.

Había caminado por alrededor de una hora cuando se detuvo repentinamente y abrió los ojos maravillada. Ante ella estaba un retoño de Thaltas. Sólo tenía una hoja o dos pero era casi de su estatura. Era un buen presagio y por un rato el sentimiento de terror le abandonó.

***********

El Se’Larta fue llamado Río que Cae por los hombres. Le dieron el nombre porque descendía en una serie de espectaculares caídas por las Montañas Ergos y corría es una ligera creciente para unirse al poderoso río que Canta, que recorría kilómetros y kilómetros hasta llegar finalmente al mar en la ciudad puerto de Waterdown. El Se’Larta podía ser cruzado seguramente en solamente dos lugares en su largo recorrido y por tanto formaba una barrera efectiva. El primero era el Paso del Rey cerca a los pies de las montañas, y el segundo era el Paso de la Reina unos cuantos kilómetros por encima de las masivas Cataratas del Águila, la última caída del río antes de unirse con el otro.

Durante los últimos meses los grupos de incursión orco habían descendido de las montañas Ergos y cruzado por el Paso del Rey, avanzando entre los árboles que habían cortado en el lecho del río y cruzado por el Paso de la Reina para saquear las villas de los hombres al lado oriental del Río que Canta. Los orcos dejaban daños a su paso que le tomaría años a los bosques reparar. Parecían deleitarse en matar cosas vivientes y dañar cualquier belleza que se toparan.

Dos meses antes, T’larin había ubicado su base justo arriba del Paso del Rey cuando llegó por vez primera. Ella y unos cuantos exploradores habían expulsado a los orcos y puesto emboscadas con una eficiencia tan brutal que parecía que los orcos ahora evitaban el paso y tomaban el camino más largo. Esto tuvo el efecto de dejarlos expuestos a la caballería de los hombres en la larga marcha de regreso y habían acaecido numerosos encuentros sangrientos. Los orcos no podían cabalgar pues todos los animales les odiaban y esto le daba a los humanos una ventaja al combatirlos pues los caballos podían moverse más lejos y rápido en los llanos.

Fue de esta forma que los elfos de plata decidieron ayudar a los hombres del valle más que ayudándoles en la batalla. También se hacían de la vista larga cuando los hombres cruzaban sus tierras para llegar al frente de un grupo de incursión orco. Los hombres eran respetuosos del bosque, no cortaban árboles ni ramas y sólo hacían fogatas pequeñas. Habían aprendido mucho tiempo antes que los elfos vigilaban los bosques y no veían bien a cualquiera que pensara cambiar o dañar el bosque encantado.

Este anochecer, T’larin se sentaba ante una gran hoguera y asentía con la cabeza mientras Colfinin, el bardo, contaba la historia de DaMiel la princesa elfo que se enamoró del héroe humano Cardan. La historia era muy antigua y a la gusto de los elfos era muy trágica. T’larin estaba agorada del largo viaje y no estaba de humor para ésta. En la historia, DaMiel era incapaz de resolver su amor por un humano y el desdén de sus iguales. Ella se había quitado la vida lanzándose de las Cataratas del Águila o eso decían las leyendas. La sensación de ruina inminente no abandonaría a T’larin y deseó haber pedido un cuento feliz para esa noche. Realmente estaba feliz cuando Ral–Nir’Thronin se le acercó afanosamente y le susurró que la necesitaban en el paso.

Ral era su compañero constante y guardaespaldas. Anciano incluso para los elfos había estado presente en la fundación de Aslaheim en una época tan remota que la mayoría de los elfos no la recuerdan. Había amado una vez, pero su esposa e hijos habían sido asesinados por orcos durante la primera guerra Orco. Había estado lejos con el ejército ayudando a hombres y enanos y nunca perdonó a las razas menores por eso. Había cambiado después de eso y era considerado cruel y peligroso por todos los que le conocían. Ral parecía amar pocas cosas en el mundo, ni a bosques ni al mar, pero amaba profundamente a T´larin pues era la hija de su mejor amigo.

Cuando T’larin y Ral llegaron al paso, ella encontró a muchos de los vigilantes escondidos y atentamente observando el área abierta a través del río. En la oscuridad las hojas de los árboles ocultaban cualquier movimiento pero los sonidos de la batalla eran muy evidentes. Habían gritos en la lengua común de los hombres y en la lengua animalesca de los orcos. T’larin encordó su arco y lanzó una flecha incluso sin percibir ningún objetivo. Los sonidos del combate se desvanecieron en la oscuridad y todo estuvo repentinamente en silencio. Tras unos minutos sus agudos ojos captaron movimiento en el matorral. Una mujer humana con armadura roja oscura se tambaleó entre los árboles. Sostenía una espada en la mano, rota a unos 10 centímetros de la empuñadura. Su otro brazo lo mantenía al costado, pero T’larin no pudo determinar si lo herido era el costado o el brazo con la insuficiente luz.

