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Entre Sombras

en Erotismo y Amor

La conocí un jueves, más o menos a las 5:00 p.m., mi hora favorita para salir a caminar.

Salí de casa, decepcionado de la vida; parecía que en este mundo no había nadie adecuado para mí, afortunadamente, me equivoqué.

Llegué a las afueras de la ciudad, donde hay una pequeña pradera, en la que crecen unos pocos árboles y se respiraba un aire de tranquilidad.

Este lugar no lo conocía nadie más, o al menos eso creía yo.

No sé si alguién más haya visto a un angel llorando, pero yo si lo ví.

Llegué a la pradera, dispuesto a pensar un rato en lo que me había pasado; me sentía triste, ninguna de mis anteriores relaciones habián sido lo que esperaba; no había encontrado una mujer capaz de conocerme y valorarme por lo que era realmente.

Pero al parecer, el destino se apiado de mí, y me envió un angel, aunque de una manera un poco extraña.

Estuve un rato sentado en la pradera, tratando de aclarar mis pensamientos, y buscando una solución para mi soledad. Una suave brisa golpeaba mi rostro, la noche había caido, y una hermosa luna llena reinaba an al cielo, acompañada de su séquito de estrellas.

Algo me impulsó a volver la mirada, y allí, entre las sombras de los pocos árboles que crecián, pude distinguir una figura femenina.

Me puse de pie y caminé hacia ella.

-Hola

No me repondió, así que decidí rodearla, para quedar frente a ella, al hacerlo pude darme cuenta de que alguna lagrimas corrian por sus mejillas. Ver esa mujer llorando, fué algo que me tocó lo más profundo del alma. Aunque estaba un poco consternado, intenté poner un gesto amable, y repetir mi saludo.

-Hola

Entre sollozos y con la voz quebrada me respondió

-Hola
-Creí que nadie más conocía este lugar- dije
-Perdona si invadí tu espacio- e hizo adamán de levantarse
-No, espera, mi intención no era esa...
-Disculpame, es que estoy muy alterada, y vine aquí para estar sola
-Y corriste con tan mala suerte, que te encontraste con alguien que tambien queria estar solo
-Si más o menos...
-Pues podemos estar solos, juntos.

Una expresion de sorpresa invadió su rostro.

-No te comprendo
-Yo tampoco me comprendo, pero me siento mejor estando solo, a tu lado

Mi naturaleza no me permitia dejar a una mujer sola en ese estado.
Por decirlo de otra forma, me gustaba levantarle el ánimo a las personas.

-Oh, perdoname, no me hé presentado, me llamo Diego
-Mucho gusto Diego, soy Angelica.

Depues de esta presentación tan formal, Angelica y yo seguimos hablando de un modo más familiar.

Me contó las razones por las cuales estaba llorando en es sitio, y resultó tener una historia muy parecida a la mia.

Para estas alturas, ya la habia observado detalladamente, era una mujer muy bella. Sus ojos eran negros, al igual que su cabello, el cual caía sobre sus hombros. Su piel blanca, un poco dorada por el sol, era tersa y muy suave. Sus labios finos, que al pronunciar cada palabra me invitaban a besarlos.

Después de llevar un rato hablando, pude notar como su expresion había cambiado, ahora una linda sonrisa iluminaba su rostro. Como ya era un poco tarde, me puse de pie y le tendí mi mano.

-Es un poco tarde, ¿no?
-Si creo que debo volver a casa
-¿Te importaria si te acompaño?
-No, para nada, es más, estaba a punto de pedirtelo

Tomó mi mano y se puso de pié. La tomé por el brazo, de gancho, y caminamos bajo la luz de la luna, entre las sombras de un sentimiento que empezaba a nacer.

Las calles grises y solitarias iban llenandose con el sonido de nuestras risas. El color gris de mi alma, se convirtió en un arcoiris de sensaciones.

Y así, entre risas y miradas de complicidad, llegamos a su casa. Me despedí de ella. no sin antes concertar una cita para el dia siguiente.

Durante un tiempo salimos juntos, compenetrandonos más cada vez. Llegué a sentir que era el dueño de su vida, y que ella tenía la mía en sus manos.

Creo que lo que más nos unía, era el hecho de no haber tenido experiencias amorosas satisfactorias anteriormente.

Por fin había encontrado a mi mujer ideal, a la mujer que llenaba mi vida de color, que me producia las más variadas sensaciones, la mujer que amaba.

Regresamos a la pradera, el atardecer era hermoso, los últimos rayos de sol bañaban la hierba con su resplandor dorado.

La abracé, fué un abrazo muy largo y muy fuerte, aferrandome a ella, para no dejarla ir nunca más.Recostó su cabeza sobre mi hombro, sentí su respiración sobre mi cuello, enredé mis dedos en su cabello, me sentía feliz.

Tomé sus mejillas entre mis manos, y la besé, la besé de una forma tierna y sin ninguna prisa. Sentía el calor de su cuerpo, sentía como su piel se erizaba. Le dí la vuelta y la rodeé con mis brazos, mientras besaba su cuello y sus hombros. Ella tomaba mis brazos con fuerza, pidiendome que no la dejara nunca más.

Bajé las tiras de su vestido, blanco y muy delicado, para dejar al descubierto un sujetador, igualmente blanco, que iba a juego con sus braguitas. Después, fué ella quién empezó a desabrochar mi camisa, mientras mis manos acariciaban su espalda. Su lengua recorría mis labios entreabiertos, sus manos empezaban a soltar mi pantalón, que corrió con la misma suerte de mi camisa. Me acosté en la hierba, y dejé que jugara conmigo. Mis boxer no duraron mucho tiempo sobre mi cuerpo. Entonces ella tomó mi pene entre sus manos, y empezó a besarlo y a lamerlo, a sentir su dureza, su textura, su olor, su sabor...

Era una sensación muy placentera. Sentía sus labios alrededor de mi polla, y su lengua jugueteando con mi glande.

Me corrí, pero a ella pareció no importarle, ella seguía con lo que estaba haciendo.

Hasta que mi pene no perdió su erección, ella no se decició a soltarlo; cuando esto sucedió, aprovaché para acabar de desnudarla. La acosté en la hierba, y empecé a recorrerla con mis labios, prestando especial atención a sus senos, deteniendome a jugar con sus pezones, que ya estaban bastante duros. Seguí con mi recorrido por su cuerpo, yendo cada vez más al sur, recorriendo su vientre con mi lengua, sin dejar de acariciar sus pechos con mis manos.

Su sexo ya estaba bastante húmedo, y se humedeció aún más cuando mis labios empezaron a darle placer. Mi pene ya había recuperado su erección, y yo estaba muy excitado.

Con una voz muy suave y tierna, ella me dijo:

-Diego, hazme tuya...

Le tomé los muslos, y empecé a acariciarlos con delicadeza, mientras los abria muy suavemente; luego me tandí sobre ella, y empecé a penetrarla.

Tomé sus manos con las mias, entrelazando los dedos, como haciendo una promesa, no separarnos jamás.

Nos movimos para quedar acostados de lado, mirándonos la cara. Y allí, entre las sombras de la noche, nos corrimos juntos, nos empapamos en el sudor del otro, nos fusionamos en una sola piel, fuimos uno...

Amaneció, nos sorprendió la mañana, y cuando deperté, ví en su rostro una expresión angelical, y fué cuando lo comprendí, ella estaba hecha para mí, solo para mí, era mi angel.