Gonzalito ..
Gonzalito, dieciséis años, hijo único, estaba obsesionado con
su madre, Carmen. Desde hacía un par de años, el héroe de nuestra historia se
masturbaba desesperadamente, y desde hacía algo menos había empezado a
concentrar en Carmen su imaginación durante el trabajo manual. El deseo se había
hecho obsesivo a raíz de que una mañana afortunada pudo observar lo bien que se
lo pasaban en la cama su madre y don Gonzalo, padre de Gonzalito. Don Gonzalo
era mayor que su mujer. En el momento en que se desarrolla esta historia Carmen
había avanzado con muy buen pie por la cuarentena, pero su marido tenía ya bien
avanzada la cincuentena. El hombre no había perdido el interés sexual por la
señora. Era difícil dejar de sentirse estimulado por un cuerpo como aquél, y
sobre todo por el rostro de Carmen. Aquella dama estaba dotada de una de las
expresiones de depravación sexual más estimulantes que se puedan imaginar. Su
mirada constituía un electroimán que conseguía que su marido desarrollara
prestaciones sexuales bastante por encima de sus posibilidades, que por cierto
no eran muchas.
Desde aquella mañana en que por la puerta entreabierta del dormitorio había
visto la placentera faena que llevaban a cabo sus progenitores la vida de
Gonzalito estaba dominada por el deseo de poseer a su madre, un deseo puramente
ilusorio. Gonzalito estaba obsesionado, pero no era estúpido, y no tenía
esperanza alguna de realizar su obsesión fuera del placentero marco de sus
continuas masturbaciones. Seguramente nada de lo que voy a contar hubiera
sucedido sin la intervención de la tía Vicky, el hada madrina de nuestro héroe.
La tía Vicky era hermana de Carmen. Entre ellas existía una extraordinaria
complicidad, que les llevaba a contarse casi todo. Sin embargo, había una
considerable diferencia de carácter. Carmen era mucho más tímida y seria que
Vicky. Ésta, también casada, vivía en medio de un matrimonio bastante abierto, y
había pasado por unas cuantas aventuras extramatrimoniales, más sexuales que
amorosas, con el conocimiento y el consentimiento tácito del marido. Físicamente
Vicky resultaba incluso más provocativa que su hermana. Aunque no tenía aquella
expresión arrebatadora de Carmen, disponía de un pecho formidable, un pecho que
tenía un efecto sobre los varones superior aún a la cara de la hermana.
El propio Gonzalito se sentía fascinado por las tetas de su tía. El muchacho
guardaba entre sus pertenencias más queridas una foto de Vicky en bikini que le
había prestado extraordinarios servicios en sus actividades masturbatorias. Como
puede verse, los elementos de nuestra historia contenían los ingredientes
exactos para provocar una explosión de gran magnitud, como la que va a ocurrir
en casa de Gonzalito cuando se inicie nuestro relato. Dos mujeres maduras, con
necesidades sexuales solo parcialmente satisfechas, una de ellas, Carmen, más
bien poco satisfecha; la otra, Vicky, muy desinhibida, y con un elevado grado de
complicidad entre sí. Por otro lado, un adolescente obsesionado con ambas
señoras, y con la capacidad precisa para satisfacer ampliamente aquellas
necesidades.
La ocasión del incidente fue una visita de la tía, que vivía en Bilbao, a casa
de don Gonzalo aprovechando que su cuñado, empresario del gremio de los
neumáticos en la capital riojana, iba a estar ausente un par de días con motivo
de un viaje de trabajo. De esa manera ambas hermanas aprovecharían para ponerse
al día de la marcha de sus respectivas vidas, sin otra compañía que la del
huidizo adolescente. Las cosas se aceleraron desde la llegada de Vicky. Tras la
recepción en el salón, los besos de rigor, las frases hechas, el intercambio de
presentes, y los consabidos comentarios sobre lo mucho que había crecido el
sobrino, la
tía expresó el deseo de ducharse. Mientras la hermana se iba a preparar los
detalles para la cena, la invitada se dirigió a la ducha para recuperar el buen
estado de forma después del pesado viaje.
