Lo aguanté por las piernas y lo halé hacia mí, volteándolo
rudamente mientras posaba mis labios sobre los suyos. De un golpe me empujó
hacia atrás, haciendo que cayera al suelo.
-¡Degenerado!-exclamó el tipo.
Me pateó dos veces antes de salir de la habitación.
-No es para tanto-le dije tratando de respirar.
A los poco minutos de arreglarme y sentirme calmado, salí de la habitación. Esa
casa era enorme. Estaba en una fiesta de fraternización de la cual nunca había
recibido invitación. Ha de haberse perdido por el camino...
El chico que besé estaba vomitando dentro de un cesto. ¡Qué asco! Suerte que lo
alejé a tiempo.
En ese momento en el que bajaba por las escaleras la vi. Sheigh. Era la chica
más popular de la escuela: cuerpo glorioso, sendos senos, parados, podía ver sus
pezones a través de la tela de la camisa, el pelo era largo y rubio, los ojos
verdes, los labios carnosos, los muslos gordos y trabajados, esas piernas...
¡Qué mujer! En el acto se me paró... Me acerqué a ella, pero se dio la vuelta.
No me vio. Traté de hablarle, pero no me escuchó. ¡Maldita música!
Uno de sus amigos la sacó a bailar. Movía las manos por su cintura y las
caderas... Yo deseaba a esa mujer. Deseaba también al tipo que la tocaba.
Deseaba al que estaba poniendo la música detrás de ellos. Ansiaba a la pareja
que se besaba afuera en el jardín. Los deseaba a todos.
Me acerqué a Sheigh y al hombre con quien bailaba y empecé a moverme tras ella,
mientras la agarraba colocando mi mano encima de la de él. Sentí cómo se tensó
el tipo, pero le sonreí sobre el hombro de Sheigh seductoramente, en lo que
depositaba un dulce beso sobre el cuello de ella, quien respondió volteándose a
hacia mí y echándome los brazos. Él se arrimó más a su cuerpo, mientras acercaba
su rostro al mío. Saqué mi lengua y lamí sus labios. Luego nos empezamos a
besar, mientras Sheigh me acariciaba mis partes con su mano juguetona.
Después de besarlo a él un rato y de chuparle a ella los pezones, dirigí toda mi
atención al chico que estaba cambiando la música. Solté a Sheigh sin mirarla y
fui a donde él. Su nombre era Kelvin. Sí, me acordaba de él. Tomamos juntos la
clase de biología el semestre pasado. Su pelo era largo y usaba anteojos. Tenía
cierto encanto peculiar. Lo agarré por la mano y mezclé mis dedos con los suyos.
Sin darle tiempo a reaccionar lo pegué contra la pared.
-¿Qué demonios...?-preguntó, o trató, pero cerré mi boca con la suya
introduciendo mi lengua en él.
Antes de que reaccionara, me despegué de su cuerpo, ya sin inspiración y fui en
busca de unas margaritas. Ese era mi problema. Por eso es que no tenía pareja.
No duraba con nadie, ni hombre ni mujer por más de cinco minutos. ¡Malditas
margaritas! Pero son tan buenas, que no hay razón para desearlas menos que el
cuerpo de un hombre o los voluptuosos senos de una mujer.
Pero ahí estaban ellos: la pareja del jardín. Ambos morenos, sonrientes y
excitados. Se agarraron de las manos y entraron a la casa, mientras yo, con mi
margarita, me acariciaba contra la pared, estrujándome desesperadamente. Los
seguí por las escaleras y entré al cuarto, sombrío y húmedo, con olor a sexo.
Ellos estaban sobre la cama besándose.
-Linda noche, ¿no?-pregunté acercándome a ellos.-¿Cuánto han bebido? ¿Lo
suficiente para un trío?
Terminé mi margarita y me quité la camisa. Ellos me miraban anonadados.
-Vete de aquí a menos que quieras que...-me advirtió él.
-No, espera-pidió ella.-Yo quiero hacerlo con los dos a la vez.
-Estás jodidamente loca. ¿Quieres que otro tipo te toque?
-O lo aceptas o me voy con él, y nos buscamos a otro-le advirtió ella.
Oh, sí. Qué divino. Sabía que este perfume daría resultado.
-Eres hermoso-me dijo ella.
Yo me incliné para besarla, mientras el chico, José, nos observaba. Me despegué
y me eché hacia donde él, que lo dudó un momento para luego aceptar un dulce y
tierno beso de mi parte. Apartándome de él, tomé mi camisa y salí de la cama.
-¿A dónde vas?-me preguntó José sin dejar de mirarme.
-Necesito un trago, voy por unas margaritas, ¿quieres? Si es así, ve y
búscalas-le dije mientras abría la puerta.
Él se levantó como una fiera de la cama y me metió al cuarto a la fuerza,
llevándome arrastrado hasta la cama y tumbándome boca arriba, mientras ella,
jugaba con sus labios sobre mi rostro, y él me acariciaba el cuerpo haciendo que
cobrara vida una vez más. Yo gemía y suspiraba quedamente, anhelante de ese
placer que me cautivaba y por el cual vivía. Bajaron mis pantalones y quedé
desnudo, con mi pene erecto y excitado, buscando en cualquier recoveco algún
toque que lo calmara haciéndolo enloquecer más.