Se tambaleó y arrojó la espada, arrastrándose los últimos pasos hasta la orilla del río. La humana hundió la cabeza en el agua fría, y cuando se levantó para respirar observaba justo los ojos de T’larin. T’larin sintió que su respiración se atrancaba en su garganta; los ojos de la chica eran brillantemente verdes. Su cabello era de un rojo intenso; incluso el que se encontraba mojado y tenía una cortada profunda en la frente de la que brotaba sangre. El cabello rojo era desconocido para los elfos, siendo el rubio el predominante en el pueblo del norte y el negro entre los elfos plateados. La distancia no podía superar los 80 pasos, pero T’larin estaba segura de que la mujer no podiía verla; sin embargo sentía como si la chica mirara justa a través suyo. Un movimiento en el matorral tras ella hizo que la mujer moviera la cabeza y rompiera el hechizo.

Cuatro grandes orcos entraron al claro y uno de ellos habló. El lenguaje era vil y bárbaro, pero como la mayoría de los elfos T’larin lo entendió.

"Dije ti, ver ella correr,"

"Sí Grunmesha, poder ser segundo ir a ella", gruño el más grande.

"Verla primero, deberr ir primero yo," respondió el llamado Grunmesha. El más grande le golpeó en la boca y luego giró hacia la mujer. Su mano fue a su costado y extrajo un cuchillo de la andrajosa funda. Si esto molestó a los orcos, no hicieron ninguna señal.

"Pon el cuchillo abajo mujerr, no vamos a herirte, no", gruñó el más grande en común.

"Sí, vamos darte mejor sensación de tu vida", dijo otro y todos rieron.

Los orcos eran una raza prolífica y rapaz. Podían cruzarse con casi todas las razas humanoides, produciendo crías que eran generalmente tan horripilantes y malévolas como ellos mismos. Ocasionalmente el apareamiento producía un hijo que podía pasar por uno de la raza de la madre y estos niños eran altamente valorados por los orcos como espias e infiltrados. Lo cierto es que ninguna mujer obtuvo jamás placer de tal encuentro; los orcos eran brutales y no se preocupaban un ápice por sus víctimas. También eran excepcionalmente grandes y muchas mujeres morían en la experiencia.

La chica parecía insegura de qué hacer, estaba obviamente muy débil como para pelear con cuatro de llos, pero parecía lista para intentarlo. Trató de levantarse, pero cayó de vuelta con un sollozo. Los orcos rieron y la rodearon, pero parecía muy débil incluso para volver a moverse. T’larin estaba dividida entre querer ayudar y exponer a sus pocos arqueros a lo que podría ser una considerable fuerza de orcos. Si hubiera sido un hombre no habría intervenido, si los orcos hubieran ido a matar podría no haberlo hecho, pero cuando el líder empezó a quitarse el asqueroso trapo que vestía su arco pareció actuar por sí mismo. La flecha atravesó la corta distancia con un sonido zumbante para enterrarse en el cuello del orco. Los otros elfos actuaron de acuerdo con su líder y en momentos los cuatro orcos estaban muertos, tan llenos de flechas que parecían inmensos pajarracos. La mujer alzó la mirada débilmente, sus ojos incrédulos y luego se desmayó.

T’larin ya se movía antes que la última nube de flechas encontrara su objetivo. Chapoteó en el río helado y peleo contra la ágil corriente a medida que el agua se agolpaba rápidamente sobre su cintura. Parte de su mente cuestionaba lo que hacía, pero ignoró la pequeña voz y apretó los dientes contra el frío. Salía cuando un pequeño orco entró al claro. La vio en el momento exacto en que ella le vio. Antes de que pudiera incluso pensar, el orco emirió un grito como graznido y corrió de vuelta a los árboles perseguido por un enjambre de flechas.

No había tiempo de pensar ahora; su cuerpo y mente reaccionaban sin pensamiento consciente. Se movió hasta el lado de la humana sólo para encontrarla inconsciente. No era una mujer grande pues las humanas apenas pasaban del metro cincuenta y setenta kilos, pero eso era muy pesado para T’larin que medía casi 1.80 pero pesaba apenas unos cincuenta kilos. T’larin se detuvo y logró colocarse a la mujer en el hombro. Cuando se levantó, vaciló y casi cayó. La vida de vigilante le había hecho fuerte y atlética, pero el peso muerto de la chica era una carga pesada. Se tambaleó hacia el río helado sintiendo que su aliento empezaba a arder en sus pulmones.

