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Siempre hay una primera vez (2)

en Lésbicos

Era por los meses de verano tal vez agosto cuando por circunstancias del trabajo que no vienen al caso me encontré de pronto en un país completamente desconocido para mí y lejos de cualquier persona o cosa a la que me vinculase algo. Mis únicas armas eran el gran anhelo que había en mi por explorar y adentrarme en lo desconocido y un francés mediocre.

Mi hotel era, es, un hotel de media montaña, 800 m sobre el nivel del mar, situado en las últimas estribaciones del Atlas, un lugar magnifico con vegetación abundante en monte bajo espeso y bosque de alcornocales en la cota límite de su hábitat posible.
La habitación que ocupaba en la 4ª planta era austera pero suficiente, con baño interior, espléndida cama, un pequeño televisor y una mesita con su silla. Dos puerta acristaladas de madera daban acceso a una pequeña terraza desde donde podía contemplar el pueblo cercano  y parte del magnifico valle, un regalo para la vista sin duda, era la "Suit" de aquel sobrio hotel que se llenaba con frecuencia con hordas de deportistas de las más variopintas disciplinas pues había un buen polideportivo en las proximidades,  con frecuencia utilizado por la selección del país. También grupos de cazadores de distintas nacionalidades eran clientes habituales. En todos los rincones colgaban cabezas disecadas de ciervos con sus cornamentas y jabalíes enseñando sus colmillos amenazantes.

En las noches sofocantes del estío abría el balcón y me tendía en la cama desnuda dejando que la luna acariciase mi cuerpo, los sonidos de los interminables casamientos que por la época de verano se multiplicaban  se emulsionandose a veces  con la llamada a la oración que con regularidad metódica el almoacin cantaba en melódicas alabanzas al dios Alá, pero que a mí me sonaba a lamento de tristeza insondable. Llegaban hasta mi cuarto con intensidad variable los ecos de los cánticos de los mariages, mujeres que hacían sonar sus gargantas con el célebre vibrato beréber, prolongándose hasta altas horas de la madrugada y llenando mi cuarto. Mecida mi mente por la noche del tórrido y caluroso verano preñando de olores y sonidos que transportados por el aire que respiraba llegaban hasta mí despertándome los sentidos. Reveladoras e inquietantes claves de una  cultura desconocida y extraña para mí.
Mi pareja estaba muy lejos de aquel lugar, mi cuerpo y mi mente lloraban su ausencia y a duras penas me consolaba con las interminables conversaciones telefónicas, donde a falta del contacto físico tratábamos de mantener la intensidad emotiva con provocadoras palabras y promesas de amor igual que hacen los adolescentes. Me gradué en la ciencia de la masturbación descubriendo con cierta sorpresa rincones inesperados de mi cuerpo y de mi mente que me proporcionaban si no un gran placer, si al menos cierto desahogo en las sofocantes noches de aquel verano.

Como no podía ser de otra forma ocurrió lo inevitable. Las conversaciones con mi novio versaban sobre todo lo divino y lo humano tocando en muchas ocasiones el asunto de la infidelidad yo le decía:

- Si no puedes soportar mi ausencia mas y vas con otra mujer lo entenderé, fue mi decisión aprovechar esta oportunidad profesional, venir a trabajar aquí tan lejos de ti y lo tendré merecido. Si es importante para ti me lo dices y en paz. Tal vez me tengas que agradecer algún día haber conocido al amor de tu vida.  Sabes que no me gustan los triángulos amorosos. Así podrás calibrar el verdadero valor de tu amor por mí. Si cometes un desliz, un mal día, un calentón no pasa nada, lo entiendo, pero tienes que ser sincero y te ayudaré a llevar la pesada carga de tu infidelidad.

En estos términos me expresaba yo mientras él replicaba:

- No por dios mi amor sabes cuanto te quiero y nunca traicionaré este amor aunque me tenga que matar a pajas y llenar mis calzoncillos de hielo, nunca te pondré los cuernos.