Gonzalito consideró que aquel era el momento para hacer el trabajo de campo de
su masturbación. La cerradura del cuarto de baño ofrecía una perspectiva parcial
de lo que ocurría en aquel lugar. Mientras su madre trajinaba en la cocina el
muchacho decidió tentar la suerte a ver si conseguía una buena visión de las
fantásticas tetas de su tía. La suerte le acompañó y el pequeño agujero le
permitió disfrutar de los irresistibles apéndices con los
que estaba dotada la hermana de su madre. El espectáculo le dejó sin aliento.
Vicky se acicalaba ante el espejo a pecho descubierto. La luz era perfecta para
destacar la maravillosa anatomía de la señora. Gonzalito alcanzó inmediatamente
una erección acompañada de una taquicardia, a juego con el espectáculo que se
desarrollaba ante sus ojos. Aquello no se podía desaprovechar y el chico se
abrió la bragueta y se sacó el considerable instrumento que había alcanzado la
rigidez de un garrote, pero en el momento
en que iba a iniciar las manipulaciones de su actividad favorita sintió la voz
de su madre.
- ¿Pero qué estás haciendo? No te da vergüenza. Pero ¿cómo puedes espiar así a
tu tía? ¡Depravado! Ven. Vamos al salón. Tenemos que hablar.
El susto le había dejado helado. Cuando empezó a recuperarse, la vergüenza le
dominó. Cabizbajo siguió a su madre al salón, incapaz de articular, no ya una
disculpa, sino tan solo una palabra. Carmen le pidió que se sentara en el
tresillo, y empezó la previsible regañina, pero justo en ese momento entró Vicky
en el salón, tan solo cubierta con un albornoz.
- Menchu, por favor, no riñas al chico. Yo me siento muy halagada. A nuestra
edad es maravilloso que un jovencito quiera mirarnos con deseo. Yo estoy
dispuesta, no a reñirle sino a premiarle por lo muchísimo que me anima su
comportamiento. Además es mi ahijado.
- ¡Pero Vicky
! ¿Cómo puedes decir esas cosas? Gonzalito no tiene vergüenza.
- Me encanta que no tenga vergüenza. Lo que quiero es que vea de cerca lo que
parece que quería espiar.
En ese momento ante el asombro de madre e hijo, Vicky se bajó una manga del
albornoz y sacó al aire uno de sus irresistibles pechos.
- Mira, anda, mira. ¿Qué te parece?
Gonzalito estaba mudo, rojo y completamente excitado al mismo tiempo. Sin
atreverse a comprobar la posible autorización en el rostro de su madre, bajó la
mirada hacia el pecho de su tía. De nuevo se quedó sin respiración. El inmenso
pecho palpitaba a centímetros de su cara. En ese momento la situación dio un
vuelco. Vicky cogió la mano derecha del chico y la llevó hasta el pecho.
- Pero tócalo. No muerde. Éste es el premio que te has ganado.
El chico no se resistió. El contacto con la piel desnuda de Vicky hizo que un
escalofrío mucho más profundo le recorriera. Sentía como su erección alcanzaba
cotas desconocidas para él mismo. Tenía la sensación de que la polla le medía el
doble de lo normal. Sin volverse hacia su madre, empezó a recorrer lentamente
aquella piel sublime.
- Pero Vicky, ¿cómo puedes ser así? Está mal. Haz el favor. Es tu sobrino y es
un niño.
- ¡Vamos, Menchu! ¿Un niño?, ¡anda, mira lo que tiene ahí en el pantalón!
- Por favor, parad. Esto no puede ser. Y además es un menor. Vicky.
- Mira Menchu, déjate de bobadas. El niño lo está disfrutando y además se lo ha
ganado. Y además, no se va a quedar aquí la cosa. Anda, acércate
Gonzalito, que te voy a enseñar más. Vicky había dejado la mano del muchacho en
su pecho, mientras ella dirigía la suya al pantalón del chico, y le soltaba
primero el botón y luego la cremallera de la bragueta.