Mientras se movía con esfuerzo por el agua sus piernas rápidamente se entumecieron. Una nube de flechas zumbó sobre su cabeza y escuchó gruñidos y aullidos de rabio tras de sí. Una flecha golpeó en el agua cerca a ella, pero la ignoró y siguió luchando contra el agua gélida. Empezaba a vacilar cuando escuchó varios chapoteos tras ella. Los orcos la seguían dentro del río y un miedo frío la llenó. Sintió de repente que una descarga de energía retornaba a sus muslos dormidos. El brote de adrenalina la llevó hasta la orilla, donde depositó de manera poco ceremoniosa el peso de la chica y se giró sobre sus talones. La espada bellamente esculpido que portaba golpeteó contra la funda y se asentó cómodamente en su mano.

El filo era antiguo incluso para su raza. Forjado en la Primera Edad para las Guerras Orco había sido portada por su tatarabuela en la defensa de Aslaheim y por su padre cuando el poder de Kalouth había sido roto. Orcos, trolls y hombres malévolos más allá de la cuenta habían caído ante la furia del filo en el oscuro pasado. El filo brillaba con un frío fuego azul que daba algo de luz en la oscuridad que se agolpaba. Encantamientos habían sido puestos en ella mientras se forjaba. Ninguna otra espada había sido forjada alguna vez con tal habilidad y cuidado y permanecía en el pináculo del arte de la fabricación de armas. La habilidad para hacer espadas como esa se había desvanecido mucho tiempo atrás cuando Dragones y orcos saquearon Midrand y el gran herrero pereció.

Los orcos en la corriente, que habían estado casi en sus talones cuando se dio la vuelta cayeron hacia atrás en pánico. Incluso los siglos no habían disminuido su miedo y aversión por la espada llamada Angrost, la Destructora de Orcos. Los orcos giraron y escaparon tambaleándose uno contra otro y tropezando en la fría agua. Las flechas que los golpeaban desde las sombras los había enardecido, pero al ver la Destructora de Orcos desnuda y resplandeciente reemplazó la ira por el terror. T’larin sonrió al volver enfundar la espada. Ral salió de la sombra de los árboles con una sonrisa en el rostro y un carcaj casi vacío. La orilla opuesta estaba llena de cadáveres y ella se preguntó si eran todos.

"La próxima vez que Milady Capitán decida jugar al héroe espero que nos deje saberlo a sus pobres subalternos. Un carcaj no es suficiente, pareciera, para sacarla de problemas", dijo indicando la única flecha que quedaba en el carcaj. El tono era de reproche, Ral había prometido mantenerla a salvo cuando su padre había consentido en dejarla ir de Aslaheim. T’larin sabía mejor, que ningún elfo odiaba a los orcos con el implacable, intemporal odio que Ral les tenía.

"La próxima vez puedes jugar al héroe y yo daré fuego cubierto" replicó T’larin una vez logró respirar de nuevo.

"Y ¿qué de ella?" dijo Ral empujando el hombro de la mujer con la punta de su bota. Su desdén hacia los humanos era casi tan fuerte como el odio que tenía hacia los orcos. Era todo lo que los hombres esperaban de un elfo, altanero, arrogante y alejado. T’larin entendía sus sentimientos; nunca había tenido mucho contacto con los hombres. Aquellos que había conocido era peludos y salvajes, totalmente irrefinados e insultantemente familiares y obsequiosos, no se podía confiar en ellos. Su hermano había matado un hombre en un duelo por haberla visto cuando era una simple niña. Aprendiendo del episodio, su padre la había mantenido bien lejos de las cámaras de audiencia cuando los hombres iban.

"Llévenla a mi plataforma. Envíen correos a traer carcajs frescos y doblen la guardia aquí esta noche. Los orcos se están armando de valor si pretenden vencernos en el paso. Todos estos sucesos me dan una mala sensación".

"La he sentido también. Hay algo en el viento, en la punta de la lengua de los animales del bosque, pero no puedo aún escuchar sus palabras"

"Ral, siento que un gran mal se acerca. Envía correos a Silverwood y llama a la guardia. Llama a todos los guardias y vigila el paso con especial cuidado".

"¿Has tenido una visión T’larin?"

"No, no tengo el don de prever como mi madre, es simplemente una sensación que me inquieta tanto que tengo que obedecerle".

"¿Debemos atender las heridas de ésta?"

"No, la atenderé, es mi problema", dijo T’larin rápidamente. Cuando el elfo mayor la vio cuestionándola, ella sonrió, "Mi justa recompensa por jugar al héroe".

**********

T’larin estaba agotada al subir la escalera que la llevaría a la plataforma que funcionaba como su hogar. Había visto a la niña transportada en una litera y se había quedado con sus hombres hasta que la segunda guardia llegó con flechas y ojos frescos. La caminata apresurada hasta su campamento pareció durar eternamente y se halló preocupada por la chica incluso aunque no encontró una razón de porqué.