- Nunca digas nunca

Contestaba  yo mortificándole. Luego jugábamos a que el uno tenía que hacer todo lo que el otro le mandaba y que nunca implicara directamente a otras personas. Él me hacía, por ejemplo bajar a la cocina y pedir algún vegetal de aspecto inequívoco, con cualquier estúpido pretexto, tratando de ocultar al cocinero de turno mis verdaderas intenciones. Sin demora era complacida y sin preguntas me entregaban el objeto de mi deseo con  expresión que sin duda revelaba el juicio de "mira que son raros estos occidentales". Me aficioné a las zanahorias con el pretexto de que eran magnificas para la melanina de mi piel y que me complacían en todos los sentidos llenado mi vagina y después mi estomago.

Aquellos juegos inocentes no podían durar mucho tiempo y fue mi chico, el amor de mi vida, el primero en ceder. Un día con lágrimas que no pude ver pero que sin duda había en sus ojos me contó como una tarde en el cumpleaños de un amigo no vio venir el peligro que le acechaba: una chica que no conocía de nada se fijó en él y se lo folló (palabras textuales). Cuando empezaba a pormenorizar los detalles lo detuve diciéndole:

- Para, para. Una cosa es que comparta tu infidelidad y otra muy distinta es que vaya a disfrutar con ella.

Me juraba por todo lo imaginable que no volvería a ocurrir nunca mas, que estaba loco por mí y que si lo dejaba se suicidaría.
Yo lo atormentaba diciéndole:

- Eres patético pareces un adolescente lloriqueando por  haber perdido su juguetito. Yo no soy tu esclava ni quiero que seas tú el mío. Me entrego a ti porque todo mi ser me lo pide y porque quiero.

- Que vas a hacer ahora que lo sabes. Decía atemorizado.

Me interrogaba angustiado mientras yo demoraba mi respuesta a sabiendas del dolor que le estaba infringiendo que no era nada comparado con el aluvión de sentimientos que se agolpaban en mi vientre haciéndome un lacerante nudo que me postró durante mucho tiempo.

- No digamos nada más ahora, es mejor que las palabras callen y escuchar paciente el corazón. Y no me llames yo te llamaré a ti cuando lo crea oportuno.

Dije muy segura de mi  intentando mantener la dignidad alta.

Cuando colgué el teléfono las paredes de la habitación parecía que me iban a aplastar y con los ojos enrojecidos salí al pasillo y tomé a la carrera el ascensor, bajando coincidí con un sorprendido camarero, bien parecido,  que servía en la cafetería de clientes de la 1ª planta. Lo miré de forma que conseguí que se ruborizase y me dieron ganas de tomarle el paquete y dicirle (- Me ha dicho que los moros la tienen muy grande, por Alá que soy capaz de metérmela toda en la boca). Iba cavilando esta y otras venganzas sin dejar de radiografiar al chico, cuando el ascensor se detuvo en la planta baja y liberó a la criatura de mi mirada desesperada, este escapó del ascensor con evidentes signos de estupor y a pesar de mi estado pude ver, pues lo seguí con la mirada un momento intenso, como se colocaba el paquete discretamente con un movimiento rápido. De pronto me quedé en mitad del hall del hotel sin saber que hacer ni donde ir, solo quería desprenderme de aquel dolor como fuese pensé en seducir al primero que se pusiese a tiro y pedirle que me follase sin piedad. Era tal mi estado que no pasó desapercibido para la chica de la recepción que sin yo darme cuenta se aproximó  asustada al ver  mi actitud indecisa y aturdida tomándome por el codo me dijo:

-¿Est-ce-que je peux vous aidér mademoiselle?

La miré fijamente deteniéndome en el perfil de sus labios en su pelo negro brillante y fuerte, en sus oscuros ojos  como la noche de tinieblas en la que me encontraba.

-No merci (dije con sequedad)

-Je vous prie mademoiselle.

