Después de meses de habernos conocido, Lirio viajó finalmente
a donde yo vivo. Era tan interesante y atractiva... Se bajó del avión y caminó
con una dulce sensualidad, moviendo las caderas al ritmo de sus piernas y el
cabello meciéndose mientras el viento golpeaba contra él. Se veía tan
radiante... Varios hombres la miraron pecaminosamente, pero ninguno como yo.
Piel canela, hermoso cabello marrón y ojos grandes color negro. Una morenaza
única en su clase que era capaz de quitarle el aliento a cualquier varón con su
inconfundible coqueteo, y a cualquier mujer por la envidia.
Se detuvo frente a los baños públicos esperándome pacientemente, pero con una
gota de nerviosismo haciéndose notar en sus gestos. Fue un deseo automático.
Traía un trajecito que pedía a gritos ser arrancado sin piedad. Me imaginé
acercándome a ella y lanzándola contra la pared. Le metería la lengua en su boca
con rudeza y mi mano buscándole ese palpitar oscuro y mojado de entre sus
piernas. Sí, que delicia. Poseerla delante de todos. Levantaría sus piernas y
metería mi miembro en su vagina. Una, dos, tres veces, más veces, haciéndola
gemir de placer, llevándola al orgasmo, múltiples orgasmos. Ella aguantándose de
mi cuello, respirando mi aliento, y yo besando sus labios tan perfectamente
creados. La sostendría firmemente por la cintura y mis labios descansarían sobre
su hombro y su oreja. Luego vendría la parte mala, si es que esto tiene una
parte mala: las esposas, la sonrisa malévola, el policía diciéndonos nuestros
derechos. Directo a la comisaría por corromper la ley. Ay, si esto no es amor
deberían de matarme. Luego, juntos, salir agarrados de la mano hacia nuestro
nido de amor.
Sin embargo, ahí estaba ella y yo, muy excitado, sonreía para mis adentros por
lo interesante del asunto. Seguía esperando frente al baño. Me acerqué con
timidez y le sonreí. Ella me devolvió la sonrisa. Ay, qué delirante, esa sonrisa
casi me mata de placer. Cómo estás, mi amor, yo muy bien, y tú. ¡Ay, qué calor!
Tomé su maleta y tomé su mano izquierda. La llevé hasta mi auto. ¡Qué hermosas
piernas! Me entró una tentación de poseerla ahí mismo, en el estacionamiento.
Quería tocar sus muslos, tan femeninos.
La playa. Tenía que ser en una playa. Lirio adora la playa. La recibí en una
habitación al lado del mar. No había nadie alrededor. Sólo nosotros. Me
imaginaba ir corriendo hacia el agua, con el horizonte ambientando ferozmente
nuestra pasión. El sol mostrando el atardecer y nosotros ahí, a punto de hacer
el amor. Meternos al mar, juguetear, y al salir, estar bien calientes, besarnos
y tocarnos, abrazarla con mi cuerpo y pegar mi sexo al suyo.
No había duda. Al entrar a la habitación, acomodé sus maletas y la miré. Se
desabrochó su traje, pero apenas podía, el placer la debilitaba. Lo dejó caer y
me mostró sus pechos. Eran algo pequeños, pero no totalmente chicos, llenos y
firmes. Tenía unos hermosos pezones. Bajé la mirada por su cintura y sus
caderas. Ella subió la mano derecha y se pellizcó un pezón. Malvada. Luego fue
acariciándose hasta que llegó a sus panties y los bajó. Un manjar pidiendo a
gritos ser devorado. Se acercó a la cama y se acostó sobre los almohadones.
Le besé las piernas y los muslos. Mi cuerpo era una máquina de deseo y lo que
más me gustaba de ella eran sus senos. El olor que emanaba de su cuerpo era uno
femenino, de una mujer saludable y limpia. Emitió un profundo suspiro y pidió
que me desnudara. Me levanté y me puse al lado de la cama, un ángulo perfecto
para que ella me viera completo. Me quite la camisa y me bajé el pantalón. Mi
pene estaba erecto. Me quité rápidamente los zapatos y el calzoncillo. Mi cuerpo
delgado, claro, sin casi vellos, sólo algunos rodeando mi miembro. Observé mi
órgano que estaba despierto tan magistralmente y listo para el amor.
Ella se incorporó mostrándome sus pechos firmes con los pezones erectos y el
pelo que le caía hacia atrás. Me agarró de la mano y me senté a su lado. La tomé
entre mis brazos y me empezó a dar dulces besos por todo mi rostro. Deseaba
penetrarla al instante. Ella enterró su rostro en mi pecho y me chupó mis
pezones lo cual me produjo un intenso placer en los genitales. Tomé sus senos
entre mis manos y los masajeé procurándole placer. Luego la besé, estrechándola
contra mí, hurgando con mis manos el interior de sus muslos y deslizando
traviesamente mis dedos en su interior. Ella me besó en los labios y yo acaricié
sus nalgas firmes con mis manos. Me arañaba la espalda con las uñas mientras me
decía lo mucho que le gustaba.
Me sentía tan vivo sabiendo que esta mujer estaba a mi merced y yo podría hacer
con ella todo lo que quisiera, por supuesto, si con esto ella disfrutaba. La
sentía suave y húmeda. Quería probarla, así que bajé mi cabeza entre sus piernas
y se las abrí. Aspiré su aroma y me excite más. Pasé mi lengua por su vagina y
la probé. Lamí sus labios vaginales, su clítoris. Ella gemía, casi gritaba de
satisfacción. La fui besando poco a poco por su cuerpo: sus caderas, su ombligo,
sus pezones, los mordí levemente, su cuello, su oreja, y la besé en la boca.
Abrió sus piernas y subió las caderas. Sentí el éxtasis. Mientras la penetraba,
esa vulva caliente y palpitante, la besaba ferozmente. Empecé a moverme dentro
de ella. Estaba ciego de pasión. La penetraba con mucho deseo. Vi su rostro
sonrojado y sentí los pechos de ella contra el mío. Aquello era el paraíso. Su
corazón estaba acelerado al igual que el mío. Su pequeña vagina exprimió la
leche de mi cansado miembro sin compasión. Caí de espaldas al lado de ella,
exhausto. Cuando abrí los ojos, ella estaba roja, feliz, viró la cabeza hacia mí
y me sonrió.
-Eso estuvo perfecto-me confesó. Se pegó a mi cuerpo y me pasó sus bracitos por
mi pecho. Yo me volteé y la abracé. Estaba caliente y aún temblaba por el
orgasmo.
Antes del amanecer, hicimos el amor tres veces más. Era una fiera. Me desperté y
la vi dormida con su cabeza sobre la almohada y se veía tan radiante y tan
bella. Le di un beso en su mejilla y me levanté. Caminé desnudo por la
habitación y busqué mi computadora. Me senté medio morroso y empecé a escribir
lo sucedido.
Luego de media hora, despertó y se acercó a mí. Sentí sus brazos rodeándome.
Sabía que había encontrado el amor en esta mujer. La senté dulcemente en mis
piernas y la miré.
-¿Qué sucede?-me preguntó ella.
-Te amo.
-Yo también-me contestó.