Esencialmente fracasado.
La única herencia que he recibido hasta el momento es la de odiar dos cosas en
esta vida: la verdura y despertar un sábado con el sonido de un teléfono
aporreándote el tímpano. La de veces que le oí decir a mi padre que la verdura
es sólo para las mujeres que desean perder peso y que los sábados se pasan en
cama hasta que algún hijo de puta decide despertarte.
Yo pensaba algo parecido, excepto cuando quien me despertaba con una llamada de
teléfono era Esther.
- Hola, Esther.
- ¿Sabes lo de la tienda que han abierto en el barrio? - me soltó a bocajarro,
con voz entre nerviosa e ilusionada.
- Sí, todo me va fenomenal; sigo siendo tan encantador como siempre y el trabajo
me va de maravilla. Mis padres bien, gracias. Ah, y a mi perro Suker ya le han
quitado las pulgas. De mis jaquecas mejor no hablamos.
- Jajá jajá, ¿lo sabes o no?
- No, asquerosa, no sé de qué tienda me hablas. No será ese tugurio que sólo
abre a partir de las doce de la noche, ¿no?
- ¿No te has enterado?... Ábreme la puerta que me vas a invitar a un café.
Esther es así.
Los dos residimos en el barrio de Lava píes y más concretamente en el mismo
edificio. Vivimos puerta con puerta desde hace dos años pero muchas de nuestras
charlas las mantenemos por teléfono. Ella desde su casa y yo en la mía, claro.
Mi apartamento es igual de pequeño, viejo e incómodo que el suyo, aunque el mío
suele tener menos ropa tirada por el suelo y un número parecido de platos sin
fregar en la cocina. Obviamente no era necesario aparentar nada.
Esther pasó directamente al salón; allí tomó asiento, puso los pies sobre la
mesa, se encendió uno de mis cigarrillos y reclamó su café con leche.
La confianza es así de asquerosa.
LECTOR: Lo realmente asqueroso es lo pretencioso que quieres ser. Haz el
favor de meter ya algo de sexo; esto es un foro de relatos eróticos, no el
dominical de un periódico.
AUTOR: Bueno... Es que como siempre dicen que hay que ir ambientando el relato y
esas cosas...
LECTOR: Mariconadas que se dicen para quedar de entendidos. Dale al sexo, que es
lo que toca.
AUTOR: Doyle...
Me senté a su lado, deleitándome, una vez más, con el cuerpo que desde hacía dos
años amaba y deseaba en silencio. Su perversa sonrisa era religión para mí; sus
carnosos labios, mi ruina; la turgencia de sus pechos, firmes y prietos, mi
soñado destino; y la redondez de sus nalgas, el camino por donde deseaba
perderme desde que nos cruzamos en las escaleras del bloque hace dos primaveras.
Poco a poco, aunque sin querer serlo, me convertí en ese amigo "especial" que
todas mujeres desean tener; aquel hombre al que hablar como a una mujer; al que
no esconderle nada y con quien sentirse en calma y no en guardia. Es decir...
Aquel hombre que representa la figura del hermano perfecto; hermano perfecto que
no existe y que desde luego yo no pretendía ser.
LECTOR: ¿Tú eres tonto o eres tonto?
AUTOR: ¿Perdón?
LECTOR: Que metas sexo ya, ¿o éste es uno de esos relatos de impecable factura
pero que aburre hasta a los muertos?
AUTOR: Trato de meter al lector en la historia, sólo eso.
LECTOR: El lector soy yo, déjate de parafernalias y vamos al lío.
AUTOR: Está bien, allá voy.
Esther llevaba una camiseta negra demasiado ajustada para mi salud mental, una
camiseta que ensalzaba y reunía su busto de una manera muy sensual, haciendo que
sus dos tetas pareciesen Una, Grande y Oprimida.
Mientras permanecía absorto, una vez más y para variar, Esther reclamó toda mi
atención y, dejando la taza de café sobre la mesa y uniendo sus manos a las
mías, dijo entusiasmada:
- Pues eso, que te cuento lo de la tienda esa que han abierto... Verás, al
parecer es una tienda en la que venden polvitos de cosas raras...
- Paso de drogas - interrumpí haciéndome el gracioso, o al menos intentándolo,
una vez más.
- Calla, tonto - dijo ella tapándome la boca con sus manos, lo que aproveché
para morder dos de sus dedos en un intento de inútil defensa.