Dijo soltándome y separándose prudentemente pero no del todo por si cambiaba de opinión. Salí del hotel casi a la carrera mientras mi mente se deshacía en reproches de culpabilidad y anhelos de venganza. Tú eres la única culpable (me reprochaba) primero por haberlo dejado solo tanto tiempo y segundo por facilitarle las cosas con tus estupideces, por provocar el destino y su instinto más animal. Si le hubiese exigido fidelidad por encima de todo tal vez ahora... ¿Ahora que? ( Me decía  mi ángel malo), ahora, estarías jugueteando con  otra zanahoria, mientras él tal vez se esté follando a todo lo que se mueve. Te conozco, sé quién eres y lo que deseas, desearías ser la mujer de un sultán con turbante, la reina de su harén corriendo solicita a su llamada y dejándote montar como una hembra en celo.
Pasé horas sin rumbo caminando por las calles, sentándome en algún banco solitario a enjuagar mis lagrimas y volviendo a levantarme sin saber donde me llevarían mis pasos. Me detuve a contemplar el paso de una comitiva de casamiento, coches pic-up con gentes apiñadas como racimos en su interior, en otro, un grupo de cuatro músicos hacían sonar sus instrumentos. Sus alegres rostros y sus cánticos contrastaba sin duda con mi expresión aturdida y mortecina. Fue esa visión que me hizo salir de mi letargo y me encaminé vencida y resignada al hotel.

Entré sin saludar y cogí el ascensor, busqué en mis vaqueros la llave de la habitación y abrí la puerta. Me sentía  como un animal apaleado, me deje caer en la cama y no quise ya secarme mas  las lágrimas que  corrían por mis mejillas.

Me despertó el sonido estridente del viejo teléfono de la mesilla. Mecánicamente miré el reloj, las 11:05 de la noche, no sabía el tiempo que había estado dormida en mis mejillas no había ya lágrimas solos la piel reseca sobre una  y  marcas enrojecidas de las arrugas de la sábana sobre la otra. Tomé el auricular. ¿-Oui? Pregunté y la conversación que sigue se produjo en francés que traduzco para no ser pesada con  esto del idioma:

- Soy la recepcionista, ¿necesita alguna cosa? He visto como salía del hotel y cuando ha regresado después de cuatro horas me pareció que tenía usted un aspecto horrible, ¿ha cenado ya?

- No, no he cenado

Iba a decir y no necesito nada, pero me detuve pensando vagamente en cuanto tenía que haber dejado transmitir  de lo que me pasaba para que alguien se preocupase de aquella manera por mí. Me ruboricé y me dieron ganas de llorar otra vez.

- Bien mi turno está acabando, subo en un momento.

Colgué de mala gana sin entender muy bien lo que había dicho o quien era mi interlocutor. Me quedé en la misma posición hasta que golpearon la puerta.

-¿Quién es? Dije.

- Soy Amel la recepcionista, le traigo la cena.

Como una perezosa trepando por un árbol me levanté y abrí la puerta. La expresión radiante de sus ojos profundos cambió al verme y en tono de amable reproche me dijo cerrando la puerta detrás de sí:

- Mírese la pinta que tiene. No sé que le habrá pasado a usted pero nada en este mundo merece que una chica tan guapa como usted esté en este estado de postración tan lamentable.

Dijo todo esto sin mirarme a los ojos y con una decisión que me resultaba sorprendente pero beneficiosa al ver que alguien tenía las cosas claras con respecto a mí y a lo que debía hacer Dejó  una bandeja sobre la mesa en la que había algo de comida y se fue al baño mientras seguía hablando en un francés rápido que no logré entender, me senté delante de la bandeja y como una buena niña comencé a comer mientras oía el borboteo del agua que iba llenando la bañera. Se colocó detrás de mí y comenzó a darme masajes en los hombros que rígidos y cargados iban cediendo a la presión de sus manos. Nada dije solo deje que aquella mujer siguiese con su masaje que tanto bien me hacía.

