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Una noche con Ana, la de lindos pies

en Fetichismo

Hola a todos, amantes de los pies femeninos, les quedé debiendo como terminó mi aventura con Ana, la principal protagonista de Seis pies y 30 deditos 1 y 2, de esta misma categoría.

La pasé a buscar el jueves como habíamos quedado. Estaba muy elegante y sensual. Vestido turquesa con cuello volcado y sin mangas, bien pegadito al cuerpo y largo por sobre las rodillas, una carterita celeste y sandalias con una sola tirita sobre el nacimiento de los deditos, que los dejaba libres para unos labios y lengua ansiosos. Las sandalias tenían una pulsera de tiritas anudada sobre el tobillo para sostener el talón, lucía anillos plateados en los deditos medios y anulares de cada pie, y una pulserita del mismo tono en el tobillo derecho, tenía las uñas de los piecitos pintadas de celeste cremoso. Pulsera en la muñeca y una cadenita al cuello, con un pequeño delfín, todo haciendo juego. El corto cabello rubio ceniza ondulado y recogido a un lado con un moño turquesa de la misma tela que el vestido.

En definitiva una chica muy atrayente para cualquier hombre, fetichista o no.

Me desplegó una sonrisa espectacular, la tomé del hombro derecho y le besé levemente los labios, me aparté tomándola de las manos y le dije que estaba arrebatadoramente bonita. Sonrió seductoramente y dio una vuelta sobre sí misma. Estaba bellísima. No era una mujer exageradamente hermosa como Belén, sino seductora, linda y de muy buen cuerpo, para los 41 años que me confesó. Caderas estrechas pero redondeadas, cintura esbelta y pechos no muy grandes, pero firmes todavía y con pezones enhiestos bajo la tela del vestido, por el fresco del anochecer. No hice ningún comentario sobre sus pies, pues quería hacerla disfrutar de una salida como mujer, a todas luces enamorada.

Fuimos a tomar un refresco, ninguno quiso tomar alcohol antes de ir a cenar, nos sentamos frente a frente y la tomé de la mano, de dedos largos y delgados y las uñas pintadas de celeste, como sus adorables pies. Me contó la historia de su vida, bastante triste por cierto, ya que era prisionera, casi, de su trabajo y no podía sustraerse, era plata fácil.

Me dijo, sin embargo, que estaba disfrutando mucho conmigo, ya que era la primera vez que la trataban como una mujer y que nunca había sentido algo así, tan fuerte, por un hombre con el que había tenido tan solo dos relaciones prostituta - cliente. Yo le dije que para mí era una hermosa mujer, y de la que iba a disfrutar de su compañía.

Fuimos a cenar, y ella sentada frente a mí, cruzó las piernas bajo la mesa, y varias veces me tocó mi pantorilla con la punta de sus deditos, yo le sonreí, pero no dije nada. Ella estaba feliz.

Después de cenar, salimos a caminar como una pareja de enamorados y nos besamos varias veces en un plaza, nos sentamos en un banco y ella apoyó la cabeza sobre mi hombro. Yo no quería arruinar la noche de ella con sexo, pero ella me dijo de pronto:

- Quiero hacer el amor con vos, quiero que me hagas el amor, no que me cojas, quiero que me ames, porque yo te amo...

- Ana, amor, esta noche es tuya y mía, no necesito de sexo, estoy muy feliz y bien así...

- Pero yo quiero que me hagas el amor, soy tu enamorada y lo necesito, hace tanto que nadie me hace el amor...

Fuimos a mi hotel, hablé en un aparte con el conserje y subimos con Ana a mi habitación. Allí ella arrojó la carterita sobre la cama, me echó los brazos al cuello y me empezó a mordisquear el labio inferior, mientras se apretaba contra mi cuerpo. Empezó a ondular su cintura, frotando con su pubis mi entrepierna. Mi miembro respondió enseguida, pues era una situación muy erótica y sensual, a pesar que sus pies estaban lejos. Me besó cada vez con más pasión y apretó sus senos contra mi pecho, yo me tomé fuertemente de sus redondas nalgas y la apoyé contra mi miembro, ella se levantó el vestido y se montó sobre mi cintura, cruzando los tobillos a mi espalda. Sentí su calentura contra mi pantalón y mi pene muy duro por esta situación tan sensualmente erótica.