Fue inevitable endulzarme con su olor y sabor, ligeramente perfumados y suaves
como el mejor de los caramelos.
LECTOR: ¿Eres gay, verdad?
AUTOR: No... ¿Por qué?
LECTOR: Por nada, por nada... Sigue, anda majo.
Finalizada la contienda, Esther continuó con su comentario.
LECTOR: ¿Seguro?
AUTOR: Seguro, ¿qué?
LECTOR: Lo de que no rajuñias el paquete...
AUTOR: ¿Cómo?
LECTOR: Nada, hombre, nada.... Sigue.
- Bueno... pues eso, que en la tienda venden unos polvitos, una especie de
esencia de sentimientos - dijo ella.
- ¿Esencia de sentimientos?
- Sí; por ejemplo, esencia de ira, de pasión, de tristeza, de odio o de alegría.
Por lo que he oído, quien consuma esos polvitos sufrirá sus consecuencias
durante unas horas. De ese modo, si por ejemplo deseas sentir una pasión
irrefrenable o hacer que una persona a la que detestas entristezca durante un
día, bastará con que consumas o hagas consumir a esa persona la esencia indicada
a tales efectos.
- ¿Y quién se cree eso? dije, mostrando abiertamente mi incredulidad.
- Tú siempre tan escéptico...
- Ya sabes que no creo en esas cosas, ni en videntes ni en extraterrestres ni en
magias negras y demás polladas. Y en esto que me cuentas ya ni te cuento; suena
al típico timo de la estampita, porque seguro que encima los polvitos te cuestan
un ojo de la cara.
En ese preciso instante a Esther le sonó su inseparable móvil.
- ¡Ups! Mensaje de Carlos; voy a darme una duchita que me invita al cine. De hoy
no pasa... Quiero spam ! esa polla y de hoy no pasa sin que me la lleve a la
boca, jajaja.
- No sé como te gusta tanto ese tío; tiene cara de polla y además cerebralmente
hablando es menos atractivo que un saltamontes.
- Y tú un celoson. Venga, que me voy; esta noche te cuento con todo detalle el
sabor de sus bajos.
Dicho esto, me dio un besito en los labios y salió por la puerta. Eso es lo
máximo que había conseguido de ella, besitos en los labios y que me usara como
confidente de sus noches locas.
Así son las cosas.
LECTOR: No, majo, las cosas no son así. Lo que tienes que hacer es follarte a
esa guarra, ¿No ves que te utiliza?... Y ya de paso metes en el relatito de los
cojones algo de sexo, que a estas alturas de la película tengo una polla que,
más que polla, parece un gusano retráctil.
AUTOR: Es que cuando escribes un relato siempre dicen que hay que describir a
los personajes, ambientar las situaciones y hacer que el lector se meta en la
historia.
LECTOR: ¿Quién dice eso?
AUTOR: Pues... Los entendidos...
LECTOR: Ahhhh... Los entendidos... Claro, el club de los poetas muertos, ¿no?
Haz el favor de dejarte de preámbulos y ponlos a copular como vulgares
mandriles. Hazme caso, yo soy la voz del pueblo.
AUTOR: Bueno... Lo intentaré...
Con la marcha de Esther el clima cambió; el meteorológico y el mío, los dos.
Dejó de llover y decidí sacar de paseo a mi perro, un caniche enano de color
negro al que adoro.
Suker olisqueó todas las farolas en busca de una en la que vaciar su vejiga
mientras yo me castigaba recreando la imponente imagen de Esther en mi cabeza. Y
así, paseando por la calle "Sombrerete", fue como me encontré de bruces con la
tienda de la que mi vecina me había hablado.
"Esencias de odio y amor". Curioso nombre tenía la tienda. Nombre que, además,
parecía tener un efecto devastador entre la posible clientela ya que se
encontraba completamente vacía.
Después de unas dudas pensé que nada malo pasaría por echar un vistazo y
satisfacer mi curiosidad. Di un par de repasos a ambos lados de la calle,
cerciorándome así que nadie me viese entrar, y pasé el umbral de la puerta tras
dejar a Suker atado a un árbol.
La tienda estaba en una penumbra absoluta. Medio escondida tras el mostrador,
una mujer sexagenaria me dio las buenas tardes.