-Ayúdame, chica, que a este hombre se le va a asfixiar la pobre colita que tiene
ahí aprisionada.
La madre no atendió la petición de la tía, pero había cesado en sus protestas y
observaba fascinada lo que acontecía ante ella. Entretanto Vicky había
conseguido bajar los pantalones del muchacho y su mano buscaba liberar aquella
herramienta que había alcanzado prodigiosa solidez. Finalmente, con la ayuda de
Gonzalito que se bajó pantalones y calzoncillos, el apéndice apareció ante las
hermanas en todo su esplendor. La nueva pieza que había irrumpido en el tablero
creaba una situación diferente. La tía se incorporó ligeramente para
desprenderse del albornoz y quedar desnuda en toda su formidable naturaleza.
Carmen musitaba:
- No está bien, no está bien.
Su voz tenía cada vez menos convicción y su mirada, esa mirada habitualmente
cargada de chispas de sexualidad. no se apartaba de la polla de su vástago, cuya
piel mostraba una envidiable elasticidad al no romperse ante el estirón brutal
que estaba pegando. Vicky realizó una doble operación combinada. Llevó la mano
del chico hasta las proximidades de su coño, mientras aferraba con la otra
aquella polla fascinante. Mientras con un gesto de las cejas le decía a su
hermana que allí había alimento para ambas, y que se dejara de monsergas. Carmen
miraba silenciosa las manipulaciones de tía y sobrino pero seguía inmóvil en el
otro lado del tresillo. Vicky entretanto desabrochaba la camisa del sobrino y le
dejaba tan desnudo como estaba ella misma. Gonzalito que trataba de no mirar en
ningún momento en la dirección donde estaba su madre, ahora peligrosamente
silenciosa, había empezado a recorrer la vulva de Vicky mientras mamaba
compulsivamente los fascinantes pechos de su tía. Por su parte ésta propinaba
ligeras caricias al fierro del sobrino, pero sin darlas demasiado movimiento. No
deseaba que el chico eyaculara en seguida. En un
momento le apartó con suavidad y le preguntó:
- ¿Con quién quieres empezar, con tu madre o conmigo?
Lo curioso es que aquella pregunta-disparate no resultó disparatada ni para el
preguntado ni para la otra persona allí presente. Parecía una simple cuestión de
orden. Gonzalito giró la cabeza por primera vez desde que había empezado aquel
sueño que le tenía al borde del infarto. El silencio de Carmen le estimuló como
si ésta se hubiera metido la polla en la boca. Con una presencia de ánimo
impropia de sus dieciséis años, contestó:
- PRIMERO la invitada.
Subrayando con toda la capacidad retórica de que era capaz la palabra "primero",
y a continuación se atrevió a remachar:
- ¿No te importa, verdad mamá?
Carmen miró asombrada a su hijo, y desconcertada se notó cómo le decía que no
con la cabeza. Gonzalito se puso de pie mientras su tía se extendía sobre el
sofá abriendo expertamente los muslos y sonriendo a aquel muchacho que tanto
parecía prometerle. Vicky se separó los labios con las manos sin dejar de mirar
la cara del muchacho mientras le mostraba la fabulosa vulva en todo su
esplendor. En aquel momento el chico estuvo a punto de eyacular. Carmen miraba
absorta cómo su hijo se inclinaba hacia su hermana despatarrada allí a escasa
distancia para penetrarla con aquella descomunal cerbatana que había alcanzado
un ángulo de completa verticalidad. La mano de la tía dirigió la herramienta
ahora intratable hacia el amoroso agujero, ebrio de humedad. Gonzalito no pudo
reprimir un profundo suspiro al sentir el delicioso abrazo del cuerpo de su tía.