- Ahora va usted a tomar un baño le daré u masaje que la hará  dormir como una niña.

Nada dije. Me sorprendió con que celeridad había terminado con la fruta la ensalada y la leche que había en la bandeja y dejé que aquella mujer, ya las dos juntas en el baño, me quitase toda mi ropa conservando únicamente mis minúsculas braguitas negras, metió los dedos entre la tirita negra de la braguita y mis caderas para desprender la única prenda que me cubría pero se detuvo un momento mirándome a los ojos en señal de interrogación, nada dije, cerré mis ojos un instante y los volví a abrir en gesto de aprobación. Lentamente se desprendió la prenda del hueco que cubría  deslizándose en suave caricia en su recorrido por mis muslos desnudos, flexionando sus rodillas acompaño a la braguita que bajaba inexorable por mis piernas. Sorprendí su profunda mirada detenida cuando llegó a la altura de mi sexo que desde mi posición divisaba como un montecito sembrado  de suave trigo dorado tumbado por el viento, elevándose amenazante y majestuoso desde mi vientre liso y terso, me sentí orgullosa de mi cuerpo y reconciliada al menos con mi lado mas físico, lucía entonces un vello púbico fino y claro que  se confundía con mi piel también muy clara, prosiguió lentamente hasta alcanzar mis tobillos he hizo un gesto para ayudarme a levantar un pié y luego el otro y liberarme así completamente del pequeño trozo de tela. Con delicadeza la dobló mientras se incorporaba interrogándome me miró con franqueza con sus negros ojos, que ahora se me antojaron hermosos, con ese tipo de  preguntas que no pretenden respuesta sino que confirman una convicción y dijo:

-¿Sabe usted que es preciosa?

-¿Usted cree? ¿Algo en particular?/dije maliciosamente/.

- Si lo creo, definitivamente. Sus ojos son... /se detuvo/ ocre oliva con la luz
temprana del día, marrones por la tarde y verdes cuando llora. /Quedé impresionada/. ¿La estoy molestando?

- No me molesta usted le agradezco su compañía, no tengo un buen día

- Métase en el agua, le relajará.

- Gracias por todo. Dije

- Aún no he terminado con usted. Contestó con seguridad pasmosa.

Sentada en el borde de la bañera me tomó un pié alcanzó una esponja y comenzó a jabonarme despacio dándome masajes en la planta de mis pies, en mis tobillos maltrechos mientras canturreaba algo en árabe, jabonaba bien todo el cuerpo sin pasar por alto ningún rincón, deteniéndose particularmente en mi sexo frotándolo suave pero firmemente sin descomponer su figura como la que lava una prenda  con la certidumbre que esta volverá a ensuciarse, esto hacía sin dejar de canturrear. Se mostraba como una niña feliz cubriendo de atenciones a su muñeca. Yo por mi parte comencé a pensar que estaba contrayendo una deuda con aquella mujer por todo el bien que me hacía y pensé rápidamente en el dinero, idea que deseche al instante por prepotente y ofensiva. Estaba yo sumida en estos y otros pensamiento con los ojos entreabiertos espiando cada perfil de aquella mujer, su pelo de vigoroso negro lustroso, sus grandes ojos negros también sus pequeñas orejas ocultas entre el pelo sus labios jugosos pero finos, movía graciosa la cabeza buscando en mi cuerpo algún trozo de piel tal vez olvidado mientras cantaban para mi incomprensibles rimas que intuí versaban sobre le amor pues alguna palabra si reconocía en las estrofas: habibi, habibi... De repente paró con cierta brusquedad tiró la esponja al fondo de la bañera y dijo:

- Terminó el baño. Un día usted y yo iremos a un hamam a tomar un baño de verdad, creo que usted no conoce bien nuestras costumbres, le gustará.