- Hola, joven. ¿Desea usted algo? - preguntó amablemente la anciana.
- Bueno, no... Estoy echando un vistazo, no se moleste.
- Usted tiene mal de amores, ¿verdad?
Me pregunté miles de cosas, entre ellas, cómo era posible que esa anciana
desconocida supiese de ese mal que me afectaba en silencio desde hacía ya dos
años.
- ¿Mal de amores? ¿A qué se refiere, señora?- dije extrañado y algo molesto.
- No le dé vergüenza, joven. Sus ojos hablan lo que su boca calla.
Aquello empezaba a incomodarme.
- Bueno... Algo de razón tiene, sí. Y seguro que ahora me dirá que usted tiene
el remedio que curará todos mis males, ¿verdad?
- No todos. Sólo su mal de amor y tan sólo durante unas horas.
- Ya... ¿Y eso en qué se traduce?
- Esencia de pasión; eso es lo que usted necesita para conquistar a esa mujer
que tan mal le causa me contestó ella con un tono solemne.
- No... Me refiero al precio, señora.
- ¿Acaso tiene alguna importancia eso? ¿Va a poner usted precio a su corazón,
joven?
- ¿Esto es suficiente? - dije poniendo sobre la mesa un billete de cincuenta
euros.
- ¿Tan poco valora a esa muchacha?
- Está bien, tome - dije a regañadientes poniendo otro billete más.
- Debo advertirle de una cosa... Esta esencia no garantiza el éxito de su
conquista; pero si esa mujer tiene adormilado algún sentimiento por usted, caerá
rendida. Estoy segura de que no se arrepentirá y de que mañana volveré a verle
por aquí.
- No le quepa duda.
Así son los negocios.
LECTOR: Casi que me voy a dar un garbeo y, cuando dejes el estilo "Gala",
vuelvo.
AUTOR: Oye, empiezas a tocarme un poco los cojones, ¿sabes?
LECTOR: Ohhh... ¿El autor se molesta? Disculpe mis modales, caballero... Puede
usted proseguir con su fina pluma.
De camino a casa empecé a arrepentirme de tan estúpida compra; estúpida y cara.
Esos cien euros los tenía reservados para momentos de apuro aunque, pensándolo
bien, mi situación sexual era, más que apurada, desesperada. Por tanto, me dije
a mí mismo que lo que había hecho era una inversión y no una simple compra.
Aquella tarde se me pasó volando.
Mientras observaba el frasco de la esencia con detenimiento, intentando entender
lo inexplicable de su magia, un mensaje de Esther a mi móvil me avisó que venía
de camino.
Eché un rápido vistazo a la nevera y, al ver su desolador aspecto, marqué el
teléfono de una conocida pizzería de la zona. A Esther le gustaba la pizza y a
mi economía, más. Esa era una buena elección para ambos. Incluso a mi perro le
pareció una buena idea.
Quince minutos más tarde llegó Esther y segundos después la pizza de cuatro
quesos que íbamos a cenar.
- Traigo un hambre que me lo como todo - dijo Esther mientras se quitaba el
jersey.
- Eso es que no has comido bien o que la comida era deficiente - dije con ganas
de averiguar lo que había ocurrido entre ella y el imbécil de Carlos.
- No creas; en lo que a ese tema se refiere estoy servida, jajaja. me contestó
riéndose.
LECTOR: Qué... ¿Cómo va la telenovela?
AUTOR: Que te jodan.
LECTOR: Psss...
- Me voy a poner cómoda. Hace mucho calor aquí, ¿no?
- Muchísimo, creo que lo mejor es que cenes como dios te trajo al mundo -
bromeé.
Mientras engullíamos las porciones de pizza, milimétricamente cortadas por
Esther, comencé el interrogatorio:
- Bueno... Y... ¿cómo fue con él?
- Te he mentido... La verdad es que no tan bien como te he dicho - dijo con tono
pesaroso.
Una delatora sonrisa apareció en mi rostro.
- Cuéntame, cielo adopté ese papel de amigo escucha problemas que ella tanto
valoraba en mí para obtener la información que deseaba.
- Estuvimos en el cine y... bien. Bueno, no. Mal. Se empeñó en ver la última de
Santiago Segura y tú ya sabes lo mucho que me repatea ese tipo. Luego, ya en el
cine, mejor, sobre todo cuando se decidió a hacerme más caso que a la película.