Ahí me hallaba yo, humillado por estos dos jóvenes víctimas de los dibujos
animados y los dulces, con las piernas totalmente abiertas y sintiéndola a ella
dejarme entrar en su cuerpo, mientras él me sostenía y levantaba, para quedar al
frente de la chica, y él, penetrarla por detrás. Empezó la doble penetración.
Después de algunas embestidas en las cuales la tipa gritó como loca, me vine,
aturdido y nervioso por esa eyaculación no planeada.
En menos de un minuto me levanté de la cama dispuesto a marcharme antes de que
empezaran los abrazos y las caricias apestosas post sexo, pero sentí unos brazos
que me sostenían y me halaban. El hombre me sentó encima de él, mi ano muy cerca
de su miembro, y echando mi cabeza sobre su hombro, aguantándome del borde de la
cama y de sus muslos, comenzó a masturbarme.
-¿Te gusta eso, maldita perra?
No hay nada que me emputezca más la vida que las ofensas en el sexo.
-Ja, déjame en paz-hice ademán de levantarme, pero me mantuvo firme entre sus
brazos.
En sus manos apareció el tubo de un lubricante. Así que la mujer estaba viva
después de tanta gritería... El hombre me penetró con dos de sus dedos y yo
grité por la sorpresa y el frío de la crema. La mujer se paró frente a nosotros
y se quedó ahí, observando. Así que quería ver cuando me penetrara... Después de
lubricarme, José volcó la crema sobre mi miembro y lo aguantó firmemente con su
mano derecha mientras que con la izquierda me rodeaba la cintura.
Sentí cómo hacía que mi cuerpo bajara sobre su miembro. Gemí fuertemente en ese
momento y gemí después, cuando empezó a moverse. La mujer se masturbaba al
frente mío. Agarraba con los dedos sus pezones pellizcándolos fuertemente y
tocaba, con la otra mano, su vagina, frotando el clítoris que sobresalía de la
excitación. Me dieron ganas de zafarme de los brazos masculinos que me aferraban
y lanzarme sobre ese clítoris para proporcionarle placer.
Mi pene estaba grande y adolorido en la mano de José, que lo manejaba con
profesionalismo, como si estuviera masturbándose el suyo. Lo soltó dejándolo
desprotegido y me acarició el vientre, el pecho y tomando mis tetillas que
estaban puntiagudas y deseosas. Para ese entonces, yo gritaba más fuerte y
alocadamente que cuando estábamos penetrando a la mujer. Yo mismo empecé a
masturbarme, pero él alejó mis manos y siguió con su trabajo, y con su boca
chupó el lóbulo de mi oreja,
-Ahhhhh, ahhhhhh, sigue, así-decía yo. Ahora que lo recuerdo, me da vergüenza.
Yo, dejándome esclavizar por el placer del sexo. Ja.
Convulsioné en brazos de ese tipo, mi semen llegando casi hasta donde estaba la
mujer. Él aún no se había venido, y me estaba comenzando a molestar, pero me
mantuvo firme y sujeto en lo que terminó.
Gritó al igual que la mujer, que parecía haber tenido un orgasmo de sólo
estimular a ese diminuto y glorioso clítoris. Él me dejó a un lado para que
reposara, y la chica se echó a la cama entre los dos, pero yo, casi sin aliento,
me resbalé por la colcha y caí al piso. Recogí mi ropa, me la puse como pude y
salí gateando de allí. Ya sabía por donde iba eso: los te amos y los malditos
besitos antes de dormirse. Esas cosas no iban conmigo. Ninguno detuvo mi
partida.
En el pasillo, temblaba todavía mientras veía pasearse parejas acurrucadas. Me
levanté y bajé al primer piso, no sin antes caerme por las escaleras. Me puse de
pie y fui por unas margaritas. ¡Ah, sí, que delicia!
-Así que eras tú el que hacía alborotos allá arriba-me dijo un chico.
-¿Te conozco?-pregunté yo, dando un sorbo a la copa.
-¿Qué si te conozco? Me metiste la lengua en la boca hace casi una hora atrás,
¿ya no recuerdas?
-Ja, crédulo. ¿Tú fuiste el que me pateaste?
Él sonrió.
-Ven. Vamos a jugar-dijo mientras me agarraba la mano.
-Cuidado con el trago, cuidado.
Me llevó hasta la sala, donde estaban todos en un círculo listos para jugar
botellita, mirándome.
-¿Tan alto grité?-le pregunté al chico.
-Ya haz besado y tenido algún tipo de intimidad con la mitad de los presentes,
te falta el resto-dijo. Me reí ante la sorpresa. Todos mirándome. Yo, el
popular. El puto. Ay, que delicia.-Sé que podrás con el resto-me confió.
Y saben qué, tenía razón. Lo logré.