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Gemelas idénticas

en MicroRelatos

GEMELAS IDÉNTICAS

Habíamos nacido gemelas. Desde pequeñas, las dos con el mismo vestido, cada una caminando a un lado de mamá. Cuando estábamos solas, jugábamos a que una era un reflejo de la otra, pero nunca definíamos quién era qué.

Pasamos el sarampión al mismo tiempo, igual que la escarlatina. Fue ahí cuando nos dimos cuenta: si una se caía y se hacía una herida en, digamos, el codo, a la otra también le dolía el codo con la misma intensidad. Si, por alguna cosa, nuestros padres favorecían a una por encima de la otra, ambas nos entristecíamos como si las dos fuésemos la agraviada. Cuando crecimos, nos vino la regla por primera vez el mismo día, y desde entonces nuestro período siempre estuvo sincronizado.

El despertar sexual lo tuvimos juntas, y nos entregamos a los primeros ardores entre las dos. Por la noche, en la oscuridad de nuestro cuarto, nos deslizábamos cualquiera de las dos a la cama de la otra para disfrutar de nuestros cuerpos. Aprendimos rápido la posición del 69 y nosotras mismas fuimos las primeras en desgarrar nuestros hímenes empleando consoladores caseros.

Las dos creíamos que las circunstancias de la vida terminarían por separarnos, pero no fue así. Conseguimos novio al mismo tiempo y el mismo día, a la misma hora y en el mismo minuto, fuimos penetradas por primera vez por un hombre.

Éramos de naturaleza fogosa y bastante promiscuas. Nos terminamos por juntar con lo peorcito del barrio y empezamos meternos en problemas. Nos unimos a una pandilla y, a pesar de que no nos interesaban ni las drogas ni el alcohol, nos pasamos por la piedra a todos los miembros. Teníamos a todos encandilados y éramos la envidia de todas las otras chicas.

Sin embargo, las cosas no podían ser tan sencillas. Hubo una riña entre dos miembros de la pandilla ya que con los dos nos habíamos acostado ambas y los dos nos reclamaban como suyas. El problema era que los dos creían haberse acostado únicamente con la misma hermana.

Los ánimos se caldearon y las palabras subieron de tono. Las amenazas eran cada vez más agresivas y finalmente salieron las navajas. Tanto uno como otro proyectaban sus lances tanteando a su adversario. Las dos observábamos nerviosas hasta que mi hermana, sin poder aguantar más, intentó detener la lucha antes de que se viese la sangre. Se introdujo ente los dos hombres en el preciso momento en que uno de ellos lanzaba una puñalada que fue a introducirse en el estómago de mi hermana.

Dando un grito, me acerqué corriendo hasta ella, aferrándola entre mis brazos. Nos quedamos completamente solas: todos huyeron como los cobardes que eran. Yo apretaba la cabeza de mi hermana contra mi pecho mientras que de su herida manaba la sangre sin contención. Entonces sucedió.

Su cabeza empezó a introducirse en mi pecho. Mis dedos penetraban en su carne como si esta fuese arcilla, e iba recubriendo la mía hasta que desaparecía sin dejar rastro. La sangre dejó de manar y la que había en el suelo se evaporó rápidamente. Quizá fue cosa de un minuto, pero al poco no quedaba vestigio alguno de mi hermana, como si nunca hubiese existido. Me levanté y miré mis manos, todo mi cuerpo.

Todo esto fue hace una hora.

¿Cómo voy a explicárselo a mis padres?