Aunque me costó lo mío; me pasé la primera media hora ofreciéndome como una
perra en celo. Cada dos minutos me cambiaba de postura, cruzaba mis piernas, las
abría, ladeaba mi cabeza y todo lo que se te pueda llegar a ocurrir...
- Y el tío embobado con la película, ¿no?
- Sí, hasta que de embobado pasó a encoñado me respondió orgullosa.
- ¿Y cómo fue eso?
- Artes de mujer. Cogí su mano y la puse en mi pecho; supongo que cuando notó la
hinchazón de mis pezones despertó de su letargo peliculero.
- Joder... Allí delante de todos, ¿hiciste eso?
- No había mucha gente cerca; lo que había eran ganas de sentirme tocada, así
que después de provocar que me rozase los pezones... pasé al ataque...
Mientras hablaba, Esther fue relajándose y acomodándose en el suelo; se dejó
caer levemente apoyando su espalda sobre unos cojines y, nerviosa como estaba
por contarme sus cosas, como tantas y tantas otras veces, comenzó a descuidar su
pose. Llevaba una minifalda vaquera con unas medias negras diseñadas para hacer
sufrir, lo que, unido al vaivén de sus piernas, permitió que en varias ocasiones
pudiese ver con total nitidez las bragas azules que cubrían su sexo. Me las
imaginé aún mojadas, sucias de sexo y eso hizo que el mío empezase a crecer
entre mis pantalones.
LECTOR: Vaya, vaya... Te ha costado, ¿eh, majo?
AUTOR: Oye, eres un poco maricon, ¿no?
LECTOR: El coñazo ha sido leerte durante diez largos minutos, chato.
AUTOR: Hay que joderse; miles de relatos en Internet y vienes a tocarme los
cojones justo a mí.
LECTOR: Prosiga, caballero, y no se me desconcentre.
- Ajá... Sigue dije, intentando mostrar interés y a la vez ocultar mi
excitación.
- Te cojo un cigarro - dijo haciendo un escorzo con su cuerpo, y bendito
escorzo, porque gracias a él abrió sus piernas dejando que mis ojos se clavaran
entre ellas.
- Claro...
- Bueno... Pues eso; yo estaba como una moto, así que cuando conseguí que sus
manos pusieran a tono mis tetas, separé las piernas... En plan morbo total,
así...
Dicho esto, Esther simuló el movimiento que hizo en el cine; lentamente fue
separando sus piernas hasta dejarlas completamente abiertas. Aquello era
demasiado.
Así juega conmigo Esther.
- Y él por fin captó mis intenciones; dejó caer una de sus manos y la metió
entre mis piernas. Las cerré y dejé que me hiciese de todo.
- De todo... ¿de todo?
- Sí, de todo lo que hubiese querido hacerme, porque no veas cómo estaba yo...
Estuvo un rato tocándome por encima de las bragas... Ahí, ya sabes, en el
botoncito... Y empecé a mojarme como una loca...
- Te creo, te creo... Cómo no iba a creerla si sólo recreando la escena en mi
mente yo me estaba poniendo cardíaco.
- Hasta que apartó las bragas a un lado, me metió un dedo, y luego otro, y luego
creo que otro porque más que dedos me parecían dos pollas lo que tenía dentro.
- Joder, guapa. Me estás poniendo cachondón perdido, jajaja dije, ya
completamente excitado, pero intentando darle un tono jocoso.
- ¡No seas guarro!... ¿Sigo?
- ¡Por tu madre!
- La verdad es que el cabrón sabía mover los dedos, así que quise recompensarle
con una de mis espléndidas pajas. Además, todos los tíos sois iguales, a todos
os gusta al principio despacito y luego apretarla mucho y moverla de arriba
abajo muy rápido, cuanto más rápido y fuerte mejor, ¿o no? dijo, moviendo a la
vez la mano como simulando que hacía una paja.
- Bueno... Sí. no sé ni lo que contesté; en mi cabeza sólo veía mi polla como
protagonista de esa paja ficticia.
- Le bajé la bragueta y se la saqué. La verdad es que tiene una buena polla; no
es muy larga pero es súper gorda, llena de venas, y aquello parecía que iba a
explotar. Empecé a movérsela lentamente pero apretando bastante. Me di cuenta de
que le gustaba cómo se lo hacía por sus caras; gesticulaba un montón, como
intentando reprimir algún gemido, y con eso lo único que consiguió fue excitarme
aún más a mí. Me pone muchísimo ver las caras que ponéis cuando os hacen una
paja y yo sé que lo hago bien; me gusta hacerlo y cuando algo te gusta, siempre
sale mejor, ¿no crees? - me interrogó.