Ana se bajó de mi cintura, se dio vuelta y apoyó sus nalgas contra mi miembro, llevando mis manos a sus pechos, con los pezones paraditos y sobresaliendo de la tela. Con las manos libres, trabajó un poco con el cierre de mi pantalón y metió una suave mano, sacando mi durísimo palo afuera, se levantó el vestido y metió la cabeza de mi pene entre la tela de su tanga y el canalcito de sus nalgas, apretándome y moviéndose atrás, adelante y en círculos.

La verdad, es que era toda una experta y me gustaba muchísimo lo que me hacía, siguió por unos minutos con ese cadencia. Luego se giró hasta quedar frente a mí y me tomó el miembro con una mano y empezó a acariciarlo suavemente desde arriba hasta abajo. Yo metí la mano bajo su falda y la deslicé dentro de la tanguita, tocando una húmeda y cálida rajita, lo que hizo que Ana se estremeciera de pies a cabeza. Me mordió los labios con fuerza y me empezó a chupar la lengua hasta hacerme doler, luego me lamió el cuello y me empezó a desabotonar la camisa, me la sacó y yo le quité el vestido por sobre la cabeza. Tenía una fina lencería azul de encaje transparente, saqué uno de sus bien formados pechos y me prendí al pezón con mi lengua y mis labios, aquello la volvió una gimiente mujer excitada como pocas veces ví. Me lamía el pecho y el cuello, me metía sus pezones en la boca y los volvía a sacar, me sacudía con fuerza el miembro hasta casi hacerme estallar. Yo pensaba en sus hermosos pies en mi boca pero no quise arruinar aquel momento que ella necesitaba más que yo.

De repente me soltó, se sentó en la cama, levantó las piernas y gimió como una gata, diciéndome:

- Descalzame y chupame los deditos

Quise protestar, pero ella dijo:

- Silencio, corazón, somos novios, vos sos fetichista de los pies, me lo contaste la primera vez que salimos y desde entonces siempre me chupás los pies cuando hacemos el amor, porque a mí también me calienta.

No me hice rogar más y seguí con el juego. Tomé por el tobillo un delicioso piecito y empecé a lamer uno por uno los deditos hermosos con las delicadas uñas pintadas de celeste, estaba super caliente y mi miembro, esta vez, ya reventaba. Me latían las sienes y estaba tan sensible que si me tocaba con sus pies se los bañaba de semen ahí mismo. Ella gemía y se estiraba sobre la cama con cada arremetida de mi lengua en el espacio que hay entre cada dedito, me detenía a chupar cada dedo como si quisiera arrancarle la piel, le lamía las plantas desde el nacimiento de los dedos hasat el talón, mordisqueando la parte gordita y carnosa de detrás del dedito más grande. Ella estaba cada vez más y más excitada y se pasaba las manos por los pechos el vientre y la rajita.

Le solté los pies para no acabar y poniéndole a un lado la bombachita enterré mis labios y mi lengua en su húmeda vulva. Mordisqueé entre mis labios sus labios vaginales e hice girar mi lengua sobre su pequeño clítoris. Lamía toda la extensión de su vulva, desde la partecita que termina cerca del ano, hasta llegar al clítoris, donde lo chupaba suavemente y le daba besos húmedos. Ana se revolvía en la cama y me tomaba la cabeza hasta casi enterrármela en su interior. Sentí sus talones suaves en mi espalda, hasta que ella reventó en un orgasmo que la hizo gritar como un animal herido, y casi me asfixió apretándome la cabeza con sus muslos divinos. Cuando me soltó me quedé arrodillado al borde de la cama, creo que más feliz que ella. Cuando recuperó el aliento, me dijo que nunca se acordaba de haber gozado así. Alguna vez en una salida esporádica, pero un orgasmo pobre y apenas presente, pero nunca en sexo por amor y con alguien que le diera placer tan desinteresadamente como yo.