Quizás si en aquel momento hubiera girado la cabeza hacia donde se encontraba la
madre no hubiera podido resistir la excitación y hubiera inundado las entrañas
de Vicky. Carmen se
estaba desprendiendo de la camisa dejando a la vista un pecho algo menos
espectacular que el de su hermana pero no menos atractivo. Mientras la pareja
empezaba sus movimientos rítmicos acunados por profundos suspiros.
- En cuanto me corra, me la sacas y se la metes a Menchu, que lo está deseando.
Ahora el chico sí giró la cabeza y pudo ver cómo su madre se bajaba las bragas
sin levantar la vista del suelo.
- Mamá, me encanta
Es lo mejor que me ha pasado. Te quiero mucho, y a ti
también tía. Mamá, estoy deseando metértela. Carmen levantó la vista del suelo y
sonrió al muchacho, convulso entre los muslos de su hermana. Ésta llegaba en
aquel momento a uno de los mejores orgasmos de que había disfrutado en mucho
tiempo.
- ¡Venga, niño! No quiero abusar, que Menchu se merece también tu cariño.
Chica, ya verás qué polla tiene tu hijo. Es suavísima y durísima, y no para de
soltar juguillo. Me estaría follando con él hasta el día del juicio. Gonzalito
sonrió, y se incorporó del delicioso abrazo de la tía. Carmen le volvió a
sonreír. Aunque deseaba ver cómo la montaba su hijo no se sintió capaz.
Inesperadamente se dio la vuelta. Se puso a cuatro patas en el tresillo
ofreciéndole una penetración trasera.
-¡Qué culo más bonito! soltó con desparpajo Gonzalito, mientras lo acariciaba
con la derecha y tomaba la polla con la izquierda dirigiéndolo hacia aquel coño
con el que llevaba años soñando, como lo imposible y más delicioso que podía
imaginarse. Antes de dar el último ataque se volvió hacia Vicky que les
observaba complacida-. Muchas gracias, madrina, esto te lo debo a ti.
- De nada, chico. Déjame ver cómo empalas a tu madre. Si no lo haces pronto se
nos va a deshacer, que la conozco. Venga, déjate de preámbulos y enchúfasela.
- No seas mala, Vicky. Ya has logrado lo que te proponías. Ya ves, aquí me
tienes, no sé cómo puedo estar haciendo esto.
En ese momento la polla del muchacho hizo contacto con la vulva de su madre. La
dejó deslizar, pero se escurrió. Carmen, impaciente, dijo:
-Déjame a mi-. Pasó la mano por entre las piernas y tomó la polla de Gonzalito.
Era la primera vez que la tocaba. De pronto se quedó quieta con la picha de su
hijo en la mano, el placer que estaba sintiendo era único. Se rehizo y condujo
aquel fierro ardiente hasta el agujero anhelante. El chico empujó con los
riñones y empezó un folleteo febril en que madre e hijo parecían poseídos por
algún espíritu extraño.
- ¿Te gusta follarte a tu madre, eh? Vicky se masturbaba descaradamente ante el
tremendo espectáculo que daban su hermana y su sobrino.
- Déjale anda, Vicky, no le molestes, que está haciendo un buen trabajo.
Guapo, si quieres me doy la vuelta, y lo hacemos un rato de frente.
- Me encantaría, mamá, pero así también es estupendo.
- Pues venga Carmen se retiró ligeramente y su hijo se incorporó para que ella
se diera la vuelta y quedara de frente con los muslos muy abiertos.
- Gracias otra vez, tía, sin ti esto no hubiera pasado nunca. No podía imaginar
que mamá lo iba a disfrutar tanto, si no
-y nuevamente se dispuso a montar a
su madre, ahora mirándola a los ojos. Los dos se fundieron en un beso que se
acompasaba con la fusión de sus sexos. Gonzalito se incorporó un poco.
- Chicos, que no se acaba el mundo, que no van a prohibir follar y esto se puede
repetir.
- Gracias, tía. ¡Esto es la hostia!