-Sí... Eso ayuda, desde luego.
-Me imaginaba allí mismo montándole, subiéndome encima de él y dejándome caer
sobre ese pedazo de carne. Me lo hubiese follado allí mismo, delante de todo el
mundo... Su polla estaba muy caliente y gorda. Me quemaba entre las manos, te lo
juro.... Dios, estaba completamente empapada, de verdad.
- Supongo que él estaba alucinando, claro - dije resignado.
- Supongo; aunque alucinada me quedé yo cuando se derramó en mis manos. El muy
gilipollas se corrió a los dos minutos... Y entonces retiró su mano de mis
bragas, dejándome perdida y a medias. Así que ya ves el panorama...
- Vaya, no sé si decirte que lo siento o reírme un rato...
- Creo que lo más sensato en estos casos es reírse un rato, jajaja.
LECTOR: Mientras te ríes ese rato, iré a por un papel y un bolígrafo para
apuntar el teléfono de Esther... Creo que ese será el mejor recuerdo que me
quede de tu relato.
AUTOR: Pesadito... ¿Eh?
LECTOR: A que no pongo ningún comentario a tu relato y dejo que se hunda en las
últimas páginas...
AUTOR: ¿Te importaría dejarme tranquilito? No queda mucho ya....
LECTOR: Leer eso es todo un alivio; sigue, campeón.
- Gracias por soportar mis historietas, eres un tío cojonudo, Dani - dijo ella
fundiéndose en un abrazo conmigo.
- Creo que ahora lo que necesitas es un buen café con leche... no era una
respuesta adecuada a esa demostración de cariño que acababa de regalarme, pero
en ese momento necesitaba deshacer el abrazo.
- Gracias, guapo; te robo otro cigarro.
Estaba excitado por la historia que Esther me acababa de contar y también lo
estaba por haber visto sus bragas. Pero también estaba jodido, molesto por ser
el oyente de sus ligues y no el protagonista. Fue entonces cuando al preparar el
café, me acordé de la esencia...
¿Qué podía perder? Cien euros, pero esos seguro que ya no iban a volver, así que
vertí un poco de la esencia en su café y, después de removerlo con la cucharilla
durante más de un minuto, lo examiné para ver si su aspecto resultaba
sospechoso.
LECTOR: ¿Permite usted?
AUTOR: ¿Qué pasa ahora?
LECTOR: Ya que te la juegas, échale toda la esencia. Si funciona que sea con
fuerza.
AUTOR: ¿No quedará un poco irreal si se pone como una mona en celo? Siempre
dicen que los relatos deben ser creíbles...
LECTOR: Tonterías.
Después de unos segundos, volqué todo el frasquito en su café; si aquello
funcionaba, que fuese con fuerza.
LECTOR: Buen chico.
Así de duro es escribir relatos.
Cuando regresé al salón, Esther se encontraba tumbada en el sofá. Con un gesto
me indicó dónde debía sentarme y así lo hice. Me temblaba todo cuando dio el
primer sorbo. La miré fijamente, esperando alguna señal que no parecía llegar.
- Qué rico, te voy a contratar como cafetero particular - dijo llevando
nuevamente la taza a sus labios.
- ¿Pagas bien o en carne? pregunté, pellizcándole el brazo.
- Uffff... Qué calor me ha entrado de repente, joder.
La verdad es que las mejillas de Esther se volvieron rojizas en un segundo;
incluso creí adivinar finas gotas, casi invisibles, de un ligero sudor que
comenzaba a brotar por los alrededores de su pecho.
- Si quieres abro la ventana; se te está poniendo mala cara.
- Sí, por favor... Me estoy asando por dentro dijo, mordisqueando sus labios.
Entonces lo supe; la esencia funcionaba, y de qué manera además. Allí estaba
Esther, sufriendo delante de mis narices un repentino calentón que la abrasaba
por dentro.
Realmente no hacía ni gota de calor; aún así abrí la ventana de par en par y una
ligera brisa hizo acto de presencia.