Me incorporé y enrollé una toalla en mi cuerpo desnudo para secarme y para ocultarlo de aquellos ojos, no por vergüenza sino porque cada vez me sentía mas excitada.
Aquella noche no hacía mucho calor, se acercó a la terraza que estaba abierta de par en par y  después de echar una larga mirada al valle corrió los visillos que tamizaron la luz de la luna dándole al cuarto un tono íntimo. Con gesto decidido me ordeno que me tendiese en la cama boca abajo a lo que no puse objeción pero conserve enrollada la toalla sobre mi cuerpo. Se arrodilló detrás de mí de manera que no podía verla y apartando el pelo de mi oído acercó sus labios y con dulce pero firme voz me preguntó si sentía vergüenza de mi desnudez, dije que no y retiró la toalla despacio. Comenzó a darme masajes por todo el cuerpo humedeciendo sus dedos de cuando en cuando con una pequeña cantidad del contenido de un  frasquito que sacó de un bolsillito de su falda,  extendiéndo bien el líquido facilitaba y hacía más placentero aún el masaje. Es aceite oloroso me dijo sin parar de recorrer con sus manos mi piel, toda la habitación se fue llenando de una oleaginosa fragancia que aspiré con profusión. Me giró  después de darme una palmadita en mis nalgas y quedé tendida ahora boca arriba con las piernas semi abiertas y las palmas de mis manos sobre mis muslos. Quedé así expectante y nerviosa con toda mis desnudez de mujer que ofrecia sin reparos, mientras una oleada que no deseaba detener crecía dentro de mí erizando el imperceptible vello de mis brazos de mis piernas de mi cara, sentí como si la luna lanzase un gélido aliento sobre la hoguera que era mi cuerpo, haciéndome que me estremeciese.
 

Comencé a sentir placer ya sin duda de ningún tipo y sin complejos tampoco, ella sin embargo parecía ignorarlo mientras yo la buscaba ahora deseando tropezar su esquiva mirada. No dándose por aludida continuaba ignorándome sin querer hacerse cargo de mi desesperación,  seguía de forma autómata  con sus masajes en mis brazos en mis caderas en mis pechos testigos mudos de mi excitación creciente, cuando derramo unas gotas de aceite oloroso  en la cara interna de mis  muslos cerca de mí ya jadeante sexo y comenzó a extenderlo lacerando mi ser, tuve que cerrar los ojos y muy a pesar mío deje escapar un ahogado gemidito de placer que la hizo detenerse de golpe, ¡Oh dios mío! Me entró verdadero pánico solo pensar que aquello podía terminar sin mas y sentí sonrojo imaginando que todo hubiese sido mal interpretado por mi parte quedando en evidencia ante aquella mujer que luego debería ver cada día en la recepción.

Al tiempo abrí los ojos atemorizada y con mirada suplicante la tomé con fuerza por sus muñecas sin saber muy bien lo que estaba haciendo y las consecuencias que aquello tendría. ¿Que había sucedido para dejarme arrastrar hasta aquella situación? Aunque  reciente la infidelidad de mi novio quedó ya desdibujada en mi mente, negándome a aceptar que el destino hubiese jugado conmigo y me lanzase ahora al vacío aburrido de mí. Sentí vértigo intentando culpar al azar de mis tribulaciones y reconociendo enseguida que el azar no existe, que únicamente desconocemos los mecanismos que lo rigen.  Quedé inmóvil sin conseguir articular palabra, ella me miró entonces con tanta intensidad que me llevó a albergar esperanzas pero la espera se hacía interminable y dolorosa.

