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Mulat@

en MicroRelatos

Las noches de primavera, cuando el aire de Barcelona se carga de los dulces aromas del azahar y los naranjos, a la hora de los deleites, me sumerjo en el río de luz con el resto de dolientes condenados. Internado en el yermo solitario de mi automóvil, navego temeroso, aferrado al volante con manos acuosas y trémulas, como un borracho, dirigiéndome la luz azul de tu farola.

Tu lustrosa piel de pantera, lanzando reflejos de un profundo azul, se ilumina con luz negra bajo el ballet de colores estridentes con que salpicas tu vestido. Las excéntricas ropas son el recuerdo de tu país abigarrado. Desde detrás de la luna tintada observó fascinado como tu falda, demasiado corta para merecer ese nombre, revolotea sobre tu cintura sin llegar a cubrir tus muslos de atleta.

Tu aire, tu gesto, tu sonrisa, iluminan tu rostro como el sol de un amanecer radiante. Cuando tu mirada se desliza, reflejándose, sobre las lunas vacías de nuestros automóviles, tus ojos iluminan a los desconsolados prisioneros que los conducen y, por un momento, la pasión de tu Brasil natal, el aroma de sus flores, el dulce sabor de sus frutos, el ritmo cálido de su música, la alegría sincera de sus gentes, el brillo gozoso de su sol, calientan nuevamente nuestros corazones, hace ya tanto tiempo helados.

Y, a medida, que el río de coches en el que navego bordea tu puerto, veo con estupor como te giras y de pie, contra el vacío muro del cementerio de Les Corts, desenvainas tu interminable miembro y orinas en una amplia y dorada curva, mientras tu sonrisa se tensa en un punzante rictus gonorreico.