Cuando me giré para volver a mi sitio, me encontré a Esther con la boca abierta,
paseando su lengua en busca de un aire que mitigase su calor.
- No sé qué me ocurre, de verdad. Nunca me había encontrado así, Dani. Estoy
rara...
- Tranquila, debe de ser una subida de tensión por el café. - Me senté a su lado
y traté de calmarla acariciando sus manos.
Esther tomó las mías, las llevó hacia su pecho y, posándolas sobre ellos, dijo:
- ¿Notas lo agitado de mi respiración?
Allí, con mis manos en sus pechos, acerté a decir:
- Sí... Sí lo noto... Sí...
- Qué cosa más rara... Bueno... Y tú, ¿qué? Nunca me cuentas tus cosas; dime,
¿cuánto hace que no follas?
Aquello me dejó medio helado. Cierto es que teníamos confianza, pero aquella
pregunta tan directa me descolocó un poco.
- Pufff... Si te soy sincero, ni me acuerdo.
- No seas tonto, seguro que te follas a más de una. Eres muy sensible y eso a
las chicas nos encanta... Y además... No estás nada mal.
En esos momentos amé a la anciana sexagenaria vendedora de esencias.
LECTOR: Otra vez lo vas a hacer, ¿verdad?
AUTOR: ¿A qué te refieres?
LECTOR: A tirar el preámbulo barato antes del coito.
AUTOR: Es que...
LECTOR: Ya, ya.... Lo de ambientar.... Pues eso, ambienta, hijo, ambienta...
Sin duda la esencia había surtido efecto; tenía a mi deseada vecina a punto de
caramelo. Era momento de pasar a la acción.
- La verdad es que sí que hace calor, ¿eh?
LECTOR: Sí, Señor. A eso le llamo yo acción directa...
AUTOR: Vete a hacerte cojer.
LECTOR: Detrás de usted....
- Mucho me contestó Esther, dándome la razón - Mira... estoy sudando.
Al decir esto, llevó mi mano a su cara e hizo que recorriese sus sonrosadas
mejillas; mis dedos dibujaron su sonrisa y, cuando Esther entreabrió su boca,
acabaron hundiéndose en ella. Su saliva humedeció la yema de mis dedos
lentamente, y poco a poco, haciendo que me desesperase, fue cerrando sus labios
y atrapándome en el interior de su boca.
- ¿Te gusta que te haga esto... Daniel?
- Me encanta... Esther...
- Mira... Te voy a llevar por todos los lugares que me queman ahora mismo...
Dejé que sus manos guiasen las mías; primero descendieron por su cuello,
ligeramente sudoroso y con unas venas que se marcaban más de lo habitual. En ese
momento hice un amago de lanzarme directamente a por la boca de Esther, pero me
detuvo en seco.
- Todo a su tiempo su comentario abortó mis intenciones, aunque me sonó
verdaderamente esperanzador.
Poco a poco fui saboreando con mis dedos cada una de las deliciosas curvas de mi
amiga. Sus seños, más firmes y apetecibles que nunca, fueron amasados con
desenfreno. Dejando un reguero de vicio en sus pezones, Esther hizo que me
despidiese de ellos para que su vientre me diera la bienvenida más apetecible
que nunca antes me había dado nada ni nadie. Hundió su tripita, provocando así
que la cinturilla de sus braguitas dejase de rozar su piel, e invitándome con
tan sensual gesto a adentrarme en su cueva.
Lentamente desnudé el sexo de Esther. Descubierto de esa tela azul, pude
estudiar con detenimiento los pliegues de sus labios, mojados y carnosos,
invitadores y perversos. Su clítoris, ligeramente hinchado, sobresalía
dulcemente de entre los labios. Tras unos segundos en los que los dos
permanecimos quietos y callados, nos desnudamos apresuradamente. Me deslicé
sobre el sofá hasta que nuestros cuerpos quedaron pegados. Ella, en otro acto de
vanidad, sabiéndose la mujer más deseada del mundo, separó sus piernas
lentamente, ofreciéndome así un manjar delicioso y listo para comer.
Mis dedos se empaparon de ella y sin dejar de mirarnos a los ojos, introduje el
primero en su sexo. Justo cuando iba a iniciar un mete-saca, Esther me detuvo
nuevamente.
- Quieto... Déjalo quieto, ya me muevo yo...