Por fin sus labios se movieron y las palabra que a cámara lenta de ellos salieron me parecieron las más bellas jamás pronunciadas. ( -¿Quieres que sigamos? - Es lo que más deseo en este momento). Dije en tono suplicante. Hizo un movimiento para liberarse de la presa  que yo le había hecho, cerradas mis manos fuertemente sobre sus muñecas,  sin conseguirlo (- Tienes que soltarme si quieres que te dé mas mi amor). Pronunció aquellas palabras con su dulce timbre de voz y en un francés deliberadamente impecable que sonaron a música celestial en mis oídos. Así liberé la presa poco a poco dudando sin embargo que fuese a cumplir su promesa temiendo que echase a correr al verse libre. Al fin quedó suelta y con parsimonia comenzó, sin dejar de mirarme a desabrocharse la blusa que la cubría y que dejo caer indolente sobre sus hombros, dándole cierta comicidad al gesto en lo que me pareció una parodia de Strip show. Enlazando unos movimientos con otros se desprendió  ahora del sujetador y dejo al descubierto sus soberbios senos coronados por pezones grandes, enhiesto en su puntita y de un  negro más intenso que el resto de su piel aceituna, contemplé extasiada el ser de mí mismo genero que tenía frente a mí sintiendo mi corazón lleno de desconcertante satisfacción, una felicidad como la  que  experimenta una niña a la que el destino le acabase de conceder su mayor deseo, me embargó un hondo sentimiento que iba mas allá de mi entendimiento.

Embriagada por el espectáculo que fuera y dentro de mi se desarrollaba comencé a espiar todos los rincones de aquel bello cuerpo, su piel tomaba tonalidades diversas según cambiaba la luz que tamizada ondulaba centelleando en su cuerpo,  suave oleaje que los visillos movidos por el suspiro de la luna dibujaban caprichosamente en el plateado mar en que se convirtió su piel. Se liberó también con dos clips de los corchetes de su falda conservando solo sus braguitas blancas como la leche resaltando sobre el oscuro fondo de su piel la arabesca puntillita de su prenda más íntima. Con delicadeza separó mis muslos dejando franco mi sexo, alargó un dedo y lo pasó de abajo arriba por mi sedienta rajita que como cortada por un cuchillo liberó rápidamente el néctar que guardaba en su interior, divertida se llevó el dedo a sus labios y lo chupo sonriendo, yo ya era un juguete en sus manos atenta a todos sus ordenes y gestos. ( -   Te voy a llevar a un sitio donde se pierde la memoria y se olvidan todos los sufrimientos) esto dijo antes de hundir su cabeza entre mis muslos y buscas con avidez mi húmedo y jadeante sexo, retiró  con hábiles dedos los pliegues que franqueaban la entrada de mi rosada cueva, recorrió con su lengua todo mi interior, ya con sus labios buscaba mi clítoris reteniéndolo ahora entre sus dientes ya lo acariciaba con su lengua rítmicamente. Succionaba golosamente la miel que de mi entrepierna manaba como un sediento en medio del desierto, jadeaba yo en pleno éxtasis elevando mis caderas para obligarla que hundiese mas su cara en mi sexo, deseaba que me mordiese que me arrancase todo el fuego que ardía entre mis piernas, mis dedos crispados  estiraba  la piel de mi pubis para dejar aún más enhiesto mi clítoris mientras gemía intentando que mi placer no traspasase el frágil velo que atenuaba la luz de la luna. Me mordía el labio inferior para tratar de conjurar mi placer.

Ahora giró mis caderas sobre el lado derecho  y levantándome  la pierna contraria busco mi ano con su diabólica lengua mientras mi cuerpo se tensaba de placer y mi corazón se desbocaba ya sin control alguno. Busqué entonces con temblorosas manos su rajita intentando recuperarme y compensar la desventaja que me llevaba, sin tiempo para miramientos y con precipitación rasgue sin dificultad la suave tela blanca que escondía la oquedad que guardaba su deseo quedando la prenda hecha jirones. Ella gemía de placer con una mano en la boca ahogó un jadeo que me sonaba a súplica. ( - Para, para putita mía que me has destrozados mis mejores braguitas. Si no llevas cuidado y me desvirgas, nunca me casaré y no podré ir a vivir a París con mi marido, que me repudiará. Traeré la vergüenza y el deshonor a mi familia, que sé vera obligada a echarme de casa como a una perrita, ¿tu no quieres que ocurra eso verdad?) Aturdida por todo lo que acababa de escuchar dije con temblorosa voz: - (No mi amor eso no pasará te lo prometo). Y pensé lo crueles que eran todos nuestros dioses.  ( - Entonces no seas mala y déjame hacer a mí) dijo esto mientras yo la abrazaba intensamente y besaba aquella boca con lujuria, entrelazando su cuerpo azabache con el mío, mi blanca piel mezclada con la suya.