- Si quieres correrte en la cara de tu tía, sería una forma muy linda de pagarme
el favor.
- Pues ya no me falta casi nada.
- Sí, hijo, mejor sácala, no sea que me dejes embarazada. No se puede descartar
nada.
- Anda que no eres optimista, hermana. Pero así va a estar bien, compartir la
leche del niño. Yo ya estoy preparada.
En aquel momento Gonzalito dominado por un placer en el que parecían fundirse
los cientos de pajas que había dedicado a su madre, tuvo la presencia de ánimo
para sacar la polla del agujero materno. Vicky se arrojó sobre aquella carne
palpitante, metiéndosela en la boca. Carmen no se quedó atrás y atrapó los
huevos del muchacho. Cuando la tía sintió las palpitaciones del rabo lo sacó
fuera para que su hermana disfrutara también del espectáculo.
- ¡Cómo se corre mi niño!
En efecto. Como poseída por una extraña fiebre la polla de Gonzalito se
convulsionaba disparando chorros de semen con una presión portentosa. Ambas
hermanas se afanaban para que la sustancia no se perdiera en los extremos más
alejados de la habitación. Finalmente los tres exhaustos se sentaron desnudos en
el tresillo.
- ¡Qué vergüenza! No puedo creer que haya hecho esto.
- Vamos, Menchu, no digas cosas. Ha sido lo mejor que nos ha pasado en mucho
tiempo. Los tres lo necesitábamos. Y además ahora mismo me vais a prometer que
lo vais a hacer muchas veces. Y además, tú me vas a venir a visitar a Bilbao de
vez en cuando para darme una ración de esa leche que es buenísima para el cutis.
Esto que he hecho hoy por ti te obliga para mucho tiempo.
- Lo que tú quieras tía. Por lo que a mi se refiere, es lo mejor que he vivido
en mi vida, y me gustaría repetirlo todos los días del año, mejor varias veces
al día cada día del año.
- Aquí lo único que hace falta es un poco de discreción. Si somos discretos, los
tres podemos disfrutar mucho de esto, juntos o por separado, pero con
discreción. ¿Qué te parece, Menchu?
- Que tú estás completamente loca, y lo que es peor, que me estás contagiado tu
locura.
- Pero, mamá, si ha sido estupendo. Tú no sabes la de pajas que me he hecho
pensando en ti, pero nunca podía pensar en que mis pajas acabaran siendo reales.
Eh, y contigo también Vicky. Tengo una foto tuya en bikini que está hecha una
pena de las veces que la he apretado mientras me corría.
- Caramba, niño. ¿No sabes que está muy mal desperdiciar el semen? ¿No has oído
hablar de lo que le pasó a Onán en la Biblia? A partir de ahora, que no se
desperdicie ni una gota. Te aguantas y se lo echas a tu madre directamente, que
lo va a aprovechar mucho mejor, o lo guardas para mi, para cuando venga a veros,
o te vienes tú a Bilbao y recolecto todo el semen que tengas guardado.
- No va a tener guardado mucho, porque voy a sacárselo yo a mi niño, que tengo
formas muy efectivas de extraerlo. ¿Pero de verdad que te has hecho tantas pajas
pensando en mi?
- No discutáis por el semen que hay para las dos. Si queréis ahora podéis hacer
una nueva recolección. Sí, es verdad. Me he pajeado continuamente, casi siempre
pensando en vosotras. Pero no podía imaginar que podía ser así. Desde aquella
feliz velada la vida de nuestros personajes cambió. La mirada de Carmen se
volvió un punto más lasciva, sobre todo cuando miraba a Gonzalito. Éste pasó de
la adolescencia a un estado mucho menos explosivo e infinitamente más
satisfactorio. La tía Vicky visitaba con mucha más frecuencia a su querida
hermana, pasando largas temporadas en Logroño. Don Gonzalo tuvo a partir de
entonces una existencia mucho más descansada, satisfecho de que los ardores de
su señora se hubieran aquietado drásticamente.