Al decir esto, se dejó caer totalmente sobre el sofá y levantando su culo del
mismo, transformó mi dedo en un apéndice fálico con el que comenzó a follarse.
Así me enloquece Esther.
Permanecí impasible, dejando inmóvil mi dedo y contemplando cómo ella misma, en
un mar de movimientos de ida y vuelta, se daba placer haciendo que mi dedo
saliera de su vagina para instantes después, hacer que volviese a desaparecer en
su interior.
Nunca había masturbado así a una mujer; a decir verdad, yo no la masturbaba, era
ella quien lo hacía utilizando mi dedo. Y, precisamente eso, esa sensación de
que ella disfrutaba de mí a su manera, hizo que mi excitase más que nunca.
Sus brazos y piernas en tensión sostenían el peso de su cuerpo y me ofrecían
enteramente su sexo. Gocé de la visión de aquella mujer extasiada, poseída por
el embrujo de los placeres carnales. Mis ojos se deleitaron con el balanceo de
unos pechos, los suyos, que iban y venían cada vez que se dejaba caer y penetrar
por mi dedo. Cada vez lo hacía con más fuerza, y cada vez iba y venía más
rápidamente. Ciego de deseo, sujeté con mi mano libre la otra, la que Esther
utilizaba como consolador; la dejé firme y apreté los dientes con fuerza,
reprimiendo así mis ansias por penetrarla con mi pene.
Esther aceleró sus movimientos y los acompañó con sus primeros gemidos mientras
yo, lleno de confianza y pasión, metía en su coño un segundo dedo con el que
acompasé mis movimientos a los suyos en un intento de que mi deseada amiga
alcanzase cuanto antes el clímax. Dado mi grado de excitación, abandoné la idea
de que en aquella masturbación mi papel se limitase al de un actor secundario y
adopté el que siempre quise tener con ella, el de protagonista y estrella; sin
respetar su cadencia, mis dedos pasaron a ser un martillo con el que follé su
sexo. Lo hice con fuerza y sin miramientos, penetrándola hasta el fondo mientras
ella dejaba su cuerpo relajado y quieto... No aguantó demasiado, segundos
después de su boca salían las palabras mágicas...
- Ahhh... Me voy a correr, Dani... Ahhh...
No me dio tiempo a responder. Antes de que pudiese articular palabra, Esther
tuvo entre espasmos, su primer orgasmo...
Así son los orgasmos de Esther.
LECTOR: Qué romántico todo...
AUTOR: ¿Tu madre bien?
LECTOR: Igual de bien que tu relato...
Durante unos segundos me quedé embobado contemplando el cuerpo de Esther; sus
piernas quedaron abiertas, sus brazos se recogieron sobre su pecho y sus ojos
quedaron ligeramente cerrados mientras esbozaba una sonrisa.
Mi lengua despertó a Esther de su letargo. Beso a beso fui ascendiendo por sus
largas piernas; recreándome en unos lametones que irremediablemente tenían como
destino lo que con un ligero movimiento, Esther me mostraba deseosa... Su sexo.
Hundí mi cabeza entre sus piernas y con largos lametones fui bebiendo de ella,
alimentándome con cada gemido regalado, con cada jadeo entrecortado y con cada
tirón de pelo recibido. Saboreé ese momento ansiado. Dos años de espera habían
valido la pena, ante mí tenía el sexo de la mujer que me atormentaba con su mera
presencia.
Esther me facilitó el camino separando con sus dedos los labios de ese sexo que
me miraba a los ojos y me suplicaba ser devorado. Y a una amiga tan especial no
se le niega nada; chupé sus dedos y con ellos su coño. Mis lametones y mordiscos
fueron tan apasionados que con mi lengua y a empujones, obligué a Esther a
follarse con sus dedos mientras era chupada por mí. Sus dedos se hundieron de la
mano de mi lengua y, juntos y mezclados como estaban, comenzaron a trabajar en
equipo para deleite de mi amiga.
Su sabor para nada me resultó desagradable, más bien todo lo contrario. Sabía a
excitación de butaca de cine, a sexo consentido y con sentido, a sexo con
sentimiento. Sabía a todo lo que había deseado durante largas noches de vigilia
en las que recreaba con mi imaginación lo que ahora con mi lengua realizaba.