Ella me besaba sonriendo siempre y su risa contrastaba con la crispación de mi deseo,  mordía el lóbulo de mi oreja o metía la punta de su lengua dentro de él, encajando ahora su rodilla en el cruce de todas mis pasiones, abierta todas las puertas rotos todos los muros libre mi placer de ataduras, macerados nuestros cuerpos en los jugos de nuestra pasión tras la  mirada atenta de la luna. Ninguna de las cosas que al oído me decía susurrando me ofendían, más aún me llenaban de turbación y de placer. (- Mi blanca putita como te mueres por mis besos, me voy a comer esa rajita que suplica ahí abajo).  Me laceraba también el cuello los hombros los pezones mi sexo, era una delicia para mis sentidos y quise dar gracias al Altísimo y cantar los 99 nombres de Alá que por supuesto desconocía. Con su mano abierta acariciaba el interior de mis muslos y subiendo por ellos entro en la convergencia de mis piernas haciendo girar su pulgar  como un torbellino en mi interior mientras su dedo índice se detuvo en mi ano buscando el lubricante que brotaba ya escandalosamente de mi coñito, franqueó el ano sin dificultad, proporcionándome gran placer. No recuerdo el tiempo que pasamos con distintos juegos y posturas. La luna se ocultó y los sonidos del valle se detuvieron, se apoderó de todo el silencio solo rasgado por nuestros gemidos de placer. Rodaban nuestros cuerpos por las revueltas sábanas en el torbellino de la pasión en que se había convertido aquel maravilloso encuentro, mis muslos mojados con el néctar de mi placer impregnaba también su rostro mojado y sediento a la vez. Nuestras bocas entrelazadas, escalaban  con determinación y ansiedad la cima de aquel monte de voluptuosidad. Así ocurrió y mi putita mora se retorcía ahora con gemidos entrecortados y acompasados mientras le comía los pezones En el cuenco de mi mano tomé todo su sexo presionado con fuerza buscando también su ano con la yema de mis dedos, hasta que explotó en un gemido seco y prolongado arqueando la columna, rígido el cuerpo cerrados los ojos, abierta la boca abandonado todo su ser a mi dicha y terminando con movimientos convulsos. Pensé en la similitud orgasmica que tenía aquello con las eyaculaciones espasmódicas de mi novio y a su vez el paralelismo que tienen todos los orgasmos con lo que debe sentir una al morir, cansada de luchar por algo que no puede retener por mas tiempo abandonada en los brazos de la guadaña mientras te sale la vida del cuerpo.

No sé cuantos orgasmos tuve aquella larga noche de verano, no fueron tan explosivos como con mi novio pero consiguieron con elevada nota satisfacerme plenamente y reconciliarme con mi destino. Cuando terminamos extenuadas y agotadas tomó mi rostro entre sus manos y me  besó en la boca profundamente.

Todo esto me ocurrió en verdad quedando para siempre grabado en mi memoria su nombre Amel y que en cristiano es Esperanza. Aquella inocente (o no tan inocente) criatura me enseño cosas que yo ignoraba y que tenia aún mas valor por el hecho de desarrollarse en un mundo donde las mujeres caminan y hasta en la intimidad de sus casas rezan, detrás del marido en señal de respeto.  Mi esencia de mujer quedó enriquecida y en mi corazón grabe con el fuego de mi deseo la lujuria de su piel.