Se tiró encima mío, hasta que caímos acostados sobre la alfombra y me comió a besos la cara, los labios, mi cuello. La di vuelta sobre la alfombra y le dije:

- Te quiero hacer el amor, amor...

Esa es la gran ventaja de las mujeres, en un santiámen están listas otra vez, mientras que los pobres machos de la especie, debemos esperar 20 minutos, en el mejor de los casos, y con menos de veinte años.

Ella se arrodilló a mi lado, me sacó los pantalones, la ropa interior, las medias y me besó los pies...y volvió a acostarse sobre mí

La di vuelta de espaldas nuevamente y se la quise introducir de un sólo golpe, fallé, por lo mojada que estaba su vagina, ella metió una mano entre sus piernas y las mías y condujo al pequeño bate de béisbol en que se había convertido mi pene a su interior. Yo no puedo acabar si no es con los pies de una mujer, lo que me convierte en un amante excelente, ya que conservo bastante tiempo la erección, esperando que me toque a mí. Monté a mi amante y empecé a moverme con fuerza, empujando como si quisiera atravesarla con una espada, ella respondió a mis empujones y en poco tiempo se tensó como un arco bajo mi cuerpo y explotó en otro fenomenal orgasmo. Se desmadejó en mis brazos y respiró hasta recuperar el ritmo de respiración normal.

De repente me miró, parpadeó felinamente y me dijo:

- Ahora te toca a vos, precioso, vamos a empezar con los pies, ¡¡pero como que me llamo Ana Luz que vas a acabar como un tipo normal!!

Y uniendo la acción a la palabra me puso boca arriba, ella se puso a mi lado y me empezó a masturbar con esos maravillosos deditos con la delicadas uñas celestes. Cada yemita que tocaba mi miembro, yendo hacia arriba y hacia abajo me provocaba espasmos y oleadas de placer. Cuando calculó que ya estaba por venirme, retiró sus piececitos, me metió con violencia cinco deditos de un pie en la boca y me dijo que los chupara, mientras ella se introdujo mi miembro en la boca y empezó a recorrerlo con labios y lengua desde arriba hasta abajo. Se quedaba un rato en la cabeza, chupándola con fuerza y succionando casi hasta hacerme doler, pero dejándome una sensación de placer que no terminaba nunca. Me recorría toda la longitud desde arriba, por delante hasta el pubis, envolviendo el tronco con la lengua y volvía hasta la cabeza y allí bajaba con los labios entreabiertos rozando el pene hasta los testículos, los que me lamía con fuerza y mucha habilidad.

Yo mientras tanto lamía, chupaba y mordía aquellos pies preciosos y esos deditos tan hábiles, y cosa extraña, la combinación de su boca y de sus pies me empezaron a llevar, por primera vez en mi vida, al borde de la sensación conocida de un orgasmo de los fenomenales, sin tener mi pene entre los deditos de un pie femenino, sino dentro una boca ávida y sensual que sabía muy bien que lamer, que chupar, que mordisquear, mientras una mano dulce y profesional me sobaba los testículos hasta que ¡al fin!, llegó desde el fondo de las entrañas un orgasmo que me hizo gemir de placer, mientras Ana chupaba y chupaba mi miembro para exprimir hasta la última gota, que se tragó para homenaje de amor a mi persona, y no paró de chupar hasta que mi pene se derrumbó entre sus hermosos labios.

Luego se acostó al lado mío, mientras colocaba una pierna sobre las mías y me acariciaba el pecho.

- ¿Esto es el amor? ¿Así se disfruta cuando es por amor?. Es más placentero que lo que alguna vez me imaginé, dijo Ana Luz con los ojitos llenos de lágrimas.

Yo la abracé y le dije que sí, que así era, si ella lo había sentido, y que yo sentía una sensación de inmensa ternura y que creía estarme enamorando también.

Nos subimos a la cama, desnudos, nos abrazamos enamorados y felices y nos quedamos dormidos...

deditos