Hundí mi lengua en lo que para mí era ya una mazmorra sin amnistía posible; mis
manos arañaron su cuerpo hasta llegar a sus pezones; los retorcí con fuerza y
acto seguido los bañé en saliva para aliviarlos... Y subí más, hasta llegar a su
boca, y esta vez Esther no me paró. Me recibió con la mejor de sus sonrisas, con
el más oculto de sus deseos y con la lengua más cálida que jamás había besado.
Nos besamos durante largo rato, recreándonos en lo que hacíamos y adivinando lo
que se avecinaba. A ratos chupaba su nariz, mordisqueándola levemente y con
dulzura; otras provocaba que se perdiese en la oscuridad besuqueando sus ojos
con mil besos; y otras daba largos y profundos lametones a su boca, haciéndola
mía. Más mía que nunca.
Estando en la situación en la que nos encontrábamos, conmigo y mi peso sobre
ella, mi sexo tomó contacto con el suyo y, sin preguntar ya que no era
necesario, nos acoplamos el uno al otro.
LECTOR: Ibas bien y ya me estás retomando ese estilo romántico que todo lo
jode.
AUTOR: Joder... El caso es no dar una a derechas; me he fijado en que los
relatos con algo de romanticismo reciben muy buenas críticas.
LECTOR: Hay mucha gente políticamente correcta en los foros. Decir esas
mariconadas te da caché; pareces una persona sensible y esas porquerías... Pero
créeme, lo que hace que a uno le queme la bragueta son las guarradas: perras en
celo deseando ser culeadas por mil penes... Joder, mejor me callo que me pongo
malo.
AUTOR: No sé, mi estilo es más dulce y tierno; creo que eso le llega más hondo
al lector. Me arriesgaré y seré fiel a mis principios.
LECTOR: Qué intrépido e íntegro nos has salido... Termínalo ya, haz el favor.
- No sabes el tiempo que llevo deseando esto, Esther.
- Sí lo sé; el que no sabe el tiempo que llevo esperando yo esto, eres tú.
- Te deseo...
- Y yo a ti, Daniel...
LECTOR: La madre que me parió......
Y así, entre te quieros y te deseos, entre sus piernas y entre los dos, logramos
que se nos erizase la piel; dentro de ella me fui moviendo, hundiéndome más
algunas veces y saliendo de ella las menos. Esther me invitó a saborear sus
pezones y yo, sin pensarlo, me los llevé a la boca, saboreando su aureola,
cenándolos e intentando saciar mi gula. Endurecieron entre mis labios y
enloquecieron entre mis dientes al notar su roce. Esther me rodeó con las
piernas y entre suspiros me pidió más y más, más de todo, más fuerte, más
rápido, más mío y más de mí. Y solícito a sus deseos, le di todo lo que
suplicaba. La penetré con mi falo tan rápido como me fue posible; era increíble
sentirla apretándome hasta asfixiar mi verga. Lo hice con fuerza, provocando que
nuestros cuerpos chocaran como lo hacen dos trenes y, como ellos, tras el
orgasmo, descarrilamos y quedamos en vía muerta, exhaustos y satisfechos.
Esther me miró. Recuerdo su mirada y ese adiós sin palabras, prematuro y
ruborizado. Se levantó y sin mirarme a los ojos vistió su cuerpo y desvistió lo
vivido, despojándolo de toda magia, haciendo que en un segundo desapareciese el
sueño y llamase a la puerta la realidad.
Me quedé allí sentado, sin saber qué hacer. Sin saber si lo que acabábamos de
vivir volvería a suceder o si tendría que vivir del recuerdo de lo vivido. Esa
noche no pude conciliar el sueño; el sueño se había evaporado al igual que
Esther.
¿Así se acaba todo?
Con la llegada del Sol decidí bajar a la calle en busca de respuestas; pensé que
quizá la sexagenaria propietaria de la tienda podría darme alguna explicación,
aunque lo que realmente buscaba no eran respuestas sino esperanza.
No encontré ni lo uno ni lo otro. La tienda estaba cerrada a cal y canto y un
cartel improvisado expuesto en el escaparate me hizo viajar de su mano a tiempos
pasados.
"Cerrado por traspaso de negocio"
Sentí mi corazón en un puño; me sentí menos vivo que nunca y... Esencialmente
fracasado.
LECTOR: Sabía que eras un débil...
AUTOR: ¿No te ha gustado?
LECTOR: Menos que a ti la verdura, hijo de tu madre.